Monsters, Inc.,
la maravillosa película animada dirigida en 2001 por Pete Docter (en contubernio con Lee Unkrich y David
Silverman) para los estudios Pixar
–distribuída por la casa Disney-, es
una obra cercana a la perfección. La historia del propio Docter, Jill Culton, Jeff
Pidgeon y Ralph Eggleston nos presentó a dos personajes entrañables: el “asustador”
profesional James T. Sullivan (voz
en ingles de John Goodman) y su
asistente ciclópeo Mike Wazowski
(voz original de Billy Cristal), dupla
que labora en una gran factoría –que da nombre a la cinta- y emplea tecnología que
comunica su mundo con el nuestro a través de las puertas de los armarios de los
dormitorios de los niños. Todas las noches las cruzan sigilosamente, y al
aterrar a los inocentes habitantes del otro lado obtenían energía para su orbe,
lo que hacía su labor indispensable para la supervivencia de su sociedad. El
dilema surgía con la pequeña de dos años Mary –Boo para los cuates-,
quien cambió en más de una manera su percepción de la realidad. El resultado nos
hace experimentar un sinfín de emociones –desde la risa más estridente, ternura
y sobresalto- y nos permite comprobar la magia de ese territorio llamado
infancia. Entre los méritos de su versión hablada en español destaca el logrado
doblaje de Víctor Trujillo como Sullivan y Andrés Bustamante como Wazowski,
comediantes fundamentales de mi adolescencia. Su anécdota y mensaje final –la risa
es más poderosa que el miedo y no todo lo diferente es malo- son insuperables. El
filme es un paquete muy bien cerrado que ofrecía pocas posibilidades de una
secuela directa. Su inmenso éxito comercial –más de medio billón de dólares alrededor del mundo- hizo inevitable que Disney –hoy
dueña de Pixar- pensara en otra película. El dinero manda. Y la verdad es que
se tardó demasiado. Como era difícil ir hacia adelante, eligieron el camino
obvio: ver hacia atrás.
Esa es la premisa de Monsters
University (Dan Scanlon,
2013), una precuela impecable y
deslumbrante, que hace alarde del avance de los recursos tecnológicos que no dispuso
la primera aventura. El guión de Daniel Gerson, Robert L. Baird y Dan Scanlon
se remonta a la infancia de Wasowski
(voz nuevamente de Billy Cristal y Andrés Bustamante) y su resolución para
convertirse en un “asustador” a pesar de su simpático aspecto. Al llegar a la
adolescencia ingresa al recinto educativo que del título de la película, donde
conoce al joven Sullivan (otra vez John Goodman y Víctor Trujillo), miembro de
una popular familia de “asustadores”. Diametralmente opuestos, entablan una
gran amistad que habrá de convertirlos en una de los más fructíferos dúos de su
medio. La coincidencia se encuentra en las diferencias. El conjunto, si bien es
divertidísimo y espectacular, no deja de hacerme sentir que es innecesario. No
iguala remotamente a la contundencia de la primera película. La veo como un gran
divertimento, como un producto realizado con la intención de arrastrar a las grandes
multitudes de niños al cine, que sus padres les compren cuantas golosinas les
permita su bolsillo, consuman “cajitas felices” en la hamburguesería de su
preferencia y hagan filas para adquirir el DVD –o BluRay- cuando salga a la
venta. La gracia de Monsters University
radica en la curiosidad, en ese ensamble de inadaptados convocados por
Wasowski, en la aparición del “pejelagarto” Randall Boggs (Steve Buscemi de nuevo), en ver
enfundada en un uniforme de trabajo a la malhumorada Roz o en esa fotografía del pasado con Henry J. Waternoose III, otrora
cabeza de la empresa que usaba un look
similar al del pintor Bob Ross o los
jugadores de los Harlem Globetrotters.
E instalándonos en nuestros terrenos –el horror-, el susto final que ejecutan Wasowski y Sullivan en una cabaña con una vista semejante a la de Crystal
Lake, es un momento estupendo. La gran moraleja, “puedes llegar tan
alto como desees si verdaderamente te lo propones, sin importar tu origen o
aptitudes”, entra en conflicto con otra que advertí, alarmado: “No importa una
carrera universitaria o romper las reglas. Siempre puedes escalar posiciones
desde abajo”. Rescatando lo mejor, la honestidad de Sullivan puede enseñar a
los niños que todas las acciones tienen consecuencias. La conclusión de la
cinta, el primer día de trabajo del par, es sólo el preámbulo a una experiencia
mayor que resume el entusiasmo de Wasowski:
“no puedo esperar”.
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