La historia
es por todos conocida, pero un reinicio exige visitarla de nuevo. En el lejano
planeta Kripton, el científico Jor-El (Russell Crowe) y su esposa Lara Lor-Van (Ayelet Zurer) al borde de la destrucción de su mundo, envían a su
pequeño hijo Kal-El a la salvación. Ella tiene enormes reservas y anticipa
lo obvio. “Será un marginado”. Él la corrige. “Lo considerarán un Dios”. El
huérfano llega a la Tierra ,
a una pacífica comunidad rural (no recuerdo haber visto la palabra Smallville)
del estado estadounidense de Kansas. El niño crece y descubre paulatinamente
que es diferente al resto de sus compañeros. Sufre lo que hoy conocemos como bullying,
pero aún así muestra señales tempranas del heroismo que le caracterizará. Al
crecer, su padre adoptivo Jonathan Kent (Kevin Costner) le revela su origen y trata por todos los medios de
advertirle de los riesgos de exponer sus poderes al mundo, mientras su madre Martha
(Diane Lane) le inculca los mejores
valores posibles. Aquí está el primer atractivo de El hombre de acero (Zack Snyder, 2013). El guión de David S. Goyer, urdido en contubernio
con Christopher Nolan, incluye un
deslumbrante prólogo en el mundo nativo del héroe pero presenta su formación
terrestre en breves flashbacks, que
de inmediato evoca lo que la dupla hizo en la reciente trilogía de Batman.
Fue esto, junto con su impresionante éxito de crítica y taquilla, lo que abrió
las puertas al proyecto. Ambos se propusieron el reto de aplicar este mismo
enfoque a un personaje difícil de traer a nuestra realidad, sobre todo por el
tono optimista y cándido que tenían sus aventuras originales. Y el resultado me
dejó sorprendentemente satisfecho.
Al cumplir
33 años, como Jesucristo, Kal-El,
quien recibió el nombre terreno de Clark Kent (Henry Cavill), viaja alrededor del mundo en busca de respuestas y
en el proceso se da el tiempo para realizar hazañas extraordinarias. Llega al
ártico, donde descubre una estación aislada enviada por su civilización. Ahí
una proyección de su padre muerto le narra los últimos días de su raza y le advierte del malvado General Zod (Michael Shannon), un psicótico genocida aprisionado con sus seguidores -justo
antes del Apocalipsis- en la dimensión estéril conocida como La Zona Fantasma. También
conoce a la intrépida Lois Lane (Amy Adams), reportera del diario El Planeta, quien
acompaña al comando militar que hizo el descubrimiento. Y de paso su padre le
ofrece su icónico disfraz, un poco más oscuro de lo que conocemos y, como
escuché decir a alguien, “con los calzones por dentro”. Pero no todo es miel
sobre hojuelas. Zod escapa de su
destierro y rastrea a su paisano hasta nuestro planeta con la intención de
obtener información para reconstruir su mundo, literalmente, encima del
nuestro.
Sigue un
abrumador espectáculo de destrucción –que calculé duró más de 40 minutos y creo
empata a lo que vimos en Los Vengadores (Joss Whedon, 2012)-, que comienza en el pueblo del héroe y se traslada
a la gran ciudad de Metrópolis (símil de Nueva York), donde el jefe de Lois, Perry White (Laurece Fishbourne) y el resto de los
ciudadanos emprenden el difícil reto de sobrevivir. Juntos, el héroe, la
heroína y el País que le teme en un principio, emprenden una arriesgada
ofensiva para derrotar al tirano. “Este hombre no es nuestro enemigo”, ordena a
sus hombres el Coronel Hardy (Christopher Meloni). Al final, y eso es
lo que muchos aficionados objetan, el héroe se ve obligado a hacer lo
inimaginable.
Los huecos
que tiene la historia pasan desapercibidos ante una producción impresionante,
un sólido e inspirado ensamble actoral, una estupenda fotografía de Amir Mokri, una briosa partitura de Hans Zimmer y sobre todo una dirección
precisa de Snyder, director que ganó mi simpatía por su buen desempeño en El
amanecer de los muertos (2004), 300 (2007) y la estupenda Watchmen
(2009). Visualmente deslumbrante, su trabajo me hizo respetar por vez primera a
un personaje que nunca capturó mi atención. Bautizado por los medios de
comunicación, su Supermán lucha con
la reputación que arrastra desde tiempos de Christopher Reeve, aunque no deja de rendirle cierto homenaje (como
vemos a un lado). Ahora no hay cabida para el buen humor. El único chiste lo
dice al final una militar.
El Supermán de Snyder es dos veces
huérfano. Para muchos esto parecerá cursi y contravendrá su naturaleza divina,
pero es su parte humana la que puede generar interés. Origen más noble no puede
tener: es hijo de un campesino. De ahí provienen sus valores. Cuando la milicia
le externa preocupación por el riesgo potencial que representa, responde “por
favor, General, crecí en Kansas”. Y su Némesis trata de señalar esto como una
debilidad, “yo me crié como un guerrero, me entrené toda la vida para educar
mis sentidos, tú lo hiciste en una granja”. También vindica a la figura
femenina. Lois Lane no es ya una
damisela en desgracia, es parte integral de la resolución del conflicto y
conoce desde el primer momento su identidad secreta. En el desenlace ocurre lo
obvio. Clark, sin ninguna formación periodística previa, se une a las filas de El Planeta. Pero lo sustancial está en
sus orígenes, en la imagen inocente de un niño que ata una sábana en su cuello
a manera de capa y corre al lado de su perro, mientras sus padres sonrientes lo
observan.
El guión
huye de lo esperado, como ocurrió al final de Batman inicia (Nolan,
2005) y Sherlock Holmes (Guy
Ritchie, 2009): insinuar quién será el villano de la siguiente cinta. Pero
eso es algo obvio para todos los conocedores del cómic. Se ha rumorado que la
primera elección de Snyder para encarnar al malvado Lex Luthor es el actor Mark Strong, quien personificara al
terrible Lord Blackwood en la ya mencionada aventura holmesiana. Si esto
ocurre será otro motivo para esperarla con ansiedad, como se ha anunciado, en
el 2014. Eso me parece apresurado, como ya dije, junto con la intención de una
aventura que pretende reunir al popular ensamble de héroes de DC Comics, la Liga de la Justicia. Creo que una empresa de este tamaño,
si tratan de emular los resultados de su rival Marvel Comics,
requiere más tiempo. Al menos de otra buena película sobre una parte sustantiva
del grupo, la Mujer Maravilla. El
realismo planteado por el propio Nolan en su serie de Batman me hacía pesar que el suyo y los mundos fantásticos eran
irreconciliables. Hoy ese matrimonio parece posible. Después de ver el
resultado, hay una luz de esperanza. Dicen que eso es lo que muere al último. ¿Después
de todo, no es ese el significado del símbolo –que siempre creí era una letra
S- que lleva en su pecho?
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