martes, 31 de diciembre de 2013

Sinceros deseos


Post scriptum sobre Guillermo del Toro

He dado cuenta de una carrera que comprende incursiones en la televisión, 8 largometrajes y toda una vida. Porque Guillermo del Toro inició su travesía como todos los que siguen este espacio, cuando se maravilló por vez primera con los mundos de la imaginación. Hoy ha extendido sus alas de vampiro a muchas manifestaciones de la cultura contemporánea. Recomiendo ampliamente su literaria Trilogía de la Oscuridad (de la que mucho he hablado), que será trasladada a la televisión el muy cercano 2014 y que espero con ansiedad. También su caro pero indispensable Gabinete de curiosidades (Editorial Norma, 2013). Es un artista que ha abrazado a jóvenes talentos que aseguran la supervivencia del género. Su buen nombre es casi un sello de garantía. “Guillermo del Toro presenta”, pueden presumir algunos. Desde el muy logrado relato de fantasmas El Orfanato (José Antonio Bayona, 2007), Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010) o Mamá(Andrés Muschietti, 2013). Sus miles de adeptos se incrementan cotidianamente, y sus proyectos futuros son vorazmente anticipados. Nos encontramos frente a un autor renacentista poseedor de un enorme potencial, digno de todas las reverencias y del que estoy seguro todavía no hemos visto su mejor trabajo.


Y así concluyo este año. Espero que 2014 sólo nos traiga cosas buenas, en la vida real y en los otros mundos. Les mando a todos un abrazo afectuoso. 

lunes, 30 de diciembre de 2013

En busca del niño infernal, parte 2

Esta es la pieza del rompecabezas que me faltaba. Lo mejor es que la encontré antes de que termine 2013. Desde su estreno en 2004, y sin haber comprobado su éxito en taquilla, Guillermo del Toro habló abiertamente de una secuela de Hellboy, el personaje de cómic credo por Mike Mignola Desafortunadamente, la desaparición de Revolution studios, su casa productora, dejó el proyecto en la orfandad, a la espera de quien le diera apoyo. Por fortuna, éste vino del mejor lugar posible: Estudios Universal “la casa de los grandes monstruos”.  El resultado fue una cinta visualmente exquisita, donde el tapatío se mueve cómodamente en un universo que conoce muy bien.
Aunque volvió a trabajar hombro con hombro con Mignola, Hellboy II, el Ejército Dorado (2008) no es la adaptación directa de una de sus historietas o una continuación lineal de la primera aventura. Es más bien un relato inscrito en los mundos de la fantasía que “El Gordo” exploró estupendamente en El Laberinto del Fauno (2006). Más que amenazas nazis o seres lovecraftianos –que esa no es la única línea argumental de las correrías del demonio-, observamos una historia original con mayor apego al folclor de las islas británicas o del centro de Europa. Desde su deslumbrante prólogo, presentado como una animación en stop motion y narrado durante su infancia –como una cuento para ir a dormir- al héroe (Montse Ribé) por su padre adoptivo Trevor Bruttenholm (John Hurt) en una base militar estadounidense la navidad de 1955, conocemos que en tiempos antiguos la humanidad convivió en armonía con los seres mágicos, cosa que fracturó la codicia del hombre. Fue así como el Rey Balor, aconsejado por su belicoso hijo el Príncipe Nuada, ordenó la construcción de un Ejército Dorado, una portentosa e imparable armada mecánica con la que puso fin al conflicto (a su favor). Atormentado al ver la masacre que había cometido, Balor y los hombres restauraron la paz, acordando que los primeros vivirían secreta y pacíficamente en los bosques y los segundos en las ciudades. El soberano también dividió la corona que controlaba a sus tropas en tres partes, ocultándolas para que no volvieran a dañar a nadie. Nuada, desilusionado, se autoexilió.
En nuestra época, en la que el hombre prácticamente llevó a los bosques a su exterminio –y por consiguiente a las criaturas mágicas-, el hijo beligerante (Luke Goss) regresa para ajustar cuentas con sus adversarios, aún contra los deseos de su disminuido padre (Roy Dotrice) y su bondadosa hermana gemela Nuala (Anna Walton). Naturalmente, el Buró para la Investigación y Defensa de lo Sobrenatural (BPRD, por sus siglas en inglés) y su agente estrella Hellboy (Ron Perlman) se convierten en la última línea de defensa de nuestro mundo. Todos sus integrantes regresan, desde la piroquinética Liz Sherman (Selma Blair), el psíquico anfibio Abe Sapien (Doug Jones, ahora con su propia voz) a su quejumbroso jefe Tom Manning (Jeffrey Tambor). Incluso se adhieren nuevos elementos, como el psíquico fantasmal Johann Kraus (los actores John Alexander y James Dodd, con la voz de Seth MacFarlane) y un extraordinario bestiario digno de la imaginación de Lewis Carroll o de cintas memorables como El cristal encantado (The Dark Cristal, Jim Henson, 1982) o Leyenda (Ridley Scott, 1985): las mortíferas hadas de los dientes, el monstruoso Mr. Wink, la bestial devoradora de gatos Fragglewump, el mercader Cabeza de Catedral, ese paseante de dos cabezas (“soy un tumor”), el duende sin piernas Bethmoora y el terrible Ángel de la Muerte, sombrío personaje que no deja de recordarme al Hombre Delgado de El Laberinto del Fauno. La secuencia del Mercado Troll, lugar oscuro y maravilloso ubicado bajo el neoyorquino Puente de Brooklyn, no pide nada a esa cantina en el Puerto Espacial de Mos Eisley, tal como nos la presentó George Lucas en 1977, o al Callejón Diagon de la serie literaria (llevada al cine) de J. K. Rowing.
Hellboy lidia además con las responsabilidades del niño que no está preparado para la vida adulta, del hombre que ha decidido vivir en pareja. “Daría mi vida por ella, pero quiere que lave los trastes”. Los conflictos con su explosiva pareja Liz no se hacen esperar. Y a decir verdad, me pongo del lado de ella. Que tu cepillo de dientes esté en una lata de alimento de gatos debe molestarte un poco. Por ello vienen grandes momentos de desamor, como la borrachera con un paquete de cervezas Tecate en la que él y Abe –también atormentado por el Amor- cantan, desde el fondo de sus ebrios corazones, Can´t smile whitout you de Barry Manilow.
Las escenas de acción son trepidantes, con un combate épico entre nuestros defensores y la impresionante Armada mecánica. Le sigue un enfrentamiento entre los antagonistas, con un desenlace heroico y romántico. Y la verdad es que Nuada no es un villano. Es la voz llevada al extremo de todos los que defendemos los mundos de la imaginación. Al final nuestro héroe demoníaco, y sus extraños aliados, eligen –como los Fenómenos de Tod Browning, ser congruentes con su esencia, mientras Liz le hace ver su paternal equivocación. Y volvemos a escuchar a Barry Manilow.


La película volvió a ser fotografiada por su leal Humberto Navarro, y Marco Beltrami cedió su lugar en la música al siempre eficaz Danny ElfmanY por supuesto, volvemos a ver a Santiago SeguraHellboy II duplicó su inversión. En el esquema comercial, eso la hace viable para una continuación. Su principal competidora, Batman, el Caballero de la Noche de Christopher Nolan. Del Toro, Mignola y Perlman han hablado separada e intermitentemente de la posibilidad de una tercera entrega –el tapatío la ve como una trilogía-, la cual espero se realice muy pronto –Perlman tiene 63 años-. Y creo que así piensan sus devotos, que somos casi todos. La tarde del sábado –cuando comencé a escribir estas líneas-, subí a las redes sociales una fotografía de Perlman y Del Toro en uno de los sets de la segunda parte –sin indicarlo- y más de dos se emocionaron sobremanera al pensar que se trataba de la esperada cinta. Mis temores son grandes, pues –en mi memoria y experiencia- casi nunca las terceras partes de cintas de superhéroes son afortunadas. Pero Del Toro tiene todos los elementos para demostrar que me equivoco. Así que sólo podemos esperar. Lo haré con los dedos cruzados. 

viernes, 27 de diciembre de 2013

Crónicas del Padre Merrin

El oficio de Lankester Merrin, hombre holandés (de madre estadounidense) nacido en 1892 y muerto en 1971 tras confrontar al Demonio Pazuzu, da nombre a la novela de William Peter Blatty y a la cinta homónima que propició, que ayer cumplió sus primeros 40 años de vida. Es difícil dimensionar su papel en los acontecimientos cuando la verdadera protagonista, tanto del libro como de la película, es la preadolescente Regan McNeill. Sin embargo tanto Merrin, como el Padre Demian Karras, compiten con ella en importancia y popularidad.
La carrera del arqueólogo y hombre de fe es extensa. Nunca dejó de recordarme al británico Howard Carter (1874-1939), quien encabezó la expedición que en 1922 descubrió la tumba del Emperador Tutankamón, en el Valle de los Reyes, frente a Luxor, Egipto. El hombre que le dio vida, el actor holandés Max Von Sydow, tenía 43 años al momento de aceptar el papel. El talentoso artista de maquillaje Dick Smith debió envejecerlo para aparentar ser un hombre de mayor edad.
Entre los antecedentes de Merrin, Blatty señala un encuentro previo con el Maligno, que ocurrió en África años antes de los acontecimientos que describe en la publicación. Ese esbozo fue materia ideal para la tardía precuela que Warner Brothers encargó en 2004 a los guionistas William Wisher y Caleb Carr (lo recordarán por su maravillosa novela El Alienista). Titulada Dominio, una recuela de El Exorcista y dirigida por Paul Schrader, la película fue desaprobada por el estudio quien, preocupado por su inversión, encomendó al director Renny Harlin reparar el desaguisado. El resultado de ambos casos tuvo una respuesta variada. La segunda sí tuvo una exhibición comercial, mientras la primera –hasta donde sé- fue directamente al video, como una curiosidad. En lo personal prefiero la película de Schrader. La de Harlin, reescrita por Alexi Hawley, se tituló El Exorcista, el inicio (nombre más comercial) y utilizó gran parte del metraje original de su predecesora, afortunadamente protagonizada por Stellan Skarsgård como el joven Padre Merrin, cuya fe está en crisis por sucesos terribles que presenció durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero sin importar la versión que elijan, la huella de Merrin es profunda. Para muestra, basta un botón. La llegada de Abraham Van Helsing (Sir Anthony Hopkins) en Drácula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992) es un gran homenaje a la escena ideada por William Friedkin hace 40 años. Y ahora que lo pienso, tanto Merrin como Van Helsing, son holandeses: “Que conste en los registros que a partir de este momento yo, Abraham Van Helsing, me involucro personalmente en estos extraños eventos”.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Exorcista de las cuatro décadas

Una noche como hoy, hace exactamente 40 años, cientos de personas observaron con alivio los últimos momentos de El Exorcista, el sexto largometraje del director estadounidense William Friedkin. Dudo que él imaginara la dimensión que alcanzaría su obra, que motivó un alud de cintas sobre posesiones demoníacas, desprendió dos desiguales secuelas, un par de precuelas (una hecha dos veces, en realidad), propició incontables parodias e imitaciones de diversas calidades. Costó poco más de 10 millones de dólares y ha recaudado, hasta la fecha, más de 440.
La novela homónima de William Peter Blatty, adaptada para la pantalla por él mismo, ofrece la materia prima perfecta para un clásico. Y le sigue sin duda su reparto afortunado y preciso: Ellen Burstyn como la atribulada actriz Chris McNeill, Jack MacGowran (el Profesor Abronsius de La danza de los vampiros) como el borrachín director de cine Burke Dennings, Max von Sydow como el experimentado Exorcista Lankster Merrin, Jason Miller como el atormentado sacerdote y psicólogo de medio tiempo Damien Karras, Lee J. Cobb como el cinéfilo y detective William Kinderman y, por supuesto, la entonces preadolescente Linda Blair como Regan McNeill, la desgraciada presa del demonio Pazuzu. Todo aderezado con las ya míticas Campanas tubulares de Mike Oldfield, tema musical que ha sido empleado en una variedad incontable de formas. Su horror contenido, que no necesita pilas de cadáveres o se sustenta en sus prodigiosos efectos especiales –innovadores para entonces-, es sobrecogedor hasta el final del metraje.
Todos conocemos su trama, y aun así volvemos a disfrutarla como el primer día cada vez que la reencontramos: la hija de padres divorciados que se establece con su madre en la ciudad de Georgestown, Washington, es poseída por una entidad malévola. Es sometida a una interminable, tortuosa e inútil serie de estudios médicos para descartar males físicos. La Psicología tampoco demuestra mucha eficacia y finalmente se llega al reconocimiento que la solución se encuentra en los territorios de la fe.

Alrededor suyo se tejieron toda serie de inquietantes leyendas que sólo contribuyeron a su incrementar su perdurabilidad: maldiciones, muertes misteriosas, sucesos sobrenaturales en los sets de filmación y sacerdotes llevados para bendecirlos (William O'Malley, que interpretaba al Padre Joseph Dyer, era reverendo en la vida real) y un destino funesto para sus actores. Si no lo creen, pregunten a Blair –hoy una mujer de 54 años-, cuya carrera actoral nunca despegó pese a su mítico personaje y se vio obligada a repetirlo en la poco agraciada El Exorcista II, el Hereje (John Boorman, 1977) o en la infame Reposeída (Bob Logan, 1990), comedia diseñada para el lucimiento del veterano Leslie Nielsen.

Sus escenas viven en las pesadillas de muchos, desde la aparición del demonio en el desértico Irak, las “ratas” que se pasean en el ático, el comportamiento perturbador de Regan, las apariciones fugaces –sólo para el espectador- en la oscuridad de su habitación, las cosas volando violentamente en el lugar, el vómito de sopa de chícharos, la cabeza giratoria de la chica, sus insultos (en la voz de Mercedes McCambridge), las alusiones sexuales y el estremecedor desenlace en las escaleras de la calle M de Georgestown, auténtico acto de lucidez, fortaleza y heroísmo.

El Exorcista se ganó con creces sus dos premios Óscar en 1974 (por Mejor mezcla de sonido y Mejor guión adaptado, aunque fue nominada a Mejor película, una auténtica hazaña para el género), su ingreso en 2010 al Registro Nacional de Películas de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos pero sobre todo su lugar inamovible en nuestra memoria y corazones. Me alegra pensar que la veré cumplir 50 años y, si me mantengo en buena forma, 75. Porque diferencia nuestra, la película no envejece. Hace un rato acabo de verla por enésima ocasión (la primera fue en el monstruoso reproductor Betamax de un tío, a escondidas, cuando tenía siete u ocho años) y debo reconocer que se mantiene tan vigente como entonces. Envidio a todos los que se asustaron en las salas de cine aquél 26 de diciembre de 1973. Significó el cierre de un gran año. 

viernes, 20 de diciembre de 2013

Miren. Allá, arriba. En el cielo.

Esta es una de las cosas buenas que trajo la navidad de 1978. Son varios los ingredientes que hacen memorable al segundo largometraje de Richard Donner, una adaptación de las aventuras de Supermán: una majestuosa e imperecedera partitura del laureado John Williams, un muy competente guión de Mario Puzo que abrió las puertas a una secuela desde su estupendo prólogo y grandes actuaciones, desde el desconocido en esos días  Christopher Reeve como el protagonista, la un poco más conocida Margot Kidder como la intrépida reportera Louise Lane, leyendas como Jackie Cooper –como Perry White, editor del diario El Planeta- y Glenn Ford –como Jonathan Kent, el padre adoptivo del héroe- hasta grandes actores del momento, como Gene Hackman –el malvado villano Lex Luthor-, Terrence Stamp –a quien sólo vemos brevemente como el también malvado General Zod, enemigo de la continuación- y, sobre todos, la breve presencia de Marlon Brando como Jor-El, progenitor del último hijo del planeta Kripton. Todo en conjunto es insuperable y rinde el mejor homenaje al espíritu que los creadores del personaje, Joel Shuster y Jerry Siegel, le dieron en abril de 1938, hace 75 años.
No abundaré en este momento sobre la importancia que Supermán tuvo en el posicionamiento de una poderosa industria –una verdadera fábrica de mitos- ni estudiaré filosófica o culturalmente al personaje, simplemente reconoceré todos sus méritos. En este caso concreto -la película de Donner-, aseguró el romance de Hollywood con las historias de superhéroes. Recupera el candor de una época muy bien retratada ya en la popular serie televisiva estelarizada en los años cincuenta por George Reeves. El libreto de Puzo no prescinde de momentos que todos vinculamos al personaje, desde su gran sentido del humor, que se detenga a rescatar a un gatito de un árbol, de consejos moralizantes a sus defendidos, del convoy militar que transporta un misil nuclear y se detiene a ayudar a una voluptuosa mujer que tuvo un accidente vial - Valerie Perrine como Eve Teschmacher, asistente de Luthor- y luego lo vuelven a hacer para dar indicaciones viales a un par de granjeros –Luthor y su tonto ayudante Otis, encarnado por Ned Beatty- o del revelador momento donde el genio del mal descubre sus planes al paladín.

Es cierto que para muchos este esquema ha quedado rebasado por la narrativa contemporánea, por la reciente tendencia a humanizar y agregar tintura negra a los coloridos disfraces de los héroes. En favor de este argumento podemos recordar la muy fallida Supermán regresa (2006) de Bryan Singer. Pero de ella hablé en el pasado. Irónicamente, la debemos al Supermán de 1978. Tal fue la fascinación que causó en un talentoso cineasta. Esto demuestra su vigencia y perdurabilidad. Y aunque muchos momentos de la cinta puedan parecernos superados, debemos contextualizarla para así darle su verdadero valor. El de un clásico. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

Un depredador de Alaska

Si aún existiera Testigos del Crimen, el podcast que conduje durante 5 años con mi querida Guadalupe Gutiérrez, este hubiera sido uno de sus temas. De hecho es uno de nuestros grandes pendientes. Y si existe el lugar que las religiones llaman infierno, Robert Cristian Hansen tiene sin duda un lugar reservado en él. Mientras leen estas líneas, él purga una condena de 461 años en la Correccional de Spring Creek, en Seward, Alaska. Tiene 74 años de edad y goza de un techo y tres comidas diarias por cortesía de los contribuyentes y el Sistema Penitenciario de Estados Unidos. Se encuentra ahí por violar y asesinar cruelmente a un número no determinado de mujeres –se calculan entre 17 y 21, aunque muchos creen que el número es mayor- entre 1971 y 1983. Y en verdad, la sentencia me parece poca.
Sus actividades homicidas quedaron expuestas el 13 de junio de 1983, cuando la joven prostituta Cindy Paulson logró escapar de sus garras. A esto siguió un caso que pone en manifiesto la difícil –trágica- vida de muchas trabajadoras sexuales de Anchorage, Alaska, el trato discriminatorio que reciben cuando denuncian un delito cometido en su contra, las limitaciones del sistema legal y el mejor espíritu de los buenos representantes de la Ley.
La carrera de Hansen ha sido tratada en varios documentales televisivos –de Discovery channel esencialmente-, en series –recuerdo un episodio de La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales-, inspiró en 2007 la película Naked fear –con Joe Mantegna- y la cinta que propicia estas líneas.
Bajo cero (The frozen ground, 2013), escrita y dirigida por el neozelandés Scott Walker, es un muy competente relato policial que se estrenó muy tarde en nuestro país –en Estados Unidos se hizo en agosto- y seguramente quedará sepultado este fin de semana en la cartelera por el estreno de la secuela de El Hobbit. Es una persecución entre el investigador Jack Halcombe que encarna Nicholas Cage –el personaje está modelado a partir de Glenn Flothe, el sabueso de la vida real- y Hansen, interpretado por John Cusack. La desgraciada Paulson es encarnada por la cantante Vanessa Hudgens, egresada de High School Musical y que aparece en Machete kills (Robert Rodríguez, 2013), con un buen resultado.
La cinta no prescinde de lugares comunes, familiares para nosotros por la televisión –los personajes con un pasado tortuoso, el jefe que en principio no apoya al protagonista, la angustiante búsqueda de evidencia y el dramático interrogatorio-, pero el conjunto es satisfactorio sin duda. “Esto es lo que eres y lo que haces”, reconoce su esposa (Radha Mitchell) a nuestro héroe. “El sistema no es perfecto, pero no dejarás de luchar por hacerlo un poco mejor”.

Y uno de los aciertos de Walker es dedicar su primer trabajo a las víctimas de Hansen, las conocidas y las desconocidas. Antes que corran los créditos finales, el director nos muestra las fotos de las que se sospecha fueron asesinadas por el monstruo, con las estremecedoras leyendas cuerpo localizado y cuerpo sin localizar. Sobrecogedor.

jueves, 12 de diciembre de 2013

En defensa de la Mujer Maravilla

Es oficial. Zack Snyder, director de la afortunada El Hombre de Acero (2013), anunció que la incipiente actriz israelí Gal Gadot, de 28 años, será la Mujer Maravilla en la venidera secuela de la cinta, Batman contra Supermán. Las reacciones no se han hecho esperar. Negativas, por supuesto.
La creación del psicólogo estadounidense William Moulton Marston es, esencialmente, una Amazona, una guerrera que representa la igualdad sexual, el poder femenino, la sensatez, la verdad –su Lazo Mágico no era otra cosa que el Polígrafo, o detector de mentiras, al que Moulton hizo contribuciones definitivas- y la sensibilidad en un panorama dominado por personajes varones en la incipiente industria de las historietas. Es un símbolo contundente del feminismo y una figura que ha tenido numerosas transformaciones desde su primera aparición en 1941. También fue criticada por el psiquiatra germano estadounidense Fredric Wertham –el más grande enemigo de los superhéroes-, quien aseguraba que fomentaba fantasías de dominación sádicas y masoquistas. Pero no nos desviemos.
Entre los aspectos que influyeron en la elección de Gadot, cuya carrera oscila entre los concursos de belleza –en 2004 representó a su país en Miss Universo-, el modelaje y la actuación –sus participaciones más reconocidas son en dos de las películas de la serie Rápido y furioso-, está una formación militar y sus capacidades histriónicas.
Sin duda tiene un enorme disfraz que llenar. Yo visualizo a la heroína de la forma en que la dibujó el artista estadounidense Alex Ross, grande e increíblemente hermosa, como una verdadera amenaza para la estructura masculina. Por otra parte, la imagen televisiva de Linda Carter y sus volteretas es insuperable. El nombramiento de Gadot me parece francamente pobre, más en deuda con afanes mercadológicos y los cánones de belleza anoréxicos del Hollywood de nuestros días. En algo que Marvel Studios aventaja a DC Comics es en sus atinados repartos, que incluyen a primeros actores –Edward Norton, Samuel L. Jackson, Robert Downey, Jr. y Mark Ruffallo-, a promesas –Chris Evans, Tom Hiddleston, y Chris Hemsworth- y a muy competentes actores de apoyo –Gwyneth Paltrow, Natalie Portman, Mickey Rourke, Jeff Bridges, Sir Anthony Hopkins, Don Cheadle, Scarlett Johansson, Guy Pearce, Sam Rockwell, Hugo Weaving, Tommy Lee Jones, Sir Ben Kingsley,  y Stellan Skarsgård- para dar mayor altura a sus fastuosas producciones. DC carga penosos recuerdos -¿vieron Linterna Verde con Ryan Reynolds?- y sólo tiene a su favor al competente Henry Cavill como el último hijo de Kriptón. Hace unos meses se anunció la controversial designación de Ben Affleck para interpretar al Justiciero de Ciudad Gótica. Y por mucho que esto último me alarme, todo es superado por la joven Gadot.


Pero como dice la expresión popular, “ya ni llorar es bueno”. Todas mis dudas se aclararán en 2015.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Daryl Dixon y la supremacía de las minorías

Es muy propio de la naturaleza humana juzgar negativamente lo diferente. Más si consideramos que es inferior a lo que nosotros representamos. Lo demuestra todos los días ese fenómeno tan negativo –y en alarmante crecimiento- llamado bullying –o abuso escolar- o nos lo topamos de frente cotidianamente en casi todos los ámbitos de la sociedad: la mujer indígena a la que se le niegan servicios médicos, el discreto oficinista –ahora les dicen despectivamente Godínez- que es menospreciado por sus compañeros de trabajo o el trato despótico que da un funcionario a una persona común y corriente que acude a denunciar un delito. Debemos tener conciencia que todos nosotros, los que disfrutamos del horror y la fantasía, somos parte de una minoría. ¿Cuántas veces no fuimos cuestionados –por nuestra familia y amigos- por nuestros excéntricos gustos? ¿Cuántas veces no fuimos tildados de satánicos o asesinos en potencia porque reconocemos las luces y las sombras del hombre? Acabo de ver cómo mi buen amigo Jorge Grajales, creador de los maratones nocturnos de cine culto que mensualmente se llevaban a cabo en el Centro Cultural José Martí –operado por la Secretaría de Cultura de esta ciudad-, tras casi 14 años de vida, sufrió la incomprensión y pobres miras institucionales. La mamá de una querida amiga, al más puro estilo de la progenitora de Carrie White, rociaba sus libros de terror con agua bendita. La abuelita de Guillermo del Toro, cuando él era joven, le practicó dos exorcismos. Ser diferente es doloroso y, en muchos casos, heroico. Ser fiel a tus obsesiones más elementales es un acto de convicción y congruencia. La alternativa es la alienación, el ceñirnos a las creencias de otros. No porque estas sean malas: simplemente se oponen a lo que tenemos en la cabeza.
La anterior es una de tantas invitaciones a la reflexión que nos ofrece el horror. En la cultura estadounidense es curioso –y a la vez comprensible- que sus bondadosos protagonistas sean los conocidos como White Anglo Saxon Protestants –protestantes blancos anglosajones-, personas de la mejor posición social, casi siempre con raíces británicas, defensores de las buenas costumbres que rechazan influencias externas a su cultura. Howard Phillips Lovecraft sabía muy bien de este tema. Pero no quiero desviarme. George Andrew Romero, en su indispensable Noche de los muertos vivientes (1968) introdujo una variante notable a esa idea: un héroe negro. Ben (Duane Jones), hombre afro americano –estamos en la era de la corrección- no sólo era el responsable de asegurar la supervivencia de un grupo de personas enfrentadas al apocalipsis zombi, sino tenía que oponerse a una amenaza mayor que estaba en el interior de su refugio: el irracional hombre blanco Harry Cooper (Karl Hardman). En su desenlace, irónico y trágico, el orden era restaurado por otros hombres blancos, que sólo representaban la ignorancia e insensibilidad de nuestra especie. En su respetuoso remake (Tom Savini, 1990) colgaban a los muertos reanimados de los árboles y los usaban como blancos para practicar tiro, o los ponían a pelear en un redil para su diversión.
Los salvadores son llamados desdeñosamente Rednecks, granjeros blancos con un bajo nivel cultural y, por consiguiente, casi siempre irracionales. La televisión moderna ha retratado su vida -con gran éxito- en reality shows como Llegó Honey Boo-Boo y, con más notoriedad, gracias a Cletus Spuckler en la amarillenta familia Simpson. De este grupo surge uno de los personajes más interesantes de tiempos recientes, uno que ha despertado la fascinación de innumerables mujeres –casi todas mis amigas desfallecen por él- y que sin duda compite en aceptación con el protagonista de la serie. Ya he hablado de Daryl Dixon (Norman Reedus) –y de su malvado pero reivindicado hermano Merle (Michael Rooker)-, un ilustre Redneck que ocupa una de las posiciones más privilegiadas del popular programa televisivo The Walking Dead. Sobre él dije en el pasado:
En el caso de Daryl, es curiosa su creciente popularidad entre los espectadores. En Internet leí comentarios que iban desde “Daryl, hazme tuya” a “Daryl, quiero ser la madre de tus hijos”. Cuando concluyó la primera parte de la temporada, quedó en un riesgo grave. Pude entonces percibir una auténtica preocupación que tenía tiempo no atestiguaba. El atractivo del personaje radica en valores que se fortificaron en el transcurso de la trama, como la entrega, la solidaridad, la fortaleza y la integridad.

Hoy por hoy es Daryl quien me hará ver el resto de su cuarta temporada. A diferencia de lo que algunos han especulado, no creo que se convierta en el líder del clan. Su gran papel en el drama es del soldado eficiente, leal y, cuando la situación lo amerita, el del fiero guerrero. Es quien siempre salva el día. Escuché –sentí- la más sincera emoción en los últimos momentos del final capítulo, y más de una persona me reveló su angustian cuando un zombi lo sorprendió por la espalda. ¿Qué le depara el destino? Sólo podemos esperar. Lo descubriremos en febrero.

martes, 3 de diciembre de 2013

Enseres para sobrevivir...


La ropa no hace al vampiro, o lástima de capita

Bastaron sólo tres episodios (dos y medio, en realidad) para confirmar mis enormes reservas sobre la nueva vida televisiva de Drácula.
La serie, por más espectacular que sea, se aleja en lo sustancial a la novela que inmortalizó al irlandés Bram Stoker. Sus productores ni siquiera tienen la decencia de reconocerle su mérito autoral (ni al inicio ni al final de cada capítulo) con las leyendas “basada en la novela o personajes creados por”. Eso, a la larga, no sé si será un beneficio. Insisto, el producto es visualmente impecable, pero decepcionante en lo sustancial. Muchos la defenderán como una interesante reinterpretación del mito, pero si lo que se buscaba era hacer algo nuevo debieron desligarse completamente de la fuente original. Eso sólo crea altas expectativas y hace patente el afán de lucrar con una creación que ha comprobado con creces su universalidad y alto valor comercial.
Posee parlamentos y situaciones que inmediatamente repelen al conocedor y a la persona que va más allá del torso desnudo de su productor y protagonista Jonathan Rhys Meyers: “convertirla en algo como yo sería una abominación”, o ese dramático y caricaturesco golpe que da a las teclas de un piano para rematar su maldad. Donde yo crecí los vampiros no se lamentan de ser vampiros. Personajes con esos dilemas existenciales abundan en la narrativa, como el Louise de Pont Du Lac de Anne Rice. Y eso no es malo. Pero siempre tienen como contrapeso el espíritu byroniano y malévolo de seres como Lestat de Lioncourt. Y volviendo al programa, pasa por alto aspectos obvios. Renfield (Nonso Anozie) es su sirviente, no su consejero sentimental. Jonathan Harker es un hombre de su época –como el propio Stoker-, pero es respetuoso, abierto y pensante, no el típico Victoriano de Oliver Jackson-Cohen. “Ya se le pasará a mi vieja eso de ser médico”. Por otra parte una pareja de enamorados nunca se besaría abiertamente en público, ni las mujeres caminarían despreocupadamente por la calle con el cabello suelto –a lo Amanda Miguel- y mostrando sus brazos desnudos. Luego están las incongruencias. “Convirtamos a nuestro gran enemigo en un ser poderosísimo, al fin nunca escapará de su cautiverio y con el paso de los siglos el odio que nos tiene desaparecerá” o “Masacremos a la familia de este individuo. Que nos vea y dejémoslo vivir para que sufra. Al fin nunca querrá vengarse”. Tonterías ambas. Y por otro lado, Rhys Meyers no es la mejor elección para interpretar al vampiro. No proyecta la malignidad ni el misterio que el personaje requiere. Por momentos (muchos) me parece falso, fuera de lugar. 
No sigo más, pues corro el riesgo de lucir como un anciano quejumbroso. Creo que tengo dos veces el derecho a sentirme indignado con el resultado: como espectador y entendido del tema. Si conozco de algo, como es evidente en mi trayectoria, es de Drácula. Y lo que se nos presentó se desvía enormemente de una novela que es eterna, como su protagonista y el hombre que la creó.

Todavía me pregunto si algún día veré una nueva adaptación digna. Mientras tanto, espero atento. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

Sentimientos encontrados, o Drácula contra los monopolios energéticos

Uno de los platos fuertes del pasado Festival Mórbido –del que ya platicaré en un futuro no lejano- fue la premier del primer episodio de la nueva encarnación televisiva de Drácula, co producción británica-estadounidense creada por Cole Haddon, de la que ya hablé hace varias semanas. Al finalizar el capítulo tuve sentimientos encontrados. Primeramente quedé deslumbrado por su factura, portentosa y que por muchos momentos me hizo sentir que veía una gran producción cinematográfica. Luego vinieron los cambios, algunos sutiles y otros dramáticos: Mina Murray (Jessica De Gouw) es la primera estudiante (mujer) de Medicina en Inglaterra y uno de sus profesores es Abraham Van Helsing (Thomas Kretschmann). El voivoda Vlad Drácula (Jonathan Rhys Meyers), luego de ser cautivo por su enemiga Orden del Dragón siglos atrás, es devuelto a la vida en 1881 por un aliado insólito y, 8 años después, se infiltra en la sociedad victoriana bajo el disfraz del genio científico estadounidense Alexander Grayson, desterrado a las islas por Thomas Alva Edison. Conserva a su fiel servidor R. M. Renfield (Nonso Anozie), ahora un solemne hombre de color que ya no está obsesionado con los insectos. Jonathan Harker (Oliver Jackson-Cohen) sigue pretendiendo a Mina –no se atreve a dar el paso para conquistarla y sólo la presenta en sociedad como “su amiga”- pero de ser un abogado en bienes raíces se convirtió en un intrépido reportero. El refugio del vampiro, la ruinosa Abadía Carfax, se ha convertido en una fastuosa mansión. Por supuesto no podía faltar la provocativa Lucy Westenra (Katie McGrath). Fue curioso que su vestido de fiesta, rojo como la pasión, contrastara con el de Mina, azul como la virtud y la nobleza.
Y luego vinieron guiños que ya son ritos de paso establecidos por Bram Stoker: “Bienvenidos a mi casa y dejen algo de la felicidad que traen consigo” o la respuesta insinuada del vampiro “yo nunca bebo vino”. También están presentes hechos que caracterizaron la época, como los crímenes de Jack el destripador o el auge económico del Imperio facilitado, entre otras cosas, por su gran industria. Precisamente ahí está la motivación del protagonista: lleva a cabo una venganza contra la milenaria Orden del Dragón, que basa ahora su vasto poder en el monopolio de la industria petrolera. Y Drácula anticipó muy bien lo comprendido por Eliot Ness en su guerra contra el crimen de Chicago: si quieres destruir a tus enemigos, pégales donde más les duele. En el bolsillo. Por supuesto los malos no se quedaran sin dar batalla. Poseen a su asesina en jefe, Lady Jayne Wetherby (Victoria Smurfit), que tiene cautiva a una vampira en busca de obtener información sobre su enemigo.
Todo, insólitamente, se adhiere al Canon establecido por Stoker: Harker facilitará que el vampiro se posicione en Inglaterra –antes le vendió su guarida, hoy parece que lo apoyará desde el Cuarto Poder-, Mina sigue siendo el prototipo de la Brave New Woman, Lucy la chica coqueta de sociedad y Drácula aún tiene un encono desmedido contra la sociedad occidental. Ahí se encuentra la comunión con el rescatador misterioso que mencioné hace un rato: “nuestro odio nació en el mismo lugar”. Y esto, por más que nos alarme, tiene sentido estratégico. “Los enemigos de mis enemigos son mis amigos”, dicen algunos. No pienso que su trato sea definitivo. Ninguna sociedad de negocios es eterna.
Aún tengo reservas. Como he dicho hasta el cansancio, Drácula no es una historia de amores interrumpidos ni de reencarnaciones. No sé qué tan necesarias son las secuencias de acción, que oscilan entre Matrix (hermanos Wachowski), 300 (Zack Snyder) y el más reciente díptico sobre Sherlock Holmes dirigido por Guy Ritchie. Tal vez pretenden dar un sello propio al programa, pero francamente a estas alturas del partido identificamos las fuentes que las inspiraron. Tampoco comprendo el afán de que el señor Rhys Meyers aparezca sin camisa cada vez que sea posible. Bueno, eso sin duda tiene fines comerciales que apreciarán muchos –mujeres y hombres- y tal vez sea parte –junto con las escenas sexualmente explícitas- de los contenidos eróticos subyacentes de la novela.

Esta noche veré su segundo episodio. Eso nos dará más elementos para formarnos una opinión definitiva.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Texto para la presentación de Desmodus, el vampiro

Muy buenas noches a todos. Gracias por estar aquí. Primeramente deseo agradecer a Editorial Terracota –a  Alejandro Villagrán y a Ximena Ruiz Rabasa por sus buenos oficios- por su amable invitación y la oportunidad de reencontrarme con mi querido Enrique Alfaro Llarena, incansable promotor de la cultura que en el pasado me demostró su confianza en los fulgores de lo oscuro.
Contrariamente a la percepción popular, existe un profundo arraigo de la figura del vampiro en nuestra cultura. Desde la deidad maya Tzotz hasta el Dios Tzinacán de la cultura náhuatl, el monstruo ha desplegado sus alas en prácticamente todas las manifestaciones culturales. Esto lo expresa muy bien el indispensable Jorge Ibargüengoitia en su divertido ensayo Vida de los vampiros: “la gente común y corriente sabe más de vampiros que de los otomíes”.
Debemos ejemplos que refuerzan lo dicho por el guanajuatense a autores como el hidalguense Efrén Rebolledo –con su poema romántico El Vampiro-, Amado Nervo –con su poema A Leonor-, Bernardo Couto Castillo –con su cuento Blanco y rojo-, Amparo Dávila –con el cuento El huésped- y a casos más recientes como Emiliano González –con el cuento La mantis-, Ricardo Bernal –con el cuento Los manuscritos del vampiro-, Sergio Santiago Madariaga –con su cuento Muerte veo en tus ojos-, Bernardo Fernández Bef –con el cuento Sólo salimos de noche- , Patricia Laurent Kullick –con el breve e hilarante cuento Se solicita sirvienta-, Mario Méndez Acosta –con el estremecedor relato No se duerman en el metro-, el poblano José Luis Zárate –con su prodigiosa novela La ruta del hielo y la sal-, Adriana Díaz Enciso –con la novela La sed- y Carlos Fuentes, con su novela corta Vlad, contenida en la antología Inquieta compañía.
Pero uno de los vínculos más profundos proviene de las raíces mismas del mito, con los avistamientos hechos por Hernán Cortés durante la conquista de la Nueva España: se percató cómo una variedad de murciélago, identificada posteriormente como Desmodus rotundus, una de las tres especies de quirópteros hematófagos presente desde México hasta el norte de Chile y Argentina, se alimentaban por las noches de sus caballos y las bestias de tiro. William López-Forment Conradt, autoridad en México sobre estos seres, señala que fueron los invasores los que llevaron esta noticia Europa, “donde poco tiempo después comenzaron a aparecer cuentos de vampiros humanos, especialmente en Europa Oriental, debido a su inaccesibilidad y desconocimiento que tenían de esa zona del Continente Americano los habitantes de la Europa Occidental. Los primeros europeos en reportar sobre estos animales, amén de equivocarse de especie, fueron de Oviedo y Valdés en 1526, y Benzoni en 1565”.
Precisamente es este animalito el responsable de dar el nombre al protagonista de la novela que hoy nos reúne, Desmodus el vampiro de José Carlos Vilchis Frausto. Y tengo ahora el reto de hablar del texto sin estropear su descubrimiento a los nuevos lectores. En un escenario reconocible, la Ciudad de México de nuestros días, el autor nos narra el descenso a las tinieblas de un nuevo vampiro, “Desmodus, el hambriento, el Paria, el maldito, el desterrado”. Esa dignidad es lo primero que debo agradecer a José Carlos: el alejar al monstruo de la fórmula vacía, contemporánea y comercial y presentarlo como es, un asesino en la cima de la cadena alimenticia.
Vilchis se da tiempo de citar a sus clásicos a lo largo de la narración: de Julio Cortázar a mi querido Vicente Quirarte, de William Shakespeare a Patrick Süskind. También dedica un capítulo al cineasta alemán Win Wenders, cuya visión está presente en la historia. Esto nunca para sonar pretensioso o que el lector diga con asombro: “Cuánto ha leído y conoce de cine este autor”. Lo hace para venerar a sus maestros y mostrar orgulloso la presencia de sus lecciones. En ese sentido, su estilo es moderno pero también muy generacional. El cine está presente no como referencia sino como manera de ver y captar la realidad, sea mediante la descripción de una espectacular persecución, de los inframundos del Centro Histórico de nuestra ciudad –no sabía de la existencia del Pervert lounge-, de sucios cuartos de hotel o de una lóbrega morgue con su refrigerador con el letrero “carnes frías”. Y es precisamente gracias a esta capacidad de observación, casi cinematográfica, que los detalles sumergen al lector en el relato.
Podría continuar, pero prefiero concluir aquí. Gracias, querido José Carlos, por esta disfrutable novela de vampiros, pues desde el título establece vínculos muy necesarios en nuestro tiempo. Donde yo me eduqué, el vampiro no brilla. Hablé antes de algunas de las virtudes de tu libro. Este ya pertenece a los lectores y navega con sus propios medios. Serán ellos quienes determinen su efecto y perdurabilidad. Espero que goce de la fortuna material de recientes sagas literarias. Si no fuere así, tu obra triunfa sobre ellas en muchos sentidos: posee el decoro y la autenticidad que los mayores éxitos sólo sueñan. Ello no es gratuito. Se debe, sobre todo, a tu talento y tu constancia. Toma estas palabras como una obligación para escribir novelas cada vez más sorprendentes y, por qué no, más oscuras.
Muchas gracias.

martes, 5 de noviembre de 2013

Un motivo más para ir a Morbido


En los martes consagrados al horror

Algunos rituales son importantes. De eso saben muy bien nuestros vecinos del país norte, que han convertido en una verdadera tradición el Monday nigth football, una reunión obligada frente al televisor donde los espectadores se emocionan con las contiendas entre sus equipos favoritos, devoran botanas de todo tipo y mucha (mucha) cerveza.
En el México de mi infancia eso se trasladaba a los domingos, donde observar las hazañas futboleras de mi tío consumía el día y luego las tardes entre los programas de la televisora privada y estatal de la era. Eso afirmó mi desprecio por el que muchos llaman el juego del hombre (hoy es más un espectáculo que un deporte) y afianzó mi amor por el horror.

Los últimos años he visto con satisfacción que la televisión por cable transmite al menos dos programas (The walking dead y American horror story) relacionados con el género en horario estelar. Y mejor, hace alarde de esto. Así que me pregunto, ¿no podemos institucionalizar un Tuesday night horror? Quien me conoce sabe que detesto el abuso de los anglicismos, pero en este caso es necesario para emular el sentido de la idea que desprende la iniciativa.

jueves, 31 de octubre de 2013

Un hijo distinguido del Halloween

Para acercarse a Ray Bradbury*
Roberto Coria

Ray Douglas Bradbury dejó de respirar la mañana del martes 5 de junio de 2012, a los 91 años de edad. Me enteré del hecho cuando me encontraba en un congreso de ciencias forenses, a través del mensaje que me envió mi amigo Bernardo Esquinca, otro de sus devotos y discípulos. No puedo evitar decir que esto me produjo un profundo pesar. Aunque nunca lo conocí físicamente, lo hice desde mi infancia a través de su talento e incontables creaciones que incendiaron mi imaginación. A pesar de las complicaciones propias de su edad, Bradbury partió de la mejor manera posible: en su hogar de California, rodeado de sus seres amados, con el orgullo de saberse uno de los autores más importantes de la narrativa estadounidense del siglo XX. El presidente de su país, Barak Obama, hizo una declaración oficial tras su deceso:
Para muchos estadounidenses, la noticia de la muerte de Ray Bradbury evocó inmediatamente imágenes de su obra, grabada en nuestras mentes desde una edad temprana. Su talento como narrador modificó nuestra cultura y amplió nuestro mundo. Ray entendió que nuestra imaginación podría ser utilizada como herramienta para una mejor comprensión, un vehículo para el cambio y una expresión de nuestros valores más preciados. No hay duda de que Ray Bradbury seguirá inspirando a muchas generaciones con su escritura. Nuestros pensamientos y oraciones están con su familia y amigos.

Que esta charla se lleve a cabo el 31 de octubre, fecha de la festividad celta que marcaba el final de las cosechas y el inicio del inverno, ocasión celebrada entre las culturas paganas europeas hasta la irrupción del cristianismo es especialmente relevante si leemos dos de sus textos fundamentales. Uno es su tercera publicación, El país de octubre (1955), una maravillosa antología de cuentos macabros que honran a esta festividad. El otro relato es su novela de 1972 El árbol de las brujas. No peco al decir que la parada final del viaje casi antropológico de 8 niños se encuentra en un lugar que casi todos conocemos:
Estaban suspendidos sobre una isla en ese lago de México.
Allá abajo oyeron ladridos de perros en la noche.
En el lago iluminado por la luna vieron unos pocos botes que se movían como insectos acuáticos. Oyeron tocar una guitarra y un hombre cantó con una voz melancólica y aguda.



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*Extracto te de lo que leeré hoy en Fiction for the masses, homenaje a Ray Bradbury en la FES Acatlán. 

viernes, 25 de octubre de 2013

Fantasmas de la juventud

Hay historias que te cautivaron durante una época más sencilla de tu vida. Las atesoras en la mejor parte posible de tu memoria y corazón. Y sin embargo jamás escribes sobre ellas cuando tienes la posibilidad, al llegar a la vida adulta. Hoy pago esa deuda. Vi Los Cazafantasmas, el sexto largometraje que el checoslovaco canadiense Ivan Reitman nos entregó en 1984 a partir del guión de Dan Aykroyd y Harold Ramis, cuando tenía tiernos 11 años de edad, en el final de mi infancia y el inicio de mi adolescencia. No puedo describir la fascinación que causó en mí. Las hazañas de los parapsicólogos convertidos en exterminadores de espectros forman parte de mis mejores recuerdos. Los doctores Peter Venkman (Bill Murray), Ray Stantz (Aykroyd), Egon Spengler (Ramis), apoyados por su cuarto elemento Winston Zeddemore (Ernie Hudson), su fiel secretaria Janine Melnitz (Annie Potts), el pobrediablesco contador Louis Tully (Rick Moranis) y la atribulada concertista Dana Barrett (Sigourney Weaver) son los protagonistas de una comedia (sobrenatural) perfecta, plena de risas, acción y personajes y momentos memorables. Las imágenes del logotipo de la empresa, de la vieja estación de bomberos transformada en su base de operaciones, de su vehículo de emergencias Ecto 1, de sus equipos de protones, del glotón y malaleche fantasma verdoso Slimer (aquí lo bautizaron posteriormente como Pegajoso) acechando un lujoso hotel, del gigantesco perro infernal sobre el que arrojan un abrigo o del Dios sumerio Gozer el Gozeriano -convertido por la inocencia de Ray en el Muñeco de malvavisco Stay Puft- y el tema musical de Ray Parker, Jr., son simplemente inolvidables.
De ahí vino mi emoción cuando la extinta Imevisión (y viene un comentario digno del Abuelo Simpson, “porque hubo una época donde la televisión mexicana era buena”) anunció la exhibición de una caricatura titulada Los verdaderos Cazafantasmas. Su vínculo con la película, pese a las diferencias de aspecto de sus protagonistas pero confirmadas por su emblema y su música, fue refrescante considerando a la nefasta caricatura Los Cazafantasmas (donde salían dos tipos, un gorila con sombrero y un coche con cara) hecha por la productora Filmation, responsable del clásico He-man y los Amos del Universo, que pretendía lucrar con su buen nombre.
Hoy me entero que Los verdaderos Cazafantasmas vivió 7 temporadas y 147 episodios los cuales, al revisar los títulos de su listado, me trajeron los recuerdos más gratos. ¿Cómo olvidar a su primer gran enemigo El Espantaniños (el Boogieman, símil del Monstruo del Clóset), con su cabezota, su gran nariz y sus patas de macho cabrío? ¿Del Duende de los Sueños (el Sandman del folclore europeo), con su capucha y su saco de polvos para dormir? ¿O de la inocente viejecita Sra. Rogers, dueña de un canario y una casa terroríficos? ¿Del capítulo que retoma lo sucedido después de la película y cómo trabaron amistad con Pegajoso? ¿De la aparición del nefasto Walter Peck (interpretado en la cinta por William Atherton)? ¿Cuando conocieron al mezquino Ebenezer Scrooge de Charles Dickens? ¿Del enfrentamiento entre hombres lobos y vampiros en la aislada Lupusville? Y siempre estará mi favorito, el episodio nombrado El libro mágico (en inglés se llamaba La llamada por cobrar de Cathulhu), donde los héroes investigaban el robo del mítico Necronomicón de la Biblioteca Pública de Nueva York, viajaban a Akham, Massachusetts, pedían ayuda a la Profesora Alicia Derleth de la Universidad de Miscatonik, todo para detener el intento de una secta (su líder tiene el nombre de alguien del Círculo de Lovecfaft) para revivir a Cathulhu (así, con una “a”) y en el que viejos cómics les daban la clave para derrotarlo. Magia pura.
La película y la caricatura despertaron un auténtico furor que se extendió a la industria discográfica, los videjuegos, las historietas, una desigual secuela (en 1989) y otra caricatura, Los Cazafantasmas al extremo que tuvo una efímera existencia pese al intento por mantener viva una redituable franquicia y en la que un Egon cuarentón dirigía a una nueva generación de investigadores de lo paranormal.
Muy recientemente Akroyd y Ramis, artífices del éxito de la cinta y creadores de Los verdaderos Cazafantasmas, revelaron su tardío intento por realizar una tercera parte de la que Murray, el más exitoso miembro del ensamble, se deslinda completamente. Yo haría lo mismo. No es lo mismo los Tres Mosqueteros que 30 años después, diría mi abuela. Si el proyecto recibe luz verde será como esos desabridos reencuentros de populares grupos musicales sin su integrante más afamado y que hizo una exitosa carrera como solista. Prefiero quedarme con su gloriosa primera parte de la que no dudo algún brillante intente hacer un remake. No imagino a los comediantes del momento (seguramente egresados del longevo Saturday Night Live como Murray y Aykroyd) en una reelaboración. ¿Imaginan a Will Ferrell como Venkman, a Kevin James como Stanz, a Adam Sandler como Spengler y a Chris Rock como Winston? Horror auténtico.