miércoles, 26 de octubre de 2011

Documentar el fin del mundo

Terminó el drama, y ¿por qué no se adelanta nadie al proscenio a saludar? Porque sólo hubo uno que sobrevivió al naufragio.
-Herman Mellville, Moby Dick (1851)

El relato canónico de las aventuras marinas, que cité hace un instante, nos enseñó que el que sobrevive lo hace para contar la historia. Cuando analizas la obsesión del cineasta en ciernes Jason Creed (Joshua Close) por documentar el despertar de los muertos en Diario de los muertos (George A. Romero, 2008), comprendes los afanes –con un desenlace trágico- del yuppie Hudson Platt (T. J. Miller) en Cloverfield (Matthew Reeves, 2008) por videograbar el ataque de un colosal monstruo a la “ciudad que nunca duerme”: si no está en cinta, no existe. Esa es una de las premisas de la quinta aventura de la saga del hombre que redefinió la imagen cinematográfica del zombi. Al encontrarse en el centro de un suceso sin precedentes, la cabeza de un equipo de estudiantes de cine emprende su documentación sin otro propósito que dejar un testimonio de los hechos, “para ayudar a otros a sobrevivir”. Creed busca incluso, al primer respiro, un modo de conectarse a Internet para subir sus imágenes a la red, con más de 70 mil visitantes en menos de 8 minutos. Al final, su esfuerzo es vano.
La cinta de Romero puede compararse a primera vista con la estupenda [Rec] (Jaumé Balagueró y Paco Plaza, 2007), ejercicio minimalista filmado cámara en mano que da verosimilitud periodística a la repentina y desafortunada experiencia de la reportera Ángela Vidal (Manuela Velasco). Ya insistí que descartemos su secuela –por amor al zombi-. Las dos cintas son muy diferentes, pese a sus coincidencias. Mientras [Rec] sigue las acciones de un destacamento de bomberos, la cinta de Romero a un grupo de jóvenes cineastas –muy similar al mismo crew que filmó La noche de los Muertos Vivientes en 1968 o a los niños de Súper 8 (J. J. Abrams, 2011)- que pretenden hacer una B-movie sobre una momia que persigue a una bella joven. En ambos casos –en [Rec] y El diario de los muertos- se topan con la irrupción de lo extraño en su universo doméstico. Esto modifica la forma de percibir la realidad de sus personajes. Pero en la segunda historia, grabar todo –hacerlo patente al mundo- se convierte en un motivo de supervivencia. Siempre he reconocido a las películas donde sus escenas son tomas continuas y de largo aliento por toda la planeación que implican. Las dos son impecables a ese respecto. Sólo por ello merecen mi respeto.  
Mientras en La noche de los Muertos Vivientes la tecnología falla y la ausencia de información certera es uno más de los factores que causan angustia en sus personajes, en Diario de los muertos la facilidad de acceso a éstas no ayudan demasiado. Tantas voces –mensajes de texto, blogs, Youtube, Facebook y demás- no hacen más que acrecentar el caos.
Romero está más que conciente de las lecturas socio-políticas de sus historias. En la que precedió a la cinta que reseño, La tierra de los muertos (2005), los zombis no son más que una metáfora de los inmigrantes centroamericanos que buscan llegar a la Tierra Prometida, atraídos por su brillo y aparente oferta de bienestar, una amenaza para la clase acomodada, instalada en su paraíso de artificio. El “zombi jefe” (Eugene Clark) es el trabajador clasemediero común, ataviado con overol y que guarda recuerdos –como en El día de los muertos (1985).- de su ocupación mundana.
En su desenlace nos enfrentamos, como en toda buena película de zombis, a un futuro pesimista. Y como advierte Robert Kirkman en su serie de cómics The walking dead –creada en contubernio con Tony Moore y Charlie Adlard, que acabo de conocer gracias a mi amigo Wilbert Dzul-, aunque llegues a un final aparente, siempre deseas más. A Diario de los muertos sigue La supervivencia de los muertos (2010), que me daré a la tarea de buscar. ¿Alguien la ha visto?


lunes, 24 de octubre de 2011

El triunfo de los zombis

Más allá de cualquier malestar por la desorganización del Hallow Fest, triunfa mi felicidad por haber conocido a George Andrew Romero, el hombre que redefinió la imagen del zombi cinematográfico. Roger Corman dijo alguna vez que “los hombres capaces de proyectar los mayores horrores suelen ser las mejores personas”. Romero lo confirma. Amable y receptivo al entusiasmo de sus seguidores, se toma tiempo para hablar con ellos, apenarse por las alabanzas que le dedican e incluso para avisar cuando el flash de la cámara no se activó en la obligada fotografía. Es un hombre dos veces grande. En mi encuentro con él pude reconocerle, en un torpe inglés debido al nerviosismo, que su película me enseñó que el horror puede ser respetable. Me refería –por supuesto- a La noche de los muertos vivientes (1968), cinta que creció hasta convertirse en objeto de culto, estudiada por eruditos de la Historia, la Sociología, las Ciencias Políticas, la Comunicación y la Medicina, parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Una obra maestra del horror, en resumidas cuentas. Muchos se afanan en minimizar la trascendencia de la película y el talento de su artífice, pero a ellos puedo responder: el creador de una historia capaz de sobrevivir el paso del tiempo, que se puede estudiar desde tantas aristas, es un gran cineasta. Y lo curioso es que Romero no imaginaba el alcance de la cinta. Imagino su rodaje muy similar al del grupo de niños de Súper 8 (J. J. Abrams, 2011), alimentados por el entusiasmo y la magia del séptimo arte, conscientes del poder de la fantasía y el horror. Coincidentemente –gracias a mis queridos Samantha Patiño y Guillermo Benítez- pude ver esa misma noche El diario de los muertos (2007), quinta entrega de la saga zombi del Maestro Romero. Si el desconocimiento de las causas del despertar de los muertos era una de las principales angustias de los protagonistas de la primera cinta –y uno de sus principales aciertos-, la abundancia de información no es de mucha ayuda en esta ocasión. El Internet –con sus miles de blogs, el Facebook y el Youtube-, con sus numerosas voces, sólo contribuye al caos. El mismo caos que reinó en el Hallow Fest, del que se quejan docenas de devotos. Romero seguro se sintió en los zapatos de los personajes –no zombis- de sus películas. Ello me obliga a reprochar que una figura de su tamaño haya sido el centro de una actividad que tanto decepcionó a muchos. Si el evento hubiera estado en mis manos habría reunido a un panel de expertos –desde cinéfilos hasta epidemiólogos- para disertar sobre su obra. El zombi debió ser pues el protagonista del festival, no vampiros –charla a la que fui convocado- ni asesinos en serie. Espero que esto no ahuyente al padre de los zombis modernos y confío –como dice la canción- que habrá tiempos mejores, porque aún hay George Romero para rato. 

miércoles, 19 de octubre de 2011

Un drama de supervivencia a la vieja usanza

Ayer inició la segunda temporada de The walking dead, la teleserie creada por Frank Darabont a partir de la serie de cómics de Robert Kirkman, Tony Moore y Charlie Adlard. Esto se convirtió en un evento debido a que el zombi ha demostrado su rentabilidad como personaje de ficción. Aquí he hablado extensamente de las razones de su atractivo. El programa ha sido nominado a numerosos premios y recibido alabanzas de la crítica especializada. Muchos pueden cuestionar esto pues, básicamente, se trata de una historia que hemos visto en incontables ocasiones. Es un drama de supervivencia mil veces narrado y al que estamos familiarizados por contemplar cientos de películas de desastres. Precisamente he ahí su encanto.
La historia sigue a Rick Grimes (Andrew Lincoln) un asistente del comisario de King County, Georgia (en los cómics es del pequeño pueblo de Chyntiana, Kentucky, pero eso es lo de menos),  que es herido en cumplimiento del deber y entra en estado de coma. Meses después despierta y se encuentra con un escenario apocalíptico. Los muertos caminan. Emprende entonces la búsqueda de su esposa (Sarah Wayne Callies) e hijo (Chandler Riggs), y en el camino se convierte en la cabeza de un variopinto grupo de supervivientes. Su lucha por escapar de las garras de los caminantes (¿por qué no les llaman zombis, si la cultura popular es tan poderosa?) se convierte en el eje de la trama. Una mujer dependiente de su hermana, un anciano ávido de compañía, una mujer golpeada por su marido, un par de hermanos con tendencias criminales, un nerd oriental y un triángulo amoroso crean el verdadero conflicto del programa. Los zombis (caminantes, perdón) son una amenaza siempre presente, pero sus desencuentros sólo vuelven más vulnerables a los desafortunados personajes. ¿No es esa la naturaleza humana? La serie aporta poco a la figura del zombi moderno tal como la estableció George A. Romero en 1968 y se encuentra muy en deuda con Exterminio (28 days later, 2002, Danny Boyle). De hecho podría leerse como lo sucedido en Estados Unidos en el momento del brote de esa película. Acaso puede ser fresca la idea de embarrarse con vísceras de muerto para mimetizarse entre la horda de zombis. Pero ya vimos eso en Mimic (Guillermo del Toro, 1997). Algo digno de reconocérsele es romper estereotipos. Los que parecieran desalmados vándalos hispanos son sólo otros humanos que luchan por sobrevivir. En el último episodio de su primera temporada logran llegar a las instalaciones del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, Georgia, y ahí enfrentan su desalentador futuro. No obstante Rick y su grupo deciden seguir adelante. Nuevamente, naturaleza humana.
En las siguientes semanas les acompañaremos en su odisea. Es curioso que escriba esto a días de conocer al mismo George Romero en el Hallow Fest 2011 y de enterarme que Zombieland, la popular película de 2009, se convertirá en una serie de televisión que pretende beneficiarse del fenómeno. Y es que, literalmente, hay zombis para todos.
                                                                                                                          

martes, 18 de octubre de 2011

Complemento taxonómico

Y ahora que con la distancia de los días reflexiono sobre la taxonomía del cazador de vampiros que publiqué en este espacio la semana pasada, creo que omití dos categorías:
1. El cazador de vampiros institucionalizado, o el que es sólo el brazo ejecutor de una organización consagrada a la destrucción de los hijos de la noche. En la estupenda pero breve serie de televisión británica Ultravioleta (1998. No tiene relación alguna con la cinta de Milla Jovovich), Michael Colefield (Jack Davenport) es un detective de Scotland Yard que, ante la desaparición de su amigo Jack (Stephen Moyer de True blood), descubre la existencia de los vampiros y es reclutado por La Congregación de la Doctrina de la Fe (grupo ultra secreto auspiciado por el Gobierno de Reino Unido y el Vaticano) para detener sus planes de dominación mundial. Colefield puede clasificarse también como un cazador de vampiros involuntario. En Hellsing, la popular serie de manga (convertida luego en animé) de Kouta Hirano, la Real Orden de los Caballeros Protestantes, también conocida como la Organización Hellsing, fue fundada por Abraham Van Helsing (tras los eventos descritos en Drácula) para enfrentar el mal en todas sus oscuras manifestaciones (principalmente vampiros), de forma muy similar a la serie inglesa Demons. Y ya hablé de Jack Crow, el mercenario que recibe órdenes y fondos del Vaticano de la novela Vampiro$ de John Steakley (1990), llevada a la pantalla grande en 1998 por John Carpenter.
2. El lobo solitario. Es el cazador de vampiros que se vale de sus propios medios para la eliminación del monstruo. No suele tener aliados, ni posee ningún tipo de afiliación, ni recursos gubernamentales. Es una suerte de free lance. Incluso, como algunos personajes políticos, puede ser considerado como “un peligro” para la sociedad. Su cruzada está alimentada por motivaciones personales o teológicas. El personaje fundamental del gremio, Abraham Van Helsing, pertenece a esta categoría. 

Queda complementada mi taxonomía.
                          

domingo, 16 de octubre de 2011

Feliz no cumpleaños, Maestro Wilde.


‎"En el interior encontraron, colgado de la pared, un espléndido retrato de su señor tal como lo habían visto por última vez, en todo el esplendor de su juventud y singular belleza. En el suelo, vestido de etiqueta, y con un cuchillo clavado en el corazón, hallaron el cadáver de un hombre mayor, muy consumido, lleno de arrugas y con un rostro repugnante. Sólo lo reconocieron cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos". -Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray (1890).

miércoles, 12 de octubre de 2011

Taxonomía del cazador de vampiros

A propósito de Peter Vincent (Roddy McDowall en 1985 y David Tennant en 2011) recuerdo que no he hablado en este espacio del cazador de vampiros, personaje indispensable en todo relato de esta naturaleza porque es él quien pone “sazón al caldo” o, en este caso, ajo. Si todo héroe requiere de un enemigo que se coloque en el lado opuesto de la moneda y haga más evidentes sus virtudes y legitimidad de su cruzada, el vampiro necesita un contrincante a la altura de sus poderes, experiencia y sagacidad. Porque, a pesar de su naturaleza malvada, es imposible negar que nuestra atención (y a veces simpatía y solidaridad) se centra en el vampiro. Y si, seducidos por su encanto y a pesar de sus intenciones, nos colocamos del lado del monstruo, el cazador lo pondrá en los más diversos riesgos y generará la emoción indispensable en todo drama.
Debemos a muchos eruditos una aproximación a su naturaleza, porque no debemos olvidar que en la antigüedad estos monstruos representaban una inquietud y una amenaza real para las personas. Desde el Tratado sobre espectros y espíritus nocturnos (1581) del teólogo suizo Louis Lavater, el abad benedictino Dom Agustin Calmet y su Tratado sobre los resucitados, excomulgados, Upires o Vampiros, Vrykolakas de Hungría, Moravia y Silesia (1751), al capítulo que Francois Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, les dedicó en su Dictionnaire Philosophique (1764), o a Las cartas eruditas y curiosas (17432-1760) del sacerdote español Benito Jerónimo Feijoó y las investigaciones (la más notable, El vampiro, sus parientes y amigos, 1928) del excéntrico inglés Montague Summers, considerado como la mayor autoridad en el estudio de los vampiros en su época, la figura del cazador de vampiros se ha enriquecido a través de la literatura y, posteriormente, el cine. El conocimiento fatal de la existencia del monstruo es fortuito en muchos casos, aunque como afirma en una conferencia magistral (el capitulo 18 de Drácula de Bram Stoker, 1897) el más famoso miembro del gremio, Abraham Van Helsing, “los vampiros existen... algunos de nosotros lo sabemos por experiencia. Y aunque no hubiéramos tenido la prueba de nuestra propia desgracia, las enseñanzas y las narraciones antiguas son concluyentes para cualquier persona sensata”. Y dicen que todo depende del cristal con que se mire. En la novela La voz de Drácula (Fred Saberhagen, 1975), una apología del monstruo en primera persona, Van Helsing es presentado como un demente sádico que busca aniquilar al vampiro por envidia de sus poderes e inmortalidad.
De forma paralela al vampiro, su Némesis ha evolucionado para mantenerse a la altura de su rival. Porque después de todo, “si el vampiro es un ser oscuro, el cazador debe tener un corazón aún más sumergido en las tinieblas, de no ser así, ni siquiera hallaría el valor para enfrentar a su presa”, remarca Vicente Quirarte. Por ello, he aquí una breve taxonomía del cazador de vampiros.

1. El cazador de vampiros clásico. Más académico que hombre de acción. Posee los conocimientos para enfrentar al monstruo a través de la penosa experiencia y una vida dedicada a su estudio con la finalidad de destruirlo. Posee, necesariamente, los medios materiales para enfrentarlo (el popular kit de cazador de vampiros, con cruces, ajos, estacas y demás). Por esto, de ser necesario, requiere de “ensuciarse las manos” o, en su defecto, es la cabeza de una cofradía de valientes que ponen a su servicio sus dotes físicas, como una especie de director de orquesta.  Abraham Van Helsing es el mejor representante y modelo de esta categoría. En una vena más cómica, el Profesor Abronsius (Jack McGowran) de La Danza de los Vampiros (Roman Polansky, 1967) o el Profesor Von Patoven (Von Goosewing, en su idioma original) de la caricatura británica El Conde Pátula (Count Duckula) son sus dignos herederos. Y añadamos a la larga lista de personajes de este grupo a Abraham Setrakian, creación reciente  de Guillermo del Toro y Chuck Hogan en la serie de novelas Nocturna (The Strain, 2009), un judío sobreviviente de los horrores del holocausto nazi que conoció otra forma de horror en las barracas del campo de concentración de Treblinka. Setrakian se convierte en la guía de un equipo conformado por un epidemiólogo, un exterminador de plagas y un pandillero latino.

2. El action hero. Es la versión vigorosa del cazador tradicional. Además de estar versado en la naturaleza de su oponente, ha desarrollado sus capacidades físicas a niveles extremos y una actitud feroz para enfrentarlo. El fuego se combate con fuego. En Blade (Steve Norrington, 1998), Wesley Snipes interpreta al afamado personaje de Marvel Comics, quien recibe la guía del cazador Abraham Wistler (Kriss Kristofferson) y está versado en todo tipo de artes marciales. En Van Helsing (Stephen Sommers, 2004) Hugh Jackman encarna a Gabriel Van Helsing (no Abraham) un fiero servidor (sin memoria, como los caballeros) del Vaticano que enfrenta al triunvirato de monstruos sagrados de los Estudios Universal (Drácula, Frankenstein, y el Hombre Lobo), apoyándose de sus intrépidas habilidades y una parafernalia que rinde homenaje a las películas de James Bond 007. Jack Crow es un violento mercenario al servicio del Vaticano en la novela Vampiro$ (1990) de John Steakley, llevada tiempo después por John Carpenter a la pantalla grande (en 1998), donde James Woods interpreta al cazador de vampiros.  
3. El cazador de vampiros involuntario. Seth Gecko (George Clooney) es un malechor que escapa, junto a su sádico hermano Richie (Quentin Tarantino) en busca de la Tierra Prometida (en la película Del crepúsculo al amanecer, Robert Rodríguez, 1996). En el camino se topan con un sanguinario clan de vampiros y emprenden el antiquísimo ritual de la supervivencia. Los hermanos Gecko no buscaban salvar a la humanidad. Las circunstancias los obligaron a luchar por sus vidas y, de paso, por las de otros. En la novela Salem´s lot (1975), Stephen King nos presenta a otro más de sus alter egos, el escritor Ben Mears, quien viaja al pueblo del título para exorcizar demonios personales y termina asumiendo el dudoso honor de encabezar a un equipo de cazadores conformado por un sacerdote alcohólico y sin fe, un doctor, un profesor y un niño contra el malvado vampiro Kurt Barlow. En la televisión Mears fue encarnado por David Soul (1979, Tobe Hooper) y Rob Lowe (2004, Mikael Salomon). 
4. El cazador de vampiros práctico, o el que se ha formado por la cultura popular. Debido a que el vampiro es parte de una cultura que aún los niños conocen, todos poseemos una idea clara de sus poderes y debilidades gracias al teatro, la literatura, el cine, los juegos de rol, los cómics o el Internet. Así sucedió con el Peter Vincent de 1985, antiguo actor de cintas de horror que gracias a combatir en incontables ocasiones a los hijos de la noche en el cine se convirtió en un cazador experimentado. O está el caso de los hermanos Edgar y Alan Frog (Corey Feldman y Jamison Newlander), dueños de una tienda de cómics que poseen los conocimientos para derrotar al malvado clan de Los muchachos perdidos (Joel Schumacher, 1987).

lunes, 10 de octubre de 2011

Feliz no cumpleaños, Maestro Welles.

































"Sólo hay una persona en el mundo que va a decidir qué voy a hacer. Y esa persona soy yo" -Charles Foster Kane (Orson Welles) en El ciudadano Kane (1941).

jueves, 6 de octubre de 2011

Feliz no cumpleaños, Maestro Poe.







































Edgar Allan Poe creó mundos para eludir un mundo real. Pero los mundos que soñó perdurarán. El otro es apenas un sueño. --Jorge Luis Borges.

martes, 4 de octubre de 2011

La pieza que falta en el rompecabezas

Resulta irónico que el elemento que fortaleció y volvió memorable una mediana B movie de 1985, La hora del espanto (Fright nigth, Tom Holland, 1985), sea el más débil en su reelaboración para el nuevo milenio (Noche de miedo, Frigth night, Craig Gillespie, 2011), un remake disfrutable que tiene como virtud vindicar la figura del vampiro que tanto minó la saga Crepúsculo. Y ese elemento es Peter Vincent, el intrépido cazador de vampiros. Ya mencioné que fue interpretado en su momento por el veterano Roddie McDowall como un homenaje a Peter Cushing, Vincent Price y las cintas de la casa Hammer. Ahora le da vida David Tennant, actor escocés que se distingue por haber interpretado al Dr. Who y al demente “Barty” Crouch en Harry Potter y el cáliz de fuego (Mike Newell, 2005). Su Peter Vincent ya no es un actor decadente que presenta viejas películas de horror en la televisión, sino un mago (tipo Criss Angel, “Mindfreak”) de un espectáculo de Las Vegas, extravagante, alcohólico, atraído por la figura del vampiro (posee una impresionante parafernalia relacionada con los hijos de la noche) porque sus padres fueron muertos por uno. Creo que ese es su principal error. En el guión de Tom Holland (el de 1985) su encanto radicaba en el súbito conocimiento que el universo ficticio que le dio popularidad por años era una terrible realidad. Tenía entonces que vencer sus miedos y hacer frente al monstruo, armado por la experiencia que ganó a lo largo de los años en el cine.
Por lo demás, la cinta funciona muy bien. La acción inicia inmediatamente (a diferencia de su predecesora), su escenario es verosímil y posee actuaciones competentes, comenzando por su malvado protagonista Jerry (Collin Farrel), una presencia que proyecta la energía sexual y malevolencia inherentes al personaje. Cuando el valiente Charlie Brewster (Anton Yelchin) intenta rescatar a su desafortunada vecina Doris (Emily Montague) de la casa del vampiro, se ocultan a escasos metros de él. En ese punto me dije “si no se ha dado cuenta de su presencia, me va a decepcionar”. Escapan afortunadamente, indemnes en apariencia. Pero al poner un pie en el exterior, la chica estalla y se convierte en un montón de cenizas (se ha transformado en vampiro) mientras en el interior Jerry, sonriente, se regodea en lo inútil del esfuerzo del chico. Esa es la esencia del vampiro. Es como un gato que se divierte con el temor del ratón. Se encuentra a la cabeza de la cadena alimenticia. Ya lo aclaraba en una conferencia magistral el vampiro Weyland (en la novela de 1980 El tapiz del vampiro, de Suzie McKee Charnas), “en la naturaleza, los depredadores no se permiten el lujo de esas tristezas y melancolías románticas que los seres humanos les atribuyen”.
Pero regresemos a la cinta que nos ocupa. Al terminar de verla me sentí satisfecho pero con una sensación semejante a cuando terminas de armar un gran rompecabezas y te das cuenta que te falta una pieza para completarlo. Cuando terminas de lamentarte, te enfocas en el siguiente. Así, confío que será la primera de una serie de cintas que nos devolverán al monstruo que tanto admiramos.