La
literatura es el cimiento de muchas joyas de otros medios de comunicación, como
el teatro, el cine, el cómic, la televisión, los videojuegos y el Internet.
Muchos intentos son lamentables; otros verdaderamente afortunados. Hoy hablaré
de uno de los segundos, y de él di cuenta hace unos meses.
Anoche se
estrenó en Latinoamérica, antes de lo que había previsto, la serie televisiva Hannibal,
producción de la National Broadcasting
Company (NBC), creada por Bryan Fuller
y basada en el más memorable personaje del escritor estadounidense Thomas Harris a quien Stephen King
calificó como “el Conde Drácula de la era de las computadoras y los teléfonos
celulares”. Es un personaje inolvidable que ha logrado colarse por méritos
propios al imaginario popular como el prototipo de esos personajes terribles y
sanguinarios conocidos como asesinos en
serie. Lo hacen fascinante su formación académica –es un reputado
psicólogo- y sus aficiones exquisitas –gourmet, enólogo, amante del arte y el
buen vivir-. Además mata gente –que en su filosofía lo merece- y la devora, el
último tabú. Esa dualidad, encarnada en el cine en tres ocasiones por Sir Anthony Hopkins, se ha ganado la
simpatía del público y logra con éxito que se ponga de su lado. Sin duda abrió
las puertas a otros famosos asesinos de la ficción contemporánea como el
analista de indicios hemáticos Dexter Morgan, creación del
novelista estadounidense Jeffrey Lindsay
e interpretado en la televisión por Michael
C. Hall. Pero de él hablaremos en otro momento.
Regresando
a la teleserie Hannibal, existen
cinco cintas que han ayudado a crearnos un retrato suyo: Sabueso (Michael Mann, 1986), El
silencio de los inocentes (Jonathan
Demme, 1991), Hannibal (Ridley Scott,
2001), El Dragón Rojo (Brett
Ratner, 2002) y Hannibal, el origen del mal (Peter Webber, 2007), en las que lo han interpretado Brian Cox, Hopkins y Gaspard Ulliel. El segundo dejó la
impresión más poderosa en nuestras mentes con su mirada penetrante o sus
“alubias y un buen Chianti”. Le valió incontables reconocimientos, entre ellos
el codiciado Oscar como Mejor Actor. De ahí viene uno de los logros de la
serie, la actuación del danés Mads
Mikkelsen en el protagónico, que se aleja de lo que conocemos e imprime
matices sutiles, refinados y amenazantes, como un gato que observa a su presa.
En su momento su creador, Thomas Harris,
en labios de la protagonista de su segunda aventura Clarice Starling, que la
voz del asesino tenía una “leve aspereza metálica”.
En Hannibal
se describe el inicio de su relación con el investigador Will Graham, que corre en
paralelo a sus actividades antropófagas plenamente establecidas. Su futuro Némesis es otro aspecto interesante de la
serie. El personaje ya había sido encarnado en el pasado por William Petersen –el Gil Grissom de C.S.I.- y Edward Norton.
Ahora lo hace Hugh Dancy, quien lo
representa como un hombre solitario, retraído y torturado, que rescata perros de
la calle, consciente –como su par literario- del monstruo que vive en su
interior y puede desatar sus amarras en cualquier momento. Lecter le reconoce el mérito de observar las cosas desde la
posición de su presa. Incluso se convierte en asesino para reconstruir los
hechos que indaga en su mente. Y eso no debe ser agradable. “Graham sabía
perfectamente bien que estaban en él todos los elementos para cometer un crimen”,
decía Harris.
Posteriormente
destaco el aspecto visual de la serie, que aunque se ambienta en nuestra época
–y no en los ochenta, como la novela- posee una imagen deslavada que me
recuerda mis fotografías de la infancia y retrocede la acción para describir el
razonamiento de Graham. Algo
semejante sucede con el vestuario de Christopher Hargadon y la sobria partitura
de Brian Reitzell, todos a las órdenes de David
Slade, cuyo trabajo conocemos bien en Niña mala (2005) y 30
días de noche (2007). Como valor adicional, algunos de los episodios
sucesivos serán dirigidos por nuestro compatriota Guillermo Navarro, cinefotógrafo de cabecera del siempre admirado Guillermo del Toro.
El resto
del cuadro está conformado por un sólido reparto de apoyo en el que sobresale Laurence Fishburne como Jack
Crawford, que en los libros es un hombre de raza blanca. Otro cambio
sutil lo representa la Dra.
Alana Bloom (Caroline Dhavernas), que el
su forma original es un académico (varón) de la Universidad de Chicago.
Y las referencias a otros personajes del “Universo Lecter” son muy disfrutables,
desde la de Freddie Lounds (encarnado antes por Stephen Lang y Phillip
Seymour Hoffman), “periodista” del National Tattler, a Garrett Jacob Hobbs, criminal que dejó terribles secuelas en la
mente del héroe. Recuerda Harris: “Garmon Evans, un ex asistente médico del
Hospital Naval de Bethesda, dijo que Graham fue alojado en el pabellón de
psiquiatría poco después de haber matado a Garrett Jacob Hobbs, el Gavilán de Minnesota. Graham dio muerte
de un disparo a Hobbs en 1975, cerrando el octavo mes de reinado de terror de
Hobbs en Minneápolis”. Luego están situaciones que ya conocemos, desde su
vocación culinaria (como ese flambée
que casi se antoja), su talento para el dibujo, su memoria prodigiosa o que
escuche Las variaciones de Goldberg
de Johann Sebastian Bach.
El
resultado es una serie prometedora que ha recibido incontables alabanzas. Al
menos así lo comprobé ayer en la red. Contrariamente, uno de mis más respetados
colegas opinó que la encontró aburrida. “Hannibal
llega tarde a un mercado saturado”. Estoy de acuerdo en lo segundo, pues el
tema criminal es muy recurrido en la televisión contemporánea, desde C.S.I., Dexter, Criminal minds, El Mentalista, Bones y demás (dejo aparte los programas del llamado true crime). Y entre tantas opciones se
erige como una que tiene raíces sólidas, personajes fascinantes y una propuesta
original que se aleja del estilo de video clip del que se aprovechan muchas. En
opinión de mis ilustres colegas representa el inicio de una “nueva era dorada
del horror en la televisión. Thomas Harris debe estar doblemente satisfecho.
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*Texto originalmente publicado en la página web del Festival Mórbido.
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