viernes, 30 de agosto de 2013

¿Cuál es el verdadero aspecto de Edward Hyde?*

Concluí en una entrada previa –antes de desviarme por el estreno de El Conjuro-preguntando qué fue lo que contempló Henry Jekyll, luego de atreverse a ingerir su pócima y enfrentarse al espejo. Robert Louis Stevenson lo describe a través de los ojos del abogado Gabriel John Utterson:

Hyde era pálido y muy pequeño, daba una impresión de deformidad aunque sin malformaciones concretas, tenía una sonrisa repugnante, se comportaba con una mezcla viscosa de pusilanimidad y arrogancia, hablaba con una especie de ronco y roto susurro: todas cosas, sin duda, negativas, pero que aunque las sumáramos, no explicaban la inaudita aversión, repugnancia y miedo que habían sobrecogido a Utterson […] ¡Ese hombre, Dios me ayude, apenas parece humano! ¿Algo de troglodítico?

El retrato que leemos en El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde sin duda está influido por el pensar de los positivistas italianos, como Cesare Lombroso (1835-1909), que asociaba la conducta criminal a una especie de involución natural, a una suerte de regresión física que, en términos coloquiales, podrá equipararse a decir que todo lo feo es malo. La maldad, como eventualmente demostró el Psicoanálisis y la Criminología, es un viaje que nada tiene que ver con aspectos físicos, sino biológicos, psíquicos y sociales. Stevenson asoció a su malvado Hyde con la visión tradicional del monstruo. Y éste, como bien lo sabemos, no necesariamente es malévolo.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra monstruo –del latín monstrum- es todo aquello producido contra el orden regular de la naturaleza. Si esto es correcto, no sería equivocado afirmar que la belleza extrema puede ser considerada otra forma de aberración. Hace válida la apariencia que la escritora estadounidense Valerie Martin dio Hyde en su novela de 1990 Mary Reilly, convertida en una deslumbrante largometraje homónimo dirigido por el laureado Stephen Frears en 1996. Visto por un personaje que sólo conocemos como una pincelada sin nombre en la historia de Stevenson, la empleada doméstica que da nombre a la creación de Martin, el vicioso Hyde no es un personaje repelente, sino un malicioso, cruel y vibrante seductor –en deuda con los populares libertinos del siglo XIII- que despierta las más bajas pasiones en el sexo opuesto. En la película fue encarnado hábilmente por John Malkovich, cuyo estado natural y bondadoso es el de un hombre avejentado y gris. Su personalidad liberada lo hace florecer doblemente.
Las apariencias engañan. Sin no lo creen, pregunten a las víctimas de Theodore Robert Bundy o de Jeffrey Lionel Dahmer, asesinos que –en oposición a Hyde- usaban su máscara de sanidad como una herramienta de seducción para ejercer libremente su oficio carnicero. La belleza también mata.
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* Texto originalmente aparecido ayer en la página web de Mórbido

martes, 27 de agosto de 2013

La rebelión de los insectos

El siguiente trabajo de Guillermo del Toro, como él mismo declara continuamente, fue una de sus peores experiencias pese a que significó su gran salto a la industria hollywoodense. Su migración al vecino país fue ocasionada no sólo para ampliar sus horizontes, sino por terribles y vergonzosos acontecimientos de la vida real, tan comunes en nuestro querido México. El horror de lo cotidiano. Algo es cierto: era un pez grande y creciente cuyo lago era insuficiente para contenerlo. Lo que se supondría una evolución natural y merecida le abrió los ojos ante un gran negocio que muchas veces asfixia y devora a un artista sensible. Y aunque el director declara abiertamente que es la menor de sus obras, es una experiencia gozosa que consolida sus obsesiones.

Mimic (1997), cinta que coescribió con Matthew Robbins a partir de un cuento de Donald A. Wollheim, es un relato de horror, una B-movie sin pretensiones académicas o científicas. Tras una secuencia de créditos conceptual, que inmediatamente evoca a la de Seven (David Fincher, 1995), aderezada con una sombría partitura de Marco Beltrami –en la que fue su primera colaboración-, vemos una serie de imágenes de la nevada ciudad de Nueva York. Es la época actual. Una plaga conocida como “la Enfermedad de Strickler”, transmitida por la cucaracha común, mata sin misericordia a miles de niños. Incapaz de enfrentar la conflagración, el subdirector del Centro de Control de Enfermedades, Peter Mann (Jeremy Northam), une fuerzas con la entomóloga Susan Tyler (la laureada Mira Sorvino) para crear una nueva raza de insectos, híbrido entre la termita y la mantis religiosa, que habría de acabar con la amenaza y morir seis meses después. Les llaman la Especie de Judas. Los científicos lo logran y, de paso, se casan. Pero la felicidad no podía ser indefinida. Tres años después, un sacerdote chino huye de algo y llega a la azotea de un edificio, de donde cae estrepitosamente. Naturalmente, muere. Su perseguidor introduce luego el cadáver, a la mala, a las alcantarillas. Mientras tanto, la Dra. Tyler sigue ejerciendo su profesión. Es visitada por un par de niños, traficantes de insectos extraños, que le ofrecen especímenes que encuentran para sus estudios, entre ellos uno muy particular. Para su sorpresa, es uno de sus “hijos” que creía muertos. Alarmada, con su esposo, acude al subterráneo donde una amenaza aún mayor se gesta y está lista para lanzarse a la conquista de la superficie. Un equipo heterogéneo conformado por la dupla de sabios, el epidemiólogo (un muy joven Josh Brolin), un policía negro (Charles S. Dutton), un maduro bolero (Giancarlo Gannini) y un niño autista (Alexander Goodwin) son la última línea de defensa del hombre contra un mal creado por el hombre mismo.Del Toro añade uno de sus ambientes favoritos a su universo fílmico (los drenajes) y encuentra la oportunidad para visitar los temas que estableció dos años atrás en su debut y disertar sobre la ética y los límites de la ciencia, como lo hace el sabio profesor Gates (F. Murray Abraham). Sus protagonistas no son diferentes de Víctor Frankenstein. Aspiran a ser padres cuando ya lo fueron, sin medir las consecuencias de sus acciones. Dicen que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Sus pequeños, representados en la terrible figura de Long John, son el punto más memorable de la cinta. Creadas por el experimentado Rob Bottin y TyRuben Ellingson, sus monstruosas cucarachas gigantes son tal vez su aspecto más logrado y recordado, con su mecanismo para mimetizarse con nosotros. Y la forma en que nuestros héroes se mimetizan a su vez –embadurnarse con las tripas del enemigo-, sin duda repercutió en uno de los mejores momentos de la teleserie The walking dead. Los bichos súper desarrollados se dan incluso el lujo de matar a los dos infantes, cosa impensable desde a corrección cinematográfica. Su desenlace, inspirado sin duda en lo ocurrido en 1992 en el drenaje de la nativa Guadalajara del “Gordo”, es –valga la expresión- explosivo.
La influencia de la cinta es sonora en el resto de su obra, sobre todo en la trilogía novelística Nocturna, de la que ya he hablado en este espacio. Hace un par de años, ya instalado como uno de los artesanos del horror más prestigiados de la industria y quizá como una deuda de honor, del Toro elaboró una versión especial de la cinta, un director´s cut –que espero conseguir en unos días-, que añade seis minutos más de metraje y una edición que disminuyó su malestar sobre su “patito feo”. Muchos cineastas quisieran tener este tipo de descalabros.
Casi olvidaba mencionar sus infames secuelas, de las que del Toro -como Poncio Pilatos- se lavó las manos. Motivadas seguramente para lucrar con la idea del tapatío, las cintas fueron lanzadas directamente al video, con las peores respuestas posibles. Mimic 2 (Jean de Segonzac, 2001) y Mimic 3: Centinela (J. T. Petty, 2003) son penosas. A la última ni siquiera logra dar dignidad la presencia de Lance Henriksen como centro de atención de un voyeurista melindroso a los gérmenes. Ahora sé por qué las omití. En cambio, la cinta de Guillermo del Toro sólo produce mis mejores recuerdos.


viernes, 23 de agosto de 2013

Por qué Ben Affleck me causa las más grandes reservas para interpretar a Batman

Después de las incontables reacciones de ayer luego que se dio a conocer la noticia de que Ben Affleck interpretaría a Bruce Wayne/Batman en la venidera secuela de El Hombre de Acero (Zack Snyder, 2013), que iban de la más genuina indignación a la ira declarada –experiencia semejante a una turba de linchamiento virtual-, con la cabeza más fría, vale la pena hacer algunas consideraciones.
Diré para empezar que Affleck me cae bien. No es el mejor actor ni director, pero en lo general aprecio su trabajo. Pero pese a esto, a su buen aspecto, su carisma, sus facciones rectangulares que se ajustan al canon grecolatino de los superhéroes, y los reconocimientos que le ha valido su popular cinta Argo (2012), no me parece la elección más adecuada para interpretar al héroe de Ciudad Gótica. Si DC comics pretendía seguir el buen camino que tomó la cinta de Snyder –que e hizo respetar por vez primera al último hijo de Kripton-, el encomendar un papel que arrancaba las mayores expectativas a alguien tan popular y con tan malos recuerdos en contra, fue algo muy arriesgado. Me hace anticipar sus legítimos intereses comerciales. Más de uno de mis apreciados colegas me ha recordado la controversia que en sus momentos causaron las designaciones de Michael Keaton y Heath Ledger, cómo ambas son celebradas hoy en día y demostraron el error de la colectividad. Ambos tenían algo a su favor: el anonimato. Cierto, tanto Keaton como Ledger eran relativamente conocidos en su tiempo (más Ledger), pero la limitada noción de sus capacidades significaba un territorio lleno de posibilidades. Para ese momento, y a pesar de una carrera actoral de una década, las películas más notorias de Keaton eran las comedias Cuando papá se convirtió en mamá (Mr. Mom, Stan Dragoti, 1983) y Beetlejuice (Tim Burton, 1988). Ledger era un rostro un poco más familiar gracias a comedias románticas como 10 cosas que odio de ti (Gil Junger, 1999), dramas como Monster´s ball (Marc Forster, 2001) o extravagancias como Corazón de Caballero (Brian Helgeland, 2001). Los dos no tenían nada que perder y todo que ganar. El caso de Affleck es distinto. Es una figura reconocida. Muy reconocida, diría. El fanático de los comics tiene la mejor memoria. Y no perdona. El repudio a su encarnación del abogado ciego Matt Murdock en Daredevil (Mark Steven Johnson, 2003) es prácticamente unánime. A su favor recordaré su buena interpretación como George Reeves, quizá el más notable Supermán televisivo, en la película Hollywoodland (Allen Coulter, 2006), pero no sé si sea suficiente.
Me intriga el enfoque que Snyder dará a un encuentro que parecería imposible en la realidad. Por una parte tenemos a un extraterrestre. Por la otra a un millonario que se disfraza de murciélago. Uno pertenece enteramente al mundo de la ciencia ficción. El otro puede explicarse desde la realidad más abrumadora. El choque de ambos mundos debe ser el tema central de la película, cómo los dos campeones logran convertirse en poderosos aliados. Si bien Batman nunca ha aceptado del todo a Supermán –recordemos que le dice el boy scout-, respeta sus inmensas capacidades y reconoce su valor en la conformación de un grupo. Porque los esfuerzos fílmicos de DC apuntan a esto, a emular el éxito incuestionable que Marvel ha tenido con sus héroes.
Todo arranca mis más grandes reservas. Por el enorme aprecio que tengo al héroe, espero el resultado esté a su altura. Más porque el próximo año celebrarán sus primeros 75 años de vida. A esta altura es inútil objetar la decisión. Sólo diré que espera a alguien más del tipo de Josh Brolin para representarlo. Siempre he tenido presente al justiciero como lo dibujó en virtuoso Alex Ross, muy similar a un joven Gregory Peck. El personaje debe interpretarlo un gran actor, no necesariamente una estrella ni mucho menos una súper estrella. El actor de televisión Ray Stevenson logró dar más credibilidad al duro ex policía convertido en héroe Frank Castle en la poco conocida El Castigador: Zona de guerra (Lexi Alexander, 2008) que el desangelado Thomas Jane en la igualmente desangelada El Castigador (Jonathan Hensleigh, 2004). Henry Cavill, el nuevo Supermán, es un egresado de la pantalla chica. Es más recordado por su papel de Charles Brandon en el drama histórico Los Tudor. Creo que en el mismo espíritu los productores debieron considerar a alguien de perfil similar. Las burlas y las teorías de conspiración no se hicieron esperar. La que más me gusta es la de mi querido Aexis Patiño: “en un intento desesperado por hacer de Supermán un personaje más interesante, los productores dieron el papel de Batman a Affleck”. Lo único bueno, como lo han hecho notar este mañana, es que el nombramiento de Affleck como Batman significaría que Matt Damon sería el Robin obligado. Quién sabe. Tal vez el nuevo Batman me deslumbre. En verdad deseo tragarme todas mis palabras. Pero eso será hasta el 17 de julio de 2015.

jueves, 22 de agosto de 2013

Crónicas de un matrimonio muy normal*

Iba a seguir con la filmografía de Guillermo del Toro, película por película, pero las circunstancias me hacen por el momento cambiar de planes.
Hablar del matrimonio de Edward y Lorraine Warren, fundadores de la Sociedad de Investigación Psíquica deNueva Inglaterra, así como de otras personas de su gremio, es controversial. Primeramente por su objeto de trabajo y el escepticismo natural que arrancan entre los no creyentes. Después por la charlatanería –descarada muchas veces- en se mueven “investigadores serios” de lo oculto. Todos los hemos visto aparecer en banales programas de chismes del espectáculo o anunciarse en revistas similares. Una verdadera moda televisiva, conocida como reality shows exhibidos en canales prestigiados como History channel y Discovery channel, sigue sus andanzas en programas como Ghost hunters, Paranormal state, A Haunting, Paranormal witness o Psychic kids. En el país gozamos (¿gozamos?) con la cosa llamada Extranormal Si el más allá existe o no, no lo discutiré en este momento. Lo que es seguro es que miles de personas, alrededor del mundo, han dado testimonios de su encuentro con la otredad y devoran con avidez todo lo que tenga que ver con ello. Asumiré una postura segura que escuché decir hace tiempo a mi abuela: “yo no creo en esas cosas, pero de que existen, existen”. Regresando a los Warren, ambos admiten las etiquetas que les han colocado. “Nos han dicho cazafantasmas, investigadores paranormales, locos”. Ed fue (murió el 23 de agosto de 2006) un demonólogo y Lorraine una clarividente y médium afamada. Lo que no puede cuestionarse es su capacidad comercial. La pareja sacó provecho de los más de 10 mil casos que aseguran haber investigado: publicaron media docena de libros y han inspirado otros tantos (El Demonólogo, la extraordinaria carrera de Ed y Lorraine Warren de Gerald Brittle es el más popular), dan conferencias a lo largo de su país, son consultores (ella que le sobrevive) en televisión y crearon un Museo con los artículos malditos que colectaron a lo largo de los años. Esto –el mercantilismo- podría poner en duda lo legítimo de su cruzada. Creo que no debemos juzgarlos a la ligera. Como también dice mi abuela, “hay que corretear la chuleta”. Pero si son auténticos o un fraude, no es lo que me importa en este momento. Las experiencias de esta pareja hecha en el cielo (¿o debo decir el infierno?) ha propiciado un muy inteligente largometraje.
El Conjuro (James Wan, 2013) no se basa en la que tal vez es la más sonora de sus intervenciones, la del Horror de Amityville, sino en la pesadilla que vivió la numerosa familia Perron (integrada por papá, mamá y cinco hijas) al mudarse a una vieja casa en in Harrisville, Rhode Island en el año 1971. En muchos sentidos, siguen señales que hemos visto en otras ocasiones: advertencias, niños que comienzan a tener amigos imaginarios, la aparición de objetos misteriosos, relojes que se detienen a una hora maldita, objetos que se mueven de su lugar original y apariciones fugaces. Posteriormente, el mal se desata, y sólo dos personas pueden evitarlo. “Dios nos unió por una razón”. Todo lo orquesta venturosamente el director Wan apoyado de una estupenda puesta en escena ambientada en la época en que nací, sólidas actuaciones, una briosa e inspirada partitura de Joseph Bishara y una cámara ingeniosa de John R. Leonetti en una película que evoca a un horror clásico, libre de efectismos, como el que nos causó El exorcista (William Friedkin, 1973) o El horror de Amityville (Stuart Rosenberg, 1979). Lo he dicho en el pasado: si no pretendes innovar, usa bien lo que ya existe. Pude ver cómo en más de una ocasión el respetable, literalmente, saltaba de su butaca. Y eso se debe a la habilidad del director de crear una atmósfera opresiva que tiene momentos verdaderamente logrados. No digo cuáles para no estropear la sorpresa. Vera Farmiga (la psicóloga de Los infiltrados y muy recientemente la Señora Bates televisiva) y Patrick Wilson (el pedófilo de Niña mala o Búho nocturno en Watchmen) encarnan de manera convincente a los Warren, cuyo famoso caso Annabelle (una muñeca poseída) sienta el precedente perfecto para un relato que te captura de principio a fin.

Su impresionante éxito comercial –y entre la crítica- ha asegurado, por lo menos, una aventura más de los Warren. No una secuela directa, porque la historia es un envoltorio perfectamente cerrado. Por lo pronto Farmiga y Wilson han firmado ya un contrato para interpretarlos de nueva cuenta. El matrimonio Warren –al menos el del celuloide- tiene en mí un nuevo seguidor. 
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*Texto publicado por primera vez en la página web de Mórbido.

martes, 20 de agosto de 2013

Fue su primera vez

La expresión latina opera prima se usa para designar al primer trabajo oficial de un artista. Cuando se trata de un cineasta, este esfuerzo le sirve como una tarjeta de presentación. Hace evidente su estilo y capacidades, y nos permite atisbar –con un alto grado de precisión- cómo serán sus obras posteriores. De haberlas, por supuesto. En el medio musical estadounidense, hay algo que se conoce como one hit wonder. Es una suerte de examen profesional. En el caso del tapatío Guillermo del Toro, las altas expectativas que ocasionó aquél año 1993 fueron satisfechas con creces. Yo era apenas un tierno muchacho de 20 años. Instalado en la sala de cine, rodeado por pocos pero entusiastas cinéfilos, el resultado me sorprendió. 
Su debut cinematográfico, La invención de Cronos, es afortunado e insólito en muchos sentidos. Por una parte es un espléndido espécimen de géneros olvidados para ese entonces en el panorama fílmico nacional y que conocieron días de gloria y bonanza: el horror y la fantasía. Por otra, revela a un narrador eficiente –recordemos que la escribió y dirigió- y fiel a obsesiones poco reconocidas: el horror y la fantasía (conste que lo repetí a propósito). Y finalmente tiene altísimos valores de producción pese a su magro presupuesto. Con tan sólo 29 años de edad, del Toro ingresaba a un medio difícil –hostil a veces- donde luchaba contra ideas anquilosadas y todos los prejuicios del mundo. Hoy, 20 años después, sus miles de seguidores alrededor del mundo podemos decir que fuimos testigos del inicio de una de las carreras más venturosas en tiempos recientes. Cronos –así le decimos sus devotos- es una cinta cercana a la perfección. Aporta sangre nueva a uno de mis monstruos preferidos –el vampiro, claro está- de una manera inteligente y original. Es una de mis películas favoritas y lo confieso con orgullo en todos los espacios donde el tema sale a colación. Y, colmo de las ironías, por primera vez escribo sobre ella. Lo hago con pretexto de su más reciente largometraje, del que ya hablé con anterioridad, y seguramente seguiré con el resto de su filmografía.
Los inicios de Guillermo del Toro no son distintos de los nuestros. Por encima de todo, es un gran cinéfilo, devorador por igual de cintas de horror mexicanas como estadounidenses, italianas y japonesas. Era, como dijo el crítico de cine Leonardo García Tsao en el prólogo al guión (publicado por ediciones El Milagro en 1995), “un chavo imberbe de Guadalajara que le gustaban los cómics y las películas de horror”. Su vocación lo llevó a realizar rudimentarios cortometrajes –su madre misma protagonizó bajo sus órdenes Matilde y Geometría- y posteriormente evolucionó al terreno de los comerciales y la televisión, donde desempeñó los más diversos roles, desde asistente de director, maquillista, realizador de efectos especiales y artista de story boards. Por esos momentos comenzó a fraguar dos historias –proyectos de tesis para la Universidad de Guadalajara- tituladas El vampiro de Aurora Gris y El espinazo del diablo (a ella llegaré en un futuro no distante). Posteriormente realizó sus “pininos” en el semillero televisivo titulado Hora marcada (1986-1989), serial episódico donde realizó algunos memorables capítulos. Fundó una firma especializada en efectos llamada Necropia, en la que conoció a la que sería su esposa, Lorenza. Conoció al que habría de convertirse en su cinefotógrafo de cabecera, Humberto Navarro, quien le presentó a su hermana Bertha Navarro. Ella, como la buena productora que era, le orientó para hacer realidad uno de sus sueños. Y le estamos muy agradecidos por ello.
Todo aficionado de estos temas conoce muy bien La invención de Cronos, pero recordémosla. En un maravilloso prólogo ambientado en 1536 y narrado por Jorge Martínez de Hoyos, el alquimista Uberto Fulcanelli (Mario Iván Martínez) escapa de la Inquisición y se establece en Veracruz. Está obsesionado por conseguir la vida eterna. Posteriormente viajamos 400 años después, hasta un edificio colapsado. Entre escombros, con el pecho mortalmente atravesado por un madero, con el rostro pálido y deformado, yace el alquimista que pronuncia sus últimas palabras, “suo tempore”. La cámara recorre la casa del difunto, tal como hicieron las autoridades de la época. Ahí pende un cadáver que se desangra sobre cuencos y vasijas. El alquimista consiguió su objetivo a través de un ingenioso dispositivo conocido como La invención de Cronos, que reposa secretamente en el interior de la estatua de un ángel.
Inicia una historia de amor y horror, con maravillosos momentos de comedia –el embalsamador encarnado por Daniel Giménez Cacho es estupendo- y drama, con incontables alegorías a la religión, al tiempo que avanza inmisericorde, a la eternidad, a la inocencia y el sacrificio. El anticuario Jesús Gris (Federico Luppi) y su esposa Mercedes (Margarita Isabel) crían a su nieta Aurora (Tamara Shanath), luego de que sus padres mueren en un accidente. El anciano, gris como su apellido, cruza su camino con Ángel de la Guardia (Ron Perlman), sobrino del decadente y moribundo millonario Diether de la Guardia (Claudio Brook, maravilloso), quien le ordena comprar estatuas de ángeles a cualquier costo. En una de ellas, accidentalmente  revelado por los insectos tan queridos por “El Gordo”, el viejo y la niña descubren lo que ansiosamente desea de la Guadia: el dispositivo del título, diseñado por el talentoso José Fors. La razón es simple. Al igual el alquimista, el industrial desea la inmortalidad. Sin desearlo, Gris la obtiene. A un altísimo costo.
Con una belleza poética –la niña arropando a su abuelo vampiro en un ataúd improvisado en su baúl de juguetes o los ángeles envueltos en plástico en la guarida del villano- y heroica –“lo mío es nada más dolor”-, la película es indispensable en todos los sentidos. Deja muy en claro aspectos que van a coincidir y definir el trabajo del director: los insectos, los engranes y la maquinaria de relojería, la infancia, los dilemas no resueltos con la figura paterna y su noción de lo monstruoso. Porque algo que defiende el tapatío es que el monstruo no necesariamente es malo. Es más terrible el personaje de Ron Perlman, obsesionado con el aspecto de su nariz y su ambición desmedida por la fortuna de su pariente, que el personaje ficticio más feo. Y las principales aportaciones de del Toro al mito son dos: su protagonista es un anciano decadente que lame incluso la sangre del piso de un baño y un proceso de vampirización –libre de colmillos- donde un insecto milenario, atrapado en un dispositivo a medio camino entre un juguete de cuerda y un Huevo de Fabergé, es el gran dador de un don deseado y cuestionado por todos.

Al finalizar su introducción al texto, García Tsao tuvo dones proféticos. “No he visto aún la película terminada, pero el guión de La invención de Cronos es un anticipo de lo que quizá resulte ser el mejor espécimen del cine de horror nacional. Su cuidadosa elaboración, sus versiones pensadas y repensadas a lo largo de los años, me hacen suponer una victoria fácil sobre los átomos malignos que suelen acechar cualquier intento de cine fantástico en México”. No sé si es “el mejor espécimen del cine de horror nacional”, pero sin dudarlo es uno de sus mejores representantes en los últimos 30 años. Casi inmediatamente pudo comprobarse cuánta razón tenía el crítico. Su airoso paso por festivales nacionales e internacionales, sus incontables premios y la respuesta de los espectadores demuestran lo que comprobamos desde la butaca y el remate de García. “Este chavo imberbe de Guadalajara tiene talento”.

lunes, 19 de agosto de 2013

Atenta invitación

El canon Frankenstein

Curso interdisciplinario
Cine, Historia, Ciencia y Literatura

Coordinadores: Vicente Quirarte y Roberto Coria

Septiembre-Diciembre de 2013


Duración: 48 horas
(12 sesiones de cuatro horas cada una los sábados de 10 a 14 horas)


Antecedentes. “El sueño de la razón produce monstruos”, escribió Francisco de Goya en una de sus más inquietantes litografías de los Caprichos, concebida cuando sus fantasmas internos se rebelaban y le revelaban las luces de lo oscuro. Contemporáneamente,  Mary Shelley creaba el personaje de Víctor Frankenstein, que trasciende su filiación gótica para convertirse en símbolo de quien intenta equiparar su  obra a la de los dioses o la Naturaleza: crear un hombre, dar la vida a otro ser.
En tiempos de estudios de género, clonación e ingeniería genética, la novela de Mary Shelley dista de ser una ficción para el consumo efímero. Aquella joven de dieciocho años, testigo y protagonista del huracán que modificaba hábitos, países, voluntades, tuvo la lucidez para hacer cabalgar su pesadilla -jaca nocturna- en los campos de la ciencia y la filosofía, y crear una obra aún inquietante,  lo cual demuestra que la recepción de su novela -como corresponde a un clásico- necesitaba del tiempo para apreciar  más claramente las relaciones peligrosas -y en su novela fatales- entre la imaginación y el conocimiento científico.

Objetivos: El presente curso interdisciplinario pretende estudiar la novela de Mary Shelley y las  transformaciones discursivas que ha tenido a través del tiempo en diferentes ramas del conocimiento.

Temario

7 de septiembre
  • Una mujer llamada Mary Shelley y un monstruo llamado romanticismo. Vicente Quirarte (IIB-UNAM)
  • El cónclave de Coligny: Byron, Shelley, Polidori & Ce. Lectura de Guillermo Henry


14 de septiembre
  • Lectura comentada de la novela. Vicente Quirarte y Roberto Coria.
  • Película: Gothic de Ken Rusell.


21 de septiembre
  • El homúnculo alquímico como antecedente de Frankenstein. Vicente Quirarte y Roberto Coria.
  • Película El Golem (Der Golem), Paul Wegener, 1920. Ángel Miquel


28 de septiembre
  • El hombre artificial en la literatura. José Ricardo Chaves (IIFL-UNAM)
  • Frankenstein, primera novela de ciencia ficción. Bernardo Fernández, Bef.


5 de octubre
  • Antropología del cerebro. La conciencia y los sistemas simbólicos. Roger Bartra (IIS-UNAM).
  • Intervenir clínicamente el cerebro humano. Fernando Chico Ponce de León.


12 de octubre
  • Los riesgos de las metáforas: Galvani, Frankenstein y la chispa de la vida. Antonio Lazcano Araujo (FC-UNAM).
  • Frankenstein a la luz de la clonación y el mapa del genoma humano. Arnoldo Kraus (Instituto de Bioética, UNAM)


19 de octubre
  • Entre la religión y la bioética. Padre Javier Prado Galán.
  • Frankenstein en la era de los trasplantes a la luz de las ciencias jurídicas. Víctor Carrancá


26 de octubre
  • Frankenstein en el cine nacional. Pablo Guisa (Festival Mórbido).
  • La criatura y sus transformaciones en la pantalla grande. Roberto Coria.


9 de noviembre
  • Comedia, parodia y otros exorcismos. Roberto Coria.
  • Película: El joven Frankenstein (Young Frankenstein), Mel Brooks, 1974. Frankenweenie de Tim Burton, 1984.


16 de noviembre
  • NO HAY SESIÓN


23 de noviembre
  • La energía femenina en el monstruo de Mary Shelley. Marisa Belausteguigotia. (Programa Universitario de Estudios de Género, UNAM))
  • Película: La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein), James Whale. 1935.


30 de noviembre
  • James Whale, padre de Frankenstein. Novela: Father of Frankenstein de Christopher Bram. Vicente Quirarte.
  • Película: Dioses y monstruos (Gods and monsters), Bill Condon. 1998.


7 de diciembre
  • Para construir a una joven monstruo. Lectura comentada de Retrato de la artista como joven monstruo (Mary Shelley & cía) de Vicente Quirarte. Con Eduardo Ruiz Saviñón y Guillermo Henry.
  • El último hombre de Mary Shelley. Gerardo Piña y Jaime Augusto Shelley
  • Conclusiones y entrega de reconocimientos.


Duración: 48 horas (12 sesiones)
Horario: sábados de 10 a 14 horas
Fechas: del 7 de septiembre al 7 de diciembre de 2013
(7, 14, 21, 28 de septiembre; 5, 12, 19, 26 de octubre; 9, 23, 30 de noviembre y 7 de diciembre)

Informes e inscripciones:
Coordinación de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Circuito Estadio Olímpico Universitario s/n, frente a la Dirección General de Actividades Deportivas y Recreativas de Ciudad Universitaria, México D.F.
Facilidades de Estacionamiento en Estadio Olímpico (Estacionamiento 3, 4 y 8)

Teléfonos
5622-2903
5622-8222 ext. 41899 y 41900
5622-2904


Pregunte por becas y descuentos

miércoles, 14 de agosto de 2013

Lucha de gigantes

Ahora que lo pienso, es curioso: pese a que en incontables ocasiones –y en todos los espacios a los que tengo alcance- he manifestado mi admiración hacia él, nunca había escrito sobre un largometraje concreto de Guillermo del Toro. Esta fascinación es patente si escuchan el episodio especial que CinemaNet le dedicó la semana anterior. El tapatío es un ejemplo de congruencia y compromiso hacia un género poco respetado en el panorama fílmico mundial. Sus obras lo dignifican y legitiman. Su producción, impecable y perfecta, le han valido incontables seguidores en todo el planeta. Es uno de los pocos cineastas vivos que se mueven cómodamente entre el llamado cine de autor y el cine comercial. Guillermo del Toro es, en esencia y como los fenómenos de Tod Browning, “uno de nosotros”, un niño terrible que está convencido fervientemente, como la médium que encarnó Geraldine Chaplin en El Orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007), que “no se trata de ver para creer, sino de creer para ver”.
Su octavo largometraje, Titanes del pacífico (Pacific Rim, 2013), es una cinta colosal como sus protagonistas. El director demuestra satisfactoriamente su capacidad y buen oficio para lidiar con el peso de una producción de su tamaño. De nuevo es un tributo a las obsesiones de su primera educación sentimental, en este caso a las series y películas japonesas de monstruos –orgánicos y mecánicos- gigantes. El guión que fraguó con Travis Beecham –el segundo que no es enteramente suyo- nos lo advierte desde el primer momento. Kaiju es la expresión nipona que designa a una criatura extraña, generalmente humanoide, de grandes proporciones y enorme potencial destructivo. Estos seres fueron ampliamente explotados por los estudios cinematográficos Toho. El ejemplo más famoso lo representa, sin duda alguna, Gojira. Mejor conocido como Godzilla, el monstruoso lagarto verde se popularizó gracias al director Ishirō Honda en 1954 y abrió las puertas a un sinfín de creaciones similares, desde la polilla gigante Mothra, el pterodáctilo Rodan, la tortuga colosal Gamera, el dragón volador de tres cabezas Ghidorah o Mechagodzilla, cuyo nombre lo define a la perfección. Por otra parte están los mangas y series animadasanimes-  sobre robots gigantes –bautizados aquí Jaegers (cazadores)-, la última línea de defensa de la humanidad contra los primeros y que tienen en Mazinger Z uno de sus campeones indiscutibles. El cartel de la película resume bien su espíritu. “Para combatir monstruos, creaos monstruos”.
Lo que sigue es un relato –el más largo que nos ha entregado- donde se reúnen nuevamente algunas de las constantes del cineasta (la pérdida de la figura paterna, sus mecanismos –gigantes esta vez-, los insectos “atrapados en ámbar”) y actores indispensables –fetiches como los califica “El Gordo”- en su filmografía: el español Santiago Segura –a quien hemos visto en Blade 2 (2002), Hellboy (2004) y Hellboy 2, el Ejército Dorado (2008)- y Ron Perlman, quien además de aparecer en las cintas anteriores colabora con Del Toro desde su ópera prima La invención de Cronos (1993). Aquí encarna a Hannibal Chau (“tomé el nombre de mi personaje histórico favorito y mi apellido de mi segundo restaurante Szechuan preferido de Brooklyn”), un tratante en el mercado negro de órganos de Kaijus, un sujeto pintoresco y poco escrupuloso que aparentemente es despachado con rapidez (“¿Dónde rayos está mi bota?”).
La trama no pretende ninguna profundidad. En el no tan distante año 2020, del fondo de océano (“estamos más acostumbrados a mirar al espacio”) surgen monstruos de otra dimensión –herederos de los dinosaurios y muy en deuda con la imaginería lovecraftiana que tanto ama el director- que amenazan con diezmar a la humanidad. Los gobiernos del orbe crean una coalición para enfrentarlos (el Programa Jaeger) en forma de costosísimos gigantes mecánicos operados por dúos de pilotos (“como los dos hemisferios del cerebro humano”) y un equipo semejante al del programa espacial de la NASA o del Instituto de Investigaciones Fotónicas. Dramas provenientes de pérdidas y recuerdos terribles son el motor de una historia trepidante de principio a fin donde el principal atractivo son los monumentales combates. Nos coloca en medio de esta situación tan aparentemente remota. Mi querido Raúl Camarena dijo en redes sociales, emocionado, “ver la película en 3D es lo más cercano a estar en medio de una pelea de este tipo”.

Indiscutiblemente la experiencia se disfruta mejor si estás en la sintonía del admirador de la otredad y que, como ustedes y yo, creemos en el universo de Del Toro, un hombre que conserva el potencial de sorprendernos. Así será como lo demuestra su saturada agenda en los próximos 10 años con proyectos de cine, animación e historieta. El próximo 2014 –el 9 de octubre- cumplirá su primer medio siglo de vida, ocasión que sin duda celebraremos ampliamente. Esto aunque su trascendencia está ya asegurada.