viernes, 31 de enero de 2014

La pareja ideal

Todavía extraño a la extinta teleserie Dexter. De ella he hablado en muchas ocasiones y creo que mi admiración por su carismático protagonista ha quedado más que patente. Su penúltima temporada nos presentó a su par emocional, la bella envenenadora Hannah McKay, interpretada por la australiana Yvonne Strahovski (que por cierto acabo de ver en Yo, Frankenstein). A diferencia de la manera en que Dexter (Michael C. Hall) se mostró a su eventual esposa Rita Bennett (Julie Benz), quien fungió como su máscara de sanidad pese a que desarrolló auténticos sentimientos por ella y sus críos, el asesino fue auténtico y libre ante McKay desde el principio. Y esto se debía a que se complementaban, justo como Bonnie Parker y Clyde Barrow o Martha Beck y Raymond Fernández, sólo dos de las parejas fraguadas en el infierno que ha registrado la Historia de la criminalidad. Hannah y Dexter, asesinos por naturaleza, se comprendían mutuamente. Conocían a plenitud sus obsesiones y angustias. Eran cómplices y amantes que nunca comprometieron su naturaleza pues tenían perfectamente claro que se ubicaban en el mismo lado de la Ley, cosa opuesta a Irene Adler y Sherlock Holmes o a Gatúbela y Batman.
Hannah Mc Kay era una chica provinciana que se involucró con el hombre equivocado, como hiciera en la realidad Caril Ann Fugate con el multihomicida Charles Starkweather: se embarcó en una serie de asesinatos cometidos por su entonces media naranja, Wayne Randall. Como no se comprobó plenamente su participación en los hechos, fue condenada por complicidad y confinada a un reformatorio, de donde salió al cumplir la mayoría de edad. A pesar de la notoriedad que le valió su carrera criminal, se embarcó en numerosas relaciones sentimentales que invariablemente concluyeron en homicidios no aclarados. Cuando Dexter decidió aplicarle su concepto de “justicia”, sucumbió ante sus encantos. Y esto le hizo pasar por alto su oficio. Hannah asesinó a un periodista que amenazaba con exponerla y casi lo hizo con su hermana Debra (Jennifer Carpenter), siempre con el refinamiento de los venenos. Situaciones que parecían imposibles de superar separaron al dúo, pero la atracción hizo lo suyo. Al final, a pesar de sus intentos, el suyo fue un amor no consumado.

Como se avecina un alud de melcocha por la celebración de los enamorados, seguiré hablando de pasiones que matan las siguientes ocasiones. 

miércoles, 29 de enero de 2014

Amoríos prohibidos

Y así fue como terminó un escándalo que amenazaba afectar seriamente el reino de Bohemia. Y así fue también como los mejores planes de Sherlock Holmes fueron arruinados por el ingenio de una mujer. Antiguamente mi compañero acostumbraba burlarse mucho de la supuesta inteligencia femenina, pero no he oído que lo haga a últimas fechas. Y cuando habla de Irene Adler, o cuando se refiere a su fotografía, siempre lo hace bajo el honorable título de La Mujer. –Escándalo en Bohemia (1891), Arthur Conan Doyle.

El primer episodio de la segunda temporada de la teleserie británica Sherlock nos presenta la ambigua e inquietante relación entre el héroe que da título al programa (Benedict Cumberbatch) e Irene Adler (Lara Pulver), una dominatriz de altos vuelos que revive a la figura central de la novela Escándalo en Bohemia, escrita en 1891 por el escocés Arthur Conan Doyle. Ella es objeto del amor idílico –nunca admitido- de Holmes y un auténtico desafío intelectual. Pero la fascinación que siente por ella no compromete su posición.
Algo similar, con sus respectivas distancias, ocurre con la creación de Bob Kane y Bill Finger cuyo cumpleaños 75 celebramos este 2014. Y antes de continuar, una precisión. Mucho se ha bromeado sobre la orientación sexual de Batman. Ello es principalmente culpa del libro La seducción del inocente, escrito en 1954 por el psiquiatra germano estadounidense Fredric Wertham, conocido con justicia como “El Mayor Enemigo de los Superhéroes”. Su texto daba lecturas homosexaules y pedófilas a la relación entre el Hombre Murciélago y su joven asistente Dick Grayson. Y no ayudó mucho la colorida pero inolvidable serie de televisión de los años sesenta, con Adam West y Burt Ward. No aclaro esto porque piense que un justiciero gay sea algo malo, contrario a la Ley de Dios o cause huracanes (para eso están algunos miembros del clero y la clase política), sino porque simplemente no fue la intención que le dieron sus creadores. El texto de Wertham fortaleció la infame cacería de brujas que propició que el Congreso de Estados Unidos impusiera a la industria de las historietas la famosa Autoridad del Código de Cómics, o CCA por sus siglas en inglés. Pero regresemos a lo central.

Desde su primera aventura oficial, ocurrida en Batman # 1 en la primavera de 1940, la ladrona conocida como La Gata fue incluida como un interés romántico del héroe y un desafío físico e intelectual. Además, el enmascarado siempre enfrentaba el reto de redimirla. La inspiración de la dupla creativa Kane-Finger vino, evidentemente, de las glamorosas estrellas de cine de su época, como Jean Harlow –por ahí circula una historia que involucra a una prima de Kane-, y eventualmente fue rebautizada como La Mujer Gato (Catwoman) o Gatúbela (en estos rumbos). Desde entonces, el personaje ha tenido múltiples encarnaciones y ha estado en ambos lados de la Ley. Y aunque Batman ha tenido otros intereses sentimentales –algunos más poderosos-, Gatúbela –yo prefiero llamarla así- siempre será una presencia importantísima en sus aventuras, justo como Adler y Holmes.

lunes, 27 de enero de 2014

El ejemplo de José Emilio Pacheco

Ayer dejó de existir físicamente el laureado poeta, narrador, ensayista y traductor José Emilio Pacheco. Su aportación a las letras nacionales es invaluable y sólo aumenta el pesar por su partida. Uno de sus alumnos más aventajados y uno de sus amigos más entrañables es Vicente Quirarte, figura indispensable en este blog. Con su amable permiso reproduzco este retrato, como un humilde tributo a su genio y grandeza. Hace un rato escuché decir en la radio a su amada Cristina "me cuesta trabajo hablar en pasado de alguien tan presente en mi vida". Lo mismo podemos decir todos, aunque su legad es imperecedero.


El ejemplo de José Emilio Pacheco
Vicente Quirarte

En la página 45 de Las batallas en el desierto, uno de nuestros escasos libros clásicos que gozan de fama pero además de numerosos y cada vez más jóvenes lectores, José Emilio Pacheco hace el retrato de Carlos, ese niño héroe que se atreve a entrar en el más solitario de los combates. Cuando el psiquiatra lo interroga sobre aquello que más detesta, el personaje responde: “La crueldad con la gente y con los animales, la violencia, los gritos, la presunción, los abusos de los hermanos mayores, la aritmética, que haya quienes no tienen para comer mientras otros se quedan con todo; encontrar dientes de ajo en el arroz o en los guisados; que poden los árboles o los destruyan; ver que tiren el pan a la basura.”
Quien conoce la obra de José Emilio Pacheco o ha gozado el privilegio de su cercanía, puede hallar en las características anteriores un retrato del autor. La personalidad de Carlos, el niño que en su edad adulta tiene el valor de recordar, es un resumen de los valores defendidos por José Emilio Pacheco, esos que lo han llevado a construir una escritura que admite varias fraternidades pero al final nos deja con la sensación de estar ante un estilo que, por diversos motivos, hacemos inmediatamente nuestro. Mis alumnos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que para el curso Historia  y Literatura leyeron Las Batallas en el desierto, me agradecieron haber compartido con ellos la odisea de Carlos y no haber necesitado acudir a diccionario para descifrarla. Para un miembro del Colegio Nacional, que pertenece a tan alta institución por el modo cimero en que utiliza el lenguaje, semejante opinión parecería una ofensa. En el caso de José Emilio se trata de un elogio y un agradecimiento. Elogio, porque la limpieza de su sintaxis es fruto de una intensa lucha con el lenguaje; agradecimiento, porque pocos ejemplos tenemos en nuestras letras de una correspondencia tan fiel entre las palabras y las cosas.
El altruismo y las buenas intenciones no bastan para hacer literatura. En un amplio espectro que va de John Donne a Mafalda, José Emilio Pacheco sufre auténticamente como si cada una de las dolencias del mundo fueran la suya. Lo admirable es que, con base en las rebeliones inmediatas que todo ser sensible experimenta ante los desequilibrios de la creación, él haya podido construir una obra unánimemente admirada por su compleja sencillez, por su envidiable claridad, por su honestidad avasallante, por su maestría para borrar la primera persona del singular y fundirla, imperceptible y permanentemente, con la primera persona del plural. José Emilio Pacheco ha logrado, con sus letras articuladas en los diversos géneros, el triunfo del nosotros considerado como obra de arte. La familiaridad de los lectores con su escritura ha llegado a ser tan próxima que ha logrado, en nuestro imaginario, perder su apellido para ganar el más próximo y cálido de José Emilio.
Existen los escritores que construyen la gran obra y después guardan silencio. Y existen los que piensan que no basta romper el cerco individual, sino que es necesario volver a decir de otro modo lo mismo. En 1956, un muchacho de diecisiete años publica “Tríptico del gato” en la revista Estaciones. El texto parece obra de un autor experimentado: la cuidadosa disección del animal doméstico y siniestro está realizada con la maestría de Durero al reproducir cada uno de los detalles en la armadura natural del rinoceronte; con el buril seguro y obsesivo  de un maestro mexicano de José Emilio, Juan José Arreola, que trazó cada una de las criaturas de su Bestiario.  Más que el hallazgo metafórico, la idea que modela el concepto; más que el retrato lírico, el ensayo que es conceptualidad musculada, sabiduría esencial.  Todo parecía anunciar, en “Tríptico del gato”, que ese joven autor, lector tanto de Jules Renard como de tratados de zoología, era de la estirpe de aquellos que labran libros perfectos. Más de medio siglo después, José Emilio Pacheco es el hermano más fiel de ese joven: aún es el niño grande, rebelde ante los entuertos del mundo.  Ahora es también el maestro que enseña sin pontificar, que ilumina sin querer deslumbrar, que rescata sin exigir una recompensa ni siquiera nominal. “En defensa del anonimato”, título de uno de sus poemas, es una fe de vida y uno de los principales emblemas de su quehacer.
Entre 1963 y 1967, el joven José Emilio Pacheco publicó tres libros perfectos, articulados en diferentes géneros: los cuentos de El viento distante, los poemas de  Los elementos de la noche y la novela  Morirás lejos. Tradición y vanguardia, clasicismo y experimentación se dan la mano en los trabajos de un autor que parecía haber nacido hecho. Sus temas y obsesiones pasan en esas obras lista de presente: la solidaridad con los condenados de la tierra, el huracán implacable de la Historia, la materia en constante transformación, la infancia como territorio del descubrimiento y anticipo del futuro desastre. Sin embargo, nunca los concibió como obras terminadas. Sus libros son, como la obra maestra de Michael Ende, la historia interminable y, en su perfecto mecanismo, cada una de sus piezas narrativas es un ejemplo del género. En sus homenajes a la pulp fiction, José Emilio es nuestro Tarantino; en sus magistrales cuentos de fantasmas, no olvida el consejo de Montague Rhode James en el sentido de dejar la puerta abierta con objeto de permitir, mínimamente, la explicación racional. En Morirás lejos obliga a replantear las estructuras narrativas tradicionales, en una novela que aún hoy mantiene su vigor formal y su peso moral.
Maestro en todos los géneros literarios que cultiva, José Emilio dejó de apostar todas sus cartas a la idea de El Libro, para emprender, mediante textos breves e intensos, un combate contra la ignorancia, la indiferencia y el olvido. Con sus ediciones, prólogos, notas e inventarios, José Emilio es uno de los más importantes historiadores y críticos de la literatura mexicana, uno de nuestros auténticos educadores. Su importancia proviene no solo de su fecundidad  sino de su preocupación por aventurar nuevos juicios o por corregir rumbos trillados.  El gran escritor se adelanta en la práctica a los teóricos literarios. La intertextualidad, la deconstrucción, la escritura del desastre son constantes en los textos de José Emilio, siempre de manera activa, nunca como ejercicios de retórica. A él no se le ocurriría llamarse historiador de las mentalidades, pero sus inventarios constituyen, en conjunto, un Tratado de la Vida Privada como no lo ha hecho ninguno de nuestros historiadores, sobre todo de un siglo contra cuyas calamidades no ha dejado de advertirnos y cuyos esplendores ha celebrado.
En la feria de vanidades de nuestra República Literaria, José Emilio Pacheco escapa a toda clasificación. La versatilidad de su trabajo lo hace indefinible; no concede entrevistas, casi nunca  presenta sus libros, se niega rotunda y valientemente a responder encuestas sobre temas de los que se espera que el escritor sepa todo.  La modestia es su principal enemiga pero también el arma que se vuelve contra quienes, en busca de elementos para criticarlo, lo quisieran más mundano, más débil, más expuesto a las mezquindades de nuestro a veces tan innoble oficio.
José Emilio es uno de nuestros grandes escritores porque es el más inseguro de todos. Su exigencia es uno de las lecciones que nunca agradeceremos suficientemente. No se trata sólo de que todo lo hace bien, sino que en cada una de sus actividades propone caminos nuevos. Sus intentos, en su opinión modestos, y que son auténticos logros, siempre trascienden la  primera intensión. A fuerza de huir la originalidad, es uno de nuestros escritores más originales. De ahí que cada vez sea más común la frase “yo quisiera hacer esto como lo hace José Emilio”.
En un fin de siglo donde la palabra libro pretende ser sustituida por el término soporte papel, José Emilio ha sido fiel al texto impreso, en una que es literalmente, columna de la cultura mexicana, de la cultura desde México. Pocos espacios nuestros gozan del horizonte de expectación de Inventario, palabra que, de acuerdo con María Moliner, significa “Lista de lo encontrado. Lista de cosas valorables”. En cualquiera que lo practica, el oficio es motivo de gratitud. Si quien lo firma es el monograma JEP, es digno de nuestro homenaje. José Emilio descubre, pero nos hace creer que está encontrando y, más aún, que nosotros con él somos responsables y partícipes de la iluminación. Quiere ser el cronista en su más original sentido: la conciencia de la tribu, el encargado de mantener viva la llama de la historia. Edmundo Valadés, en un volumen que reúne colaboraciones de su columna Excerpta, escribió la siguiente dedicatoria: “A José Emilio Pacheco que lo hace mejor.” ¿Por qué cada Inventario es leído, disfrutado y atesorado, más allá de la intención pragmática y presente para la cual fue escrito? Difícilmente habrá un lector suyo que no conserve alguno de esos Inventarios donde el autor reinventa el término donde todo cabe: la agudeza  de José Emilio, su amor a la verdad, su huida del lugar común lo obligan en cada una de sus jornadas a dar fe de las cosas como si por primera vez ocurrieran. Para citar una de sus obsesiones más caras, aquellos textos donde habla de temas familiares son como el naufragio del Titanic: aunque todos conocemos las líneas generales de la historia, siempre queremos que nos la vuelvan a contar. Si quien nos la dice se llama José Emilio Pacheco, entonces no dudamos. De Nahui Ollin a la anatomía de la torta, de las diversas hipótesis sobre el asesinato de Álvaro Obregón al silencio de Jean-Arthur Rimbaud, de la indagación sobre el murciélago a los innumerables y siempre nuevos retratos del mar, José Emilio no propone ni dispone: expone. Sus lectores no tenemos más remedio que aceptar las conclusiones del más dotado de nuestros Sherlock Holmes, que siempre deja atrás a los numerosos Lestrade que firman y cobran en la nómina de nuestra academia. Visionario y erudito, detective y juez, José Emilio tiene una especial habilidad para encontrar misterios donde otros miran soluciones fáciles.
El trabajo de José Emilio Pacheco que convencionalmente llamamos periodístico, tiene en la tradición mexicana una genealogía definida. De Luis de la Rosa a Francisco Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano a Manuel Gutiérrez Nájera, de Amado Nervo a Martín Luis Guzmán, José Emilio pertenece a la estirpe de autores que pudieron haberse dado el lujo de labrar la obra maestra, como lo hicieron, pero además cumplieron el deber de registrar en la página efímera el momento que pasa. Escritores profesionales, trascendieron el qué para insertarse en la herencia más vasta del cómo. José Emilio escribe sobre todo y sobre todos, pero siempre para hallar la nota nueva o señalar el camino para el futuro investigador, para el poeta o el novelista en ciernes.
Hablar sobre José Emilio Pacheco conduce de manera casi inevitable a recordar a Alfonso Reyes. Talento, poligrafía y preocupación universal son cualidades que evidentemente los hermanan, pero es justo establecer también sus diferencias. Alfonso Reyes decía que publicar era una forma de limpiar de papeles el escritorio. Con todo, Reyes creía en la transformación de lo periódico en permanente: la odisea no siempre afortunada de la página diaria a la del libro que enfrentará los vientos del futuro. En este sentido, José Emilio es el peor enemigo del interesado en su obra. Al mismo tiempo, y por tal motivo, su mejor aliado. En alguna  ocasión, Ediciones Era y la UNAM proyectaron publicar íntegramente los Inventarios. El trabajo de recopilación lo había realizado, paciente y apasionadamente, sin becas ni estipendios institucionales, Carlos Muciño, de ocupación lector de José Emilio y uno de sus mejores geógrafos. Con ejemplar obstinación, cortés y convincente, José Emilio se negó hasta que los editores desistimos del intento. Su principal argumento: la palabra, fulgurante en el momento de la articulación, se pierde en esa forma de cárcel que es el libro consagratorio y a veces amedrentador. Los libros que leímos, ávidos y vírgenes, pobres y felices, en ediciones baratas durante nuestra adolescencia, pierden su frescura en los volúmenes marmóreos.
Ser poeta y ser inteligente es una de las dualidades más difíciles de sobrellevar. José Emilio nació con ambas alas, y si su obra tiene esa tensión esencial es porque su actividad primordial es la poesía. José Emilio nunca emociona a su poesía: por eso nos emociona. Si sus dos primeros libros lo muestran continuador de la gran tradición de la poesía como fiesta del intelecto, a partir de No me preguntes cómo pasa el tiempo da un giro radical. Sin abandonar su preocupación por lo mexicano, José Emilio mira la tierra, sus devastaciones, sus ruinas, pero también sus treguas y epifanías. Su poesía se convierte en un inventario del paso de los días, donde no cuenta el testimonio personal sino se privilegia la voz del poeta. En sus libros de expresión cada vez más depurada,  dentro de su difícil sencillez, José Emilio brinda una constante lección del maestro, un permanente examen de la vista.
No hay lenguaje unívoco, y menos en la poesía, pero José Emilio ha logrado, a fuerza de perfeccionar su estilo, una claridad semántica que no excluye la emoción, una emoción desapasionada donde el yo se vuelve un nosotros, una conciencia crítica que, tras convencerse y convencernos de la brutalidad del mundo, nos obliga a apreciar mejor sus fugaces bellezas. Las correspondencias entre sus temas y las repeticiones deliberadas son frecuentes, y en el cuerpo de la poesía reunida se complementan y amplifican, borran sus costuras para dejarnos frente a la integridad y la congruencia de su discurso. Baste citar tres de sus temas mayores: el mar, la niñez, la ciudad, que reaparecen con distinto ropaje en cada libro y son compañeros de la obra narrativa de José Emilio, tan breve como intensa, tan necesaria como su poesía. La primera sección de La arena errante -metáfora de la niñez y el futuro desastre- acompaña la aventura del niño que narra su iniciación vital en “El principio de placer”.     
José Emilio es un poeta de poemas, pero también de series que por su unidad integran momentos inolvidables de nuestra tradición: si la “Elegía del retorno” es el mejor poema extenso escrito sobre el terremoto de 1985, es porque en él historia y poesía se funden para construir un poema épico. Sus poemas dedicados a los animales alcanzan la categoría de grabados verbales por el vigor y la objetividad con que el poeta los burila. Una serie como “Circo de noche” es memorable porque en cada poema José Emilio combina, sin que se noten, la rabia y la ternura, la compasión y la objetividad.
Víctor Hugo, uno de los escritores más citados y admirados por José Emilio Pacheco, cubrió con su genio la segunda mitad del siglo XIX. También lo hizo Guillermo Prieto, quien creyó en el dogma romántico y liberal de que la educación es el arma para conquistar el presente y pensar en un incierto futuro. Polígrafo como ambos, José Emilio Pacheco ha construido un monumento verbal que es entre nosotros el más completo testimonio del siglo XX con sus héroes y canallas, sus desiertos y oasis, y de un siglo XXI en que da a la luz sus poemas más luminosamente oscuros.  Un libro clásico se equipara a este trabajo ejemplar: De rerum natura de Lucrecio. Como él, José Emilio Pacheco ha elegido la humilde y difícil labor de recordar a sus hermanos de planeta la naturaleza de las cosas, la conciencia de navegar acompañados en “esta molécula de esplendor y miseria que llamamos la Tierra.”

sábado, 25 de enero de 2014

Sabias palabras para decirse en una boda

Palabras dichas por Sherlock Holmes (Benedict Cumberbatch) en el banquete de bodas de Mary Mostan (Amanda Abbingtony John Watson (Martin Freeman), tomadas del guión de Mark Gatiss Steven Moffat y Stephen Thompson para El signo de los tres, segundo episodio de la tercera temporada de la teleserie británica Sherlock:

Todas las emociones, y en particular el amor, se oponen a la razón pura y fría que defiendo por sobre todas las cosas. Una boda es, en mi ponderada opinión, nada menos que una celebración de todo lo que es falso, engañoso, ilógico y sentimental en este mundo enfermo y moralmente comprometido. Hoy honramos la ruina de la sociedad y, eventualmente –estoy seguro- de toda nuestra especie.
Pero igualmente hablemos de John. Si durante mis aventuras me he allegado de su ayuda, no me alejo del sentimentalismo o del capricho cuando digo que tiene muy buenas cualidades propias además de su obsesión por mí. En efecto, cualquier reputación sobre mi agudeza mental, en verdad, proviene del extraordinario contraste que John ofrece de manera desinteresada. De hecho, creo que las novias tienden a elegir damas de honor excepcionalmente planas en su gran día. Hay cierta analogía aquí. Y el contraste es, después de todo, el plan de Dios para realzar la belleza de su creación, o lo sería si Dios no fuera una fantasía ridícula diseñada para dar una oportunidad de empleo al idiota de la familia.
Lo que trato de decir es que soy el individuo más desagradable, grosero, ignorante y cretino que tendrán el infortunio de encontrarse en la calle. Desprecio lo virtuoso, soy incapaz de reconocer la belleza y no puedo comprender la felicidad. Por eso no entendí por qué me pidieron ser Padrino, más porque nunca esperé ser el mejor amigo de nadie. Y ciertamente no del más valiente, bondadoso y sabio ser humano que jamás he tenido la fortuna de conocer. John, soy un hombre ridículo, redimido solamente por la calidez y constancia de tu amistad. Y como aparentemente soy tu mejor amigo, no puedo felicitarte por la compañera que elegiste. Pero de hecho sí puedo. Mary, cuando digo que te mereces a este hombre es el cumplido más grande que soy capaz de hacer. John, has sobrevivido la guerra, lesiones y trágicas pérdidas –de nuevo, lo siento por la más reciente- así que debes saber, hoy que estás sentado en medio de la mujer que has hecho tu esposa y del hombre que has salvado –en breve, las dos personas que más te aman en este mundo,- y sé que hablo por Mary, cuando digo que nunca te decepcionaremos y tenemos una vida para demostrártelo.


miércoles, 22 de enero de 2014

Fantasmas bajo la luz eléctrica inicia el 17 de febrero

Coordinación de Humanidades
Casa Universitaria del Libro

FANTASMAS BAJO LA LUZ ELÉCTRICA

Curso interdisciplinario
(Literatura, historia, cine y otros medios)

Coordinadores:

Vicente Quirarte
y
Paulo Roberto Coria Monter

17 de febrero a 30 de junio de 2014
Lunes de 17 a 20 horas


El verdadero amor es como  el fantasma: todo mundo habla de él pero pocos lo han visto
François, duc de La Rochefoucauld


Antecedentes. Al escribir de noche, Edgar Allan Poe lo hacía con luz de vela. No obstante ser artículo de apremiante necesidad, sobre todo para un poeta, su costo era elevado. Lo mismo sucedía con lámparas que utilizaban purísimo aceite de ballena, lo cual explica el apogeo que la cacería del Leviatán tuvo durante parte considerable del siglo XIX. Derivada del petróleo, la parafina contribuyó igualmente a la iluminación. Las velas adquirieron inusitada calidad mediante los descubrimientos del químico francés Michel Eugène Chevreul (1786-188), cuya longevidad de 103 años le permitió ser testigo de la electricidad y su actuación protagónica.
Poe fue plenamente leído y asimilado en nuestro país con la llegada de la luz eléctrica. En 1880 se instalaron 40 focos alimentados por la nueva energía en la Plaza Mayor de la Ciudad de México y en la arteria que al desembocar en ella con distintos nombres era la  más privilegiada de la urbe: Plateros, San Francisco, Corpus Christi.
Ante la irrupción de la intrusa que amenazaba clausurar el imperio de las sombras, las presencias cambiaron de armas y estrategias. El estudio científico de las complejidades del alma humana y la amplitud del espectro sensorial permitió a nuestros grandes torturados comprender la afirmación de Poe en el sentido de que sus cuentos no eran imitación de modelos alemanes sino nacían de las profundidades de su propio corazón.

Objetivos. Con la participación de académicos de varias instituciones y artistas de diferentes disciplinas, el presente curso aspira a hacer una anatomía del fantasma para tratar de responder al planteamiento formulado por Guillermo del Toro como epígrafe a su película El espinazo del diablo: “¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor quizá, algo muerto que parece por momentos vivo, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía dolorosa, como un insecto atrapado en ámbar”.

Temario

  • 17 de febrero de 2014, Historia natural de los cuentos de fantasmas. Por Paulo Roberto Coria Monter (ENAP, UNAM).
  • 24 de febrero de 2014, Poe entre nosotros. Por Vicente Quirarte (IIB, UNAM).
  • 3 de marzo de 2014, México heterodoxo. Por José Ricardo Chaves (IIFL, UNAM).
  • 10 de marzo de 2014, William Mumler y Laureana Wright, fotógrafo y cazadora de fantasmas. Novela con fantasma. Por Darío Jaramillo Argudelo.
  • 17 de marzo de 2014. No hay sesión. Día festivo.
  • 24 de marzo de 2014. Arthur Conan Doyle, cazador de fantasmas. Por José Luis Zárate.
  • 31 de marzo de 2014. Fantasmas finiseculares. Espectros de Henrik Ibsen. Por Víctor Grovas Hajj (Universidad del Claustro de Sor Juana).
  • 7 de abril de 2014. Fantasmas en la capital mexicana. Ciudad fantasma. Taller teórico-práctico. Por Bernardo Esquinca y Vicente Quirarte.
  • 14 de abril de 2014. No hay sesión. Semana Santa.
  • 21 de abril de 2014.  Fantasmas, espectros y otros trapos sucios I. Por Jaime Alfonso Sandoval.
  • 28 de abril de 2014. Fantasmas, espectros y otros trapos sucios II. Taller de escritura. Por Jaime Alfonso Sandoval.
  • 5 de mayo de 2014. No hay sesión. Día festivo.
  • 12 de mayo de 2014. Fantasmas en el celuoide. Por Pablo Guisa (Festival Mórbido).
  • 19 de mayo de 2014. Proyección de El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001). Comentarios de Abraham Castillo (Instituto Ruso Mexicano Serguei Eisenstein y Festival Mórbido).
  • 26 de mayo de 2014. Fantasmas en el cine mexicano. Proyección de El escapulario (Servando González, 1968). Por Pablo Guisa (Festival Mórbido)
  • 2 de junio de 2014. El fantasma visto por el oriente. Por Jorge Grajales.
  • 9 de junio de 2014. Presencia de lo invisible. Los escritores y el ocultismo. Por Ignacio Solares.
  • 16 de junio de 2014. Parapsicología, o los verdaderos cazafantasmas. Mario Méndez Acosta. 
  • 23 de junio de 2014. Fantasmas en el teatro I. El fantasma del Hotel Alsace de Vicente Quirarte y sus hermanos: “El fantasma de Canterville” de Oscar Wilde, El fantasma de la ópera de Gastón Leroux. (Proyección del video de la obra preparado por TV UNAM). Por Vicente Quirarte y Eduardo Ruiz Saviñón.
  • 30 de junio de 2014. Fantasmas en el teatro II. Otra vuelta de tuerca de Henry James y su traslado al teatro en Los inocentes de William Archibald. Por Vicente Quirarte, Eduardo Ruiz Saviñón y Roberto Coria.

martes, 21 de enero de 2014

La mejor de mis bodas

Decir adiós es doloroso. Aunque popularmente se dice “de lo bueno, poco”, el esquema de la televisión inglesa es muy breve si consideramos la costumbre que nos inculcaron nuestros vecinos del norte. Con sólo 3 episodios de 80 minutos cada uno (aproximadamente) llegará este jueves (en Latinoamérica) a su fin la tercera –brevísima- temporada (los británicos les dicen series) de Sherlock, serie merecedora de toda mi admiración. Luego de 8 capítulos a los que no puedo reprochar nada, elegir un favorito es un verdadero reto. El que precedió a su conclusión, El signo de los tres, es simplemente uno de los mejores que conozco al detective. El guión de Mark Gatiss Steven Moffat y Stephen Thompson toma como base la segunda de las cuatro novelas que Arthur Conan Doyle dedicó al brillante inquilino de la Calle Baker, El sigo de los cuatro (1890). Todo ocurre durante la boda de John Watson (Martin Freeman) y Mary Mostan (Amanda Abbington), en la que por supuesto nuestro héroe (Benedict Cumerbatch) tiene la responsabilidad de ser el Padrino del evento. De forma inesperada convierte la ocasión en un anecdotario de las aventuras del par e involucra a los convidados en la resolución de uno de sus casos. Lo mejor del capítulo fue, sin duda, el intento de Holmes por descender del Olimpo de la Deducción al mundo de los hombres comunes y corrientes. El mejor momento fue un emotivo discurso cuya parte inicial destruye la institución del matrimonio, las creencias religiosas de las personas (“si Dios no fuera una fantasía”) y ataca las convenciones de la sociedad, ante la sorpresa y desaprobación de los congregados. Remata su exposición de la siguiente manera:
Lo que trato de decir es que soy el individuo más desagradable, grosero, ignorante y cretino que tendrán el infortunio de encontrarse en la calle. Desprecio lo virtuoso, soy incapaz de reconocer la belleza y no puedo percibir la felicidad. Por eso no comprendí por qué me pidieron ser Padrino, más porque nunca esperé ser el mejor amigo de nadie. Y ciertamente no del más valiente, bondadoso y sabio ser humano que jamás he tenido la fortuna de conocer. John, soy un hombre ridículo, redimido solamente por la calidez y constancia de tu amistad. Y como aparentemente soy tu mejor amigo, no puedo felicitarte por la compañera que elegiste. Pero de hecho sí puedo. Mary, cuando digo que te mereces a este hombre es el cumplido más grande que soy capaz de hacer. John, has sobrevivido la guerra, lesiones y trágicas pérdidas –de nuevo, lo siento por la más reciente- así que debes saber, hoy que estás sentado en medio de la mujer que has hecho tu esposa y del hombre que has salvado –en breve, las dos personas que más te aman en este mundo,- y sé que hablo por Mary, que nunca te decepcionaremos y tenemos una vida para demostrártelo.

Desde sus mesas, los invitados no pueden sentirse menos que conmovidos. La Señora Hudson (Una Stubbs) rompe en llanto. Al ver las reacciones, desconcertado, Holmes pregunta:
¿En qué me equivoqué? ¿Qué pasó? ¿Por qué hacen eso? ¿John? ¿Qué hice mal?
Y Watson se pone de pie y abraza a su asociado, emocionado.
Si no se conmovieron, tienen hielo en las venas. O es que, como digo, cuando envejeces te haces más llorón.

La solución final, el descubrimiento del “signo de los tres”, modificará definitivamente las futuras aventuras de nuestro paladín. Todo terminará en un par de días. Al menos por un largo año (como mínimo). Moffat, co creador y productor ejecutivo del programa, ha revelado que una cuarta temporada se encuentra en planeación. Eso es sin duda una fortuna. La espera, aunque cruel, valdrá la pena. 

viernes, 17 de enero de 2014

Cuando los remakes nos alcancen o RoboCop para el nuevo milenio

Me invaden sentimientos encontrados que no deben interpretarse como una forma de aferrarse a lo que las personas de mi generación conocimos y admiramos en nuestra juventud. Tampoco como una negativa para aceptar lo nuevo. Creo que hay historias que rebasan épocas y personajes que ofrecen posibilidades inagotables, dignos de ser revividos una y otra vez. A lo que siempre me opondré es a la falta de respeto y creatividad, a la voracidad mercantilista, a explotar temas solamente porque demostraron su rentabilidad. Ese es el dilema que surgió en mi interior cuando el año pasado vi las primeras imágenes del diseño del nuevo RoboCop, el policía cibernético que se convirtió en figura de culto el verano de 1987 gracias a la imaginación de Edward Neumeier y Michael Miner y a la afortunada –ya mítica- película del holandés Paul Verhoeven.
De ahí que ver hace unas semanas los avances de su nueva encarnación en el actor Joel Kinnaman en la venidera cinta del brasileño José Padilha me causan atracción y muchísimas reservas. A primera vista, pese a su aspecto espectacular y la inclusión de actores de primera línea como Gary Oldman, Michael Keaton, Samuel L. Jackson y Jackie Earle Haley, parece inscribirse en la muy actual tendencia de oscurecer a los clásicos. Y me encanta la ligereza con que lo aceptan. Cuando preguntan a su creador (Keaton) sobre el color que deben usar, responde simplemente “píntenlo de negro”. El nuevo RoboCop se encuentra a medio camino entre el Batman de Christopher Nolan y un heroico Power Ranger. Amigos entrañables me han dicho que sólo bastaría pintarlo de dorado y ponerle alas para que pareciera un Caballero del Zodiaco.
Pero haciendo a un lado las bromas, lo que más extraño –además de un memorable Peter Weller y el brioso tema de Basil Poledouris-  es el diseño que en su momento nos presentó Rob Bottin: enorme, imponente, capaz de intimidar a buenos y malos, cuyos pasos hacían retumbar el suelo y sus movimientos mecánicos, acompañados del ruido de sus motores. Pero el avance de la tecnología es inevitable. El RoboCop de 2014 es esbelto, más acorde con la agilidad que requeriría el perseguir a pie a los malvados, andar en motocicleta o saltar un muro. Y hagamos una inevitable analogía: el viejo RoboCop sería un “ladrillo” Motorola SLF1024A. El nuevo, un flamante iPhone 6.
Lo que más deseo es que el espíritu crítico de su primera versión –de la buena ciencia ficción- prevalezca: la violencia que sobrepasa las capacidades gubernamentales para enfrentarla (¿les suena?), la privatización de las instituciones policíacas, la codicia empresarial, los límites de los avances científicos, el poder de los medios de comunicación, la cosificación del individuo, la pérdida de la identidad y, sobre todo, el triunfo de la condición humana.

En breve despejaremos todas las dudas. Siempre defenderé las aportaciones valiosas, sin importar su procedencia. Espero deslumbrarme en unas semanas. Sólo podemos esperar lo mejor. 

lunes, 13 de enero de 2014

Crónica de un regreso anunciado

Volví la cabeza para mirar la estantería que tenía detrás y cuando miré de nuevo hacia delante vi a Sherlock Holmes sonriéndome al otro lado de mi mesa. Me puse en pie, lo contemplé durante algunos segundos con el más absoluto asombro, y luego creo que me desmayé por primera y última vez en mi vida. Recuerdo que vi una niebla gris girando ante mis ojos, y cuando se despejó noté que me habían desabrochado el cuello y sentí en los labios un regusto picante a brandy. Holmes estaba inclinado sobre mi silla con una botellita en la mano.
Todos lo sabíamos. Desde los últimos momentos de La caída de Reichenbach, el último episodio de la segunda  temporada de la brillante teleserie británica Sherlock, y pese a los nefastos acontecimientos que todos conocemos, observamos al protagonista (Benedict Cumberbatch) contemplar a su acongojado socio John Watson (Martin Freeman) hacer una petición frente a su tumba: “por favor no estés muerto”.
El deseo del galeno, dos años y un abundante bigote después –para nosotros fueron 20 larguísimos meses-, se hizo realidad. Su reacción no fue lo civilizada –completamente británica- que nos mostró Arthur Conan Doyle en su regreso triunfal en 1903 –en La aventura de la casa vacía-. Se le fue lanzó a golpes encima, con la contagiosa ¿Qué pasó, Yolanda? de Pink Martini como música de fondo. Su respuesta fue congruente, pese al improvisado disfraz del héroe. El homenaje no podía hacerse esperar, como bien nos han enseñado los creadores del programa, Steven Mofat y Mark Gatiss. “No voy a aparecérmele como un anciano”. El abrazo entusiasta que le dio el Inspector Lestrade (Rupert Graves) al volver a verlo fue el de sus miles de fieles. Y todos sonreímos satisfechos.
Los 86 minutos que duró el episodio, precedido por lo que nos enseñó la literatura y el afortunado mini capítulo Muchos felices regresos, fue una delicia de principio a fin, con incontables alusiones a casos memorables de Holmes –la Rata Gigante de Sumatra como es mencionada en El vampiro de Sussex, el duelo intelectual entre los dos Holmes en La aventura del intérprete griego y La aventura del carbunclo azul, la introducción de Mary Morstan (Amanda Abbington) como la vimos en El signo de los cuatro o esa desaparición que Holmes resuelve rápidamente, clara mención a Un caso de identidad. Además, Gatiss (quien escribió el guión) se permitió incluir referencias holmesianas tomadas del cine, de la cinta Estudio en terror (James Hill, 1965) al reciente díptico dirigido por Guy Ritchie.
El feliz retorno, con nuestro héroe reivindicado y la solución de un atentado terrorista de grandes proporciones, sólo propicia grandes preguntas: ¿quién es el misterioso individuo que al final observa a nuestro héroe en video? ¿Moriarty está realmente muerto? ¿El Moriarty que vimos suicidarse es realmente James Moriarty, el Napoleón del Crimen?
El próximo jueves veré el penúltimo capítulo de esta tercera temporada. “De lo bueno, poco”, dicen popularmente. Para finalizar me regodearé citando lo que escribí en abril de 2012:

La clave seguramente se encuentra no en lo que reveló la última escena, sino en los detalles que pasamos por alto: la aparente traición fraterna, la charla con la médica forense Molly Hooper (Louise Brealey), el ciclista que derriba a Watson. “La gente ve, no observa”, dice Holmes todo el tiempo. 

jueves, 9 de enero de 2014

Una carta del Sorprendente Hombre Araña a Nicolás Maduro.





























Tal como la encontró Ana Luisa Campos en relación a lo dicho por el mandatario Venezolano. "Ese muchacho que a los 14 años carga una pistola de 9 milímetros tiene en el cerebro miles de horas de transmisión de series donde matan gente. En estos días nos pusimos a ver el Hombre Araña 3. Eso es candela, desde que empieza hasta que termina es muertos y más muertos. Y es una de las series que más les gusta a los niños chiquito".