Durante
años, la empresa Eastman Kodak Company
capitalizó una frase del dominio popular que es certera en muchas maneras:
“recordar es volver a vivir”. Podemos transportarnos a otras épocas de
incontables formas, como abrir un álbum de fotografías, escuchar una canción, reencontrar
un libro o pulsar la tecla de un control remoto. La idea de retroceder en el
tiempo es tentadora para todos, sea para volver a disfrutar otros momentos o
corregir los errores del pasado. Ejemplos sobre el viaje en el tiempo sobran, desde antecedentes notables que nos
ofrecieron Hans Christian Andersen, Mark Twain o Washington Irving, la novela fundacional del tema de Herbert George Wells (La máquina
del tiempo, 1895), ejemplos televisivos notables como los intrépidos Tony
Newman (James Darren) y Douglas Phillips (Robert Colbert) en
El
túnel del tiempo (1966-1967), los entrañables Marty McFly (Michael J. Fox) y Emmet Brown (Christopher Lloyd) de Volver
al futuro (Robert Zemeckis,
1985), el cándido Hiro Nakamura (Masi Oka)
de Héroes
(2006-2010) y el caso que inspira estas líneas.
Ayer en un
episodio de La Ley y el
Orden: Unidad de Víctimas Especiales ví como invitado al actor
estadounidense Scott Bakula, uno de
los héroes de mi juventud. Y a pesar que lo he visto en otras teleseries desde
entonces, no pude dejar de asombrarme por el paso del tiempo. Ahora es un
maduro y respetable señor, que sólo me aventaja por unos años. Pareciera que
fue ayer cuando encarnaba al Dr. Sam Beckett –ninguna relación
con el dramaturgo- en la joya noventera Viajeros en el tiempo (Quantum
leap), serie creada por Donald
P. Bellisario que tuvo una vida de 1989 a 1993.
No alcanzo
a describir los modos en que el programa cautivó –cautiva- mi imaginación. Las
aventuras del Proyecto Salto Cuántico, su artífice accidentalmente condenado
a vagar por el tiempo “corrigiendo lo que alguna vez salió mal”, su
“consciencia” holográfica Al
Calavicci (Dean Stockwell),
el operador Gooshie (Dennis Wolfberg)
y la computadora Ziggy (heredera el Hal-900 de 2001, Odisea del Espacio)
son parte importante de una época más simple que definió el adulto que soy. El
brillo y sonido característicos que anuncian cada viaje de Sam viven
indeleblemente en mi memoria al igual que el tema musical de Mike Post.
La variedad
de temas que el programa tocó va de la opresión de las minorías, la pena de muerte, la violencia
contra la mujer y la igualdad de derechos. Hubo tiempo también para misterios
sin resolver (“Nave fantasma, 13 de agosto de 1956” ), caer en un chimpancé (“Lo
equivocado, 24 de enero de 1961” )
y coquetear con la Historia ,
como la vez en que Sam cayó en el
cuerpo de Elvis Presley (“Melodía de
Memphis, 3 de julio de 1954” ),
conoce al joven Stephen King (“El
coco, 31 de octubre de 1964” )
o participa en los hechos que rodearon el asesinato del presidente John Fiztgerald Kennedy (“Lee Harvey Oswald, 5 de octubre de
1957- 22 de noviembre de 1963). En este último, en la percepción de su
fracaso, Al le revela que cumplió su misión. “En la historia original,
Jackie fue asesinada también”.
En su
episodio final (“Reflejo, 8 de agosto de 1953” ) Sam
regresó al día de su nacimiento –como él mismo-, se reencuentra con muchas
personas cuya vida cambió positivamente y conoce a Al, el cantinero (Bruce McGill), el responsable de su
aventura (Dios, el Destino o como quieran llamarle). Le reconoce todo el bien
que ha hecho y le da la opción de regresar a casa. Elige continuar su labor,
ayudando a alguien que lo merece: el propio Al,
tras ser prisionero de guerra en Vietnam y ser creído muerto en acción, sufre
el abandono de su amada esposa. Sam le
advierte que su marido está vivo y está por regresar a casa. Las cámara se desplaza hasta posarse sobre una fotografía de Al, que
comienza a resplandecer de la forma que bien conocemos. La serie finalizó con
una leyenda agridulce: “Beth nunca
volvió a casarse. Ella y Al tienen
cuatro hijas y celebrarán su trigésimo noveno aniversario de bodas en junio. El
Dr. Sam Beckett nuca regresó a casa”. Corregir la vida de su amigo, aún a costa
de su propio bienestar, es el mejor ejemplo de entrega y heroísmo que recuerdo.
El programa
tocó a muchas personas, como hizo su protagonista. Se organizan convenciones a su alrededor y ha alcanzado un estado semejante al culto. Cuando lo comentábamos en Twitter, mi
amigo Jorge Báez dijo algo muy
cierto: “nadie quiere un remake de Automan,
pero todos agradeceríamos uno de Quantum
Leap”. Al menos uno digno, porque la serie da para mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario