Ayer
concluí un viaje en montaña rusa que duró 13 semanas. Mi compañero de asiento
fue Hannibal
Lecter, reputado psiquiatra, gourmet, diletante de lo exquisito y
asesino serial antropófago de medio tiempo. En repetidas ocasiones he dedicado
todas las alabanzas posibles a la creación de Thomas Harris, que ha sido distinguida por Sthephen King como “el Conde Drácula de la era de las
computadoras y de los teléfonos celulares”. Califiqué así la experiencia no
porque la teleserie estadounidense
desarrollada por Bryan Fuller fuera
un derroche de emociones, sino por la variedad de emociones que me causó. En
los momentos que amenazaba con caer estrepitosamente, sucedía algo que me hacía
mantenerme al borde del asiento. Una experta definió bien el espíritu del
programa: “es como ir a cenar a Au Pied
De Cochon, instalarte en su lujo, leer la carta, ordenar una entrada
sofisticada y vibrante, aguardar con entusiasmo y recibir una deliciosa sopa Vips”. No porque esta última sea mala
–es uno de los pequeños grandes placeres de la vida-, sino porque el resultado
no fue acorde a mis expectativas.
Los altibajos de su trama –el otro día leí a
una médico cirujana que criticaba sus errores procedimentales- son compensados con
creces por sus aportaciones: una retorcida galería de criminales de apoyo
–juguemos a darles nombre artístico: el “Asesino de los Hongos”, el “Hacedor de
Ángeles”, el “Músico Asesino”, el “Asesino del Tótem”, el falso “Destripador de
Chesapeake”, la “Asesina de las Máscaras”-, una deslumbrante puesta en escena,
sólidas actuaciones y un protagonista –encarnado sobriamente por el danés Mads Mikkelsen- cuya efectividad está
lejos de cualquier cuestionamiento. Ahí podrá residir la primera objeción. El
programa, a pesar que se llama como el caníbal más reconocido de la ficción, no
define claramente en quién enfoca el reflector. Por momentos el equipo de
guionistas liderado por Fuller centra su atención en Will Graham (Hugh Dancy) y reduce la participación del
estelar a un rol secundario, “como damo
de compañía” según otra especialista. Y eso no es del todo cuestionable si
consideramos que ambos actores comparten créditos al inicio y porque la
historia se centra en su relación previa al confinamiento del segundo. Es
difícil olvidar que el programa se llama Hannibal.
Punto. Queremos más del buen Doctor. Refuerza esto el hecho de que sus mejores
momentos son los que se acercan a lo descrito por Harris en Dragón
Rojo: la cacería a Garret Jacob Hobbs, El
Gavilán de Minnesota (Vladimir
Jon Cubrt) o las apariciones de la poco escrupulosa reportera
sensacionalista Freddie Lounds –transmutada en Fredricka (Lara Jean Chorostecki), estrella del
blog TattleCrime.com- y del Dr.
Frederick Chilton (Raúl Esparza),
psiquiatra de aptitudes dudosas y futuro “carcelero” de Lecter. Él, como buen jugador de ajedrez, se mueve ágilmente para
ocultar su identidad y lo que parecía un grave error –“Hannibal no puede dejar semejante cabo suelto”- resulto al final
–como momentos aparentemente ingenuos- parte de un gran plan. Fue curioso que
la última escena mostrara a los antagonistas del otro lado del espejo en las
remozadas mazmorras del Hospital Estatal de Baltimore para Criminales Dementes,
presagio fatal de lo que vendrá.
No me siento
tan preocupado por el destino de Will
Graham como por la suerte del programa. Sus productores han declarado su
intención de extenderlo por siete temporadas. Yo me pregunto “¿cómo harán para
sostener el argumento durante tanto tiempo?”. Por lo pronto, a pesar de la
variada respuesta de la crítica y la audiencia, se ganaron un segundo periodo y
el beneficio de la duda.
--
*Texto publicado ayer en la página web de Mórbido.
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