miércoles, 7 de marzo de 2012

Matrimonios hechos en el espacio

En los momentos finales de Depredador 2 (Stephen Hopkins, 1990), el apaleado Tte. Michael Harrigan (Danny Glover), luego de salir airoso de una batalla que parecía imposible ganar, es recompensado por el líder del safari extraterrestre que da pie a la cinta con un souvenir: una bella pistola de avancarga con la inscripción "Raphael Adolini, 1715". Ello confirmaba una certeza que se ha presentado en numerosos medios: los alienígenos nos han visitado desde la antigüedad. De existir vida inteligente más allá del espacio, esto no es improbable.
Por esto la premisa de la novela gráfica de Scott Mitchell Rosenberg, Fred Van Lente y Andrew Foley, Vaqueros contra Aliens (2006), no me parecía descabellada. Fue llevada –inevitablemente- a la pantalla grande por el actor y director Jon Favreau, quien ha recibido el favor del público –y la taquilla- con sus dos películas sobre Ironman (2008 y 2010) protagonizadas por Robert Downey, Jr. El primer obstáculo que supuso el proyecto –tanto en historieta como en cine- fue la aversión de muchos al matrimonio de géneros, más con una historia que significara la unión entre el western y la ciencia ficción. Esta tendencia ha tenido dignísimos ejemplos. Por citar uno inmediato –no necesariamente un western-, recuerdo el cuento La bestia ha muerto (incluido en la antología El llanto de los niños muertos, Tierra adentro, 2004) donde mi amigo Bernardo Fernández Bef reúne con fortuna a figuras del México decimonónico como Benito Juárez, Maximiliano de Habsburgo y Guillermo Prieto en un escenario con imaginería arrancada de las novelas de Julio Verne y las películas de Matrix.
La película, como hemos visto en el pasado, omite personajes y situaciones de la novela gráfica al servicio de la maquinaria hollywoodense, con la consabida pirotecnia visual. La historia puede resumirse así: Arizona, 1873. Un vaquero sin nombre (Daniel Craig) recupera la conciencia en terreno abierto, bajo el inclemente sol. No recuerda su nombre ni cómo llegó ahí. A su muñeca izquierda está atado un extraño artefacto, de procedencia desconocida. Cruza su camino con el cruel terrateniente y coronel retirado Woodrow Dolarhyde (Harrison Ford), con quien tiene cuentas pendientes. Su conflicto es interrumpido por un encuentro cercano del tercer tipo, que desconcierta por completo a los lugareños quienes observan, impotentes, cómo los forasteros abducen a sus seres queridos. El protagonista se convierte, involuntariamente, en el líder de un grupo de rescate formado por una misteriosa mujer (Olivia Wilde), el predicador local (Clancy Brown), el comisario (Keith Carradine), el mozo de Dolarhyde (Adam Beach), el dueño de la cantina (Sam Rockwell), un grupo de asaltantes y una tribu Apache.  Poco a poco, las brumas en la memoria del héroe se disipan y se convierten en un enfrentamiento entre los vaqueros y extraterrestres del título.
Lo mejor es que este cóctel no decepciona. Es una cinta de estudio, un blockbuster espectacular. El guión de Alex Kurtzman, Roberto Orci, Damon Lindelof, Mark Fergus y Hawk Ostby, a pesar de alejarse de la fuente original, es competente y da gran importancia a un aspecto que definió la era: la fiebre de oro. Incluso la participación de Harrison Ford –secundaria a todas luces- es muy digna. Posiblemente el aspecto que muchos pueden criticar es al británico Daniel Craig, ocupando un papel que debió interpretar un “gringo” hecho y derecho. Es cierto que no es John Wayne, Glenn Ford o Clint Eastwood, pero captura la esencia del justiciero rudo y solitario que dio vida a los mejores especímenes del género. Todo rematado, como en las buenas películas de vaqueros, con el héroe que se aleja a caballo hacia el horizonte. 

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