A
principios de la década de los setenta, la compañía japonesa JVC desarrolló un nuevo sistema que
revolucionaría la industria de los videogramas y dejó en desuso al popular Betamax. Se llamaba Video Home System, o mejor conocido (por sus siglas) como VHS.
Como el buen cinéfago que soy desde mi más tierna infancia, pilas enormes de
estas cintas se convirtieron en elementos cotidianos de mi habitación durante
mi juventud. Si principal ventaja era su duración, que oscilaba de 6 a 8 horas dependiendo del
modo de grabación (EP o SP). Cada viaje para rentar películas en los extintos Videocentro o Videovisión era sucedido por otro para comprar un flamante cassette
para copiar las películas en cuestión (para mi consumo personal, eso sí), que
luego habría de rotular obsesivamente con alfabetos transferibles Letraset. Adquirí en versión original
los títulos más atractivos, que se sumaron a sus hermanos apócrifos. Eventualmente
las grandes compañías dejaron de utilizar el VHS para lanzar sus películas al
mercado. Esto porque otros formatos desplazaron al sistema, dando paso a la era
del Laserdisc, el DVD y –actualmente- el Blue Ray. Esas pilas de cintas VHS
fueron disminuyendo notablemente conforme adquiría sus títulos en DVD. Vendí
los originales, aunque conservé los que no pude conseguir en su forma más
novedosa. No obstante, forman parte invaluable de mi memoria y corazón. No cabe
duda que recordar es volver a vivir.
Digo todo
esto porque la tercera noche del Festival
Mórbido pude ver una película que me producía grandes expectativas, V/H/S
(2012), antología dirigida por Adam Wingard, David Bruckner, Ti West, Glenn
McQuaid y Joe Swanberg. Todos los relatos se inscriben en la tan popular
vertiente del found-footage (de la que ya he hablado ampliamente en este
espacio y con mi colega Pablo Guisa en
su versión podcast) y giran en torno a la historia de un grupo de vándalos que son contratados
por un misterioso sujeto (a quien nunca vemos) para irrumpir en una casa
aparentemente abandonada y buscar un cassette VHS (del que no conocemos su
contenido, como un buen McGuffin hitchcockiano). Videograban toda su correría, como es su costumbre.
Se dividen para optimizar su búsqueda y en el proceso se topan con un cadáver
sentado frente a una televisión y una pila de estas cintas, lo que los lleva a
ver cada una para encontrar la indicada. Todas (o al menos 5, que son las que
conforman la película) contienen encuentros inesperados con la otredad, que van
desde horrores sobrenaturales hasta otros inscritos en la más terrible
realidad. Algunos segmentos son notables, como ese del grupo de insensatos
estudiantes y su farra nocturna, o el de la pareja que viaja en una segunda
luna de miel.
Estilísticamente
no aporta nada nuevo (es una película más de la técnica que Antonio Camarillo llama cámara borracha), pero cumple con lo que
promete. No más, no menos. Hasta donde sé, V/H/S
tendrá una exhibición comercial. Tiene los elementos para propiciar (como en
otros casos) una pequeña franquicia, que lucrará sin duda con la nostalgia que
explica la renovada afición por los discos de vinil o las películas Betamax. Algo que no puedo negarle es
que después de verla esa madrugada, al regresar a mi hotel, me obligara a echar cerrojo concienzudamente
a mi habitación y estuviera alerta hasta conciliar el sueño.
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