
lunes, 28 de junio de 2010
Una reflexión inevitable sobre el juego del hombre o para todos aquellos que desprecian la intensidad del fútbol

jueves, 24 de junio de 2010
Hacia una clasificación de las películas de desastre y una receta para escribir una

1. DESASTRES NATURALES. No hay fuerza más inclemente y poderosa que la naturaleza. Frente a ella, a pesar de nuestros portentosos avances tecnológicos, sólo podemos sentir respeto y humildad. No obstante, la indiferencia, ignorancia y codicia del ser humano han atentado indiscriminadamente contra ella. He aquí su venganza.
1.1. Desastres ambientales. Son dramas de supervivencia donde grupos humanos, grandes o pequeños, sufren diferentes embates de la naturaleza. Pueden ser:
1.1.1. Avalanchas. La película homónima de 1978 (Avalancha, Corey Allen) es la representante ideal.
1.1.2. Terremotos. Terremoto (Mark Robson, 1974) es un gran ejemplo. La Ciudad de México ha vivido las consecuencias de éstas catástrofes, como bien recuerdan las personas de mi generación. Hablo de terremotos causados por la naturaleza, no de los provocados por explosiones atómicas o dispositivos arrancados de películas de espionaje, como la bomba atómica que Lex Luthor detonó en Superman (Richard Donner, 1978).
1.1.3. Meteoros. Una de las primeras películas que vi en esos monstruosos reproductores betamax, en mi tierna infancia, fue precisamente Meteoro (Roland Neame, 1979), estelarizada por Sean Connery. Otra película que se toma en serio el tema, con todo y su absurdo cómico y sus impresionantes efectos especiales –para la fecha-, es Armageddon (Michael Bay, 1998). No olvidemos Impacto profundo (Mimi Leder, 1998).

1.1.5. Inundaciones y olas devastadoras. Retratos de hechos de la vida real, como el terrible tsunami –o surimi, según una voluptuosa “cantante” y “actriz”- que destruyó buena parte de Tailandia.
1.1.6. El mar todopoderoso. Una tormenta perfecta (Wolfgang Petersen, 2000) muestra claramente el poder absoluto del inquilino más grande de este planeta –ocupa do terceras partes de él-. En este sentido, algunas películas de desastres de transportación náutica se colocan en esta categoría.
1.1.7. Calentamiento global. Sus efectos sitúan este fenómeno en esta categoría, pero me parece más adecuado ubicarlas los desastres causados por el hombre.
1.1.8. Tornados. Claramente ilustrados en la película homónima (Tornado, Jan DeBon, 1996).
1.2. Incendios. Cuando el fuego es causado por causas naturales (un rayo que inicia un incendio que devasta una gran área boscosa, por ejemplo). De no ser así, son iniciados por hombre.
1.3. Animales y plantas. Los pájaros (1963) de Alfred Hitchcock y su curioso homenaje El fin de los tiempos (Shyamalan, 2008) demuestran cómo la naturaleza puede cansarse de nosotros. Tarántula (Jack Arnold, 1955), Enjambre (Irwin Allen, 1978) Piraña (Joe Dante, 1978) y Aracnofobia (Frank Marshall, 1990) son ejemplos notables del pavor ancestral a ciertas especies animales.
1.4. Monstruos. Los producidos por la naturaleza, como muchos de los que aparecen en la obra del inglés William Hope Hogdson. En Terror profundo (Stephen Sommers, 1998) unos malvados monstruos marinos hacen estragos sobre un moderno trasatlántico.
1.5. Epidemias. Tienen que ser por causas naturales, como la influencia H1M1 (¿fue natural?). Si no, entran en las producidas por el hombre.
1.6. Desastres espaciales. Nuevamente, tienen que ser ocasionados por la naturaleza, no por extraterrestres ni alienígenas. Si no, los debemos al hombre.

2.1. Materiales peligrosos
2.1.1. Desastres químicos y epidemias. Exterminio (Danny Boyle, 2002) da cuenta de un desastre epidemiológico –iniciado por ambientalistas recalcitrantes que liberan monos infectados- que diezma a casi toda la población del archipiélago británico en los 28 días del título original. Junto con REC (Plaza y Balagueró, 2007) es uno de los mejores especimenes de cine de zombis –sin utilizar el apelativo- del nuevo milenio. La Amenaza de Andómeda (1971 y remake televisivo de 2008), basada en la novela de Michael Crichton, Epidemia (Wolfgang Peetersen, 1995) y Soy Leyenda (Francis Lawrence, 2008) pertenecen a esta corriente.
2.1.2. La rebelión de las máquinas. Terminator (James Cameron, 1984) y la trilogía Matrix (hermanos Wachowski, 1999 y 2003) son los mejores exponentes de esta corriente. Ambas abrevan de la imaginación de Phillip K. Dick, William Gibson y algunos de los mejores representantes de la ciencia ficción literaria. Las máquinas, creadas por el hombre para facilitar su existencia, alcanzan un gran nivel de desarrollo, toman conciencia de su superioridad y resuelven que la humanidad es un peligro para su supervivencia y el entorno. Por ello deciden aniquilarnos o nutrirse de nosotros. Cría cuervos…

2.1.4. Incendios. Un título lo resume todo: Infierno en la torre (John Guillermin e Irwin Allen, 1974).
2.1.5. Calentamiento global. En El día después de mañana (Roland Emmerich, 2004) todo tipo de desgracias, desde enormes marejadas hasta una anticipada glaciación, son producto de la alteración del clima causada por el calentamiento global. Lo mejor de la película: al final, los países subdesarrollados son la salvación del primer mundo.
2.1.6. Monstruos gigantes. Godzilla (Ishiro Honda, 1954), en esencia, es un común y


2.2. Desastres de transportación. Las cosas a veces salen mal.
2.2.1. Aeroplanos. De ¡Viven! (Frank Marhall, 1993) al popular serial televisivo Lost, las desgracias aéreas son un prólogo excelente para todo tipo de aventuras. Presagio (Alex Proyas, 2009) muestra una excelente secuencia de un avión que se estrella. Las torres gemelas (Oliver Stone, 2006) y Vuelo 93 (Paul Greengrass, 2006) reviven un caso tomado de la horrible realidad –pues ésta supera a la ficción-, donde un conocido grupo

2.2.2. Automóviles y camiones. Máxima velocidad (Jan DeBon, 1994) suele considerarse dentro de este rubro, pero no olvidemos que es un maniático (Dennis Hooper, que en paz descanse) quien instaló una bomba en el autobús manejado heroicamente por Keanu Reeves y la hoy laureada Sandra Bullock.

2.2.4. Naves espaciales. Ejemplo claro: Apolo 13 (Ron Howard, 1995). La desgracia de esta nave, tomada de la vida real, se debió íntegramente a causas mecánicas, no a meteoros ni a criaturas alienígenas.
2.2.5. Trenes. Un desastre ferroviario es mostrado en El protegido (Shyamalan, 2000). Debemos a nuestro cine otro espécimen, La bestia negra (Gabriel Soria, 1939).


3.1. La ira de Dios. Si el Creador contempla el desastre en que hemos convertido su obra, debe sentirse muy molesto. Por ello desata las más variadas formas de destrucción, desde sus hordas angelicales (Legión de ángeles, Scott Stewart, 2009) hasta plagas apocalípticas (Prueba de fe, Stephen Hopkins, 2007).
3.2. Por intervención extraterrestre. Representada por la trama planteada en pleno periodo victoriano por H. G. Wells y sus

3.3. Monstruos. Cuando el origen de estos seres obedece a razones sobrenaturales.
Si analizamos todas las anteriores, podemos establecer una receta argumental.
- La presentación. Los protagonistas, uno por uno, se presentan ante nosotros, con sus conflictos personales, manías y fobias, con el fin de ganar nuestra simpatía o despertar nuestra más profunda aversión.
- Los avisos. El fenómeno destructor, causado o no por el hombre, comienza a anticipar su llegada. Los protagonistas pasan por alto estas advertencias. Algunos las perciben con suspicacia y otros advierten al mundo del inminente caos, pero son tachados de locos, como López Obrador.
- El desastre. Se desata la destrucción. Vemos muchas muertes. Nuestros protagonistas emprenden un peregrinar lleno de riesgos para asegurar su supervivencia. Se someten a los más increíbles peligros.
- La depuración. Varios de nuestros protagonistas mueren. Algunos heroicamente, otros por azares del destino, unos pocos porque lo merecen (según el espectador).
- La resolución. El ánimo de los protagonistas parece desmoronarse, pero sacan fuerza de flaqueza. Están resueltos a sobrevivir.
- La inyección de emoción. Para aumentar la tensión, el fenómeno destructor ataca de nuevo (una réplica de terremoto, la segunda erupción de un volcán, o un nuevo ataque extraterrestre, por ejemplo), pero nuestros héroes siguen adelante, facilitada su odisea con el costo humano de un valiente.
- La luz al final del túnel. Luego de la tormenta viene la calma. Nuestros héroes –los sobrevivientes- recuperan la paz que el fenómeno destructor les arrebató. Casi siempre resuelven sus dramas individuales (conflictos de pareja, filiales o de trabajo) gracias a la experiencia.
Esta fue mi humilde clasificación y la receta que identifiqué para escribir una película de desastres. Depende de ustedes renovar la fórmula.
Dos regalos para todos los niños

El amor en tiempos de catástrofe
Rafael Aviña
Un futuro cercano, tal vez otoño. El planeta muere: el frío es insoportable, plantas y animales se han extinguido.
Los escasos sobrevivientes matan por combustible, cobijo y por comida: el canibalismo está a la alza.
El último camino (EU, 2009) del australiano John Hillcoat, es una adaptación de la descarnada novela de Cormac McCarthy, el mismo de Sin lugar para los débiles.
Una fábula apocalíptica que rebasa todo apunte religioso y moral para trastocarse en un conmovedor relato sobre la relación entre un padre y su hijo.
Drama filial, historia de horror, mezcla de suspenso, ciencia ficción, neowestern y alegoría ecologista, bebe de fuentes tan extremas como Mad Max, El chico de Charles Chaplin, Voraz y del cine de zombies (de Seres de las sombras y Soy leyenda a las metáforas de George A. Romero).
También toma aspectos de filmes milenaristas rusos como El visitante del museo o Cartas de un hombre muerto. Todo ello, para contar una trama de desencanto, frustración y conciencia de la vulnerabilidad en una sociedad destinada al olvido.
En ese panorama desolador y gris, donde los árboles fallecen literalmente (gran trabajo fotográfico del español Javier Aguirresarobe), dos seres intentan sobrevivir conservando algo de humanidad (“la flama en el corazón”)
Un hombre (Mortensen, notable) que rememora fragmentos de vida con su bella esposa (Theron) y un chico (Smith-McPhee), su hijo, a quien protege de la pauperización moral y social que prevalece en ese caótico y violento mundo, en una trama de gran dimensión épica y uiversal que evita la obviedad y el melodrama y que mantiene un tono de horror y suspenso y al mismo tiempo una parábola filosófica de altos vuelos.
Escenas bellísimas como la del baño en la tina, o aquella de la lata de soda, muestran además de la notable y sosegada química entre los protagonistas, la gran sensibilidad de un relato que traza una emocionante mirada filial: la de un padre que representa el último trozo de memoria de una conciencia moral en estado paranoico y la de un hijo que encarna el nuevo espíritu de una sociedad alienada como resquicio de esperanza ante lo inevitable.
Junto con Distrito 9 y Tierra de zombies, El último camino ejemplifica el estupendo momento por el que atraviesa el cine de horror fantástico estadounidense.
lunes, 21 de junio de 2010
El mundo se va a acabar…

Cuando observo los efectos del calentamiento global, el derrame petrolero en el Golfo de México, las especies animales que aniquilamos sin misericordia y cosas aparentemente irrelevantes en medio de la tragedia nacional –porque la crisis económica, la indolencia de la Suprema Corte de Justicia y la guerra contra el narcotráfico se cuecen aparte-, como el hermoso parque cercano a mi casa, donde la muchas personas arrojan indiferentemente todo tipo de desperdicios –desde botellas de cerveza hasta condones usados-, no puedo evitar un fatal sentimiento: el ser humano, como especie, no merece existir. Es cierto que habemos unos pocos locos que tenemos cierto nivel de conciencia y que el hombre ha creado las más sublimes expresiones artísticas, pero todos esos triunfos palidecen frente a nuestra naturaleza predadora sin sentido. Una película protagonizada por Jamie Lee Curtis (Virus, John Bruno, 1999) ya lo dijo: el hombre es un virus. Los virus destruyen a su huésped y se multiplican.
Uno de los temas más recurrentes de la ciencia ficción es el fin del mundo. Desde maravillosas y terribles películas setenteras como Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973) hasta impresionantes pirotecnias contemporáneas como 2012 (Roland Emmerich, 2009), el fin de la civilización ha exaltado la imaginación de escritores y cineastas y ha servido como una forma de sacudir nuestra conciencia sobre la manera en que tratamos a nuestro planeta.
Escribo esto no porque la reciente derrota de potencias futbolísticas sea una señal del fin del mundo, sino porque vi la película El último camino (John Hillcoat, 2009), basada en la novela The road, de Cormac McCarthy, autor de otro libro que ya ha sido llevado a la pantalla grande, Sin lugar para los débiles (hermanos Cohen, 2006). El eficiente guión de Joe Penhall narra la historia de un hombre ordinario (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smith-McPhee), quienes viven un drama de supervivencia en un planeta tierra devastado, donde las condiciones de vida han llevado a todas las especies animales a la extinción, a las vegetales al borde de la misma y los pocos sobrevivientes humanos están en una continua búsqueda de alimento, la cual lleva a muchos al canibalismo. La supervivencia del más apto, anunciaba Charles Darwin. El resignado padre lucha no sólo por su vida, sino por mantener alejado a su vástago de estos horrores (“nosotros nunca nos comeremos a alguien”). La cinta no pierde tiempo en profundizar en las causas que condujeron al mundo a la tragedia –no sabemos si fue por una guerra mundial, el calentamiento global o un virus asesino-, lo que le importa son las consecuencias. La trama está plagada de flashbacks, el preludio funesto a su aventura, donde el hombre recuerda su vida pasada al lado de su esposa (la sudafricana Charlize Theron), quien no resiste la inminente tormenta. A lo largo de su desventura, nuestro héroe contempla el suicidio en más de una ocasión, pero el instinto de conservación se impone junto con la necesidad de preparar a su hijo para seguir adelante cuando ya no se encuentre en este mundo, angustia inherente de todo buen padre. La desgracia despierta lo mejor de la naturaleza humana –recordemos el sismo de 1985 o el terremoto de Haití-, pero también lo más vil –rapiña, robos, instintos violentos- y los protagonistas lo descubren en carne propia. También encuentran placer en las cosas pequeñas, como el hallazgo de una simple lata de refresco. Destaca la modesta producción de la película –que no precisa de efectos por computadora-, apoyada de una eficaz fotografía de Javier Aguirresarobe, cuya paleta está dominada por tonos grises, y las breves apariciones de Robert Duvall y Guy Pearce. El desenlace, pese a una nota esperanzadora a través de la limpia mirada de un perro, anuncia la fatalidad a la que nos dirigimos. Una película depresiva, cierto, pero inquietantemente relevante.
jueves, 17 de junio de 2010
¿Quién teme a los payasos?




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lunes, 14 de junio de 2010
Dexter, tercer acto

Dexter terminó pues su tercer ciclo, uno marcado por la soledad y la búsqueda de aceptación, porque el hombre por naturaleza es un animal gregario. Esto lo llevó a relacionarse con Miguel Prado (Jimmy Smiths), un torcido Fiscal de Distrito que se convirtió en su amigo, aprendiz y socio. El vínculo no fructificó y tuvo un desenlace inevitable. Las mejores historias de Batman no incluyen a Robin. Dexter aprovechó para saldar cuentas con un nuevo asesino, “El Desollador” y también emprendió otra aventura, la de la vida en pareja. Su novia Rita Bennet, (Julie Benz) madre divorciada de dos hijos, sobreviviente de un matrimonio violento –la pobre mujer no se distingue por saber elegir a los hombres-, es la fachada que Dexter necesita para aparentar normalidad ante la sociedad, su “máscara de sanidad”, como dijera el psiquiatra estadounidense Hervey Cleckley. Ahora tendrán un hijo y por ello, como muchas parejas, se casaron. Siempre pensé que el héroe –porque nos guste o no Dexter lo es- está condenado a la soledad. En ocasiones el compromiso resta interés a estos personajes. Pensemos en Peter Parker, alias Spiderman, o en el ogro Shrek. Pero en el caso de Dexter su posición como hombre de familia es un nuevo reto, como seguramente lo fue para John Wayne Gacy, el asesino en serie que era un devoto esposo de medio tiempo. Cumplir sus actividades homicidas con las presiones de la vida conyugal será una proeza indudable. La escena final de la temporada, con el baile nupcial de Dexter y su flamante esposa, es sumamente reveladora de lo que nos espera: la gota de sangre de Dexter sobre la blancura inmaculada del vestido de Rita. No puedo esperar.
Por cierto, pueden escuchar el podcast que Testigos del Crimen le dedicó hace tiempo.
viernes, 11 de junio de 2010
Fé de erratas

jueves, 10 de junio de 2010
Dos finales y un final final



lunes, 7 de junio de 2010
Los niños de hoy y el cine

Vayamos por partes, como el descuartizador. A Jonz debemos interesantes cintas como ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) y El ladrón de orquídeas (2002). En ambas demuestra su buen oficio y predilección por historias poco convencionales. Donde viven lo monstruos narra las andanzas de Max (Max Records), un niño de 8 años que persigue a su perro y comete todo tipo de estropicios enfundado en un inocente disfraz de lobo. Su indisciplina se desprende del divorcio de sus padres, del desapego de su hermana y del intento de su madre (Catherine Keener) por rehacer su vida sentimental.



sábado, 5 de junio de 2010
Voto de confianza

Es irónico que hable de una película infantil en el día en que se cumple el primer aniversario del incendio que cobrara tantas víctimas. Porque no sólo son víctimas los 49 pequeños muertos en la guardería ABC, o las docenas de niños con afecciones crónicas. Lo son también las docenas de padres, abuelos y tíos que nunca aceptarán la pérdida de sus seres amados. Ojalá desde el Cielo, porque los inocentes no pueden estar en otro lugar, les envíen fuerza a sus deudos para aprender a vivir sin ellos. A pesar de la indolencia de los gobiernos, la justicia para ellos debe llegar.
jueves, 3 de junio de 2010
Grand finale

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