lunes, 29 de julio de 2013

Las cabezas rodando se encuentran

Conocí el cuento La leyenda de Sleepy hollow (1820), del estadounidense Wasington Irving, muchos años después de maravillarme con su adaptación animada, cortesía de los estudios Walt Disney contenida en el díptico Las aventuras de Ichabod y Mr. Toad (James Algar, 1949). La historia hacía alarde del estupendo doblaje de Germán Valdés, Tin-Tán. Su advertencia, cantada originamente por Bing Crosby, ocupó mis temores infantiles: “En la noche de difuntos no hay que andar, ni hay que salir a caminar, fantasmas hay que nos dan horror, pero el Sin Cabeza es el peor”. La imagen del humilde, enamoradizo y comelón pedagogo Ichabod Crane cabalgando por su vida perseguido por el infernal jinete decapitado, es una de las más indelebles de mi memoria. Releer el relato y ver el cortometraje es un rito obligado de mis celebraciones mortuorias. El texto, presentado como un documento “encontrado entre los papeles del difunto Diedrick Knickerbocker”, tiene la verosimilitud del relato oral desde su mismo inicio. Nos ofrece una descripción, con precisión geográfica, del lugar donde habita su protagonista, el pueblo de Sleepy hollow a la orilla del Río Hudson. Como nos dijo el autor, Ichabod, oriundo de Connecticut, era “alto, pero considerablemente flaco, con hombros estrechos, largos brazos y piernas, manos que sobresalían una legua de sus mangas y pies que habrían podido servir de palas, y todas las partes de su cuerpo parecían haber sido unidas apresuradamente y de manera tanto precaria. Tenía la cabeza pequeña y más bien pana por arria, con unas orejas enormes, grandes ojos verdes un tanto vidriosos y una larga nariz guileña que, encaramada sobre su largo cuello, parecía una veleta siempre lista para indicar la dirección del viento”. En el otro extremo se encuentra el fantasmal Jinete sin cabeza, conocido también como “el Hesiano galopante”, espanto local que acosa la imaginación colectiva de los habitantes y es una de sus narraciones predilectas. Me sumo a todos ellos. Ahora que lo pienso, no sé por qué no he escrito con abundancia de él.
Tim Burton, cineasta dueño de mi admiración, dedicó en 1999 su octavo largometraje a la historia de Irving. Es una película impecable, visualmente espléndida, con una lóbrega fotografía de nuestro paisano Emmanuel Lubeski y un aspecto que rinde homenaje a las películas de la casa británica Hammer. La briosa partitura de Danny Elfman, la formidable puesta en escena de Rick Heinrichs y el fastuoso vestuario de Colleen Atwood están al servicio del inteligente guión de Andrew Kevin Walker, todo orquestado con gran destreza por Burton. Su acertado reparto se encuentra entre sus fortalezas, con Johnny Depp a la cabeza –en su tercera colaboración con Burton- que encarna a un Ichabod Crane muy distinto a su original. Y ese es uno de mis aspectos favoritos. De ser un miedoso maestro de escuela –sigue siendo miedoso-, se convirtió en un agente de la Policía de Nueva York (un “Condestable”). Su filosofía de trabajo sirve de ejemplo en mis clases de Criminalística, sobre todo porque representa el cambio del pensamiento del investigador de los delitos en la transición de un milenio (del siglo XVIII al XIX): “¿Cómo sabemos si no lo mataron antes de arrojarlo al agua?”, “¿soy el único que piensa que para resolver los delitos debemos utilizar la ciencia?” o “nunca deben mover el cadáver”. Su maletín de instrumentos para estudiar la escena de un crimen, con sus gafas de aumento y reactivos químicos, es alucinante.
Pero regreso al elenco. A Depp le acompañan Christina Ricci como la bella Katrina Van Tassel, Casper Van Dien como el bruto Brom Van Brunt, Michael Gambon como el cacique Baltus Van Tassel, Jeffrey Jones como el Reverendo Steenwyck, Richard Griffiths –el tío de Harry Potter- como el magistrado Philipse, Ian McDiarmid –el malvado Emperador de la Guerra de las Galaxias - como el Dr. Lancaster, Michael Gough –el Jonathan Harker de El horror de Drácula- como el notario Hardenbrook, Miranda Richardson como la nueva señora Van Tassel y Christopher Walken como el Jinete –con cabeza-. Todos forman parte de una conspiración sobrenatural de ambición y venganza. Coloco en un lugar especial las breves pero significativas apariciones de Martin Landau –el laureado Bela Lugosi de Ed Wood- como la segunda víctima del Jinete y de Sir Christopher Lee –en su primera colaboración con Burton- como el Juez que envía a Crane a investigar esos crímenes brutales y “llevar al responsable para enfrentar su buena Justicia”. Colocado por delante de una muy estadounidense águila en el tribunal, sus alas desplegadas hacen lucir a Lee como el gran vampiro que es. Y los momentos donde aparece el Jinete son espectaculares. Encarnado por el artemarcialista Ray Park –el Darth Maul del Episodio I de la Guerra de las Galaxias-, la producción tomó la decisión acerada de eliminar su cabeza digitalmente en lugar de la opción económica de emplear un efecto físico que siempre resultaría falso. El espíritu malvado es ágil con la espada y el hacha, y no hace distinciones en su matanza. Incluso se embolsa la cabeza de un niño. La sangre, espesa y de un color rojo vibrante, corre a raudales.
Las obsesiones de Burton están muy presentes, desde su característico espantapájaros –que no es otro que Jack Skellington-, su enjaulado cardenal –como en Batman inicia-, su doncella de hierro, la actuación especial de su entonces pareja Lisa Marie –a quien vimos en Ed Wood, Marcianos al ataque y El planeta de los simios- y el molino de viento de la escena final, que no sólo apareció en Frankestein (James Whale, 1931), Las novias de Drácula (Terence Fisher, 1960) y su propia Frankenweenie (1984 y 2012). Ese árbol torcido y siniestro, “el portal entre dos mundos”, es majestuoso.

El Jinete sin cabeza se niega a morir. Es visitado continuamente en el cómic, la literatura y la cultura musical. Lo enfrentaron Kolchack, el cazador nocturno y Los verdaderos Cazafantasmas. Ahora pretende revivir en la televisión gracias a los oficios de Alex Kurtzman y Roberto Orci, dupla de escritores de la que platicado en este espacio. Sus avances, visual y técnicamente prometedores, no dejan de plantearme dudas. En ellos enfrenta a dos oficiales de policía de nuestro tiempo. ¿Podrá el Jinete reiniciar su carrera en este milenio? Esa es una duda que nos hace a muchos perder la cabeza.

viernes, 26 de julio de 2013

Pixar y el maravilloso mundo de los monstruos

Monsters, Inc., la maravillosa película animada dirigida en 2001 por Pete Docter (en contubernio con Lee Unkrich y David Silverman) para los estudios Pixar –distribuída por la casa Disney-, es una obra cercana a la perfección. La historia del propio Docter, Jill Culton, Jeff Pidgeon y Ralph Eggleston nos presentó a dos personajes entrañables: el “asustador” profesional James T. Sullivan (voz en ingles de John Goodman) y su asistente ciclópeo Mike Wazowski (voz original de Billy Cristal), dupla que labora en una gran factoría –que da nombre a la cinta- y emplea tecnología que comunica su mundo con el nuestro a través de las puertas de los armarios de los dormitorios de los niños. Todas las noches las cruzan sigilosamente, y al aterrar a los inocentes habitantes del otro lado obtenían energía para su orbe, lo que hacía su labor indispensable para la supervivencia de su sociedad. El dilema surgía con la pequeña de dos años MaryBoo para los cuates-, quien cambió en más de una manera su percepción de la realidad. El resultado nos hace experimentar un sinfín de emociones –desde la risa más estridente, ternura y sobresalto- y nos permite comprobar la magia de ese territorio llamado infancia. Entre los méritos de su versión hablada en español destaca el logrado doblaje de Víctor Trujillo como Sullivan y Andrés Bustamante como Wazowski, comediantes fundamentales de mi adolescencia. Su anécdota y mensaje final –la risa es más poderosa que el miedo y no todo lo diferente es malo- son insuperables. El filme es un paquete muy bien cerrado que ofrecía pocas posibilidades de una secuela directa. Su inmenso éxito comercial –más de medio billón de dólares alrededor del mundo- hizo inevitable que Disney –hoy dueña de Pixar- pensara en otra película. El dinero manda. Y la verdad es que se tardó demasiado. Como era difícil ir hacia adelante, eligieron el camino obvio: ver hacia atrás.

Esa es la premisa de Monsters University (Dan Scanlon, 2013), una precuela impecable y deslumbrante, que hace alarde del avance de los recursos tecnológicos que no dispuso la primera aventura. El guión de Daniel Gerson, Robert L. Baird y Dan Scanlon se remonta a la infancia de Wasowski (voz nuevamente de Billy Cristal y Andrés Bustamante) y su resolución para convertirse en un “asustador” a pesar de su simpático aspecto. Al llegar a la adolescencia ingresa al recinto educativo que del título de la película, donde conoce al joven Sullivan (otra vez John Goodman y Víctor Trujillo), miembro de una popular familia de “asustadores”. Diametralmente opuestos, entablan una gran amistad que habrá de convertirlos en una de los más fructíferos dúos de su medio. La coincidencia se encuentra en las diferencias. El conjunto, si bien es divertidísimo y espectacular, no deja de hacerme sentir que es innecesario. No iguala remotamente a la contundencia de la primera película. La veo como un gran divertimento, como un producto realizado con la intención de arrastrar a las grandes multitudes de niños al cine, que sus padres les compren cuantas golosinas les permita su bolsillo, consuman “cajitas felices” en la hamburguesería de su preferencia y hagan filas para adquirir el DVD –o BluRay- cuando salga a la venta. La gracia de Monsters University radica en la curiosidad, en ese ensamble de inadaptados convocados por Wasowski, en la aparición del “pejelagarto” Randall Boggs (Steve Buscemi de nuevo), en ver enfundada en un uniforme de trabajo a la malhumorada Roz o en esa fotografía del pasado con Henry J. Waternoose III, otrora cabeza de la empresa que usaba un look similar al del pintor Bob Ross o los jugadores de los Harlem Globetrotters. E instalándonos en nuestros terrenos –el horror-, el susto final que ejecutan Wasowski y Sullivan en una cabaña con una vista semejante a la de Crystal Lake, es un momento estupendo. La gran moraleja, “puedes llegar tan alto como desees si verdaderamente te lo propones, sin importar tu origen o aptitudes”, entra en conflicto con otra que advertí, alarmado: “No importa una carrera universitaria o romper las reglas. Siempre puedes escalar posiciones desde abajo”. Rescatando lo mejor, la honestidad de Sullivan puede enseñar a los niños que todas las acciones tienen consecuencias. La conclusión de la cinta, el primer día de trabajo del par, es sólo el preámbulo a una experiencia mayor que resume el entusiasmo de Wasowski: “no puedo esperar”.

martes, 23 de julio de 2013

Réquiem para Dennis Farina

La salida en 2004 del actor Jerry Orbach de uno de mis más entrañables seriales televisivos, La Ley y el Orden, dejó un vacío que parecía imposible de llenar. Y eso fue algo cierto. Sus productores tuvieron la difícil labor de buscar un reemplazo a su altura. La respuesta fue Dennis Farina, quien dejó de existir físicamente ayer, debido a una afección pulmonar, a la edad de 69 años. La muerte es algo cotidiano para mí en muchos sentidos. Todos nacemos con una fecha de caducidad asignada. Esto causa reacciones diferentes en cada uno de nosotros. En mi caso, la partida de Farina fue semejante a la de un tío distante pero no por eso menos querido. Su carrera actoral siempre estuvo ligada –al menos en sus inicios- con la del productor y director Michael Mann, quien no sólo lo introdujo como un villano en su popular programa ochentero Miami Vice y le asignó el papel del gurú cazador de asesinos en serie Jack Crawford en su poco conocida joya Sabueso (Manhunter, 1986), sino le ofreció el protagónico de Historia del crimen (1986-1988), programa elemental de mi adolescencia. Ahí personificaba al Detective Michael Torello, cabeza de la Unidad de Crímenes Mayores del Departamento de Policía de Las Vegas, grupo que tenía la firme convicción de enfrentar al crimen organizado –representado en el joven mafioso Ray Luca (Anthony Denison)- de una urbe pujante y corrupta. Su tema musical, la famosa canción Runaway de Del Shanon, evoca grandes momentos de mi formación. Por lo que respecta al policial que mencioné en un principio, Farina aportó sangre nueva en un momento en que la necesitaba, los bríos y la agresividad que Orbach era ya incapaz de proveer en la última época de su vida. Su detective Joe Fontana, personaje fanfarrón por momentos –“me arruinó este buen par de zapatos Gucci”-, representaba la experiencia de la “vieja escuela” y los más sólidos ideales de justicia. Aunque el dispendio era lo suyo –su fajo de billetes o sus rajes de diseñador-, su estilo de vida –solterón empedernido- nunca fue sujeto de escrutinio o puso en duda su posición como agente de la Ley. Fuga a la medianoche (Martin Brest, 1988), El nombre del juego (Get shorty, Barry Sonnenfeld, 1995), Rescatando el Soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) o Snatch, cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000) son sólo algunas de las películas donde siempre podremos vernos.

Tu partida no deja de llenarme de tristeza, Dennis Farina. En cambio, me llena de felicidad imaginarte en un mundo mejor. 

jueves, 18 de julio de 2013

Otra atenta invitación


Atenta invitación

Curso
4 seres fantásticos victorianos
Imparte: Roberto Coria
Duración: 12 horas (4 sesiones semanales)
Sábados 3, 10, 17 y 24 de agosto de 2013, de 11:00 a 14:00 horas.

Antecedentes: El término victoriano sirve para identificar la etapa de mayor predominio mundial del Reino Unido (1837-1901); pero también sirve para calificar a una sociedad de puritanismo extremo y normas rígidas cuyo conservadurismo puede interpretarse como una reacción de temor ante un proceso de cambio acelerado y profundo. Tradición e innovación, prosperidad y miseria, aislamiento e imperialismo, hacen del reinado de Victoria un período de extraordinaria complejidad que repercutió en sus manifestaciones artísticas y culturales.
La etapa final de este contrastante momento engendró personajes, reales y ficticios, que perviven hasta nuestros días y se han constituido como verdaderos mitos integrados al imaginario colectivo del hombre. Muchos de estos seres fueron utilizados como una metáfora para retratar y criticar la ideología de estos tiempos. Robert Louis Stevenson (1850-1894), en su estupenda novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde plasma la dualidad característica de muchos miembros de la nobleza victoriana: la imagen de pureza impoluta y el espíritu mezquino carente de escrúpulos. Por su parte Bram Stoker (1847-1912) en su inmortal obra Drácula narra la lucha del instinto contra la razón y utiliza al vampiro como una figura liberadora de la temible y censurada sexualidad femenina. Herbert George Wells (1866-1946) cristaliza el terror hacia la irrupción de lo ajeno en La guerra de los mundos, obra que desencadenó una histeria colectiva en Estados Unidos en 1939 cuando un joven llamado Orson Welles la dramatizó en una emisión radiofónica.
Los seres fantásticos victorianos continúan afectando la imaginación de artistas contemporáneos. En su ingenioso y laureado Año de Drácula, el escritor Kim Newman brinda una historia alternativa que reúne a los más importantes personajes de este periodo; en sus páginas cohabitan Sherlock Holmes, John Merrick, Jack el destripador, Oscar Wilde, el Dr. Mureau y la misma reina Victoria. Hace unos años los hermanos Hughes nos brindaron con su filme Desde el infierno uno de los mejores acercamientos al misterio del asesino de Whitechapel y, tal vez, una de las mejores recreaciones del ambiente de esa época.

Objetivo: Examinar el origen, evolución e importancia de la literatura fantástica en el periodo victoriano del Reino Unido, a través del análisis de sus más emblemáticas obras literarias y sus adaptaciones cinematográficas.
Dirigido a: Público en general, escritores, cineastas, estudiantes de ciencias de la comunicación, literatura, arte, sociología e historia, así como personas interesadas en la literatura y el cine de fantasía y horror.

Contenido temático:
1.      Introducción. En los días de la reina Victoria. El imaginario victoriano. La doble moral. El puritanismo contra el instinto. Yo es otro. El doble en la obra de Stevenson y Wilde, del Extraño caso del Dr. Jekyll y el Señor Hyde al Retrato de Dorian Gray.
2.      Maestros del Ghost story. Aferrarse a la tradición. ¿Qué es un fantasma? La lógica contra la otredad. Receta para escribir una historia de fantasmas. La casona o mansión como escenarios. Los autores de lo fantasmal. Fantasmas en el cine.
3.      H.G. Wells y el horror que llegó del espacio. El temor al cambio. Breve guía sobre invasiones alienígenas. El aspecto de los seres extraterrestres. Orson Welles y el gran pánico de 1938. Variaciones fílmicas de La Guerra de los mundos.
4.      Jack el destripador. En el principio fue la sangre. Breve esbozo histórico del asesinato serial. Jack el destripador, un caso de estudio. Retrato psicológico del asesino de Whitechapel. El Destripador de la nota roja a las bellas artes.
Películas sugeridas:
1.                  El Hombre Elefante (The Elephant Man, 1980), de David Lynch
2.                  Los inocentes (The innocents, 1961), de Jay Clayton.
3.                  El secreto de Mary Reilly (Mary Reilly, 1996), de Stephen Frears.
4.                  Desde el Infierno (From Hell, 2001), de Albert y Allen Hughes.
5.                  El hombre invisible (The invisible man, 1933), de James Whale.
6.                  La guerra de los mundos (War of the worlds, 1953), de Byron Haskin.
7.                  Cuento de hadas, una historia verdadera (Fairy Tale, a true story, 1997), de Charles Sturridge.
8.                  La Liga de los Caballeros Extraordinarios (The League of the Extraordinary Gentlemen, 2003), de Steve Norrington.
9.                  La Dama de Negro (The woman in black, 2012), de James Watkins.

Informes e inscripciones:
Garko, café cultural
Insurgentes Sur 1793. Local 103. Del. Álvaro Obregón. Col. Guadalupe Inn, estación del metrobús Francia. C. P. 01020, México, D. F.
Tel. 5661 9175
http://www.garko.com.mx
https://twitter.com/GarkoCafe
Costo: $800.00
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Roberto Coria es investigador en literatura y cine fantástico. Imparte desde 1998 cursos, talleres, ciclos de cine y conferencias sobre estos mundos en diversas casas académicas. Es asesor en materia literaria de Mórbido. Escribió las obras de teatro “El hombre que fue Drácula”, “La noche que murió Poe” y “Renfield, el apóstol de Drácula”. Es conductor y autor de los podcast y blog Horroris causa.


viernes, 12 de julio de 2013

Porque todos los inicios duelen (incluso a Batman)

El estadounidense Les Daniels, autor que se mueve cómodamente en los mundos fantásticos, nos dice en Batman, the complete history: the life and times of the Dark Knight (Chronicle Books, 2004) que el año 1986 fue decisivo para casi todos los personajes de DC Comics. Y fue cierto. La conclusión de la serie conocida como Crisis en Tierras Infinitas trató de resolver los incontables problemas de continuidad surgidos a lo largo de los años y de los coqueteos de la empresa con universos paralelos. Uno de sus frutos fue la historia de cuatro episodios Batman: Año Uno, publicada de febrero a mayo de 1987, autoría del talentosísimo escritor Frank Miller –que gozaba por esos momentos de la fama por escribir y dibujar otra joya, El regreso del Caballero Oscuro- y el dibujante David Mazzucchelli, reunida posteriormente como una deslumbrante novela gráfica que ha tenido continuas reimpresiones desde la fecha. Todos los halagos que pueda ofrecerle son pocos. Su narrativa directa y en deuda con los grandes del relato policial, sus dibujos simples y contundentes y sus diálogos precisos la hacen indispensable para explicar la evolución del murciélago justiciero de. Por sólo itar un ejemplo de su influencia que ejerció en Christopher Nolan y su deslumbrante Batman inicia (2005). La trama de Batman: Año Uno narra de forma paralela el regreso de un joven Bruce Wayne y un idealista Teniente de Policía llamado James Gordon a una Ciudad Gótica dominada por la corrupción y la desesperanza. Ambos, desde sus respectivas trincheras, pretenden devolver a la urbe todo lo que el mal les ha arrebatado, a veces de forma torpe y dolorosa. La experiencia nos ha enseñado que todas las primeras veces duelen. Quien asegure haber hecho algo a la perfección en su primer intento es, casi siempre, un mentiroso. Aprendemos a prueba y error. Así lo descubrieron nuestros héroes, quienes perseguían los mismos objetivos y en el proceso forjaron una venturosa alianza. E el lado opuesto, el relato nos presenta también a una joven prostituta llamada Selina Kyle, quien se convertirá en la ladrona Gatúbela, que representa el empoderamiento de la mujer.

Hace muy poco me enteré de que la división de animaciones de Warner Brothers había producido una adaptación, Batman: Año Uno (Sam Liu y Lauren Montgomery, 2011), un deslumbrante festín de 64 minutos que retoma de la manera más fiel lo planteado 24 años atrás por Miller. El artista recibió los mismos honores, en dos partes, el año siguiente (Batman: El regreso del Caballero Nocturno, partes 1 y 2, Jay Oliva, 2012 y 2013), díptico del que di cuenta hace poco. En este caso celebro su agilidad, que no pierde el tiempo con añadidos y que si bien llega a omitir diálogos –como toda adaptación- conserva su esencia. Su momento final, con Gordon fumando su pipa en medio de una nevada en la azotea del edificio del Departamento de Policía de Ciudad Gótica, no deja de conmoverme. “Se vive un gran pánico en las calles. Alguien ha amenazado con envenenar la reserva de agua de la ciudad. Se hace llamar El Guasón. Tengo un amigo que debe poder ayudarnos. Debe llegar en cualquier minuto”.

Crónica de un desenlace (caníbal) anunciado*

Ayer concluí un viaje en montaña rusa que duró 13 semanas. Mi compañero de asiento fue Hannibal Lecter, reputado psiquiatra, gourmet, diletante de lo exquisito y asesino serial antropófago de medio tiempo. En repetidas ocasiones he dedicado todas las alabanzas posibles a la creación de Thomas Harris, que ha sido distinguida por Sthephen King como “el Conde Drácula de la era de las computadoras y de los teléfonos celulares”. Califiqué así la experiencia no porque la teleserie  estadounidense desarrollada por Bryan Fuller fuera un derroche de emociones, sino por la variedad de emociones que me causó. En los momentos que amenazaba con caer estrepitosamente, sucedía algo que me hacía mantenerme al borde del asiento. Una experta definió bien el espíritu del programa: “es como ir a cenar a Au Pied De Cochon, instalarte en su lujo, leer la carta, ordenar una entrada sofisticada y vibrante, aguardar con entusiasmo y recibir una deliciosa sopa Vips”. No porque esta última sea mala –es uno de los pequeños grandes placeres de la vida-, sino porque el resultado no fue acorde a mis expectativas. 
Los altibajos de su trama –el otro día leí a una médico cirujana que criticaba sus errores procedimentales- son compensados con creces por sus aportaciones: una retorcida galería de criminales de apoyo –juguemos a darles nombre artístico: el “Asesino de los Hongos”, el “Hacedor de Ángeles”, el “Músico Asesino”, el “Asesino del Tótem”, el falso “Destripador de Chesapeake”, la “Asesina de las Máscaras”-, una deslumbrante puesta en escena, sólidas actuaciones y un protagonista –encarnado sobriamente por el danés Mads Mikkelsen- cuya efectividad está lejos de cualquier cuestionamiento. Ahí podrá residir la primera objeción. El programa, a pesar que se llama como el caníbal más reconocido de la ficción, no define claramente en quién enfoca el reflector. Por momentos el equipo de guionistas liderado por Fuller centra su atención en Will Graham (Hugh Dancy) y reduce la participación del estelar a un rol secundario, “como damo de compañía” según otra especialista. Y eso no es del todo cuestionable si consideramos que ambos actores comparten créditos al inicio y porque la historia se centra en su relación previa al confinamiento del segundo. Es difícil olvidar que el programa se llama Hannibal. Punto. Queremos más del buen Doctor. Refuerza esto el hecho de que sus mejores momentos son los que se acercan a lo descrito por Harris en Dragón Rojo: la cacería a Garret Jacob Hobbs, El Gavilán de Minnesota (Vladimir Jon Cubrt) o las apariciones de la poco escrupulosa reportera sensacionalista Freddie Lounds –transmutada en Fredricka (Lara Jean Chorostecki), estrella del blog TattleCrime.com- y del  Dr. Frederick Chilton (Raúl Esparza), psiquiatra de aptitudes dudosas y futuro “carcelero” de Lecter. Él, como buen jugador de ajedrez, se mueve ágilmente para ocultar su identidad y lo que parecía un grave error –“Hannibal no puede dejar semejante cabo suelto”- resulto al final –como momentos aparentemente ingenuos- parte de un gran plan. Fue curioso que la última escena mostrara a los antagonistas del otro lado del espejo en las remozadas mazmorras del Hospital Estatal de Baltimore para Criminales Dementes, presagio fatal de lo que vendrá.

No me siento tan preocupado por el destino de Will Graham como por la suerte del programa. Sus productores han declarado su intención de extenderlo por siete temporadas. Yo me pregunto “¿cómo harán para sostener el argumento durante tanto tiempo?”. Por lo pronto, a pesar de la variada respuesta de la crítica y la audiencia, se ganaron un segundo periodo y el beneficio de la duda.
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*Texto publicado ayer en la página web de Mórbido. 

martes, 9 de julio de 2013

¿Qué destino le depara a Dexter?

Tengo sentimientos encontrados. La popular creación del dramaturgo y novelista estadounidense Jeff Lindsay, que ha cobrado una vida más perdurable gracias a su encarnación televisiva, llegará a su final después de 7 años, 8 temporadas y 96 episodios. Ayer, de forma discreta e inesperada, se transmitió en México el primer capítulo de su desenlace anunciado. No evito el reconocimiento y fascinación que Dexter Morgan (Michael C. Hall) me provoca, pero siempre he sido enfático al reconocer su naturaleza. Por más carismático, eficaz y justiciero que sea, es un criminal. No más, no menos. Esto puede parecer severo pues, acorde al reglamento que le marcó su padre, sólo asesina a personas que escaparon del imperfecto sistema judicial que crearon los hombres. Dexter es juez, jurado y ejecutor. ¿La mayor parte de las víctimas de Dexter merecían morir? Cierto. ¿Es esto correcto? En absoluto. A lo largo de su carrera nos ha demostrado que es capaz de equivocarse, sea asesinando de manera accidental o propiciando que otros maten en su nombre a personas que por más insoportables que nos parezcan sólo obedecían las reglas que nos separan de la barbarie. Ahí es cuando la cosa me disgusta. Una figura clave en el drama se transforma radicalmente por esto. Vive conscientemente en el Infierno como una forma de martirio. La aparición de la neuropsiquiatra Evelyn Vogel (Charlotte Rampling) pone a nuestro héroe en un riesgo inminente. “No puedes matarme, Dexter. No encajo en el Código de Harry”. ¿Logrará ella tener éxito donde falló el difunto Frank Lundy (Keith Carradine), el agente especial rock star? Más allá. ¿Qué final merece un personaje de su tipo? ¿Escapar felizmente? ¿Llegar a la vejez? ¿Ver crecer prósperamente a su retoño? ¿Suicidarse? ¿Ser atrapado y recibir una inyección letal? ¿Desaparecer y convertirse en un mito como Jack el destripador? Me inclino por lo último. Lo sabremos en unas semanas. Lo que estoy seguro es que lo extrañaremos y la televisión no será la misma. 

Madre sólo hay una*

En distintos espacios he declarado mi fascinación por Psicosis, la obra maestra que Alfred Hitchcock dirigió en 1960 a partir de un guión de Joseph Stefano y de la estupenda novela de Robert Bloch, estelarizada por un ensamble actoral preciso: Janet Leigh, Vera Miles, John Gavin, Martin Balsam y, sobre todos, su soberbio estelar Anthony Perkins que personifica al desquiciado Norman Bates, figura fundadora de los asesinos slasher. Todos los elogios que pueda dedicarle son pocos. Sobre los detalles de su filmación, con pretexto de su 50 aniversario, dimos cuenta  en la versión podcast de Horroris causa. Muy recomendable es la lectura de Alfred Hitchcock and the making of Psycho (St. Martin's Griffin, 1990) de Stephen Rebello, libro que recientemente fue la base del biopic Hitchcock (Sacha Gervasi, 2012). Pero no nos distraigamos. La figura del protagonista de Psicosis, pese a ser completamente diferente según lo imaginó Bloch, está indeleblemente ligada a la cándida y encantadora presencia de Perkins, cosa que el Mago del Suspenso utilizó intencionalmente en su favor para desconcertar a la audiencia. Norman Bates ha demostrado tener muchas vidas en el cine, la televisión y el imaginario popular. Hoy hablaré de una más de ellas.
Bates motel, la nueva serie desarrollada para la televisión estadounidense por Carlton Cuse, Kerry Ehrin y Anthony Cipriano, se desprende directamente de la cinta de Hitchock. En algún punto entre la precuela y el reboot nos presenta de una muy buena manera los años formativos del adolescente Norman Bates (Freddie Highmore) y su relación con madre Norma (Vera Farmiga). Al primero lo conocimos como un tierno niño en Descubriendo el país de Nunca Jamás (Marc Foster, 2004) y Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005); a Farmiga como una víctima checa en 15 minutos (John Herzfeld, 2001) o como la psicóloga de Los infiltrados (Martin Scorsese, 2006). La pareja responde una pregunta que si bien Bloch aclaró en la parte final de su novela no deja de ser inquietante: ¿cómo inició todo? Tras la muerte de su padre, Norman y su madre emigran en busca de un nuevo comienzo en el pueblo ficticio de White Pine Bay, Oregon (a diferencia del Fairvale, California, de la película), una pacífica comunidad costera. Con la herencia, Norma compra una desvencijada casona que tiene un motel adjunto (idénticos a los de la cinta). Norman es un joven normal, con los impulsos comunes en un chico de su edad. Se siente atraído por sus compañeras de escuela y se comunica con ellas a través de mensajes de texto. Ahí entra su madre. Ya sus nombres anticipan todo, Norma y Norman. Su amor asfixiante y enfermizo comienza a manifestarse como una forma de manipulación que nos ofrecerá a uno de los psicópatas más famosos de la ficción. Aunque la historia se desarrolla en nuestros días, existen reminiscencias visuales que evocan a la época plasmada en el libro y la película.
Vale la pena mencionar que la idea ya había sido explotada en el muy competente telefilme Psicosis 4: el inicio (Mick Garris, 1990). Preocupado por su futuro legado y a punto de reiniciar su carrera homicida, un maduro Norman Bates (Anthony Perkins nuevamente) habla a un programa radiofónico nocturno donde discuten el tema del matricidio y revela –bajo un seudónimo- su atormentada adolescencia –en flashbacks-, donde Henry Thomas –el otrora Elliott de E. T. El extraterrestre- lo encarna con gran corrección. El papel de su madre corresponde a Olivia Hussey, coestrella del galardonado filme Romeo y Julieta (1968) de Franco Zeffirelli.
Y sobre el proyecto que hoy nos ocupa, un producto homónimo de 1987 –estrenado como una película para televisión- intentó convertirse en un programa donde un compañero de cautiverio (Bud Cort) de Norman Bates hereda el infame hostal tras la muerte de su dueño. Curiosidad prescindible.
No digo más sobre el nuevo Bates motel. Sea usted el que juzgue. El primer episodio nos presenta un programa prometedor, impecablemente realizado, elogiado por la crítica y muy en deuda con la euforia por otros asesinos en serie como Dexter Morgan o Hannibal Lecter. Veamos si sigue su ejemplo.

*Texto aparecido en la página web de Mórbido

martes, 2 de julio de 2013

De cómo el mundo casi terminó (a causa de los zombis), segunda parte

***Advertencia. Lo que sigue contiene información que puede estropear el goce de la película a la que alude el texto. Se recomienda discreción al lector***.
Hace tres años elaboré una clasificación de las películas de desastre, y Guerra Mundial Z (Marc Foster, 2013) puede ubicarse sin problemas en el punto 2.1.1 de mi escala, el que reservo para aquellos causados por el hombre en su modalidad de desastres químicos y epidemias (perdón por el plagio deliberado, Dr. Michael Stone). El póster que presento, que incluye al héroe, su familia, muchísimos zombis y una ciudad en llamas lo anticipa. Esto demuestra que el guión de Matthew Michael Carnahan, Drew Goddard y Damon Lindelof reproduce una fórmula que ha demostrado su efectividad. E insisto, como tal es disfrutable y no me causó ningún tipo de molestia. Lo recuerdo a continuación:
                                                                                                            

  1. La presentación. Los protagonistas, uno por uno, se presentan ante nosotros, con sus conflictos personales, manías y fobias, con el fin de ganar nuestra simpatía o despertar nuestra más profunda aversión. En este caso, conocemos a Gerry Lane (Brad Pitt), quien desayuna apaciblemente con su esposa Karin (Mireille Enos) y sus hijitas Rachel (Abigail Hargrove) y  Constance (Sterling Jerins) en su hogar suburbano en Philadelphia.
  2. Los avisos. El fenómeno destructor, causado o no por el hombre, comienza a anticipar su llegada. Los protagonistas pasan por alto estas advertencias. Aquí la familia Lane se entera de epidemias que se piensa son causadas por rabia en varios países. Naturalmente hacen caso omiso. Está apurados para pasar el día en la ciudad.
  3. El desastre. Se desata la destrucción. Vemos muchas muertes. Nuestros protagonistas emprenden un peregrinar lleno de riesgos para asegurar su supervivencia. La escena que vimos desde los avances, donde reina el caos. Los Lane escapan milagrosamente y buscan refugio y medicinas para su hija asmática. Gerry contacta a un viejo amigo del trabajo Thierry Umutoni (Fana Mokoena), quien resulta ser el Secretario General Adjunto de la las Naciones Unidas. El amoroso padre de familia fue un “martillo” de la Organización y es obligado a salir del retiro.
  4. La depuración. Varios de nuestros protagonistas mueren. Algunos heroicamente, otros por azares del destino, unos pocos porque lo merecen (según el espectador). El rescate en helicóptero (que también conocemos en los avaces), donde un joven personaje se suma como causa de la necedad.
  5. La resolución. El ánimo de los protagonistas parece desmoronarse, pero sacan fuerza de flaqueza. Están resueltos a sobrevivir. Desde la seguridad del océano, se reconoce la magnitud y peligro del fenómeno (que también vemos en los cortos) y se inicia una estrategia para enfrentarlo.
  6. La inyección de emoción. Para aumentar la tensión, el fenómeno destructor ataca de nuevo (una réplica de terremoto, la segunda erupción de un volcán, o un nuevo ataque extraterrestre, por ejemplo), pero nuestros héroes siguen adelante, facilitada su odisea con el costo humano de un valiente. Gerry, un epidemiólogo (sólo uno) y un pequeño comando militar inicia un viaje alrededor del mundo, de Corea del Sur a Israel, “siguiendo las migajas”. Hay peligros al por mayor, muchas bajas y amputaciones.
  7. La luz al final del túnel. Luego de la tormenta viene la calma. Nuestros héroes –los sobrevivientes- recuperan la paz que el fenómeno destructor les arrebató. Casi siempre resuelven sus dramas individuales (conflictos de pareja, filiales o de trabajo) gracias a la experiencia. Gerry y una militar sobreviviente logran llegar milagrosamente a un laboratorio en Inglaterra, donde hace un sesudo descubrimiento –como en una película de M. Night Shyamalan- que salvará el día. Se reúne con su familia y la armonía en el clan se reestablece, pese a que “sólo han obtenido tiempo adicional”. 

lunes, 1 de julio de 2013

De cómo el mundo casi terminó (a causa de los zombis)

Seamos estrictos. La cinta Guerra Mundial Z (Marc Foster, 2013) sólo comparte el título con la estupenda novela que la desprende. Guerra Mundial Z: Una historia oral de la guerra zombi, autoría del estadounidense Max Brooks (Almuzara, 2011) es propiciada a su vez por otro texto indispensable del autor, Guía de supervivencia zombi: protección completa contra los muertos vivientes (Berenice, 2008). Si estos monstruos carecen de un relato canónico, ambos textos son lo que más se aproxima a esto. Ponen en un contexto realista, terriblemente contemporáneo, a una figura que se ha integrado por incontables méritos al imaginario colectivo. El libro en que se basa la película, como indica su título, es una gran colección de entrevistas que realiza un relator de la Organización de las Naciones Unidas –su nombre nunca se menciona, acaso es el propio Brooks- que te captura desde el primer párrafo. “Le dan muchos nombres: La Crisis, Los Años Oscuros, La Plaga que Camina, y también nombres más nuevos y de moda como Guerra Mundial Z o Primera Guerra Z. En lo personal me disgusta ese último título, pues sugiere una inevitable Segunda Guerra Z. Para mí, siempre será La Guerra Zombi, y aunque algunas personas pueden discutir acerca de la exactitud científica de la palabra zombi, me gustaría invitarlos a encontrar otro término que tenga una aceptación tan universal para las criaturas que estuvieron a punto de provocar nuestra extinción. Zombi sigue siendo una palabra devastadora, con un poder sin igual para conjurar un sinfín de recuerdos y emociones, y son precisamente esos recuerdos y emociones los que forman el tema principal de este libro”. Apoyado por un “ejército de intérpretes” y su “pequeño pero invaluable aparato de transcripción activado por voz”, el narrador recorre el mundo –de Estados Unidos a Cuba, del Tíbet a Grecia, de Brasil a Barbados- recolectando testimonios, 10 años después de concluido el conflicto, de personas de todos los enfoques y procedencias –científicos, políticos, militares, ciudadanos de a pie y demás-. A los ojos de los jefes del cronista, el documento es “demasiado personal” –y largo, evidentemente- y le sugieren que mejor escriba un libro. Brooks aprovecha para ofrecer un detallado recuento de las implicaciones políticas, culturales, religiosas y ambientales del acontecimiento que casi llevó a la especie humana a la extinción. La ineptitud de la clase gobernante, la ineficacia de las estrategias militares y sanitarias para enfrentar el desastre y la incertidumbre son temas dominantes en la trama. Todo esto brilla por su ausencia en la versión cinematográfica. Surge de un material tan extenso que sólo podría resolverse satisfactoriamente en una serie de televisión –o en una extinta mini serie-. Sin embargo, si separamos el resultado que nos ofrece Foster –siempre atesoraré sus filmes Descubriendo el País de Nunca Jamás y Más extraño que la ficción- nos encontraremos ante una película disfrutable. Eso sí, con muchos aspectos a considerar.
El primero de ellos: es un gran espectáculo diseñado para el lucimiento de su protagonista, Brad Pitt. Su compañía productora, Plan B Entertainment, compró los derechos del libro cinco años atrás con la intención de llevarlo a la pantalla. No sabía que se metía en camisa de once varas. Demoras, cambios de locación y la triple re escritura del guión hicieron su producción muy atropellada. El libreto de Matthew Michael Carnahan, Drew Goddard y Damon Lindelof repite un esquema que hemos visto en incontables películas de desastre, donde un héroe intrépido (Pitt, obviamente) es el encargado de salvar el día. Omite grandes momentos del libro, como la gran ofensiva en Yonkers, Nueva York, el dispositivo lobotomizador –su nombre oficial es “Herramienta Estándar para Infantería de Trincheras”, pero fue bautizado cariñosamente como Lobo-, la migración masiva de ciudadanos de Estados Unidos a Cuba o a los territorios al norte del continente –“ya que los muertos vivientes se congelan por completo, el frío extremo era nuestra única posibilidad”-, con nefastas consecuencias, los no muertos aún activos en el suelo marino. Y luego viene la parte incómoda: “Cuba ganó la Guerra Zombi; quizá no es una declaración muy humilde, teniendo en cuenta lo que pasó en los demás países, pero tan sólo mire cómo estábamos hace veinte años y cómo estamos hoy”. Y omitieron algo que adoré porque tiene que ver con los perros que tanto amo, héroes anónimos en toda conflagración. “Los perros rastreadores los encontraban [a los zombis] y sus entrenadores los despachaban con armas silenciadas”. O esa emotiva entrevista al hombre que dirige una granja para perros veteranos de guerra en Nebraska.
Lo atractivo es ver a una gran estrella, corriendo por todo el mundo para salvarlo. De paso mostrar una gran pirotecnia de efectos especiales –libre de todo elemento gore, para evitar la censura-. Y sobre esto, los aficionados pueden quejarse. Los zombis de la cinta corren, atacan como una gran e incontrolable turba de linchamiento, muy opuesta a la masa lenta y torpe que nos presentó George Romero, a quien Brooks reconoce al final del libro. Muestran también una mediana capacidad de organización al trepar uno sobre otro para forman una inmensa escalera mortuoria y escalar muros. Esto no me desagrada –lo de los zombis corredores-, especialmente si tomamos en cuenta que es la evolución natural del monstruo –como la inauguró Danny Boyle en Exterminio- para conservar su capacidad de atemorizarnos.
El resultado es grandilocuente, pero no inolvidable. Sólo debo reconocerle que el final –que pudo deducir cualquier epidemiólogo con mediana capacidad- no es en absoluto feliz. “Sólo compramos un poco de tiempo adicional”, lo que sin duda –como demuestra su éxito de taquilla- asegurará secuelas.