Es muy propio de la naturaleza humana
juzgar negativamente lo diferente. Más si consideramos que es inferior a lo que
nosotros representamos. Lo demuestra todos los días ese fenómeno tan negativo –y
en alarmante crecimiento- llamado bullying –o abuso escolar- o nos lo topamos de frente cotidianamente en casi todos los ámbitos de la sociedad: la mujer indígena a la
que se le niegan servicios médicos, el discreto oficinista –ahora les dicen
despectivamente Godínez- que es
menospreciado por sus compañeros de trabajo o el trato despótico que da un funcionario
a una persona común y corriente que acude a denunciar un delito. Debemos tener
conciencia que todos nosotros, los que disfrutamos del horror y la fantasía,
somos parte de una minoría. ¿Cuántas veces no fuimos cuestionados –por nuestra
familia y amigos- por nuestros excéntricos
gustos? ¿Cuántas veces no fuimos tildados de satánicos o asesinos en potencia
porque reconocemos las luces y las sombras del hombre? Acabo de ver cómo mi buen
amigo Jorge Grajales, creador de los
maratones nocturnos de cine culto que mensualmente se llevaban a cabo en el
Centro Cultural José Martí –operado por la Secretaría de Cultura de esta
ciudad-, tras casi 14 años de vida, sufrió la incomprensión y pobres miras
institucionales. La mamá de una querida amiga, al más puro estilo de la
progenitora de Carrie White, rociaba sus libros de terror con agua bendita. La
abuelita de Guillermo del Toro,
cuando él era joven, le practicó dos exorcismos. Ser diferente es doloroso y,
en muchos casos, heroico. Ser fiel a tus obsesiones más elementales es un acto
de convicción y congruencia. La alternativa es la alienación, el ceñirnos a las
creencias de otros. No porque estas sean malas: simplemente se oponen a lo que
tenemos en la cabeza.
La anterior es una de tantas
invitaciones a la reflexión que nos ofrece el horror. En la cultura estadounidense
es curioso –y a la vez comprensible- que sus bondadosos protagonistas sean los
conocidos como White Anglo Saxon Protestants –protestantes blancos anglosajones-,
personas de la mejor posición social, casi siempre con raíces británicas, defensores
de las buenas costumbres que rechazan influencias externas a su cultura. Howard Phillips Lovecraft sabía muy
bien de este tema. Pero no quiero desviarme. George Andrew Romero, en su indispensable Noche de los muertos vivientes
(1968) introdujo una variante notable a esa idea: un héroe negro. Ben
(Duane Jones), hombre afro americano
–estamos en la era de la corrección- no sólo era el responsable de asegurar la
supervivencia de un grupo de personas enfrentadas al apocalipsis zombi,
sino tenía que oponerse a una amenaza mayor que estaba en el interior de su refugio:
el irracional hombre blanco Harry Cooper (Karl Hardman). En su desenlace, irónico y trágico, el orden era restaurado
por otros hombres blancos, que sólo representaban la ignorancia e
insensibilidad de nuestra especie. En su respetuoso remake (Tom Savini, 1990) colgaban a los muertos
reanimados de los árboles y los usaban como blancos para practicar tiro, o los
ponían a pelear en un redil para su diversión.
Los salvadores son llamados desdeñosamente
Rednecks,
granjeros blancos con un bajo nivel cultural y, por consiguiente, casi siempre irracionales.
La televisión moderna ha retratado su vida -con gran éxito- en reality shows como Llegó
Honey Boo-Boo y, con más notoriedad, gracias a Cletus Spuckler en la
amarillenta familia Simpson. De este grupo surge uno de los personajes más interesantes
de tiempos recientes, uno que ha despertado la fascinación de innumerables
mujeres –casi todas mis amigas desfallecen por él- y que sin duda compite en
aceptación con el protagonista de la serie. Ya he hablado de Daryl
Dixon (Norman Reedus) –y de
su malvado pero reivindicado hermano Merle (Michael Rooker)-, un ilustre Redneck
que ocupa una de las posiciones más privilegiadas del popular programa televisivo
The
Walking Dead. Sobre él dije en el pasado:
En
el caso de Daryl, es curiosa su creciente popularidad entre los espectadores.
En Internet leí comentarios que iban desde “Daryl, hazme tuya” a “Daryl, quiero
ser la madre de tus hijos”. Cuando concluyó la primera parte de la temporada,
quedó en un riesgo grave. Pude entonces percibir una auténtica preocupación que
tenía tiempo no atestiguaba. El atractivo del personaje radica en valores que
se fortificaron en el transcurso de la trama, como la entrega, la solidaridad,
la fortaleza y la integridad.
Hoy por hoy es Daryl quien me hará ver el resto de su cuarta temporada. A
diferencia de lo que algunos han especulado, no creo que se convierta en el
líder del clan. Su gran papel en el drama es del soldado eficiente, leal y,
cuando la situación lo amerita, el del fiero guerrero. Es quien siempre salva el día. Escuché –sentí- la más
sincera emoción en los últimos momentos del final capítulo, y más de una
persona me reveló su angustian cuando un zombi
lo sorprendió por la espalda. ¿Qué le depara el destino? Sólo podemos esperar. Lo
descubriremos en febrero.
A mí me frotaron con aceite del mismísimo país de Israel y creyeron que me iba a retorcer como gusano con sal... :P wemmbo.
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