lunes, 28 de septiembre de 2009

Una segunda oportunidad para Drácula.

“Esa tarde de fines de mayo de 1897, mientras el té se enfriaba junto al sillón de lectura, Charlotte Stoker llegó, con el aliento entrecortado, a la última página de Drácula. Cerró el libro con doble satisfacción. En un lugar de los Cárpatos, el intrépido equipo internacional de cazadores de vampiros clavaba sus armas blancas -un cuchillo kukri y un bowie- en el cuerpo del Príncipe de las Tinieblas, y restauraba así la felicidad interrumpida de los personajes. Terminaba el horror creciente, mantenido a lo largo de las 390 páginas de la edición salida de las prensas de Archibald Constable and Company. La segunda razón del júbilo de la señora Stoker nacía de que el autor de la novela era Bram, el segundo de sus 7 hijos”, recuerda Vicente Quirarte en su ensayo Vivir con el vampiro.
Siempre pensé que el desenlace de la historia encerraba algo oculto, tal como lo he sostenido en mis clases a lo largo de los años. Para comenzar el aristócrata vampiro no murió por una estaca en el pecho o por decapitación, formas tradicionales que el señor Stoker canonizó en el capítulo 18 de la novela. Luego están las líneas climáticas extraídas del diario de Mina Harker: “En sus rojos y horribles ojos, que yo conocía muy bien, brillaba el deseo de venganza. Mientras lo contemplaba, sus ojos vieron que el sol desaparecía, y el odio se tornó en una expresión de triunfo”.
Si sumamos esto a la supresión del final alternativo que Barbara Belford descubrió entre los papeles del escritor irlandés, donde el castillo Drácula se reducía a escombros tras la destrucción de su propietario, la posibilidad de que Bram Stoker visualizara la continuación de su relato más popular se vuelve espléndidamente evidente.
Ayer me despertó la noticia que confirma mi sospecha.
Se ha anunciado que Dacre Stroker, bisnieto de Bram, –con la colaboración del historiador y guionista neoyorkino Ian Holt-, publicará la secuela oficial de la novela basándose en notas inéditas de su ancestro. Drácula, el no muerto (Roca Editorial, 2009) sitúa su acción 25 años después que el vampiro fuera aparentemente reducido a polvo. Parte de la amenaza del protagonista, eliminada de la edición original: “Cobraré mi venganza. La extenderé durante siglos. El tiempo está de mi lado”. Es el año de 1912. El matrimonio Harker se desmorona; Jonathan es alcohólico y Mina conserva su aspecto lozano y juvenil. Abraham Van Helsing, extravagante y demencial, es uno de los sospechosos de Scotland Yard tras los crímenes de Jack el destripador. Jack Seward es un adicto a la morfina y Arthur Holmwood es un hombre sombrío que vive un eterno duelo por la muerte de su amada Lucy. Todos son seres atormentados. Cuando ves al fondo del abismo, éste te devuelve la mirada. El retoño de los Harker, Quincey, es un joven que estudia Derecho en Paris por designios de su padre en oposición a sus aspiraciones teatrales. Ignora la terrorífica experiencia que vivieron sus padres, pero los misteriosos asesinatos de los responsables de la muerte del vampiro lo ponen al tanto de los hechos. Y la sangre llama a la sangre.
Las críticas que el proyecto ha generado –que aparecerá en España y Estados Unidos el 5 de octubre- entre sus lectores preliminares es favorable, una digna sucesión de los ambientes y situaciones que nos presentó el autor los últimos años del milenio antepasado. Se ha anunciado que será llevada a la pantalla grande. Pueden leer el prólogo (en inglés) en el sitio web oficial de la publicación.
Encargué el libro a un gran amigo que comparte mis obsesiones y se encuentra de viaje en tierras ibéricas.
¿Estará la imaginación de Dacre Stoker a la altura de la de su ilustre antepasado?
Sinceramente, no puedo esperar.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Y el ganador es...

Israel Analís, lector de este blog y escucha fiel de Testigos del Crimen, me preguntó sobre la evolución del vampiro, de Anne Rice a Stephanie Meyer.
Curiosamente acabo de responder esto a Mario Colina, reportero del periódico Reforma, quien prepara un reportaje que será publicado la víspera del estreno de Luna nueva. El vampiro, como muchos mitos que trascienden a las bellas artes, debe evolucionar para conservar su capacidad de atemorizarnos. En un mundo poblado de monstruos más tangibles como asesinos en serie, pederastas y sicarios, los nuevos vampiros modifican su estructura para conservar la casi omnipotencia que popularizó, por ejemplo, Bram Stoker en el ocaso del milenio antepasado. Así, pueden exponerse al sol y son inmunes a los símbolos religiosos. Anne Rice, en voz de su vampiro Lestat en la carta que publiqué anteriormente en este blog, dijo: “llevo el signo de la cruz en el cofre de mi auto”. Precisamente la señora Rice, para muchos la Corín Tellado de la literatura de vampiros, es responsable de ofrecernos una de las sagas más populares de tiempos recientes. Sus escritos se convirtieron en una suerte de evangelio para toda una generación e influenciaron a otros autores como Poppy Z. Brite. Puedo criticar la ambición voraz de la señora Rice (Entrevista con el vampiro, la primera novela de sus Crónicas vampíricas, fue concebida como un relato unitario) pero tiene el mérito de ofrecer un origen a la estirpe de malditos que acechan nuestras pesadillas. Remonta el punto de inicio al antiguo Egipto, con los reyes ficticios Akasha y Enkil y una posesión fantasmal en el fondo. De la ya interminable serie de la señora Rice aprecio los tres primeros libros.
Su heredera incuestionable es Stephanie Meyer, miembro de mi propia generación y autora de la que creo es la segunda saga contemporánea más famosa después de Harry Potter. Con dedicatoria especial para el público adolescente, Crepúsculo es una reinterpretación de una de las obras más populares de William Shakespeare. Algunos puristas están sumamente inconformes. No encuentro ninguna referencia en el folklore que atribuya a los vampiros un “brillo similar a un diamante”, como sucede con su Edward Cullen. Pero esa es la libertad del creador. Muchos me preguntan si disfruté la novela. Confieso que no logré superar el primer capítulo y preferí ver la película –me propongo leerla en algún momento-. Como dijo Juan Villoro, los libros nos encuentran en una etapa especial de nuestra vida. Sin duda llegó a la mía en un momento en que ya había devorado una enorme suma de historias de vampiros y lo habría disfrutado enormemente en mi tierna juventud. Ese es el valor de la aportación de la señora Meyer: introducir a las nuevas generaciones al mundo de las criaturas de la noche e invitarlos a explorar sus raíces. Sin duda alguna descubrirán el trabajo de Guy de Maupassant, Joseph Sheridan LeFanu, Bram Stoker, Robert Bloch, Richard Matheson, Kim Newman, Sergei Lukyanenko y Guillermo del Toro.
Mención especial merece el enfoque que dio al tema la cinta Déjame entrar (Låt den rätte komma in, Suecia, 2008), de Tomas Alfredson, basada en la novela del autor sueco John Ajvide Lindqvist. El libro fue publicado en español por editorial Espasa (puedes leer el primer capítulo en el sitio web de la empresa). Espero hincarle el diente muy pronto.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Querido Mason.

Once años después del éxito de su novela El silencio de los corderos, el escritor norteamericano Thomas Harris publicó la que se dijo era “la secuela más esperada de la última década”.
Hannibal (Grijalbo, 2000) es un libro del que tengo opiniones encontradas. El psicoanálisis moderno y la psicología criminal escarban en la mente de los asesinos y descubren su origen y motivaciones. A nivel literario, no necesitamos conocer los antecedentes de todos los personajes: por citar solo un caso, Bram Stoker nunca nos dijo en dónde nació su vampiro o cómo formó la relación dominante con sus tres novias. Stephen King –quien hoy celebra su cumpleaños 62- dijo que el Dr. Lecter es “el conde Drácula de la era de los teléfonos celulares y las computadoras portátiles”. Creo que no necesitamos saber que Hannibal desciende de nobles lituanos o que desarrolló su popular fetiche por el canibalismo luego de que su hermana Mischa fuera devorada ante sus ojos. Los más grandes villanos simplemente existen. El mal existe, sin importar nada.
De la galería de psicópatas que el señor Harris creó en su saga –desde Francis Dollarhyde al modista asesino James Gumb- destaca Mason R. Verger, heredero de un emporio carnicero, pedófilo, sádico y única víctima sobreviviente de Hannibal Lecter. En la adaptación cinematográfica del libro es interpretado –sin crédito- por Gary Oldman. Verger, “sin labios ni nariz, sin tejido blando en el rostro, era todo dientes, como una criatura de las profundidades marinas”, dijo el autor. Es un hombre mutilado y cuadrapléjico que busca vengarse de su antiguo terapeuta. Cuando sus planes fallaron, el exquisito Dr. Lecter le escribió una carta que me permito transcribir para deleite de todos los aficionados del más célebre caníbal literario.

Querido Mason:
Gracias por ofrecer una recompensa tan sustanciosa por mi cabeza.
Me gustaría que la aumentaras. Como sistema de localización a distancia, una recompensa es más efectiva que un radar. Inclina a las autoridades de todas partes a olvidarse de su deber y perseguirme por cuenta propia, con los resultados que has podido ver.
En realidad, te escribo para refrescarte la memoria en lo referente a tu antigua nariz. En tu inspirada entrevista en el «Ladies Home Journal» sobre la represión de la droga aseguras que diste tu nariz, junto con el resto de tu cara, a unos chuchos, «Skippy y Spot», que meneaban sus colitas a tus pies.
Estás muy equivocado: te la comiste tu mismo, como aperitivo. Por el sonido crujiente que hacías mientras la masticabas, yo diría que tenía una consistencia similar a la de las mollejas de pollo. “¡Sabe a pollo!”, fue tu comentario en aquel momento. Me recordó los ruidos que hacen los franceses en los bistrots cuando se atiborran de ensalada gèsier.
¿A que ya no te acordabas, Mason? Hablando de pollos, durante la terapia me contaste que, mientras pervertías a los niños desfavorecidos en tu campamento de verano, te diste cuenta de que el chocolate te irritaba la uretra. Tampoco te acordabas de eso ¿a que no? ¿No se te ha ocurrido pensar que me contaste un montón de cosas de las que ahora no te acuerdas? Hay un paralelismo indudable entre tú, Mason, y Jezabel. Como agudo estudioso de la Biblia que eres, te acordarás de que los perros se comieron el rostro de Jezabel, junto con todo lo demás, después de que los eunucos la arrojaron por la ventana.
Tu gente podía haberme asesinado en la calle. Pero me querías vivo ¿verdad? Por el aroma de tus sicarios, es obvio cómo planeabas tratarme. Mason, Mason. Ya que tienes tantísimas ganas de verme, deja que te dedique unas palabras de consuelo. Y ya sabes que no miento nunca.
Antes de morir, me verás la cara.
Todo tuyo,
Hannibal Lecter, M.D.
-
PD. Me preocupa, sin embargo, que no vivas hasta entonces, Mason. Debes evitar las nuevas cepas de neumonía. Tienes que cuidarte, propenso como eres (y seguirás siendo) a contraerla. Te recomiendo vacunación inmediata, así como inyecciones para inmunizarte ante la hepatitis A y B. No quiero perderte antes de tiempo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Querida señora Rice.

Con motivo del estreno de la versión fílmica de su novela "Entrevista con el vampiro", Anne Rice publicó esta carta en la revista New Yorker. Resulta curioso que la señora Rice, inicialmente una furiosa detractora del proyecto, dé voz a su protagonista para alabarlo y, de paso, halagarse a sí misma en muchas ocasiones. No es con sangre de rata, pero traduzco y transcribo la misiva para todos los admiradores de la autora y los vampiros.
Y no olviden que el próximo martes inicia el curso-taller ¡Vampiros!

Para Anne Rice
Una declaración personal del Vampiro Lestat felicitando la novela Entrevista con el vampiro.

El 8 de octubre de 1994 finalmente pude leer su novela "Entrevista con el vampiro".
El libro es, según me dijeron, un éxito mundial, aunque como usted sabe el mundo nunca me ha interesado demasiado. Tengo cosas mejores que hacer antes de ir a dormir que sentarme y leer. Cuando pienso en todas las novelas que me han recomendado en los últimos doscientos años, me estremezco al recordar las horas desperdiciadas con el señor Stoker y sus "efectos" pintorescos, o en esa pequeña vulgar Mary Shelley.
Pero hace unos días, mientras me recuperaba de mis excesos en la semana de moda en Milán, pasé la noche en compañía de su prosa.
Hago esta declaración a nombre de mis víctimas y del mío propio. No es una nota periodística. Pagué por el espacio. Tuve que desgarrar un par de gargantas en el proceso, pero usted sabe cómo es el medio editorial.
Lo que tengo que decir es lo siguiente:
Me encantó su libro. Simplemente lo amé. Se lo leí en un par de reclutas de la marina y a ellos también les encantó. Sobrepasó mis más locas expectativas, aunque personalmente hubiera recortado un poco los adjetivos. Pero me sentí honrado y sorprendido al descubrir cuán fiel fue la novela al espíritu, contenido y ambiente de mi vida. Me conmovió su simpatía y sensatez al descartar las viejas creencias en espejos y ajos. Quiero decir, llevo el signo de la cruz en el cofre de mi auto. Habiendo dicho esto, me di cuenta que todavía cree toda esa basura sobre rostros pálidos, labios hinchados, y demás. Despierte, querida. ¿Acaso Clinique no ha llegado a Nueva Orleans? Y sé que piensa que sus libros son sobre la culpa, el sufrimiento y la desdicha de los condenados, ¿pero qué espera que haga? ¿Que contraiga matrimonio? Déjeme decirle, la otredad es un lugar divertido. Me gusta mirar desde ahí.
Pero basta de nimiedades. Básicamente, soy un inmortal afortunado. Anne, usted es grandiosa. Quisiera que todo chupasangre pansexual experimentara la felicidad que me dio. La amo por eso. Y espero y ruego, por nuestro bienestar, que usted nunca me conozca.
Y ahora tengo que una confesión que hacerle. Adoré tanto el primer libro, que fui a comprar las secuelas, y me encantaron también. Amé su vitalidad, su intensidad incansable. Y mis amigos no-muertos de Hollywood me dicen que está por estrenarse una película. ¡Por fin! Nunca he tenido mucho tiempo para ellas, no desde von Stroheim murió. Sin embargo, hace muy poco, sentado en un sillón acojinado, pasé una noche en el cine, y ahí en la pantalla estaba ese pequeño y jugoso individuo llamado Cruise y pensé, “sí”. Si alguien debía interpretarme –convertirse en mí- sería él. Me emociona que alguien haya sido tan amable de tomar el consejo de este viejo vampiro.
Así que, ¿ya vio la película? ¿En un teatro o en video? Oí que no fue a la proyección por un problema relacionado con la sangre. Encantador.
Si estoy equivocado, si no le gustó, hágamelo saber. Ríase en mi cara. Escríbame. Llámame. Sacaré mi cuello y diré que su libro es grandioso, como estoy seguro la película también lo es. Perdone si falté a la premiere. Tuve algunos planes impostergables para viajar. Como siempre digo, si estás destinado a vagar por la tierra hasta el fin de los tiempos, ¿por qué no hacer una fiesta de ello? Usted sabe, sencillamente vagar. Es tan fácil en estos días. ¿Quién necesita ataúdes cuando se puede volar a Europa en la noche y arribar aún estando oscuro? Yo siempre viajo por Virgin. Las aeromozas son deliciosas.
Con todo mi amor para usted,
Lestat de Lioncourt.
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Carta pagada por el vampiro Lestat. Se concede permiso para reimprimir esta declaración siempre y cuando se haga con sangre de rata.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Vampiros, a punto de comenzar.

La Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México y Casa del Universitaria del Libro los invita cordialmente al curso

¡Vampiros!
Impartido por Roberto Coria*

Antecedentes.
Hoy más que nunca estamos conscientes de que los vampiros están presentes entre nosotros y han constituido una subcultura que ha desplegado sus alas prácticamente sobre todas las manifestaciones culturales. Vicente Quirarte argumenta que su figura es algo cotidiano en nuestros días y forma parte de una mitología que aún los niños conocen, mientras Jorge Ibargüengoitia afirma que la gente común y corriente sabe más de estas criaturas que de los otomíes.
El vampiro se encuentra fuertemente posicionado en el imaginario colectivo de la humanidad y sus raíces yacen en el folklore de los pueblos. Podemos rastrear sus huellas en la tradición hebrea, en la antigua Grecia, en Roma, en China, en África, e incluso entre los Aztecas y los Mayas. Esto aseguró su trascendencia hacia la literatura, el teatro, el cine, los cómics y la televisión.
En los últimos tiempos, los artistas han buscado reinventar la estructura del monstruo, para asegurar su vigencia. El curso ¡Vampiros! es una invitación para que el lector novicio se interne en el mundo y los misterios del vampiro. Al mismo tiempo, pondrá a prueba los conocimientos del iniciado. Es un viaje, a vuelo de murciélago, a través de los orígenes del mito, sus múltiples connotaciones, sus referentes literarios y algunas de sus representaciones cinematográficas más significativas.

Objetivo: Proporcionar un vistazo a los orígenes, historia y evolución de la figura del vampiro en las bellas artes, a través del análisis de obras emblemáticas del tema.

Dirigido a: Personas interesadas en adentrarse en los misterios del vampiro. Escritores, cineastas, sociólogos, público en general, aficionados de la literatura y cine de horror.

Contenido temático.

  1. Introducción. En el principio fue la sangre. Eros y tanatos, o de la fascinación por la sangre y la muerte. Drácula fue una mujer: el erotismo y el vampiro. Lilith, lamias y empusas, el vampiro alrededor del mundo.
  2. Cazadores de vampiros. Fisiología, poderes y debilidades.
    Vampiros en español, de Benito Jerónimo Feijoó al chupacabras.
  3. El vampiro en la naturaleza y a la luz de la ciencia médica. El murciélago vampiro y sus parientes. Enfermedades físicas. Catalepsia, rabia y porfiria. Asesinos en serie, esquizofrénicos, hematófagos y otros monstruos. Erzebeth Bathory, John Haig, Jeffrey Dahmer y compañía. ¿Cómo investigarían las ciencias forenses un caso de vampirismo?
  4. El vampiro en la literatura. Definiendo géneros. Clasificación del relato de vampiros. Antes de Drácula, o albores de la literatura vampírica. El relato gótico y los precursores.
  5. Bram Stoker, padre de Drácula. La ruta gastronómica de Drácula. La cocina rumana se encuentra con la cocina británica.
  6. Después de Drácula. Los herederos de Bram Stoker. La renovación literaria del mito. Textos vampíricos 1950-2009, de Richard Matheson a Stephanie Meyer.
  7. A capa y estaca: historia del cine de vampiros. Proyección de la película Déjame entrar (Låt den rätte komma in, Suecia, 2008), dir. Tomas Alfredson.
  8. Vampiros en el teatro. Versiones escénicas más importantes. Drácula va a Broadway: John Balderstone, Hamilton Deane y Bela Lugosi. Bram Stoker y el hombre que fue Drácula. El vampiro en la televisión, las historietas, el internet y los juegos de rol.
Duración: 16 horas, divididas en 8 sesiones de dos horas.
Inicio: 22 de septiembre de 2009
Término: 24 de noviembre de 2009

Horario: martes de 17:00 a 19:00 horas

Costo: $750.00 *Aplican descuentos con ciertas condiciones.

Sede: Casa Universitaria del Libro
Orizaba # 24 esq. Puebla. Col. Roma.
Ciudad de México.
Informes: 5207 9390 y 5207 9871
http://www.humanidades.unam.mx/casul

Bibliografía
1. Belford, Barbara. Bram Stoker, a biography of the author of Dracula. Da Capo Press. Nueva York, 1996.
2. Calmet, Agustin. Tratado sobre los vampiros. Mondadori, Madrid. 1991.
3. Gubern, Román. Las raíces el miedo. Antropología del cine de horror. Tusquets Editores, Barcelona. 1979.
4. ————-. Máscaras de la ficción. Anagrama, col. Los Argumentos, Valencia. 1998.
5. Märtin, Ralf-Peter. Los Drácula. Tusquets editors. España, 1983.
6. Mc Nally, Raymond; Florescu, Radu. In search of Dracula. Houghton Mifflin Company. Nueva York, 1994.
7. Melton, J. Gordon. The vampire book: The encyclopedia of the undead. Visible Ink Press. Minnesota, 1999.
8. Ramsland, Katherine. The science of vampires. Berkley Boulevard books. Nueva York, 2002.
9. Quirarte, Vicente. Del monstruo considerado como una de las bellas artes. Paidós. México, 2006.
10. Skaal, David J. V is for vampire. Penguin books. Nueva York, 1996.
11. Siruela, Jacobo (comp.) El vampiro. Ediciones Siruela, Madrid. 2001.
12. Stoker, Bram. Drácula. Traducción Manuel Núñez Nava. CONACULTA. México, 2002.
13. Wolf, Leonard. Dracula, the connoisseurs guide. Broadway books. Nueva York, 1997.

*Paulo Roberto Coria Monter. Es investigador en literatura y cine fantástico. Licenciado en Diseño Gráfico por la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias en sedes como Casa del Lago Juan José Arreola, de la UNAM, en la Universidad Autónoma de Coahuila, en la Casa Jaime Sabines, en la Universidad La Salle de la Ciudad de México, en la Universidad del Valle de México, en la Facultad de Medicina de la UNAM, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el Centro Nacional de las Artes, en la Cineteca Nacional, en el Centro Nacional de las Artes, en el Palacio de Bellas Artes y en el Instituto Nacional de Ciencias Penales. Es miembro del claustro de maestros del Diplomado en Literatura Fantástica y Ciencia Ficción de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Es co-conductor del podcast Testigos del crimen. Es miembro del Consejo Editorial de la revista La Mandrágora y Director General del colectivo Cadáver exquisito, Sociedad de Estudios de Horror y Fantasía, A.C., grupo interdisciplinario de académicos que estudian las manifestaciones de estos géneros en las bellas artes. Es coautor de las obras de teatro “Yo es otro (Sinceramente suyo, Henry Jekyll)” y “De niños y otros horrores”, y autor de “El hombre que fue Drácula” y “La noche que murió Poe”.

Confesión antes de ser ahorcado

El 6 de agosto de 1949, en la prisión de Wandsworth, Inglaterra, murió en la horca John George Haigh, el asesino bautizado por la prensa británica como “El Vampiro de Londres”, conocido también como "El asesino de los baños de ácido". Antes de partir hacia el patíbulo, en el interior de su pequeña y sombría celda, Haigh decidió narrar a la posteridad los pormenores de sus crímenes. Este testimonio, escrito por su puño y letra, resulta estremecedor por sus detalles y su evidente ausencia de remordimiento. ES completamente relevante para hablar de asesinato serial y también de vampirismo. Escucha los detalles de este caso en el programa no. 28 de Testigos del Crimen.

Confesión antes de ser ahorcado
John Haig (1949)


Mañana seré ahorcado. Pasaré, por primera y última vez por esa puerta de mi celda que nunca he visto abrirse. Hay dos en ella. La otra sirve a los guardianes cuando vienen a visitarme. Pero sé que por la segunda puerta, esa siempre cerrada, es arrastrado el hombre destinado a la ejecución. En verdad, es el umbral del más allá.
Atravesaré ese umbral sin miedo ni remordimiento. Los hombres me han condenado porque me temían. Amenazaba su miserable sociedad, su orden constituido. Pero estoy muy por encima, participo de una vida superior, y todo eso que he hecho, lo que ellos llaman "delitos", lo he realizado porque me guiaba una fuerza divina. He aquí por qué me es completamente indiferente que se me trate de malvado o loco. De igual modo me es indiferente que comadres tontas soliciten verme. En efecto, parece, al menos por lo que me ha dicho un guardián, que llegan a la prisión muchas cartas dirigidas a mí de parte de ese frívolo sexo. Me pregunto si existe alguien sobre la Tierra capaz de comprenderme. A decir verdad, algunas veces me cuesta a mí mismo, y ahora, mientras refiero mi experiencia, desespero de encontrar ni siquiera un solo lector que esté a mi altura.
La primera persona que maté fue William Donald McSwan. A continuación maté a su padre y a su madre. La manera como conocí a Swan no tiene en sí nada de misteriosa. El era propietario de una sala de juego en Tooting, en los alrededores de Londres.
Una tarde de otoño de 1944 encontré a Swan en un café de Kensington. Estaba preocupado. Temía que lo llamaran a las armas, y me confió su intención de esconderse para evitar la conscripción militar. Desde aquella vez lo volví a ver con frecuencia. Me llevó, además, a casa de los suyos. Una noche, le propuse visitar mi departamento y, en el sótano, mi laboratorio, en Gloucester Road número 79. El joven Swan accedió. Entró junto conmigo y...
No puedo referir lo que hice entonces sin contar previamente algunos hechos que se remontan a mi infancia. Es necesario que hable de los sueños que tenía en aquel tiempo. El primer sueño del cual me acuerdo con precisión se remonta a la época en que formaba parte del coro de la catedral de Wakefield. De noche, en la cama, cerraba los ojos y volvía a ver el Cristo torturado sobre la cruz. Miraba el crucifijo en la iglesia, y a veces veía la cabeza coronada de espinas, a veces el cuerpo entero de Cristo, de cuyas heridas brotaba copiosamente la sangre. Me sentía horrorizado.
En otro sueño construía una inmensa escalera telescópica, por medio de la cuál llegaba a la Luna. Desde allí miraba la Tierra a mis pies, no más grande que una pelota. ¿Qué significado tenía este sueño? Pensaba que quería decir que haría en mi vida alguna cosa grande, que sería el mejor de todos.
La mayor parte de las veces la sangre era el asunto de mis sueños. Estos sueños tenían un papel fascinante y terrible en mi existencia. Y todavía no conocía el sabor de la sangre. Una pura casualidad me hizo probarla, y desde entonces ya no pude evitarla.
Tendría diez años. Me había herido en la mano con un cepillo para cabello, de cerdas metálicas. Lamí la sangre que brotaba, y algo se mezcló en todo mi ser. Esa cosa viscosa, cálida y salada que sorbía a flor de piel era la vida misma. Fue una revelación que me obsesionó por muchos años.
En cierta oportunidad empecé a cortarme adrede los dedos y las manos, sólo para poder posar los labios sobre la herida fresca y volver a sentir aquella sensación indescriptible.
La casualidad, pues, me había hecho volver, a través de los siglos de civilización, a los tiempos fabulosos en que los seres sacaban fuerza de la sangre humana. Descubrí que pertenecía a la raza de los vampiros. ¿Por qué? ¿Por qué justamente yo? No sabría explicarlo. Sólo puedo contar lo que experimentaba.
¿Comprenden ahora lo que pudo sucederle al joven Swan, cuando se encontró a solas conmigo, en aquella tarde de otoño? Lo desmayé con la pata de una mesa, o con un pedazo de caño, ya no lo recuerdo exactamente. Y después le corté la garganta con un cortapluma.
Procuré beber su sangre, pero no era nada fácil. Aún no sabía bien qué sistema usar. Le tuve sobre el lavamanos, y traté de recoger de algún modo el líquido rojo. Al fin, me parece que resolví sorberlo directamente de la herida, con un sentimiento de profunda satisfacción.
Cuando me aparté, sentí espanto ante la presencia de aquel cadáver. No tenía remordimientos. Sólo me preguntaba qué podía hacer para deshacerme de él. De súbito se me ocurrió un buen método. Tenía ya en mi laboratorio una gran cantidad de ácidos, sulfúrico y clorhídrico, que me servían para atacar los metales. Sabía bastante de química para estar enterado de que el cuerpo humano está compuesto en su mayor parte, de agua. Y el ácido sulfúrico es muy ávido de agua.
Por desgracia, no tenía nada preparado. Sólo al sexto o séptimo caso, comencé a preocuparme de preparar anticipadamente el medio más adecuado para hacer desaparecer los cuerpos.
Debí buscar un recipiente para meter el cadáver. Encontré en un cementerio una especie de barril de metal. Para transportarlo hasta mi sótano, pedí prestado a un maestro albañil una carretilla. Acomodé al señor Swan en el barril.
Ahora no me quedaba más que verter el ácido en el barril. Debía servirme de un cubo. No había previsto el humo que se desprendió, y sentí tal náusea que tuve de salir un poco al aire para retomar aliento.
Luego volví a la tarea y finalmente abandoné el sótano. Cuando más tarde regresé allí, pude comprobar que la operación había salido bien. El cuerpo estaba disuelto. Levanté una trampa que comunicaba con las cloacas y vertí por el hueco la mezcla. Si queda aún algo del señor Swan se encontrará en el mar, donde se descargan las cloacas de Londres.
Dos meses después, tuve otra víctima: esta vez se trató de una mujer. Tendría cerca de treinta y cinco años. Era morena, de mediana estatura. Nunca la había visto antes.
Nos encontramos en la calle, en el distrito de Hammersmith. La abordé en un puente. Comprendí en seguida que debía morir. Ella aceptó venir a mi casa. Le di un golpe en la cabeza y bebí su sangre.
Tampoco esta vez había hecho planes para desembarazarme del cadáver; pero aún tenía un poco de ácido y mi barrilejo. Arreglé en él a la muchacha, pensando entonces que sería cómodo tener una bomba para verter el ácido. Salí a comprar una.
Sólo después del segundo McSwan, el padre de William, se me ocurrió usar una especie de máscara para evitar la náusea por los vapores del ácido. Y en seguida me procuré un mandil, botas y guantes de goma. Así equipado, y armado de un palo revolvía la "mezcla".
A los viejos McSwan los maté juntos el mismo día.
Durante el proceso se me ha preguntado con cuál cortapluma acostumbraba a cortar la garganta de mis víctimas. En verdad no sabría decirlo; tenía tres de ellos. Debo decir, a este propósito, que no acierto a recordar ningún detalle de lo que sucedía en esos momentos. Cuando estaba bajo la influencia de mis sueños, casi no veía otra cosa que la copa, esa copa tendida ante mí, mientras yo aullaba de deseo, y que se rehusaba a mi garganta sedienta, hasta que me decidía a arrastrar un ser humano a mi sótano, y entonces, por un instante, podía al fin chupar la vida de su garganta abierta, con maravilloso alivio.
Mi quinta víctima fue un jovencito desconocido, un tal Max. Pero prefiero hablar de los números seis y siete, la joven pareja Henderson. Archibald, el marido, era un médico londinense. Tenía una mujer joven, hermosísima: Rose... desaparecieron en febrero de 1948. La policía nunca habría resuelto el misterio de los Henderson, si no la hubiera ayudado revelándole que fui yo quien los mató.
Los conocí del modo más sencillo. Habían publicado un aviso para vender una casa en Ladbroke Square. Contesté. Era un buen método para entrar en contacto con nuevas personas. Lo he empleado varias veces. El señor Henderson era el segundo marido de Rose, y Rose era su segunda mujer. Él era viudo. Ella, divorciada. Había estado casada con un ingeniero alemán, Rudolf Erren. Durante la Segunda Guerra Mundial Erren había formado parte del famoso grupo de pilotos apodado "Circo Richtofen", capitaneado por Goering. Después de la guerra se había establecido en Inglaterra. Ahora ha vuelto a vivir en Alemania.
Cuando sé que una persona puede convertirse en una víctima mía, es extraño, pero no logro experimentar amistad por ella.
Rose me confió que, bajo aquella apariencia acomodada, ella y su marido tenían dificultades financieras. No es entonces por interés que los he matado. Archie tenía deudas, y a menudo discutía con su mujer por cuestiones de dinero.
Los Henderson partieron en 1948 para una breve estancia en Brighton, en el hotel Metropole. El ciclo de mis sueños estaba entonces en el ápice. Me sentía mal. Archie se quejaba de mi desatención: le parecía que no escuchaba lo que me decía. En efecto, estaba completamente preso de mi horrible necesidad. Veía de nuevo bosques de crucifijos que se transformaban en árboles que goteaban sangre. Me despertaba con ese atroz deseo imperioso.
Necesitaba que Archie fuera mi próxima víctima. Con un pretexto cualquiera, le hice venir desde Brighton a Crawley, a mi laboratorio de Leopold Road, y le disparé una bala en la cabeza con el revólver de su propiedad, que le robara durante una noche pasada en su casa.
Volví a Brighton y le dije a Rose:
- Archie se ha sentido mal en mi casa. Nada grave, pero quisiera que usted fuera a buscarle. Venga conmigo.
Me siguió enseguida, sin ninguna sospecha. Apenas entró en el laboratorio la maté. Cómo, no lo recuerdo.
Bebí una buena parte de la sangre de Archie y de Rose. Me sentía protegido por una mano invisible. Estaba tan seguro de mí, que dejé los cadáveres al descubierto en el laboratorio mientras iba a comprar una máscara de gas y un segundo recipiente para el ácido. La máscara, como ya he explicado, debía servir para evitarme la náusea por las emanaciones de ácido sulfúrico que se elevaban de mi "mezcla". El nuevo recipiente era para la mujer. Dejé a Archie y Rose en perfecto reposo. Disolví al primero el viernes por la tarde. Y el sábado siguiente el bello cuerpo que en vida había constituido la fascinación de Rose Henderson, se fundió en el ácido como una muñeca de cera al calor. Su forma y su color desaparecieron lentamente, gigantescos pedazos de azúcar que yo revolvía con un bastón, continua, serena y pacientemente...
Mary fue mi víctima número ocho. Encontré a esa muchacha en Eastbourne, donde estaba de vacaciones o por trabajo, ya no lo recuerdo bien. En todo caso, no era del lugar. De ella sólo conozco su nombre, Mary. Charlamos un largo rato y le pedí que viniera a comer conmigo a Hastings. Fuimos a un café cerca del mar. Estábamos a fines de verano o en los comienzos del otoño, en todo caso en los últimos días cálidos. El sol poniente transformó por un instante el mar en sangre. Me estremecí. Miré a Mary y le dije estúpidamente:
- Es hermoso, ¿verdad? Parece exactamente una tarjeta postal en colores.
Pero yo, distante de aquellos pensamientos vulgares, me sentía dominado por mi sacro deseo. Me llevé sin esfuerzo a Mary a Crawley. Entramos en mi laboratorio de Leopold Road. Sin esperar, tomé un utensilio por el mango y la golpeé salvajemente en la cabeza. Después, le abrí la garganta y me arrojé ávidamente sobre la herida.
Durante la noche, tuve el acostumbrado sueño satisfecho que me venía siempre después de cada crimen. La aparición me tendió la copa de sangre y me dejó beber a largos sorbos.
Mary tenía el acento de Gales. Recuerdo su vestidito blanco y azul y sus zapatos blancos. No había casi nada en su bolso, fuera de un frasquito de perfume. Nunca logré descubrir su nombre. La policía tampoco.
Hablaré ahora de la novena persona que fue "muerta" por mí. Esta es la expresión que deseo usar. No me agrada decir que la había "asesinado", porque esta palabra da la impresión de crueldad y sufrimiento. "Matar" en cambio, era el resultado inevitable de la voluntad de un Espíritu de gran poder que me guiaba, ordenándome tomar la sangre de los hombres. El hombre es solo un peón en manos del Ser Supremo.
La misma fuerza ha decidido ahora que ha llegado para mí el tiempo de morir y yo acepto su divino juicio. Por otra parte, también estoy cansado. Mis ojos no pueden más. He leído y escrito mucho, y tengo prisa de concluir estas memorias. Para poder continuar escribiendo, me veo obligado a ponerme los anteojos con montura de oro del doctor Henderson, mi sexta víctima.
Pero vayamos, pues, a la señora Olive Durand-Deacon, la última persona de esta tierra de quien he bebido un vaso de sangre. Cuando la encontré, era una de esas mujeres "en el ocaso de su vida", para usar las palabras del Ministerio Público en mi proceso. Debo admitirlo, con ella fui muy descuidado. No es mi naturaleza. Usualmente, me gusta repetir que prefiero una injusticia a un desorden. Pero me sentía de tal modo protegido por la fuerza superior que me dirigía, que olvidé tomar las precauciones más elementales.
La señora Durand-Deacon vivía en la misma pensión familiar en que yo me alojaba, en Kensington. Es así como la conocí. Le agradaba a la anciana señora porque le hablaba de música, de arte, de literatura. Teníamos también conversaciones filosóficas y religiosas. Ella había escrito un libro titulado "Así Habla Dios". Yo había dado alguna conferencia en congregaciones religiosas. Recuerdo que conmovía a las oyentes hasta las lágrimas. También había escrito algunos artículos en diversas revistas de teología. Todo lo cual me granjeó las simpatías de la señora Durand-Deacon, quien veía en mí, a pesar de mis cuarenta años, "un joven verdaderamente prometedor".
Durante mi proceso, el público ha sido informado del ridículo motivo que la indujo a venirme a ver a mi laboratorio. La anciana señora sufría por haber perdido las uñas, y yo le había dicho que, tal vez, lograría fabricarle otras con material plástico.
Y fue así como ella partió para su último viaje, el 18 de febrero de 1949. La maté de un balazo en la nuca. Después le practiqué una incisión en la garganta y bebí un vaso de sangre. Llevaba una cadenita con una pequeña cruz alrededor del cuello. Experimenté un goce extraordinario al estrujarla.
El sistema para la eliminación del cadáver se había hecho ahora automático. Además, para la señora Durand-Deacon había preparado con anticipación el barril de ácido.
He dicho ya que aquella vez hice todas estas operaciones con descuido. Había comprado el ácido dando mi verdadero nombre. Quemé sólo parcialmente el bolso de la señora Durand-Deacon, y los polizontes encontraron fragmentos. No disolví completamente el cuerpo, desde el momento en que fueron encontrados restos suficientes para justificar la acusación de asesinato.
En realidad, para mí no había sido todo fácil con la señora Durand-Deacon. Debí hacer entrar aquel cadáver de noventa kilos en un pequeño barril. Pero esto no basta para explicar mi negligencia. Quizás, estaba sencillamente cansado de matar, y no veía la hora de concluir con aquella misión que la divinidad superior me había confiado, y tenía necesidad de descansar, así fuera en el inmundo pedazo de tierra reservado a los ajusticiados.
Extenuado por la maniobra con el pesado cadáver de la vieja, salí a tomar una taza de té. Cuando regresé, ¡recordé haber dejado la puerta abierta! Cualquier hubiera podido entrar y ver el cadáver.
Maté a la señora Durand-Deacon un viernes. El domingo siguiente estaba en casa de unos amigos. Una muchacha me dijo de pronto:
- ¡No me mire así!
Aparté la mirada pero continué tratando de verla mentalmente
Ella manifestó entonces.
- Siento que él sigue mirándome.
Y de repente me gritó:
- ¡Asesino!
Aquel poder de adivinación (aún cuando yo no esté de acuerdo, como lo he explicado, acerca de la palabra "asesino") me pareció incomprensible.
Bien pronto los polizontes, que indagaban sobre la desaparición de la señora Durand-Deacon, descubrieron en mi sótano los vestigios de su cuerpo y sus vestidos. Mi destino se cumplía.
Ahora que todo ha concluido y que he llegado al término de mi relato quiero agregar aún algo.
Será una pequeña vanidad (que bien puede perdonársele a un hombre a punto de morir) pero quisiera que el traje que llevaba durante el proceso se entregue al Museo de Cera de Madame Tussaud, para vestir mi muñeco. Quisiera que se envíen allí mis medias verdes y mi corbata a cuadritos rojos y verdes. Espero que mi retrato de cera sea parecido. Deseo que el conservador del Museo Toussaud cuide de que mis pantalones conserven siempre una raya impecable. He engordado en la prisión: es desagradable. Espero que en mi retrato se me conserve una línea más esbelta.
Mi proceso me ha aburrido mucho. Tenía la impresión de ver un film por segunda vez. Pero, sin embargo, me ha divertido la manera con que ciertos testigos agregaban detalles obscenos a mi historia.
Sé que desde la puerta de mi celda se necesitan apenas quince pasos para llegar al patíbulo. Son pocos para alcanzar la eternidad. Veo a la lluvia bañar la cima de los álamos más allá del muro de la prisión. Me inspira el mismo deseo que a veces sentía bajo la fronda de un magnífico bosque cuando, solitario, buscaba una meta que tal vez no existe.
Pienso en las palabras escritas por un gran hombre de la antigüedad, no sé ya quién exactamente. Me parece oportuno citarle ahora:
"No antes que los telares se hayan detenido y las lanzaderas terminado de deslizarse, Dios desenvolverá el tapiz y revelará su motivo."
Nací el 24 de julio de 1909, en Stanford, en el Lincolnshire. Mi familia estaba por aquel tiempo en la miseria. Mi padre tenía treinta y ocho años, mi madre cuarenta. Mi padre era cabo electricista, pero sin trabajo. Mis progenitores no tenían con qué comprar la canastilla para el niño que debía nacer. Mi madre está convencida de que los meses de sufrimiento y preocupación que precedieron a mi nacimiento han sido la causa de lo que ella llama mi enfermedad mental.
- Es culpa mía - dijo ella - porque no he comparecido ante el juez junto con George. Soy responsable por lo que le toca.
La situación de mis progenitores no mejoró sino muchos meses después. Ambos eran muy piadosos. Mi padre gobernaba una comunidad religiosa. Me criaron en una atmósfera inhumana, peor que en un monasterio. No conocí ninguna de las alegrías que habitualmente tienen los niños.
Sobre la frente de mi padre hay una cicatriz azulada, una especie de cruz deformada. El me explicó que aquello era la marca de Satanás. Había pecado y el Diablo le castigó.
- Si cometes un pecado - decía -, Satanás te castigará del mismo modo.
Durante años miré las frentes de las personas para ver si estaban marcadas con una señal azul. Como nadie la tenía, deduje que mi padre era el único pecador, y que todo el resto del mundo era inocente.
Cada noche hacía mi examen de conciencia. Si tenía algo que reprocharme, con extremado temor me acercaba al espejo para ver si me había aparecido la marca en la frente.
Fui a la escuela hasta los diecisiete años. Formé parte del coro de la Catedral. El domingo me levantaba a las cinco para asistir al primer servicio. Permanecía en la iglesia el día entero, hasta las ceremonias de la noche. Al volver a casa, encontraba a mis progenitores orando y me unía a ellos.
A causa de lo extraño de esta vida, los niños de mi edad no me quería.
Sin embargo, yo estaba siempre dispuesto a ayudar a mi prójimo. Adoraba los animales. debo mi sustento a perros vagabundos. Amaba también a los conejos y los pájaros.
En 1927, a los dieciocho años, sentí irresistiblemente la necesidad de expresar el misticismo religioso que me colmaba: envié a una revista un artículo, "La Degradación del Hombre", que fue publicado.
Creía tener una gran misión que cumplir entre los hombres. Me puse a hablar en las congregaciones religiosas. La primera vez que lo hice descubrí esta cosa extraordinaria: tenía el don de saber hablar. La multitud de fieles me escuchaba palpitante, y corrían lágrimas sobre sus rostros. Mis progenitores estaban muy orgullosos de ello.
En el mes de julio de 1934 desposé una graciosa muchacha de 21 años, Beatrice Hamer. Pero mi dicha conyugal fue de breve duración. Mi mujer decidió no volver a verme nunca más. Le nació una hija que después fue adoptada por desconocidos. Existe hoy en alguna parte una muchacha de catorce años que ignora que su padre soy yo, John Haigh, el hombre que llaman "el Vampiro de Londres".
Gran Bretaña estaba en guerra. Encontré empleo en la Defensa Pasiva. Fueron los horrores de los grandes bombardeos sobre Inglaterra lo que me hizo abandonar la idea de un Dios justo y amoroso. Estaba un día en un puesto de guardia con una enfermera de la Cruz Roja, cuando las sirenas se pusieron a aullar. Aún no habían concluído, y ya las bombas caían. La enfermera y yo salimos corriendo para alcanzar el refugio. De súbito un silbido terrible, me arrojé bajo un portón. Cuando me levanté, herido, una cabeza rodó a mis pies. Era la de mi compañera que, un momento antes, estaba tan alegre y hermosa. ¿Cómo Dios había podido consentir este horror? Ahora no creo más en Dios, sino en una fuerza superior que nos impulsa a obrar y dirige misteriosamente nuestro destino, ignorante del bien y del mal. Ya he referido cómo esta fuerza me movió a degollar seres humanos, después de haberme hecho tener terribles sueños que me dejaban sediento de sangre. Justamente a mí, que amo y adoro las más pequeñas y débiles criaturas, me ha sido ordenado cometer estos crímenes y beber sangre humana.
No es posible, mis nueve delitos deben tener explicación en algún lugar fuera de nuestro mundo terreno. No es posible que sean absurdamente sólo el sueño de un demente lleno de sonido y furia, como dice Shakespeare.
¿Hay entonces una vida eterna? Pronto lo sabré. Esperándolo, adiós...

jueves, 10 de septiembre de 2009

De payasos criminales

Batman: ¿Qué hiciste?
Joker: Tomé al Caballero Blanco de Ciudad Gótica y lo rebajé a nuestro nivel. No fue difícil. La locura, como puedes ver, es igual que la gravedad. Sólo necesitas un pequeño…empujón.

-Del guión de Jonathan y Christopher Nolan para la película “The Dark Knight”.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Horror y terror

El miedo y el horror[1] son conceptos con los que convivimos desde la infancia. Los cuentos de hadas -poblados por figuras amenazantes como brujas caníbales, ogros, hermanastras capaces de auto mutilarse y lobos que devoran niñas- cumplen una función elemental en nuestra formación: nos enseñan a lidiar con temores elementales como la soledad, el abandono, la pérdida de los padres o los cambios que experimenta nuestro cuerpo.
La literatura de horror es una forma de expresar lo numinoso[2] cuando ya no se cree, pero cumple una función social indispensable. Es una válvula de escape y una forma de evasión que nos permite experimentar, desde una posición segura, metáforas que hablan sobre las zonas oscuras del ser humano y sus manifestaciones. Hoy en día, en esta gran Ciudad de México, puede inspirarnos más miedo un asaltante armado frente a la ventanilla de nuestro automóvil que el más aterrorizante monstruo literario.
Muchos estudiosos como Rafael Llopis confluyen al señalar el inicio de la literatura de horror en la llamada novela gótica, y de igual manera califican a la obra El Castillo de Otranto, de Horace Walpole, como el relato fundador del género[3].El relato de horror, como afirmaba Edgar Allan Poe (1809-1849), debe apostar por la brevedad y el impacto, aunque como advertía Montague Summers (1880-1948) –compilador de memorables antologías obre fantasmas- “haciendo a un lado las más grandes obras maestras de la literatura, no hay nada más difícil que producir que un cuento de fantasmas de primera clase”. Escribir un buen relato de horror es pues tan delicado como concebir un poema de amor. El éxito se logra al utilizar adecuada e innovadoramente las convenciones del género, cuando el autor es capaz de ensamblar dichos elementos y capturar la imaginación del lector y asustarlo.


[1] Es necesario aclarar las diferencias entre terror y horror. Mientras el primero es definido como miedo o espanto, el segundo es un pavor que penetra en el espíritu, capaz de despertar un sentimiento de aprehensión.
[2] Orden de la conciencia en que ésta capta algo misterioso y superior que inspira temor y reverencia.
[3] Walpole proclamó su obra como la traducción de un texto italiano de Onufrio Muralto, seudónimo que solía emplear. Según el prefacio a la primera edición, Walpole aclara que se publicó originalmente en Nápoles en 1529, sin especificarse el año en que se desarrolla la trama.

Bibliografía básica sobre el horror

Con especial dedicatoria para mis alumnos en el Seminario en Literatura y Cine en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores en Puebla, he aquí una bibliografía básica para entender el horror literario.

Saludos afectuosos hasta la Ciudad de los Ángeles.


  1. Cailloirs, Roger. Au coeur du fantastique. Galimard, Paris. 1965
  2. Duvignaud, Francois. El cuerpo del horror. Fondo de Cultura Económica, México. 1981.
  3. Freud, Sigmund. Lo siniestro. López Crespo editor, Buenos Aires. 1976.
  4. Hartwell, David G. (comp) El gran libro del terror. Ediciones Martínez Roca, Barcelona. 1987.
  5. Jones, Stephen (comp.) Clive Barker´s A – Z of horror. Harper Prism, Nueva York. 1996.
  6. Jones, Stephen; Newman, Kim (comps.) Horror 100 best books. Carroll & Graf Publishers, Nueva York. 1998.
  7. King, Stephen. Danza macabra . Valdemar intempestivas, Madrid. 2006.
  8. Llopis, Rafael. Antología de cuentos de terror (3 volúmenes). Alianza Editorial, Madrid. 1981.
  9. Lovecraft, Howard Phillips. El horror sobrenatural en la literatura. Fontamara, México. 1995.
  10. Skaal, David J. The monster show, a cultural history of horror. Faber and Faber, Nueva York. 2001.
  11. Todorov, Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. Ediciones Coyoacán, México. 1994.
  12. Vax, Louis. L´art et la littérature fantastiques. Presses Universitaires de France, Paris. 1974.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El regreso de Sam Raimi

Tras la fallida tercera entrega del Hombre Araña, personaje que lo colocó en las grandes ligas hollywoodenses, Sam Raimi regresa a la silla de director con una cinta que emula el efecto y técnica narrativa de El Despertar del Diablo (The evil dead, Estados Unidos, 1981), la cual lo colocó como un solvente esteta de lo grotesco y horrorífico.
Se trata de Arrástrame al infierno (Drag me to hell, Estados Unidos, 2009), coescrita por Raimi y su hermano Ivan. La trama es simple. Christine (Alison Lohman) es una campesina insegura, antigua gordita, encargada de préstamos hipotecarios de un banco con aspiraciones ascendentes que es maldita por la Sra. Ganush (Lorna Raver), una bruja gitana a la que el sistema está por arrebatar su hogar. La anciana conjura al demonio Lamia para que acose a la burócrata y, literalmente, la arrastre al infierno.
No es extraño que Raimi vuelva a sus orígenes. El mal y sus representaciones son temas básicos del cine de horror, y tal vez la encarnación más primitiva, poderosa y emblemática de la maldad es la figura del Demonio y sus huestes. Presentes en la psique humana desde las primeras religiones panteístas, el Demonio y sus seguidores son la personificación del lado más oscuro del ser humano, las fuerzas opuestas al Bien y a los principios de la Creación que están presentes en todas las religiones del planeta. Irónicamente el Maligno se ha convertido en una fuente de inspiración para artistas de todas las épocas. Desde Dante, Milton y Goethe, hasta los espléndidos grabados de Gustav Doré, el Demonio y sus discípulos han encontrado en las bellas artes un medio idóneo para predicar su obra. La cinematografía no podía escapar a su poder y encontramos huellas de su paso desde los albores mismos del expresionismo alemán con la cinta Fausto (1926) dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau, quien cuatro años antes ingresó a la posteridad gracias a la película Nosferatu. Pero hablaré de cine demoniaco en otra ocasión.
En el presente caso, el folklore nos recuerda que Lamia era hija de Belus, rey de Egipto, y soberana de Libia. Ella fue seducida por Zeus, padre de los Dioses Olímpicos. Después que Hera, la celosa consorte de Zeus, se enteró del amorío, asesinó cruelmente a toda la progenie de la mujer. Lamia fue consumida por el dolor y la sed de venganza y se convirtió en un ser monstruoso, capaz de quitarse los ojos, que devoraba a los niños o bebía su sangre.
La Lamia de la leyenda está más emparentada con los vampiros, las empusas o las harpías –incluso con nuestra Llorona- que a un demonio pagano con reminiscencias al macho cabrío de la iconografía medieval como el que usara Jacques Tourneur en esa joya de la cinematografía británica titulada Nigth of the demon (1957). Esto no resta mérito al relato. Raimi se regodea con el uso de su humor enfermo, casi caricatrurezco, y con escenas que arrancan el sobresalto más genuino al público para narrar una historia con moraleja: haz siempre el bien o te las verás con el demonio.
Arrástrame al infierno ha sido aplaudida internacionalmente. Se proyectó a la medianoche en el pasado festival de Cannes, Francia, y causó sensación entre los espectadores. Espero que esto sirva para orientar al señor Raimi en momentos donde el poderoso imperio Disney compró la editorial Marvel Comics. Sería decepcionante ver una cuarta película del héroe arácnido suavizado por el carácter de Mickey Mouse. Aunque en gustos se rompen géneros.