Según el IMDB, el 4 de marzo de este año cumplió 90 años de vida Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau, joya del expresionismo alemán, una obra maestra. He aquí el cartel que la Comic Con de San Diego le dedica...
viernes, 29 de junio de 2012
jueves, 28 de junio de 2012
Oscuras maravillas
Alicia
en el país de las maravillas (1865) es el relato
más reconocido del académico y matemático inglés Charles
Lutdwige Dodgson, quien firmaba los escritos que sus colegas jamás
reconocerían como Lewis Carroll. En él
y su continuación, Alicia a través del espejo (1871), encontramos todo tipo de
simbolismos que han sido el deleite de psicoanalistas de nuestra era. Son
textos de lecturas inagotables. Las novelas son críticas claras a la razón y el
rigor que dominaba el periodo victoriano, reflexiones brillantes sobre los
temores del niño en su transición a la pubertad, ese momento donde su persona
aún no está definida, con sus incontables cambios corporales y anímicos. Son
textos influyentes, continuamente trasladados a todos los medios. Hablemos de
cine (por sólo citar un campo), desde la versión edulcorada de Disney (Alicia
en el país de las maravillas, Clyde Geromini, 1951), el estupendo
cortometraje del checo Jan Švankmajer
(Alice,
1988) y la espectacular (pero fallida, en mi humilde opinión) adaptación de Tim Burton (Alicia en el país de las maravillas, 2010). Y en las artes escénicas
no ocurre algo distinto. La bibliografía documenta estupendos ejemplos de
obras, óperas, espectáculos dancísticos y lecturas dramatizadas. Eso nos lleva inevitablemente
a Eduardo Ruiz Saviñón.
Co-fundador de la propuesta mexicana denominada Teatro Gótico, Eduardo ha dignificado y
defendido a lo largo de 40 años el horror y la fantasía (géneros no reconocidos
en su medio) a través de montajes como El caballo asesinado, El
vampiro de Londres, El Vampiro, Juegos profanos, El
fantasma del Hotel Alsace, Asfódelos, Yo es otro (sinceramente suyo,
Henry Jekyll), De niños y otros horrores, Macario,
El
de la triste figura, El hombre que fue Drácula, Zombicentenario y la obra que inspira estas líneas, entre muchísimas
otras. Sobre él, su hermano de elección Vicente
Quirarte piensa que es un hombre que “ha sabido y podido mantenerse fiel a
los fantasmas que desde sus primeros años lo encontraron para iniciarlo y
convertirlo en lo que ahora es: un cazador de sombras que anhela la claridad,
un alquimista que purifica el horror para transformarlo en belleza”. A lo largo
de los años, Eduardo regresa cíclicamente a una de las puestas que más ama, Alicia
subterránea. La han hecho carne en diferentes foros actores
talentosísimos como la imprescindible Elena
de Haro (corazón y Suprema Sacerdotisa del Teatro Gótico), Luis Miguel Lombara, Simón Guevara, Adrián Joskowicz, José
Roberto Hill (q.e.p.d.) y Leonardo
Mackey. En todos los casos Eduardo y sus intérpretes han encontrado una de las
líneas argumentales más interesantes del relato: el sueño de la pequeña Alicia con su viaje al inframundo, su locura y sus personajes delirantes es, en
realidad, una pesadilla.

El montaje brilla en su parte visual, con
escenografía, diseño de vestuario y pintura escénica de Liliana Mercenario Pomeroy, virtuosa artista avecindada en Cuernavaca, y un
diseño de arte y máscaras de Roberto
Ortiz, creativo del maquillaje laureado por su trabajo en cintas como Apocalypto
(Mel
Gibson, 2006), Kilómetro 31 (Rigoberto Castañeda, 2006), El infierno (Luis Estrada, 2010) y Pastorela (Emilio Portes, 2011), apoyado por el talento y vigor de Priscilla Pomeroy. Todo lo anterior, junto a la música original de Juan Pablo Villa, convierte el
espectáculo en una experiencia que el diletante de lo oscuro no puede perderse.
Con la obra Eduardo pretende continuar la tradición de su teatro, pero sobre
todo llegar a nuevos públicos. El Teatro Gótico tiene una gran cantidad de
adeptos ganados a pulso, pero nunca deja de nutrir sus filas. Como el horror y
la fantasía, su búsqueda es inacabable.
--
Alicia subterránea se presenta en el Telón de Asfalto. Consulta sus horarios aquí.
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Alicia subterránea se presenta en el Telón de Asfalto. Consulta sus horarios aquí.
*Las fotos fueron tomadas por mi querido Guillermo
Benítez.
martes, 26 de junio de 2012
Defender las sombras
En muchos sentidos, México es el país del revés. Hablemos
de las telenovelas, por ejemplo. Concebidas como dramas diurnos dirigidos a
amas de casa, patrocinados generalmente por compañías jaboneras (de ahí su denominación
en inglés, soap operas), aquí ocupan
el horario estelar y atraen a todo tipo de públicos. Si bien sus tramas pueden
calificarse de medianas a infames (estas son la especialidad del duopolio
televisivo), han producido títulos cuya duración se ha extendido por décadas,
como Hospital General, Días de nuestras vidas o Todos mis hijos. Y entre ellas brilló Sombras
tenebrosas (Dark shadows), creación del productor de cine y televisión estadounidense
Dan Curtis, que tuvo una corrida regular
entre 1966 y 1971. Durante su primer año la telenovela bordeó constantemente el
abismo de la cancelación. Esto era difícil de suponer porque al poco tiempo su
trama básica, ideada por Art Wallace, comenzó a incluir fantasmas y
reencarnaciones, temas inusuales en este formato. Pero el programa recibió
sangre nueva con la aparición del vampiro Barnabás Collins, interpretado por
el actor shakespereano Jonathan Frid,
heredero incuestionable del Drácula de Bram Stoker y del anhelo de darle vida de Curtis (el hombre cumplió
su sueño en 1973 con el noble vampiro encarnado, aunque ustedes no lo crean,
por Jack Palance). De ahí en
adelante sus Sombras tenebrosas se
convirtieron en un fenómeno, un auténtico objeto de culto que ha inspirado
estudios sociológicos, mercadería, convenciones, una película (1970), un intento
fallido de revivirla en televisión (con Ben
Cross como el protagonista) y gracias a uno de sus declarados admiradores, Tim Burton, una nueva versión
cinematográfica.
Los descalabros anteriores (del mayor di cuenta en
este blog)
de Burton, cineasta al que admiro sobremanera, me hicieron acudir con enormes
reservas, sobre todo porque las fotos de Johnny
Depp caracterizado como Barnabás
Collins –a medio camino entre un Emo y Michael
Jackson- no me convencían y ninguna crítica que leí le reconocía mérito
alguno. Tal vez por eso la sorpresa fue tan grata. Sombras tenebrosas (2012),
muy lejos de ser su mejor cinta, es una obra con una espléndida fotografía de Bruno
Delbonnel, un brillante diseño de arte de Chris Lowe, una banda sonora –sepultada
entre clásicos de los setentas- de Danny
Elfman y un vestuario de la siempre eficaz Coleen Atwood. El guión de John
August (responsable de los de Gran pez, Charlie y la fábrica de chocolate
y El
cadáver de la novia) y Seth
Grahame-Smith (autor de Orgullo y prejuicio y zombies y Abraham
Lincoln: cazador de vampiros) ha sido lo más criticado. Sus detractores reprochan que no se decide
por un género. Eso es cierto, porque por momentos es una cinta de horror (la
masacre a esos "amables jóvenes sin rasurarse"), una comedia y concluye como un
drama romántico. Pero a pesar de todo es respetuoso al espíritu que Wallace y
su equipo de escritores dieron a la telenovela en su apogeo. De ahí proviene su
atractivo. En una época donde se ha vulgarizado hasta el hartazgo la figura del
vampiro, el que un cineasta decida hacerlo voluntariamente es algo refrescante.
No porque el protagonista brille como diamante y se dé golpes de pecho por ser
un asesino, sino por enfrentar a un monstruo clásico al colorido de la década
en que nací (“no tenemos caballos, tenemos un Chevy”, “revélate, pequeña
hechicera” o la fatal y gigantesca letra M).Barnabás Collins, pese a su aspecto, es un vampiro como Dios manda: un depredador sin remordimientos ("perdonen, pero tengo 200 años encerrado e imaginarán mi sed").
La trama va así: a finales del siglo XVIII, Barnabás
Collins (Depp) es el hijo de un terrateniente inglés que emigra a
Estados Unidos, emprende un próspero negocio pesquero en las costas de Maine,
funda el pueblo de Collinsport y construye la espectacular mansión Collinswood.
Barnabás se enamora de la bella Josette
du Pres (Bella Heathcote) y
rompe el corazón de su antigua amante Angelique Bouchard (Eva Green), quien no sólo pertenece a una
clase social inferior a la suya, sino que es una bruja. Como no hay infierno más grande que una mujer
despechada, Angelique lanza una
maldición que arrastra a su rival al suicidio, asesina a los Collins y convierte al joven en un vampiro que
encierra en un ataúd. 200 años después, unos obreros liberan por accidente al
cautivo, quien acude al llamado de la sangre. Se reencuentra con su heredad,
ahora un lugar ruinoso, y sus disfuncionales descendientes: la matriarca Elizabeth
Collins Stoddard (Michelle
Pfeiffer), su alcohólico y desobligado hermano Roger (Jonny Lee Miller, el malvado motivador
de la quinta temporada de Dexter), su rebelde hija Carolyn
(Chloë Grace Moretz, la vampira del
remake estadounidense de Déjame entrar y la sobrina de Georges Meliés en Hugo), su sobrino David (Gulliver McGrath) y sus servidores la Dra. Julia Hoffman (Helena Bonham Carter) y Willie
Loomis (Jackie Earle Haley, el
Rorschach
de Watchmen
y el nuevo Freddy Krueger), el mozo de la propiedad y su futuro Renfield.
Así, el vampiro se propone devolver la gloria al patrimonio de su familia. Esto
no es fácil, porque la malvada Angelique
ha sobrevivido y establecido una poderosa empresa pesquera que ha devorado a
sus competidores. Dice la expresión popular que donde hay fuego, cenizas quedan,
y la relación amor-odio revive (su exabrupto de pasión es delirante).
Sombras
tenebrosas es una cinta que no amerita mayor academización,
pues es la adaptación cinematográfica de una telenovela. Sus gags pueden parecer previsibles, cierto, desde el casi elemental momento donde el vampiro realiza algo cotidiano frente a un espejo que no lo refleja (lavarse los dientes, en este caso) hasta estupendos momentos donde duerme apaciblemente colgado de un cortinaje, oculto en la parte superior de un armario o una caja de cartón, hasta que finalmente se decide por el clásico féretro. Con todo, la cinta es un divertimento
impecable con dos méritos fundamentales: adaptar muy bien el espíritu de su
original, un relato donde tenían cabida romance, fantasmas, zombis, hombres
lobo, brujas, vampiros, monstruos hechos por el hombre, reencarnaciones e,
incluso, viajes en el tiempo y universos paralelos (antecede muy bien a Buffy,
la cazavampiros) y brindar una serie de guiños al seguidor de lo
burtoniano y lo fantástico, como esos parlamentos que retoman líneas de Batman
regresa y Gran pez, las imágenes extraídas de El extraño mundo de Jack (el
huerto de calabazas o el vampiro cubriéndose con una sombrilla que me
encantaría comprar), el movimiento húngaro de muñecas de Ed Wood, esa escalera reptílea
tomada de Bleetlejuice, el despertar del vampiro y sus dedos alargados,
tan característicos de Nosferatu, o el bastón del
protagonista, que es idéntico al que usara su par televisivo décadas atrás.
Incluso su primera fotografía oficial, que muestra al clan Collins y donde Depp no ocupa la posición principal, es idéntica a
la que se usara la telenovela en su momento. Situar la trama en 1972 no me
pareció una mala idea. Lucra con la actual moda popularizada por películas como
Super
8 (J. J. Abrams, 2011), Hombres
X: primera generación (Matthew Vaughn, 2011) y Hombres de negro 3 (Barry
Sonenfeld, 2012). Por cierto, de esta última no he hablado (nota mental). Como
dije, la partitura de Elfman no es su más notable colaboración con Burton
porque la banda sonora incluye, para ambientar la historia, temas como Nights
in white satin de The Moody
Blues, Top of the World de The
Carpenters, You're the first, the last, my everything de Barry White, No more Mr. Nice Guy y Ballad
of Dwight Fry de Alice Cooper,
“la mujer más fea que existe” y quien tiene una aparición especial. De
presencias memorables destacan la de Sir Christopher
Lee como un personaje digno del memorable relato de Hermann Melville, y la fugaz de Jonathan Frid, el vampiro original,
rodada meses ates de su muerte física el 14 de abril de 2012. Y él no fue el
único elemento nostálgico, sino Kathryn
Leigh Scott, Lara Parker y David Selby, miembros del elenco
original.
La aparición se estas venerables figuras puede
resumir el argumento: “la familia es la mayor riqueza” y “toda familia tiene
sus demonios”. Porque Burton es hoy en día un hombre de familia, con una muy excéntrica
esposa (la Bonham Carter) y dos hijos macabros. Su primogénito, en una foto que
recuerdo, parecía sacado de una de sus primeras cintas. Y ambos son ahijados del
mismo Depp. Sin duda un clan peculiar, como el de todos. Como los Adams,
una familia muy normal.Y al final hacen lo que todas deberían: "sobrevivir". Michelle Pfeiffer ha abrazado la posibilidad de una secuela en algunos medios. Ello dependerá de su éxito económico que, hasta donde sé, no va muy bien que digamos. Pero el vampiro, como sabemos, se caracteriza por su capacidad de sobrevivir.
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viernes, 22 de junio de 2012
Oscura perfección
Alien
(1979), el segundo largometraje de Sir Ridley
Scott (porque ya se ganó un título nobiliario) es una película cercana a la
perfección. No sólo es considerada la séptima mejor película de ciencia ficción
de todos los tiempos por el American
Film Institute, sino que representa el matrimonio perfecto con otro género
considerado menor por muchos: el horror. Es también la primera incursión del
cineasta en el tema y, por mucho, una de sus mejores obras. Alien atrae las miradas nuevamente por
el estreno de Prometeo (2012), y las comparaciones son inevitables. Ya dije
que la segunda no alcanza la dimensión de su hermana mayor pese a su
espectacular puesta en escena, pero puede disfrutarse como el digno inicio de
una saga desigual e increíblemente lucrativa.
El principal atractivo de Alien es su horrendo protagonista,
surgido de las pesadillas del artista visual suizo Hans Rudi Giger, un ser fascinante, alabado por su naturaleza e
integrante ya de la cultura popular de occidente. Mi amigo y mentor Ricardo Bernal siempre destaca su ausencia
de ojos como un elemento clave para infundir miedo. Así como generaciones
previas se aterraron y maravillaron por las creaciones de Bela Lugosi, Boris Karloff
y compañía, el Alien es uno de los
monstruos favoritos de nuestra era. Es el centro de una de mis cintas
favoritas. Sobre ella se ha escrito y dicho mucho. La entrada que Pedro Duque le dedica en Arañas
de Marte, videoguía de invasiones alienígenas (Glenat, 1998) la describe
muy bien, por eso reproduzco el texto:
Alien,
el octavo pasajero es indudablemente una de las
mejores películas de ciencia-ficción de todos los tiempos. No sólo fue una
inflexión en el género, sino que también le dio al aficionado a las monster movies lo que le venían prometiendo durante más de
tres décadas y casi nunca se cumplió: un monstruo auténticamente terrorífico,
abundante gore y emociones que
congelaban las palomitas en las tripas. Y no es que el argumento de Dan
O´Bannon (basado en un relato firmado por él mismo y Ronald Shusett) fuera
precisamente novedoso; It! The terror beyond space (1958) o
Queen
of blood contaban prácticamente la misma historia, pero con unos valores
de producción mínimos y una ingenuidad formal que las aleja del perverso terror
gótico que supura esta pesadilla extremadamente vívida.
Por
otro lado, el inolvidable diseño de producción recrea un futuro totalmente
opuesto a la asepsia de 2001: una odisea en el espacio y
otras cándidas visiones del espacio, como un lugar limpio y controlado. En el
futuro del Nostromo las naves son sucias, oscuras y húmedas, propiedad absoluta
de una mefistofélica compañía comercial y tripuladas por navegantes más
parecidos a soldados de fortuna que a cadetes dl espacio. Mención aparte merece
la visión enferma y genial de H. R. Giger, creador de los decorados
satánicamente orgánicos y del mítico Alien –animado por Carlo Rambaldi y su
equipo-, directamente salido de la fangosa imaginación de H. P. Lovecraft, una
despiadada forma de vida que ya forma parte de las pesadillas contemporáneas.
jueves, 21 de junio de 2012
La sabiduría del androide
Comenzaré jugando al abogado del Diablo. A pesar del
descontento y desilusión de muchos, Prometeo (Ridley Scott, 2012) no es una mala película. No fue lo que
esperaba, cierto, pero es una cinta a la que no puede reprocharse nada en sus
aspectos técnicos. La fotografía de Daruisz Wolski es grandiosa, espectacular
por momentos –su secuencia inicial, por ejemplo-, al igual que el Diseño de
Arte de Marc Homes, que retoma la imaginería que Hans Rudi Giger hizo popular
cuando se estrenó Alien en 1979 y que se ha integrado ya a la cultura popular de
occidente. De ahí proviene el malestar. Desde que su afamado director dijera
que su nuevo proyecto tenía "ADN de Alien” las expectativas
que todos nos fijamos fueron las más altas, sobre todo porque se especulaba era
la precuela de una de las obras más inteligentes de su tiempo, la séptima mejor
película de ciencia ficción de todos los tiempos según el American Film
Institute, una verdadera joya.
Las fallas emanan del guión de Damon Lindelof –quien fuera parte esencial del éxito de la teleserie Lost- y John Spaihts. Pero si el espectador logra superar sus inconsistencias, podrá disfrutar el gran espectáculo. Las fallas son muchas, también es cierto. Una de las que más aborrecí fue que dos de los expedicionarios –científicos a diferencia de los pilotos de la primera aventura- se encuentran con un organismo alienígena en un planeta desconocido, luego de ver una pila de cadáveres, se aproximan a él como si se tratara de un lindo gatito. Merecieron su horrible destino. Por lo demás sus actuaciones son competentes: Noomi Rapace (la original Chica del Dragon Tatuado) como una arqueóloga que cree en Dios, Charlie Holloway como un científico desilusionado por no obtener las respuestas que anhelaba, Idris Elba como un capitán con una repentina vocación heroica, Charlize Theron –desaprovechada- como la hija del patrocinador del viaje y Guy Pierce –cubierto de kilos de maquillaje- como Peter Weyland, el malvado promotor de la desgracia y genio detrás de la ambiciosa y poco escrupulosa Weyland-Yutani –antes de fusionarse con la segunda-, una transnacional más siniestra que McDonalds, Microsoft, Walmart y Televisa Networks juntas. El mejor elemento del reparto –y posiblemente del filme- es sin duda David (Michael Fassbender), un androide que juega basketball en bicicleta, espía los sueños ajenos, se tiñe el cabello y ve Lawrence de Arabia para matar el tiempo. David se aleja notablemente de su sucesor Bishop (Lance Henriksen) en tanto viola las tres leyes de la robótica concebidas por Isaac Asimov.
Las fallas emanan del guión de Damon Lindelof –quien fuera parte esencial del éxito de la teleserie Lost- y John Spaihts. Pero si el espectador logra superar sus inconsistencias, podrá disfrutar el gran espectáculo. Las fallas son muchas, también es cierto. Una de las que más aborrecí fue que dos de los expedicionarios –científicos a diferencia de los pilotos de la primera aventura- se encuentran con un organismo alienígena en un planeta desconocido, luego de ver una pila de cadáveres, se aproximan a él como si se tratara de un lindo gatito. Merecieron su horrible destino. Por lo demás sus actuaciones son competentes: Noomi Rapace (la original Chica del Dragon Tatuado) como una arqueóloga que cree en Dios, Charlie Holloway como un científico desilusionado por no obtener las respuestas que anhelaba, Idris Elba como un capitán con una repentina vocación heroica, Charlize Theron –desaprovechada- como la hija del patrocinador del viaje y Guy Pierce –cubierto de kilos de maquillaje- como Peter Weyland, el malvado promotor de la desgracia y genio detrás de la ambiciosa y poco escrupulosa Weyland-Yutani –antes de fusionarse con la segunda-, una transnacional más siniestra que McDonalds, Microsoft, Walmart y Televisa Networks juntas. El mejor elemento del reparto –y posiblemente del filme- es sin duda David (Michael Fassbender), un androide que juega basketball en bicicleta, espía los sueños ajenos, se tiñe el cabello y ve Lawrence de Arabia para matar el tiempo. David se aleja notablemente de su sucesor Bishop (Lance Henriksen) en tanto viola las tres leyes de la robótica concebidas por Isaac Asimov.
Más emparentada con los dilemas planteados en Frankenstein
de Mary Shelley y con un inevitable
vínculo con Las montañas de la locura de H. P. Lovecraft, Prometeo
(así se llama la nave) no sólo toma oportunamente el nombre del Titán griego,
sino plantea preguntas existenciales sobre el origen del hombre. La más notable
es que la raza humana y la alienígena que todos conocemos poseen un origen
común. Para finalizar me quedo con una de las reflexiones de David, que perfectamente se ajusta al
espíritu de la cinta: “las grandes cosas tiene comienzos pequeños”.
P.D. Más sobre la cinta en futuras entregas de la
versión en podcast de este blog, en tres programas de antología que grabamos ayer con Carlos del Río, Blanca López, Raúl Camarena, Antonio Camarillo, Pablo Guisa y su servidor.
martes, 19 de junio de 2012
Ciudad Bradbury
Su ausencia de días sólo hace más patente la pérdida, Maestro Ray Bradbury, aunque usted ya era eterno en muchas formas. Mi querido amigo Vicente Quirarte compartió conmigo un ensayo que otro de sus devotos, el talentoso poeta avecindado en Guadalajara Jorge Esquinca, le dedicó recientemente. Con el amable permiso de su autor, se lo presento a sus deudos como una manera de honrar su memoria. Porque como bien afirman muchos, usted no murió. Sólo regresó a casa.
Jorge Esquinca
--
Ciudad Bradbury
A Jorge
Aceves Azcárate, que me inició en su lectura.
Al salir de una infancia poblada por las desventuras de Robinson
Crusoe, el estrépito de las batallas en altamar de los piratas de Mompracem y
los viajes dentro y fuera de la tierra al mando del capitán Verne, estaba yo,
sin duda, listo para emprender la prodigiosa literatura de Ray Bradbury. El
adjetivo le conviene pues un prodigio, dice la RAE, es un “suceso extraño que
excede los límites regulares de la naturaleza”. Y probado está que el
territorio proyectado por el escritor de Illinois a lo largo de miles de
páginas no conoce otros límites que los de una imaginación que con frecuencia
crea y desborda sus propias fronteras.
Comencé, igual que muchos otros, con esa obra
maestra titulada Crónicas marcianas
-que sigue reimprimiéndose con el prólogo de Borges- y cuyo final aún nos
aguarda ya que la última de las historias está fechada en octubre del año 2026.
Seguí con El hombre ilustrado, esa
fascinante colección de relatos que cobran vida a partir de los dieciocho
tatuajes dibujados en la piel de un desconocido por una mujer del futuro: “Una
vieja bruja que en un momento parecía tener cien años y poco después no más de
veinte. Me dijo que ella podía viajar por el tiempo. Yo me reí. Pero ahora sé
que decía la verdad”. Vendría luego su imprescindible Farenheit 451 donde el “arte de la memoria” -expuesto por Giordano
Bruno en el siglo XVI- adquiere una importancia capital para salvaguardar las
obras del pensamiento y la imaginación en un mundo donde los libros han sido
prohibidos. Por cierto, Bruno postulaba la teoría heliocéntrica del cosmos y
creía en la existencia de infinitos universos. Condenado por la Inquisición,
terminó sus días en la hoguera, como los libros en la novela de Bradbury. A mediados del siglo pasado, Francois Truffaut
realizó una película que sigue muy de cerca el argumento de la novela y que,
vista hoy en día, resulta un nostálgico homenaje; no obstante su atmósfera
ineludiblemente sesentera, el film logra transmitir el culto al libro tan caro
a Bradbury, quien, luego de ver la película, celebró la puesta en escena de
Truffaut y no dudó en afirmar: “Cada uno de nosotros conserva una parte de
algún libro en su cabeza. Unos tienen buena memoria, en otros la memoria es más
pobre, pero todos tenemos recuerdos de un libro y de cómo cambió nuestras
vidas”. Novela emblemática, resulta particularmente significativo que su
autor la eligiera para el escueto epitafio de su lápida: Ray Bradbury. Author of Farenheit 451. Sin embargo, el mejor tributo
no explícito a su mente fabuladora se encuentra, me parece, en las dos únicas temporadas
(2004-2005) de la estupenda serie de televisión Carnivàle producida por HBO, la misma compañía que había llevado a
la pantalla chica The Ray Bradbury
Theater en los años ochenta.
Escritor visionario, Bradbury privilegiaba la
lectura de poesía. En un libro delicioso, poblado de páginas que destilan
bonhomía y sapiencia literaria, Zen en el
arte de escribir, recomienda: “Lea usted poesía todos los días. La poesía
es buena porque ejercita músculos que se usan poco. Expande los sentidos y los
mantiene en condiciones óptimas. Conserva la conciencia de la nariz, el ojo, la
oreja, la lengua y la mano. Y, sobretodo, la poesía es metáfora o símil
condensado. Como las flores de papel japonesas, a veces las metáforas se abren
a formas gigantescas. En los libros de poesía hay ideas por todas partes; no
obstante, qué pocos maestros del cuento recomiendan curiosearlos.” Habla
también de sus poetas predilectos y señala particularmente a dos de ellos,
Gerard Manley Hopkins y Dylan Thomas, considerados difíciles. Aun así, Bradbury alienta siempre al lector: “¿Dice que
no entiende a Dylan Thomas? Bueno, pero su ganglio sí lo entiende, y todos sus
hijos no nacidos.” Y añade esta frase espléndida que subrayo: Léalo con los ojos, como podría leer a un
caballo libre que galopa por un prado verde e interminable en un día de viento.
No conozco mejor invitación a la lectura del autor de Vision & Prayer y a la de cualquier otro poeta considerado
difícil. Una frase que me hace recordar al cineasta Andrei Tarkovski, quien
pedía a los espectadores de sus larguísimas películas que las vieran como quien
contempla el paisaje desde la ventanilla de un tren. Toda dificultad aquí se
disuelve y da paso al continnum de la
imaginación humana.
Aunque él mismo no se consideraba
estrictamente un escritor de ciencia ficción, la Era del Espacio –como solía
llamársele- rindió a Bradbury dos homenajes que deben haberle alegrado la vida.
En 1971 los astronautas de la misión
Apolo 15 bautizaron al Cráter Dandelion en honor de la novela Dandelion Wine (se tradujo como El vino del estío). Veinte años después el
proyecto Spacewatch de la Universidad de Arizona le dio el nombre de Bradbury al asteroide 9766 recién
descubierto. ¿Sería llevar demasiado lejos la imaginación al sugerir el nombre
de nuestro autor para la primera colonia que habrá de establecerse en el
planeta rojo algún día?
martes, 12 de junio de 2012
Lovecraft, Barlow y Azcapotzalco
Entre los ilustres e inolvidables discípulos que Howard Phillips Lovecraft supo procurar
y proteger, el nombre de Robert
Hayward Barlow parece no merecer mayor reconocimiento. Tal vez lo más
notable es que su relación epistolar, que inició cuando el pupilo tenía apenas
13 años, rompe contundentemente el viejo precepto que Lovecraft era un hombre
sombrío, incapaz de sentir algún tipo de afecto. En Lovecraft, una biografía
(Valdemar, 2002), L. Sprague De Camp habla de él someramente.
:
Antes
de su muerte, Lovecraft había nombrado a Robert Barlow su albacea literario.
Aunque corriente en el mundo literario, el nombramiento de albacea literario no
tiene carácter legal. Albacea literario es meramente aquel que a quien el
testador designa como persona capacitada para arreglar cuestiones referentes a
sus escritos: vender derechos aún no vendidos, completar y publicar obras en
marcha, y demás. El albacea propiamente dicho puede solicitar consejo de esta
persona, pero no está obligado a ello.
¿Por qué hizo esto Lovecraft? Siempre será una duda
entre sus estudiosos. Posiblemente porque lo consideró su heredero más
prometedor. No el más talentoso, es cierto, pero el que reunía cualidades
humanas y la dedicación para asumir esa carga. Pero hay algo incuestionable: ilustra
sin la menor duda cuánta estima sentía por él.
Las 6 historias que Barlow escribió bajo vigilancia
del Maestro son reunidas por Palabrotero
Ediciones, en Media docena de pesadillas. Cuentos para leer aquí y para llevar
con un modesto tiraje de 1000 ejemplares que se regaló a los asistentes de la
3a. Feria del Libro de la Delegación Azcapotzalco el pasado viernes 20 de
abril. El libro se agotó inmediatamente, por obvias razones. Entre ellas que
Barlow, tras la muerte de su mentor, emigró a México y se estableció en la
mencionada localidad, donde inició una carrera como Antropólogo y conoció una
trágica muerte. Pero una de las artífices de la editorial, María José Esteva, me
aseguró recientemente que un nuevo tiro viene en camino.
Mientras esto sucede, con el amable permiso de su
autor, comparto con ustedes el texto que mi querido Vicente Quirarte leyó en aquella ocasión. Robert Barlow es una
figura que merece conocerse y reconocerse, encarnación de tenacidad y de la más
genuina lealtad.
--
Lovecraft,
Barlow y Azcapotzalco
Vicente
Quirarte
Imaginemos la siguiente historia. Gracias a la
contribución económica de los amigos, pobres pero generosos, de Howard Phillips
Lovecraft, los médicos de Providence deciden trasladar al paciente, a
principios de 1937, al mejor hospital de
Nueva York. Tras una larga y complicada operación, consiguen detener y
controlar la enfermedad que le devoraba el estómago. Para restablecerse, acepta
la hospitalidad de su joven amigo Robert Hayward Barlow en De Land, Florida. El
clima tropical, la compañía de su hermano por elección, las caminatas por los
deslumbrantes alrededores, lo hacen recuperar paulatinamente fuerzas. Gracias a
que Barlow pasa en máquina su profusa caligrafía, Lovecraft vuelve con
renovados ánimos a la escritura.
Esa forma casi paradisiaca de existencia se
interrumpe cuando se exacerban las relaciones, de por sí difíciles, de Barlow
con su familia. Los amigos deciden buscar otras perspectivas. No obstante la
inicial resistencia de Lovecraft, cruzan la frontera hacia México. En la
capital, se alojan en el hotel Geneve de la Colonia Juárez, que le recuerda a
Lovecraft la atmósfera del Biltmore en su natal Providence. Un día, mientras
desayunan, Barlow recibe un telegrama: el fallecimiento de una tía lo deja como
heredero de una fortuna considerable. Aunque ambos amigos han visto varias
casas que Lovecraft ha descubierto en sus caminatas por la Colonia Juárez, que
le evocaban las de su ciudad natal, Barlow decide llevar a cabo otra empresa
que lo conduzca con su amigo a un escenario urbano aún más anclado en el
tiempo: en la calzada Azcapotzalco se recrean ante las mansardas, los portales,
los jardines bien cuidados de las casas que a principios del siglo XX fueron
construidas como quintas de verano en la colonia entonces llamada El
Imparcial. Encuentran la que más agrada
a Lovecraft. Por fortuna, está en venta y Barlow puede pagarla de contado.
Lovecraft pasa por la etapa más plena de su vida. Se hace cliente habitual de
la Lagunilla e inunda la casa con antigüedades. El monto de la herencia
recibida por Barlow les permite darse el lujo de establecer una editorial que
se llamará, en español, “La Casa Evitada”, en homenaje al relato largo “The
Shunned House” de Lovecraft, tan querido por Barlow. La nueva editorial está
consagrada a la literatura fantástica y recibe manuscritos de diversas partes
del mundo que están intentando llevar el género a alturas mayores. Lovecraft
aprende español para leer sn su idioma original el relato “El Aleph” de un
argentino llamado Jorge Luis Borges, que en opinión de Barlow guarda semejanzas
con “Los perros de Tíndalos” de Frank Belknap Long. En la buhardilla más
elevada de la casa Lovecraft escribe sus mejores historias. Desde su ventana
puede mirar o imaginar el campanario de la parroquia de los apóstoles Felipe y
Santiago y evocar la atrayente leyenda
de que la hormiga en ella representada llegará un día a la cima del campanario
para dar fe del fin del mundo. Da inicio a una novela corta que llevará por
título La hormiga de Azcapotzalco. El proyecto de Barlow y Lovecraft resulta un
éxito no sólo editorial sino comercial. La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra propicia en México una
bonanza económica sin precedentes. El día de la firma del armisticio, Lovecraft
pierde su propia batalla. El cáncer estomacal, el gusano conquistador, regresa
por sus fueros. En su funeral se encuentran pocos pero selectos acompañantes.
Uno de ellos, Francisco Tario, un joven y callado adolescente que se ha
convertido en el discípulo mexicano más próximo a Lovecraft. Barlow vive hasta
el año ochenta de su edad, tras haberse consolidado como un respetado y
próspero editor cuya mayor satisfacción es haber defendido el legado de su
amigo y mentor.
La verdadera historia no fue así pero pudo serlo. Me
inspira a conjeturar tal ucronía la publicación del libro que, bajo el título
Media docena de pesadillas, reúne por primera vez en español los relatos
surgidos a partir de la colaboración entre el maestro Lovecraft y el más joven
de sus acólitos, Robert Hayward Barlow, que se acercó al solitario de
Providence cuando el primero tenía trece años de edad. La edición fue
financiada por la Delegación Azcapotzalco y su iniciativa nació de la voluntad
de varias jóvenes entusiastas de Lovecraft y la literatura fantástica. La idea
original fue de Mari Carmen Esteva, editora del libro, e incluye la traducción
de Brissa Rodríguez Castañeda, las ilustraciones de Tania Ortiz y el diseño de
Mayanin Ángeles: cuatro mujeres unieron su talento y su respectiva disciplina
para hacer posible este homenaje a uno de los viajeros extranjeros más notables
que han vivido en México. Así lo
describe Lovecraft en una carta:
Mi
joven anfitrión…es un verdadero y brillante niño prodigio de sólo 16 años pero
inmensamente maduro para su edad. Es el hijo de un coronel retirado a causa de su precaria salud, y que ahora se
encuentra de viaje por el norte. Un hermano mayor, también ausente, es un
activo oficial del ejército. El joven Barlow es extremadamente versátil:
escritor, pintor, escultor en barro, jardinero, bibliófilo y otras habilidades
a pesar de tener en contra su mala vista. En el otoño piensa ir al norte a una
sesión con expertos ocultistas que le han prometido cierta cura.
La historia, más extraordinaria que la realidad,
vuelve a Barlow mexicano por elección propia. Aquí decidió vivir. Y morir. Las notas aparecidas en los periódicos
mexicanos vuelven su fallecimiento tan enigmático como el de Robert Blake y
otros jóvenes que se enfrentan al misterio prohibido en varias de las mejores
historias de Lovecraft. El fin del año 1950 fue uno de los más rojos en la
historia de una acotada pero creciente Ciudad de México. La caricatura de
Excélsior del primero de enero de 1951 representaba a un mundo que enfrenta el nuevo día con una
bolsa de agua y un insufrible dolor de cabeza. En su sección dedicada a dar fe
de las tragedias cotidianas, el periódico publicaba la estadística de 2,100
homicidios y 3,950 accidentes de tránsito en 1950, así como su alarma ante el
creciente número de asaltos en las colonias Buenos Aires, Peralvillo y Santa
Anita. En contraste, una noticia donde se hablaba de que en Pasadena,
California, ganaba el trofeo internacional Torneo de las Rosas el carro
alegórico llamado “El gozo de vivir en México”.
En la Hemeroteca Nacional de México, en su página 17
del jueves 4 de enero de 1951, el periódico Excélsior encabeza una de sus notas
rojas: “Murió envenenado con barbitúricos”. La nota aparece enfatizada con
lápiz por un alguien que, como en un cuento de Lovecraft, se adelantó a buscar
datos sobre Barlow. Dice así:
El
estadounidense Robert Hayward Barlow, de 37 (sic.) años de edad, jefe del
departamento de antropología del Mexico City College murió a consecuencia de la
gran cantidad de barbitúricos que ingirió.
No se sabes si su fallecimiento fue resultado de un accidente –que solía
tomar somníferos todas las noches- o si fue intencional. El cadáver fue
encontrado, a avanzada hora del martes, en la casa de Barlow, situada en la
calle de Santander 37, Azcapotzalco. Dejó un recado escrito en maya, donde
explica lo siguiente: “Eduardo: quiero dormir, a nadie quier ver”. Robert
padecía una enfermedad que le impedía dormir, por lo que se veía precisado a
tomar barbitúricos. Además, tenía problemas morales ya que su familia vivía en
Florida. E.E.U.U. Fue visto por última vez el sábado pasado, en que citó a sus
tres empleados para el martes, a las 6 horas. Cuando se presentaron y llamaron
a la puerta, no obtuvieron respuesta. Entraron en sospechas y llamaron a las
autoridades…Junto a la cama fue encontrado un frasco vacío de seconales.
Por su parte, la nota de El Universal, de ese mismo
día, abunda en otros detalles:
En forma misteriosa murió un antropólogo
…Declaró
con relación a este caso el teniente coronel del ejército Antonio Hernández
Castañeda, de 37 años de edad y que fue secretario particular del
antropólogo…afirmó el teniente Hernández que Hayward estaba desesperado de la
vida por el hecho de hallarse distanciado de sus parientes y por su situación
económica un tanto difícil y no contar con la atención de sus empleados quienes
hacían poco aprecio de las observaciones que les hacía para la realización de
sus trabajos de orden científico. La policía…encontró el cadáver boca arriba,
apreciándose manchas equimóticas y cianóticas.
Ambas notas proporcionan elementos para integrar un relato en el
estilo del mejor Lovecraft, pero la realidad supera a la fantasía. Barlow
pertenece a la estirpe de intelectuales
que, como Katherine Anne Porter en Azcapotzalco, D.H. Lawrence en la laguna de
Chapala, Luis Cernuda en Coyoacán, Malcolm Lowry en Cuernavaca y Oaxaca,
encuentran al mismo tiempo el paraíso y el infierno, su forma de vivir
plenamente sobre el mundo. Barlow amaba el sol, y la fotografía, desnudo de la
cintura para arriba, que aparece en este libro, lo muestra relajado y alegre,
con la constitución y el rostro infantiles que nunca lo abandonaron. Es una
fotografía, se nos dice, tomada en Azcapotzalco, este antiguo reino donde
estableció su morada. Contra la leyenda negra que los primeros historiadores de
Lovecraft crearon para hablar de un ser amante de las tinieblas, que corría las
cortinas para escribir con luz eléctrica, el erudito S.T. Joshi ha demostrado,
a través de nuevos estudios, que Lovecraft era un ser solar, gran caminante y
enamorado del paisaje. Precisamente con Barlow emprendió la última de sus
extensas excursiones, que los llevaron hasta Black Water Creek, zona de
pantanos donde Lovecraft vio por primera vez los cocodrilos en su medio
natural. Barlow compartía otra de las pasiones de Lovecraft: su amor por los
gatos. Howard recuerda en sus cartas que su joven amigo tenía en su casa una
legión, incluidos dos llamados Ciro y
Darío. El predilecto de Lovecraft era uno llamado High, que “trota como un
perrito…cuando emprendemos nuestras caminatas vespertinas”.
Pregunto a los vecinos de este barrio: ¿existe
todavía la casa de Santander 37? ¿Por qué no colocar una placa alusiva en el
sitio, en una ciudad y un país que es cómplice mayor de los olvidos? Nuestros
jóvenes editores han dado un primer e importante paso al publicar estos relatos
escritos bajo la tutela de Lovecraft. La mayor parte pueden ser considerados
borradores. Sin embargo, como pertenecen al estilo inconfundible del círculo de
Lovecraft, aportan elementos valiosos a los devotos de esa mitología. Mención
particular merece el relato donde Barlow, fiel al espíritu juguetón de la
cofradía, transforma los nombres de sus amigos. La joya de la corona es sin
duda el texto que cierra el libro, “El oceáno nocturno”, escrito íntegramente,
de acuerdo con los eruditos, por Robert Barlow. Se trata de un texto que rinde
homenaje a esa criatura viva que se puede convertir en amenaza para los más
sensibles. Así ocurre en esa vasta sinfonía de horror cósmico llamada “El
Wendigo”, nacida de la imaginación de Algernon Blackwood. Igualmente, Barlow
logra por instantes aproximarse al poema en prosa en sus descripciones y
contemplaciones del mar, como lo hizo el primer Lovecraft y antes de él su
maestro Lond Dunsany. El lugar donde transcurren los hechos, Elliston Beach, es
naturalmente un sitio inventado, y el personaje, un pintor que recuerda al de
Lovecraft en “El modelo de Pickman” , alejado del mundo y sólo fiel a sus
pensamientos y su soledad. Nada sucede y todo pasa. El gran personaje es el mar
donde sueña el gran Cthulhu, aunque nunca se le mencione.
Gracias a Azcapotzalco por haberme invitado a esta
sesión memorable. En los cien años de la entrada de Bram Stoker en la inmortalidad,
evocamos a un autor como Robert Hayward Barlow, en cuya vida laten misterios
inacabables que dan comienzo con el nombre. Barlow es el nombre del vampiro en
la aterradora novela de Stephen King Salem´Lot, y Barlowe, con e final, el
nombre de la población más al norte de Alaska, donde se vive un mes de
permanentes tinieblas, escenario ideal de la película Treinta días de noche,
donde la banda de vampiros que allí se instala encuentra su mejor coto de caza
y ejerce plenamente sus poderes. Esperemos que el año siguiente, en esta misma
fiesta del libro y la lectura, estemos presentando la traducción de los poemas
de Barlow, así como la correspondencia cruzada con su maestro Howard Phillips
Lovecraft.
Tercera Feria
del Libro de Azcapotzalco,
20 de abril de
2012, en el centenario de la muerte de Bram Stoker
Nota: Las fotografías que ilustran esta entrada fueron tomadas del muro de Facebook de Palabrotero. La primera, a extrema izquierda, muestra a Lovecraft con una inusual y discreta sonrisa. A su lado, su pupilo.
lunes, 11 de junio de 2012
Gran estreno de "Alicia subterránea"
miércoles, 6 de junio de 2012
El País de Bradbury
Me enteré de su muerte física a través de mi querido Bernardo Esquinca, quien es otro de sus
devotos. Tenía
91 años y se encontraba en su hogar de California, querido Ray Bradbury, seguramente rodeado por sus seres
amados. Aunque este desenlace es inevitable para todos, la noticia no deja de
ser impactante.No saberlo entre nosotros estrujó -estruja- mi corazón. Usted partió con incontables logros, reconocimientos y satisfacciones.
La mayor es sin duda haber incendiado la imaginación y la fantasía de millones
de lectores de todo el mundo. A
diferencia de Guy Montag, el suyo fue un fuego más poderoso Su ausencia es más ensordecedora que cualquier trueno. "Para muchos
estadounidenses, la noticia de la muerte de Ray Bradbury trajo inmediatamente imágenes de su trabajo grabadas
en nuestra mente, con frecuencia desde una edad temprana", dijo el
Presidente de su país. También reconoció que su obra "dio nueva forma a nuestra cultura y expandió nuestro mundo". Siempre podremos visitarlo en sus historias, en su País
de Octubre, bajo El árbol de las Brujas. Ahora todos
los días son suyos.
viernes, 1 de junio de 2012
Cordial invitación. "El vampiro" en escena
En 1819 John William Polidori, secretario y médico particular al poeta George Gordon Lord Byron, publicó un cuento titulado El vampiro, que tiene el mérito de establecer el más claro antecedente del vampiro literario. Ahora llega a nosotros en el concepto de radioteatropera, adaptada y dirigida por Eduardo Ruiz Saviñón, con la actuación de los talentosísimos Mauicio Davison -como el malvado Lord Ruthven- y Elena de Haro, acompañados por Luz Angélica Uribe, Ricardo Castrejón y Mario Alberto Hernández. Se presentará el 14 y 15 de junio a las 20:00 horas y el 16 de junio a las 19 horas en la Sala Julián carrillo de Radio UNAM, Adolfo Prieto 133, colonia Del Valle (Metrobús Amores). La entrada es libre. No pueden perdérsela.
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