viernes, 22 de octubre de 2010

El Santo siempre vive

Expectante por el Día de Muertos y mi viaje a Tlalpujahua, encontré una Revista de Revistas abandonada en mi oficina. Me pareció muy pertinente compartir con ustedes uno de sus artículos, dado el tema de la venidera emisión de Mórbido: las máscaras. El texto, de José Xavier Návar, rinde tributo a un verdadero género del cine nacional, el de luchadores (que está por cumplir sus primeros 60 años de vida), y a una de las figuras elementales para muchos de nosotros, Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como El Santo.
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La estrategia de la máscara
José Xavier Návar

Aquellas aventuras filmadas con presupuestos irrisorios e historias tan ingenuas como delirantes lograron encumbrar a máscaras legendarias como las de Huracán Ramírez, que llegó a filmar cinco cintas; el Médico Asesino, que sumó tres apariciones; Blue Demon, que protagonizó nueve, más tres con el Plateado y una con el Profesor Zobeck. Mil Máscaras, que rodó 14 en plan estelar y otras cinco más en relevos australianos y, el más admirable de todo el género: El Santo con una filmografía de 54 películas, que ahora mismo descansan (a excepción del Multifaces, que todavía parece que tiene cuerda para andarse enfrentando a momias aztecas) en el Olimpo del Pancracio fílmico.
Como todo género, el Cine de Luchadores tuvo u nacimiento convulso a principios de los cincuenta en el eterno devenir entre el bien y el mal cotizando tanto a enmascarados que “actuaban” sin ser actores, como a histriones que “luchaban” sin casi saber qué era un candado asesino o unas patadas a la filomena. Pero que conste: la lucha se hacía y, desde entonces, ha habido de todo en el ring cinematográfico del señor, luego de saltar hace años de los estrenos en connotados cines de piojito a ser, todavía –y después de su paso por la televisión abierta- programación selecta y muy pedida de cable
Baste decir que uno de los platos fuertes –sino el que más- del canal “De Película” siguen siendo las películas de luchadores (sobre todo las de su llamada “Época de Oro” de los años cincuenta y sesenta) no obstante que muchas de ellas ya han alcanzado el conteo de las películas planas en DVD y, por consiguiente, su doble vida digital.
Luego de que el género que muchos dieron por muerto a consecuencia de agotamiento crónico a fines de los setenta, con la repetición del mismo soundtrack (el organito Lilt Ledy de la mayoría de las películas de El Santo que, dicho sea de paso, mantuvieron durante los años de crisis al cine mexicano, dándole trabajo al gremio) y los colores deslavados que sustituyeron al glorioso blanco y negro de las primeras películas, el Cine de Luchadores ha tenido el valor de seguir (aunque sea como un Frankenstein fuera de quirófano) hasta nuestros días.
Con una fauna de nuevos enmascarados (Octagón, Atlantis, Máscara Sangrada…) que, desde luego, no son de los tamaños ni de la estatura d la vida de El Santo (incluido su hijo y el junior de Blue Demon), se ha tratado de seguir el camino cinematográfico de muchas leyendas, que ya lo dieron todo, cuando el sentido común indica que es mejor volver atrás y comprobar que toda película de luchadores pasada fue mejor, con perdón hasta de los últimos intentos animados.
Por eso, aquí va una guía de algunas de las cumbres más sobresalientes del cine de luchadores, todavía muy disfrutables y, algunas, canonizadas por méritos propios o, aún si ellos, en la memoria colectiva de los aficionados del género:

1. El enmascarado de plata (1952). Disponible en DVD.
2. La bestia magnífica (1952). Pasa regularmente en la televisión.
3. El luchador fenómeno (1952).Copia de la tele a DVD.
4. Huracán Ramírez (1952). Disponible en DVD.
5. Ladrón de cadáveres (1956). Se encuentra en DVD Región 1.
6. La maldición de la momia azteca (1957). En DVD nacional y lujoso boxed internacional con las tres de la momia azteca.
7. Los tigres del ring (1957).
8. Santo contra las mujeres vampiro (1962). DVD en edición normal y conmemorativa.
9. Santo contra el espectro del estrangulador (1963). Disponible en DVD.
10. Santo contra la invasión de los marcianos (1966).
11. Santo y Blue Demon contra los monstruos (1969). Disponible en DVD.
12. Las momias de Guanajuato (1972). Disponible en DVD.
13. El misterio de las Bermudas (1977). Disponible en DVD Región 1.
14. La verdad de la lucha (1988). Disponible en DVD.
15. La leyenda de una máscara (1989). Disponible en DVD Región 1.

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Varias de las reseñadas por el experto forman parte de la programación de Mórbido. La última cerrará el festival. Así que es una buena excusa, entre muchas, para que se unan a la aventura.

lunes, 18 de octubre de 2010

Vampiros televisivos y otros muertos

Falta menos para el Día de Muertos y para que haga mis maletas y parta a Tlalpujahua, donde ofreceré una plática en la tercera emisión del Festival Internacional de Cine de Horror y Fantasía Mórbido. Mientras tanto recordaré mi feliz y tardío descubrimiento de la serie televisiva True blood, creación de Alan Ball, basada en las novelas de Charlaine Harris. La historia es relevante porque demuestra la vigencia del vampiro y sus remanentes posibilidades. En un mundo fácilmente reconocible, los vampiros “salieron del ataúd”. Se han insertado en la sociedad que, como a las llamadas “minorías”, les teme y los discrimina. Controlan sus necesidades alimenticias gracias a un invento japonés: la sangre verdadera del título, una bebida sintética, a medio camino entre una cerveza Light y un Ensure que debe servirse a 37°C (la temperatura corporal). En ese mundo vive Sookie Stackhouse (Anna Paquin) es una joven y bella mesera del poblado de Bon Temps, Luisiana, que tiene la peculiaridad de poseer poderes psíquicos: puede leer la mente de todas las personas que la rodean, incluidos sus más cercanos (Tara, interpretada por Rutina Wesley), una joven e insolente afroamericana peleada con la vida, y Sam Merlotte (San Trammel), su enamorado incondicional y patrón) y el variopinto desfile de clientes del Merlotte, su lugar de trabajo. Una buena noche (no podía ser de otra manera) llega a la cantina un curioso cliente, el vampiro Bill Compton (Stephen Moyer), de quien Sookie queda inmediatamente prendada y salva de unos poco escrupulosos parroquianos. La chica no puede, por alguna razón que desconoce, leer la mente del vampiro. Eso la hace sentirse intrigada y atraída por él (decía King VE, fiel lectora de este blog, que mientras a Sookie la movieron las neuronas, a su contraparte crepuscular las hormonas). Sookie y Bill terminan por entablar una relación mal vista por la comunidad, al igual que eran mal vistos durante los años cincuenta los matrimonios interraciales. Ese es el principal atractivo de True blood y el elemento que la vuelve tremendamente contemporánea. Demuestra que los prejuicios, la ignorancia, el odio y la intolerancia (tan característicos del ser humano) se extienden no sólo a los homosexuales y los inmigrantes ilegales, sino también a los vampiros. Es el mismo trance que día a día enfrentan los heroicos Hombres X. Me recuerda los discursos de odio de importantes figuras de la Iglesia, o los de políticos que “aún no le pierden el asquito” a los matrimonios entre personas del mismo sexo. Nos hace preguntarnos quiénes son los verdaderos monstruos, porque los humanos también tenemos mucha cola que nos pisen. La historia también incorpora el tema de las adicciones. La sangre de vampiro tiene un efecto especial para los humanos. Es una potente droga, muy adictiva, y un vigorizante sexual (del que no deben consumirse más de dos gotas). El triángulo amoroso vuelve a hacerse presente, esta vez entre el vampiro (Bill) y un humano (Sam, que no lo resulta tanto) y la virtuosa damisela. Respecto al vampiro, la historia abreva de importantes historias que le inyectaron sangre nueva al monstruo. Destacan el juego de rol Vampiro:the masquerade, de Mark Rein Hagen y Las Crónicas vampíricas, de Anne Rice. Los vampiros de True blood poseen normas de convivencia (entre ellos y con los humanos), una suerte de arreglo con sus servidores (sangre por sangre), no temen a los símbolos religiosos, son afectados por la hepatitis D, pueden exponerse con precaria seguridad a la luz del sol (así nos lo mostró un achicharrado pero andante Bill) y pueden controlar controlar su ansia de beber sangre, como el diabético evita el azúcar y emplea sustitutos de endulzantes. Pero tal vez la escena que más me perturbó fue la de la horrorizada Tara (cuando niña) perseguida por su madre alcohólica. Una situación terrible por cotidiana, que sin duda continuará ocurriendo tanto como viva el vampiro.


jueves, 14 de octubre de 2010

El infierno está aquí

 El cartel promocional de El infierno (2010), la nueva película de Luis Estrada, atrajo mi atención por dos razones: un hombre que removía una pierna humana en un tambo metálico, cual cazo de carnitas, como seguramente lo hacía Santiago Meza López, mediáticamente conocido como “el pozolero del Teo”, quien disponía de los cadáveres (más de 300, en su propias palabras) que producían sus empleadores disolviéndolos en un cóctel de sosa cáustica (también me recordó a John Haigh, el vampiro de Londres). La otra fue un simpático perro que llevaba en su hocico una mano cercenada. Ambos en torno al actor Damián Alcázar, alegre, quien –ataviado como un narcotraficante del norte de la República- posaba su brazo sobre un anuncio gubernamental alusivo al bicentenario, complementado anárquicamente con la leyenda “nada que celebrar”.
Reticente por decepciones del pasado inmediato que me ha producido el cine nacional, que triste y generalmente adolece de buenos guiones, vi finalmente El infierno, y puedo decir que quedé gratamente sorprendido y, en exceso, horrorizado. Esto último no porque en muchos momentos se alimente del cine gore, sino porque es un crudo retrato de la realidad nacional y una crítica descarnada a la guerra contra el crimen organizado de que tanto se enorgullece la actual administración, con todo y su “vamos ganando, aunque no lo parezca”. Rafael Aviña, en la sección Primera fila del diario Reforma del 3 de septiembre de este año, la elogió profusamente:

¿Vivimos realmente en el caos y la condena eterna? Los 145 minutos que integran El infierno (México, 2010) lo confirman con creces, en un relato que cuestiona a su vez todas las absurdas celebraciones del bicentenario patrio.
¿Qué festejamos, nuestra derrota como País, barbarie, pérdida de valores? Benjamín García El Benny (Alcázar, soberbio), regresa a México tras 20 años de malvivir como indocumentado en los Estados Unidos y al igual que el protagonista de El bulto (Gabriel Retes, 1991) se encuentra con un País distinto donde reina la corrupción y al que tiene que adaptarse.
Al cineasta Luis Estrada le lleva levantar un nuevo proyecto más de cinco años y por fortuna, no ha caído en la tentación de irse a Hollywood. En ese sentido, Estrada ha demostrado no sólo talento explorando los terribles alcances de la sátira y la farsa, que de tan ácida se vuelve abrasiva y virulenta.
A su vez, ha enfrentado con valentía su responsabilidad histórica como creador, con su notable equipo en el que destacan su actor de cabecera Damián Alcázar y su coguionista Jaime Sampietro, al sumergirse en la realidad de una nación que cae a pedazos de tanta podredumbre, pobreza, ignorancia y brutalidad.
Estrada se ha mantenido al pie del cañón, documentando la estupidez y los engaños d los gobiernos del PRI y el PAN si temores ni autocensura, como lo muestra esa azarosa trilogía integrada por La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2005) y ahora El infierno, en la que cabe la crítica social profunda y un humor negro e irónico que lo hereda de su progenitor: ese gran y poco valorado cineasta de ámbitos populares como lo fue José El Perro Estrada (Para servir a usted, Cayó de la gloria el diablo).
Pronto, El Benny se percata de que “aquí no haces lo que quieres, sino lo que puedes” y con el padrinazgo de un viejo amigo de la infancia, El Cohiloco (Cosío, extraordinario), se involucra en el negocio más rentable de este país: el narco y sus infiernos de venganza, muerte y dinero a manos llenas y la prosperidad le sonríe por vez primera, misma que comparte con su sensual cuñada (Elizabeth Cervantes) y su sobrino El Diablito (Kristian Ferrer), hijo de su hermano asesinado.
El problema es que se gana mucho pero se pierde en la misma proporción, como muestra el devastador final. “El infierno es aquí y ahora”.

Es curioso que la que tal vez sea la película mexicana más notable del año del bicentenario trate sobre un tema que tanto lacera a nuestra sociedad. Y eso nos lo recuerdan las fotografías que el gran narcotraficante Don José Reyes (Ernesto Gómez Cruz) ostenta en su despacho: aparece dando un efusivo abrazo a Miguel de la Madrid, sonriente al lado de Vicente Fox (y la infaltable Martita) y besando la mano al mismísimo Juan Pablo II. La fotografía de Damián García es estupenda y, en interiores (particularmente en la oficina del capo), no deja de recordarme la estética de El Padrino parte II (Coppola, 1974), con sus opacos tonos ocres.
El infierno, divertida por trágica y actual, se erige como una alegoría de nuestros tiempos, como lo confirma la ceremonia del grito de Independencia, ese podio con el escudo nacional manchado de sangre o su final pesimista. El Internet Movie Data Base la recomienda a la par de otros importantes títulos del cine sobre delincuencia organizada, como Buenos Muchachos y Los Infiltrados (Scorsese, 1990 y 2006). Sólo me queda una pregunta: ¿cómo es que una película tan incómoda para el régimen obtuvo apoyos gubernamentales para su factura?

martes, 12 de octubre de 2010

¿De qué manera vas a celebrar a tus muertos?

En la antesala de la celebración a los muertos es inevitable el viejo cuestionamiento sobre la legitimidad del Halloween, y más aún porque éste es el año del centenario y del bicentenario, donde una exacerbada emoción nacionalista se respira en el aire. El cimiento de esta fiesta estadounidense, como la nuestra, se encuentra en tradiciones paganas –según el cristianismo-. Por ello no creo que una sea mejor que la otra. Ambas pueden coexistir reconociéndoles su respectivo valor. A este respecto puede resultar clarificador uno de los últimos trabajos del desaparecido Germán Dehesa, escritor incisivo, dramaturgo, hijo pródigo de la Universidad Nacional, defensor del humor y cronista de nuestras tradiciones y cotidianeidad. Encontré este texto en el lugar más inesperado: en una revista de Sam´s club (octubre-noviembre 2010) olvidada en el escritorio de uno de mis compañeros de trabajo. Este hallazgo me demuestra que lo maravilloso es posible. Adornos de ambas fiestas visten mi casa desde los primeros días de octubre. Si la navidad comienza desde mediados de año (en los supermercados) y su colorido se extiende más de un mes (a veces más), ¿por qué no homenajear a los muertos desde ahora?
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¿De qué manera vas a celebrar a tus muertos?
Germán Dehesa

Durante una cena con Fernando Savater, éste tenía un motivo adicional para documentar su desasosiego: en dos días regresaría a España y todavía no había comprado las calaveritas de azúcar que su esposa le había encargado de modo muy encarecido. Quienes habitan en el vulnerado paraíso conyugal, saben lo que les espera cuando incurren en el delito de no cumplir estas solicitudes-mandatos de su Penélope particular. ¡Una cosa que te encargo y no te da Dios licencia de tomarte la molestia!... no te lo hubiera encargado algún amigo tuyo, porque tarde se te habría hecho para cumplirle su gusto... pero, claro, yo ya sólo soy una costumbre que no merece ser tomada e cuenta… y mi terapeuta ya me lo había advertido… y mira que me prometí o llorar, pero estas cosas, estos detallitos, duelen. Olvídense. Es como una prosificación de Yerma en versión intensa. Piensen que de por sí las señoras ya están cabreadas porque no las llevaron al viaje. Pero volvamos a las calaveritas. Me llama la atención que la muy apreciable esposa de un maestro de ética español considere que estas edulcoradas artesanías, cuyo aprecio está a la baja entre los mexicanos, puedan ser para ella un objeto deseable (el oscuro objeto).
Año con año, la sociedad mexicana se craquela en el momento en que tiene que decidir de qué manera va a celebrar a sus muertos En los extremos están dos sectores fundamentalistas: los que ya trascendieron la calabaza en tacha, prefieren ir a Disneyworld que a Mixquic (donde hay más turistas que en Disneyworld) y sin el menor empacho (esto es un decir, porque a los niños que se zumban diez pelón pelorrico y veinte raciones de chilito Lucas se les tapona hasta las vías linfáticas), celbran en Halloween y se disfrazan de Homero Adams, Pinky y Cerebro y otras bizarras fantasías californianas. Otro sector de México se aferra a las recias tradiciones y decoran sus hogares con el tradicional cempasúchil (zempoalxóchitl) de Oregon. Esta variante tonifica mucho a las criaturas que contraen pulmonorrabia en el panteón mientras rezan el Rosario de veinte misterios y van siendo devorados por el lodo panteonero y las múltiples calaveras. Yo milito n el sector moderado y, aunque en lo personal, no celebro nada. Tampoco impido los audaces experimentos del secretismo mestizo. En casa tenemos ofrendas y Halloween y cada quien decide qué cara le pone a sus muertos. Probablemente voy a decir una herejía, pero he observado que los maravillosos chiquillos y chiquillas la pasan mejor y se divierten mucho más con el Halloween que con el dulce de calabaza que, dicho sea con todo respeto que se merecen las tradiciones, sabe como a Corega caduco (su única virtud apreciable es que les sella la boca durante dos horas porque la lengua se adhiera al paladar como diputado a la curul). De todo esto, lo único que concluyo es que el destino de México no está en juego y que cada quien es muy libre de celebrar del modo que les resulte más satisfactorio. Yo nomás me agacho, dejo pasar estos días y espero que la vida regrese. Sé muy bien que mis muertos van conmigo y que y que en mi genoma están en sesión permanente. En cuanto desaparecen los niños vestidos de Harry Potter, regreso a la calle a pasear en compañía de mis ancestros.

domingo, 10 de octubre de 2010

Siete engranajes para accionar un mecanismo

La semana pasada tuve el privilegio de presentar el nuevo libro de Norma Lazo, El mecanismo del miedo. Ella, humilde en exceso y reticente a hablar ante sus admiradores, preparó este texto que nunca llegó a oídos de los asistentes al acto. Como una exclusiva, con el generoso permiso de la autora, helo aquí para todos ustedes. Constituye un vistazo a la génesis del libro. Que lo disfruten.
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Siete engranajes para accionar un mecanismo
Norma Lazo
  1. Una vieja casona digna de un escenario gótico. Cuando tenía seis años mi familia y yo nos mudamos a vivir a casa de mi abuela. Nadie nos dijo las razones detrás de esa decisión. Al parecer los negocios no andaban bien aunque en ese momento nos lo comunicaron como si se tratara de un juego. La vieja casona de mi abuela inflamó mi imaginación desde el primer día. Era una casa antigua con seis recámaras, techos altos —imposibles de ser alcanzados— y un palomar que se descascaraba con el tiempo. De esa etapa de mi vida empiezan mis primeros recuerdos de querer ser escritora. No tenía claro lo que significaba dedicarse a esta profesión, pero de manera instintiva lo convertí en algo ritual y en un secreto que no podría compartir con nadie más. En aquel momento sólo deseaba parecerme a los personajes que descubrí en las solapas de los libros que leía y que poco a poco me seducirían por completo.
  2. Una caja de libros sui generis. Antes de que mi familia llegara a vivir a casa de mi abuela ella tuvo una pensión para ayudarse económicamente. Para cuando nosotros llegamos solamente quedaba un pensionado que apenas veíamos: un hombre extraño que usaba los pantalones hasta el inicio de su diafragma. Pero no fue el único inquilino que pasó por ahí. En la recámara que fue de alguno de ellos encontré una caja de libros. Todos los títulos eran de literatura de horror. La caja de libros estaba destinada a la basura. Yo me empeciné en que debía ser mía. Después de hacer las clásicas promesas que hacen los niños para jamás cumplirlas después—me voy a portar bien, no pelearé con mis hermanos, haré mi tarea temprano, etcétera— me permitieron conservarlos. Pero no conté con que los libros acendrarían ciertos rasgos míos que más tarde me llevarían a constantes enfrentamientos con mis padres.
  3. Una lectura prohibida. Mis padres no tardaron en atar cabos entre mis pánicos nocturnos y aquella caja de libros. Sintieron curiosidad y los hojearon. En ese momento decidieron que no se trataba de una lectura para una niña de mi edad y amenazaron con tirarlos a la basura. Volví a hacer promesas falsas. Les dije que si ellos no los botaban yo ya no los leería. Me creyeron nuevamente. Así que la lectura se convirtió en algo prohibido. Nadie en la casa sabía que de noche, cuando ya todos dormían, yo continuaba abrevando de las historias macabras —y si no lograba dormir no importaba: siempre podía saltar a la cama de alguno de mis hermanos mayores que me hacían un espacio a su lado sin cuestionarme. Así terminé de leer los libros de aquella caja, por las noches, con la luz tenue de una lámpara y muerta de miedo.
  4. Un primer amor. El primer autor que me marcó y motivó mi vocación de escritora fue Edgar Allan Poe. Recuerdo un retrato suyo en la solapa de Historias Extraordinarias. Llevaba puesta una levita y yo pensé que se trataba de una capa. Fue entonces que decidí amarrarme una toalla en el cuello para parecerme a él. Me sentaba a trabajar en la Olivetti gris que mi madre acababa de comprar, con una jarra de té de manzanilla recién hecho al lado. No sé de dónde saqué semejante idea, pero como estaba segura de que Poe era oriundo de Inglaterra —y por lo tanto debía tomar té como hacen los ingleses— entonces yo también tenía que tomarlo para poder parecerme a él. Dejé el té y volví al café después de descubrir que Poe era estadounidense.
  5. La nostalgia por los temores infantiles. En esta época en la que los sucesos de violencia me rebasan y la realidad me duele cada vez más, empecé a extrañar las cosas fantásticas a las que les temía de niña: un habitante inesperado bajo la cama, cosas que burbujean en los armarios, juguetes que por las noches adquieren vida propia. Todas las noches sentía miedo. Debía dejar la luz prendida o tomar a mi abuela de la mano hasta quedarme dormida, como lo hacía Poe con Muddy, su nana. Pero siempre sabía que llegaría el amanecer y, con la luz del sol, todo volvería a la normalidad, así que mis temores desaparecían hasta que la noche llegaba nuevamente. Extraño aquella certeza que tenía de niña de que el sol iba a salir.
  6. La fascinación por el otro que es diferente, en este caso, el monstruo. Con los monstruos siempre tuve una relación ambivalente: me asustaban al mismo tiempo que me encantaban. Creo que no podía evitar ver en sus vidas un filo de la tragedia humana y rasgos de mí misma. Sin tener claro por qué, había algo que me hacía sentir compasión por algunos y admiración por otros. Si bien los monstruos me atrajeron de manera instintiva, hoy me atraen más porque siempre serán un comentario sobre la otredad, sobre aquello que nos es ajeno y, por lo tanto, tiene algo de nosotros mismos. Nuestro espejo. Nuestra sombras. Nuestros monstruos.
  7. Un ejercicio de memoria. Escribir El mecanismo del miedo también significó un ejercicio de memoria, que, como todos, está reconstruido con fantasías, mentiras, exageraciones y omisiones, aunque estemos seguros de que todo lo que decimos sea verdad. La caja de libros que hallé en casa de mi abuela se convirtió en una biblioteca enorme y especializada. Mi abuela, una mujer sencilla de creencias santeras que nunca terminó la primaria, se convirtió en una abuela culta que restauraba primeras ediciones de libros que se convirtieron en clásicos de terror. Mis temores abstractos de niña se volvieron recreaciones fieles de pasajes de libros que en aquella época consideré de lo más aterradores. La Olivetti nueva de mi madre se transformó en una vieja Olivetti portátil. Escribir es imaginar y echar mano de la memoria: somos lo que recordamos y un montón de espejos rotos que intentamos unir.

miércoles, 6 de octubre de 2010

El mecanismo se alimentó

Ayer por la noche tuve el gusto de ser uno de los “padrinos de presentación” del nuevo “hijo” de mi querida Norma Lazo. El escenario del acto fue el cine Lido del Centro Cultural Condesa y los testigos casi una centena de lúcidos lectores. Para todos los que no pudieron asistir, he aquí el texto que preparé para la ocasión.

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Alimentar el miedo
Roberto Coria

Compartir esta ocasión al lado de entrañables amigos que admiro en lo personal y profesional –Bernardo Fernández BEF y Alberto Chimal- y con todos ustedes, devotos de la literatura, escuchar la dramatización que hace unos momentos hizo la maravillosa Elena de Haro, son motivos de incontables satisfacciones. Como ya saben nos reúne la presentación oficial de la nueva novela de Norma Lazo, El mecanismo del miedo (Mondadori, 2010). Que su artífice me haya invitado para comentarla me llena de felicidad, no sólo porque nos hermanen obsesiones ni porque la aprecie profundamente, sino porque el libro es un triunfo para la imaginación y una valiosa aportación para todo el que se atreva a internarse en los territorios fantásticos. Si la literatura es la infancia recuperada a voluntad, como decía Baudelaire, la historia permite al lector retroceder a una época plena de inocencia donde lo maravilloso es posible. La vasta biblioteca de Doña Eduviges Berenguer –y a ella rindo toda la veneración del mundo- contiene títulos esenciales de mi primer educación sentimental con quienes inicié un romance que se fortalece día con día –El castillo de Otranto de Horace Walpole, El monje de Matthew Gregory Lewis, Frankenstein de Mary Shelley, La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe, El vampiro de John William Polidori, Drácula de Bram Stoker, Las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, Thanatopia de Rubén Darío y un enorme etcétera-. Entre sus volúmenes destaca, y tiene un lugar privilegiado en la trama, El Horla de Guy de Maupassant, estupendo descenso epistolar a la locura y el miedo. Si esta última, como aseguraba Howard Phillips Lovecraft, –cuya aportación al género la autora reconoce y celebra- es “la primera y más poderosa de las emociones humanas”, la autora plantea una clara división de las razones que lo producen en el individuo. En la dedicatoria que me ofreciste cuando me entregaste el libro, Norma, mencionaste la importancia del “miedo bueno en una época plagada de miedo malo”. El mecanismo del miedo tiene la virtud de disertar sobre esta urgencia en un momento donde decapitaciones, secuestros, ejecuciones y demás masacres dominan los titulares de los medios de comunicación y amenazan con insensibilizarnos. El miedo que produce la página impresa, al igual que el cine, la televisión o los videojuegos, nos permite experimentarlo de una forma sana y segura y, por qué no, disfrutarlo. En el libro este miedo asegura el equilibrio en nuestro universo y demuestra que el escritor de horror es tan importante, necesario y digno como un médico o un abogado. Como lúcidamente se preguntó Clive Barker, “¿por qué susurrar su nombre (del miedo)? Abracémoslo”.

La novela El mecanismo del miedo, ambientada en una época y un lugar reconocibles –he ahí otro de sus aciertos-, nos habla de la incapacidad de muchas personas para convivir con lo diferente, de los discursos de odio de figuras que deberían promover la convivencia armónica, de las atrocidades que históricamente se han cometido contra personas cuya única culpa era respetar su entorno. Todos debemos defender nuestra libertad de leer obras aunque muchos las asocien con la perversidad y la ignorancia. Podemos hacerlo con la certeza de que son metáforas que nos enseñan sobre la condición humana. El libro de Norma nos demuestra, como dijo un sabio, que “la razón y la imaginación son los ojos de la inteligencia”. También nos habla sobre la congruencia y el respeto, sobre ser fieles a nuestra esencia. Confiesa la protagonista: “nunca me avergoncé de ser una bruja, ni renegué ni le di la espalda a mi linaje”. El suyo sin duda es un ejemplo a seguir.

Gracias, Norma Lazo, por escribir El mecanismo del miedo. Una entrañable amiga –que se encuentra en esta sala-, mujer madura y sensible que devoró el texto, me dijo que una noche, durante la lectura, escuchó los mismos ruidos que inquietaron a la heroína del libro, reunió valor para mirar debajo de su cama y al no conseguirlo tuvo que ir a dormir con su mamá por el miedo que le produjo. Sin duda éste no es sólo el mejor halago a tu creación, sino una ofrenda que tranquilizó a las sombras que viven del otro lado del espejo.
Remato con una pregunta inevitable: ¿cuándo entregarás a tus admiradores –entre quienes me sumo- una secuela?
Muchas gracias.

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Post scriptum

En su intervención, Bernardo Fernández BEF alabó la forma en que la novela atrapa a sus lectores, “los niños de la generación Wii no toleran un mal primer párrafo” y celebró el encanto del relato de horror: “los niños tienen el derecho inalienable de asustarse con lo que son capaces de imaginar”. Alberto Chimal recordó un pasaje de la historia donde una turba de padres iracundos reclama a la abuela de la protagonista por inducir a sus pupilos a leer relatos de miedo, “la imaginación no nos hace la vida más fácil, nos hace más humanos”. En la obligatoria ronda de preguntas y respuestas la autora habló de la evolución de los miedos del niño. Su resorte dramático fue un artículo periodístico, publicado cuatro años atrás, que revelaba que el principal temor de los infantes encuestados era ser secuestrados. A este respecto, y sobre aquello del “miedo bueno y miedo malo”, El mecanismo del miedo se permite incluir una subtrama que habla muy bien de la verdadera maldad y de la incomprensión de las personas hacia lo que no comprenden.

lunes, 4 de octubre de 2010

Lo que ellas quieren…

Dos distinguidos doctores, uno de la realidad y otro de la ficción (Sigmund Freud y Emmett L. Brown), pensaban que uno de los más grandes misterios de la creación es la mujer. Ésta ha sido fuente de inspiración, pasión (que algunas veces mata), inquietud y angustia para prácticamente todos los hombres. No pude evitar pensar esto el otro día que vi el primer capítulo de la serie de televisión True blood, adaptación de las novelas de Charlaine Harris y generoso obsequio de mi amigo Ricardo Bernal. Particularmente por la protagonista Sookie Stackhouse (Anna Paquin, quien de niña ganó un premio Oscar), joven mesera de un restaurante del pueblo sureño Bon Temps, Louisiana. Inevitable fue compararla con otra popular adolescente de la ficción de vampiros contemporánea, la estrella de la serie Crepúsculo, Isabella “Bella” Swann (Kristen Stewart, la otrora hija de Jodie Foster en La habitación del pánico). Ambas fueron seducidas por el encanto del monstruo, sólo que por razones diametralmente opuestas. A Sookie, quien tiene la capacidad de escuchar los pensamientos de las personas, no sólo le atrae físicamente el vampiro Bill Compton (Stephen Moyer), sino su experiencia (fue convertido en 1865) y su incapacidad para leer la mente del difunto reanimado. Bella también sucumbe ante los encantos del melancólico vampiro Edward Cullen (Robert Pattinson), pero también ante su cuna prominente, su familia (de vampiros) modelo, los lujos que le rodean, su ropa costosa y su flamante automóvil deportivo. Las dos chicas, Sookie y Bella, son residentes (la primera oriunda) de pacíficas comunidades rurales estadounidenses, plenas de carencias culturales y de las comodidades de las grandes urbes, de la pompa y la sofisticación. Los objetos de sus fiebres son hombres jóvenes (aparentemente), agraciados, fríos y las rechazan en un primer encuentro. Representan al chico malo que a muchas jovencitas fascina. Pero para Bella es la proyección de sus aspiraciones, mientras para Sookie su opuesto. Dice la expresión popular (y la Física) que polos opuestos se atraen. Para las dos sus respetivos galanes son un enigma y eso es encantador. Funcionamos por oposición: lo prohibido es lo más deseado. Ahora, por lo que respecta al vampiro, ¿en qué tipo de mujer puede interesarse un individuo –mortal o no muerto- que ha vivido cientos de años, es físicamente hermoso, ha resuelto su vida intelectual y espiritual, ha amasado fortuna material y se encuentra en el pináculo de la cadena alimenticia? Esa posiblemente es una interrogante mayor que la que inspiró éstas líneas. 


domingo, 3 de octubre de 2010

Infamia de una mañana de domingo

Un placer culposo, digno de suceder el desayuno dominical, fue ver en la televisión la película Todavía se lo que hicieron el verano pasado (Danny Cannon, 1998), inecesaria secuela de la prescindible cinta de horror que abreva del cine de asesinos sobrenaturales de los setenta y ochenta. El vengativo psicópata -Ben Willis, alias El pescador- ahora siguió a la protagonista -Jennifer Love Hewitt- hasta a una isla de las Bahamas -seguramente tuvo, como todos los mortales, que reservar alojamiento, transportación,comprar bronceador y un par de bermudas-. La previsible, incoherente, ridícula pero -involuntariamente- divertidísima trama de Trey Callaway, plagada de diálogos absurdos y lugares comunes, tiene a menos dos aciertos: la efímera aparición de Jeffey Combs (mejor conocido como Herbert West en la serie Re-animator) y la muerte violenta de Jack Black (futura estrella del King Kong de Peter Jackson), un molesto rastafari traficante de droga. Eso anima cualquier domingo.

viernes, 1 de octubre de 2010

El país de octubre

... el país donde siempre está haciéndose tarde. El país donde las colinas son niebla y los ríos neblina; donde el mediodía pasa rápidamente, donde se demoran la oscuridad y el crepúsculo, y la medianoche no se mueve. El país que es principalmente sótanos, subsótanos, carboneras, armarios, altillos y despensas alejadas del sol. El país que habitan gentes de otoño, que sólo tienen pensamientos otoñales. Gentes que pasan por las aceras desiertas con un sonido de lluvia...
-Ray Bradbury (según la traducción de Francisco Abelenda, Minotauro, 1994)