Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. La nueva Reina era muy bella,
pero orgullosa y altanera, y no podía sufrir que nadie la aventajase en
hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se miraba en él, le preguntaba:
"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más
hermosa?".
Blanca Nieves (1812), Jacob y
Wilhelm Grimm.
En los
albores del siglo XIX, Jacob y Wilhelm
Grimm, reputados lingüistas y folkloristas alemanes, recorrieron Europa
recolectando historias que circulaban en la tradición oral. La mayor parte de
ellas se han integrado ya al imaginario colectivo de la cultura
occidental e inspirado obras inolvidables para muchos de nosotros. Una de las
más reconocidas es la de Blanca Nieves, la bella princesa blanca
como la nieve, labios rojos como la sangre y cabello negro como la madera de
ébano. Su figura ha sido perpetuada a lo largo de generaciones por la más
variopinta galería de artistas, pero pocas revisiones con tan recordadas como
la que Walt Disney nos presentara en
1937 bajo el título de Blanca Nieves y los siete enanos. En
ella, posicionada indeleblemente en la memoria de todos, brilla la presencia de
su antagonista, la Malvada
Reina (con voz en inglés de Lucille La Verne y en español de Rosario
Muñoz Ledo, como me aclaró mi querido Arístides
Castiglioni). Siempre me pregunté, siendo un imberbe niño, qué hacía al
gallardo Príncipe fijarse más en la pálida jovencita y ni siquiera mirar a la
madura e interesante mujer. Ella poseía una personalidad más poderosa, una
elegancia incomparable y una voz que imponía. Y además, era una bruja. ¿Ella debía
en realidad tener celos de la belleza de su hijastra? Por eso nunca comprendí
su inseguridad. En Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Bruno Bettleheim pretende dar una explicación: “El miedo de la Reina a que Blancanieves la
supere es el tema central del cuento de hadas, que lleva, erróneamente, el
nombre de la niña, al igual que el mito de Edipo. Por lo tanto, puede ser útil
considerar brevemente este famoso mito que, a través de los estudios
psicoanalíticos, se ha convertido en la metáfora con la que nos referimos a una
relación emocional concreta dentro de la familia, que puede dar lugar a grandes
obstáculos en el camino hacia la madurez y la plena integración de una persona,
mientras es, por otra parte, el origen potencial del desarrollo más completo de
la personalidad”. Con el paso de los años descubrí a la que podía ser una de
sus más notables inspiraciones: la noble húngara Erzsébet Báthory, de quien ya he hablado en este espacio. Ella es
recordada porque temía la vejez y, cual tratamiento de belleza, se daba baños
en la sangre de inocentes doncellas para detener el inclemente paso del tiempo.
Pero regresemos
al cuento. En el cine y le televisión, la soberana ha sido interpretada por un
gran número de actrices que hacen justicia –bueno, la mayor parte de ellas- a
la dimensión del personaje, desde Ruth Richie (en la versión muda de 1916), Gena
Rowlands, Joan Collins, Vanessa Redgrave,
Miranda Richardson, Monica Bellucci (en mi opinión, de las más
dignas), Lana Parrilla (en la reciente teleserie Once upon a time), Julia Roberts (ella nunca me ha gustado, y menos
como la Reina ) y,
la que propicia estas líneas, la sudafricana Charlize Theron en Blanca
Nieves y el cazador (Rupert Sanders, 2012).
Prejuicios me hicieron despreciar la cinta por
meses. El mayor provenía de que el espejo –que se supone siempre dice la verdad- dijera
a Charlize que Kristen Stewart, que da vida a Blanca Nieves, era más bella. Eso me parecía una gran mentira, una
infamia. Pero como en gustos se rompen géneros, me aventuré a ir más allá de los
cortos y fragmentos que vi en la televisión.
La película fue justo lo que esperaba. Pese a sus deslumbrantes efectos digitales, apariciones emblemáticas, y una muy vistosa puesta en escena, no pude evitar pensar que abrevaba del clásico de Disney, de la saga de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001, 2002 y 2003), de 300 (Zack Snyder, 2006) y Juana de Arco (Luc Besson, 1999). La historia no aporta nada nuevo al mito, acaso profundizar en el pasado del cazador (Chris Hemsworth, alias Thor, el Dios del Rayo), demostrar que Blanca Nieves puede blandir una espada, revelar quela Malvada Reina (Ravenna aquí) puede convertirse en una
parvada de cuervos, tiene un Malvado –e inepto- Hermano y que el ingenuo padre
de Blanca Nieves no era su primera
víctima. Sobre las participaciones, Bob Hoskins (el detective Eddie
Valiant de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?), Ray Winstone (el Sr. French de Los infiltrados, Nick Frost (el insoportable Ed
de Shaun
of the dead), Eddie Marsan (el reciente Inspector Lestrade de Sherlock
Holmes) y Toby Jones (el Dr.
Zola de El Capitán América, el primer Vengador) son algunos de los
siete enanos. Lo malo es que todos pasan desapercibidos.
La película fue justo lo que esperaba. Pese a sus deslumbrantes efectos digitales, apariciones emblemáticas, y una muy vistosa puesta en escena, no pude evitar pensar que abrevaba del clásico de Disney, de la saga de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001, 2002 y 2003), de 300 (Zack Snyder, 2006) y Juana de Arco (Luc Besson, 1999). La historia no aporta nada nuevo al mito, acaso profundizar en el pasado del cazador (Chris Hemsworth, alias Thor, el Dios del Rayo), demostrar que Blanca Nieves puede blandir una espada, revelar que
Todo es parte de una especie de necesidad de
revivir a los clásicos, dándoles nueva vida para los nuevos consumidores. Algo
semejante me enseñó la muy fallida La
chica de la capa roja (Catherine Hardwicke, 2011), la efervescencia de series de televisión como Grimm o la citada Once upon a time y el venidero filme Maléfica
(Robert Stromberg, a estrenarse en 2014), donde Angelina Jolie personificará al tormento de La
Bella Durmiente. Al menos Theron y Jolie si capturan la
belleza de sus personajes.
Mi agradecimiento enorme al ya mencionado Aris
Castiglioni, a Jorge Báez, Josué Vargas Estrada, Luis Reséndiz y Pepe Carrera por su
ayuda en la resolución del misterio sobre la voz en español de la Reina..
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