"Dígame,
Watson: ¿no siente usted una especie de escalofrío o estremecimiento cuando mira
las serpientes en el parque zoológico y ve esos bichos deslizantes, sinuosos,
venenosos, con su mirada asesina y sus rostros malignos y achatados? A lo largo
de mi carrera he tenido que vérmelas con cincuenta asesinos, pero ni el peor de
todos ellos me ha inspirado la repulsión que siento por este individuo".-Sherlock
Holmes en La aventura de Charles Augustus
Milverton (1904) de Arthur Conn Doyle.
Han pasado varias semanas desde el final
de la tercera temporada de la teleserie británica Sherlock, así que asumo
que todos lo han visto y puedo escribir libremente. Su último voto (His
last vow), cuyo guión es autoría del co creador del programa Steven Moffat, toma como base uno de
los cuentos escritos por Arthur Conan
Doyle sobre su personaje más prestigiado, La aventura de Charles Augustus Milverton, y juega con el título –y
hace referencias- de su aparición final, Su último saludo al escenario (His
last bow, 1917).
Para comenzar, muchos podrían cuestionar
su desenlace. El mismo Holmes (Benedict Cumberbatch) aclara su posición.
Dice a su enemigo “No soy un héroe. Soy un sociópata altamente funcional”,
antes de hacer lo inesperado. Su decisión, pese a lo que nos aclara, es la de
la persona que está dispuesta a sacrificarse, a mancharse las manos y
renunciar a su esencia, en aras de lograr el bienestar de otros. ¿No es eso ser
un héroe? El malo del capítulo es Charles Augustus Magnussen,
encarnado por el actor danés Lars
Mikkelsen (muchas seguramente le dirán cuñado,
pues es hermano del muy famado Mads
Mikkelsen, mejor conocido por ser el Hannibal Lecter televisivo). Su apellido
original seguramente fue cambiado pues Milverton
suena muy semejante a Middleton, la madre de un potencial heredero al trono de
Inglaterra. De ser un tratante de arte –como lo describe Conan Doyle- se nos
presenta como un magnate de los medios de comunicación, muy en deuda con William Randoph Hearst o Rupert Murdoch. Es un sujeto poderosísimo,
frío, sin escrúpulos y vulgar que usa los secretos de los demás para
beneficiarse. Un chantajista de altos vuelos, que opera ante la mirada impávida
del Gobierno Británico. Es justo por ello que una de sus víctimas decide acudir
a la Calle Baker. Conan Doyle
seguramente tuvo en cuenta un caso de la vida real para escribir su historia:
el del chantajista Charles Augustus
Howell, muerto en condiciones misteriosas en 1890.
Otras referencias holmesianas no se hacen esperar, desde la adicción del
protagonista, Los irregulares de la Calle
Baker o la primera aparición literaria de la Señora Watson, con esas enigmáticas letras A. G. RA. Luego está la
presentación de Holmes como un hombre
de familia, la segunda aparición de sus papás (los veteranos actores Wanda Ventham y Timothy Carlton, verdaderos progenitores del protagonista) y la
muestra del poder de Mycroft Holmes (Mark Gatiss). Los giros de la historia, que no dejan de recordarme
a Señor
y Señora Smith (Doug Liman, 2005), no me hacen del todo feliz pero son
congruentes con la personalidad de Watson
(Martin Freeman), adicto
inconsciente a relacionase con personas conflictivas.
Los momentos finales del capítulo, el
regreso inmediato del Viento del Este de su aparente
exilio para enfrentar a su Némesis resucitado, no deja de causarme la más
grande emoción y abre las puertas a un verdadero reto para Moffat y Gatiss:
crear una historia completamente nueva, no basada inmediatamente en un texto de
Conan Doyle. Porque desde un principio nunca visualicé a James Moriarty (Andrew Scott) como un criminal ávido de
una presencia mediática. Mucho menos de intervenir todas las señales de televisión de un país entero para preguntar burlonamente “¿Me extrañaron?”.
Lo único cierto: “Inglaterra siempre
necesitará a Sherlock Holmes” y “el
juego nunca termina”. Pero para cerciorarnos tendrá que pasar –al menos- un
largo año. Espero ansioso.
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