Volví la cabeza para
mirar la estantería que tenía detrás y cuando miré de nuevo hacia delante vi a
Sherlock Holmes sonriéndome al otro lado de mi mesa. Me puse en pie, lo
contemplé durante algunos segundos con el más absoluto asombro, y luego creo
que me desmayé por primera y última vez en mi vida. Recuerdo que vi una niebla
gris girando ante mis ojos, y cuando se despejó noté que me habían desabrochado
el cuello y sentí en los labios un regusto picante a brandy. Holmes estaba
inclinado sobre mi silla con una botellita en la mano.
Todos lo sabíamos. Desde los últimos
momentos de La caída de Reichenbach, el último episodio de la segunda temporada de la brillante teleserie británica Sherlock,
y pese a los nefastos acontecimientos que todos conocemos, observamos al
protagonista (Benedict Cumberbatch) contemplar a su acongojado socio John
Watson (Martin Freeman)
hacer una petición frente a su tumba: “por favor no estés muerto”.
El deseo del galeno, dos años y un
abundante bigote después –para nosotros fueron 20 larguísimos meses-, se hizo
realidad. Su reacción no fue lo civilizada –completamente británica- que nos
mostró Arthur Conan Doyle en su
regreso triunfal en 1903 –en La aventura de la casa vacía-. Se le
fue lanzó a golpes encima, con la contagiosa ¿Qué pasó, Yolanda? de Pink Martini como música de fondo. Su respuesta
fue congruente, pese al improvisado disfraz del héroe. El homenaje no podía
hacerse esperar, como bien nos han enseñado los creadores del programa, Steven Mofat y Mark Gatiss. “No voy a aparecérmele como un anciano”. El abrazo
entusiasta que le dio el Inspector Lestrade (Rupert Graves) al volver a verlo fue el
de sus miles de fieles. Y todos sonreímos satisfechos.
Los 86 minutos que duró el episodio,
precedido por lo que nos enseñó la literatura y el afortunado mini capítulo Muchos
felices regresos, fue una delicia de principio a fin, con incontables alusiones
a casos memorables de Holmes –la Rata
Gigante de Sumatra como es mencionada en El vampiro de Sussex, el
duelo intelectual entre los dos Holmes
en La
aventura del intérprete griego y La aventura del carbunclo azul, la
introducción de Mary Morstan (Amanda
Abbington) como la vimos en El signo de los cuatro o esa desaparición
que Holmes resuelve rápidamente, clara
mención a Un caso de identidad. Además, Gatiss (quien escribió el guión) se
permitió incluir referencias holmesianas tomadas del cine, de la
cinta Estudio en terror (James
Hill, 1965) al reciente díptico dirigido por Guy Ritchie.
El feliz retorno, con nuestro héroe
reivindicado y la solución de un atentado terrorista de grandes proporciones, sólo
propicia grandes preguntas: ¿quién es el misterioso individuo que al final observa
a nuestro héroe en video? ¿Moriarty está
realmente muerto? ¿El Moriarty que
vimos suicidarse es realmente James Moriarty, el Napoleón
del Crimen?
El próximo jueves veré el penúltimo capítulo
de esta tercera temporada. “De lo bueno, poco”, dicen popularmente. Para
finalizar me regodearé citando lo que escribí en abril de 2012:
La
clave seguramente se encuentra no en lo que reveló la última escena, sino en
los detalles que pasamos por alto: la aparente traición fraterna, la charla con
la médica forense Molly Hooper (Louise Brealey), el ciclista que
derriba a Watson. “La gente ve, no observa”, dice Holmes todo el tiempo.
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