viernes, 29 de julio de 2011

Vampiros en Puebla.


¡Vampiros!

Impartido por Roberto Coria 


Dirigido a: Público en general. Personas interesadas en adentrarse en los misterios del vampiro. Escritores, cineastas, sociólogos, público en general, aficionados de la literatura y cine de horror.

Objetivo: Proporcionar un vistazo a los orígenes, historia y evolución de la figura del vampiro en las bellas artes, especialmente en la literatura, a través del análisis de obras emblemáticas del tema.

Antecedentes: Hoy más que nunca estamos conscientes de que los vampiros están presentes entre nosotros y han constituido una subcultura que ha desplegado sus alas sobre prácticamente todas las manifestaciones culturales. Vicente Quirarte argumenta que su figura es algo cotidiano en nuestros días y forma parte de una mitología que aún los niños conocen, mientras Jorge Ibargüengoitia afirma que la gente común y corriente sabe más de estas criaturas que de los otomíes.
El vampiro se encuentra fuertemente posicionado en el imaginario colectivo de la humanidad y sus raíces yacen en el folklore de los pueblos. Podemos rastrear sus huellas en la tradición hebrea, en la antigua Grecia, en Roma, en China, en África, e incluso entre los Aztecas y los Mayas. Esto aseguró su trascendencia hacia la literatura, el teatro, el cine, los cómics y la televisión.
En los últimos tiempos, los artistas han buscado reinventar la estructura del monstruo, para asegurar su vigencia. El curso ¡Vampiros! es una invitación para que el lector novicio se interne en el mundo y los misterios del vampiro. Al mismo tiempo, pondrá a prueba los conocimientos del iniciado. Es un viaje, a vuelo de murciélago, a través de los orígenes del mito, sus múltiples connotaciones, sus referentes literarios y algunas de sus representaciones cinematográficas más significativas.

Contenido temático:
10:00 a 12:00


1.      Introducción. En el principio fue la sangre. Eros y tanatos, o de la fascinación por la sangre y la muerte. Inicio de las creencias en vampiros.
2.      Drácula fue una mujer: el erotismo y el vampiro. Lilith, lamias y empusas, el vampiro alrededor del mundo.
3.      Cazadores de vampiros. Fisiología, poderes y debilidades.
4.      Vampiros en español: de Benito Jerónimo Feijoó al chupacabras.

12:00 a 14:00


5.      El vampiro en la naturaleza y a la luz de la ciencia médica. El murciélago vampiro y sus parientes.
6.      Enfermedades físicas. Catalepsia, rabia y porfiria.
7.      El vampiro en la era de las epidemias.
8.      Asesinos en serie, esquizofrénicos, hematófagos y otros monstruos. Erzebeth Bathory, John Haig, Jeffrey Dahmer y compañía. ¿Cómo investigarían las ciencias forenses un caso de vampirismo?

14:00 a 15:00

Receso
15:00 a 17:00


9.      El vampiro en la literatura. Definiendo géneros. Clasificación del relato de vampiros. Antes de Drácula, o los albores de la literatura vampírica. El relato gótico y los precursores. El vampiro de John William Polidori y Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu.
10. Bram Stoker, padre de Drácula.
11. Después de Drácula: los herederos de Bram Stoker. La renovación literaria del mito. Textos vampíricos 1950-2009, de Richard Matheson y Soy leyenda a Crepúsculo de Stephanie Meyer. La saga Nocturna de Guillermo del Toro y Chuck Hogan.


Duración: 6 horas (1 sesión)

Bibliografía
1.             Belford, Barbara. Bram Stoker, a biography of the author of Dracula. Da Capo Press. Nueva York, 1996.
2.             Calmet, Agustin. Tratado sobre los vampiros. Mondadori, Madrid. 1991.
3.             Coria, Roberto. El hombre que fue Drácula. Libros de Godot, México. 2007.
4.             Gubern, Román. Las raíces el miedo. Antropología del cine de horror. Tusquets Editores, Barcelona. 1979.
5.             -------------. Máscaras de la ficción. Anagrama, col. Los Argumentos, Valencia. 1998.
6.             Märtin, Ralf-Peter. Los Drácula. Tusquets editors. España, 1983.
7.             Mc Nally, Raymond; Florescu, Radu. In search of Dracula. Houghton Mifflin Company. Nueva York, 1994.
8.             Melton, J. Gordon. The vampire book: The encyclopedia of the undead. Visible Ink Press. Minnesota, 1999.
9.             Ramsland, Katherine. The science of vampires. Berkley Boulevard books. Nueva York, 2002.
10.        Quirarte, Vicente. Del monstruo considerado como una de las bellas artes. Paidós. México, 2006.
11.        Skaal, David J. V is for vampire. Penguin books. Nueva York, 1996.
12.        Siruela, Jacobo (comp.) El vampiro. Ediciones Siruela, Madrid. 2001.
13.        Stoker, Bram. Drácula. Traducción Manuel Núñez Nava. CONACULTA. México, 2002.
14.        Wolf, Leonard. Dracula, the connoisseurs guide. Broadway books. Nueva York, 1997.

jueves, 28 de julio de 2011

Más de lo que ves.

Con el paso de los años me he dado cuenta que existen dos clases de juguetes: los que fueron creados con el genuino propósito de hacer las delicias de sus pequeños usuarios y los que forman parte de un fenómeno mercadológico, a menudo propiciados por una caricatura o una película, como lo fueron las figuras de acción de La Guerra de las Galaxias que tanto atesoré en mi infancia.
Sucede lo contrario con los Transformes, personajes creados por la firma juguetera japonesa Takara a mediados de los años setenta y que fueron manufacturados en Estados Unidos –a partir de sus predecesores nipones- por la compañía Hasbro a partir de 1984 (en México fueron distribuidos por  Plásticos IGA, “juguetes con vida”). Estos juguetes respondían simultáneamente a dos mercados: al de los niños aficionados a los automóviles (y demás vehículos) y a los fanáticos de los robots y la ciencia ficción. Se trataba de un negocio redondo. Sus lemas los definían a la perfección: “más de lo que ves” y “robots en disfraz”. En poco tiempo propiciaron una popular caricatura –revisitada continuamente a partir de entonces-, una serie de historietas (editada por Marvel Comics) y, en la primera década del nuevo milenio, una franquicia fílmica multimillonaria.
Los Transformers recreaban el conflicto ancestral entre el bien y el mal. La caricatura narraba cómo los Autobots y los Decepticons –el orden y el caos, la justicia y la anarquía-, los dos bandos de una civilización extraterrestre formada por robots capaces de transformarse en diversos vehículos y armas, enemigos naturales, llegaban a la Tierra en busca de energía para alimentar a su moribundo planeta Cybertron. Ellos fueron –mayormente los Decepticons- personajes favoritos de mi adolescencia. Devoraba sus aventuras por las tardes, en la desaparecida Imevisión. Comencé a grabarlos en la voluminosa video casetera Beta de mis padres. Los dibujaba con precisión obsesiva en cuadernos que compraba para ese propósito. Tal vez por eso me desilusionaron las adaptaciones fílmicas de Michael Bay
No es que piense que la primera cinta sea mala, pues sus valores de producción y sus efectos visuales son de primerísimo nivel. Incluso Steven Spielberg, “el Rey Midas de Hollywood”, endosó su nombre a las producciones. Son películas que estaban concebidas con la intención de arrastrar a los grandes públicos a las salas de cine, vender toda clase de juguetes y videojuegos, todo para generar cantidades obscenas de dinero. Sus productores apostaban a la segura: un escuálido adolescente (Shia LeBeouf) que inesperadamente se topaba con la existencia de lo fantástico (su encuentro con los robóticos personajes), se hacía del auto de sus sueños (un flamante Camaro amarillo que resultaba ser Bumblebee, un divertido Autobot que en la serie original era un Volkswagen), se daba cuenta que era indispensable para asegurar la supervivencia de su especie y conocía el amor en la forma de una chica inalcansable (Megan Fox). Todo estaba aderezado con la presencia de dos sólidos actores (John Turturo y John Voight) y mucha, mucha acción. El éxito era seguro.
Una de las fallas del guión de Alex Kurtzman y Roberto Orci (brillante dupla creativa tras la reciente Viaje a las Estrellas y la teleserie Fringe) es que sus enormes protagonistas no poseen una personalidad definida e identificable como sucedía en aquellas viejas caricaturas. Los movimientos vertiginosos de la cámara hacían, con mucha frecuencia, que me preguntara de qué robot se trataba. Y algo más que me disgustó es que tanto los héroes y los villanos carecían de una base de operaciones como en las caricaturas (las naves donde llegaron a la Tierra). Acaso era interesante que Peter Cullen, el actor que proveía la voz de Optimus Prime, líder de los Autobots, en la serie original, repitiera su papel en la cinta. Pero ese detalle sólo es apreciado por los que conocieron la serie en su forma original.
Hace unas semanas se estrenó Transformers, el lado oscuro de la luna (Michael Bay, 2011), la tercera entrega de la saga (que seguramente será tan larga como su potencial económico lo permita) y que seguramente reemplazará comercialmente al fenómeno Harry Potter, ahora que ha finalizado. Para abundar en la cinta reproduzco la opinión autorizada de mi amigo Rafael Aviña, que apareció el fin de semana de su estreno en el Periódico Reforma.
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El lado brillante de los efectos
Rafael Aviña

En 1920, el escritor checo Karel Chapek concibió el término robot en alusión a esa suerte de imitación metálica de los humanos con sus mismas contradicciones: capacidad de ayuda y una amenaza para la sociedad.
De El Golem (1914) y Metrópolis (1926) a Transformers. El lado oscuro de la luna (EU, 2011) de Michael Bay, las máquinas tienen la culpa y desatan por igual la compasión y la maldad del hombre. Ese mínimo pretexto es en esencia la trama del ostentoso y entretenido mega Blockbuster veraniego producido por Steven Spielberg.
Una vez más, se narra el ancestral enfrentamiento entre Autobots y Decepticons en la Tierra, con alguno que otro aderezo, como la atrayente presencia de Rosie Huntington-Whiteley que sustituye a Megan Fox.
O la intervención de figuras de primer nivel desaprovechadas en su conjunto: frances McDormand, como la insensible jefa de Seguridad Nacional, y John Malkovich, el obsesibo jefe del protagonista Sam Witwicky (Shia LeBeouf), quien busca trabajo para mantener a raya a sus padres y conservar a su guapa novia acosada por el poderoso jefe de ésta (Patrick Dempsey).
Tal como en X-Men: Primera generación y, en menor medida, en Súper 8, como tendencia del actual cine fantástico, se evoca de nuevo a John F. Kennedy y los temores de la Guerra Fría, en esa carrera espacial por conquistar la Luna.
De hecho, se sugiere que la tripulación del Apolo 11 –cameo incluido del astronauta Buzz Aldrin-, descubre la presencia de Sentinel Prime, quien ha desarrollado una tecnología para salvar a su planeta de la maldad de Megatrón, quien intentará hacer una alianza con éste.
El tono apocalíptico, las impresionantes y desbordadas escenas de acción pirotécnica, los efectos visuales de impacto, la cámara en movimiento y un montaje trepidante, la destrucción de imponentes rascacielos y el espíritu patriotero –visto desde Armageddon (1988) y prolongado en las tres entregas de esta saga a cargo del eficaz Michael Bay- que replantea de algún modo la paranoia belicista posterior al 11-S, están aquí.
A Transfornmers… le sobra mucho metraje y le falta credibilidad, pero se compensa con entretenimiento y gran virtuosismo visual.

                                                                                                      

viernes, 22 de julio de 2011

Los muertos caminan.

En los momentos finales de Resident evil, el huésped maldito (Paul W. S. Anderson, 2002), adaptación –muy libre- del popular videojuego de Capcom, la aguerrida Alice (Milla Jovovich) despierta, repleta de sondas, en un hospital desierto. Tras liberarse de las canalizaciones y tomar una bata, sale a la calle –igualmente desierta- y contempla los vestigios del Apocalipsis. En un kiosco de periódicos vacío, se lee un encabezado fatalista que nos comunica lo que pasó y a lo que tendrá que enfrentarse la heroína: “Los muertos caminan”.
Hace unas semanas tomé café con Jesús Esquivel y Karla Cortés, entusiastas del género horrífico, que me anticiparon algo similar: ellos organizan, junto con otros apasionados, la llamada Zombie Walk de Querétaro. Como bien advierte Jesús, este esfuerzo no es algo nuevo. Inició en otras latitudes, ha tenido eco en las principales ciudades del mundo y cada vez goza de más adeptos. Para muchos peatones sus participantes son individuos ociosos, exhibicionistas, que les gusta cubrirse la cara de maquillaje, caminar raro y emitir gemidos ininteligibles. Yo, como sus organizadores, creo que hay algo más en el fondo. Los zombis no son sólo unos de los personajes más atractivos del género, sino han tenido una exposición masiva en los medios de comunicación en los últimos tiempos. Cobraron especial relevancia en la era de las enfermedades infectocontagiosas y las grandes epidemias. Televisoras serias y acreditadas, como el History Channel y el Discovery Channel, les han dedicado programas que los estudian desde diversas perspectivas. Los zombis nos hablan de la deshumanización de los habitantes de los grandes núcleos urbanos, de la voracidad de la sociedad de consumo. En más de una ocasión he manifestado que, entre los más populares monstruos de la ficción, son los que más me asustan. Simbolizan la pérdida de la identidad, el intelecto, el alma. Convertirse en zombi es volverse “uno del montón”. Ese es precisamente uno de los rasgos que los hacen aterradores. Son semejantes a una turba de linchamiento, iracunda, irracional. “No somos machos pero somos muchos”, se dice popularmente.
En el enorme panorama de injusticias que domina en el país, en medio de tantas causas que ameritan que la sociedad civil manifieste su inconformidad, las “marchas zombis” parecen superficiales e insignificantes. Sin embargo debemos leerlas como un recordatorio de cuán importante es aferrarnos a los aspectos que nos definen como seres humanos, sobre todo en un momento histórico dominado por la insensibilidad, la irracionalidad y la violencia.
La Zombie Walk de Querétaro de 2011 se llevará a cabo el próximo sábado 30 de julio a las 17:00 horas, con inicio a las afueras del Centro Cultural Manuel Gómez Morín y recorrerá las calles del Centro de esa ciudad. Desafortunadamente la distancia me impide formar parte activa del contingente, pero desde mi trinchera les deseo el mayor de los éxitos y estoy seguro que se unirán a la causa muchas personas más que el año anterior. Todos corremos el riesgo de ser zombis. En el interior de cada uno de nosotros yace uno, en espera de devorar al otro. Tratar de domesticar a un zombi no es sencillo y trae consecuencias nefastas para el que lo intenta, como bien nos demostró George A. Romero en El día de los muertos (1985), parte de la saga fundacional del subgénero (porque el de zombis es un subgénero del cine de horror). Los zombis, a diferencia nuestra, no poseen libre albedrío. Así que a marchar.

jueves, 21 de julio de 2011

Relatos desde la parte luminosa de la abogacía.

Las últimas dos semanas de mi vida conviví con abogados las 24 horas del día. No es que sea extraño para mí. He trabajado con este gremio durante 16 años. Les he dado clases por diez. Como ellos, conozco el peso de ser etiquetado por las malas acciones de algunos. En El abogado del Diablo (Taylor Hackford, 1997), Lucifer/John Milton (Al Pacino) elige el mundo de las leyes para combatir a Dios en la antesala del nuevo milenio. “Los abogados son los ministros del Diablo”, asegura, y remata con una realidad innegable: “hay más estudiantes en las escuelas de Derecho que abogados litigantes en las calles”. La percepción negativa de la profesión permea del imaginario colectivo a las bellas artes. En Hook, el regreso del Capitán Garfio (Steven Spielberg, 1991), Peter Banning (Robin Williams), un exitoso y voraz abogado corporativo, dice un chiste sobre sus correligionarios en un evento de caridad: “hoy los científicos usan abogados en lugar de ratas en sus experimentos por dos razones: 1) Los científicos no se encariñan con los abogados y 2) Hay cosas que ni siquiera una rata haría”. Su abuela, Wendy Moira Angela Darling (Maggie Smith), está presente y guarda un gran secreto: Banning fue Peter Pan cuando era niño. Creció, porque la vida lo hizo crecer, para convertirse en el opuesto de su esencia inocente: “Peter, eres un pirata”, piensa ella. Con el paso de los años los abogados han asimilado –incluso disfrutan- esta mordaz forma de humor. “¡Robo, traición y cohecho¡ ¡Robo, traición y cohecho! ¡Que vivan los de Derecho!”, es el grito de guerra de los estudiantes de esta facultad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por ello no es extraño que se haga escarnio de la profesión. Cuando en Blade 2 (Guillermo del Toro, 2001) el abogado del clan vampírico Karel Kounen (Karel Roden) se presenta ante el héroe (Wesley Snipes), éste le pregunta si es humano. Kounen le responde con cinismo “casi, soy abogado”.
Todo lo anterior proviene de que el 12 de julio pasado se celebró el Día del Abogado. Esta celebración, orgullosamente mexicana, fue oficializada en 1960 por el entonces presidente Adolfo López Mateos en conmemoración de la primera cátedra de Derecho ofrecida en la Nueva España (en 1539). Los abogados son personajes que todos conocemos. La familia promedio piensa que debe tener al menos uno entre sus integrantes.
Se puede alimentar el espíritu creador a partir las leyes. Así lo demuestran Gerardo Laveaga, abogado penalista y Director del Instituto Nacional de Ciencias Penales (“a los agentes del Ministerio Público Federal les hacemos leer obras de Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle”) o Diego Valadés, antiguo director del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Una de las glorias de nuestra dramaturgia, Víctor Hugo Rascón Banda (1948-2008), nunca negó su procedencia y le rindió tributo en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua en octubre de 2007. Su dignísimo sucesor, el dramaturgo Vicente Leñero, piensa que su dramaturgia ve “la vida como un delito, como una continua trasgresión del orden establecido”. Este matrimonio sí es posible. “La razón y la imaginación son los ojos de la inteligencia”, afirmó con toda la razón del mundo el Criminalista Rafael Moreno.
Abogados distinguidos abundan en la ficción, desde Gabriel John Utterson (de la novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, escrita por Robert Louis Stevenson en 1886), R. M. Renfield, Jonathan Harker y Abraham Van Helsing (que entre sus incontables grados posee el de Doctor en Derecho) de Drácula de Bram Stoker (1897), el fiscal convertido en villano Harvey Dent/Dos caras, el abogado ciego Matt Murdock/Daredevil, Tom Hagen (Robert Duvall de la saga cinematográfica El Padrino), Sebastian Stark (James Woods, de la teleserie Shark) hasta mi favorito de todos, Jack McCoy (Sam Waterston, de la recientemente extinta serie La Ley y el Orden). En su última aparición McCoy, en su posición de Fiscal de Distrito y excepcional ser humano, amenaza a un abogado de pobres miras que representa al Sindicato de Maestros y obstruye una investigación de vida o muerte (un maestro que está por cometer una matanza similar a la de la Escuela Preparatoria Columbine): “si permite que ocurra una masacre lo crucificaré, señor Kralik. Enjuiciaré a usted y al sindicato por homicidio por negligencia. Cuando los condenen, renunciaré a mi puesto y representaré a las familias de las víctimas en una demanda civil. Cuando termine estarán acabados. Así que mi consejo para usted es ¡apártese de mi camino!”.

Las últimas dos semanas de mi vida contemplé la parte más luminosa de la abogacía. Por eso, mi felicitación más sincera –aunque tardía- a todos los Abogados en su día. Esa mañana del 12 de julio pasado, la familia de un hombre inocente les cantó a mis compañeros abogados Las mañanitas con alegría, sinceridad y genuino agradecimiento. “Mejor recompensa, imposible”, dijo un festejado, sonriente.

martes, 19 de julio de 2011

Feliz cumpleaños, querido Vicente Quirarte.

Hoy es el cumpleaños de mi querido amigo Vicente Quirarte.
A él lo conocí, en mi época universitaria, cuando leí su Sintaxis del vampiro (Verdehalago, 1995) y me sentí inmediatamente fascinado por su erudición en el tema, la tersura de su prosa, la seriedad profunda con que examinaba mundos poco respetados por la mayoría. Su libro fue una influencia definitiva para que en 1998 ofreciera mi primera experiencia docente, El mito del vampiro en la literatura y el cine, en Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México. Años después, en 2000, él impartió un curso de cuatro sesiones titulado Del monstruo considerado como una de las bellas artes en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica. Me inscribí sin pensarlo dos veces, a pesar que las distancias y mi horario de trabajo se interponían. Antes de iniciar, lo esperé al pie de las escaleras eléctricas del recinto. Lo reconocí, sin haberlo visto jamás, en cuanto lo vi aparecer. Llevaba un maletín que rendía homenaje al de Abraham Van Helsing. Me presenté torpemente, sin ocultar mi admiración. “He escuchado de usted y su curso en Casa del Lago. Lo felicito”, me respondió. Yo no podía creerlo. Con el paso de los años me he convertido en su amigo, sido testigo de sus innumerables triunfos y beneficiario de su talento, buen gusto y sabiduría. Caminar a su lado en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras o hacer fila en una sala de cine, es como acompañar a un rock star. Poeta, ensayista y dramaturgo, detentor de todos los logros académicos posibles, estudioso apasionado de la Historia de México y sus héroes, peatón inagotable del Centro de la Ciudad de México, explorador tenaz de territorios reales e imaginarios, admirador de la Familia Burrón y el Hombre Araña, lector voraz de Poe, Baudelaire, Pessoa, Lovecraft y Borges, anfitrión generoso, diletante del buen beber y comer, guía e inspiración constantes, Vicente nunca ha dejado de ser un habitante distinguido del país llamado infancia. En su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua confesó, con especial dedicatoria a algunos iniciados, “un gran poder trae consigo una gran responsabilidad, aprendí de uno de los héroes de mi infancia. Cuando el hablante toma conciencia de su capacidad verbal, es el más poderoso de los seres. Nombra el mundo, lo bautiza como si con él naciera, porque con él nace. Sin embargo, cuando descubre que su vocación es entrar en el corazón de las palabras, hacer su anatomía, trasmutarlas en nuevas criaturas, comprende la tarea que su tribu le encomienda”.
En su vasta obra poética y ensayística, siempre tendré en especial estima su prólogo a la compilación Criaturas de la noche (Instituto Coahuilense de Cultura, 1998), Relatos de brujas, vampiros y hombres lobo (Readers Digest, 1998), la obra de teatro El fantasma del Hotel Alsace (Coordinación de Difusión Cultural UNAM, 2001), los grandiosos prólogos a las ediciones de Drácula de Bram Stoker (Conaculta, 2002 y Porrúa, 2004) y Del monstruo considerado como una de las bellas artes (Paidós, 2005).
Gracias por existir, querido Vicente. Mi gratitud imperecedera a Don Martín y Doña Luz por traerte a este mundo. Gracias por tus insuperables enseñanzas, tus acertados consejos, tu apoyo constante, por hacer respetable un tema que nos hermana  y sobre todo por tu enorme calidad humana, que es sin duda tu mayor virtud.
A todos los que deseen saber más sobre el festejado, les recomiendo la estupenda biografía (incompleta, porque todavía no hemos visto lo mejor de él) El Hombre Araña también escribe poesía de José Luis Trueba Lara  (Porrúa, 2005).



















viernes, 15 de julio de 2011

Injusticia reparada

Hablemos de horrores de la vida real.
Los más de dos mil peritos que laboramos en la Coordinación General de Servicios Periciales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal cotidianamente proporcionamos elementos científicos para que el Ministerio Público establezca la probable responsabilidad de una persona en un hecho delictivo. En resumidas cuentas y en un sentido romántico, ayudamos a que los malos reciban su merecido. Este trabajo no es sencillo. Lidiamos con la mala reputación –a veces ganada a pulso- que muchos elementos y generaciones previas a la mía le han valido a la Institución. Aunque a lo largo de los años he tenido múltiples satisfacciones, todas son victorias vacías: nada resarce a una persona a la que han robado todos sus bienes, cura las cicatrices físicas y mentales a una mujer a la que han agredido sexualmente, devuelve a una madre a su hijo muerto. Ayer, por primera vez en 16 años, tuve el privilegio de ayudar a una persona inocente.
En septiembre de 2010 mis superiores me indicaron que una personalidad iba a solicitar mi experticia como Perito en Arte Forense. Era Rodolfo Félix Cárdenas, antiguo Procurador de Justicia del Distrito Federal. Él asumía la defensa de Silvano Tapia González de 68 años, albañil de la extracción más humilde, oriundo de Huajuapan de León, Oaxaca, quien había sido apresado por un delito que no cometió. Félix Cárdenas y su equipo se involucraron ad honorem y pro bono (por honor y para el bien público, como dicen los abogados) y reunieron a un equipo de expertos en Criminalística, Criminología, Medicina Forense, Psicología, Topografía, Antropología Social y mi especialidad para establecer la inocencia de su defendido. Y si la ciencia respaldaba, sin la menor duda, lo que la defensa exponía, el sentido común era doblemente contundente. Silvano enfrentaba una injusticia indignante, la deslealtad, ineficiencia y mala voluntad de los poderes del Estado. Era un chivo expiatorio. Una persona –seguramente pensaban ellos- que no valía un centavo y a la que podían victimizar sin que éste tuviera recursos para defenderse. Pero no fue así.
A lo largo de un juicio –en el nuevo sistema oral- que inició el pasado 4 de julio y duró 8 días, la defensa no sólo demostró más allá de cualquier cuestionamiento la inocencia de Silvano, sino puso en manifiesto la pobre calidad humana y profesional de quienes deberían procurar justicia a la sociedad. Todo el proceso representó lo peor y lo mejor del sistema. El veredicto era previsible.
Esta mañana, luego de una pesadilla de 14 meses, Silvano despertó en su cama, bajo su techo, rodeado de su familia. Lo que viví me obliga a preguntarme, no sin sentirme sobrecogido, cuántos casos similares no existirán actualmente en nuestro país. Por lo que a esto respecta, la justicia quedó servida. Caso cerrado.