martes, 28 de junio de 2011

¿Quién quiere vivir para siempre?

La reciente muerte –sea o no de este universo- de Peter Parker, alias El Hombre Araña, me hizo pensar en el ancestral anhelo de la inmortalidad. Pareciera que en nuestros días la juventud es un valor, no un momento del crecimiento –físico, intelectual y emocional- del hombre: me sucede con relativa frecuencia en el supermercado que al dirigirme, como gesto de respeto, como señor a los jóvenes empacadores –que tienen en promedio entre 15 y 17 años-, éstos me corrigen con vehemencia, “no me diga señor, no estoy viejo”. Si tienen dudas, pregunten a los cirujanos plásticos o lean las estadísticas de personas de ambos sexos que se someten a procedimientos cosméticos. Ese es uno de los aspectos que distinguen a Peter Pan, el niño eterno, o que volvieron increíblemente popular a la serie de libros Crepúsculo. La juventud imperecedera es una de las promesas del vampiro. Por eso es un personaje tan atractivo para los nuevos lectores.
Desde las crónicas griegas de Herodoto y las historias sobre el explorador español Juan Ponce de León y su búsqueda por la Fuente de la Eterna Juventud, hasta especímenes como de la reciente serie de novelas de Guillermo del Toro y Chuck Hogan con su billonario Palmer Eldritch –que tanto me recuerda al Dietter de la Guardia que encarnara Claudio Brook en La invención de Cronos (Guillermo del Toro, 1992)- o la más reciente entrega de la saga de cintas Piratas del Caribe, el imaginario colectivo y las bellas artes se han alimentado esta preocupación humana, tan antigua como el hombre mismo. ¿Quién quiere vivir para siempre?, nos pregunta Freddie Mercury, quien ya es eterno, a través de una de las interpretaciones más populares del cuarteto británico Queen.
Esta canción es parte de la banda sonora que la agrupación compuso para la película Highlander, dirigida en 1986 por Russell Mulcahy. El guión de Gregory Widen inicia en las tierras altas de Escocia en el año de 1536 con Connor MacLeod (Christopher Lambert), miembro del clan MacLeod, muerto en combate y reanimado posteriormente pues forma parte de un grupo de inmortales. Él y sus hermanos libran una guerra secreta que se extiende hasta nuestros días. “Al final, sólo quedará uno”, aseguran. La cinta se convirtió en objeto de culto y propició varias secuelas –poco afortunadas-. Cosa distinta ocurrió a la serie canadiense de televisión que desprendió, que seguía las aventuras de un familiar de Connor, Duncan MacLeod (Adrian Paul). Highlander es también parte de las recomendaciones que Mark Rein Hagen hace a los jugadores de Vampire, the masquerade, el llamado juego de horror personal, para ambientarse en las dificultades de no morir jamás.
Ese privilegio debe ser, en realidad, una maldición. ¿Imaginan ver morir a todos sus seres amados, al mundo que conocieron y en el que se formaron? No debe ser grato. Por eso, como dicen algunos, lo que importa es el aquí y el ahora.

miércoles, 22 de junio de 2011

Descansa en paz, Peter Parker

Desde mi más tierna infancia he admirado profundamente al Hombre Araña. A pesar que sus aventuras me han maravillado por casi cuatro décadas, no es mi héroe favorito. Ese honor, como bien saben, pertenece a otro personaje. Eso nunca me ha impedido reconocer la grandeza del arácnido, que ha rebasado las páginas de la historieta para propagarse a la televisión y el cine. Bien advirtió mi amigo Vicente Quirarte, "todos hemos deseado ser Supermán, pero todos hemos sido el Hombre Araña". Hoy se anunció la aparición -en Estados Unidos- del final del reportero gráfico convertido en héroe a manos de su archienemigo, el Duende Verde. A pesar que su deceso es importante, no surtió en mí el efecto que esperaba, ni siquiera en una de sus seguidoras más devotas. Esto se debe sin duda a que el asesinato de superhéroes es un fenómeno cíclico, producto sin duda de la baja en ventas y la pérdida paulatina del interés de los lectores. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido, dice la expresión popular.
La viñeta dada a conocer no deja de recordarme a la ya clásica, ideada en 1993 por Jon Bogdanove, Dennis Janke y Reuben Rude, donde una desconsolada Lois Lane abraza el cuerpo inerte del último hijo de Kripton, masacrado por el villano Doomsday.
Lo que los editores de Marvel pasan por alto es que los verdaderos héroes no mueren en el corazón de sus admiradores. Son inmortales.  "A prueba de balas", diría el "terrorista" conocido como V. Esperemos y veamos cuánto tiempo permanece muerto Peter Parker. No dejo de pensar que murió tras leer las reseñas del estreno de su aventura teatral. Por lo pronto, descansa en paz, Hombre Araña, el tiempo que te dejen.
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Y una nota de esperanza de mi buen amigo Jorge Grajales, " no creo que reviva en esta ocasión, simplemente porque no es el Peter Parker que todos conocemos, sino el del universo Ultimate. Ese que hace once años empezó con otra continuidad. Nada que ver con el Peter Parker del universo y continuidad "normal" de Marvel, el 616".Así que hay Hombre Araña para rato.

lunes, 13 de junio de 2011

La última (de mutantes) y nos vamos.

El buen sabor de boca persiste luego de ver Hombres X: primera generación (Matthew Vaughn, 2011). El pasado viernes 3 de julio, en la sección Primera Fila del diario Reforma, mi buen amigo Rafael Aviña escribió esto sobre la cinta en su fin de semana de estreno. Como él es un gran admirador y conocedor de estos personajes, y porque las circunstancias lo ameritan, transcribo su opinión autorizada. El crítico le otorgó tres estrellas y media, bien merecidas. Porque el drama básico de los mutantes creados por Stan Lee y Jack Kirby está más vigente que nunca. Así que me corrijo. Parece que no es la última vez que hablaré de ellos.
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Mutantes en ciernes
Rafael Aviña

En el entorno de las protestas juveniles, la psicodelia, la experimentación con las drogas y el amor libre de la década de los 60, surge el emblemático nombre de Stan Lee al frente de la Marvel Comics.
Él concebiría, con la ayuda de dibujantes como Jack Kirby y Steve Ditko, a personajes de la talla de los Cuatro Fantásticos, Hulk, el Hombre Araña y los Hombres X, entre muchos otros.
Un momento histórico que se entreteje a su vez con la paranoia de la Guerra Fría, la fallida invasión a Cuba y la Crisis de los Misiles durante el gobierno de John F. Kennedy y el rechazo a lo otro, que es justo el contexto en el que se desarrolla X-Men: Primera generación (EU, 2011), dirigida por el británico Matthew Vaughn.
Luego de una impecable secuencia inicial que encabalga la infancia y destino de los principales protagonistas: Erik Lensherr, prisionero de un campo de concentración en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial y del solitario niño Charles Xavier en su mansión neoyorkina, futuro instituto para jóvenes superdotados, arranca la trama de las mocedades del Profesor X, el telépata más poderoso del mundo y Magneto, su amigo, colega y posterior rival, cuyos poderes extraordinarios son motivados por ese punto en el que coincide la ira y la serenidad.
Sobreviviente del holocausto nazi, obsesionado por la causa mutante como raza superior y por tomar venganza contra el perverso Sebastian Shaw (Kevin Bacon, notable), capaz de absorber toda la energía cinética que se produce, Erik (Fassbender) se une al Profesor Xavier (McAvoy) y a otros reclutas como Mystique, Bestia o Banshee, para sepultar las intenciones del villano.
Shaw busca desestabilizar al mundo en medio del caos bélico entre las superpotencias, con ayuda de seguidores como Azazel, demonio teletransportador, y Emma Frost (January Jones), telépata que puede convertir su cuerpo en diamante.
Apoyado de una poderosa banda sonora de Henry Jackman, efectos visuales de gran altura y una trama atractiva con un ritmo ágil y vertiginoso, el talentoso Matthew Vaughn, responsable de Kick Ass (2010), concibe un intenso, entretenido y eficiente retrato juvenil de los X-Men y los inútiles intentos de reconciliar al freak y al mutante con una sociedad excluyente y cargada de prejuicios.

jueves, 9 de junio de 2011

Temporada de mutantes, parte 2 de 2

Lo primero que me deslumbró de Hombres X (Bryan Singer, 2000) es que el estupendo guión de David Hayter –a partir de una historia de Tom DeSanto y el mismo Singer- iniciara en el campo de concentración de Auschwitz, Polonia, en 1944, exhibiendo la brutal realidad de ese momento histórico. Esto no sólo es fiel a la historieta, sino sienta el precedente perfecto que explica las motivaciones del personaje que aporta el conflicto. Y no menciono el acierto de presentarnos a Xavier y Magneto como dos hombres entrados en años –además Patrick Stewart e Ian McKellen, dos laureados actores de teatro, son grandes amigos-, siguiendo la lógica del paso del tiempo. Y a pesar de todas sus virtudes, el purista puede criticar que no es fiel del todo a la historieta pues emplea libremente personajes y situaciones de diferentes épocas de la serie. A pesar de todo, se convirtió en un éxito.
Su inevitable secuela, Hombres X 2 (Bryan Singer, 2003), es simplemente una de las mejores continuaciones basadas en superhéroes de historieta. Sólo su deslumbrante inicio, el ataque del Sorprendente Nightcrawler (Alan Cummings) a la Casa Blanca, alarde de efectos visuales, vale con creces el costo de la entrada. En cambio no fue tan afortunada –al menos argumentalmente- su tercera aventura, Hombres X, la batalla final (Brett Ratner, 2006), que incorporó nuevos personajes sólo para dar mayor vistosidad a la producción. El guión de Zak Penn y Simon Kinberg desaprovechó, por ejemplo, la adición de Warren Worthington III (Ben Foster), alias Ángel, o de Cain Marko (Vinnie Jones), también conocido como Juggernaut, el malvado hermano de Xavier en las historietas –lazo del que prescinde el guión de David Hayter-. De Hombres X, orígenes: Wolverine (Gavin Hood, 2009), cinta confeccionada para el lucimiento de Hugh Jackman,  me reservo el derecho a platicar en otra ocasión.
Hombres X: primera generación (Matthew Vaughn, 2011) forma parte del fenómeno de las precuelas precuelitis, lo bautizó un amigo- pero ofrece un resultado interesante por diferentes razones. En primer lugar diré que es un acierto enorme que esté ambientada en la época donde se gestó la historieta original –los convulsos años 60-, con numerosas alusiones a las tensiones políticas del momento –con discursos de John F. Kennedy y apariciones de Nikita Kruschev incluidos- y una trama que tiene la crisis cubana de misiles en el centro. El diseño de producción y musicalización recrean fielmente la estética de la época en la que nuestros padres vivieron su juventud. La cinta parece sacada de un  episodio de Mad men. Otro acierto es que el vestuario de Sammy Sheldon empleara los distintivos colores azul oscuro y amarillo de los uniformes originales que dibujó Jack Kirby en su momento, candor que reproduce también la vestimenta morada de Magneto en su desenlace –con todo y su distintivo casco-. Curiosas son las referencias a Frankenstein de Mary Shelley y El extraño caso del Dr. Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson, así como las breves apariciones de Rebeca Romjinla Mystique original- y Hugh Jackman quien corta de tajo, como su Wolverine, las intenciones de los protagonistas. De ellos (James McAvoy como Xavier y Michael Fassbender como Magneto) es palpable el estrecho lazo que forjaron en un momento donde comenzaban a explorar la magnitud de sus poderes. Además que Magneto fuera en parte responsable de la invalidez de su amigo es un excelente detalle.
Pero a pesar que disfruté la cinta hay algo que debo objetar: aunque Bryan Singer estuvo involucrado, el guión de Ashley Miller, Zack Stentz, Jane Goldman y Matthew Vaughn falla en ligar coherentemente los acontecimientos que describe y las subsecuentes aventuras –fílmicas- de los Hombres X. Me asaltan por ello preguntas dignas de un fanático obstinado. ¿Una vez expuesta la existencia de los mutantes, el Gobierno de Estados Unidos –su Agencia Central de Inteligencia y su Departamento de Defensa- los dejaría existir pacíficamente por 40 años si son una “amenaza para la seguridad nacional”? ¿Por qué esperó Magneto tanto tiempo, desde los eventos que describe la película, para dar su siguiente gran ataque en la Isla Ellis? ¿Charles y Magneto olvidaron que conocían la existencia de Wolverine? ¿Si Charles y Magneto disolvieron su sociedad al final de la película, por qué reclutan juntos a Jean Gray en los 70, y Xavier aún puede caminar? ¿Si la Moira a la que se dirige el resurrecto Xavier en el epílogo de la tercera parte es su amada Moira McTaggert, agente de la CIA en la precuela, por qué ésta realiza las labores de un médico? En disculpa diré que ella era de hecho su colega e interés romántico en los cómics. Mi amada Ana Luisa resumió acertadamente el problema: “demasiados cocineros echan a perder el mole”. La intervención de tantas manos en la saga se hace evidente, y en definitiva esta es su mayor debilidad.
No menciono el caos que caracteriza a la serie, una de las más complejas y ricas en personajes de la industria de las historietas. Estos han tenido por momentos diferentes afiliaciones grupales e intereses, explorado dimensiones paralelas, viajado en el tiempo y enfrentado amenazas extraterrestres. Para el gran lector de los Hombres X, recomiendo ampliamente el libro Ultimate X Men (Doring Kindersley, 2000), de Peter Sanders, que incluye además un prólogo de Stan Lee.
Sin gozar de poderes especiales –por su impresionante éxito de taquilla- visualizo en el futuro una nueva aventura del grupo de héroes. Posiblemente un episodio que preceda el fenómeno creado por Synger. Porque nadie puede cuestionarle que abrió las puertas al Hombre Araña de Sam Raimi o al Batman de Christopher Nolan. Por ese simple hecho, se merece reconocimiento eterno.
A la película que inspiró éste texto, siempre agradeceré una frase que creo deberíamos defender todos los días:
"Mutantes y orgullosos".

lunes, 6 de junio de 2011

Temporada de mutantes, parte 1 de 2

“Todos somos parte de una minoría”, me dijo mi amada el día en que inició una nueva etapa de mi vida. Los judíos, los musulmanes, los homosexuales, los vegetarianos, los defensores de los animales, los darketos, los que leemos literatura de horror, los que padecemos Esclerosis múltiple, todos conocemos bien el significado de la otredad, de no encajar en los estándares que impone la mayoría, de estar fuera de la norma. Eso ha reforzado la simpatía que ya sentía por los Hombres X, el grupo de heroicos mutantes creados en 1963 por Stan Lee y Jack Kirby, trasladados acertadamente a la pantalla grande por Bryan Singer en el año 2000. Pese a su naturaleza extraordinaria, estos superhéroes se encuentran entre los más humanos de todos. No son dioses ni proceden de otro planeta, ni fueron expuestos a radiaciones en el espacio o mordidos por una araña de laboratorio. Tampoco sufrieron la pérdida de sus padres ni fueron marcados por ver el rostro del mal. Simplemente son ellos mismos, nacieron así. Ya lo anticipaba el estupendo prólogo de la película de Singer, “la mutación es la clave de nuestra evolución. Nos permitió convertirnos en la especie dominante del planeta. Normalmente es un proceso lento, que toma miles y miles de años. Pero cada cierto par de milenios, la evolución da un salto”.
Los Hombres X vieron la luz en una época tumultuosa, donde importantes conflictos sociales y políticos ocupaban la preocupación de las personas. Eran los tiempos de las revueltas estudiantiles, del movimiento hippie, de la Guerra de Vietnam. Un momento donde diferentes y poderosas formas de pensamiento se enfrentaban, a veces de manera cruenta. En un extremo, un hombre de color llamado Martin Luther King, quien tenía un sueño, pregonaba la convivencia armónica de los distintos grupos raciales en Estados Unidos; en el otro lado el activista afroamericano Malcom Little, auto denominado Malcolm X, hacía evidente la brecha cultural entre las clases dominantes (blancas, por supuesto) y los abusos que históricamente habían cometido contra “su gente”. Su malestar, legítimo a todas luces, era en muchos sentidos un llamado al odio. Y de ello no surgió nada bueno, como lo demuestra la historia.
En un terreno más amable, el de las historietas, Luther King y Malcolm X tuvieron dos símiles estupendos: Charles Xavier, el más poderoso telépata, conocido como el Profesor X, y Eric Magnus Lensherr, amo del magnetismo, terrorista para muchos, conocido como Magneto. Ambos representaban corrientes opuestas y anticipaban una línea dramática que retomó una serie de televisión como la casi extinta –afortunadamente- Smallville: los más formidables adversarios comienzan siendo amigos. Ese vínculo tan estrecho hace más acérrima la rivalidad. He ahí la virtud de uno de los avances –o trailers- de Hombres X: primera generación (Matthew Vaughn, 2011), “antes que fueran el Profesor X y Magneto, eran aliados”.
Antes de seguir jugaré al abogado del diablo. Nunca he considerado a Magneto un villano. El personaje es fruto de nefastas circunstancias que definieron su vida. Conoció los horrores de la Alemania Nazi, la incomprensión y el rechazo, primero por su religión –judío- y luego por sus habilidades extraordinarias. Fue prisionero de un campo de concentración –Auschwitz-. Era inevitable que al crecer notara un alarmante paralelo entre sus experiencias infantiles y las acciones de la sociedad occidental, que temiera la aniquilación de “su gente”. Magneto (Sir Ian McKellen, grandioso) lleva en su brazo el número que le tatuaron sus victimarios y a pesar que Xavier le conmina a la esperanza, él no percibe avances significativos en la humanidad. “Nosotros somos el futuro, Charles, no ellos. Ellos ya no importan”, sentencia. 

jueves, 2 de junio de 2011

Truenos, rayos y centellas

Cuando una querida amiga vio fotos del australiano Chris Hemsworth, caracterizado como Thor, el Dios del Trueno, para la película homónima de Kenneth Branagh, exclamó espontáneamente “¡Oh, my God!”. La expresión puede ser certera para algunas de mis lectoras.
Todos los aficionados de los superhéroes podíamos anticipar que llevar a la pantalla las aventuras de la deidad nórdica sería difícil, más en el prisma de realismo que han tratado de capturar producciones recientes como Hombres X (Bryan Singer, 2000) –y secuelas-, Hulk (Ang Lee, 2003) –y reinicio, o reboot (Louis Leterrier, 2008) - y Ironman (John Favreau, 2008) –y secuela (2010)-. Muchos pueden cuestionar que emplee la palabra realismo para referirme a estas cintas, más porque se basan en personajes de historietas –“cuentos” para muchos-. Pese a esto, todas los sitúan en una época, ambientes y situaciones que reconocemos fácilmente. Los avances tecnológicos de los que hablan –mutaciones, experimentos genéticos y exosqueletos poderosos- son espléndidamente posibles. Sobre todo si reconocemos que la ciencia avanza a pasos agigantados. Esto, porque la ciencia y la religión no se llevan bien, hace compleja la inserción de un elemento divino, sobre todo de uno que ocupará un papel importante en uno de los productos venideros de Marvel Studios, Los Vengadores, que se filma actualmente bajo la batuta de Joss Whedon.
Thor nació de la imaginación de Stan Lee, Larry Lieber y Jack Kirby en 1962 y desde entonces se convirtió en uno de los personajes más populares de la editorial. En su primera aventura conocemos que es el Donald Blake, un médico que sufre una cojera persistente y al pasear por los campos noruegos descubre una cueva secreta, donde encuentra el mítico martillo Mjojnir en el que lee la leyenda “quien sea digno de portar este martillo tendrá el poder de Thor”, o algo así. Obviamente, él es suficientemente digno y se transforma en la deidad nórdica quien, sin pretenderlo, detiene una invasión extraterrestre que casualmente ocurría en el momento. Los alienígenas huyen despavoridos al pensar que todos los habitantes de este planeta con como el superhombre. Eventualmente nos esteramos que de hecho Blake es el mismísimo hijo de Odín, enviado a la Tierra en un cuerpo humano con la finalidad de adquirir sabiduría y –paradójicamente- humanidad para asumir dignamente su condición. Sus aventuras fueron sucesivamente aderezadas por lugares comunes de la Era de Plata de los cómics: la protección de su doble identidad, el encuentro con el amor verdadero (su colega Jane Foster), roces con los Dioses de Asgard –el equivalente al Olimpo de la mitología griega-, desde su padre Odín –el Zeus nórdico-, su malvado hermano Loki, el Dios del Engaño, una lluvia de aliados y desde luego muchos enemigos –mayormente de origen celestial- que hacían la victoria casi imposible.
De su adaptación a la pantalla del 2011 sigo preguntándome cuál es el grado de influencia que tuvo el director Branagh en el guión de Ashley Edward Miller, Zack Stentz y Don Payne, que optó por erradicar la procedencia humana del héroe e incorporar dilemas del teatro shakespereano –el conflicto con la figura paterna y las intrigas- que tan bien conoce. Thor (Hemsworth) es el heredero al trono de Asgard, pero su soberbia, insolencia y rebeldía hacen que su fatigado padre Odín (Sir Anthony Hopkins) lo despoje de su condición divina y lo expulse a la Tierra. En estos rumbos se encuentra con la astrofísica Jane Foster (Natalie Portman) y su Erik Selvig (Stellan Skarsgard), que poco a poco descubren su procedencia, paralelamente a la agencia gubernamental S.H.I.E.L.D. y a su agente Phil Caulson (Clarck Gregg), que se ha convertido en un rostro familiar en cintas previas de Marvel. Tras bambalinas del destierro se encuentra su hermano Loki (Tom Hiddleston) quien tiene una agenda secreta. Al final Thor, luego de un viaje iniciático que le permite adquirir humildad, templanza y sentido del sacrificio –muy similar al que describe Joseph Campbell en El héroe de los mil rostros- para detentar su poder y verdadero lugar en el gran orden de las cosas.
Si bien la cinta es lenta por momentos y tuve que verla en versión doblada al español –pues no tenía otra opción-, no me decepcionó ni hizo que me lamentara pagar la entrada. "Me gustó, pero no me fascinó", suelo decir. En términos generales es competente. Quienes seleccionaron al reparto de apoyo aprovecharon la eficacia comprobada de actores cono Portman y Skaarsgard, cuyas actuaciones -para ser justos- no son memorables. Anthony Hopkins fue una elección inspirada para dar vida a Odín, como lo fue en su momento Laurence Olivier al interpretar a Zeus de Furia de Titanes (Desmond Davis, 1981). Mención aparte merece el Loki de Hiddleston, que dista mucho del personaje malvado y lastimero que conocimos en los cómics y las caricaturas. Y el protagonista Hemsworth, con su apariencia gigantona y arrogante con sus arrebatos de ira, muy similar a un boxeador o luchador de la WWF, no lo hace nada mal.
La película es también un alarde de efectos digitales –sobre todo en las secuencias de Asgard- y ofrece referencias a otras producciones de la casa: “conocí a un pionero en la investigación de Rayos Gamma”, “¿será un invento de Stark?”, escuchamos en el transcurso de la historia. Ese es tal vez su mayor mérito. Logra acoplar al personaje a “un universo mayor”, como dijo Nick Fury (Samuel L. Jackson) a Tony Stark (Robert Downey, Jr.) en el epílogo de Ironman. La cinta remata con la ya obligada escena que anticipa venideras aventuras de la productora, precedida por la leyenda –que  no deja de recordar a las películas de James Bond 007- “Thor regresará en Los Vengadores”.
En el vestíbulo del cine sentí como el círculo se completaba, cuando vi el cartel de El Capitán América: el primer Vengador (Joe Johnston, 2011). Ya la comentaremos en su momento. Ahora, a esperar.

miércoles, 1 de junio de 2011

Cierra sus puertas la Casa Poe

Una noticia que contrasta con la emoción de mi entrada anterior, es el cierre definitivo de la Casa Poe, recinto cultural que albergaba el hogar materno de mi querido amigo Vicente Quirarte. Tuvo intensas pruebas que reunieron a cientos de entusiastas y creyentes, como nosotros, que la oscuridad es otra luz. Fue un sueño que terminó antes que comenzara formalmente. Pero volveremos a soñar, sin duda. Vicente escribió esta nota, íntima y emotiva, que comparto con ustedes –con su amable permiso-, pues muchos de los amigos de este blog también lo fueron de la Casa Poe en algún momento.
Gracias, Casa Poe. Gracias a todos ustedes.
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Muy Noble y Leal Ciudad de México, 11 de mayo de 2011

Queridos amigos de la Casa Poe:

El día de hoy, a las 12:30 del día, en la Notaría llevamos a cabo la firma que convierte a Jaime Romandía Creel en nuevo dueño de la Casa Poe. El nombre de su compañía productora de sueños lleva por nombre Mantarraya, lo cual, en coincidencia con la carpa que evoca la forma de esa hada de los mares, es un buen augurio de que la casa queda en buenas manos.
           Fuimos romanos a partir de 1970, el año del mundial en México y del estreno de la línea del metro que transformaba el tiempo y el espacio entre el norte y el sur.  Nos mudamos a la Colonia Roma, a esa casa de principios del siglo XX que papá se encargó de remodelar. Llegamos con forzada alegría. Lejos de todo, pensábamos que el centro –el nuestro- era el único lugar para vivir, y a él regresábamos con cualquier pretexto, como lo sigo haciendo hasta la fecha, aunque muchos de mis lugares ya no me reconozcan. Poco a poco la casa y el barrio nos fueron haciendo suyos hasta que comprendimos que la Roma era el único lugar para vivir. Y para morir. En la funeraria El Ángel de la calle de Tonalá hemos concentrado el dolor tribal de las sucesivas partidas.
         Los sismos de 1985 nos encontraron en nuestra colonia, una de las más castigadas por la incesante Tierra. Nuevamente remodelada tras la muerte de nuestros padres, la casa emprende otras navegaciones, gobernadas por nuevos capitanes. La llamábamos, con arisca ternura, Casa Usher. Luego se llamó Casa Poe. Nos hemos llevado casi todo. Sus fantasmas se salieron, desde antes, con nosotros.
         En nombre de mis hermanos y particularmente del mío, quiero agradecer las muestras de amor, solidaridad y talento que pusiste en esos muros que para nosotros fue, originalmente, una casa familiar y gracias a ti adquirió otros vuelos. Lo que en ella dejaste permitirá que la casa siga latiendo con mayor fuerza en el corazón de la Roma. 

Te abraza

Vicente Quirarte

Razones para celebrar el mes de mayo (y más el de 2011)

Una vez que termina mayo, el resto del año corre como hebra.  En este mes recordé los natalicios de Sir Arthur Conan Doyle, Sigmund Freud, Orson Welles, Peter Cushing, Sir Christopher Lee y el primer centenario de Vincent Price; los decesos del escritor mexicano Bernardo Couto Castillo, del cineasta James Whale y de nuestra entrañable patita Kikina; celebré  mi primer aniversario en los Servicios Periciales de Magdalena Contreras; festejé los cumpleaños de mis talentosas amigas Elena de Haro, Sandra Becerril y Gabriela Monticelli, de mi prima Nandyeli González, de mi hermano no consanguíneo René Soria y el natalicio de mi amada Ana Luisa Campos y la primera década de Chester, el mejor perro del mundo. Un mes ocupado, sin duda.
Las cerezas en el pastel fueron dos noticias que me hicieron profundamente feliz. Ambas tuvieron como protagonistas a entrañables amigos, objeto de mi admiración y respeto, en lo humano y lo profesional.
La primera fue la designación de Bernardo Fernández, mejor conocido como Bef, talentosísimo historietista, ilustrador y escritor, como ganador del primer premio de novela convocado por la Editorial Grijalbo con su obra Hielo negro, una historia que demuestra –como afirmó Thomas de Quincey en 1827- que el crimen también puede ser considerado como una de las bellas artes. Terminé de leerla en sólo dos días. Con un estilo desenfadado, preciso y ágil, Bef nos ofrece uno de los mejores especímenes de la narrativa policial mexicana contemporánea, con personajes y situaciones a la altura de los creados por Rafael Bernal o Paco Ignacio Taibo II. Un libro que sin dudas debe estar en las bibliotecas de todos.
Le siguió el anuncio de que mi queridísimo amigo Vicente Quirarte, poeta, ensayista y dramaturgo, ganó el Premio Iberoamericano de Poesía "Ramón López Velarde" 2011. Para no omitir detalles, reproduzco la nota informativa que emitió el Gobierno de Zacatecas, quien le otorgó la distinción.
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El premio Iberoamericano de Poesía “Ramón López Velarde” se otorga anualmente a quien ha dedicado sus afanes  a la creación poética o al estudio y difusión de ella. En homenaje al nombre del poeta cuyo nombre lleva el premio,  se espera que el autor reconocido haya dedicado parte de su actividad a recorrer los caminos del gran poeta mexicano.
          En su edición correspondiente a 2011, el premio ha sido otorgado a Vicente Quirarte, por un jurado que integraron poetas que han obtenido el galardón en años anteriores, José Emilio Pacheco, Juan Gelman, Eduardo Lizalde, Francisco Hernández, Marco Antonio Campos, Evodio Escalante.
         Autor de numerosos libros de poesía, publicados en México, España, Colombia, Canadá y México, Premio Xavier Villaurrutia por El ángel es vampiro, Quirarte ha mantenido una estrecha relación con la vida y la obra de López Velarde desde que en 1971, cincuentenario de la publicación de “La Suave Patria” y de la entrada de la inmortalidad del poeta, obtuvo el primer lugar en el Concurso “Ramón López Velarde” convocado por la Escuela Nacional Preparatoria. Posteriormente, el año 1988, centenario del natalicio del jerezano, tuvo una participación activa, desde la organización de las actividades que tuvieron lugar para celebrar a la una de la mañana el nacimiento del poeta, hasta la lectura de ponencias en las numerosas jornadas que tuvieron lugar ese año. Fruto de esos trabajos fueron los ensayos “El fantasma de la prima Águeda”, “Una mitología llamada Ramón López Velarde” y “Para decir la Suave Patria”, incorporados posteriormente al libro Peces del aire altísimo. Los textos antes citados forman parte, además, del portal que la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ha dedicado en fecha reciente a Ramón López Velarde, elaborado por el doctor Alfonso García Morales. En su libro Elogio de la calle. Biografía literaria de la ciudad de México, Quirarte dedica un capítulo a la vida del poeta en la capital, y en el libro de cuentos Una paraguas y una máquina de coser incluye historias conjeturales sobre las diferentes etapas del poeta. En la página electrónica de la Coordinación Nacional de Literatura puede verse la grabación del poema “La Suave Patria”, en voz de Vicente Quirarte, así como la conferencia que dictó el año 2010 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes dentro del ciclo “Grandes figuras literarias de la Independencia y la Revolución”. 
         El Premio sera entregado por el gobernador de Zacatecas en una ceremonia que tendrá lugar el 19 de junio de 2011 en la ciudad de Jerez. La fecha conmemora los 90 años del tránsito terrestre de Ramón López Velarde y la publicación de su poema “La Suave Patria”, tan urgente y necesario en estos nuevos tiempos de penuria. El 20 de mayo del presente, en la Casa del Poeta de la Ciudad de México tendrá lugar una conferencia de pensa en que se darana conocer detalles de las actividades que tedrán lugar en el estado de Zacatecas en torno a estas conmemoraciones. 
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Para todos, mi más grande enhorabuena.