viernes, 27 de abril de 2012

La peor de mis bodas


Es cierto que [REC] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) no aportaba nada nuevo al género. Su premisa –el videoreportaje de un suceso aterrador- fue ya explotada previamente, pero era increíblemente eficaz y fue capaz de crear en mi mente verdaderos momentos de horror. El encuentro con la otredad de la entrevistadora Ángela Vidal (Manuela Velasco), su camarógrafo Pablo, una dotación de bomberos, un par de policías y el varopinto grupo de inquilinos de un viejo edificio de Barcelona se convirtió en un objeto de culto instantáneo. La cinta, como dijo Rafael Aviña, generó “no sólo un remake estadounidense (Cuarentena, 2008), sino una insólita continuación que arranca minutos después del desenlace de la película original, y cuya oferta argumental aporta un nuevo giro a la trama primigenia”. Y aunque la [REC]2 (2009) no fue de mi entero agrado –pues no se ajustaba a mis expectativas- debo concederle estupendos momentos. Sobre todo respetar su estilo –la videograbación- de una manera lógica y aceptable, ahora por el grupo especial de la policía que ingresó en el lugar y un trío de jovencitos imprudentes. Sobre ella sigue Aviña: “A pesar de algunos momentos en verdad espeluznantes, en el que caben niños, coplas españolas, sacerdotes y pasadizos, [REC] 2 se distrae con escenas shock, algunos sustos muy burdos, ciertos problemas para unir sus subtramas y otorgarle credibilidad al tema demoniaco. A todo ello se suma un humor involuntario que se desprende del maquillaje, y, sobre todo, de los modismos locales. “Tíos”, “gilipollas”, “coño”, “puñeteros”, “hostias”... y más”. Fue, sin duda alguna, una continuación innecesaria, decepcionante si la comparamos con su fuente de procedencia.
Ayer, a pesar de mis instintos, me aventuré a ver [REC]3 (Paco Plaza, 2012), alentado por algunas recomendaciones y por curiosidad –de ella murió el gato-. No sólo salí indignado del cine por los anuncios previos de un parasitario partido político, o por ver accidentalmente –por pruebas del proyeccionista- el desenlace de Los Vengadores (Joss Wedddon, 2012), sino por la película misma. El guión de Paco Plaza y Luis Berdejo muestra una propuesta agotada, previsible, que se debate entre la auto parodia, el slapstick, excesos que se le dan mejor a Sam Raimi y su saga del Despertar del diablo (Evil dead, 1981) o a Peter Jackson en Tu mamá se comió a mi perro (Dead alive, 1992), personajes que pretendían ser hilarantes (como el padrino mujeriego, esa abuelita santurrona o John Esponja) y la intención de dar unidad a la franquicia a través de las fugaces apariciones de la terrible niña Medeiros. Lo que definía a las cintas -la cámara en mano, por eso el REC del título- es desechado a la mitad del metraje y sustituido por tomas y ángulos convencionales, con lo que se traiciona la intención original. Los “homenajes”, del Resplandor de Kubrick al Kill Bill de Tarantino, o a  las ya mencionadas, son irrisorios. Inesperada, cierto. Terrible, sin duda. Lo que hubiera rematado el número serían zombis bailando la tradicional víbora de la mar o el payaso del rodeo, desfiguros acostumbrados en las bodas mexicanas. 

miércoles, 25 de abril de 2012

Dudas razonables


No puedo negar la cruz de mi parroquia. Y eso me atormenta desde el viernes pasado que vi la muerte de uno de mis héroes en su adaptación televisiva para el nuevo milenio Sherlock. Porque muchas muertes pueden fingirse: un disparo de arma de fuego, un apuñalamiento, a través de drogas que atacan el sistema nervioso central y provocan un estado similar a la muerte, incluso un ahorcamiento, como vimos (coincidentemente) en Sherlock Holmes (Guy Ritchie, 2009). Todas requieren una preparación cuidadosa, como el ilusionista que ejecuta un acto de magia. ¿Pero cómo disimulas una caída de más de 30 metros de altura? Algo así significa una muerte segura por todas lesiones en conjunto que causaría y que son imposibles de evitar. Ello puso a prueba mi razonamiento. Tan pronto comenzaron los créditos finales del episodio, corrí al librero (a la parte de Ciencias Forenses) para tratar de aclarar mi cabeza. Consulté (entre otros títulos) Medicina legal de Eduardo Vargas Alvarado (Trillas, 2000), que dice sobre la caída y la precipitación lo siguiente:
“En ambos casos se trata de contusiones ocasionadas por el desplome de una persona. Es caída cuando ocurre en el mismo plano de sustentación, y precipitación si se produce en uno que se encuentra por debajo del plano de sustentación. En la caída, debido a la falta de tiempo y espacio, se establece un sistema de fuerzas que lanza al cuerpo lateral y oblicuamente sobre el suelo (Gisbert Calabuig); las lesiones tienen un carácter esencialmente focal porque el efecto acelerador sólo se observa en la cabeza, mientras es nulo en el resto del cuerpo. En la precipitación, la fuerza de gravedad desempeña un papel importante. La energía que se libera en el momento del impacto se transmite a todo el cuerpo y explica el carácter generalizado de las lesiones.
En la caída, al movilizarse la cabeza sobre el suelo se produce la lesión golpe-contra-golpe. El golpe se observa en la piel cabelluda como hematoma o herida contusa. El contragolpe está dentro del cráneo, en el punto diametralmente opuesto, y consiste en hematoma epidural o subdural, y en focos de contusión cerebral. En otros casos hay fractura del cráneo, en ocasiones con hundimiento. En los miembros inferiores, puede producirse fractura del cuello del fémur. La muerte inmediata es causada por lesiones craneoencefálicas, y la tardía por complicaciones sépticas, como la neumonía hipostática en los ancianos debido al decúbito obligado.
En la precipitación, las lesiones de la piel son mínimas, como en la caída. En cambio, el daño interno es severo. El esqueleto puede estar multifragmentado ("bolsa de nueces") y las vísceras, especialmente hígado, bazo, cerebro y pulmones, encontrarse muy lacerados.
Las lesiones esqueléticas ocasionadas por la precipitación varían de acuerdo con la forma en que la víctima recibe el impacto con el suelo:
-Impacto de pie. Significa la introducción de la columna vertebral en el cráneo, fractura del astrágalo y del tercio medio de las piernas.
-Impacto estando sentado. Las alas menores del esfenoides y la apófisis crista galli del etmoides se incrustan en el encéfalo. Impacto de cabeza. Representa fractura de cráneo conminuta, con hundimiento y, aspecto de telaraña (Keith Simpson). De los órganos internos restantes, la aorta y el hígado son particularmente vulnerables. La aorta puede seccionarse a nivel de la unión del arco aórtico con la porción descendente, en tanto que el hígado puede mostrar laceraciones en su parte central, pero con indemnidad de la superficie.
Las lesiones descritas se denominan puras porque corresponden exclusivamente a la precipitación. A ellas pueden agregarse las llamadas lesiones contaminadas, las cuales se observan en la superficie del cuerpo y se deben al golpe contra estructuras salientes que se interponen en la trayectoria hacia el suelo.
La muerte en la precipitación se debe a choque traumático, laceración visceral o traumatismo craneoencefálico.
La etiología medicolegal de caída y de precipitación es frecuentemente la accidental. Sin embargo, en cuanto a la precipitación, no es raro el suicidio que suele realizarse desde sitios elevados, que se vuelven clásicos en cada ciudad debido a la preferencia para tal propósito”.

Bueno. Eso fue algo para pensar. Si concedemos el mínimo de confianza a sus guionistas Steven Moffat y Mark Gattis -pues se lo han ganado con creces- la explicación nos sorprenderá y dejará satisfechos. 

martes, 24 de abril de 2012

Duelos


“Todo intento de recuperación de los cuerpos era una imposibilidad, y allí, en la profundidad de aquella horrorosa caldera de aguas turbulentas, yacerán para siempre el más peligroso de los criminales y el más grande defensor de la ley de su generación”. –Arthur Conan Doyle. El problema final (1893).

Hay pérdidas que nunca se superan, aunque eventualmente te enteras que nada era lo que creías. El único aspecto que empañó mis festejos por el centenario luctuoso de Bram Stoker fue el episodio final de la brevísima segunda temporada de Sherlock, la grandiosa serie británica creada por Steven Moffat y Mark Gatiss. Y no fue así porque fuera malo. Lo fue porque me permitió vivir la angustia y el desconsuelo que los lectores victorianos –de la Reina Victoria al trabajador más humilde- sintieron al llegar a los últimos momentos de El problema final, el cuento donde Arthur Conan Doyle asesinó a su personaje más memorable. Pero ya volveré a ello.
Sherlock es una propuesta inteligente y respetuosa que trae con gran fortuna a un personaje clásico al nuevo milenio, a la era de los mensajes de texto y el internet. Como entusiasta lector del autor escocés siempre he creído que éste, desde un lugar mejor, debe sonreír al comprobar  la adaptabilidad y vigencia de su creación. Así lo comprobé a través de ingeniosas menciones a numerosas de sus historias, desde El pulgar del ingeniero (1892), El intérprete griego (1893), El tratado naval (1893), Escándalo en Bohemia (1891), La aventura del pie del diablo (1910) hasta su relato más famoso, El sabueso de los Baskerville (1901). Me emocioné al disfrutar guiños, como el momento donde, abrumado por el acoso de la prensa, Sherlock Holmes (Benedict Cumberbatch) se colocó el gorro de cazador que popularizó el cine.
Sobre todo descubrí el lado humano del detective. En el primer capítulo, Escándalo en Belgravia, Holmes se topó con uno de sus más interesantes antagonistas: Irene Adler (Lara Pulver), “La Mujer”, ahora convertida en una dominatrix de altos vuelos, objeto de amor idílico –nunca admitido- del personaje y verdadero desafío intelectual. Cuando Holmes trató de “desnudarla” utilizando sus capacidades deductivas, no descubrió nada. Incluso aparecieron textos –ya tan característicos de la producción- con signos de interrogación. Desconcertado, el héroe volvió la mirada a Watson (Martin Freeman) y comprobó que todo seguía en orden. Luego regresó a ella y se topó de nuevo con un gran muro. En su segundo capítulo, Los sabuesos de Baskerville, el detective no sólo puso a prueba sus capacidades: cuestionó la lógica que lo define. Esto por la leyenda local de un terrible sabueso, experimento engendrado en la base militar  de Baskerville, en la región de Dartmoor. Luego de confrontar al monstruo, pude ver por primera vez auténtico miedo en el rostro de Holmes. La razón, como en el texto original, se impuso e el último momento.
Todo concluyó en La caída de Reichenbach, historia –un enorme flashback- que anunció su desenlace desde el inicio pero no dejó de sorprenderme. En el fondo de todo se encontraba James Moriarty (Andrew Scott), el “Napoleón del Crimen”, esa “araña que mueve todos los hilos en el centro de la telaraña”, quien urdía un complicado plan para desacreditar a su enemigo. El guión de Steve Thompson nos presentó a un criminal muy en deuda con El Guasón de Heath Ledger, un hombre que sólo quiere ver arder el mundo por placer, usa la canción “Staying alive” de los Bee Gees como tono de su teléfono celular y se sienta en una vitrina de la Torre de Londres usando las joyas de la Corona, cual Sid Vicious o Freddie Mercury. Al malvado debemos frases memorables como “tú y yo somos iguales, sólo que tú eres aburrido” o “todo cuento de hadas requiere un buen villano clásico”. En el clímax las dos caras de la moneda se encuentran frente a frente en la azotea del Hospital de San Bartolomé, y ahí ocurrió lo impensable. “Moriarty no puede vencer a Holmes”, pensé inmediatamente. Aunque siempre he manifestado mi predilección por los villanos, inevitablemente deseo el triunfo del héroe. Por eso, he aquí algunas de mis dudas: ¿Un megalómano sería capaz de quitarse la vida? ¿Cómo evitar la muerte por una caída de más de 40 metros? La clave seguramente se encuentra no en lo que reveló la última escena, sino en los detalles que pasamos por alto: la aparente traición fraterna, la charla con la médica forense Molly Hooper (Louise Brealey), el ciclista que derriba a Watson. “La gente ve, no observa”, dice Holmes todo el tiempo. El problema final se resolverá en una tercera temporada, como anunciaron en la red sus creadores y su productor. Tendremos que esperar un largo año. Ese es un buen motivo para no anticipar el Fin del Mundo.

viernes, 20 de abril de 2012

Hundimiento y resurrección de Bram Stoker

Hoy se cumplen 100 años de la entrada a la inmortalidad de Bram Stoker. Entre muchas ficciones interesantes, ensayos de interpretación histórica, su labor en la escena teatral de su tiempo, brilla su obra más reconocida, Drácula (1897), novela a la que debo mucho y que forma ya parte de los clásicos de la literatura universal. La Revista de la Universidad de México, dignamente encabezada por Ignacio Solares, dedica una parte de su número 98 -el de abril de este año- al autor irlandés. La publicación me ofreció el honor de ser parte de este homenaje con un par de escenas de El hombre que fue Drácula, al lado de mi amigo y mentor Vicente Quirarte, quien me dio el permiso para reproducir su tributo a uno de tantos escritores cuya admiración nos hermana. Que lo disfruten.
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Hundimiento y resurrección de Bram Stoker

Vicente Quirarte

  

…el ingenioso Bram Stoker, quien creó varias impactantes concepciones horroríficas en una serie de novelas cuya pobre técnica tristemente disminuye su efecto real. La madriguera del gusano blanco, sobre una gigantesca entidad primitiva que acecha en la cripta de un viejo castillo,  arruina una magnífica idea debido a un desarrollo casi infantil. La joya de las siete estrellas, que trata acerca de una extraña resurrección egipcia, está escrita con mejor estilo. Pero la mejor de todas es Drácula, que se ha convertido casi en modelo de explotación moderna del temible mito del vampiro. El Conde Drácula, un vampiro, acecha en un horrible castillo de los Cárpatos, pero finalmente emigra a Inglaterra con la intención de poblar el país de otros vampiros. La manera en que un caballero inglés se enfrenta al horror de Drácula, y cómo el mortal plan de dominación es finalmente derrotado, son elementos que se unen para formar una historia que actualmente tiene un lugar justamente ganado en las letras inglesas.
Howard Phillips Lovecraft

Casi la medianoche del domingo 14 de abril de 1912 en el Océano Atlántico. Sobre un mar de  tranquilidad inverosímil, la criatura movible más grande creada por el hombre impactó lateralmente contra un témpano. En diez segundos, ese otro gigante que había tardado siglos para formarse y tres meses en llegar desde Groenlandia a la inesperada cita, hirió de muerte al Titanic. Su rápido, majestuoso y trágico hundimiento en que se pusieron a prueba virtudes y defectos de la especie humana, daba comienzo a una suma de historias que este 2012 alcanzan un siglo de existencia.
Al igual que otros lectores conmocionados por el hecho, Florence Balcombe entró a la habitación de enfermo de su esposo, Bram Stoker, para comunicarle la noticia que habría de ocupar las páginas de los periódicos de un mundo que reducía sus distancias gracias al cable trasatlántico. Los diarios mexicanos, que dedicaban sus titulares a los encarnizados combates entre zapatistas y tropas federales, recibieron la noticia a las 7:15 de la noche del 15 de abril. En su edición del día siguiente, El Imparcial publica en la parte inferior izquierda: “Una inmensa catástrofe marítima llena de luto al mundo entero”. Y el 17, a ocho columnas: “El naufragio del Titanic es el más espantoso que registra la Historia”.
El 20 de abril, una semana después del hundimiento, Bram Stoker se sumergía en otra forma del sueño. El certificado médico proporcionaba tres causas de muerte: “Ataxia locomotora de seis meses, riñón contraído. Fatiga”. Otras versiones dicen que de sífilis terciaria. Si así hubiera sido, la naturaleza hubiera imitado nuevamente al arte. Los enfermos de ese mal veían sus dientes adelgazarse, particularmente los caninos, razón por la cual Stoker hubiera tenido un aspecto físico semejante al monstruo que le concedió, como al Titanic, una forma de inmortalidad.
Así como el discípulo supera y a veces termina por borrar al maestro, las grandes creaciones adquieren vida más autónoma y perdurable que la de su creador. Sucede con Don Quijote, Moby Dick o Frankenstein, y así ocurre en el caso del irlandés Bram Stoker. Autor de casi 16 libros de ficción, biografía, estudios folklóricos e interpretación histórica, la posteridad lo conoce como el autor de Drácula, aunque en el instante de su muerte no lo señalaron así los obituarios. La mayor parte de ellos ensalzaba el noble trabajo llevado a cabo por el ejemplar gerente del Lyceum en beneficio del teatro. El Times trazó una ligera pincelada del Stoker más familiar para sus futuros lectores al subrayar que era “el maestro de una particularmente fantástica y aterradora forma de ficción”.
Del mismo modo en que su contemporáneo Arthur Conan Doyle debe su prestigio a las aventuras de Sherlock Holmes y no a las obras históricas por las cuales quería pasar a la posteridad, la fama de Stoker proviene de haber sido el hombre que escribió Drácula, expresión formulada por uno de sus primeros biógrafos.[1] Desde su publicación en 1897, la novela nunca ha dejado de estar en circulación y se suceden nuevas ediciones. Sin embargo, sólo hasta 1983 abandonaría el terreno marginal de la literatura sensacionalista para ingresar en los clásicos de la Universidad de Oxford.
Abraham Stoker, tercer hijo de una familia de siete hermanos, nació el 8 de noviembre de 1847 en Clontarf, población costera cinco kilómetros al norte de Dublín, y donde el rey Brian Boru se enfrentó y venció a los invasores daneses en 1014. La familia se había trasladado allí para huir de las emanaciones malsanas de la capital irlandesa. De su padre Abraham, servidor público en el castillo de Dublín, el niño Stoker heredaría la mística por el trabajo administrativo y el amor al teatro. De su madre, Charlotte, la tenacidad y la pasión por las tradiciones irlandesas: además de criar una numerosa familia de siete hijos, se dio tiempo para realizar una labor social impresionante: apoyó escuelas para sordomudos, bajo el argumento de que las había en otros países europeos; defendió a las mujeres trabajadoras y el derecho que tenían a ser capacitadas.       
El año de la llegada de Bram al mundo fue en muchos sentidos dramático. Una serie de misteriosas fiebres atacaron a la niñez, y nuestro futuro autor fue uno de los más afectados. Hasta los siete años, permaneció la mayor parte del tiempo en cama, mirando a través de la ventana el mar y los navíos que habrían de desempeñar un papel fundamental en su obra. Por otro lado, escuchaba constantemente hablar sobre dos enemigos que se cernían sobre su país: el cólera y el hambre. El futuro autor de Drácula  nació en medio de una crisis agrícola sin precedentes, circunstancia que llevó a numerosos irlandeses a buscar fortuna en América. Varios de esos emigrantes formarían el Batallón de San Patricio, que combatió y murió del lado mexicano en la guerra contra Estados Unidos, de 1846 a 1847, año este último del nacimiento de Bram.
Sus largas permanencias en cama eran compensadas por leyendas y sucesos reales contados por su madre. Charlotte tenía 14 años cuando atestiguó la epidemia de cólera que diezmó a la población del Oeste de Irlanda. Tales experiencias, que Bram solicitó a su madre por escrito, fueron el germen de su historia “The Invisible Giant” y posteriormente de algunas de las páginas más dramáticas de Drácula.  Las vivencias del cólera deben haber impresionado al niño y después al adulto, que indirectamente las trasladó a su novela mayor. La angustia de la población por vencer a la plaga recuerda la de los personajes de Stoker para enfrentarse al mal inoculado por el vampiro.
La llegada del cólera como una enfermedad letal e imprevisible, el temor anyte ante ese mal que hizo retroceder a la orgullosa Europa en proceso de industrialización a las tinieblas de la Edad Media, traen a la mente la llegada del Demeter, sobre todo en los Nosferatu de  Murnau y Werner Herzog, cuando el velero –siniestramente silencioso en ambas películas- llega a Occidente con su  carga de muerte para fecundar a los fantasmas tangibles del horror:

En los días de mi temprana juventud, el mundo se vio seriamente conmovido ante el terror de una nueva y terrible plaga, la cual iba sembrando desolación en todos aquellos lugares por los que pasaba. Mostraba tal regularidad en sus avances, que la gente podía muy bien decir dónde iba a aparecer luego y hasta casi el día en que era de esperársele…Contribuían a acentuar sus horrores lo extraño y misterioso de su contacto, así como el anhelo del hombre de contar con la experiencia o el conocimiento acerca de su naturaleza, cuando no la mejor forma de resistir sus ataques.

De tal manera, los primeros años de Bram estuvieron marcados por fantasmas  y supersticiones. Pero también por el pasado heroico de la historia irlandesa, en el cual siempre creyó y cuya huella es perceptible en varios de los libros por él escritos. Como si su naturaleza se rebelara contra la debilidad de los primeros años, el Bram que entra en la pubertad alcanza un desarrollo físico impresionante. Ingresa a Trinity College, donde también habrá de estudiar Oscar Wilde, participa en actividades estudiantiles, es un magnífico nadador, un gran caminante, jugador de rugby, y obtiene medallas en historia y composición. Así se describe en su juventud: “Mido seis pies y dos pulgadas…soy feo pero fuerte y determinado y tengo una gran protuberancia encima de las cejas. Tengo una mandíbula sólida, boca grande y labios gruesos, nariz sensitiva y pelo fuerte”.
Comienza a cortejar a Florence Balcombe, considerada por muchos “la mujer más hermosa de su tiempo”. Wilde fue uno de sus pretendientes. Florence eligió finalmente a Bram, por considerar que su talento literario lo llevaría más lejos. La amistad entre Wilde y Stoker fue intensa y duradera. De acuerdo con un testimonio, el primero recibió su visita y su ayuda económica cuando vivía, olvidado de todos y bajo  un nombre falso -Melmoth- en el ajado Hotel Alsace de París, donde moriría en 1900. Casi al mismo tiempo que su relación con Florence, Stoker conoció a otra de las figuras capitales de su vida. Admirador permanente del teatro, comenzó a escribir reseñas. Una de las más entusiastas fue la dedicada al actor Henry Irving (1838-1905), quien quedó gratamente impresionado y quiso conocer al joven. El primer encuentro tuvo lugar en el Hotel Shelbourne de Dublín. Sin saberlo entonces el crítico, daba inicio una vampirización que duraría hasta la muerte del actor. Irving era un hombre de personalidad arrolladora, y su intención era lograr que el teatro fuera tan importante y respetable como el Derecho o la Medicina. Para lograrlo necesitaba a una persona joven, emprendedora y organizada, que pudiera llevar sus asuntos. El candidato ideal era Stoker. Al igual que el futuro Drácula encuentra en Jonathan Harker el vehículo para apoderarse del escenario llamado Inglaterra,  el actor reconoció en el joven a quien podía acompañarlo en su aventura: tener su propio teatro. Stoker fue administrador del célebre Lyceum, secretario fiel, confidente. Había ocasiones en que contestaba hasta cincuenta cartas diarias a los admiradores del maestro. Otra semejanza con la futura ficción: el vampiro ordenará a Harker el contenido de las cartas que debe mandar a sus destinatarios. Escribe no lo que quiere sino aquello a lo que se ve obligado. Es entonces cuando el segundo hace uno de sus descubrimientos más aterradores: el castillo de Drácula es una prisión y Harker es su prisionero.
La anterior es una entre muchas analogías. Florence y Bram contraen finalmente matrimonio. Al anunciar su deseo de ir en viaje de bodas, el todopoderoso se niega. La escena de la vida real evoca otra de Drácula: cuando las tres mujeres que junto con el vampiro habitan el castillo atacan a Harker, aquél las aleja con el grito, revelador y multívoco: “Este hombre me pertenece.”
Una de las representaciones más exitosas de Irving fue la que hizo de Mefistófeles en Fausto de Goethe. Tenía más de 250 actores en escena, efectos especiales y decorados bajo la supervisión personal de Stoker. Lo anterior, aunado al hecho de que el actor principal utilizara un traje rojo para su personaje, hicieron de la obra uno de los grandes acontecimientos del escenario inglés. De las fotografías de semejante representación, se conserva una de Irving en la cual tiene un extraordinario parecido con Bela Lugosi, el actor húngaro que, 19 años tras la muerte de Stoker, y con la supervisión personal de su viuda, habría de personificar a Drácula, primero en la obra teatral y luego en la más conocida versión fílmica dirigida por Tod Browning.
En 1887, Stoker acompaña a Irving en una exitosa gira por Estados Unidos. Al año siguiente, mientras en Londres tienen lugar las actuaciones del asesino de mujeres que firmaba Jack el Destripador, Irving estrena Macbeth, una de sus actuaciones memorables. El papel de Lady Macbeth será desempeñado por Ellen Terry, otra de las grandes figuras del escenario inglés.
Luego de la función, Irving continuaba siendo la figura central: en la parte posterior del teatro Lyceum estaba el Beefsteak Room, donde era obligatorio, para todo caballero que se preciara de serlo, haber estado alguna vez. Fue allí, de acuerdo con la leyenda, donde el profesor Arminius Vambery, de la Universidad de Budapest, reveló a Stoker algunos de los misterios de los vampiros que desde tiempos ancestrales existían en su natal Transilvania, que nuestro autor habría de transformar en emblema de la geografía literaria. Etimológicamente, la palabra significa “tras la selva”. Stoker nunca estuvo allí, pero su capacidad de soñador y de investigador lo llevó a conocer Transilvania con profundidad, sobre todo tras la lectura atenta del libro The Land Beyond the Forest de Emily Gerard. Todo parecía conducir a la novela que pensaba escribir sobre un vampiro, y que inicialmente llevaba el título The Un-Dead. (El No Muerto). Por fortuna, en el último momento su autor tuvo la lucidez para cambiarlo al siniestro y breve nombre propio Drácula, como habría de aparecer en 1897. 
Irving muere en 1905, tras una representación –al igual que Molière- colmado de gloria, pero arruinado económicamente.  Stoker lo veló con una lealtad sólo semejante a la del perro Fussie, el ser que gozaba de los mayores cuidados del gran solitario que fue Irving. Sus restos fueron depositados en la Abadía de Westminster,  espacio que el imperio destina a sus poetas, sus monarcas y sus guerreros. Stoker le sobrevive hasta 1912. Sus últimos años fueron difíciles. Su salud física y económica eran precarias y su temperamento se volvió más melancólico. Después de Drácula escribió otros diez libros. Uno de los más notables, por lo que dice lateralmente sobre su vida y su amo, fue Personal Reminiscences of Henry Irving.
En su libro sobre la vida Bram Stoker, el más actualizado y completo que existe, Barbara Belford[2] propone una lectura psicológica de la novela y la manera cómo el autor proyecta sus obsesiones y personajes. Desde su punto de vista, existen las siguientes correspondencias entre la ficción y la realidad: Drácula sería una representación del omipotente Henry Irving;  Van Helsing, que lleva el mismo nombre del padre de Bram, la figura protectora, sabia y generosa; Lucy Westenra, la belleza y la superficialidad de su esposa, Florence Balcombe; Jonathan Harker, el propio Stoker; Mina Harker, autónoma, pensante, una imagen de Charlotte, madre de Stoker.
Así como Drácula es el arquetipo del vampiro como príncipe de las tinieblas, Van Helsing, su Némesis, su antagonista, reúne las características completas del cazador de vampiros: sus armas no serán exclusivamente la estaca de madera y el martillo, herramientas tan ampliamente difundidas por el cine, sino una cultura amplia y profunda que le permita delimitar los alcances del vampiro y los modos de combatirlo. Doctor en numerosas disciplinas, con Van Helsing surge la figura del detective psíquico, oficio que habrá de lleva a su forma más completa Algernon Blackwood en su personaje John Silence, investigador de lo oculto.[3] El capítulo 18 de Drácula es uno de los más importantes porque en él Van Helsing revela a sus compañeros qué y quién es el enemigo contra el cual deben oponer sus respectivas armas. Como gran orquestador de la aventura, Van Helsing intuye que la debilidad del vampiro se halla en su soledad, así como su fuerza reside en que nadie cree en él.
Tanto los lectores contemporáneos como los posteriores han censurado a Stoker el excesivo sentimentalismo, las lágrimas y ayes que abundan en el libro. Cierto. El autor debía ser concesivo con el gusto de su tiempo. La reina Victoria llegó al trono cuando aún no cumplía los 20 años, y su gobierno se caracterizó por la entrega, la prudencia y la fuerza que utilizó con los suyos. Eran tiempos contradictorios, de esplendor y miseria, de nobleza e hipocresía. Los victorianos creían en los beneficios de la revolución industrial y los logros de la ciencia y la técnica, pero también, ante el ocaso de la religión, fueron devotos de lo oculto. En 1888, un rosacruz masón llamado William Wyne Wescott fundó la Sociedad Secreta The Golden Dawn, a la que no perteneció formalmente Stoker, aunque estaba al tanto de sus trabajos. Sí lo hicieron, en cambio, Constance Wilde, William Butler Yeats y Arthur Conan Doyle.  
Uno de los instantes más altos en la confrontación de los humanos con el vampiro -el otro, el ajeno, el exiliado- es que sólo la fraternidad y la unión son capaces de vencer al demonio. Sólo el amor vence al mal y sólo mediante él será posible “cruzar las aguas amargas antes de llegar a las dulces”. Para tal objeto, continúa Van Helsing, es preciso ser “valientes de corazón y despojarse de egoísmo”, porque la egolatría es el arma suprema y la perdición del vampiro. Lo anterior permite comprender que de la condición de amenazador pasa a la de amenazado. Van Helsing y sus aliados vencen al vampiro y demuestran, en la novela de Stoker, que el vampiro puede ser destruido. Lo vence, finalmente, el poder de las letras. Lo vence la mano de Mina Harker, que mediante la taquigrafía y la máquina de escribir –nuevas armas del imperio- reúne las piezas sueltas del discurso alucinante donde se arma la anatomía del vampiro. La mano femenina y frágil halla su brazo armado en Jonathan Harker, que hunde su cuchillo kukri –usado por el ejército británico en sus guerras colonialistas, inclusive en las Malvinas- en el cuerpo del ofensor de su honra.  
En términos generales, y teóricos, el vampiro es inmortal. Fiel a tal precepto, Stoker escribió una novela que pareciera tener semejante destino. El efecto que produce en sucesivos lectores e intérpretes es tan poderoso como la mirada del vampiro, capaz de dominar a sus víctimas inclusive a la luz del día y cuando yace en su ataúd.
Drácula es una obra para la inquietante lectura y para los eruditos que no dejan de hallar en ella nuevos significados. Una de sus virtudes mayores es que admite la relectura y no obstante el conocimiento del desarrollo y final de la trama, podemos volver a ella con sucesivos y nuevos estremecimientos. El lector que tiene la suerte de aventurarse por primera vez en la novela puede estar seguro de dos cosas: no podrá soltar el libro ni se atreverá a incorporarse de la cama para apagar la luz. El que emprende un nuevo viaje en compañía de Jonathan Harker, dotado de un arsenal intertextual y proveído de diversos códigos culturales, no se sentirá defraudado. Drácula fue escrita por Bram Stoker en un instante cuando el contenido latente era más poderoso que el contenido manifiesto. Sus enigmas son los de siempre: la muerte y las formas de retardarla. O de vencerla.
Afirma José Emilio Pacheco que todos conocemos la historia del Titanic pero todos queremos que nos la vuelvan a contar. De igual manera, podemos enumerar, aun sin haber leído la novela, las características generales de Drácula. De cada nueva historia o película de vampiros exigimos que nos cause un estremecimiento inédito o descubra un rincón desconocido de nuestros miedos. El Titanic no termina de hundirse, aunque se encuentre sumergido en las profundidades del Atlántico. Bram Stoker, al igual que su vampiro, no acaba de morir.
 




[1] Daniel Farson. The Man who wrote Dracula: A Biography of Bram Stoker. London, Michael Joseph, 1975.
[2] Belford, Barbara. Bram Stoker. A Biography of the Author of Dracula. New York, Alfred A. Knopf, 1996. A la misma autora se debe una biografía sobre Oscar Wilde. 
[3] Algernon Blackwood. John Silence, investigador de lo oculto. Traducción de Francisco Torres Oliver, Santiago García y Javier Sánchez García-Gutiérrez. Madrid, Valdemar, 2002. Para una evolución de la figura del cazador de vampiros, puede verse el libro de Peter Haining The Vampire Hunter´s Casebook. London, Warner Books, 1996.

jueves, 19 de abril de 2012

Esta tarde la sangre correrá






















Y a pesar de la errata, el primer siglo sin usted se siente como si fueran dos, querido Bram Stoker

































He aquí la programación completa, sujeta a cambios:


9AM - DRÁCULA 1931, TOD BROWNING, BELA LUGOSI,
10:20 - LA DANZA DE LOS VAMPIROS 1967, ROMAN POLANSKI
12:10 - VAMPIROS EN LA HABANA 1985, JUAN PADRÓN
13:30 - EL ANSIA 1983, TONY SCOTT
15:15 - NOSFERATU 1922, F.W. MURNAU
---- 16:45 EL DR. VICENTE QUIRARTE HABLA SOBRE BRAM STOKER
17:00 - NOSFERATU EL VAMPIRO DE LA NOCHE, 1979, W.HERZOG
19:00 - DÉJAME ENTRAR 2010, MATT REEVES
21:00- EL HORROR DE DRÁCULA 1958, TERENCE FISHER
-----22:15  ROBERTO CORIA PRESENTARÁ
22:30 - DRÁCULA DE BRAM STOKER 1992, F.F. CÓPPOLA
24:30 - MUCHACHOS PERDIDOS 1987, JOEL SCHUMACHER
2:00 - ALUCARDA LA HIJA DE LAS TINIEBLAS 1978, JUAN LÓPEZ MOCTEZUMA
3:30 - DEL CREPÚSCULO AL AMANECER 1996, ROBERT RODRÍGUEZ
5:20 - LA INVENCIÓN DE CRONOS 1993, GUILLERMO DEL TORO
7:00 - CONDESA DRÁCULA 1971, PETER SASDY
8:30 - VAMPYR 1932, CARL THEODORE DREYER

martes, 17 de abril de 2012

Vincent Price en Oaxaca

Para mis amigos de Oaxaca. Eduardo Ruiz Saviñón presentará allá su espectáculo "Una velada con Vincent Price", con el talentosísimo Guillermo Henry en varias plazas del estado, del 19 al 23 de abril. El montaje, a partir de textos de Vicente Quirarte y Edgar Allan Poe, rinde un merecido homenaje este actor indispensable. No se lo pierdan.

lunes, 16 de abril de 2012

Sobre el placer de ver una mala película de horror

Hace meses hablé sobre los aspectos que definen a las malaspelículas de horror. Si superas la indignación, si logras suspender tu buen gusto y sensatez, puedes llegar a disfrutarlas. Debe tratarse de una suerte de placer morboso, del deseo de mofarse de los desaciertos del otro. Las situaciones inverosímiles y absurdas, las pésimas actuaciones o los malogrados efectos especiales siempre son motivo de mis más escandalosas risas. Aderezan una noche aburrida frente a la televisión o una mañana dominical. Estrictamente desde un punto de vista profesional, estas cintas pueden ser una experiencia educativa. El creativo inteligente aprenderá de los errores que debe evitar a toda costa. Conocimiento por oposición, dirían algunos.
Todo esto viene a colación porque el otro día me topé en el SyFy channel, ese semillero de películas penosas, con El ataque del tiburón de dos cabezas, dirigida por Christopher Douglas  y Olen Ray para la productora The Asylum, estudio especializado en cintas de bajo presupuesto y generalmente destinadas al video. En ella Carmen Electra, Brooke Hogan (hija de Hulk Hogan, el antiguo astro de la lucha libre) y un grupo de “actores” desconocidos luchan por salvarse del anormal escualo del título. Los detalles, si bien son terribles, son increíblemente divertidos, del tipo de “escaparé a nado del monstruo”, o “no sé usar un soplete marino ni nadar, pero repararé el barco”. Su atractivo –si puede considerarse así- es mostrar chicas voluptuosas y sin cerebro, en diminutos bikinis –o sin ellos-, que serán devoradas por el fenómeno en cuestión. Y especímenes similares abundan: Megatiburón contra el Pulpo gigante (Jack Pérez, 2009), Megapiraña (Eric Forsberg, 2010) o Megapitón contra Gatoroide (Mary Lambert, 2011), por sólo citar algunos. Los títulos son ya una advertencia por sí mismos.
Siempre me he preguntado si los productores de estas películas lo hacen con plena convicción de que están realizando una aportación valiosa al género, o si sólo ofrecen un producto comercial, sin ambiciones, que será desechado pronto de la memoria del espectador. Me inclino por lo segundo.

miércoles, 11 de abril de 2012

Las sempiternas ratas

La terrorífica experiencia del descendiente de la familia Delapore (del que nunca conocemos su nombre) en su vetusta heredad Exham Priory, en Inglaterra, da cuerpo a uno de los mejores relatos de Howard Phillips Lovecraft, Las ratas en las paredes (1924). Es un cuento que, aunque conozcas previamente, siempre tiene la capacidad de arrancar escalofríos. Se renueva con cada reencuentro. El español Carles Torrens, director de la ingeniosísima Emergo (2010) la coloca dentro de sus cinco relatos favoritos del autor. Y es por algo. Sin duda su efecto se debe al temor primigenio de muchas personas por los roedores, “las escurridizas e insaciables ratas con su continuo ajetreo que no me deja conciliar el sueño”. Uno de los mejores cuentos de Cthulhu, una celebración a los mitos (Valdemar 2001), Jerusalem´s Lot de Stephen King, es un declarado homenaje. Más que una continuación, el autor traslada el horror primigenio a su natal Maine de la forma más eficaz.
Releí ambas historias la semana pasada que gracias a mis queridos amigos Samantha Patiño y Guillermo Benítez me encontré con No temas a la oscuridad (Troy Nixey, 2011) una competente película cuyo mayor mérito radica en el guión de Guillermo del Toro y Matthew Robbins. La dupla tomó una venerada película televisiva (Don't Be Afraid of the Dark, John Newland, 1973) y la trasladó al universo del tapatío –tan en deuda con el del estadounidense-, con inevitables referencias a Arthur Machen y Algernon Blackwood, maestros de ambos.
La historia es ya familiar, pero no deja de atraernos (o al menos así me pasa). El restaurador Alex Hirst (Guy Pearce) y su pareja Kim (Katie Holmes) compran y se mudan a la abandonada mansión Blackwood –primer homenaje- en Providence, Rhode Island –segundo homenaje-. Sobre el lugar pesa una infame memoria, relacionada con los terribles eventos que rodearon la desaparición de su dueño el pintor Emerson Blackwood (Garry McDonald) y su hijo. Con la pareja llega a vivir la pequeña Sally (Bailee Madison), hija del primero, presa de la separación de sus padres bajo tratamiento para la depresión. La niña, detentora de una imaginación desbordada y víctima propicia para los terribles seres que habitan en el subsuelo y las paredes de la edificación, no deja de guardar similitudes con Ofelia (Ivana Baqueiro), la protagonista de El laberinto del fauno (2006). Ambas enfrentan la pérdida, circunstancias terribles para todo infante. Inquietantes llamados, descubrimientos terribles (esos dientes en la chimenea), encuentros peligrosos (el del pobre trabajador) y revelaciones fatales anuncian a los verdaderos protagonistas de la historia, esa horda de pequeñas criaturas que están a medio camino entre las imaginadas por Lovecraft y las hadas de los dientes de Guillermo del Toro (Hellboy II, el Ejército Dorado, 2008).
La presencia de Katie Holmes -la objeción que muchos pueden hacer- es compensada por el espectáculo visual, porque nadie cuestiona su incapacidad actoral y que su papel pudo interpretarlo mejor cualquier actriz de mediano talento. Y aunque Del Toro coescribió el guión, tiene un entrañable lazo con su fuente de procedencia (la película televisiva), dio su consejo constante al director y –como su maestro Alfred Hitchcock- tiene una fugaz aparición, resulta curioso que no se haya animado a dirigirla. Creo que hizo bien, porque aunque la factura de la cinta es impecable el tapatío está destinado a proyectos más ambiciosos. Puede darse ya el lujo de endosar su buen nombre a otros proyectos. “Guillermo del Toro presenta” es ya un sello de calidad. 

lunes, 9 de abril de 2012

Otros resucitados

Terminó otra Semana Santa y es hora de volver al trajín cotidiano. Hablemos pues de otro tipo de revinientes. Hace un par de semanas terminó la segunda temporada (dividida en dos partes) de The walking dead, serial del que he escrito mucho en este espacio. Era un entusiasta del programa, incluso lo defendí ante la crítica voraz de los devotos de su fuente de procedencia, pero debo confesar no me encantó como esperaba. Esa no es una sensación agradable. Lo mismo me ocurrió después de la primera temporada de Héroes (2006-2010), la popular historia de Tim Kring. Comprendo en parte su destino: no debe ser fácil sustentar un relato de largo aliento con un gran nivel argumental. Posteriormente podemos sumar las presiones provenientes del éxito y las altas expectativas que crea en sus seguidores (como me ocurrió), por no decir de la crítica y sus productores, ávidos de exprimir su potencial económico. A diferencia de grandes amigos y estudiosos del tema, que mantuvieron su fe en la galardonada serie, detecté las que creo son fallas terribles:

1. La historia se estancó, no sólo en su escenario (una granja de Georgia) sino en las emociones de sus personajes. Frank Darabont, su artífice televisivo, apostó por colocar a personas ordinarias ante una situación extraordinaria para emanar el conflicto que todo melodrama requiere. Ese era el encanto del programa, pero terminó por dominarlo. Estaba claro que los zombis no eran los protagonistas, sino los seres humanos (con sus virtudes y defectos), pero sus situaciones llegaron a rayar en lo telenovelesco, con el embarazo de Lori (¿quién en su sano juicio se atrevería a procrear en ese mundo con tan pocas esperanzas?) y el dilema sobre la paternidad del producto. El resorte de la temporada, el extravío de la pequeña Sophia (Madison Lintz) y la herida de bala de Carl (Chandler Riggs) se prolongaron más tiempo del necesario y no tuvieron consecuencias en la trama, salvo brindar al grupo un pretexto para detenerse y gozar de un poco de la paz y seguridad que los acontecimientos les arrebataron.
2. ¿Qué sucedió con los sentimientos de frustración de Glenn (Steven Yeun) por ser considerado desechable? ¿O la sensación de T-Dog (IronE Singleton) al considerarse un cero a la izquierda en el grupo? ¿O con la rabia reprimida de Daryl (Norman Reedus) contra las personas que provocaron que su hermano Merle (Michael Rooker) se mutilara y le dispararon (por error) cuando se arriesgó por tratar de encontrar a Sophia? ¿O la devastación de Carol (Melissa McBride) al perder a su hija? ¿O los conflictos religiosos/morales de Hershell (Scott Wilson) por la masacre de los inquilinos de su “granero prohibido? ¿O los otros sobrevivientes cuyos miembros fueron asesinados (en defensa propia, eso sí) por nuestros héroes? Muchos pueden argumentar que todos decidieron seguir adelante, y eso sería lo que dictan el instinto de supervivencia y el sentido común, pero lidiar con esa carga no debe ser fácil.
3. Toda ficción exige que el espectador suspenda su juicio racional para que la historia surta efecto. Más en el caso de una serie de horror (una de zombis, concretamente). Por momentos las acciones de sus personajes rayaron en el absurdo. ¿Ustedes se irían a tomar un trago, por el instinto básico de supervivencia al que ya me referí, a una cantina desierta en medio del apocalipsis zombi? ¿A salvar a un extraño que acaba de tratar de matarlos para llevarlo a su refugio, poniendo en riesgo a sus seres amados? ¿A reprochar a su esposo asesinar en legítima defensa a alguien, por más que en el pasado le hubiera ayudado (o hubieran tenido una relación sentimental/física? Esa reacción de Lori (Sarah Wayne Callies) y el pequeño Carl me pareció insoportable y me recordó cuando Bart Simpson/David mató a Nelson/Goliath.
4. Sinceramente no recordaba al tal Jimmy (me dijeron que era hijo de Hershell), que murió en la casa rodante a causa del ataque de zombis.
5. La fatal revelación del final de la primera temporada, esa que susurró el derrotado científico del Centro de Control de Enfermedades a Rick pudo tener más trascendencia en la historia, dar a los sobrevivientes motivos para seguir o perderse en el inevitable destino. Al final –sólo al final- tuvo sentido.
Pero para ser justo debo reconocerle líneas afortunadas. Hersell, buen católico, dice decepcionado “esperaba la resurrección de los muertos, pero no creía que sería de este modo”. O la final de Rick, “ésta ya no es una democracia”, resolución tardía pues la colectividad lo colocó en una posición dificilísima –la del líder del clan- que era cuestionada a cada paso.
Esta serie provocó una diferencia de diagnósticos con mi distinguido y apreciado colega Antonio Camarillo. Ese es uno de los aspectos que adoro del género, que genere las más variadas interpretaciones. Por el momento termino con la esperanza de que The walking dead pueda volver a deslumbrarme, porque ya se ha anunciado una tercera temporada.