lunes, 30 de septiembre de 2013

Reestreno de "Renfield, el apóstol de Drácula"

El próximo miércoles 2 de octubre, a las 20:30 horas en el Teatro Helénico del Centro Cultural, se reestrenará "Renfield, el apóstol de Drácula", monólogo escrito por su servidor con el talentoso Guillermo Henry, bajo la dirección de Eduardo Ruiz Saviñón. Los boletos cuestan $150.00 y están disponibles en taquilla o (con cargo extra) en Ticketmaster. No falten. Va la sinopsis:
Después de viajar a Transilvania para asegurar una transacción con el aristócrata Conde Drácula, el agente en bienes raíces R. M. Renfield regresa enloquecido a su natal Londres, donde es recluido en una institución para enfermos mentales. Sus guardianes lo llaman, por su particular tipo de manía, “el comedor de insectos”. Entre los muros opresivos del manicomio narra los detalles de su viaje a la oscuridad, uno hecho a través bosques tenebrosos hasta llegar a un castillo en ruinas habitado por un sanguinario vampiro y tres seductores demonios de la perversidad. Al final, Renfield descubre su verdadero papel en los acontecimientos descritos en una de las obras fundamentales de la literatura universal. Comenzó como su invitado, pero es el apóstol de Drácula.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Regreso triunfal a la Tierra de los Vampiros

Esta es una deuda de sangre. 2002 fue un año decisivo en la carrera de Guillermo del Toro. A punto de partir a España a filmar El espinazo del diablo, ejecutivos hollywoodenses se aproximaron a él para encargarle la dirección de Blade 2, la secuela directa de la cinta que Stephen Norrington realizara en 1998. Era un candidato ideal para ellos, sin duda. Otros cineastas, deslumbrados por el llamado al Olimpo, habrían cancelado todos sus compromisos, sin cuestionar. Afortunadamente, el tapatío supo darse su lugar. “Tendrán que esperar”, les dijo e hizo sus maletas. Al regresar puso manos a la obra, apoyado de cerca por Peter Frankfurt, productor de la cinta, y por su mismísimo protagonista Wesley Snipes. La noticia por sí misma me emocionó profundamente. Por si fuera poco me enteré que mi buen amigo Gabriel Beristáin trabajaría en el proyecto como cinefotógrafo. Tres años atrás le ofrecí mis conocimientos en ciencias forenses cuando realizó su debut como director, El grito (1999), relato policiaco nunca estrenado en México y destinado, por razones que no discutiré ahora, al mercado del video. Nuestra comunicación por correo electrónico fue la experiencia más emocionante. Desde la República Checa, lugar del rodaje, me enviaba fotografías que captaba in situ. Mayor privilegio era imposible.
Pero primero lo primero. Blade, creado por Marv Wolfman y Gene Colan en 1973, surgió como un personaje de apoyo en la serie La tumba de Drácula, esfuerzo de Marvel comics por ofrecer a los devotos del horror un producto atractivo. Y como sucedió a muchos héroes de su tipo, creció hasta adquirir mayor importancia. Lo hacían notorio dos cosas: era negro –afromericano, si atendemos la corrección política- y además dhampiro, híbrido de un ser humano y un hijo de las tinieblas, justo como Nada –personaje de la novela La música de los vampiros de Poppy Z. Brite- o el paladín Vampire Hunter D. De tal suerte poseía lo mejor de ambos mundos, “todos los poderes de un vampiro y ninguna de sus debilidades”.
El resultado superó con creces a su predecesora. No porque esta fuera mala, sino porque nuestro paisano logró imprimirle su sello personal y le abrió las puertas, con ojos renovados, a un mercado del que estaba desencantado. La obra tenía un estilo reconocible y consolidaba las obsesiones del director. Fue, en muchas formas, un anticipo de lo que vino el siguiente año y en el medio impreso en la primera década del nuevo milenio. Después de lo ocurrido en su primera aventura, con información sacada a la fuerza al vampiro Rush (Santiago Segura), Blade (Snipes, en un papel hecho a la medida) recorre Europa en busca de su amigo y mentor Abraham Whistler (Kris Kristofferson), quien no murió tras intentar suicidarse y es cautivo de sus enemigos. Cual drogadicto, Whistler es rehabilitado por el héroe y su nuevo armero Scud (Norman Reedus, el Daryl de The walking dead). Es contactado entonces por la Nación de Vampiros, a través de Nyssa (Leonor Varela), hija de su malvado líder Eli Damaskinos (Thomas Kretschmann) y su “casi humano” abogado Karel Kounen (Karel Roden), para combatir a una nueva amenaza que pone en riesgo a los dos mundos: el virus Reaper –los vampiros de los vampiros-, representada en su terrible paciente cero Jared Nomak (Luke Goss), tal como nos lo reveló el estupendo prólogo del guión de David S. Goyer, que tuvo que trabajar para incorporar la visión del tapatío. A regañadientes, Blade es dotado de un equipo de mercenarios (chupasangres, por supuesto) para enfrentar el reto, conocidos como The Bloodpack y conformado por Chupa (Matt Schulze), Asad (Danny John-Jules), Snowman (Donnie Yen), Verlaine (Marit Velle Kile), Priest (Tony Curran) y Reinhardt (Ron Perlman), mole prepotente con una gran aversión hacia Blade.
Continúa un festín de disparos, piruetas y persecuciones en el que Del Toro se regodea al utilizar situaciones por la que aprendimos a admirarlo. Está por ejemplo el dispositivo de acceso que identifica a los vampiros por su tipo de sangre, que funciona como La invención de Cronos; las partes anatómicas de Damaskinos, que guarda en frascos cual Diether de la Guardia; los sucios alcantarillados que vimos desde Mimic; las secuencias de combate que fusionan el más puro estilo oriental y lo mejor de la lucha libre mexicana. Luego está la parte estilística. Las imágenes que el director logró, trabajando hombro con hombro con Gabriel, son un triunfo: “quiero que la noche se vea amarilla”, le pidió. Y así fue. La cinta también representó la segunda colaboración del “gordo” con Marco Beltrami, quien compuso una briosa partitura que no omite ritmos electrónicos, y la reunión de un cuadro actoral ya común en la filmografía de Del Toro: Perlman, Reedus, y adiciones como Goss, Roden y Segura. Y muy encima coloco el aspecto de los Reapers, giro completo a la visión tradicional del vampiro. Calvos, increíblemente agresivos, con una mandíbula –tipo Depredador- con la que se aferran a su presa y una lengua retráctil –semejante a la de un camaleón-, son el mejor esfuerzo por explicar al monstruo desde un punto de vista biológico. Así lo demuestra la secuencia de necropsia, brillante. O está esa piscina de sangre donde Damaskinos –cual Erszebeth Bathory- recobra la vitalidad, y la sangre gelatinizada con la que se nutre. “Jell-O para vampiros”, pensé.
Blade 2 es un divertimento total, eficiente a más no poder. Recuerdo bien como el público en la sala de cine –y me incluyo, por supuesto- aplaudió cuando el héroe, luego de derrotar a un pequeño ejército, atrapó en el aire sus famosos anteojos negros y se los colocó, presto para la confrontación final. La película triplicó su inversión, y no dudo que inmediatamente los productores hayan pensado ofrecerle a nuestro paisano la realización de una tercera –esa terminó dirigiéndola el propio Goyer-, pero ya estaba en otro lugar. Se dirigía a uno mejor, para el bien de todos sus adeptos. 

martes, 10 de septiembre de 2013

Sobre el final de temporada de Bates motel

Ayer concluyó en Latinoamérica la primera temporada de Bates motel, la teleserie desarrollada por Carlton Cuse, Kerry Ehrin y Anthony Cipriano a partir de Psicosis, la inolvidable novela que Robert Bloch escribió en 1960. El resultado me causa opiniones encontradas, mayormente favorables. El programa parte de un par de actores precisos y eficientes: el otrora infante Freddie Highmore como el joven Norman Bates –en un papel que parece un traje a la medida- y Vera Farmiga como su abnegada madre Norma. A simple vista la sabia elección de reparto parecía suficiente, pero las cosas comenzaron a desviarse. Al tercer episodio comencé a pensar que un rayo nunca cae dos veces en el mismo lugar. ¿Cuáles son las posibilidades que el escenario del nacimiento de un futuro psicópata estuviera enmarcado por una historia de trata de blancas y narcotráfico? ¿Acaso la serie no debía girar en torno a la enfermiza relación de madre e hijo y cómo éste se convierte en un asesino travestido? Los personajes de apoyo –el hermanastro incómodo (Max Thieriot), el sheriff malaleche (Nestor Carbonell), su asistente calenturiento (Mike Vogel), la noviecita con la cabeza vacía (Nicola Peltz), la enamorada con fibrosis quística (Olivia Cooke)-, la promisoria carrera literaria de Norman y sus fallas argumentales son irrelevantes ante los mejores momentos de la serie, que son los que se acercan a la historia de Bloch: sus extravíos emocionales –blackouts les dicen también-, cuando Norman, en pleno arrebato de desamor, habla como su madre –incluso con su tono-, o su reacción al presenciar cómo un auto atropella al perrito que rescató de la calle. Mientras carga a su mascota inerte, exclama fuera de sí “debemos llevarlo con el papá de Emma. Él repara cosas muertas”. Evidentemente se refiere al oficio del señor Decody (Ian Hart) y a su futuro pasatiempo, la taxidermia.


La cereza en el pastel fue contemplar a su primera víctima –porque yo aún no me trago que fuera su padre-, esa desafortunada maestra asaltacunas (Keegan Connor Tracy). Su amable respuesta entre el público ha valido a la serie el beneficio de una segunda temporada, así que sabremos de los Bates muy pronto.

martes, 3 de septiembre de 2013

Cuéntame una de fantasmas

Para 2001, con dos largometrajes en su haber y 37 años de edad, el cineasta mexicano Guillermo del Toro ya había definido 10 elementos esenciales en su obra:

1. Su fascinación y respeto por lo fantástico y los monstruos, seres incomprendidos como el aficionado a estos temas. El propio del Toro es un ser marginal, aplaudido en varios círculos pero menospreciado en muchos más.
2. Su conocimiento y cercanía con esto emanaba de su gran afición por la literatura, el cine, la televisión y los cómics, tal como el lector de este blog.
3. Su fascinación por los insectos, seres milenarios con incontables connotaciones.
4. Su fascinación por los engranes y la maquinaria de relojería, alegorías del avance inexorable del tiempo.
5. Los símbolos religiosos, sean ángeles envueltos en plástico, crucifijos o iglesias, muy presentes durante su primera educación. El director recuerda, divertido, los dos “exorcismos” que le practicó su abuela en su juventud.
6. Su visión internacional, como revela sus repartos multinacionales, un Centro Histórico plagado de señalización en chino o un sacerdote de la misma nacionalidad perseguido por sus cucarachas gigantes.
7. Personajes de la tercera edad, como el anticuario Jesús Gris o el millonario Dieter de la Guardia.
8. Personajes infantiles, grandes detentores de la inocencia y lo maravilloso que a menudo se exponen a horrores indecibles.
9. Situaciones familiares, como su gusto por los tríos y los boleros o las explosiones en la red subterránea de su natal Guadalajara de 1992.
10. Como consecuencia de lo anterior, las alcantarillas y los lugares oscuros, cosa que ya era visible desde uno de los episodios que dirigió en la antología televisiva Hora marcada, que involucraba a una niña y un ogro que habitaba en las cloacas citadinas. Se titulaba, obviamente, De ogros.

Lo anterior demuestra que toda obra de arte posee un carácter autobiográfico.
Su siguiente proyecto, una historia desarrollada durante la Revolución Mexicana –mi cofrade Antonio Camarillo leyó por ahí que ocurría en la Guerra Cristera- que, a pesar que lo presentaba un cineasta solvente y galardonado, no recibió apoyo ni financiamiento institucional. Y debido a su amarga y asfixiante experiencia en Hollywood, éste era un lugar al que no quería recurrir. El infame y eterno problema de la solvencia material. Así que del Toro decidió buscar lugares más amables. España era   un país que para esos momentos había demostrado una gran sensibilidad y respeto por sus temas –tanto en las letras como en el cine-, así que decidió emigrar en busca de mejor fortuna. Ahí obtuvo lo que tanto deseaba y merecía: Pedro Almodóvar, hombre de reputación en la que no necesito abundar, confió en él y acunó su talento.
El resultado, El espinazo del Diablo (2001), una co producción México-España, es su película más personal y sin duda mi favorita. Escrita por del Toro, Antonio Trashorras y David Muñoz, es un gran cuento en la mejor tradición que nos enseñaron autores victorianos como Montague Rhode James o Joseph Sheridan Le Fanu. Y la voz en off de Federico Luppi nos lo advierte desde el primer momento:
¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor quizás. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar.
España, 1939. En el final de la Guerra Civil Española, Carlos (Fernando Tielve), un niño de 12 años, es abandonado por sus padres en un orfanato distante –en medio de la nada- dirigido por la conservadora y mutilada Carmen (Marisa Paredes) y el bondadoso Profesor Casares (Luppi), quien secretamente está enamorado de ella y estudia fetos con la columna vertebral bífida –el espinazo del diablo del título-. Carlos entabla amistad con los demás huérfanos –no diferentes de los Niños perdidos de James Matthew Barrie- , como el rapaz Jaime (Íñigo Garcés), el líder de la manada. En el centro del patio principal del lugar, como una amenaza latente y un recordatorio terrible, yace una bomba inactiva y herrumbrosa arrojada por el ejército de Francisco Franco. Jacinto (Eduardo Noriega), el mozo del albergue, y Conchita (Irene Visedo), profesora de los menores –y su amante-, son el resto de los adultos que gobiernan ese pequeño y precario universo. Al poco tiempo, Carlos comienza a percibir cosas extrañas. Susurros y apariciones lo llevan a conocer la historia de Santi (Junio Valverde), un habitante del orfanato desaparecido misteriosamente la noche que cayó la bomba.
Siguen momentos hermosos, trágicos y verdaderamente escalofriantes, todos captados por la cámara de nuestro paisano Guillermo Navarro, plena de tonos sepia, en la que fue su segunda colaboración. Uno de sus aciertos es el aspecto de Santi, acuoso y brumoso, que tiene mucho que ver con su lugar de reposo. La trama nos recuerda que el fantasma no es la verdadera amenaza. Uno de los vivos es más temible que los muertos. Y esto saca lo peor de los niños, que hacia su desenlace no son diferentes de los protagonistas de El señor de las moscas de William Goding.
Su mínima ganancia económica es sólo proporcional al enorme prestigio que le valió a del Toro, alabado por el público y la crítica. Comparada a menudo con otra gran película estrenada ese año (Los Otros de Alejandro Amenábar), significó incontables nominaciones y premios internacionales para nuestro héroe –porque “El Gordo” es uno de mis héroes-. Esta película sin duda lo colocó en una posición en la que finalmente podría establecer sus términos. Y eso, para su fortuna y la nuestra, ocurrió muy pronto.