Antes de
comenzar quiero dejar algo muy claro: nunca he sido un gran aficionado de Supermán.
Quienes medianamente han seguido mi trayectoria saben que lo mío –lo mío- es Batman.
Y el murciélago, uno de los héroes más interesantes por su humanidad y trágico
pasado, nunca ha ocultado su desprecio por él, por más que se haya ganado su
respeto y formen parte de una agrupación. Le dice “el boy scout”. Para mi la creación de Joe Shuster y Jerry Siegel
fue concebida como un símbolo de Estados Unidos, defensor estricto del american way of life, que a pesar de
proceder de otro planeta llevaba en su uniforme los colores del imperio. “Dios
existe, y es estadounidense”, decía Alan
Moore sobre su versión del personaje –el Dr. Manhattan- que hoy
ocupa mi atención. El asesino Bill (David Carradine), en el díptico dirigido por Quentin Tarantino, resume bien su naturaleza: “Supermán no necesita una máscara. Clark Kent es su
verdadero disfraz, con su actitud tímida, su traje de tres piezas y sus
anteojos. Su verdadera identidad es la del héroe. Incluso su capa es la manta
que lo arropó en su viaje a la tierra”. “¡Demonios! ¡Ninguno de los que le
rodean se da cuenta! ¿Están todos ciegos?”, pensaba todo el tiempo desde mi
niñez. Sus aventuras, divertidas, ingenuas y optimistas, estaban siempre
marcadas por un sesgo tajante entre el “bien” y el “mal”, sin cabida para los
grises tan normales de la vida real. De la misma manera que sus precursores
clásicos, Supermán surgió del
matrimonio del cielo y la tierra. Como el Mesías de cualquier religión, Supermán tiene un padre terrenal (el Sr.
Kent, de Smallville) y uno celestial (Jor-El, de Kriptón).
El dios Loki (Tom Hiddlestone)
resume bien su posición. “Yo no tengo conflictos con ustedes, como una hormiga
no tiene conflictos con una bota”. Curiosamente es su omnipotencia la que lo
aleja del resto de los mortales. Ahí la necesidad de una kriptonita que lo haga
vulnerable. Pero por sobre todas las cosas estaban su buen humor, bondad y buena
voluntad para con sus protegidos. Detenía por igual a asaltabancos,
terroristas, catástrofes naturales, amenazas extraterrestres y se daba tiempo
para rescatar gatitos atrapados en lo alto de un árbol. Al final eso y su
naturaleza imperialista me hicieron repelerlo. En retrospectiva, veo que ese es
un juicio severo. Como otros héroes de su era defendió valores tan necesarios
para las personas durante tiempos oscuros –la Segunda
Guerra Mundial-
y sirvió de vehículo propagandístico e ideologizante como el Capitán
América. Y él no me caía –no me cae- tan mal. Sus inevitables saltos a
otras expresiones artísticas hicieron eco de esto, desde los populares seriales
radiofónicos, los cortometrajes que estelarizó, las caricaturas de los estudios
Fleischer, su paso a la televisión
–con el trágico George Reeves-, al
cine y los videojuegos. Todos son temas de la discusión más amplia. Vean por
ejemplo a la exitosa película –y sus inevitables continuaciones- protagonizada
por Christopher Reeve, a la que más
se liga al personaje. Su tono ligero –cómico en más de una ocasión- no da
cabida a la seriedad. La gente piensa que así debe ser el héroe. Ese fue el
principal error que cometió el cineasta Bryan
Singer en Supermán regresa (2006): repetir estilísticamente –incluido su
colorido disfraz y la partitura de John
Williams- lo iniciado por Richard
Donner en 1978. No puede llevarse a otros medios, al pie de la letra, lo
propuesto en las páginas del cómic. Un buen planteamiento, como nos enseñó el
propio Singer en Hombres X y Christopher
Nolan en su reinvención de Batman
–al menos e sus dos primeras películas-, exige llevar sus aventuras
convincentemente a la realidad, trasladar su universo al nuestro. Esa tendencia
es criticada por muchos, porque humaniza a titanes. Aunque admiramos sus
proezas, creo que es el lado humano lo que los acerca a nosotros. La tendencia
parece hacerlos más oscuros, agregar un poco de tintura negra a sus ropas y
esencia. Eso fue lo que me hizo respetar al huérfano de Kriptón por primera vez. Su
posición y méritos son incuestionables. Permitió la prosperidad y evolución del
noveno arte y nos marcó culturalmente. Si él no existiría Batman o el Hombre Araña. En el mes de junio que transcurre cumple sus primeros 75 años de vida, porque estoy seguro nos sucederá a todos.
Que el estudio que detenta sus derechos fílmicos y se ha beneficiado de él por
varias décadas, Warner Brothers,
haya decidido relanzarlo para celebrar la ocasión, con tal vigor y calidad, me
pareció apropiado y justo. Esa es la forma en que los mitos cobran nueva vida y
aseguran su vigencia. Pero sobre eso platicaré en breve.
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