jueves, 29 de noviembre de 2012

De estadistas, mitos y héroes de acción


Uno de tantos caminos que puede tomar la ficción contemporánea es centrar su atención en personajes históricos. Eso exige al autor apegarse en la medida de lo posible a hechos que son del conocimiento popular en aras de lograr verosimilitud y la complicidad del espectador. Identifico dos formas básicas de este tipo de historias:
1. Las que son fieles a los acontecimientos que documenta la historia y emplean el juego de la imaginación para explicar momentos poco conocidos. En El cuervo, guía para un asesino (James McTeigue, 2012), los guionistas Ben Livingston y Hannah Shakespeare, a pesar de las incontables licencias que se toman, respetan que Edgar Allan Poe (John Cusack) fuera encontrado moribundo en la banca de un parque de Baltimore y que llamara insistentemente a un tal Reynolds en su lecho de muerte. En nuestra tierra, el dramaturgo Flavio González Melo exploró la vida de Pedro Lascuráin (1856-1952), presidente mexicano que gobernó el país durante 45 minutos el 19 de febrero de 1913, tras el cobarde asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez en la obra Lascuráin o la brevedad del poder. Mi amigo Vicente Quirarte hizo lo propio al ficcionar lo vivido por Oscar Wilde en sus últimos días en El fantasma del Hotel Alsace. Yo mismo profundizo los motivos que llevaron al irlandés Bram Stoker para escribir su novela más celebrada en El hombre que fue Drácula. Podría seguir así por un largo rato. Y la figura histórica no debe ocupar siempre el primer plano. En su novela El Alienista (1994), Caleb Carr toma a Theodore Roosevelt –vigésimo sexto Presidente de los Estados Unidos- en sus días como Jefe de Policía de la Ciudad de Nueva York y lo convierte en aliado de su ficticio protagonista Laszlo Kreizler en la cacería de un asesino en serie. Las posibilidades son infinitas.
2. Que la figura histórica sea un mero pretexto para crear un universo completamente nuevo, donde no necesariamente hay un respeto notable por los acontecimientos que documentan los libros, ofreciendo la posibilidad de realidades alternativas. En la muy reciente Hombres X, primera generación (Matthew Vaughn, 2011), los personajes de Marvel comics alternan espléndidamente sus correrías con la actuación de John F. Kennedy en la Crisis Cubana de Misiles. En su cuento La Bestia ha muerto, mi amigo Bernardo Fernández BEF usa a héroes y villanos del México decimonónico (Benito Juárez y Maximiliano de Habsburgo) para crear un relato que se encuentra a medio camino entre las ficciones de Julio Verne y los mundos de William Gibson o el de los hermanos Wachowski y su Matrix.
En esa última línea ubico a Abraham Lincoln, cazador de vampiros (2012), película estadounidense que se encontraba entre mis grandes pendientes. Dirigida y producida por el esteta ruso del cine de acción Timur Bekmambetov (quien dirigiera el díptico Guardianes de la noche y Se busca), con el endoso del buen nombre de Tim Burton y a partir de un guión de Seth Grahame-Smith –basado en su novela homónima- se convierte en un gran divertimento, una pirotecnia visual que se adhiere perfectamente al estilo desmedido y estridente del artista. En un universo paralelo, Abraham Lincoln (Benjamin Walker), décimo sexto Presidente de los Estados Unidos, escribe sus memorias, apacible en su despacho. En ellas narra su oficio no conocido por la posteridad. Desde su infancia en 1818 es testigo de las enormes injusticias de la clase privilegiada. Pero no sólo eso. Descubre que su mundo alberga otro tipo de horrores, unos que viven ocultos en las sobras y se alimentan de sangre. Cuando en su adolescencia intenta hacer justicia a la memoria de sus padres, el misterioso Henry Sturges (Dominic Cooper) lo salva del atroz terrateniente Jack Barts (Marton Csokas), quien es nada menos que un vampiro. Bajo la tutela de Sturges aprende a combatir a estas amenazas. Elige un hacha como herramienta de trabajo, cuya hoja recubre ceremoniosamente de plata. En medio de sus nuevos deberes como cazador de vampiros, encuentra tiempo para estudiar Derecho y conocer el verdadero amor en la figura de la bella Mary Todd (Mary Elizabeth Winstead). Pero el malvado Barts es sólo la punta del iceberg. Detrás de todo se encuentra el malvado Adam (Rufus Sewell), líder de un clan de vampiros con poderosísimos intereses. El conflicto deriva en uno de los episodios más dolorosos de la historia del país vecino: la Guerra de Secesión (1861-1865), un conflicto del que dependía que “Estados Unidos fuera un país que perteneciera a los vivos”.
La espectacularidad de la puesta en escena de Bekmambetov, la vertiginosa cámara de Caleb Deschanel, la briosa partitura de Henry Jackman contrastan a la perfección con homenajes a clásicos como La danza de los vampiros (Roman Polanski, 1967), Vampiros en la Habana (Juan Padrón, 1985) o a tantas memorables persecuciones en el techo de un tren en movimiento. Sobre todo, a pesar de tomar notables desviaciones con la Historia y la figura mítica que tan bien conocemos, es respetuosa a máximas que estableció Bram Stoker en la novela canónica del tema: “Aunque no pertenece a la naturaleza debe, no obstante, obedecer a algunas de las leyes naturales. No sabemos por qué”. Como nos enseñara Anne Rice, hay cosas que un vampiro no puede hacer, literalmente.
El desenlace es el mismo que aparece en los libros de texto: la fatídica noche del 15 de abril de 1865 en el teatro Ford de Washington, el actor y espía confederado John Wilkes Booth y su cobarde disparo a la cabeza del mandatario. A diferencia de la novela, y con la posibilidad de obtener la vida eterna, Lincoln elige el destino del hombre común. Del héroe. Y como bien advierte Grahame-Smith, “hay hombres demasiado interesantes para dejarlos morir”.

martes, 27 de noviembre de 2012

Entre videos te veas (ecos Mórbidos 2)


A principios de la década de los setenta, la compañía japonesa JVC desarrolló un nuevo sistema que revolucionaría la industria de los videogramas y dejó en desuso al popular Betamax. Se llamaba Video Home System, o mejor conocido (por sus siglas) como VHS. Como el buen cinéfago que soy desde mi más tierna infancia, pilas enormes de estas cintas se convirtieron en elementos cotidianos de mi habitación durante mi juventud. Si principal ventaja era su duración, que oscilaba de 6 a 8 horas dependiendo del modo de grabación (EP o SP). Cada viaje para rentar películas en los extintos Videocentro o Videovisión era sucedido por otro para comprar un flamante cassette para copiar las películas en cuestión (para mi consumo personal, eso sí), que luego habría de rotular obsesivamente con alfabetos transferibles Letraset. Adquirí en versión original los títulos más atractivos, que se sumaron a sus hermanos apócrifos. Eventualmente las grandes compañías dejaron de utilizar el VHS para lanzar sus películas al mercado. Esto porque otros formatos desplazaron al sistema, dando paso a la era del Laserdisc, el DVD y –actualmente- el Blue Ray. Esas pilas de cintas VHS fueron disminuyendo notablemente conforme adquiría sus títulos en DVD. Vendí los originales, aunque conservé los que no pude conseguir en su forma más novedosa. No obstante, forman parte invaluable de mi memoria y corazón. No cabe duda que recordar es volver a vivir.
Digo todo esto porque la tercera noche del Festival Mórbido pude ver una película que me producía grandes expectativas, V/H/S (2012), antología dirigida por Adam Wingard, David Bruckner, Ti West, Glenn McQuaid y Joe Swanberg. Todos los relatos se inscriben en la tan popular vertiente del found-footage (de la que ya he hablado ampliamente en este espacio y con mi colega Pablo Guisa en su versión podcast) y giran en torno a la historia de un grupo de vándalos que son contratados por un misterioso sujeto (a quien nunca vemos) para irrumpir en una casa aparentemente abandonada y buscar un cassette VHS (del que no conocemos su contenido, como un buen McGuffin hitchcockiano). Videograban toda su correría, como es su costumbre. Se dividen para optimizar su búsqueda y en el proceso se topan con un cadáver sentado frente a una televisión y una pila de estas cintas, lo que los lleva a ver cada una para encontrar la indicada. Todas (o al menos 5, que son las que conforman la película) contienen encuentros inesperados con la otredad, que van desde horrores sobrenaturales hasta otros inscritos en la más terrible realidad. Algunos segmentos son notables, como ese del grupo de insensatos estudiantes y su farra nocturna, o el de la pareja que viaja en una segunda luna de miel.
Estilísticamente no aporta nada nuevo (es una película más de la técnica que Antonio Camarillo llama cámara borracha), pero cumple con lo que promete. No más, no menos. Hasta donde sé, V/H/S tendrá una exhibición comercial. Tiene los elementos para propiciar (como en otros casos) una pequeña franquicia, que lucrará sin duda con la nostalgia que explica la renovada afición por los discos de vinil o las películas Betamax. Algo que no puedo negarle es que después de verla esa madrugada, al regresar a mi hotel, me obligara a echar cerrojo concienzudamente a mi habitación y estuviera alerta hasta conciliar el sueño. 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Llévame a la Luna (ecos Mórbidos 1)


En el apogeo de la Alemania Nazi, Wernher von Braun fue el principal científico a cargo de desarrollar la tecnología aeroespacial que usaron en la II Guerra Mundial. Cuando los aliados ganaron el conflicto, emigró a los Estados Unidos, donde fue gratamente acogido y se incorporó a la National Aeronautics and Space Administration (mejor conocida como NASA), donde realizó aportaciones armamentísticas notables e importantes descubrimientos que permitieron que el hombre pusiera pie por vez primera en la Luna, en julio de 1969.
Walt Disney (así como lo oyen) se encargó de popularizar la figura de von Braun en una serie de mini documentales donde el Gobierno estadounidense se vanagloriaba de sus avances y cómo se encontraba a la cabeza de la carrera hacia la Luna. Fue así -con las imágenes qe Disney produjera en los años sesenta- como, en el ocaso del segundo día del pasado Festival Mórbido, Pablo Guisa introdujo la cinta Iron Sky (Timo Vuorensola, 2012), delirante y atractiva co producción entre Finlandia, Alemania y Australia. El guión de Johanna Sinisalo y Michael Kalesniko parte de una premisa muy simple: ¿se han imaginado a los Nazis en la Luna? En el año 2018, en un Estados Unidos con una Presidente semejante a Sarah Palin (Stephanie Paul), un astronauta negro de apellido Washington (Christopher Kirby), durante una misión espacial, descubre una base de operaciones Nazi en el lado oscuro de la Luna, donde una profesora (Julia Dietze), su científico padre (Tilo Prückner), un oficial sin escrúpulos pero con muchas aspiraciones (Otto Götz), el Führer en suplencia (Udo Kier) y un ejército de Nazis pretenden regresar a la Tierra y dominarla con el uso de la tecnología de un teléfono celular. Todo es el escenario de situaciones tan divertidas como extravagantes (por ejemplo, el albinizador), un declarado homenaje a las películas Serie B, donde una publirelacionista (Peta Sergeant), a bordo de la nave espacial USS George W. Bush, es la encargada de salvar el día y restaurar la hegemonía de la nación de los valientes y los libres. 
Desconozco si la película tendrá un estreno comercial, pero sin duda deben buscarla a toda costa. 

viernes, 23 de noviembre de 2012

"Agitado, no revuelto"


Cuando conocí el caso criminal del japonés Chizuo Matsumoto –quien se rebautizaría posteriormente como Shoko Asahara-, la secta que fundó –con una base de operaciones en las faldas del Monte Fuji-, sus sueños de dominación mundial y los terribles atentados que orquestó en el metro de Tokio el 20 de marzo de 1995, inmediatamente supe que sería la única oportunidad de incluir el tema clásico que compusieron John Barry y Monty Norman para las cintas de James Bond 007. Esto fue en el episodio 186 del extinto Testigos del Crimen. Muchos pueden cuestionar esta decisión. Después de todo, como Batman, Dexter Morgan o Hannibal Lecter, James Bond es un personaje de ficción. Pero a diferencia de los primeros, sus actividades –el espionaje- lo alejan del fenómeno criminal. Las amenazas que enfrenta el agente secreto Al Servicio de Su Majestad se inscriben en un ámbito superior, uno que pone en peligro la supervivencia de la civilización occidental.
La fama del personaje creado en 1953 por el novelista, reportero y oficial de inteligencia inglés Ian Fleming se incrementó sustancialmente gracias a sus aventuras fílmicas producidas por Albert R. Broccoli y Harry Saltzman, protagonizadas –a lo largo de 50 años- por los actores Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig, todos ilustres paisanos del espía (dejo fuera de mi lista a los Bond no oficiales, como Barry Nelson y David Niven). Soy aficionado de ellas desde que tengo memoria. Son parcialmente responsables de mi formación como cinéfilo. Por eso me dolió tanto no estar disponible para grabar con otro devoto del personaje, Carlos del Río, un podcast especial de CinemaNet. Y lo digo con plena consciencia, porque las cintas de Bond no admiten academicismos, están plagadas de situaciones incongruentes, personajes inverosímiles y fórmulas que conocemos hasta el hartazgo. No obstante son un entretenimiento puro –para hombres, pues no todas las mujeres comparten mi opinión-, impactante, a prueba de balas. No polemizaré sobre cuál actor lo encarna de una mejor manera, o sobre su calidad como aportación artística. El triunfo de Bond es divertirnos, sustraernos de la realidad. Punto.
Se que me alejo diametralmente de los intereses de este blog, pero no puedo evitarlo. Sobre todo porque ayer vi su vigésima tercer cinta oficial, la de su cincuentenario cinematográfico, Operación Skyfall (Sam Mendes, 2012). Ésta cuenta con todos los elementos que debe tener una película de su clase: locaciones exóticas, situaciones peligrosas, persecuciones trepidantes, tiroteos, momentos pasionales, atractivo visual para el público masculino (Naomie Harris y Bérénice Marloheun), un buen villano (Javier Bardem), y la recuperación de los clásicos (como la aparición del Aston Martin DB5 que usó en 007 contra Goldfinger), que tanto disfruté. Considero a Skyfall el punto medio entre el Bond de sus inicios y el del nuevo milenio, con un hacker incluido (Ben Whishaw de El perfume): puedo hacer más daño con mi lap top y en pijama del que tú harás en todo un año. Cuando da al héroe una nueva versión de su flamante pistola Walther PPK, la más famosa pieza de su arsenal, le pregunta: ¿Qué esperabas? ¿Una pluma explosiva?. La presencia de Albert Finney fue emotiva y la inclusión de Ralph Fiennes un relevo apropiado. El Rey ha muerto, larga vida al Rey.
Por fortuna, Bond está más vivo que nunca. Se han anunciado dos aventuras suyas más. Y estoy seguro que continuarán cuando haya abandonado este planeta. Porque el personaje tiene vidas inagotables y ha demostrado su capacidad de adaptación a todas las épocas y todos los males.
Fin de la pausa.

                                                                                             

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Horror a la americana


La última y nos vamos a Mórbido.
Las creencias en fantasmas y vida después de la muerte son tan antiguas como la humanidad misma. Uno de los primeros casos que recuerdo a este respecto es el del filósofo griego Atenodoro de Tarso (74 A.C.-7 D.C.), quien en su juventud alquiló una casa en Atenas, a un precio ínfimamente bajo en comparación a sus dimensiones. Una noche, mientras escribía, se le apareció un fantasma que arrastraba cadenas que lo guió hasta un punto en el jardín, donde desapareció. Una excavación en el lugar  reveló el cadáver de un hombre encadenado, al cual se le dio una apropiada sepultura, con lo cual cesaron las apariciones. Y así podríamos seguir indefinidamente, en todas las épocas y países. Sobre esta tradición los autores victorianos alcanzaron momentos sobresalientes gracias a las pluma de Montague Rhode James, Joseph Sheridan Le Fanu, Charlotte Riddell, Algernon Blackwood o Elizabeth Gaskell, entre otros, artífices del llamado Ghost story, respuesta de la era para enfrentar la angustia derivada del cambio, una forma de anclarse al pasado ante un presente aún no definido, una continuidad entre la vida y la muerte.
Si el fantasma era el elemento principal de estas historias, la locación donde aparecía era igualmente importante. Un personaje muy importante. Abadías abandonadas, cementerios, castillos, mansiones eran los lugares más frecuentados por los espíritus, todos tan elementales desde los albores de la literatura de horror, del relato gótico. Estos sitios se convirtieron en toda una institución en el imaginario colectivo de todos los países. Lugares de infame memoria, con una carga energética y emotiva desagradable. Los parques de diversiones los imitan para el entretenimiento (y los sustos) de las personas. De hecho todos recordamos una casa abandonada en la colonia donde vivíamos cuando éramos niños, ese lugar prohibido que incendiaba nuestra imaginación y despertaba nuestros miedos. Escritores contemporáneos han llevado esta idea a cimas muy altas. En La hora del vampiro (Salem´s Lot), Stephen King describe a la maldita Mansión Marsten, espacio recordado por los horrendos asesinatos cometidos ahí y seleccionado por el vampiro Kurt Barlow como lugar de descanso y base de operaciones:
“La casa miraba hacia el pueblo. Era enorme y parecía desdibujada y vencida. Las ventanas descuidadamente cerradas le daban ese aspecto siniestro de todas las casas viejas que han pasado vacías mucho tiempo. La pintura se había descascarado a la intemperie, y toda la casa tenía un aspecto uniformemente gris. Los temporales de viento habían arrancado muchas tejas, y y una densa nevada había hundido el ángulo oeste del techo principal, dejándolo vencido. A le derecha, un destartalado cartel clavado sobre un poste advertía: Prohibida la entrada”.
Más allá de esto, se ha preguntado usted ¿quién habitaba el edificio donde reside? o ¿quién durmió en la cama del cuarto de hotel donde se hospeda? o ¿es cierto que su escuela se construyó sobre un cementerio? Esas son respuestas que quizá no queremos saber.
Escribo todo esto como un gran pendiente desprendido de mi fascinación por la galardonada teleserie American horror story, creada por Ryan Murphy y Brad Falchuk, que ha despertado todo tipo de comentarios entusiastas entre los aficionados y la crítica especializada. El proyecto de la dupla, responsable de la popular serie Glee, recibió luz verde al comprobarse el éxito del musical adolescente. Básicamente, American horror story es una historia de fantasmas ambientada en un contexto fácilmente reconocible, protagonizada por personas que se parecen a nosotros. La familia Harmon se muda de Boston y se instalan en la Mansión Montgomery, una enorme construcción gótica de la ciudad de Los Ángeles construida en 1922 por el prestigiado cirujano Charles Montgomery (Matt Ross). Los Harmon distan de ser una familia común. Como muchas, arrastran sus demonios: Ben (Dylan McDermott), el padre, es un psiquiatra que tuvo un romance extra marital con una de sus estudiantes (Kate Mara) y busca un nuevo comienzo; Vivien (Connie Britton), la madre, es una chelista retirada que lidia con el penoso recuerdo de la aventura de su esposo; Violet (Taissa Farmiga), la hija de ambos, es una adolescente que sufre bullying y tiene graves tendencias depresivas. Como si esto no fuera suficiente, los rodean extraños y atormentados personajes: su vecina Constance Langdon (Jessica Lange), su hija Adelaide (Jamie Brewer), su perturbado hijo Tate (Evan Peters), el deforme Larry Harvey (Denis O'Hare), la veterana ama de llaves Moira O'Hara (Frances Conroy) y su sensual doble (Alexandra Breckenridge), acompañados de los antiguos residentes de la casa, desde la pareja homosexual Chad y Patrick (Zachary Quinto y Teddy Sears), el mismo Dr. Montgomery y su esposa Nora (Lily Rabe), las víctimas del tiroteo en la Preparatoria Westfield, e incluso Elizabeth Short (Mena Suvari), conocida por la posteridad como La Dalia Negra. Todos guardan tortuosos secretos, acumulados al transcurrir los años, que se revelan paulatinamente.
Una atmósfera opresiva aderezada por un lóbrego tema musical de Charlie Clouser (su secuencia de créditos es perturbadora), fragmentos de la partitura que Wojciech Kilar compuso para Drácula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992) y la presencia constante del terrible Hombre de Goma, personaje representativo del programa, completan un serial imposible de perderse. Muchas personas dignas de todo mi respeto se quejan del exceso de personajes (“parece la vecindad del Chavo del 8 con fantasmas”) y de su final feliz, que en realidad es una tragedia, porción menor de una historia cíclica, condenada a repetirse una y otra vez.
Ayer vi el tercer episodio de su segunda temporada, American horror story: Asylum, una nueva historia ambientada en el ficticio Hospital Psiquiátrico Briarcliff, un lugar inquietante por sí mismo en el que se reúnen una monja sádica, una periodista lesbiana, un médico loco, un psiquiatra progresista, un presunto asesino e incluso posesiones satánicas y elementos que lindan con la ciencia ficción. Muchos de los actores de su primera temporada aparecen nuevamente, sólo que interpretando papeles completamente distintos, sin relación con sus encarnaciones previas. La principal sigue siendo la laureada Jessica Lange, quien demuestra su camaleónica capacidad actoral, todo en una historia prometedora, digna de Los renglones torcidos de Dios (1979) de Torcuato Luca de Tena o Alguien voló sobre el nido del cuco (1962) de Ken Kesey, esta última convertida en la flamante cinta Atrapado sin salida (Milos Forman, 1975), sólo que con la presencia de una maldad sobrenatural. Sobre su desenlace, escribiré cuando éste llegue.
Y ahora sí, vámonos a Mórbido.


martes, 13 de noviembre de 2012

¿Tiene vida el cine de zombis?


En las dos últimas décadas el zombi ha demostrado su rentabilidad gracias al cómic, los videojuegos, el cine y la televisión (vean el fenómeno The walking dead o las Zombie Walk alrededor del mundo). Esto se debe en parte al agotamiento de otras fórmulas y monstruos, como los vampiros, que han sido visitados casi hasta el hartazgo. Esa es una de las posibles explicaciones para la trivialización que estos seres han alcanzado gracias a Stephanie Meyer en su exitosísima saga literaria Crepúsculo, convertida –como todos saben- en un fenómeno cinematográfico. Me siento profundamente preocupado porque ese mismo sendero parece seguir el cine de zombis. Ese fue un sentimiento instintivo al enterarme del filme Mi novio es un zombi, dirigida por Jonathan Levine, a estrenarse en febrero de 2013. Esto lo confirmé al ver las primeras imágenes, con el adolescente Nicholas Hoult (que vimos al lado de Hugh Grant en Un gran chico o como el joven Hank McCoy/Bestia en Hombres X, primera generación), como el cadavérico protagonista de la cinta. El propio director Levine escribió el guión de la cinta a partir de la novela Warm bodies de Isaac Marion, que básicamente describe un romance imposible entre un zombi y una adolescente en un Estados Unidos post apocalíptico. La idea de un zombi enamorado es arriesgada y contradictoria si no olvidamos las características que definen tal como lo conocemos gracias a George Romero:

  1. Un zombi es un cadáver reanimado.
  2. Un zombi pierde su memoria, sus capacidades intelectuales y afectivas.
  3. El zombi obedece a instintos primarios (alimentarse).
  4. El zombi es un ser gregario, por eso representa el terror de las masas.
  5. Todo aquél que es mordido por un zombi, al morir, se convierte en uno.
Ya esta ruta había sido tomada, en un tono que oscilaba entre la comedia y la farsa, en Fido, mi mascota es un zombi (Andrew Currie, 2006). En una sociedad igualmente post apocalíptica con notables reminiscencias de los idílicos años cincuenta, los humanos sometieron y domesticaron a los zombis, convirtiéndolos en sus sirvientes. Pero un no-muerto (Billy Connolly)“sale del redil” y corresponde los afectos de su oprimida ama (Carrie-Anne Moss).
Pero de regreso a Mi novio es un zombi, el trailer de la cinta ha despertado una curiosidad inesperada en personas dignas de todo mi respeto. Jorge Grajales opina que “Warm Bodies será la sorpresa del año en cuanto a cine de zombies se refiere. La novela se deja leer muy bien y el director ha realizado buenas películas. Y el trailer que salió también ayer deja entrever que el filme no se toma tan en serio (vean esa referencia de lo que debe ser un zombie ejemplificado con el blu-ray del Zombie de Fulci) e incluso aporta ideas noveles al género: ¿qué pasa con los zombies cuando se cae toda su carne putrefacta?”. Al avance concedo los méritos de una buena factura y la aparición de John Malkovich, quien está a punto de ir más allá del bien y del mal. Lo que no deja de inquietarme es que Summit Entertainment, los estudios responsables de la saga Crepúsculo, se encuentran detrás de todo. Por lo demás, sólo queda esperar.
En oposición, Grajales desaprueba el trailer de Guerra Mundial Z, la adaptación de la novela homónima de Max Brooks, también a estrenarse en unos meses: “Estoy de acuerdo con el inevitable fin de las películas de zombies, pero no por Warm Bodies, sino por la "adaptación" de Guerra Mundial Z que se asemeja más a La Guerra de Los Mundos de Spielberg que a lo que brillantemente escribió Max Brooks, y esos zombies son más parecidos a los lemmings. Y no, no a los verdaderos lemmings, a los lemmings del videojuego tan famoso en los 90”. Precisamente ese aspecto fue uno de los que más me atrajo del trailer: los zombis vistos como una gran masa informe, amenazadora, que pese a obedecer a la necesidad de alimentarse tienen una especie de conciencia colectiva, cosa que socialmente hemos perdido. Pero ya escribiré sobre ella en su momento.
Creo que la supervivencia del subgénero puede residir en especímenes como la inteligentísima El desesperar de los muertos (Shaun of the dead, Edgar Wright, 2004), cuya gracia se encuentra en abordar el tema con toda la seriedad y el respeto que exige y lo utiliza como fondo de situaciones hilarantes. El protagonista Shaun (Simon Pegg) es un empleado sumido en una mediocridad que le impide ver los signos del Apocalipsis zombi, sea porque no presta atención a las noticias en la televisión (padece zapping) o porque sale a comprar un refresco y no se percata de las manchas de manos ensangrentadas en el vidrio del refrigerador de la tienda. Curiosamente el libro que desprende Mi novio es un zombi ha recibido elogios tanto de Stephanie Meyer como de Simon Pegg, coescritor de Shaun of the dead. Estos últimos sin duda le merecen el beneficio de la duda.
Y ahora, vámonos a Mórbido.

martes, 6 de noviembre de 2012

Justicia para la Malvada Reina


Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. La nueva Reina era muy bella, pero orgullosa y altanera, y no podía sufrir que nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que se miraba en él, le preguntaba:
"Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa?".
Blanca Nieves (1812), Jacob y Wilhelm Grimm.

En los albores del siglo XIX, Jacob y Wilhelm Grimm, reputados lingüistas y folkloristas alemanes, recorrieron Europa recolectando historias que circulaban en la tradición oral. La mayor parte de ellas se han integrado ya al imaginario colectivo de la cultura occidental e inspirado obras inolvidables para muchos de nosotros. Una de las más reconocidas es la de Blanca Nieves, la bella princesa blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y cabello negro como la madera de ébano. Su figura ha sido perpetuada a lo largo de generaciones por la más variopinta galería de artistas, pero pocas revisiones con tan recordadas como la que Walt Disney nos presentara en 1937 bajo el título de Blanca Nieves y los siete enanos. En ella, posicionada indeleblemente en la memoria de todos, brilla la presencia de su antagonista, la Malvada Reina (con voz en inglés de Lucille La Verne y en español de Rosario Muñoz Ledo, como me aclaró mi querido Arístides Castiglioni). Siempre me pregunté, siendo un imberbe niño, qué hacía al gallardo Príncipe fijarse más en la pálida jovencita y ni siquiera mirar a la madura e interesante mujer. Ella poseía una personalidad más poderosa, una elegancia incomparable y una voz que imponía. Y además, era una bruja. ¿Ella debía en realidad tener celos de la belleza de su hijastra? Por eso nunca comprendí su inseguridad. En Psicoanálisis de los cuentos de hadas, Bruno Bettleheim pretende dar una explicación: “El miedo de la Reina a que Blancanieves la supere es el tema central del cuento de hadas, que lleva, erróneamente, el nombre de la niña, al igual que el mito de Edipo. Por lo tanto, puede ser útil considerar brevemente este famoso mito que, a través de los estudios psicoanalíticos, se ha convertido en la metáfora con la que nos referimos a una relación emocional concreta dentro de la familia, que puede dar lugar a grandes obstáculos en el camino hacia la madurez y la plena integración de una persona, mientras es, por otra parte, el origen potencial del desarrollo más completo de la personalidad”. Con el paso de los años descubrí a la que podía ser una de sus más notables inspiraciones: la noble húngara Erzsébet Báthory, de quien ya he hablado en este espacio. Ella es recordada porque temía la vejez y, cual tratamiento de belleza, se daba baños en la sangre de inocentes doncellas para detener el inclemente paso del tiempo.
Pero regresemos al cuento. En el cine y le televisión, la soberana ha sido interpretada por un gran número de actrices que hacen justicia –bueno, la mayor parte de ellas- a la dimensión del personaje, desde Ruth Richie (en la versión muda de 1916), Gena Rowlands, Joan Collins, Vanessa Redgrave, Miranda Richardson, Monica Bellucci (en mi opinión, de las más dignas), Lana Parrilla (en la reciente teleserie Once upon a time), Julia Roberts (ella nunca me ha gustado, y menos como la Reina) y, la que propicia estas líneas, la sudafricana Charlize Theron en Blanca Nieves y el cazador (Rupert Sanders, 2012).
Prejuicios me hicieron despreciar la cinta por meses. El mayor provenía de que el espejo –que se supone siempre dice la verdad- dijera a Charlize que Kristen Stewart, que da vida a Blanca Nieves, era más bella. Eso me parecía una gran mentira, una infamia. Pero como en gustos se rompen géneros, me aventuré a ir más allá de los cortos y fragmentos que vi en la televisión. 
La película fue justo lo que esperaba. Pese a sus deslumbrantes efectos digitales, apariciones emblemáticas, y una muy vistosa puesta en escena, no pude evitar pensar que abrevaba del clásico de Disney, de la saga de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001, 2002 y 2003), de 300 (Zack Snyder, 2006) y Juana de Arco (Luc Besson, 1999). La historia no aporta nada nuevo al mito, acaso profundizar en el pasado del cazador (Chris Hemsworth, alias Thor, el Dios del Rayo), demostrar que Blanca Nieves puede blandir una espada, revelar que la Malvada Reina (Ravenna aquí) puede convertirse en una parvada de cuervos, tiene un Malvado –e inepto- Hermano y que el ingenuo padre de Blanca Nieves no era su primera víctima. Sobre  las participaciones, Bob Hoskins (el detective Eddie Valiant de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?), Ray Winstone (el Sr. French de Los infiltrados, Nick Frost (el insoportable Ed de Shaun of the dead), Eddie Marsan (el reciente Inspector Lestrade de Sherlock Holmes) y Toby Jones (el Dr. Zola de El Capitán América, el primer Vengador) son algunos de los siete enanos. Lo malo es que todos pasan desapercibidos.
Todo es parte de una especie de necesidad de revivir a los clásicos, dándoles nueva vida para los nuevos consumidores. Algo semejante me enseñó la muy fallida La chica de la capa roja (Catherine Hardwicke, 2011), la efervescencia de series de televisión como Grimm o la citada Once upon a time y el venidero filme Maléfica (Robert Stromberg, a estrenarse en 2014), donde Angelina Jolie personificará al tormento de La Bella Durmiente. Al menos Theron y Jolie si capturan la belleza de sus personajes.

Mi agradecimiento enorme al ya mencionado Aris Castiglioni, a Jorge Báez, Josué Vargas Estrada, Luis Reséndiz ‏y Pepe Carrera por su ayuda en la resolución del misterio sobre la voz en español de la Reina..