martes, 31 de agosto de 2010

Réquiem por la Ley y el Orden

Admito que no sé mucho de música y que tengo un oído pésimo para apreciarla. Pese a ello sé que un Réquiem –de la expresión en latín que significa “descanso”- es una composición musical empleada para realzar liturgias fúnebres y es una ceremonia religiosa en muchas creencias. Me parece oportuno recordar esto pues en unas horas, tras 20 años como devoto espectador, veré el último episodio de La Ley y el Orden. Siento como si fuera a morir un familiar cercano ya que, como comenté anteriormente, crecí contemplando el programa. Mi fascinación por los policiales televisivos se remonta a mi infancia, cuando veía repeticiones de Los Intocables al lado de mi abuelo materno, el criminalista Antonio Monter Núñez. Ambos fueron inspiraciones imprescindibles para mi vida adulta. Sobre el final de La Ley y el Orden sólo puedo exresar mi más profundo pesar. Es cierto que tras dos décadas de vida, la evolución del lenguaje narrativo de la televisión, la espectacularidad de nuevas propuestas y la familiaridad de la serie, podía mostrar a muchos signos de agotamieto. Decía una popular canción “hasta la belleza cansa”, aunque no siempre es cierto. Sigo manifestándome como un gran defensor de esta historia por muchas razones: es una digna heredera de antiguos y famosos seriales policíacos como Dragnet (1951 a 1959, y sucesivas versiones), Historia del crimen (1986 a 1988) y El precio del deber (1981 a 1987). Instauró todo un estilo para contar este tipo de dramas, con sus imágenes grabadas cámara en mano en locaciones reales de la ciudad de Nueva York, urbe compleja y caótica que bien representa a todas las grandes ciudades de la sociedad occidental, y por nutrir sus historias de la nota roja cotidiana. La serie está estructurada –porque seguirá viva en sus repeticiones- en dos actos. En el primero se plantea un crimen –resorte dramático indispensable, pues sin este no sería un programa policial- y su consecuente investigación, con todo tipo de giros –a veces plagada de riesgo- hasta que finalmente los detectives logran dar con el culpable. Le sigue un segundo acto, presentado como un drama de corte que rinde homenaje a series como Perry Mason (1957 a 1966 y continuas revisiones), donde los audaces fiscales se encargan de que el maleante reciba su castigo. Pero lo mejor de La Ley y el Orden siempre serán sus personajes. No necesitamos saber todo de sus vidas para simpatizar con ellos, a diferencia de otras series que centran sus historias en los conflictos internos de sus protagonistas. La experiencia policial estuvo representada, en sus inicios, en los detectives Greevey (George Dzundza) y Cerreta (Paul Sorvino). La juventud, con su inexperiencia, empuje y agresividad eran encarnadas en el detective Mike Logan (Chris Noth) y sus posteriores reemplazos, los detectives Rey Curtis (Benjamin Bratt), Ed Green (Jesse L. Martin), Nina Cassady (Milena Govich), Cyrus Lupo (Jeremy Sisto) y Kevin Bernard (Anthony Anderson). Pero la serie comenzó a madurar con la incorporación del detective Lennie Briscoe (Jerry Orbach), alcohólico rehabilitado, investigador agudo y poseedor del sentido del humor más negro e indispensable para enfrentar la horrible profesión de atrapar homicidas. Cuando a Briscoe, en uno de tantos casos, le hicieron notar que la víctima varón –asesinada por disparo de arma de fuego- le llevaba flores a su novia, él respondió irónicamente “ahora tendrán que llevárselas a él”. Orbach abandonó la serie en 2004 por motivos de salud, convirtiéndose en el actor que más tiempo ha interpretado a un policía de forma consecutiva. Cuando me enteré de su muerte ese mismo año lo lamenté profundamente, como cuando pierdes a un tío muy querido. El programa adquirió forma definitiva y contundencia absoluta con la llegada de Jack McCoy (Sam Waterston), agresivo fiscal, y auténtico paladín de la justicia que no temía estirar las leyes al máximo para lograr su cometido, muy lejano de su tímido predecesor Ben Stone (Michael Moriarty), ambos apoyados por un interminable desfiles de asistentes legales (las actrices Jill Hennessy, Carrie Lowell, Angie Harmon, Elisabeth Röhm y Alana de la Garza, por citar sólo a las más destacadas). La sabiduría corría a cargo del jefe de todos, Adam Schiff (Steven Hill), que heredó la silla del Fiscal de Distrito –el equivalente al Procurador de Justicia de la ciudad- a Nora Lewin (Dianne Wiest), Arthur Branch (Fred Dalton Thompson) y finalmente al propio McCoy, ascenso más que merecido. Y pronto McCoy advirtió las presiones del puesto: “ahora sé por qué Adam Schiff siempre estaba de mal humor”. Los crímenes que este equipo investiga comprenden el homicidio en todas sus modalidades –por los motivos más diversos- y delitos sexuales –que propició la creación de un spin-off, La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales-. Los escritores encontraron la forma de cruzar sus historias con las series que emanó y su programa hermano Homicidio, la vida en la calle (1993 a 1999), en un emocionante episodio de dos partes que tomaba como inspiración el caso –de la vida real- de Shoko Asahara y el terrible atentado en el metro de Tokio.
Extrañaré enormemente el ruido distintivo que marcaba la transición entre escenas, bautizado por sus actores como “el cásico ching-ching” o el “doink-doink”, y extrañaré todo lo que la serie representa: la necesidad de servidores públicos eficientes, entregados a una causa, en una ciudad convulsa que necesita de héroes que la defiendan e inspiren lo mejor en sus habitantes.

viernes, 27 de agosto de 2010

Lectura obligatoria

La nueva creación de mi amiga Norma Lazo se titula El mecanismo del miedo. Ella es una notable exploradora de las zonas oscuras de la mente humana y una talentosa escritora. Sin que medie el enorme aprecio que siento por ella, habiendo devorado más de la mitad del texto, puedo decir que es una gran novela, una apología a lo fantástico y a la necesidad de experimentar un "miedo bueno es una época dominada por el miedo malo". Sin afán comercial, está disponible en todas las librerías. Ya lo comentaremos y les informaré de su inminente presentación oficial.
Por cierto, su página web es grandiosa.

martes, 24 de agosto de 2010

Temporada de caza

El cineasta texano Robert Rodríguez es heredero indiscutible de Roger Corman. Ambos se distinguen por la factura económica de sus películas. La opera prima del primero, El mariachi (1996), se filmó con el casi ridículo presupuesto de 7 mil dólares y obtuvo una ganancia de 2 millones. Esto no sólo le valió el reconocimiento internacional, sino le abrió las puertas de la gran industria hollywoodense a través de la productora Dimension Films, subsidiaria de New Line Cinema especializada en cine de horror y fantasía. Bajo este sello nos presentó Del crepúsculo al amanecer (1996), divertido neo-western de vampiros que homenajea a directores que a simple vista parecen tan disímiles como Sergio Leone –con sus spaguetti westerns- y a Federico Curiel –con su serie de aventuras del Santo-. Mientras Corman reciclaba musicalización, vestuario y decorados de sus películas previas, Rodríguez utiliza recursos caseros en sus producciones: en el patio trasero de su casa instaló su propio estudio –Troublemaker studios-, donde realiza su propia edición, banda sonora y efectos especiales. En ese lugar se gestó la inofesiva saga de Mini espías (2001-2003) o esa joya neo noir llamada Sin City (2005). A Rodríguez y Corman los diferencían la época, la proyección comercial y el acceso a la tecnología. Son dos artistas cortados por la misma tijera, pero de distintas generaciones, dos realizadores que se alejan de academicismos y nos ofrecen cintas sencillas que sólo buscan entretenernos.
Me resultó un poco extraño leer en los avances de los cines “Robert Rodríguez presenta Depredadores”, y más aún que la película fuera estelarizada por el ganador del Oscar Adrien Brody. No porque Rodíguez esté involucrado en una gran producción –el hombre siempre ha mostrado una morbosa fascinación por el cine gore, por la sangre como espectáculo, y vaya que el cazador alienígeno se adecúa a esto, además en 1994 los estudios Fox le encargaron escribir una secuela no filmada- ni porque sea indigno de un actor galardonado participar en una cinta de esta clase, sino porque el cineasta no me parece muy cercano de la franquicia que iniciara John McTiernan en 1988 y porque no es en definitiva el tipo de películas del protagonista de El pianista (Roman Polanski, 2004).
Aún recuerdo cuando vi la prmera entrega de Depradador. Era un tierno adolescente de 16 o 17 años que descubría la magia los videoclubes y muchas personas me habían advertido que era “demasiado sangrienta”. Eso, obviamente, la hizo más atractiva. En la pantalla de la televisión estaban el grandulón e inexpresivo Arnold Schwarzenegger y un comando de aguerridos mercenarios en una misión de rescate en una jungla centroamericana. Inesperadamnte, la operación se veía obstaculizada por una entidad invisible que masacraba inmisericorde, uno por uno, a los personajes. Los cadáveres de algunos pendían, ensangrentados, de los árboles. Era como si los cazara. Recordé inmediatamente un cuento del francés Guy de Maupassant que recién había descubierto, El Horla (1887), donde un ser similar –imaginario o no- atormentaba al protagonista:

Regresé muy contento al hotel, caminando por el centro. Al codearme con la multitud, pensé, no sin ironía, en mis terrores y suposiciones de la semana pasada, pues creí, sí, creí que un ser invisible vivía bajo mi techo. Cuán débil es nuestra razón y cuán rápidamente se extravía cuando nos estremece un hecho incomprensible.

También al relato El Wendigo (1910) del escritor inglés Algernon Blackwood, que narraba el fatal encuentro de un grupo de cazadores con un ente terrible en los bosques norteamericanos.

Aquel año se organizaron numerosas partidas de caza, pero apenas si se llegó a descubrir rastro alguno; los alces parecían excepcionalmente tímidos aquella temporada y los chasqueados Nemrods regresaron al seno de sus respectivas familias formulando las mejores excusas que se les ocurrieron. El doctor Cathcart, como otros muchos, regresó sin un solo trofeo. Pero trajo, en cambio, el recuerdo de una experiencia que, según confiesa, vale por todos los alces cazados en su vida. Y es que Cathcart, de Aberdeen, aparte de los alces, estaba interesado en otras cosas; entre ellas, en las extravagancias de la mente humana. Sin embargo, esta singular historia no figura en su libro La Alucinación colectiva por la sencilla razón de que (así lo confesó una vez a un colega suyo) vivió los hechos demasiado de cerca para poder opinar con entera objetividad.

Todos los ejemplos anteriores son un buen pretexto para ir de caza, sea a la librería o al cine.

lunes, 16 de agosto de 2010

¿Podemos hablar de un cine Nolaniano?

Lo han dicho los más reputados expertos: pocos artistas provocan la creación de adjetivos para referirse a su obra y a la de trabajos gestados bajo su influencia. Decimos lovecraftinano como homenaje a los relatos de Howard Phillips Lovecraft y para expresar las limitaciones de las palabras para describir el horror, hitchcokiano para referir la producción de Alfred Hitchcock, con sus falsos culpables y sus crímenes imprescindibles, o burtoniano para calificar el trabajo de Tim Burton, su imaginería oscura y sus perspectivas imposibles. Precisamente el otro día Jonathan Báez, asiduo lector de este blog, sugirió –tras leer mi comentario sobre El origen (2010)- acuñar el término nolaniano para designar a la producción del escritor y cineasta británico-estadounidense Christopher Nolan. ¿Es posible? ¿Merece ya Nolan un honor conferido sólo a los grandes? Esto es el equivalente al permiso que de niños anhelamos para sentarnos en la mesa de los adultos y sin duda es una idea irresistible para todo admirador de sus películas. Nolan, como Hitchcok y Burton, comenzó ya a reunir a un ensamble de actores frecuentes encabezado por Michael Caine, Cillian Murphy, Christian Bale y Ken Watanabe –muchos incluyen en esta lista a Gary Oldman, yo no porque ha interpretado el mismo papel en dos cintas, una de ellas secuela-. Son ya característicos en sus películas los insertos, que tienen una gran carga emotiva y las narraciones paralelas, capturados por su fotógrafo de cabecera –desde Insomia- Wally Pfister. Sobre sus temas ya bien lo dijo Rafael Aviña, “el cine de Christopher Nolan trata sobre la obsesión, la memoria, el sueño y los actos fallidos”. Diseccionemos los temas de su breve pero substancial filmografía:
  1. 1. La culpa. “Un buen policía no puede dormir cuando le falta una pieza del rompecabezas. Uno malo porque su conciencia no lo deja”, le recuerda la idealista Ellie Burr (Hillary Swank) a Will Dormer (Al Pacino), el atormentado detective de Insomnia (2002), quien lleva consigo hasta el confí el mundo el peso de decisiones erróneas que tomó para asegurar justicia a un niño muerto y la muerte accidental de su compañero. El multimillonario Bruce Wayne (Bale), en Batman inicia (2005), lucha por exorcisar los miedos que lo hacen sentirse responsable del asesinato de sus padres. Dom Coff (Leonardo DiCaprio) sufre la muerte de su esposa Mal (Marion Cotillard) y el exilio forzoso que lo aleja de sus hijos, ambos causados por la búsqueda de una mejor realidad en El origen. La culpa es ampliamente explorada, por sólo citar un caso, por Edgar Allan Poe, un autor al que sin duda le debe mucho Nolan.

  2. 2. La obsesión. “La obsesión y la sed de venganza pueden consumirte, convertir el recuerdo de un ser amado en veneno en las venas”, advierte Henri Ducard/Ra´s al Ghul (Liam Neeson) a Bruce Wayne en Batman inicia. El joven millonario casi se convierte en aquello que asesinó a sus padres y eventualmente, por fortuna suya y nuestra, se transforma en un defensor de los ideales de la finada pareja. Robert Angier (Hugh Jackman) y Alfred Borden (Bale), los dos magos de El gran truco (2007), se enfrascan en una riña casi infantil que tiene terribles consecuencias para los dos, misma que lleva a uno incluso a mutilarse. En una forma aparentemente inocua, el joven escritor (Jeremy Theobald) de Following (1998) sigue al azar a las personas por las calles de Londres, con consecuencias finales terribles para él.

  3. 3. La memoria. Leonard (Guy Pearce) sufre de pérdida de memoria de corto plazo, defecto que lo lleva a tatuarse compulsivamente –aspecto que también lo ublica en el rubro anterior- y a documentar cosas importantes con fotografías instantáneas. Los personajes de Nolan son torturados frecuentemente por recuerdos de personas o situaciones, hecho para el que el director emplea los insertos que ya mencioné, como esa mancha roja sobre la impoluta tela en Insomnia o los murciélagos que aterrorizan a un futuro héroe en Batman inicia.

  4. El crimen. “El crimen prospera por la indulgencia de la sociedad”, reflexiona nuevamente Ra´s al Ghul en Batman inicia. Y habla con verdad. Este cáncer es una constante en el cine de Nolan, es una preocupación actual que aprovecha como resorte narrativo: la violación y homicidio de la esposa de Leonard, la muerte de la esposa de Angier, el asesinato de la joven pueblerina de Alaska, el doble homicidio de los padres de Bruce Wayne, el suicidio de la bella Mal.

  5. 5. Los límites. “Este tipo cruzó la línea y ni siquiera parpadeó”, observa Dormer en un anfiteatro ante la obra de un potencial asesino en serie. Los límites, para Nolan, están hechos para romperse, con consecuencias no tan afortunadas: el millonario que abandona la comodidad de su posición para perseguir otra forma de justicia –condenado a la pérdida y la soledad-, el mago que rompe todas las normas para alcanzar la superioridad en su arte, el espía del subconsciente que transgrede las barreras de la mente.

  6. 6. La dualidad. Walter Finch (Robin Williams) es un escritor que sublima sus impulsos violentos a través de sus novelas, hasta que una joven admiradora de Alaska no corresponde sus afectos. Todos los persoajes de Amnesia tienen dos rostros, uno oculto por la memoria del protagonista. Angier adopta el nombre artístico de El Gran Danton para recibir los aplausos que su obsesión no merecería, así como el torcido psicólogo Jonathan Crane (Cillian Murphy) adopta el rostro de un Espantapájaros para infudir el miedo que su aspecto normal no proyecta. El tema del doble es muy atractivo y tiene grandes represetantes en la literatura, como el Bartleby de Hermann Melville o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson.

  7. 7. El heroismo. “O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para convertirte en villano” o “no el héroe que la ciudad necesita, sino el que merece”, son algunas –entre muchas- de las más afortunadas líneas de Batman, el caballero de la noche (2008). El heroismo de los personajes de Nolan no sólo se visualiza en actos grandilocuentes, sino en el sacrificio. Los héroes no se definen únicamente a través de disfraces, sino en las acciones más cotidianas, en lfidelidad a sus ideales. En la escena donde James Gordon (Oldman), “el único policía honesto en una corporación corrupta”, descubre a un intocable jefe de la mafia atado con cadenas a un potente reflector, la posición del criminal proyecta en el cielo la figura de un murciélago, pero Gordon sólo ve esperanza. Porque Gordon necesitaba esa señal para reforzar su causa.

Por todo lo anterior creo que podemos validar la expresión nolaniano para referirnos al trabajo de este talentoso realizador. Sigo en suspenso por la próxima –y última- entrega de Batman. Nolan es capaz de romper la maldición de las infames terceras partes –aunque me gusta El Padrino parte III está muy lejana de las cotas de sus predecesoras, y ni qué decir Superman 3, Batman eternamente o El hombre araña 3-, porque definitivamente es un cineasta que tiene mucho por ofrecernos.

sábado, 14 de agosto de 2010

Cuando el tamaño importa...

Recientemente hablé de los enfrentamientos cinematográficos y mencioné a King Kong contra Godzilla (Ishiro Honda, 1962) como un ejemplo de ellos. Pero si nos atenemos a las reinterpretaciones para el nuevo milenio de Roland Emmerich (Godzilla, 1998) y Peter Jackson (King Kong, 2005), vean ustedes de qué cuero salen más correas. La imagen es cortesía del ocio y el Internet.

jueves, 12 de agosto de 2010

En esta esquina…

Una costumbre curiosa, casi morbosa, del ser humano es preguntarnos quién triunfaría en un combate entre dos conocidos, cuando más disímiles, mejor. Eso explica la proliferación de programas de la televisión cultural norteamericana donde, por ejemplo, un tiburón blanco se enfrenta a un cocodrilo, o donde un gladiador romano se bate en duelo contra un guerrero samurai, situaciones por demás imposibles. ¿Ocioso? Si duda. ¿Divertido? Indiscutiblemente.
Pensé en eso el otro día en que vi nuevamente –en la televisión- el encuentro entre dos monstruos indispensables de la década de los ochenta. Alien contra Depredador (Paul S. W. Anderson, 2004) se anunció desde la segunda entrega del cazador alienígeno (Depredador 2, Renny Harlin, 1990), cuando en los momentos finales de la cinta Danny Glover descubre el muro de trofeos del protagonista donde, en un lugar privilegiado, descansaba un cráneo del alien diseñado por Hans Rudi Giger para la película de Ridley Scott (1979).
Esto de los enfrentamientos, crossovers, o como quieran llamarle no es nada nuevo. Ya en 1943, en el ocaso de la llamada “época de oro” de las películas de horror, los ejecutivos de Universal Pictures decidieron reunir a dos de sus creaciones más famosas. El resultado fue Frankenstein contra el hombre lobo (Roy William Neill), donde sin duda el mejor elemento fue la espléndida historia de Curt Siodmak donde narraba un capítulo más de las aventuras del desafortunado licántropo Larry Talbot (Lon Chaney, Jr.), quien escuchó que un doctor de apellido Frankenstein podía librarlo de su maldición. En su lugar se encontró con su furioso hijo armado con partes de cadáveres. La fortuna económica que representó esta idea a los productores fue efímera, pues sólo aseguró el desgaste un género que tuvo que ceder su lugar a otro tipo de horror: el de la era atómica, representado en las dos bombas nucleares que los aliados arrojaron sobre Japón para terminar la Segunda Guerra Mundial. Precisamente el pueblo nipón, como un reflejo del episodio, tradujo al cine esta catástrofe en la forma de un reptil gigante llamado GojiraGodzilla para los cuates y las audiencias norteamericanas- (Ishiro Honda, 1954) que devastaba sin misericordia a las grandes ciudades del archipiélago y diezmaba a sus valerosos ejércitos. Esto significó el nacimiento de un popular subgénero que llamaron Kajigu eiga –o de monstruos gigantes- que prosperó y ganó una infinidad de adeptos. Pronto la idea de enfrentas a este coloso a su par occidental, con King Kong contra Godzilla (Honda, 1962) como fruto. Los voluminosos disfraces de látex son entrañables. Godzilla también se enfrentó a la polilla gigante Mothra en Godzilla contra Mothra (Honda, 1964). A ellos les siguieron un casi interminable desfile de monstruos del que seguramente podría dar mejor cuenta mi amigo Jorge Grajales, experto en cine oriental, pero haré mi mejor esfuerzo. Destaca la tortuga gigante Gamera, quien se enfrentó a una gran variedad de enemigos como en Gamera contra Gyasou (Noriaki Yuasa, 1967) o Gamera contra Guillon (Yuasa, 1969). Ya en el nuevo milenio debemos recordar el esperado combate entre Freddy Krueger y Jason Voorhies, estrellas de dos de las más populares franquicias de los años ochenta en Freddy contra Jason (Ronny Yu, 2003), batalla que no deja de recordaros a las películas de Bud Spencer y Terence Hill o a las caricaturas de Bugs Bunny.Más recientemente disfrutamos Monstruos contra aliens (Rob Letterman y Corad Vernon, 2009), delicia animada que rinde homenaje a clásicos como El mostruo de la laguna negra (Jack Arnold, 1954), La mosca (Kurt Neumann, 1958), La mancha voraz (Irvin S. Yeaworth Jr., 1958) y El ataque de la mujer de 50 pies (Nathan Juran, 1958).
En nuestro país brilla esa joya del incomprendido Juan Orol –el Ed Wood del cine nacional- titulada Charros contra Gángters (1948), donde insólitamente podía verse el Monumento a la Revolución Mexicana durante una persecución por las supuestas calles de Chicago. Mejor forma de recordar el centenario de esta gesta, imposible.

martes, 10 de agosto de 2010

Geografía lovecraftiana

Internet es amigo del ocio. Para todos los que aman a H. P. Lovecraft, he aquí un feliz hallazgo, disponible en esta dirección.







viernes, 6 de agosto de 2010

Un sueño dentro de un sueño

Lo escrito por mi amigo Rafael Aviña –que reproduje en la entrada anterior-, los comentarios unánimes de la crítica y las opiniones del público –como ustedes y yo- confirmaron que El origen (Inception, 2010), la octava película de Christopher Nolan, es grandiosa. El texto de Rafael me deja muy poco por decir. A las acertadas referencias que enunció sólo añadiría a Jorge Luis Borges. La cinta es deslumbrante. Sus efectos especiales, lo que a primera vista cautiva la atención, se encuentran al servicio de una historia intrincada, que seguramente sería una delicia para todo psicoanalista pues representa al subconsciente mismo. Es brillante la secuencia donde Arthur (Joseph Gordon-Levitt) pelea contra esas defensas mentales humanizadas, todo en ausencia de gravedad. Al salir del cine, uno sólo termina preguntándose cómo alguien es capaz de escribir una historia excelente –porque el guión es autoría del señor Nolan- después de coescribir algo tan bueno, casi insuperable, como Batman, el caballero de la noche (2008), considerada por muchos como El Padrino parte II de las películas de superhéroes. Para finalizar. ¿Alguien notó el enorme parecido de Gordon-Levitt –egresado de la comedia televisiva La tercera roca a partir del sol- con el finado Heath Ledger? Lo que abre nuevas posibilidades. ¿Piensa Nolan incluir al Guasón, aunque sea brevemente, en la tercera entrega de Batman? El tiempo lo dirá. Me despido por ahora con un poema del grandioso Edgar Allan Poe, que presta título a este escrito, porque creo que la esencia del horror se encuentra en despertar una mañana y no saber si te encuentras en el mundo real o si todo es un juego de tu mente.

Un sueño dentro de un sueño
Edgar Allan Poe

¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
antes de partir, confieso
que acertaste si creías
que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
que la esperanza se acabe
de noche o a pleno sol,
con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueno.

Frente a la mar rugiente
que castiga esta rompiente
tengo en la palma apretada
granos de arena dorada.
¡Son pocos! Y en un momento
se me escurren y yo siento
surgir en mí este lamento:
¡Oh Dios! ¿Por qué no puedo
retenerlos en mis dedos?
¡Oh Dios! ¡Si yo pudiera
salvar uno de la marea!
¿Hasta nuestro último empeño
es sólo un sueño dentro de un sueño?