lunes, 28 de junio de 2010

Una reflexión inevitable sobre el juego del hombre o para todos aquellos que desprecian la intensidad del fútbol

En una sociedad globalizada, abarcada en su totalidad por los medios de comunicación, es imposible abstraerse de la justa que se celebra en Sudáfrica. Los partidos se exhiben, incluso, en importantes complejos cinematográficos. El llamado “juego del hombre” despierta tantas pasiones como las manifestaciones artísticas. No soy admirador de este deporte. Lo fui, confieso. Crecí en estadios y conocí a las más afamadas figuras de la época –mi tío, Arturo Vázquez Ayala, fue seleccionado nacional, participó en varios mundiales y jugó en importantes equipos del país- pero mis aficiones se desviaron por otros caminos. ¿Por qué escribir sobre fútbol en un espacio dedicado al horror y la fantasía? No porque sea el tema del momento, sino porque descubrí que es un antídoto que inocula a las personas del horror cotidiano, sea la agobiante crisis económica o las decapitaciones tan espantosamente frecuentes de la nota roja diaria. Es una forma de evasión, como lo fueron las historietas durante la Segunda Guerra Mundial. La buena fortuna de muchos futbolistas, como bien me dijo una querida amiga, representa el “mexican dream”. Todos conocemos el caso de un talentoso jugador que nació en uno de los barrios más pauperizados de la ciudad y alcanzó la celebridad internacional y la riqueza. “No podemos vivir agobiados por la adversidad”, me dijo uno de mis compañeros en la Procuraduría de Justicia. El fútbol es, para muchos, un oasis en medio de la tragedia nacional. Lo malo es cuando distrae a la mente de esos horrores que pretende exorcizar, como el drama de los padres de los niños muertos en la guardería ABC o el derrame petrolero en el Golfo de México, o cuando la gente tacha de “traidores” y “apátridas” a quienes no apoyamos religiosamente a la selección nacional. El fútbol me indigna cuando el primer mandatario del país lo privilegia por encima de otros asuntos de mayor trascendencia: prefirió despedir a la selección que recibir a los padres de los niños muertos en la ya mencionada guardería ABC. Como la cultura, el horror y la fantasía no son artículos de canasta básica para este gobierno. El fútbol sí, además de ser un negocio multimillonario. El entusiasmo de muchos aficionados me recuerda también que somos una sociedad sin memoria: el inminente regreso a la presidencia del partido político que estuvo en el poder por 75 años –¿desaparecieron realmente sus viejos hábitos?- es similar a las continuas derrotas del equipo que representa a nuestro país. Pese a todo, la esperanza mantiene en pie a muchos. Sin nuestra confianza y capacidad de creer, todo estaría perdido. Ojala aplicáramos esta filosofía a todos los aspectos de nuestra vida. Hablé del fútbol y el horror. Que la selección mexicana podía haber ganado el mundial, es territorio de la fantasía.

jueves, 24 de junio de 2010

Hacia una clasificación de las películas de desastre y una receta para escribir una

Cuando investigaba en la red sobre películas de desastre, ese subgénero del cine de ciencia ficción que se nutre del drama y el horror –aunque estos géneros pueden ocupar el centro de la trama-, encontré la clasificación que de éstas hace la Wikipedia. Como entes sociales, siempre nos atrae la desgracia ajena, y en el caso del cine de desastres podemos presenciarla desde la seguridad de nuestra butaca. La taxonomía de este recurso de Internet me pareció interesante, a pesar de incluir cintas que no siempre encajan en los rubros que enuncia. También me brindó la pauta para crear una propia. Cual “Índice de maldad”, la cual someto a su consideración.

1. DESASTRES NATURALES. No hay fuerza más inclemente y poderosa que la naturaleza. Frente a ella, a pesar de nuestros portentosos avances tecnológicos, sólo podemos sentir respeto y humildad. No obstante, la indiferencia, ignorancia y codicia del ser humano han atentado indiscriminadamente contra ella. He aquí su venganza.
1.1. Desastres ambientales. Son dramas de supervivencia donde grupos humanos, grandes o pequeños, sufren diferentes embates de la naturaleza. Pueden ser:
1.1.1. Avalanchas. La película homónima de 1978 (Avalancha, Corey Allen) es la representante ideal.
1.1.2. Terremotos. Terremoto (Mark Robson, 1974) es un gran ejemplo. La Ciudad de México ha vivido las consecuencias de éstas catástrofes, como bien recuerdan las personas de mi generación. Hablo de terremotos causados por la naturaleza, no de los provocados por explosiones atómicas o dispositivos arrancados de películas de espionaje, como la bomba atómica que Lex Luthor detonó en Superman (Richard Donner, 1978).
1.1.3. Meteoros. Una de las primeras películas que vi en esos monstruosos reproductores betamax, en mi tierna infancia, fue precisamente Meteoro (Roland Neame, 1979), estelarizada por Sean Connery. Otra película que se toma en serio el tema, con todo y su absurdo cómico y sus impresionantes efectos especiales –para la fecha-, es Armageddon (Michael Bay, 1998). No olvidemos Impacto profundo (Mimi Leder, 1998).
1.1.4. Volcanes. Volcán (Mick Jackson, 1997) y El pico de dante (Rogar Donaldson, 1997), son dos ejemplos de cine de desastres de los años finales del milenio pasado. El jefe de los servicios de emergencia de Los Ángeles (Tommy Lee Jones) en la primera, y un vulcanólogo (Pierce Brosnan) en la segunda, son los responsables de salvar el día.
1.1.5. Inundaciones y olas devastadoras. Retratos de hechos de la vida real, como el terrible tsunami –o surimi, según una voluptuosa “cantante” y “actriz”- que destruyó buena parte de Tailandia.
1.1.6. El mar todopoderoso. Una tormenta perfecta (Wolfgang Petersen, 2000) muestra claramente el poder absoluto del inquilino más grande de este planeta –ocupa do terceras partes de él-. En este sentido, algunas películas de desastres de transportación náutica se colocan en esta categoría.
1.1.7. Calentamiento global. Sus efectos sitúan este fenómeno en esta categoría, pero me parece más adecuado ubicarlas los desastres causados por el hombre.
1.1.8. Tornados. Claramente ilustrados en la película homónima (Tornado, Jan DeBon, 1996).
1.2. Incendios. Cuando el fuego es causado por causas naturales (un rayo que inicia un incendio que devasta una gran área boscosa, por ejemplo). De no ser así, son iniciados por hombre.
1.3. Animales y plantas. Los pájaros (1963) de Alfred Hitchcock y su curioso homenaje El fin de los tiempos (Shyamalan, 2008) demuestran cómo la naturaleza puede cansarse de nosotros. Tarántula (Jack Arnold, 1955), Enjambre (Irwin Allen, 1978) Piraña (Joe Dante, 1978) y Aracnofobia (Frank Marshall, 1990) son ejemplos notables del pavor ancestral a ciertas especies animales.
1.4. Monstruos. Los producidos por la naturaleza, como muchos de los que aparecen en la obra del inglés William Hope Hogdson. En Terror profundo (Stephen Sommers, 1998) unos malvados monstruos marinos hacen estragos sobre un moderno trasatlántico.
1.5. Epidemias. Tienen que ser por causas naturales, como la influencia H1M1 (¿fue natural?). Si no, entran en las producidas por el hombre.
1.6. Desastres espaciales. Nuevamente, tienen que ser ocasionados por la naturaleza, no por extraterrestres ni alienígenas. Si no, los debemos al hombre.

2. DESASTRES CAUSADOS POR EL HOMBRE. Esta categoría se inscribe dentro de los mitos de Frankenstein: la creación que se rebela contra su creador. La arrogancia del hombre, orgulloso de su conocimiento y tecnología, propicia los más grandes males a través de:
2.1. Materiales peligrosos
2.1.1. Desastres químicos y epidemias. Exterminio (Danny Boyle, 2002) da cuenta de un desastre epidemiológico –iniciado por ambientalistas recalcitrantes que liberan monos infectados- que diezma a casi toda la población del archipiélago británico en los 28 días del título original. Junto con REC (Plaza y Balagueró, 2007) es uno de los mejores especimenes de cine de zombis –sin utilizar el apelativo- del nuevo milenio. La Amenaza de Andómeda (1971 y remake televisivo de 2008), basada en la novela de Michael Crichton, Epidemia (Wolfgang Peetersen, 1995) y Soy Leyenda (Francis Lawrence, 2008) pertenecen a esta corriente.
2.1.2. La rebelión de las máquinas. Terminator (James Cameron, 1984) y la trilogía Matrix (hermanos Wachowski, 1999 y 2003) son los mejores exponentes de esta corriente. Ambas abrevan de la imaginación de Phillip K. Dick, William Gibson y algunos de los mejores representantes de la ciencia ficción literaria. Las máquinas, creadas por el hombre para facilitar su existencia, alcanzan un gran nivel de desarrollo, toman conciencia de su superioridad y resuelven que la humanidad es un peligro para su supervivencia y el entorno. Por ello deciden aniquilarnos o nutrirse de nosotros. Cría cuervos…
2.1.3. Desastres nucleares. Un día después (Nicholas Meyer, 1983) nos muestra las consecuencias de un tema que engendró las más notables cintas de horror de los 50s y un subgénero del cine de ciencia ficción japonés conocido como Kagigu eiga –de monstruos gigantes- que tiene en Godzilla a su más notable representante.
2.1.4. Incendios. Un título lo resume todo: Infierno en la torre (John Guillermin e Irwin Allen, 1974).
2.1.5. Calentamiento global. En El día después de mañana (Roland Emmerich, 2004) todo tipo de desgracias, desde enormes marejadas hasta una anticipada glaciación, son producto de la alteración del clima causada por el calentamiento global. Lo mejor de la película: al final, los países subdesarrollados son la salvación del primer mundo.
2.1.6. Monstruos gigantes. Godzilla (Ishiro Honda, 1954), en esencia, es un común y natural lagarto que alcanzó una proporción colosal y destructiva por estar sometido a la radiación de pruebas atómicas realizadas por el hombre. Igual ocurrió con su remake norteamericano (Emmerich, 1998). Es representante de toda una vertiente de cintas que proliferaron en los años cincuenta y sesenta. Las causas que originaron a su colega y heredero norteamericano, el monstruo de Cloverfield (Matt Reeves, 2008), no han sido aclaradas –no sabemos si es de este mundo, si lo creó la milicia o es una especie desconocida por del hombre-, por lo que reservo su clasificación. El cine de monstruos gigantes es otra historia (y una futura entrada de este blog).
2.2. Desastres de transportación. Las cosas a veces salen mal.
2.2.1. Aeroplanos. De ¡Viven! (Frank Marhall, 1993) al popular serial televisivo Lost, las desgracias aéreas son un prólogo excelente para todo tipo de aventuras. Presagio (Alex Proyas, 2009) muestra una excelente secuencia de un avión que se estrella. Las torres gemelas (Oliver Stone, 2006) y Vuelo 93 (Paul Greengrass, 2006) reviven un caso tomado de la horrible realidad –pues ésta supera a la ficción-, donde un conocido grupo terrorista estrella aviones de pasajeros contra conocidos blancos de Estados Unidos. El drama de los pasajeros o los supervivientes es el centro de la película.
2.2.2. Automóviles y camiones. Máxima velocidad (Jan DeBon, 1994) suele considerarse dentro de este rubro, pero no olvidemos que es un maniático (Dennis Hooper, que en paz descanse) quien instaló una bomba en el autobús manejado heroicamente por Keanu Reeves y la hoy laureada Sandra Bullock.
2.2.3. Barcos y submarinos. La aventura del Poseidón (Roland Neame, 1972) y su infame remake. La taquillera Titanic (Cameron, 1997) y todas sus versiones previas son obvias.
2.2.4. Naves espaciales. Ejemplo claro: Apolo 13 (Ron Howard, 1995). La desgracia de esta nave, tomada de la vida real, se debió íntegramente a causas mecánicas, no a meteoros ni a criaturas alienígenas.
2.2.5. Trenes. Un desastre ferroviario es mostrado en El protegido (Shyamalan, 2000). Debemos a nuestro cine otro espécimen, La bestia negra (Gabriel Soria, 1939).
2.2.6. Parques temáticos. Más allá de Oestelandia (Michael Crichton, 1979), con Yul Brynner, cuenta la historia de unos robots que animan un parque de diversiones y se vuelven contra los visitantes, historia parodiada en Los Simpson. Jurassic Park (Spielberg, 1993) ingresa parcialmente en esta clasificación, no por su causa –dinosaurios creados genéticamente- sino por sus consecuencias.



3. DESASTRES SOBRENATURALES. Cuando el fin de la humanidad es causado por designios divinos, monstruos gigantes o invasiones extraterrestres.
3.1. La ira de Dios. Si el Creador contempla el desastre en que hemos convertido su obra, debe sentirse muy molesto. Por ello desata las más variadas formas de destrucción, desde sus hordas angelicales (Legión de ángeles, Scott Stewart, 2009) hasta plagas apocalípticas (Prueba de fe, Stephen Hopkins, 2007).
3.2. Por intervención extraterrestre. Representada por la trama planteada en pleno periodo victoriano por H. G. Wells y sus incontables revisiones, de Marcianos al ataque (Burton, 1996) y El día de la Independencia (Emmercich, 1996) hasta el remake de El día que la tierra se detuvo (Scott Derrickson, 2009).
3.3. Monstruos. Cuando el origen de estos seres obedece a razones sobrenaturales.

Si analizamos todas las anteriores, podemos establecer una receta argumental.

  1. La presentación. Los protagonistas, uno por uno, se presentan ante nosotros, con sus conflictos personales, manías y fobias, con el fin de ganar nuestra simpatía o despertar nuestra más profunda aversión.

  2. Los avisos. El fenómeno destructor, causado o no por el hombre, comienza a anticipar su llegada. Los protagonistas pasan por alto estas advertencias. Algunos las perciben con suspicacia y otros advierten al mundo del inminente caos, pero son tachados de locos, como López Obrador.

  3. El desastre. Se desata la destrucción. Vemos muchas muertes. Nuestros protagonistas emprenden un peregrinar lleno de riesgos para asegurar su supervivencia. Se someten a los más increíbles peligros.

  4. La depuración. Varios de nuestros protagonistas mueren. Algunos heroicamente, otros por azares del destino, unos pocos porque lo merecen (según el espectador).

  5. La resolución. El ánimo de los protagonistas parece desmoronarse, pero sacan fuerza de flaqueza. Están resueltos a sobrevivir.

  6. La inyección de emoción. Para aumentar la tensión, el fenómeno destructor ataca de nuevo (una réplica de terremoto, la segunda erupción de un volcán, o un nuevo ataque extraterrestre, por ejemplo), pero nuestros héroes siguen adelante, facilitada su odisea con el costo humano de un valiente.

  7. La luz al final del túnel. Luego de la tormenta viene la calma. Nuestros héroes –los sobrevivientes- recuperan la paz que el fenómeno destructor les arrebató. Casi siempre resuelven sus dramas individuales (conflictos de pareja, filiales o de trabajo) gracias a la experiencia.
Esta fue mi humilde clasificación y la receta que identifiqué para escribir una película de desastres. Depende de ustedes renovar la fórmula.

Dos regalos para todos los niños

Dos películas interesantes se estrenaron el pasado día del niño. La primera fue la “revisitación” de la ya clásica cinta de 1973 The crazies, conocida en México como Colapso: exterminio brutal. A su director, George Andrew Romero, debemos gratitud eterna por coescribir y dirigir esa joya del cine de horror/metáfora social, llamada La noche de los muertos vivientes (1968). El remake fue bautizado El día del Apocalipsis (Breck Eisner, 2010). La otra cinta estrenada ese viernes 30 de abril fue la que reseñó mi amigo Rafael Aviña para la sección Primera fila del periódico Reforma. A continuación reproduzco su crítica.

El amor en tiempos de catástrofe
Rafael Aviña

Un futuro cercano, tal vez otoño. El planeta muere: el frío es insoportable, plantas y animales se han extinguido.
Los escasos sobrevivientes matan por combustible, cobijo y por comida: el canibalismo está a la alza.
El último camino (EU, 2009) del australiano John Hillcoat, es una adaptación de la descarnada novela de Cormac McCarthy, el mismo de Sin lugar para los débiles.
Una fábula apocalíptica que rebasa todo apunte religioso y moral para trastocarse en un conmovedor relato sobre la relación entre un padre y su hijo.
Drama filial, historia de horror, mezcla de suspenso, ciencia ficción, neowestern y alegoría ecologista, bebe de fuentes tan extremas como Mad Max, El chico de Charles Chaplin, Voraz y del cine de zombies (de Seres de las sombras y Soy leyenda a las metáforas de George A. Romero).
También toma aspectos de filmes milenaristas rusos como El visitante del museo o Cartas de un hombre muerto. Todo ello, para contar una trama de desencanto, frustración y conciencia de la vulnerabilidad en una sociedad destinada al olvido.
En ese panorama desolador y gris, donde los árboles fallecen literalmente (gran trabajo fotográfico del español Javier Aguirresarobe), dos seres intentan sobrevivir conservando algo de humanidad (“la flama en el corazón”)
Un hombre (Mortensen, notable) que rememora fragmentos de vida con su bella esposa (Theron) y un chico (Smith-McPhee), su hijo, a quien protege de la pauperización moral y social que prevalece en ese caótico y violento mundo, en una trama de gran dimensión épica y uiversal que evita la obviedad y el melodrama y que mantiene un tono de horror y suspenso y al mismo tiempo una parábola filosófica de altos vuelos.
Escenas bellísimas como la del baño en la tina, o aquella de la lata de soda, muestran además de la notable y sosegada química entre los protagonistas, la gran sensibilidad de un relato que traza una emocionante mirada filial: la de un padre que representa el último trozo de memoria de una conciencia moral en estado paranoico y la de un hijo que encarna el nuevo espíritu de una sociedad alienada como resquicio de esperanza ante lo inevitable.
Junto con Distrito 9 y Tierra de zombies, El último camino ejemplifica el estupendo momento por el que atraviesa el cine de horror fantástico estadounidense.

lunes, 21 de junio de 2010

El mundo se va a acabar…


Cuando observo los efectos del calentamiento global, el derrame petrolero en el Golfo de México, las especies animales que aniquilamos sin misericordia y cosas aparentemente irrelevantes en medio de la tragedia nacional –porque la crisis económica, la indolencia de la Suprema Corte de Justicia y la guerra contra el narcotráfico se cuecen aparte-, como el hermoso parque cercano a mi casa, donde la muchas personas arrojan indiferentemente todo tipo de desperdicios –desde botellas de cerveza hasta condones usados-, no puedo evitar un fatal sentimiento: el ser humano, como especie, no merece existir. Es cierto que habemos unos pocos locos que tenemos cierto nivel de conciencia y que el hombre ha creado las más sublimes expresiones artísticas, pero todos esos triunfos palidecen frente a nuestra naturaleza predadora sin sentido. Una película protagonizada por Jamie Lee Curtis (Virus, John Bruno, 1999) ya lo dijo: el hombre es un virus. Los virus destruyen a su huésped y se multiplican.
Uno de los temas más recurrentes de la ciencia ficción es el fin del mundo. Desde maravillosas y terribles películas setenteras como Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973) hasta impresionantes pirotecnias contemporáneas como 2012 (Roland Emmerich, 2009), el fin de la civilización ha exaltado la imaginación de escritores y cineastas y ha servido como una forma de sacudir nuestra conciencia sobre la manera en que tratamos a nuestro planeta.
Escribo esto no porque la reciente derrota de potencias futbolísticas sea una señal del fin del mundo, sino porque vi la película El último camino (John Hillcoat, 2009), basada en la novela The road, de Cormac McCarthy, autor de otro libro que ya ha sido llevado a la pantalla grande, Sin lugar para los débiles (hermanos Cohen, 2006). El eficiente guión de Joe Penhall narra la historia de un hombre ordinario (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smith-McPhee), quienes viven un drama de supervivencia en un planeta tierra devastado, donde las condiciones de vida han llevado a todas las especies animales a la extinción, a las vegetales al borde de la misma y los pocos sobrevivientes humanos están en una continua búsqueda de alimento, la cual lleva a muchos al canibalismo. La supervivencia del más apto, anunciaba Charles Darwin. El resignado padre lucha no sólo por su vida, sino por mantener alejado a su vástago de estos horrores (“nosotros nunca nos comeremos a alguien”). La cinta no pierde tiempo en profundizar en las causas que condujeron al mundo a la tragedia –no sabemos si fue por una guerra mundial, el calentamiento global o un virus asesino-, lo que le importa son las consecuencias. La trama está plagada de flashbacks, el preludio funesto a su aventura, donde el hombre recuerda su vida pasada al lado de su esposa (la sudafricana Charlize Theron), quien no resiste la inminente tormenta. A lo largo de su desventura, nuestro héroe contempla el suicidio en más de una ocasión, pero el instinto de conservación se impone junto con la necesidad de preparar a su hijo para seguir adelante cuando ya no se encuentre en este mundo, angustia inherente de todo buen padre. La desgracia despierta lo mejor de la naturaleza humana –recordemos el sismo de 1985 o el terremoto de Haití-, pero también lo más vil –rapiña, robos, instintos violentos- y los protagonistas lo descubren en carne propia. También encuentran placer en las cosas pequeñas, como el hallazgo de una simple lata de refresco. Destaca la modesta producción de la película –que no precisa de efectos por computadora-, apoyada de una eficaz fotografía de Javier Aguirresarobe, cuya paleta está dominada por tonos grises, y las breves apariciones de Robert Duvall y Guy Pearce. El desenlace, pese a una nota esperanzadora a través de la limpia mirada de un perro, anuncia la fatalidad a la que nos dirigimos. Una película depresiva, cierto, pero inquietantemente relevante.

jueves, 17 de junio de 2010

¿Quién teme a los payasos?

Lon Chaney, el entrañable actor conocido como “El hombre de los mil rostros”, advirtió correctamente que el payaso, extrayéndolo de su entorno circense, inocente y doméstico, poseía una de las imágenes más aterradoras. En sintonía está Robert Bloch, discípulo de H. P. Lovecraft y autor de “Psicosis”, quien pensaba que representa la esencia del verdadero horror. Si reflexionamos a profundidad, el payaso es un agente de la anarquía y el caos. Su rostro maquillado, su nariz roja y sus ropas extravagantes son la antítesis de lo “normal”, un desafío descarado a todas las convenciones de la sociedad. Cuando acuden al circo, por gentileza de sus padres, los niños reaccionan de diversas formas ante los inocentes bufones: algunos sienten la más genuina simpatía por ellos, otros la más profunda aversión, incluso un terror indecible. Y digo terror –no horror- porque rechazan inmediatamente su aspecto físico. Es éste el que los atemoriza. Un payaso, en un callejón oscuro, a la medianoche, es capaz de asustar a cualquiera. Muchas veces la ficción se ha valido de la capacidad de estos personajes para aterrar a su público. Pennywise, el payaso que baila, villano alienígena de la novela “Eso” (1986) de Stephen King, se aprovecha de su colorido como arma de seducción para acercarse a sus víctimas. Esto tiene símil en la realidad, que siempre supera a la ficción. John Wayne Gacy, amable vecino del suburbio de Norwood Park en Chicago, hombre de familia, empresario y asesino en serie de medio tiempo, acostumbraba disfrazarse como Pogo el payaso para hacer las más nobles acciones comunitarias. En su otra identidad, la verdadera, asesinó a 33 chicos de entre 9 y 20 años. A diferencia de la creencia popular, Gacy nunca utilizaba su colorido disfraz para realizar sus faenas homicidas. El maquillaje era su “máscara de sanidad”, la forma de encajar en su entorno. El criminal fue ejecutado el año 1994 por sus acciones. Más reciente es la encarnación del malogrado actor Heath Ledger como el malvado Guasón, enemigo de Batman. En El Caballero de la Noche (Nolan, 2007), es un asesino despiadado que se reinventa con cada víctima, un hombre “que sólo quiere ver el mundo arder”. Su apariencia –establecida desde las historietas- es la de un payaso y sirve como contraste evidente con la personalidad sombría de su némesis. Su rostro está desfigurado por enormes cicatrices que cubre con maquillaje para adquirir el aspecto de un arlequín demoníaco e inspirar miedo. Y lo logra. Bob Kane, uno de los creadores de Batman –porque Bill Finger nuca ha recibido el reconocimiento adecuado-, se inspiró en el aspecto del actor alemán Conrad Veidt en la película El hombre que ríe (Paul Leni, 1928) para crear al criminal. Como el Guasón de Ledger, su sonrisa está marcada permanentemente en su rostro, lo cual demuestra que este gesto no siempre es divertido.

lunes, 14 de junio de 2010

Dexter, tercer acto

Sigamos hablando de televisión. Muchas series contemporáneas tienen un infausto destino, y esto se debe a la calidad de sus historias. Amas de casa desesperadas, en su primera temporada, inició como una propuesta prometedora pero derivó en el más grande absurdo; 24 agotó inmediatamente lo innovador de su narración; Héroes erró el rumbo de lo que parecía una interesante visita al mundo de los superhéroes. Pero he aquí un caso afortunado. El martes pasado fue el final de la tercera temporada de las aventuras de Dexter Morgan (Michael C. Hall), el analista de indicios hemáticos de la Policía de Miami que en su tiempo libre es un experimentado homicida. El personaje comprueba lo que afirma mi amigo Ricardo Bernal: los asesinos en serie son los superhéroes del nuevo milenio. Y es que es imposible que no nos atraigan estos personajes. Ellos se atreven a lo que nosotros no y viven más allá de las normas sociales, religiosas, legales y éticas. Dexter es especialmente relevante en una sociedad –como la nuestra- donde la justicia no siempre llega a quien la merece. El personaje tiene un código que lo lleva a matar a quienes mataron impunemente y escaparon del sistema por errores o tecnicismos. En ese sentido se erige, aunque tenemos plena conciencia que lo que hace está mal, en una especie de justiciero, “no el que la ciudad necesita, sino el que merece”, para citar a los clásicos. Es un asesino que realiza lo que correspondería a los gobiernos. Triste pero cierto. Triste pero quizá necesario.
Dexter terminó pues su tercer ciclo, uno marcado por la soledad y la búsqueda de aceptación, porque el hombre por naturaleza es un animal gregario. Esto lo llevó a relacionarse con Miguel Prado (Jimmy Smiths), un torcido Fiscal de Distrito que se convirtió en su amigo, aprendiz y socio. El vínculo no fructificó y tuvo un desenlace inevitable. Las mejores historias de Batman no incluyen a Robin. Dexter aprovechó para saldar cuentas con un nuevo asesino, “El Desollador” y también emprendió otra aventura, la de la vida en pareja. Su novia Rita Bennet, (Julie Benz) madre divorciada de dos hijos, sobreviviente de un matrimonio violento –la pobre mujer no se distingue por saber elegir a los hombres-, es la fachada que Dexter necesita para aparentar normalidad ante la sociedad, su “máscara de sanidad”, como dijera el psiquiatra estadounidense Hervey Cleckley. Ahora tendrán un hijo y por ello, como muchas parejas, se casaron. Siempre pensé que el héroe –porque nos guste o no Dexter lo es- está condenado a la soledad. En ocasiones el compromiso resta interés a estos personajes. Pensemos en Peter Parker, alias Spiderman, o en el ogro Shrek. Pero en el caso de Dexter su posición como hombre de familia es un nuevo reto, como seguramente lo fue para John Wayne Gacy, el asesino en serie que era un devoto esposo de medio tiempo. Cumplir sus actividades homicidas con las presiones de la vida conyugal será una proeza indudable. La escena final de la temporada, con el baile nupcial de Dexter y su flamante esposa, es sumamente reveladora de lo que nos espera: la gota de sangre de Dexter sobre la blancura inmaculada del vestido de Rita. No puedo esperar.
Por cierto, pueden escuchar el podcast que Testigos del Crimen le dedicó hace tiempo.

viernes, 11 de junio de 2010

Fé de erratas

Bajos instintos es una película de 1992. En la anterior entrada de este blog escribí erróneamente que era de 1990. Mea culpa.

jueves, 10 de junio de 2010

Dos finales y un final final

Dos series televisivas de reciente vida llegaron a sus finales de temporada la semana pasada. La primera fue Fringe, esa original pieza concebida por J. J. Abrams y sus ingeniosos cómplices Alex Kurtzman y Roberto Orci, digna heredera de populares programas como Kolchak, el cazador nocturno y Los expedientes secretos X. La pugna de dos universos paralelos (el nuestro, donde el World Trade Center neoyorkino fue derribado el 11 de septiembre, y el otro, donde las torres gemelas aún siguen en pie y Eric Stoltz protagonizó Volver al Futuro) apenas comienza y promete nuevas emociones: la agente federal Olivia Dunham (Ana Torv) quedó atrapada “del otro lado del espejo”, a merced de Walternativo (John Noble), el siniestro Secretario de Defensa de los Estados Unidos de esos rumbos. Mientras tanto la Olivia alterna (o Bolivia, según los guionistas) se apega a Peter Bishop (Joshua Jackson) pues es de vital importancia para los planes del enemigo. El recurso de los universos paralelos no es nuevo (es ampliamente explotado en las historietas de DC y Marvel), pero sí muy interesante.
La otra serie que concluyó ciclo fue V, reelaboración de la ya clásica serie ochentera Invasión extraterrestre, esa donde unos malvados reptiles alienígenas pretendían conquistar la Tierra, cuales lobos con piel de ovejas. La serie, como Fringe, se nutre sin duda de la paranoia del 11 de septiembre. La resistencia se revela, por conveniencia de la manipulación mediática invasora, como un grupo terrorista –la Quinta Columna- que opera en células, de forma similar a Al Qaeda. Su primera victoria, la infiltración en una de sus naves y la destrucción de miles de huevos de lagartos, sólo desató la ira de Anna (Morena Baccarin), quien aceleró el inicio de un plan que seguramente tendrá consecuencias nefastas para nuestro planeta. Pero estamos a salvo por el momento. Eso será para su segunda temporada.
Y finalizo con una nota amarga (al menos para mí). Se anunció la cancelación de La Ley y el Orden, el policial televisivo más antiguo, laureado y original en su tipo. Este es un motivo de profunda tristeza, pues lo vi por vez primera hace 20 años cuando era un tierno estudiante del CCH Sur. Sus personajes, que han rotado a lo largo de los años, se convirtieron en figuras esenciales de mi formación. Cuando el actor Jerry Orbach, quien encarnó por 12 temporadas al veterano detective Lennie Briscoe, murió de cáncer en 2004, experimenté un duelo inusual. Y es que me hice viejo a la par de sus protagonistas. Aún no puedo comprender el criterio para sacarla del aire. Es cierto, es una serie de fórmula (ocurre un crimen, hay una investigación policial plagada de misterio y ocasionalmente acción, se captura al probable responsable, se sigue su proceso judicial, hay giros legales y una condena), pero toma muchas de sus historias de la nota roja cotidiana, lo cual asegura su vigencia. No creo –como muchos piensan- que la inclusión de nuevos personajes sea responsable de su cancelación. Los detectives Lupo (Jeremy Sisto) y Bernard (Anthony Anderson) son miembros de una nueva generación de policías, una que usa el Internet y sus modernas Palms para hacer su trabajo. No olvidemos que la serie influenció la técnica narrativa de los programas de televisión contemporáneos: su escenario es la ciudad de Nueva York, una de las urbes más complejas de la sociedad occidental; el seguimiento de las investigaciones, que no pierde tiempo en detalles innecesarios, está realizado cámara en mano, lo que le otorga un aspecto documental. Sus dos filiales, La Ley y el Orden: Intento Criminal y La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales, sobrevivirán. En la última acaba de aparecer como invitada la actriz Sharon Stone, quien se hiciera famosa por cruzar las piernas en Bajos instintos (Verhoeven, 1990), como la nueva Asistente del Fiscal de Distrito –que fue compañera del detective Eliot Stabler (Christopher Meloni) e investiga a un supuesto filicida, crimen hoy tan de moda por el horrible caso de los niños de Tepito-. El episodio fue bueno. Que La Ley y el Orden termine, eso sí es bajo.

lunes, 7 de junio de 2010

Los niños de hoy y el cine

Nos encontramos en la cuenta regresiva al inicio del mundial de futbol. Karl Marx pensaba que este deporte, junto con la religión, es el opio de los pueblos. Mientras tanto vayamos a lo nuestro. Algunas películas para niños no son ya del estilo de mis más entrañables recuerdos infantiles. Acabo de ver dos que me significaban grandes pendientes: Donde viven los monstruos (Were the wild things are, 2009) y El fantástico señor Zorro (The fantastic Mr. Fox, 2009), dirigidas por Spike Jonz y Wes Anderson, dos jóvenes cineastas norteamericanos, atípicos, irreverentes, que no serían la primera opción de un gran estudio para adaptar memorables relatos infantiles para la pantalla grande.
Vayamos por partes, como el descuartizador. A Jonz debemos interesantes cintas como ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) y El ladrón de orquídeas (2002). En ambas demuestra su buen oficio y predilección por historias poco convencionales. Donde viven lo monstruos narra las andanzas de Max (Max Records), un niño de 8 años que persigue a su perro y comete todo tipo de estropicios enfundado en un inocente disfraz de lobo. Su indisciplina se desprende del divorcio de sus padres, del desapego de su hermana y del intento de su madre (Catherine Keener) por rehacer su vida sentimental. Tras un exabrupto, huye de casa y se embarca a una tierra imaginaria, un mundo de evasión habitado por enormes monstruos –de aspecto salvaje pero enternecedor- de quienes se autoproclama rey. El más problemático de ellos, Carol, puede interpretarse como una especie de alter ego del infante: rebelde sin causa, peleado con sus semejantes y muy propenso a la destrucción. Con él y los otros monstruos entabla una relación que le permite aceptar su situación y reconciliarse con la vida. La película, que evita en exceso los sentimentalismos y lugares comunes, se erige como un relato de paz recuperada con una buena rebanada de pastel de chocolate como broche de oro. Los monstruos son personas disfrazadas con enormes botargas –tipo Dr. Simi- con rostros animados por computadora y partes animatrónicas, con voces –en inglés- de actores como James Gandolfini –alias Tony Soprano-, Catherine O´Hara –la madre excéntrica en Beetlejuice-, Forest Withaker y Cris Cooper –el doblaje en español no es tan malo-. La cinta, escrita por el propio Jonze y Dave Eggers, es una tardía adaptación del libro homónimo de Maurice Sendak, quien funge como coproductor. En el año de su publicación, 1963, el divorcio era algo poco común en la sociedad –por innumerables razones-, motivo inminente de marginalidad. Hoy es algo cotidiano. En un grupo de primaria promedio, el raro es el niño cuyos padres están felizmente casados. Tal vez de ello se desprende el tono poco emotivo de la cinta, que creo es su mayor defecto como película infantil. Pasajes increíblemente sentimentales –como el aullido colectivo de despedida- pasan casi desapercibidos.
Caso similar es El fantástico señor Zorro, adaptación del libro del escritor estadounidense Roald Dahl, quien recibe su crédito en el mismo inicio de la cinta. A la imaginación del señor Dahl debemos historias que han sido llevadas a la televisión y el cine, como el episodio Cordero para cenar de Alfred Hitchcock presenta, Las brujas (Nicolas Roeg, 1990, cuyo remake viene en camino) y Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005). A partir de un guión de Noah Baumbach, Wes Anderson nos narra la historia del señor Zorro del título, un ladrón de pichones aparentemente reformado por la paternidad con voz de George Clooney. Está felizmente casado con la señora Zorro (voz de Meryl Streep), tienen un hijo con problemas de crecimiento (voz de Jason Schwartzman), escribe una columna en el diario local y vive en la casa-árbol de sus sueños. Pero algo hierve oculto en su pecho pues es, en sus propias palabras, “un animal salvaje”. Por ello urde un plan para robar –con ayuda de su amigo zarigüeya- tres granjas locales. Esto desata la ira de los propietarios de los ranchos, quienes emprenden una aparatosa cruzada para exterminar a los culpables. El señor Zorro pone así en juego su integridad, la de su familia y la de su comunidad entera. Anderson, a quien debemos divertidas y extrañas cintas como Rushmore (1998), Los excéntricos Tenebaums (2001), La vida acuática con Steve Zissou (2004) y Viaje a Darjeeling (2007), ejecuta a la perfección la más tradicional de las técnicas de animación, el stop motion –en el mejor homenaje al trabajo de la productora Rankin/Bass-, pero por alguna razón el relato, con todo y lo vistoso de sus personajes y escenarios, no logra enganchar. O quién sabe. Tal vez estos cineastas tienen en cuenta el cambio de ánimo de los nuevos espectadores, el nuevo cine que merecen. Tal vez yo soy el anticuado. ¿Ustedes qué piensan?

sábado, 5 de junio de 2010

Voto de confianza

Charles Baudelaire y Fernando Savater, como tantos escritores, piensan que la literatura es la infancia recuperada a voluntad. Lo mismo puede decirse del cine. Muchos de los primeros recuerdos de mi vida están relacionados con aquellos viajes periódicos al desaparecido cine Continental, en la Ciudad de México. Mi madre, valiéndose de privilegios de su condición de empleada de la Procuraduría de Justicia, me llevaba los sábados a deleitarme con películas de Walt Disney, viejas o de reciente estreno. En ese sacrosanto recinto aprendí que la imaginación es uno de los aspectos más maravillosos de la condición humana. No puedo evitar recordar esto cuando veo en el Periférico espectaculares que anuncian el inminente estreno de la tercera parte de la serie Toy story, que iniciara en el año de 1995 bajo la dirección de John Lasseter, artífice e iniciador del imperio de animación por computadora Pixar, estudio continuador indiscutible de la tradición Disney y que ha conservado la delantera en el campo. Si Toy story demostró originalidad y frescura –la cual extendió a una exitosa secuela (Lasseter y Ash Brannon, 1999)- es tal vez inferior a sus hermanas mayores Ratatouille (Brad Bird, 2007), Wall-E (Andrew Stanton, 2008) y Up, una aventura de altura (Pete Docter, 2009). Y esto no sólo por los notables avances tecnológicos que la compañía alcanza entre cada cinta, sino por su depurada técnica narrativa, por lo atractivo de su historias –que pueden disfrutar por igual chicos y grandes- y por la profundidad de las mismas. Remy, la humilde rata con aspiraciones culinarias, reconoce su verdadera vocación en el momento más conmovedor de la cinta que protagoniza: “porque yo soy el chef”, asegura resuelto a su padre y hermano. Al final es recompensado. Es calificado como “el mejor chef de Francia” por su principal detractor y posterior admirador. Si la calidad que las historias de Pixar es similar en esta nueva incursión, auguro el mejor resultado para Toy story 3. Veamos si tengo razón al confiar.
Es irónico que hable de una película infantil en el día en que se cumple el primer aniversario del incendio que cobrara tantas víctimas. Porque no sólo son víctimas los 49 pequeños muertos en la guardería ABC, o las docenas de niños con afecciones crónicas. Lo son también las docenas de padres, abuelos y tíos que nunca aceptarán la pérdida de sus seres amados. Ojalá desde el Cielo, porque los inocentes no pueden estar en otro lugar, les envíen fuerza a sus deudos para aprender a vivir sin ellos. A pesar de la indolencia de los gobiernos, la justicia para ellos debe llegar.

jueves, 3 de junio de 2010

Grand finale

Como los medios bien se han encargado de informarnos, el caso de la pequeña Paulette Guevara llegó a un desenlace anticipado semanas atrás: muerte accidental. Dejemos a un lado los errores evidentes en la pesquisa, las fallas imperdonables en la preservación de la escena del crimen, el reducido espacio al pie de la cama y un pequeño cadáver inodoro. Al final la muerte de Paulette sólo refuerza la incredulidad de la gente en sus instituciones. La renuncia de la cabeza de la investigación, que claramente obedeció a intereses políticos, no deja satisfecha a una opinión pública con una capacidad de indignación selectiva –parece que las ejecuciones y decapitaciones se han convertido en algo cotidiano-. En las encuestas, el 80 por ciento de la población no cree en la resolución oficial y piensa que se trató de un homicidio encubierto. El responsable de la muerte de la niña –si lo hubo, según la Procuraduría mexiquense- nunca recibirá castigo alguno y su identidad permanecerá como un misterio, como la de Jack el destripador y los asesinos de John F. Kennedy, Jimmy Hoffa y Paco Stanley. Lo único gratificante, si es que lo hay, es que no he perdido mi capacidad de asombro.