martes, 31 de diciembre de 2013
Post scriptum sobre Guillermo del Toro
He dado cuenta de una carrera que
comprende incursiones en la televisión, 8 largometrajes y toda una vida. Porque
Guillermo del Toro inició su
travesía como todos los que siguen este espacio, cuando se maravilló por vez
primera con los mundos de la imaginación. Hoy ha extendido sus alas de vampiro
a muchas manifestaciones de la cultura contemporánea. Recomiendo ampliamente su
literaria Trilogía de la Oscuridad (de la que mucho he hablado),
que será trasladada a la televisión el muy cercano 2014 y que espero con
ansiedad. También su caro pero indispensable Gabinete de curiosidades
(Editorial Norma, 2013). Es un artista que ha abrazado a jóvenes talentos que
aseguran la supervivencia del género. Su buen nombre es casi un sello de
garantía. “Guillermo del Toro presenta”,
pueden presumir algunos. Desde el muy logrado relato de fantasmas El
Orfanato (José Antonio Bayona,
2007), Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010) o Mamá(Andrés Muschietti, 2013).
Sus miles de adeptos se incrementan cotidianamente, y sus proyectos futuros son
vorazmente anticipados. Nos encontramos frente a un autor renacentista poseedor de un
enorme potencial, digno de todas las reverencias y del que estoy seguro todavía
no hemos visto su mejor trabajo.
Y así concluyo este año. Espero que 2014
sólo nos traiga cosas buenas, en la vida real y en los otros mundos. Les mando
a todos un abrazo afectuoso.
lunes, 30 de diciembre de 2013
En busca del niño infernal, parte 2
Esta es la pieza del rompecabezas que me
faltaba. Lo mejor es que la encontré antes de que termine 2013. Desde su
estreno en 2004, y sin haber comprobado su éxito en taquilla, Guillermo del Toro habló abiertamente
de una secuela de Hellboy, el personaje de cómic credo por Mike Mignola Desafortunadamente, la desaparición de Revolution studios, su casa productora,
dejó el proyecto en la orfandad, a la espera de quien le diera apoyo. Por
fortuna, éste vino del mejor lugar posible: Estudios Universal “la casa de los grandes monstruos”. El resultado fue una cinta visualmente
exquisita, donde el tapatío se mueve cómodamente en un universo que conoce muy
bien.
Aunque volvió a trabajar hombro con
hombro con Mignola, Hellboy II, el Ejército Dorado (2008) no es la adaptación
directa de una de sus historietas o una continuación lineal de la primera aventura.
Es más bien un relato inscrito en los mundos de la fantasía que “El Gordo”
exploró estupendamente en El Laberinto del Fauno (2006). Más
que amenazas nazis o seres lovecraftianos –que esa no es la única línea
argumental de las correrías del demonio-, observamos una historia original con
mayor apego al folclor de las islas británicas o del centro de Europa. Desde su
deslumbrante prólogo, presentado como una animación en stop motion y narrado
durante su infancia –como una cuento para ir a dormir- al héroe (Montse Ribé) por su padre adoptivo Trevor
Bruttenholm (John Hurt) en
una base militar estadounidense la navidad de 1955, conocemos que en tiempos
antiguos la humanidad convivió en armonía con los seres mágicos, cosa que
fracturó la codicia del hombre. Fue así como el Rey Balor, aconsejado por su belicoso hijo el Príncipe Nuada, ordenó la
construcción de un Ejército Dorado, una portentosa e imparable armada mecánica con
la que puso fin al conflicto (a su favor). Atormentado al ver la masacre que
había cometido, Balor y los hombres
restauraron la paz, acordando que los primeros vivirían secreta y pacíficamente
en los bosques y los segundos en las ciudades. El soberano también dividió la
corona que controlaba a sus tropas en tres partes, ocultándolas para que no
volvieran a dañar a nadie. Nuada,
desilusionado, se autoexilió.
En nuestra época, en la que el hombre prácticamente
llevó a los bosques a su exterminio –y por consiguiente a las criaturas
mágicas-, el hijo beligerante (Luke Goss)
regresa para ajustar cuentas con sus adversarios, aún contra los deseos de su disminuido
padre (Roy Dotrice) y su bondadosa
hermana gemela Nuala (Anna Walton).
Naturalmente, el Buró para la Investigación y Defensa de lo Sobrenatural (BPRD,
por sus siglas en inglés) y su agente estrella Hellboy (Ron Perlman) se convierten en la última
línea de defensa de nuestro mundo. Todos sus integrantes regresan, desde la
piroquinética Liz Sherman (Selma Blair),
el psíquico anfibio Abe Sapien (Doug Jones,
ahora con su propia voz) a su quejumbroso jefe Tom Manning (Jeffrey Tambor). Incluso se adhieren
nuevos elementos, como el psíquico fantasmal Johann Kraus (los actores
John Alexander y James Dodd, con la voz de Seth MacFarlane) y un extraordinario
bestiario digno de la imaginación de Lewis
Carroll o de cintas memorables como El cristal encantado (The
Dark Cristal, Jim Henson,
1982) o Leyenda (Ridley Scott,
1985): las mortíferas hadas de los dientes, el monstruoso Mr.
Wink, la bestial devoradora de gatos Fragglewump, el mercader Cabeza
de Catedral, ese paseante de dos cabezas (“soy un tumor”), el duende
sin piernas Bethmoora y el terrible Ángel de la Muerte, sombrío personaje que no deja de
recordarme al Hombre Delgado de El
Laberinto del Fauno. La secuencia del Mercado Troll, lugar oscuro y
maravilloso ubicado bajo el neoyorquino Puente
de Brooklyn, no pide nada a esa cantina en el Puerto Espacial de Mos
Eisley, tal como nos la presentó George
Lucas en 1977, o al Callejón Diagon de la serie
literaria (llevada al cine) de J. K.
Rowing.
Hellboy
lidia además con las responsabilidades del niño que no está preparado para la vida
adulta, del hombre que ha decidido vivir en pareja. “Daría mi vida por ella,
pero quiere que lave los trastes”. Los conflictos con su explosiva pareja Liz no se hacen esperar. Y a decir
verdad, me pongo del lado de ella. Que tu cepillo de dientes esté en una lata
de alimento de gatos debe molestarte un poco. Por ello vienen grandes momentos
de desamor, como la borrachera con un paquete de cervezas Tecate en la que él y
Abe –también atormentado por el Amor- cantan, desde el fondo de sus ebrios
corazones, Can´t smile whitout you de Barry Manilow.
Las escenas de acción son trepidantes, con
un combate épico entre nuestros defensores y la impresionante Armada mecánica.
Le sigue un enfrentamiento entre los antagonistas, con un desenlace heroico y romántico. Y la verdad es que Nuada no es un villano. Es la voz llevada al extremo de todos los
que defendemos los mundos de la imaginación. Al final nuestro héroe demoníaco,
y sus extraños aliados, eligen –como los Fenómenos de Tod Browning, ser congruentes con su esencia, mientras Liz le hace ver su paternal equivocación.
Y volvemos a escuchar a Barry Manilow.
La película volvió a ser fotografiada
por su leal Humberto Navarro, y Marco Beltrami cedió su lugar en la
música al siempre eficaz Danny Elfman. Y por supuesto, volvemos a ver a Santiago Segura. Hellboy II duplicó su inversión. En
el esquema comercial, eso la hace viable para una continuación. Su principal
competidora, Batman, el Caballero de la Noche de Christopher Nolan. Del Toro, Mignola y Perlman han hablado separada
e intermitentemente de la posibilidad de una tercera entrega –el tapatío la ve
como una trilogía-, la cual espero se realice muy pronto –Perlman tiene 63
años-. Y creo que así piensan sus devotos, que somos casi todos. La tarde del
sábado –cuando comencé a escribir estas líneas-, subí a las redes sociales una
fotografía de Perlman y Del Toro en uno de los sets de la segunda parte –sin
indicarlo- y más de dos se emocionaron sobremanera al pensar que se trataba de la
esperada cinta. Mis temores son grandes, pues –en mi memoria y experiencia-
casi nunca las terceras partes de cintas de superhéroes son afortunadas. Pero
Del Toro tiene todos los elementos para demostrar que me equivoco. Así que sólo
podemos esperar. Lo haré con los dedos cruzados.
viernes, 27 de diciembre de 2013
Crónicas del Padre Merrin
El oficio de Lankester Merrin, hombre
holandés (de madre estadounidense) nacido en 1892 y muerto en 1971 tras
confrontar al Demonio Pazuzu, da nombre a la novela de William Peter Blatty y a la cinta
homónima que propició, que ayer cumplió sus primeros 40 años de vida. Es
difícil dimensionar su papel en los acontecimientos cuando la verdadera
protagonista, tanto del libro como de la película, es la preadolescente Regan
McNeill. Sin embargo tanto Merrin,
como el Padre Demian Karras, compiten con ella en importancia y popularidad.
La carrera del arqueólogo y hombre de fe
es extensa. Nunca dejó de recordarme al británico Howard Carter (1874-1939), quien encabezó la expedición que en 1922
descubrió la tumba del Emperador Tutankamón,
en el Valle de los Reyes, frente a Luxor, Egipto. El hombre que le dio vida, el
actor holandés Max Von Sydow, tenía
43 años al momento de aceptar el papel. El talentoso artista de maquillaje Dick Smith debió envejecerlo para
aparentar ser un hombre de mayor edad.
Entre los antecedentes de Merrin, Blatty señala un encuentro
previo con el Maligno, que ocurrió en África años antes de los acontecimientos
que describe en la publicación. Ese esbozo fue materia ideal para la tardía precuela que Warner Brothers encargó en 2004 a los guionistas William Wisher y Caleb Carr (lo recordarán por su maravillosa novela El
Alienista). Titulada Dominio, una recuela de El Exorcista
y dirigida por Paul Schrader, la
película fue desaprobada por el estudio quien, preocupado por su inversión,
encomendó al director Renny Harlin
reparar el desaguisado. El resultado de ambos casos tuvo una respuesta variada.
La segunda sí tuvo una exhibición comercial, mientras la primera –hasta donde sé-
fue directamente al video, como una curiosidad. En lo personal prefiero la película
de Schrader. La de Harlin, reescrita por Alexi
Hawley, se tituló El Exorcista, el inicio (nombre más
comercial) y utilizó gran parte del metraje original de su predecesora, afortunadamente
protagonizada por Stellan Skarsgård
como el joven Padre Merrin, cuya fe
está en crisis por sucesos terribles que presenció durante la Segunda Guerra
Mundial.
Pero sin importar la versión que elijan,
la huella de Merrin es profunda. Para
muestra, basta un botón. La llegada de Abraham Van Helsing (Sir Anthony Hopkins) en Drácula
de Bram Stoker (Francis Ford
Coppola, 1992) es un gran homenaje a la escena ideada por William Friedkin hace 40 años. Y ahora
que lo pienso, tanto Merrin como Van Helsing, son holandeses: “Que conste
en los registros que a partir de este momento yo, Abraham Van Helsing, me involucro personalmente en estos extraños
eventos”.
jueves, 26 de diciembre de 2013
Exorcista de las cuatro décadas
Una noche como hoy, hace exactamente 40
años, cientos de personas observaron con alivio los últimos momentos de El
Exorcista, el sexto largometraje del director estadounidense William Friedkin. Dudo que él imaginara
la dimensión que alcanzaría su obra, que motivó un alud de cintas sobre
posesiones demoníacas, desprendió dos desiguales secuelas, un par de precuelas
(una hecha dos veces, en realidad), propició incontables parodias e imitaciones
de diversas calidades. Costó poco más de 10 millones de dólares y ha recaudado,
hasta la fecha, más de 440.
La novela homónima de William Peter Blatty, adaptada para la
pantalla por él mismo, ofrece la materia prima perfecta para un clásico. Y le
sigue sin duda su reparto afortunado y preciso: Ellen Burstyn como la atribulada actriz Chris McNeill, Jack MacGowran (el Profesor Abronsius de La danza
de los vampiros) como el borrachín director de cine Burke
Dennings, Max von Sydow como
el experimentado Exorcista Lankster Merrin, Jason Miller como el atormentado sacerdote
y psicólogo de medio tiempo Damien Karras, Lee J. Cobb como el cinéfilo y detective William Kinderman y, por
supuesto, la entonces preadolescente Linda
Blair como Regan McNeill, la desgraciada presa del demonio Pazuzu. Todo aderezado con las ya
míticas Campanas tubulares de Mike
Oldfield, tema musical que ha sido empleado en una variedad incontable de
formas. Su horror contenido, que no necesita pilas de cadáveres o se sustenta
en sus prodigiosos efectos especiales –innovadores para entonces-, es
sobrecogedor hasta el final del metraje.
Todos conocemos su trama, y aun así
volvemos a disfrutarla como el primer día cada vez que la reencontramos: la
hija de padres divorciados que se establece con su madre en la ciudad de Georgestown, Washington, es poseída por
una entidad malévola. Es sometida a una interminable, tortuosa e inútil serie
de estudios médicos para descartar males físicos. La Psicología tampoco
demuestra mucha eficacia y finalmente se llega al reconocimiento que la
solución se encuentra en los territorios de la fe.

Alrededor suyo se tejieron toda serie de
inquietantes leyendas que sólo contribuyeron a su incrementar su perdurabilidad:
maldiciones, muertes misteriosas, sucesos sobrenaturales en los sets de
filmación y sacerdotes llevados para bendecirlos (William O'Malley, que interpretaba al Padre Joseph Dyer, era
reverendo en la vida real) y un destino funesto para sus actores. Si no lo
creen, pregunten a Blair –hoy una mujer de 54 años-, cuya carrera actoral nunca
despegó pese a su mítico personaje y se vio obligada a repetirlo en la poco
agraciada El Exorcista II, el Hereje
(John Boorman, 1977) o en la infame Reposeída (Bob Logan, 1990), comedia
diseñada para el lucimiento del veterano Leslie
Nielsen.
Sus escenas viven en las pesadillas de
muchos, desde la aparición del demonio en el desértico Irak, las “ratas” que se
pasean en el ático, el comportamiento perturbador de Regan, las apariciones fugaces –sólo para el espectador- en la
oscuridad de su habitación, las cosas volando violentamente en el lugar, el
vómito de sopa de chícharos, la cabeza giratoria de la chica, sus insultos (en
la voz de Mercedes McCambridge), las
alusiones sexuales y el estremecedor desenlace en las escaleras de la calle M
de Georgestown, auténtico acto de lucidez, fortaleza y heroísmo.
El
Exorcista se ganó con creces sus dos premios Óscar en 1974 (por Mejor mezcla de sonido y Mejor
guión adaptado, aunque fue nominada a Mejor
película, una auténtica hazaña para el género), su ingreso en 2010 al
Registro Nacional de Películas de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos
pero sobre todo su lugar inamovible en nuestra memoria y corazones. Me alegra
pensar que la veré cumplir 50 años y, si me mantengo en buena forma, 75. Porque
diferencia nuestra, la película no envejece. Hace un rato acabo de verla por
enésima ocasión (la primera fue en el monstruoso reproductor Betamax de un tío, a escondidas, cuando
tenía siete u ocho años) y debo reconocer que se mantiene tan vigente como
entonces. Envidio a todos los que se asustaron en las salas de cine aquél 26 de
diciembre de 1973. Significó el cierre de un gran año.
viernes, 20 de diciembre de 2013
Miren. Allá, arriba. En el cielo.
Esta es una de las cosas buenas que
trajo la navidad de 1978. Son varios los ingredientes que hacen memorable al
segundo largometraje de Richard Donner,
una adaptación de las aventuras de Supermán: una majestuosa e
imperecedera partitura del laureado John
Williams, un muy competente guión de Mario
Puzo que abrió las puertas a una secuela desde su estupendo prólogo y grandes
actuaciones, desde el desconocido en esos días Christopher
Reeve como el protagonista, la un poco más conocida Margot Kidder como la intrépida reportera Louise Lane, leyendas
como Jackie Cooper –como Perry
White, editor del diario El Planeta- y Glenn Ford –como Jonathan Kent, el padre adoptivo del
héroe- hasta grandes actores del momento, como Gene Hackman –el malvado villano Lex Luthor-, Terrence Stamp
–a quien sólo vemos brevemente como el también malvado General Zod, enemigo de
la continuación- y, sobre todos, la breve presencia de Marlon Brando como Jor-El, progenitor del último hijo
del planeta Kripton. Todo en conjunto es insuperable y rinde el mejor
homenaje al espíritu que los creadores del personaje, Joel Shuster y Jerry Siegel,
le dieron en abril de 1938, hace 75 años.
No abundaré en este momento sobre la
importancia que Supermán tuvo en el
posicionamiento de una poderosa industria –una verdadera fábrica de mitos- ni
estudiaré filosófica o culturalmente al personaje, simplemente reconoceré todos
sus méritos. En este caso concreto -la película de Donner-, aseguró el
romance de Hollywood con las historias de superhéroes.
Recupera el candor de una época muy bien retratada ya en la popular serie
televisiva estelarizada en los años cincuenta por George Reeves. El libreto de Puzo no prescinde de momentos que
todos vinculamos al personaje, desde su gran sentido del humor, que se detenga
a rescatar a un gatito de un árbol, de consejos moralizantes a sus defendidos,
del convoy militar que transporta un misil nuclear y se detiene a ayudar a una
voluptuosa mujer que tuvo un accidente vial - Valerie
Perrine como Eve Teschmacher,
asistente de Luthor- y luego lo vuelven a hacer para dar indicaciones viales a un par de
granjeros –Luthor y su tonto ayudante
Otis, encarnado por Ned Beatty- o del revelador momento
donde el genio del mal descubre sus planes al paladín.
Es cierto que para muchos este esquema
ha quedado rebasado por la narrativa contemporánea, por la reciente tendencia a
humanizar y agregar tintura negra a los coloridos disfraces de los héroes. En
favor de este argumento podemos recordar la muy fallida Supermán regresa (2006)
de Bryan Singer. Pero de ella hablé en el pasado. Irónicamente, la debemos al Supermán
de 1978. Tal fue la fascinación que causó en un talentoso cineasta. Esto
demuestra su vigencia y perdurabilidad. Y aunque muchos momentos de la cinta
puedan parecernos superados, debemos contextualizarla para así darle su
verdadero valor. El de un clásico.
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SUPERHÉROES
lunes, 16 de diciembre de 2013
viernes, 13 de diciembre de 2013
Un depredador de Alaska
Si aún existiera Testigos del Crimen, el podcast que conduje durante 5 años
con mi querida Guadalupe Gutiérrez, este
hubiera sido uno de sus temas. De hecho es uno de nuestros grandes pendientes. Y
si existe el lugar que las religiones llaman infierno, Robert Cristian Hansen
tiene sin duda un lugar reservado en él. Mientras leen estas líneas, él purga una
condena de 461 años en la Correccional de Spring Creek, en Seward, Alaska.
Tiene 74 años de edad y goza de un techo y tres comidas diarias por cortesía de
los contribuyentes y el Sistema Penitenciario de Estados Unidos. Se encuentra
ahí por violar y asesinar cruelmente a un número no determinado de mujeres –se calculan
entre 17 y 21, aunque muchos creen que el número es mayor- entre 1971 y 1983. Y
en verdad, la sentencia me parece poca.

La carrera de Hansen ha sido tratada en
varios documentales televisivos –de Discovery
channel esencialmente-, en series –recuerdo un episodio de La
Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales-, inspiró en 2007 la
película Naked fear –con Joe Mantegna- y la cinta que propicia estas
líneas.
Bajo cero
(The
frozen ground, 2013), escrita y dirigida por el neozelandés Scott Walker, es un muy competente relato
policial que se estrenó muy tarde en nuestro país –en Estados Unidos se hizo en
agosto- y seguramente quedará sepultado este fin de semana en la cartelera por el
estreno de la secuela de El Hobbit. Es una persecución entre
el investigador Jack Halcombe que encarna Nicholas
Cage –el personaje está modelado a partir de Glenn Flothe, el sabueso de la vida real- y Hansen, interpretado
por John Cusack. La desgraciada
Paulson es encarnada por la cantante Vanessa
Hudgens, egresada de High School Musical y que aparece en Machete
kills (Robert Rodríguez,
2013), con un buen resultado.
La cinta no prescinde de lugares comunes, familiares para nosotros por la televisión –los personajes con un pasado tortuoso, el jefe que en principio no apoya al
protagonista, la angustiante búsqueda de evidencia y el dramático interrogatorio-,
pero el conjunto es satisfactorio sin duda. “Esto es lo que eres y lo que haces”,
reconoce su esposa (Radha Mitchell) a
nuestro héroe. “El sistema no es perfecto, pero no dejarás de luchar por
hacerlo un poco mejor”.
Y uno de los aciertos de Walker es
dedicar su primer trabajo a las víctimas de Hansen, las conocidas y las desconocidas.
Antes que corran los créditos finales, el director nos muestra las fotos de las
que se sospecha fueron asesinadas por el monstruo, con las estremecedoras leyendas
cuerpo localizado y cuerpo sin localizar. Sobrecogedor.
jueves, 12 de diciembre de 2013
En defensa de la Mujer Maravilla
Es oficial. Zack Snyder, director de la afortunada El Hombre de Acero
(2013), anunció que la incipiente actriz israelí Gal Gadot, de 28 años, será la Mujer
Maravilla en la venidera secuela de la cinta, Batman contra Supermán.
Las reacciones no se han hecho esperar. Negativas, por supuesto.
La creación del psicólogo estadounidense
William Moulton Marston es, esencialmente,
una Amazona, una guerrera que representa la igualdad sexual, el poder femenino,
la sensatez, la verdad –su Lazo Mágico no era otra cosa que el Polígrafo, o detector de mentiras, al que
Moulton hizo contribuciones definitivas- y la sensibilidad en un panorama dominado
por personajes varones en la incipiente industria de las historietas. Es un
símbolo contundente del feminismo y
una figura que ha tenido numerosas transformaciones desde su primera aparición
en 1941. También fue criticada por el psiquiatra germano estadounidense Fredric Wertham –el más grande enemigo
de los superhéroes-, quien aseguraba que fomentaba fantasías de dominación sádicas
y masoquistas. Pero no nos desviemos.
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Sin duda tiene un enorme disfraz que
llenar. Yo visualizo a la heroína de la forma en que la dibujó el artista
estadounidense Alex Ross, grande e
increíblemente hermosa, como una verdadera amenaza para la estructura
masculina. Por otra parte, la imagen televisiva de Linda Carter y sus volteretas es insuperable. El nombramiento de
Gadot me parece francamente pobre, más en deuda con afanes mercadológicos y los
cánones de belleza anoréxicos del Hollywood de nuestros días. En algo que Marvel Studios aventaja a DC Comics es en sus atinados repartos, que
incluyen a primeros actores –Edward
Norton, Samuel L. Jackson, Robert Downey, Jr. y Mark Ruffallo-, a promesas –Chris Evans, Tom Hiddleston, y Chris
Hemsworth- y a muy competentes actores de apoyo –Gwyneth Paltrow, Natalie
Portman, Mickey Rourke, Jeff Bridges, Sir Anthony Hopkins, Don Cheadle,
Scarlett Johansson, Guy Pearce, Sam Rockwell, Hugo Weaving,
Tommy Lee Jones, Sir Ben Kingsley, y Stellan
Skarsgård- para dar mayor altura a sus fastuosas producciones. DC carga
penosos recuerdos -¿vieron Linterna Verde
con Ryan Reynolds?- y sólo tiene a
su favor al competente Henry Cavill
como el último hijo de Kriptón. Hace
unos meses se anunció la controversial designación de Ben Affleck para interpretar al Justiciero de Ciudad Gótica. Y por mucho
que esto último me alarme, todo es superado por la joven Gadot.
Pero como dice la expresión popular, “ya
ni llorar es bueno”. Todas mis dudas se aclararán en 2015.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Daryl Dixon y la supremacía de las minorías
Es muy propio de la naturaleza humana
juzgar negativamente lo diferente. Más si consideramos que es inferior a lo que
nosotros representamos. Lo demuestra todos los días ese fenómeno tan negativo –y
en alarmante crecimiento- llamado bullying –o abuso escolar- o nos lo topamos de frente cotidianamente en casi todos los ámbitos de la sociedad: la mujer indígena a la
que se le niegan servicios médicos, el discreto oficinista –ahora les dicen
despectivamente Godínez- que es
menospreciado por sus compañeros de trabajo o el trato despótico que da un funcionario
a una persona común y corriente que acude a denunciar un delito. Debemos tener
conciencia que todos nosotros, los que disfrutamos del horror y la fantasía,
somos parte de una minoría. ¿Cuántas veces no fuimos cuestionados –por nuestra
familia y amigos- por nuestros excéntricos
gustos? ¿Cuántas veces no fuimos tildados de satánicos o asesinos en potencia
porque reconocemos las luces y las sombras del hombre? Acabo de ver cómo mi buen
amigo Jorge Grajales, creador de los
maratones nocturnos de cine culto que mensualmente se llevaban a cabo en el
Centro Cultural José Martí –operado por la Secretaría de Cultura de esta
ciudad-, tras casi 14 años de vida, sufrió la incomprensión y pobres miras
institucionales. La mamá de una querida amiga, al más puro estilo de la
progenitora de Carrie White, rociaba sus libros de terror con agua bendita. La
abuelita de Guillermo del Toro,
cuando él era joven, le practicó dos exorcismos. Ser diferente es doloroso y,
en muchos casos, heroico. Ser fiel a tus obsesiones más elementales es un acto
de convicción y congruencia. La alternativa es la alienación, el ceñirnos a las
creencias de otros. No porque estas sean malas: simplemente se oponen a lo que
tenemos en la cabeza.
La anterior es una de tantas
invitaciones a la reflexión que nos ofrece el horror. En la cultura estadounidense
es curioso –y a la vez comprensible- que sus bondadosos protagonistas sean los
conocidos como White Anglo Saxon Protestants –protestantes blancos anglosajones-,
personas de la mejor posición social, casi siempre con raíces británicas, defensores
de las buenas costumbres que rechazan influencias externas a su cultura. Howard Phillips Lovecraft sabía muy
bien de este tema. Pero no quiero desviarme. George Andrew Romero, en su indispensable Noche de los muertos vivientes
(1968) introdujo una variante notable a esa idea: un héroe negro. Ben
(Duane Jones), hombre afro americano
–estamos en la era de la corrección- no sólo era el responsable de asegurar la
supervivencia de un grupo de personas enfrentadas al apocalipsis zombi,
sino tenía que oponerse a una amenaza mayor que estaba en el interior de su refugio:
el irracional hombre blanco Harry Cooper (Karl Hardman). En su desenlace, irónico y trágico, el orden era restaurado
por otros hombres blancos, que sólo representaban la ignorancia e
insensibilidad de nuestra especie. En su respetuoso remake (Tom Savini, 1990) colgaban a los muertos
reanimados de los árboles y los usaban como blancos para practicar tiro, o los
ponían a pelear en un redil para su diversión.
Los salvadores son llamados desdeñosamente
Rednecks,
granjeros blancos con un bajo nivel cultural y, por consiguiente, casi siempre irracionales.
La televisión moderna ha retratado su vida -con gran éxito- en reality shows como Llegó
Honey Boo-Boo y, con más notoriedad, gracias a Cletus Spuckler en la
amarillenta familia Simpson. De este grupo surge uno de los personajes más interesantes
de tiempos recientes, uno que ha despertado la fascinación de innumerables
mujeres –casi todas mis amigas desfallecen por él- y que sin duda compite en
aceptación con el protagonista de la serie. Ya he hablado de Daryl
Dixon (Norman Reedus) –y de
su malvado pero reivindicado hermano Merle (Michael Rooker)-, un ilustre Redneck
que ocupa una de las posiciones más privilegiadas del popular programa televisivo
The
Walking Dead. Sobre él dije en el pasado:
En
el caso de Daryl, es curiosa su creciente popularidad entre los espectadores.
En Internet leí comentarios que iban desde “Daryl, hazme tuya” a “Daryl, quiero
ser la madre de tus hijos”. Cuando concluyó la primera parte de la temporada,
quedó en un riesgo grave. Pude entonces percibir una auténtica preocupación que
tenía tiempo no atestiguaba. El atractivo del personaje radica en valores que
se fortificaron en el transcurso de la trama, como la entrega, la solidaridad,
la fortaleza y la integridad.
Hoy por hoy es Daryl quien me hará ver el resto de su cuarta temporada. A
diferencia de lo que algunos han especulado, no creo que se convierta en el
líder del clan. Su gran papel en el drama es del soldado eficiente, leal y,
cuando la situación lo amerita, el del fiero guerrero. Es quien siempre salva el día. Escuché –sentí- la más
sincera emoción en los últimos momentos del final capítulo, y más de una
persona me reveló su angustian cuando un zombi
lo sorprendió por la espalda. ¿Qué le depara el destino? Sólo podemos esperar. Lo
descubriremos en febrero.
martes, 3 de diciembre de 2013
La ropa no hace al vampiro, o lástima de capita
Bastaron sólo tres episodios (dos y
medio, en realidad) para confirmar mis enormes reservas sobre la nueva vida
televisiva de Drácula.
La serie, por más espectacular que sea,
se aleja en lo sustancial a la novela que inmortalizó al irlandés Bram Stoker. Sus productores ni
siquiera tienen la decencia de reconocerle su mérito autoral (ni al inicio ni
al final de cada capítulo) con las leyendas “basada en la novela o personajes
creados por”. Eso, a la larga, no sé si será un beneficio. Insisto, el producto
es visualmente impecable, pero decepcionante en lo sustancial. Muchos la
defenderán como una interesante reinterpretación del mito, pero si lo que se
buscaba era hacer algo nuevo debieron desligarse completamente de la fuente
original. Eso sólo crea altas expectativas y hace patente el afán de lucrar con
una creación que ha comprobado con creces su universalidad y alto valor comercial.
Posee parlamentos y situaciones que
inmediatamente repelen al conocedor y a la persona que va más allá del torso
desnudo de su productor y protagonista Jonathan
Rhys Meyers: “convertirla en algo como yo sería una abominación”, o ese dramático
y caricaturesco golpe que da a las teclas de un piano para rematar su maldad. Donde
yo crecí los vampiros no se lamentan de ser vampiros. Personajes con esos
dilemas existenciales abundan en la narrativa, como el Louise de Pont Du Lac de Anne Rice. Y eso no es malo. Pero
siempre tienen como contrapeso el espíritu byroniano y malévolo de seres como Lestat
de Lioncourt. Y volviendo al programa, pasa por alto aspectos obvios. Renfield
(Nonso Anozie) es su sirviente, no
su consejero sentimental. Jonathan Harker es un hombre de su
época –como el propio Stoker-, pero es respetuoso, abierto y pensante, no el
típico Victoriano de Oliver
Jackson-Cohen. “Ya se le pasará a mi vieja eso de ser médico”. Por otra
parte una pareja de enamorados nunca se besaría abiertamente en público, ni las
mujeres caminarían despreocupadamente por la calle con el cabello suelto –a lo Amanda
Miguel- y mostrando sus brazos desnudos. Luego están las incongruencias. “Convirtamos
a nuestro gran enemigo en un ser poderosísimo, al fin nunca escapará de su
cautiverio y con el paso de los siglos el odio que nos tiene desaparecerá” o “Masacremos
a la familia de este individuo. Que nos vea y dejémoslo vivir para que sufra.
Al fin nunca querrá vengarse”. Tonterías ambas. Y por otro lado, Rhys Meyers no es la mejor elección para interpretar al vampiro. No proyecta la malignidad ni el misterio que el personaje requiere. Por momentos (muchos) me parece falso, fuera de lugar.
No sigo más, pues corro el riesgo de
lucir como un anciano quejumbroso. Creo que tengo dos veces el derecho a
sentirme indignado con el resultado: como espectador y entendido del tema. Si
conozco de algo, como es evidente en mi trayectoria, es de Drácula. Y lo que se nos presentó se desvía enormemente de una
novela que es eterna, como su protagonista y el hombre que la creó.
Todavía me pregunto si algún día veré
una nueva adaptación digna. Mientras tanto, espero atento.
viernes, 29 de noviembre de 2013
miércoles, 27 de noviembre de 2013
lunes, 25 de noviembre de 2013
Sentimientos encontrados, o Drácula contra los monopolios energéticos
Uno de los platos fuertes del pasado Festival Mórbido –del que ya platicaré
en un futuro no lejano- fue la premier del primer episodio de la nueva
encarnación televisiva de Drácula, co producción británica-estadounidense
creada por Cole Haddon, de la que ya
hablé hace varias semanas. Al finalizar el capítulo tuve
sentimientos encontrados. Primeramente quedé deslumbrado por su factura,
portentosa y que por muchos momentos me hizo sentir que veía una gran
producción cinematográfica. Luego vinieron los cambios, algunos sutiles y otros
dramáticos: Mina Murray (Jessica De
Gouw) es la primera estudiante (mujer) de Medicina en Inglaterra y uno de
sus profesores es Abraham Van Helsing (Thomas
Kretschmann). El voivoda Vlad Drácula (Jonathan Rhys Meyers), luego de ser
cautivo por su enemiga Orden del Dragón siglos atrás, es
devuelto a la vida en 1881 por un aliado insólito y, 8 años después, se infiltra
en la sociedad victoriana bajo el disfraz del genio científico estadounidense Alexander
Grayson, desterrado a las islas por Thomas Alva Edison. Conserva a su fiel servidor R. M.
Renfield (Nonso Anozie), ahora un solemne hombre de color que ya no
está obsesionado con los insectos. Jonathan Harker (Oliver Jackson-Cohen) sigue
pretendiendo a Mina –no se atreve a
dar el paso para conquistarla y sólo la presenta en sociedad como “su amiga”-
pero de ser un abogado en bienes raíces se convirtió en un intrépido reportero.
El refugio del vampiro, la ruinosa Abadía Carfax, se ha convertido en
una fastuosa mansión. Por supuesto no podía faltar la provocativa Lucy
Westenra (Katie McGrath). Fue
curioso que su vestido de fiesta, rojo como la pasión, contrastara con el de Mina, azul como la virtud y la nobleza.
Y luego vinieron guiños que ya son ritos
de paso establecidos por Bram Stoker:
“Bienvenidos a mi casa y dejen algo de la felicidad que traen consigo” o la
respuesta insinuada del vampiro “yo nunca bebo vino”. También están presentes
hechos que caracterizaron la época, como los crímenes de Jack el destripador o el auge económico del Imperio facilitado,
entre otras cosas, por su gran industria. Precisamente ahí está la motivación
del protagonista: lleva a cabo una venganza contra la milenaria Orden del Dragón, que basa ahora su
vasto poder en el monopolio de la industria petrolera. Y Drácula anticipó muy bien lo comprendido por Eliot Ness en su guerra contra el crimen de Chicago: si quieres
destruir a tus enemigos, pégales donde más les duele. En el bolsillo. Por
supuesto los malos no se quedaran sin dar batalla. Poseen a su asesina en jefe,
Lady
Jayne Wetherby (Victoria Smurfit),
que tiene cautiva a una vampira en busca de obtener información sobre su
enemigo.
Todo, insólitamente, se adhiere al Canon
establecido por Stoker: Harker
facilitará que el vampiro se posicione en Inglaterra –antes le vendió su
guarida, hoy parece que lo apoyará desde el Cuarto Poder-, Mina sigue siendo el prototipo de la Brave New Woman, Lucy la
chica coqueta de sociedad y Drácula aún
tiene un encono desmedido contra la sociedad occidental. Ahí se encuentra la
comunión con el rescatador misterioso que mencioné hace un rato: “nuestro odio
nació en el mismo lugar”. Y esto, por más que nos alarme, tiene sentido
estratégico. “Los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, dicen algunos. No
pienso que su trato sea definitivo. Ninguna sociedad de negocios es eterna.
Aún tengo reservas. Como he dicho hasta
el cansancio, Drácula no es una
historia de amores interrumpidos ni de reencarnaciones. No sé qué tan
necesarias son las secuencias de acción, que oscilan entre Matrix (hermanos Wachowski), 300 (Zack Snyder) y el más reciente díptico sobre Sherlock Holmes dirigido
por Guy Ritchie. Tal vez pretenden
dar un sello propio al programa, pero francamente a estas alturas del partido
identificamos las fuentes que las inspiraron. Tampoco comprendo el afán de que
el señor Rhys Meyers aparezca sin camisa cada vez que sea posible. Bueno, eso
sin duda tiene fines comerciales que apreciarán muchos –mujeres y hombres- y tal
vez sea parte –junto con las escenas sexualmente explícitas- de los contenidos
eróticos subyacentes de la novela.
Esta noche veré su segundo episodio. Eso
nos dará más elementos para formarnos una opinión definitiva.
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viernes, 22 de noviembre de 2013
Texto para la presentación de Desmodus, el vampiro
Muy buenas
noches a todos. Gracias por estar aquí. Primeramente deseo agradecer a
Editorial Terracota –a Alejandro
Villagrán y a Ximena Ruiz Rabasa por sus buenos oficios- por su amable
invitación y la oportunidad de reencontrarme con mi querido Enrique Alfaro
Llarena, incansable promotor de la cultura que en el pasado me demostró su
confianza en los fulgores de lo oscuro.
Contrariamente a
la percepción popular, existe un profundo arraigo de la figura del vampiro en
nuestra cultura. Desde la deidad maya Tzotz hasta el Dios Tzinacán de la
cultura náhuatl, el monstruo ha desplegado sus alas en prácticamente todas las
manifestaciones culturales. Esto lo expresa muy bien el indispensable Jorge
Ibargüengoitia en su divertido ensayo Vida
de los vampiros: “la gente común y corriente sabe más de vampiros que de
los otomíes”.
Debemos ejemplos
que refuerzan lo dicho por el guanajuatense a autores como el hidalguense Efrén
Rebolledo –con su poema romántico El
Vampiro-, Amado Nervo –con su poema A
Leonor-, Bernardo Couto Castillo –con su cuento Blanco y rojo-, Amparo Dávila –con el cuento El huésped- y a casos más recientes como Emiliano González –con el
cuento La mantis-, Ricardo Bernal –con
el cuento Los manuscritos del vampiro-,
Sergio Santiago Madariaga –con su cuento Muerte
veo en tus ojos-, Bernardo Fernández Bef –con el cuento Sólo salimos de noche- , Patricia
Laurent Kullick –con el breve e hilarante cuento Se solicita sirvienta-, Mario Méndez Acosta –con el estremecedor relato
No se duerman en el metro-, el
poblano José Luis Zárate –con su prodigiosa novela La ruta del hielo y la sal-, Adriana Díaz Enciso –con la novela La sed- y Carlos Fuentes, con su novela
corta Vlad, contenida en la antología
Inquieta compañía.
Pero uno de los
vínculos más profundos proviene de las raíces mismas del mito, con los
avistamientos hechos por Hernán Cortés durante la conquista de la Nueva España:
se percató cómo una variedad de murciélago, identificada posteriormente como Desmodus rotundus, una de las tres
especies de quirópteros hematófagos presente desde México hasta el norte de
Chile y Argentina, se alimentaban por las noches de sus caballos y las bestias
de tiro. William López-Forment Conradt, autoridad en México sobre estos seres,
señala que fueron los invasores los que llevaron esta noticia Europa, “donde
poco tiempo después comenzaron a aparecer cuentos de vampiros humanos,
especialmente en Europa Oriental, debido a su inaccesibilidad y desconocimiento
que tenían de esa zona del Continente Americano los habitantes de la Europa
Occidental. Los primeros europeos en reportar sobre estos animales, amén de
equivocarse de especie, fueron de Oviedo y Valdés en 1526, y Benzoni en 1565”.
Precisamente es este
animalito el responsable de dar el nombre al protagonista de la novela que hoy
nos reúne, Desmodus el vampiro de
José Carlos Vilchis Frausto. Y tengo ahora el reto de hablar del texto sin
estropear su descubrimiento a los nuevos lectores. En un escenario reconocible,
la Ciudad de México de nuestros días, el autor nos narra el descenso a las
tinieblas de un nuevo vampiro, “Desmodus, el hambriento, el Paria, el maldito,
el desterrado”. Esa dignidad es lo primero que debo agradecer a José Carlos: el
alejar al monstruo de la fórmula vacía, contemporánea y comercial y presentarlo
como es, un asesino en la cima de la cadena alimenticia.
Vilchis se da
tiempo de citar a sus clásicos a lo largo de la narración: de Julio Cortázar a
mi querido Vicente Quirarte, de William Shakespeare a Patrick Süskind. También
dedica un capítulo al cineasta alemán Win Wenders, cuya visión está presente en
la historia. Esto
nunca para sonar pretensioso o que el lector diga con asombro: “Cuánto ha leído
y conoce de cine este autor”. Lo hace para venerar a sus maestros y mostrar
orgulloso la presencia de sus lecciones. En ese sentido, su estilo es moderno
pero también muy generacional. El cine está presente no como referencia sino
como manera de ver y captar la realidad, sea mediante la descripción de una
espectacular persecución, de los inframundos del Centro Histórico de nuestra
ciudad –no sabía de la existencia del Pervert
lounge-, de sucios cuartos de hotel o de una lóbrega morgue con su
refrigerador con el letrero “carnes frías”. Y es precisamente gracias a esta
capacidad de observación, casi cinematográfica, que los detalles sumergen al
lector en el relato.
Podría continuar, pero prefiero concluir aquí. Gracias,
querido José Carlos, por esta disfrutable novela de vampiros, pues desde el
título establece vínculos muy necesarios en nuestro tiempo. Donde yo me eduqué,
el vampiro no brilla. Hablé antes de algunas de las virtudes de tu libro. Este ya
pertenece a los lectores y navega con sus propios medios. Serán ellos quienes
determinen su efecto y perdurabilidad. Espero que goce de la fortuna material
de recientes sagas literarias. Si no fuere así, tu obra triunfa sobre ellas en
muchos sentidos: posee el decoro y la autenticidad que los mayores éxitos sólo
sueñan. Ello no es gratuito. Se debe, sobre todo, a tu talento y tu constancia.
Toma estas palabras como una obligación para escribir novelas cada vez más
sorprendentes y, por qué no, más oscuras.
Muchas gracias.
martes, 5 de noviembre de 2013
En los martes consagrados al horror
Algunos rituales
son importantes. De eso saben muy bien nuestros vecinos del país norte, que han
convertido en una verdadera tradición el Monday nigth football, una reunión
obligada frente al televisor donde los espectadores se emocionan con las
contiendas entre sus equipos favoritos, devoran botanas de todo tipo y mucha
(mucha) cerveza.
En el México de
mi infancia eso se trasladaba a los domingos, donde observar las hazañas
futboleras de mi tío consumía el día y luego las tardes entre los programas de
la televisora privada y estatal de la era. Eso afirmó mi desprecio por el que
muchos llaman el juego del hombre
(hoy es más un espectáculo que un deporte) y afianzó mi amor por el horror.
Los últimos años
he visto con satisfacción que la televisión por cable transmite al menos dos
programas (The walking dead y American
horror story) relacionados con el género en horario estelar. Y mejor, hace
alarde de esto. Así que me pregunto, ¿no podemos institucionalizar un Tuesday
night horror? Quien me conoce sabe que detesto el abuso de los
anglicismos, pero en este caso es necesario para emular el sentido de la idea que
desprende la iniciativa.
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viernes, 1 de noviembre de 2013
jueves, 31 de octubre de 2013
Un hijo distinguido del Halloween
Para acercarse a Ray Bradbury*
Roberto
Coria
Ray
Douglas Bradbury dejó de respirar la mañana del martes 5 de junio de 2012, a
los 91 años de edad. Me enteré del hecho cuando me encontraba en un congreso de
ciencias forenses, a través del mensaje que me envió mi amigo Bernardo
Esquinca, otro de sus devotos y discípulos. No puedo evitar decir que esto me
produjo un profundo pesar. Aunque nunca lo conocí físicamente, lo hice desde mi
infancia a través de su talento e incontables creaciones que incendiaron mi imaginación.
A pesar de las complicaciones propias de su edad, Bradbury partió de la mejor
manera posible: en su hogar de California, rodeado de sus seres amados, con el orgullo
de saberse uno de los autores más importantes de la narrativa estadounidense del
siglo XX. El presidente de su país, Barak Obama, hizo una declaración oficial tras
su deceso:
Para muchos
estadounidenses, la noticia de la muerte de Ray Bradbury evocó inmediatamente
imágenes de su obra, grabada en nuestras mentes desde una edad temprana. Su
talento como narrador modificó nuestra cultura y amplió nuestro mundo. Ray
entendió que nuestra imaginación podría ser utilizada como herramienta para una
mejor comprensión, un vehículo para el cambio y una expresión de nuestros
valores más preciados. No hay duda de que Ray Bradbury seguirá inspirando a
muchas generaciones con su escritura. Nuestros pensamientos y oraciones están
con su familia y amigos.
Que
esta charla se lleve a cabo el 31 de octubre, fecha de la festividad celta que
marcaba el final de las cosechas y el inicio del inverno, ocasión celebrada
entre las culturas paganas europeas hasta la irrupción del cristianismo es
especialmente relevante si leemos dos de sus textos fundamentales. Uno es su
tercera publicación, El país de octubre
(1955), una maravillosa antología de cuentos macabros que honran a esta
festividad. El otro relato es su novela de 1972 El árbol de las brujas. No peco al decir que la parada final del
viaje casi antropológico de 8 niños se encuentra en un lugar que casi todos
conocemos:
Estaban
suspendidos sobre una isla en ese lago de México.
Allá abajo
oyeron ladridos de perros en la noche.
En el lago
iluminado por la luna vieron unos pocos botes que se movían como insectos
acuáticos. Oyeron tocar una guitarra y un hombre cantó con una voz melancólica
y aguda.
--
*Extracto te de lo que leeré hoy en Fiction for the masses, homenaje a Ray Bradbury en la FES Acatlán.
viernes, 25 de octubre de 2013
Fantasmas de la juventud
Hay historias que te cautivaron durante una
época más sencilla de tu vida. Las atesoras en la mejor parte posible de tu memoria
y corazón. Y sin embargo jamás escribes sobre ellas cuando tienes la
posibilidad, al llegar a la vida adulta. Hoy pago esa deuda. Vi Los Cazafantasmas,
el sexto largometraje que el checoslovaco canadiense Ivan Reitman nos entregó en 1984 a partir del guión de Dan Aykroyd y Harold Ramis, cuando tenía tiernos 11 años de edad, en el final de
mi infancia y el inicio de mi adolescencia. No puedo describir la fascinación
que causó en mí. Las hazañas de los parapsicólogos convertidos en
exterminadores de espectros forman parte de mis mejores recuerdos. Los doctores
Peter
Venkman (Bill Murray), Ray
Stantz (Aykroyd), Egon Spengler (Ramis), apoyados por su
cuarto elemento Winston Zeddemore (Ernie
Hudson), su fiel secretaria Janine Melnitz (Annie Potts), el pobrediablesco contador Louis Tully (Rick Moranis) y la atribulada concertista
Dana
Barrett (Sigourney Weaver)
son los protagonistas de una comedia (sobrenatural) perfecta, plena de risas,
acción y personajes y momentos memorables. Las imágenes del logotipo de la
empresa, de la vieja estación de bomberos transformada en su base de
operaciones, de su vehículo de emergencias Ecto 1, de sus equipos de protones, del
glotón y malaleche fantasma verdoso Slimer (aquí lo bautizaron
posteriormente como Pegajoso) acechando un lujoso hotel, del gigantesco perro infernal
sobre el que arrojan un abrigo o del Dios sumerio Gozer el Gozeriano -convertido
por la inocencia de Ray en el Muñeco de malvavisco Stay Puft- y el
tema musical de Ray Parker, Jr., son
simplemente inolvidables.
De ahí vino mi emoción cuando la
extinta Imevisión (y viene un comentario
digno del Abuelo Simpson, “porque hubo una época donde la televisión
mexicana era buena”) anunció la exhibición de una caricatura titulada Los
verdaderos Cazafantasmas. Su vínculo con la película, pese a las
diferencias de aspecto de sus protagonistas pero confirmadas por su emblema y
su música, fue refrescante considerando a la nefasta caricatura Los Cazafantasmas (donde salían dos
tipos, un gorila con sombrero y un coche con cara) hecha por la productora
Filmation, responsable del clásico He-man y los Amos del Universo, que
pretendía lucrar con su buen nombre.
Hoy me entero
que Los
verdaderos Cazafantasmas vivió 7 temporadas y 147 episodios los cuales,
al revisar los títulos de su listado, me trajeron los recuerdos más gratos. ¿Cómo
olvidar a su primer gran enemigo El Espantaniños (el Boogieman,
símil del Monstruo del Clóset), con
su cabezota, su gran nariz y sus patas de macho cabrío? ¿Del Duende
de los Sueños (el Sandman del folclore europeo), con
su capucha y su saco de polvos para dormir? ¿O de la inocente viejecita Sra.
Rogers, dueña de un canario y una casa terroríficos? ¿Del capítulo que
retoma lo sucedido después de la película y cómo trabaron amistad con Pegajoso? ¿De la aparición del nefasto Walter
Peck (interpretado en la cinta por William
Atherton)? ¿Cuando conocieron al mezquino Ebenezer Scrooge de Charles Dickens? ¿Del enfrentamiento entre hombres lobos y vampiros en la aislada
Lupusville?
Y siempre estará mi favorito, el episodio nombrado El libro mágico (en
inglés se llamaba La llamada por cobrar de Cathulhu), donde los héroes
investigaban el robo del mítico Necronomicón de la Biblioteca Pública
de Nueva York, viajaban a Akham, Massachusetts, pedían ayuda a
la Profesora Alicia Derleth de la Universidad de Miscatonik, todo para
detener el intento de una secta (su líder tiene el nombre de alguien del Círculo de Lovecfaft) para revivir a Cathulhu
(así, con una “a”) y en el que viejos cómics les daban la clave para derrotarlo.
Magia pura.
La película y la
caricatura despertaron un auténtico furor que se extendió a la industria discográfica,
los videjuegos, las historietas, una desigual secuela (en 1989) y otra
caricatura, Los Cazafantasmas al extremo que tuvo una efímera existencia
pese al intento por mantener viva una redituable franquicia y en la que un Egon cuarentón dirigía a una nueva
generación de investigadores de lo paranormal.
Muy
recientemente Akroyd y Ramis, artífices del éxito de la cinta y creadores de Los verdaderos Cazafantasmas, revelaron
su tardío intento por realizar una tercera parte de la que Murray, el más
exitoso miembro del ensamble, se deslinda completamente. Yo haría lo mismo. No
es lo mismo los Tres Mosqueteros que
30 años después, diría mi abuela. Si el proyecto recibe luz verde será como
esos desabridos reencuentros de populares grupos musicales sin su integrante
más afamado y que hizo una exitosa carrera como solista. Prefiero quedarme con
su gloriosa primera parte de la que no dudo algún brillante intente hacer un
remake. No imagino a los comediantes del momento (seguramente egresados del longevo
Saturday
Night Live como Murray y Aykroyd) en una reelaboración. ¿Imaginan a Will
Ferrell como Venkman, a Kevin James
como Stanz, a Adam Sandler como Spengler y a Chris Rock como Winston? Horror auténtico.
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