martes, 30 de abril de 2013

Recuerdos de Chernobyl


Muchos de los lectores de este blog eran solamente información genética la mañana del 26 de abril de 1986, cuando los medios de comunicación del mundo dieron cuenta de la explosión en el reactor cuatro de la Planta Nuclear de Chernobyl, Ucrania, que cobró en el instante la vida de dos personas y convirtió un terreno estéril, imposible de habitar, una extensión de más de cien mil kilómetros cuadrados. Esto incluyó a la que fuera el asentamiento de los trabajadores de la planta, Pripyat, convertida hoy en una ciudad fantasma. Los efectos a largo plazo han sido imposibles de cuantificar. Por más que las autoridades se afanan en minimizar los daños humanos, la Organización Mundial de la Salud ha registrado incontables casos de envenenamientos por radiación y cánceres, que propiciaron docenas de muertes desde entonces. Los que vivimos el suceso recordamos la amplia cobertura que le dio Jacobo Zabludovski, en esa época la Voz de México, en su extinto noticiero 24 horas. La noticia creó una enorme paranoia por nuestra doméstica Planta Nuclear de Laguna Verde, Veracruz, innovadora y popular en el momento. Como sucede en tragedias similares, el humor es inevitable como una forma de conjurar los temores. En la muy divertida Los fantasmas contraatacan (Scrooged, Richard Donner, 1988), adaptación de Canción de navidad (1843) de Charles Dickens, el guión de Mitch Glazer y Michael O'Donoghue menciona el episodio brevemente. El exitoso ejecutivo de televisión Frank Cross (Bill Murray) es visitado por su difunto jefe, Lew Hayward (John Forsythe), “el hombre que creó las miniseries”, quien le anuncia la inminente visita de tres espectros. Cross trata de explicar la visión: “Es el vodka ruso. Tiene veneno de Chernobyl”.
Pero estas situaciones no admiten fácilmente la risa. En su novela Oscura (Suma de Letras, 2010), Guillermo del Toro y Chuck Hogan utilizan este escenario –diez años después de la catástrofe- para que un vampiro y un millonario agonizante, aspirante a la inmortalidad, celebren un pacto que desencadenará el Apocalipsis: “Antes de finalizar la reunión, el Amo tomó a Palmer Del brazo y subieron a la cima de la noria gigantesca. Una vez allí, Palmer, quien se sentía aterrorizado, observó Chernobyl, la almena roja del reactor número cuatro en la distancia, como un sarcófago plúmbeo y acerado conteniendo la pulsación de cien toneladas de uranio lábil”.
La muy reciente Terror en Chernobyl (Bradley Parker, 2012) o Duro de matar, un buen día para morir (A good day to Die Hard, John Moore, 2013) ambientan su trama en esos parajes desolados y asfixiantes, recordatorio del horror que nos rodea. 

Mis niños favoritos


En su día, hablemos de dos niños ejemplares. En el imaginario popular siempre destacarán los cándidos juegos de Merlina (Wednesdy) y Pericles (Pugsley) Addams, quienes se regodeaban con venenos, se sometían en una silla eléctrica, jugaban con dinamita o una muñeca decapitada. Según su creador, Charles Addams, la niña dormía en una cama con una cabecera con un tenebroso pulpo labrado, que es imposible desligar del famoso Cthulhu creado por Howard Phillips Lovecraft. Su relación fue fielmente retratada más en el cine que en la serie televisiva que todos adoramos. En Los locos Addams (Barry Sonnenfeld, 1991), ambos representan un homenaje a Hamlet de William Shakespeare. Mientras se enfrentan con espadas, él (Jimmy Workman) le corta la muñeca. La sangre fluye a chorros y salpica a los espectadores. Como respuesta, ella (Christina Ricci) le corta el brazo, con el mismo efecto. Él da el estoque final, que rebana el cuello de la pequeña. Mientras desfallece y baña de rojo a la audiencia, recita: “¡Dulce olvido, abre tus brazos!” Los asistentes permanecen mudos, horrorizados. En contraste, la orgullosa familia les aplaude de pie. Uno de los mejores homenajes al grand guignol que he visto en los últimos años. Véanlo con sus propios ojos. Cuidado con las salpicaduras.



lunes, 29 de abril de 2013

Dibujado con sangre*


Una licencia, propiciada por eventos recientes.
Dentro de los métodos de fijación que emplea la Criminalística moderna en la investigación de los delitos, la Planimetría es uno de los más importantes. Si nos referimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es “la representación y medida sobre un plano de una porción de la superficie terrestre”, pero sus aplicaciones en las ciencias forenses son más detalladas. Si tratamos de rastrear sus orígenes descubriremos que datan del momento en que el hombre, como lo hizo Ichabod Crane (Johnny Depp) en La leyenda del jinete sin cabeza (Tim Burton, 1999) y en la realidad lo enunció Hans Gross en su Manual del Juez de Instrucción, Agentes de Policía y Policías Militares (1894), advirtió la necesidad de incorporar el razonamiento lógico y la precisión del método científico en la resolución de los delitos. Los dibujos se instauraron como una necesidad previa a que la Fotografía proporcionara la posibilidad de establecer un registro permanente de las condiciones en las que se encontraba un lugar relacionado con un delito. Recuerdo lo enunciado por Harry Soderman y John O´Cornnell en su libro Métodos modernos de Identificación Policíaca, “mientras la Fotografía Forense constituye la carne y la sangre de la investigación, la Planimetría son los huesos”. Uno de los primeros ejemplos de que puedo dar cuenta se relaciona con los brutales homicidios que cometió un asesino sin nombre, presumiblemente auto denominado Jack el destripador, cometió en el barrio londinense de Whitechapel en el otoño de 1888. En el cuarto caso, el de la desafortunada prostituta Catherine Eddowes, el primer policía del Scotland Yard –cuyo nombre pervive en el anonimato- que tomó conocimiento del hecho realizó un dibujo simple de las condiciones en que se encontraba la occisa en los primeros minuto del 30 de septiembre de 1888, que incluía la posición de la mujer, las lesiones en rostro y región abdominal, el lago hemático en que se generó a su alrededor y algunas acotaciones del lugar. Este caso ha inspirado las más diversas manifestaciones artísticas. Incluso fue investigado por el mismo Depp en Desde el infierno (Albert y Allen Hughes, 2001). Pero esa es otra historia.
Ya que la semana anterior hablé de la nueva vida televisiva de Hannibal Lecter, regreso a la novela que nos lo presentó, Dragón Rojo (1981) de Thomas Harris. La historia es detonada por el grotesco oficio de un asesino serial, conocido por las autoridades y la prensa como El Hada de los dientes y posteriormente auto bautizado como el título de la obra. Esto lleva al Director de la Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI, Jack Crawford, a sacar del retiro a su más talentoso perfilador, Will Graham, para cazar y detener al monstruo. Una de las primeras acciones, necesaria en cualquier investigación de la ficción y la realidad, es visitar el llamado lugar de los hechos. Con ayuda de los reportes policiales tomados en el momento, Graham reconstruye las acciones del criminal. Dice Harris:
“Graham encendió la luz y las manchas de sangre parecieron insultarlo desde las paredes, el colchón y el piso. El mismo aire parecía salpicado de alaridos. Se sintió acobardado por el ruido de ese silencioso cuarto repleto de manchas oscuras […] La cantidad y variedad de manchas de sangre desconcertaba a los detectives de Atlanta que trataban de reconstruir el crimen. Todas las víctimas habían sido encontradas muertas en sus camas. Eso no concordaba con la ubicación de las manchas […] Repasó minuciosamente todos los dormitorios del primer piso, tratando de hacer coincidir las heridas con las manchas, tratando de trabajar marcha atrás. Dibujó cada mancha en un plano en escala del dormitorio principal, valiéndose del muestrario para comparar y poder así estimar la dirección y velocidad del goteo. En esta forma esperaba poder descubrir la posición de los cuerpos en diferentes momentos”.
Con mi experticia en la materia, utilizando las notas del investigador, recreo lo que la Policía debió haber hecho:
Continúa Harris:
“El intruso degolló a Charles Leeds mientras dormía junto a su esposa, regresó al interruptor de la luz en la pared y encendió las luces (pelos y fijador de la cabeza del señor Leeds fueron dejados en la placa del interruptor por un guante suave). Le disparó a la señora Leeds cuando se incorporó y luego se dirigió a los cuartos de los chicos.
Leeds se levantó con la garganta seccionada y trató de proteger a sus hijos, dejando a su paso grandes gotas de sangre y el inconfundible rastro de una arteria cortada mientras trataba de luchar. Fue empujado hacia un lado, cayó y murió con su hija en el dormitorio de ella.
Uno de los dos niños fue muerto en la cama de un disparo. El otro fue encontrado también en la cama, pero tenía en el pelo pequeñas bolitas de tierra. La policía creía que había sido sacado primero de debajo de la cama y luego muerto de un balazo.
Cuando estaban todos muertos, a excepción posiblemente de la señora Leeds, comenzó el destrozo de espejos, la selección de trozos y la ulterior dedicación a la señora Leeds”.

A pesar de que esto es algo cotidiano, uno nunca termina de acostumbrarse. Por fortuna. 
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* Texto originalmente publicado en la página web de Mórbido.

martes, 23 de abril de 2013

Sangre, de la página impresa a la pantalla chica (2)


La literatura es el cimiento de muchas joyas de otros medios de comunicación, como el teatro, el cine, el cómic, la televisión, los videojuegos y el Internet. Muchos intentos son lamentables; otros verdaderamente afortunados. Hoy hablaré de uno de los segundos, y de él di cuenta hace unos meses.
Anoche se estrenó en Latinoamérica, antes de lo que había previsto, la serie televisiva Hannibal, producción de la National Broadcasting Company (NBC), creada por Bryan Fuller y basada en el más memorable personaje del escritor estadounidense Thomas Harris a quien Stephen King calificó como “el Conde Drácula de la era de las computadoras y los teléfonos celulares”. Es un personaje inolvidable que ha logrado colarse por méritos propios al imaginario popular como el prototipo de esos personajes terribles y sanguinarios conocidos como asesinos en serie. Lo hacen fascinante su formación académica –es un reputado psicólogo- y sus aficiones exquisitas –gourmet, enólogo, amante del arte y el buen vivir-. Además mata gente –que en su filosofía lo merece- y la devora, el último tabú. Esa dualidad, encarnada en el cine en tres ocasiones por Sir Anthony Hopkins, se ha ganado la simpatía del público y logra con éxito que se ponga de su lado. Sin duda abrió las puertas a otros famosos asesinos de la ficción contemporánea como el analista de indicios hemáticos Dexter Morgan, creación del novelista estadounidense Jeffrey Lindsay e interpretado en la televisión por Michael C. Hall. Pero de él hablaremos en otro momento.
Regresando a la teleserie Hannibal, existen cinco cintas que han ayudado a crearnos un retrato suyo: Sabueso (Michael Mann, 1986), El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991), Hannibal (Ridley Scott, 2001), El Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002) y Hannibal, el origen del mal (Peter Webber, 2007), en las que lo han interpretado Brian Cox, Hopkins y Gaspard Ulliel. El segundo dejó la impresión más poderosa en nuestras mentes con su mirada penetrante o sus “alubias y un buen Chianti”. Le valió incontables reconocimientos, entre ellos el codiciado Oscar como Mejor Actor. De ahí viene uno de los logros de la serie, la actuación del danés Mads Mikkelsen en el protagónico, que se aleja de lo que conocemos e imprime matices sutiles, refinados y amenazantes, como un gato que observa a su presa. En su momento su creador, Thomas Harris, en labios de la protagonista de su segunda aventura Clarice Starling, que la voz del asesino tenía una “leve aspereza metálica”.
En Hannibal se describe el inicio de su relación con el investigador Will Graham, que corre en paralelo a sus actividades antropófagas plenamente establecidas. Su futuro  Némesis es otro aspecto interesante de la serie. El personaje ya había sido encarnado en el pasado por William Petersen –el Gil Grissom de C.S.I.- y Edward Norton. Ahora lo hace Hugh Dancy, quien lo representa como un hombre solitario, retraído y torturado, que rescata perros de la calle, consciente –como su par literario- del monstruo que vive en su interior y puede desatar sus amarras en cualquier momento. Lecter le reconoce el mérito de observar las cosas desde la posición de su presa. Incluso se convierte en asesino para reconstruir los hechos que indaga en su mente. Y eso no debe ser agradable. “Graham sabía perfectamente bien que estaban en él todos los elementos para cometer un crimen”, decía Harris.
Posteriormente destaco el aspecto visual de la serie, que aunque se ambienta en nuestra época –y no en los ochenta, como la novela- posee una imagen deslavada que me recuerda mis fotografías de la infancia y retrocede la acción para describir el razonamiento de Graham. Algo semejante sucede con el vestuario de Christopher Hargadon y la sobria partitura de Brian Reitzell, todos a las órdenes de David Slade, cuyo trabajo conocemos bien en Niña mala (2005) y 30 días de noche (2007). Como valor adicional, algunos de los episodios sucesivos serán dirigidos por nuestro compatriota Guillermo Navarro, cinefotógrafo de cabecera del siempre admirado Guillermo del Toro.
El resto del cuadro está conformado por un sólido reparto de apoyo en el que sobresale Laurence Fishburne como Jack Crawford, que en los libros es un hombre de raza blanca. Otro cambio sutil lo representa la Dra. Alana Bloom (Caroline Dhavernas), que el su forma original es un académico (varón) de la Universidad de Chicago. Y las referencias a otros personajes del “Universo Lecter” son muy disfrutables, desde la de Freddie Lounds (encarnado antes por Stephen Lang y Phillip Seymour Hoffman), “periodista” del National Tattler, a Garrett Jacob Hobbs, criminal que dejó terribles secuelas en la mente del héroe. Recuerda Harris: “Garmon Evans, un ex asistente médico del Hospital Naval de Bethesda, dijo que Graham fue alojado en el pabellón de psiquiatría poco después de haber matado a Garrett Jacob Hobbs, el Gavilán de Minnesota. Graham dio muerte de un disparo a Hobbs en 1975, cerrando el octavo mes de reinado de terror de Hobbs en Minneápolis”. Luego están situaciones que ya conocemos, desde su vocación culinaria (como ese flambée que casi se antoja), su talento para el dibujo, su memoria prodigiosa o que escuche Las variaciones de Goldberg de Johann Sebastian Bach.
El resultado es una serie prometedora que ha recibido incontables alabanzas. Al menos así lo comprobé ayer en la red. Contrariamente, uno de mis más respetados colegas opinó que la encontró aburrida. “Hannibal llega tarde a un mercado saturado”. Estoy de acuerdo en lo segundo, pues el tema criminal es muy recurrido en la televisión contemporánea, desde C.S.I., Dexter, Criminal minds, El Mentalista, Bones y demás (dejo aparte los programas del llamado true crime). Y entre tantas opciones se erige como una que tiene raíces sólidas, personajes fascinantes y una propuesta original que se aleja del estilo de video clip del que se aprovechan muchas. En opinión de mis ilustres colegas representa el inicio de una “nueva era dorada del horror en la televisión. Thomas Harris debe estar doblemente satisfecho.
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*Texto originalmente publicado en la página web del Festival Mórbido.

lunes, 22 de abril de 2013

Vampiros y libros.

Alberto Chimal, Daniela Tarazona, Mónica Brozon, Rowena Bali, Bernardo Esquinca y su servidor hablaremos de vampiros y otros monstruos en "Los fabuladores y su entorno", organizado por la Dirección de Literatura y la Dirección General de Atención a la Comunidad Universitaria de la UNAM, a partir de hoy y hasta el 26 de abril, en diferentes sedes y horarios. Yo visitaré mi alma mater, la Escuela Nacional de Artes Plásticas el jueves 25 de abril a las 17:00 horas, en la Sala de Video coonferencias. No se lo pierdan.

martes, 16 de abril de 2013

La ropa no hace al villano


Uno de los principales retos, al momento de trasladar al celuloide las aventuras de un personaje del cómic, es el que concierne a su aspecto. Las quejas más frecuentes de los aficionados “de hueso colorado” de estos mundos es que suelen omitirse, a veces completamente, aspectos que caracterizan a un héroe  o un villano. En Hombres X (Bryan Singer, 2000), cuando Wolverine (Hugh Jackman) se queja de su uniforme de batalla (un traje de piel negra), Cíclope (James Marsden) le pregunta tajantemente “¿Qué prefieres, spandex amarillo?”. Las cosas que funcionan bien en la página impresa, no necesariamente lo hacen al adaptarse a otros medios. Ahí se encuentra el éxito: lograr la fusión satisfactoria de ambos mundos. Sobre todo si se trata de un planteamiento realista. Christopher Nolan, en la segunda entrega de su trilogía sobre Batman (Batman, el Caballero de la Noche, 2008), a la hora de recrear al Guasón (Heath Ledger), se aparta de la historieta, con el villano que cae a un depósito de químicos que quita la pigmentación de su rostro y cabello, y le provoca una sonrisa permanente. En su lugar, rodea su boca de dos cicatrices, cubre su rostro de maquillaje y le tiñe el cabello, lo que le da un aspecto atemorizante, como el de un payaso salido del infierno. Conserva su vestimenta morada y verde, con la elegancia extravagante que le distingue. Algo similar hizo Sam Raimi con la apariencia de Otto Octavius (Alfred Molina), mejor conocido como el Dr. Pulpo en El Hombre Araña 2 (2004). En lugar de vestirlo con un disfraz verde y anteojos que parece pertenecieron a Elton John, se limita a una elemental gabardina verde olivo y gafas oscuras comunes y corrientes. Incluso podría perdonársele que se alejara tanto de la imagen tradicional del Duende Verde (Willem Dafoe) en El Hombre Araña (2002), con un resultado que parece un híbrido del malvado y C3-PO, o uno de los Power Rangers. Esto podría explicarse por su cercanía con la tecnología, como CEO de la enorme corporación Osborn. En una de tantas alucinantes historias que a lo largo de los años nos han ofrecido la familia Simpson, en una que recrea el origen de mi héroe favorito (creo que a estas alturas no necesito decir cuál es), un agonizante Homero le dice a Bart: “Véngame, hijo. De manera extravagante y poco práctica”.
Esta mañana me encontré con una de las primeras fotografías en locación del galardonado actor Jamie Foxx, que en la venidera secuela de El sorprendente Hombre Araña (Marc Webb, 2012) encarnará al criminal Maxwell Dillon, alias Electro. De entrada la barrera racial se suponía poderosa, pues el actor afroamericano se pondrá los zapatos un personaje de raza blanca. La imagen lo muestra cubierto de un maquillaje azulado, que no deja de recordarme al Dr. Manhattan (Billy Crudup) de Watchmen (Zack Snyder, 2009), a Maxie Zeus en la novela gráfica Arham Asylum (1989) de Grant Morrison y Dave McKean o a las recientes –y de corta vida- aventuras animadas del arácnido que televisaba la cadena MTV. Creo que ese es el camino lógico: mostrarlo como un ser de energía eléctrica, no ataviarlo con un extraño disfraz verde con amarillo, con una gigantesca estrella cubriéndole el rostro. El mismo Foxx se negó a esta posibilidad.  Evidentemente los efectos por computadora complementarán su actuación. Comprobaremos el resultado, como anunciaron los Estudios Marvel, el 2 de mayo de 2014.  

lunes, 15 de abril de 2013

De juguetes y zombis


En los últimos días he leído sobre la interacción que Robert Kirkman -creador de la popular historieta The Walking Dead y productor ejecutivo de su versión televisiva- tuvo con seguidores del programa, donde le hacían notar las similitudes con la trilogía fílmica Toy Story. Divertido, declaró lo siguiente:
Hay muchas coincidencias. Toy Story es una gran producción, es un honor ser comparado con ella, pero sí que es verdad que algunas similitudes son muy forzadas. He visto las tres películas (Toy Story) y es emocionante ver esos juguetes antropomórficos y su relación con los niños a los que pertenecen, pero no creo que haya ningún tipo de inspiración extraída para The Walking Dead.
Y como era de esperarse, casi al instante comenzaron a aparecer materiales en la red. Uno de los mejor logrados es una versión de sus créditos iniciales con los juguetes que bien conocemos, aderezado con el inquietante tema musical de Bear McCreary. Advierto. Causa adicción.


viernes, 12 de abril de 2013

¡Qué bonita familia!


Corría en año 1989 cuando la vi por primera vez. Desde entonces ha formado parte importante de mis afectos. Me refiero a La masacre de Texas (The Texas chainsaw massacre), la joya que Tobe Hooper co escribió –junto con Kim Henkel- y dirigió con los recursos más humildes y un reparto de desconocidos en 1974. Casi han pasado cuatro décadas desde entonces. Ahora me parece irónico que jamás le haya dedicado algunas líneas. Alguien que sí lo ha hecho es Manuel Romo, quien en su libro La matanza de Texas: La sierra es la familia (Midons editores, 1988) hace un amplio estudio: “Nunca antes una película de terror de bajo presupuesto había provocado una conmoción tan importante como la que causó La matanza de Texas. El film de Hooper rompió todas las barreras habidas y por haber y lo que en principio era un producto fabricado con conciencia de asustar y hacerse un hueco entre las cult-movies rentables se convirtió en un pelotazo de taquilla, al tiempo que en un producto artie a tener en cuenta por los tótemes de la cultura más prestige como la Quincena de Realizadores de Cannes, que la seleccionó para su edición de 1974, o el mismísimo MOMA de Nueva York, que la acogió rápidamente en su patrimonio”. Su influencia en los modernos realizadores de horror es imposible de negar. La odisea de esos cinco desafortunados jovencitos y su encuentro brutal con un horror es por todos conocida. La cinta, semejante a un documental, abre con una narración (con la voz de John Larroquette) que le da una verosimilitud inquietante. Leatherface se ha colocado, con justicia, al lado de los grandes monstruos contemporáneos como Michael Myers, Jason Voorhees o Freddy Krueger, estandartes todos de las mejores slasher movies. La masacre de Texas derivó cuatro desiguales secuelas que nada tienen que ver con la intención de la original, una reelaboración (con precuela incluida), una serie de cómics, un videojuego para la vieja consola Atari 2600 y ahora, para las nuevas generaciones, una película más en tercera dimensión.
El principal mérito de La masacre de Texas 3D (Texas Chainsaw 3D, John Luessenhop, 2013) es ser una secuela directa del clásico de Hooper que olvida todas sus desventuras subsecuentes. Inicia el 19 de agosto de 1974, inmediatamente después del milagroso escape de Sally Hardesty (Marilyn Burns) y del bailecito iracundo al ocaso del matón de la motosierra que todos adoramos. El alguacil Hooper (Thom Barry) del pueblo de Newt, Texas, acude a aprehender al responsable de los hechos, Jedediah Sawyer (Dan Yeager), o Leatherface para los cuates. Al principio el clan se resiste. Luego el patriarca (Gunnar Hansen, el villano original) considera aceptar. Llega entonces una turba de linchamiento que inicia un tiroteo y provoca un incendio en la granja donde mueren todos sus ocupantes. Sólo sobrevive una pequeña.
Años después Heather Miller (Alexandra Daddario) es una bella artista visual que recibe la  notificación de que ha heredado la gran propiedad de su abuela (cuya existencia desconocía). Decide ir al encuentro de sus raíces en compañía de su novio Ryan (Tremaine Neverson) y sus amigos, la zorril Nikki (Tania Raymonde) y el aspirante a chef Kenny (Keram Malicki-Sánchez). En el camino se les une el auto stopista Darryl (Shaun Sipos). El abogado de la familia (Richard Riehle) le entrega a Heather los bienes y una misteriosa carta de la abuela donde le revela que la propiedad tiene psicópata incluido. Con él tiene un lazo poderoso. 
El guión de Stephen Susco, Adam Marcus y Debra Sullivan recupera muchas de las convenciones del cine de su tipo –arrancó incluso algunas risas en la función a la que asistí- y provoca muchas interrogantes. Si todo inició en 1974, y los hechos ocurren en nuestros días, Heather debería estar por cumplir 40 años. En su descargo, nunca se ubica la historia en nuestros días.
El resultado no es peor que el de sus secuelas más cuestionables. ¿Recuerdan La masacre de Texas: La nueva generación (Kim Henkel, 1997) con Renée Zellweger y Matthew McConaughey? Los protagonistas, muy reputados hoy, se esmeran por olvidarla. Esta nueva aventura es una película inofensiva que no aporta mucho al mito. En cambio abre las puertas para reactivar la franquicia. Podría pensarse que es un intento por jubilar a Leatherface, de pasar la estafeta a la sangre nueva, pero su lugar es irremplazable. Hay sierra para rato. 

jueves, 11 de abril de 2013

Cuando el Diablo nos alcance (2)


Los remakes me provocan sentimientos encontrados, y la mayor parte de ellos los he discutido en este espacio. “Cada generación tiene el derecho a reinventar a sus clásicos”, digo con frecuencia. Pero el que se aventure a intentarlo debe ofrecer un resultado propositivo que se acerque al valor emotivo de la película que lo inspira. Cuando me reencuentro con Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985) deseo siempre que nunca se atrevan a hacer una nueva versión. No al menos como se rumoró en un momento, con la pop star Zack Efron como Marty McFly, papel con el que sólo puedo asociar al entrañable Michael J. Fox. Son infames, aborrecibles, cuando son irrespetuosos del material del cual proceden, son producidos por falta de creatividad o vil voracidad mercantilista. En algunos pocos casos –dignos de reconocimiento- el resultado, si bien no se equipara a la cinta original, no es decepcionante. Llega a ser incluso muy disfrutable.
Así me sucedió con Posesión infernal (2013), reelaboración de la película de culto Evil dead (1981), producida por el trinomio responsable de la primera versión: Sam Raimi (director y guionista), Bruce Campbell (protagonista) y Robert G. Tapert (productor). Ese puro hecho es prometedor. La dirigió y co escribió el uruguayo Fede Álvarez –junto con Rodo Sayagues- con la ayuda –sin crédito- de la galardonada guionista Diablo Cody. Las referencias son oportunas en este momento. Álvarez fue aplaudido por su cortometraje Ataque de pánico (2009); Cody ostenta como mejor tarjeta de presentación su trabajo en Juno (Jason Reitman, 2009). El director ha declarado que no debe considerarse necesariamente un remake, pues él la visualiza como otra historia dentro del universo creado por Raimi.
La opiómana Mia (Jane Levy) es llevada a una apartada cabaña en el bosque por su hermano David (Shiloh Fernandez) y sus amigos Eric (Lou Taylor Pucci) y la enfermera Olivia (Jessica Lucas) para ayudarla en su desintoxicación. Los acompaña Natalie (Elizabeth Blackmore), novia de David, y Abuelo, el perro de la familia.  Los sentidos de Mia, aguzados por la abstinencia, los llevan a detectar gatos muertos colgados en el sótano. Ahí encuentran también un envoltorio inquietante, asegurado con alambre de púas, que contiene el Naturom Demonto, libro maldito del que ya he hablado –convenientemente, seguro que por cuestiones de derechos, ha dejado de llamársele Necronioomicón-. Cuando Eric lee pasajes en voz alta, se desata el horror. 
Sigue un festín sanguinolento, más aún que la cinta de 1981, donde se deja ver la buena mano de Álvarez, una fotografía lóbrega de Aaron Morton, una correcta puesta en escena de Robert Gillies y una poderosa partitura de Roque Baños. Todo rinde tributo al estilo visual de Raimi, desde la cámara que viaja por el bosque a sus acercamientos frenéticos. El director ofrece una buena dosis de golpes, puñaladas, clavos y desmembramientos que dejarán satisfechos al diletante más exigente del cine gore. Dejemos a un lado las preguntas racionales. ¿Sería capaz una persona, luego de ser golpeada, apuñalada, atacada por una pistola que dispara clavos y que ha perdido mucha sangre, de ponerse de pie para defender a su amigo? El buen slasher –el horror en general- exige nuestra complicidad para pasar por alto esos detalles.
Hay también espacio para guiños al conocedor, como el protagonista con talento pictórico, el reloj de pie, la escena de la violación que comete el bosque, la aparición del Delta 88 Oldsmobile modelo 1973 de Ash (Campbell), automóvil de la juventud de Raimi y constante en todas sus películas –podemos verlo en Darkman (1990) o lo conduce el tío Ben (Cliff Robertson) en El hombre araña (2002), por sólo citar dos casos-, la clásica motosierra –y su hermana menor, un cuchillo eléctrico- o frases memorables, como el “vamos a atraparte” –que aparece sólo en los avances- o “puedo oler tu alma asquerosa”. Hay pequeños grandes premios para el que resista los créditos finales, como la grabación del Profesor Knowby (Bob Dorian) de la película de 1981 o la breve presencia de Bruce Campbell, exclamando su ya clásica línea “Groovy”.
Aunque Raimi ya ha confirmado una cuarta entrega de la serie, una secuela de El ejército de las tinieblas (1992), no se ha descartado que los caminos de Ash y Mia se unan. Eso sería deseable.
Y finalizo con mi dilema inicial. Abrazaré la posibilidad de un remake de Volver al futuro siempre y cuando trate con dignidad a su original y sea capaz de maravillarme como sigue haciendo hasta ahora. Ese es un reto mayor pues, como la original Evil dead, su estatura es inalcanzable.

lunes, 8 de abril de 2013

Pide al tiempo que vuelva


Durante años, la empresa Eastman Kodak Company capitalizó una frase del dominio popular que es certera en muchas maneras: “recordar es volver a vivir”. Podemos transportarnos a otras épocas de incontables formas, como abrir un álbum de fotografías, escuchar una canción, reencontrar un libro o pulsar la tecla de un control remoto. La idea de retroceder en el tiempo es tentadora para todos, sea para volver a disfrutar otros momentos o corregir los errores del pasado. Ejemplos sobre el viaje en el tiempo sobran, desde antecedentes notables que nos ofrecieron Hans Christian Andersen, Mark Twain o Washington Irving, la novela fundacional del tema de Herbert George Wells (La máquina del tiempo, 1895), ejemplos televisivos notables como los intrépidos Tony Newman (James Darren) y Douglas Phillips (Robert Colbert) en El túnel del tiempo (1966-1967), los entrañables Marty McFly (Michael J. Fox) y Emmet Brown (Christopher Lloyd) de Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985), el cándido Hiro Nakamura (Masi Oka) de Héroes (2006-2010) y el caso que inspira estas líneas.
Ayer en un episodio de La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales ví como invitado al actor estadounidense Scott Bakula, uno de los héroes de mi juventud. Y a pesar que lo he visto en otras teleseries desde entonces, no pude dejar de asombrarme por el paso del tiempo. Ahora es un maduro y respetable señor, que sólo me aventaja por unos años. Pareciera que fue ayer cuando encarnaba al Dr. Sam Beckett –ninguna relación con el dramaturgo- en la joya noventera Viajeros en el tiempo (Quantum leap), serie creada por Donald P. Bellisario que tuvo una vida de 1989 a 1993.
No alcanzo a describir los modos en que el programa cautivó –cautiva- mi imaginación. Las aventuras del Proyecto Salto Cuántico, su artífice accidentalmente condenado a vagar por el tiempo “corrigiendo lo que alguna vez salió mal”, su “consciencia” holográfica  Al Calavicci (Dean Stockwell), el operador Gooshie (Dennis Wolfberg) y la computadora Ziggy (heredera el Hal-900 de 2001, Odisea del Espacio) son parte importante de una época más simple que definió el adulto que soy. El brillo y sonido característicos que anuncian cada viaje de Sam viven indeleblemente en mi memoria al igual que el tema musical de Mike Post.
La variedad de temas que el programa tocó va de la opresión de las minorías, la pena de muerte, la violencia contra la mujer y la igualdad de derechos. Hubo tiempo también para misterios sin resolver (“Nave fantasma, 13 de agosto de 1956”), caer en un chimpancé (“Lo equivocado, 24 de enero de 1961”) y coquetear con la Historia, como la vez en que Sam cayó en el cuerpo de Elvis Presley (“Melodía de Memphis, 3 de julio de 1954”), conoce al joven Stephen King (“El coco, 31 de octubre de 1964”) o participa en los hechos que rodearon el asesinato del presidente John Fiztgerald Kennedy (“Lee Harvey Oswald, 5 de octubre de 1957- 22 de noviembre de 1963). En este último, en la percepción de su fracaso,  Al le revela que cumplió su misión. “En la historia original, Jackie fue asesinada también”.
En su episodio final (“Reflejo, 8 de agosto de 1953”) Sam regresó al día de su nacimiento –como él mismo-, se reencuentra con muchas personas cuya vida cambió positivamente y conoce a Al, el cantinero (Bruce McGill), el responsable de su aventura (Dios, el Destino o como quieran llamarle). Le reconoce todo el bien que ha hecho y le da la opción de regresar a casa. Elige continuar su labor, ayudando a alguien que lo merece: el propio Al, tras ser prisionero de guerra en Vietnam y ser creído muerto en acción, sufre el abandono de su amada esposa. Sam le advierte que su marido está vivo y está por regresar a casa. Las cámara se desplaza hasta posarse sobre una fotografía de Al, que comienza a resplandecer de la forma que bien conocemos. La serie finalizó con una leyenda agridulce: “Beth nunca volvió a casarse. Ella y Al tienen cuatro hijas y celebrarán su trigésimo noveno aniversario de bodas en junio. El Dr. Sam Beckett nuca regresó a casa”. Corregir la vida de su amigo, aún a costa de su propio bienestar, es el mejor ejemplo de entrega y heroísmo que recuerdo.  
El programa tocó a muchas personas, como hizo su protagonista. Se organizan convenciones a su alrededor y ha alcanzado un estado semejante al culto. Cuando lo comentábamos en Twitter, mi amigo Jorge Báez dijo algo muy cierto: “nadie quiere un remake de Automan, pero todos agradeceríamos uno de Quantum Leap”. Al menos uno digno, porque la serie da para mucho.
                                                                                              

viernes, 5 de abril de 2013

Letras malditas


Pareciera irónico decir que hay libros que poseen un carácter malévolo. No me refiero a textos motivacionales con trazas de espiritualidad e intenciones moralinas, o a esos tan de moda que tratan de aclarar dilemas juveniles, sino a libros verdaderamente malditos, que tienen una memoria infame o una connotación perversa. La historia nos da cuenta de muchos especímenes, desde el Malleus Maleficarum (El Martillo de las Brujas) escrito en 1486 por el clérigo alemán Heinrich Kramer o el Dictionnaire Infernal (Diccionario Infernal), escrito en 1818 por el ocultista y demonólogo francés Jacques Auguste Simon Collin de Plancy. El Malleus es un tratado –dividido en tres secciones- sobre brujería que deja en claro la misoginia de la época (que lamentablemente pervive hasta nuestros días): “las mujeres son más proclives a sucumbir ante las tentaciones del Maligno por la debilidad natural de su género). El Dictionnaire es un documento, profusamente ilustrado, que describe la enorme variedad de demonios –desde la perspectiva de la cristiandad- que nos acecha. Es inevitable recordar a los grimorios, o libros de alta magia cuyo origen puede rastrearse en la antigua Mesopotamia, en Persia o en Egipto, pero que tuvieron una especial popularidad en la Edad Media. Estos tomos contenían encantamientos para conseguir todo tipo de favores, del amor a la venganza, pero sobre todo detalles para invocar a ángeles, demonios y demás espíritus.
Curiosamente, el más popular de ellos proviene de la ficción. Se trata Al-Azif, “Azif era el término utilizado por los árabes para designar el ruido nocturno producido por los insectos que, se suponía, era el murmullo de los demonios”, escrito por Abdul Al Hazred, “un poeta loco huido de Sanaa al Yemen, en la época de los califas Omeyas”. Es más reconocido como Necronomicón, y data del año 730 de nuestra era. El libro proviene de la imaginación del escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) y fue presentado por vez primera en el cuento El sabueso (1922). Desde entonces se convirtió en el eje de su mitología y fue visitado recurrentemente por el autor, sus discípulos y sucedáneas generaciones. Lovecraft detalló su origen en el texto Historia del Necronomicón (1938) y fue tan contundente que consiguió que el documento ingresara al imaginario popular, rodeado de un aura de fatalidad. El español Rafael Llopis, en la introducción a Los mitos de Cthulhu (Alianza editorial, 1969), documenta el hallazgo que August Derleth hizo en el Antiquan Bookman de 1962:
“Alhazred, Abdul. Necronomicon, España, 1647. Encuadernado en piel algo arañada descolorida, por lo demás buen estado. Numerosísimos grabaditos madera signos y símbolos místicos. Parece tratado (en latín) de Magia Ceremonial. Ex libris. Sello y guardas indica procede de Biblioteca Universidad Miskatonic. Mejor postor.”
También menciona el dato que algún bromista, evidente erudito del tema, incluyó en el catálogo de la Biblioteca de la Universidad de California hacia 1960:
BL 430
A 47
Alhazred, Abdul      aprox. 738 D.C.
Necronomicón (Al Azif) de Abdul Alhazred.
Traducido del griego por Olaus Wormius (Olao Worm)
XIII, 760 págs., grabados madera,
enc. tablas, tam. fol. (62 cm.) (Toledo), 1647
Remata citando a Derleth: “esta ficha es deliciosamente plausible, ya que la sección BL 430 de la Biblioteca está dedicada a las religiones primitivas y la letra B corresponde a un armario cerrado donde se guardan libros que no deben ser hojeados por cualquiera”.
Recuerdo todo esto porque en unos días se estrenará la reelaboración que bajo la mirada vigilante de Sam Raimi, autor de la cinta original, el uruguayo Federico Álvarez hizo de Evil dead, bautizada en esos tiempos como El despertar del Diablo y ahora como Posesión Infernal. Quienes se hayan maravillado con el clásico de 1981, recordarán que la pesadilla iniciaba con una grabación que recitaba fragmentos del libro Naturon Demonto, o El Libro de los Muertos de la cultura Sumeria. La intención evidente de Raimi, guionista también de la cinta, era rendir un homenaje a la imaginación lovecraftiana, cosa que se hizo evidente en su secuela Evil dead 2 (1987), en la que el texto era llamado Necronomicon Ex-Mortis, libro que invoca a los espíritus malignos que habitan en las regiones apartadas (como los bosques) y poseen los cuerpos de los vivos; su par literario abría la puerta a entidades de más allá del espacio, como los malvados Dioses Cthulhu, Yog-Sothoth y compañía, que duermen en espera de sumir a la humanidad en una nueva era de tinieblas.
Solo faltan unos días para conocer el resultado. Esto es un buen motivo para desear que concluyan las vacaciones.  

Cuando el Diablo nos alcance


Existen dos percepciones comunes al rememorar el clásico Evil dead –aquí le nombraron El despertar del Diablo, y me gustó que lo hicieran-, que en 1981 escribió y dirigió un joven de 22 años llamado Sam Raimi: que el libro maldito que desata el horror es el Necronomicon imaginado por Howard Phillips Lovecraft y que el tono general de la trilogía es el de su segunda entrega (Evil dead 2: dead by dawn, Sam Raimi, 1987), una entretenida mixtura de horror, humor negro, excesos y cubetadas de sangre. Las dos son erróneas. De la primera reproduciré un artículo que escribí para la página web de Mórbido. La segunda es el principal argumento de los detractores del remake que se estrena hoy en las salas de México. “Según el corto, le quitaron todo el humor que le caracterizaba”, dicen. Para verlo es importante no perder de vista que la original era una cinta de horror, con las carencias de un presupuesto reducido y las limitaciones tecnológicas de la época. Todo era compensado con la honestidad de un realizador que creía fervientemente en el terreno en que se movía, que aportó elementos interesantes (esa cámara subjetiva que recorría el tenebroso bosque y sus acercamientos abruptos), respetuoso de sus clásicos (como revela el cartel de Las colinas tienen ojos de Wes Craven colgado en el infame sótano) y con el empuje del que desea ganarse una posición en el campo. Él no intuía la talla que su obra alcanzaría. Evil dead se convirtió en objeto de culto instantáneo y ha sido venerada por generaciones de cinéfilos desde su estreno. Por eso la idea de una reelaboración parece tan ultrajante para muchos. La película convirtió en una celebridad  a su protagonista Bruce Campbell, amigo de la infancia de Raimi. Ambos fungen como productores de la nueva versión. Campbell anticipó que era un producto diferente a su original. Para comenzar, su personaje Ash fue descartado. Pidió también a los fans que le den una oportunidad. Se la daré. En breve podré juzgar el resultado. Deseo genuinamente que me sorprenda, o por lo menos no me decepcione.    

jueves, 4 de abril de 2013

Los muertos caminan, tercer acto.


Una advertencia: si no ha visto la serie, absténgase de leer lo siguiente.
Casi siempre las elevadas esperanzas restan brillo a cualquier experiencia. Al menos así me sucedió con el desenlace de la tercera temporada de la teleserie The Walking Dead, a la que me he referido ampliamente en el pasado. El resultado no fue malo en absoluto, pero el momento final del capítulo previo, desolador y terrible, los anuncios de su protagonista Andrew Lincoln en redes sociales –“en el episodio morirán 27 personas”- y los pronósticos de muchos de sus seguidores me hicieron esperar una conclusión espectacular. En general fue una buena temporada, mejor que la anterior y menor que la primera, en la que encuentro cuatro aspectos dignos de elogio:

1. El reencuentro de los hermanos Dixon, Daryl (Norman Reedus) y Merle (Michael Rooker), el primero convertido en una pieza esencial del grupo de supervivientes y el segundo en un villano al servicio de un grupo rival. En el caso de Daryl, es curiosa su creciente popularidad entre los espectadores. En Internet leí comentarios que iban desde “Daryl, hazme tuya” a “Daryl, quiero ser la madre de tus hijos”. Cuando concluyó la primera parte de la temporada, quedó en un riesgo grave. Pude entonces percibir una auténtica preocupación que tenía tiempo no atestiguaba. El atractivo del personaje radica en valores que se fortificaron en el transcurso de la trama, como la entrega, la solidaridad, la fortaleza y la integridad. Todas contrastaban desde su inicio con la personalidad de su hermano, cínico, poco escrupuloso. Un personaje repelente, al que se podía odiar. Él mismo hizo evidente su necesidad: “siempre se requiere alguien capaz de hacer el trabajo sucio”, de mancharse las manos –la mano-, de realzar la nobleza del héroe o evitar que la comprometa. Irónicamente Michonne (Danai Gurira) le dice que lo asume como una carga, lo que desnuda su esencia bondadosa. De acuerdo el planteamiento televisivo –los Dixon no tienen raíces en el cómic-, Merle crió a su hermano menor tras la muerte de su madre y lo protegió de su padre alcohólico y violento. De manera que algo bueno debió tener para transmitir valores tan sólidos a Daryl. Por eso su villanía se transforma al final en la más genuina empatía. Su destino, lamentable luego de su reivindicación, no dejó de provocarme pesar.
2. Phillip Blake (David Morrissey), nombrado respetuosamente por sus protegidos en el pueblo de Woodbury como El Gobernador.  Personaje carismático a primera vista, tiene una vocación secreta y una oscuridad que lo vuelven un peligro más grande que las hordas de zombis que caminan por la tierra. Luego de la segunda muerte de su amada hija, se transforma en un ser sediento de venganza, irracional y terrible como el mítico Capitán Ahab de Hermann Melville. Como él, está dos veces mutilado. “En este nuevo mundo, matas o mueres. O mueres y matas”, dice a su otrora vasallo Milton (Dallas Roberts) mientras le propina una golpiza. Su aspecto en las historietas, que me recuerda más a la imagen del actor Danny Trejo que al físico sajón de Morrissey, lo hace más amenazante. Perverso y sin remordimientos, era capaz de matar a sus propios defendidos cuando no obedecían sus deseos o mantener en cautiverio s sus enemigos, degradándolos física y psicológicamente (en su versión original es peor). Por esto fue lamentable que al final se convirtiera en un cliché, en un malvado de caricatura que perdiera el atractivo que confirma una certeza cotidiana: “temo más a los vivos que a los muertos”.
3. Carl Grimmes (Chandler Riggs), hijo de Rick (Lincoln) y Lori (Sarah Wayne Callies), chico que perdió su infancia al mismo tiempo que iniciara el Apocalipsis zombi. No sólo tuvo que dar una muerte piadosa a su progenitora, sino tomó un camino sin retorno. Mi amigo Jorge Báez lo resume bien: “el final de temporada de The Walking Dead me dio escalofríos, no por la muerte de algunos personajes. El episodio me golpeó emocionalmente porque fui testigo de la completa pérdida de inocencia de Carl, un niño de 11 años cuya realidad lo ha forzado a crecer demasiado rápido, a vivir en un mundo donde sobrevivir significa matar o dejar morir. Carl asesinó a un adolescente sin motivo. Al jalar el gatillo, no hubo duda en sus ojos. Este niño se puede convertir en algo peor que el Gobernador, la amenaza zombi ha dejado de ser importante”. Todo muy cierto. Ante la ausencia de una figura materna, con un padre anulado, el niño llega a la adolescencia en un mundo cruel y sin futuro. Lo que sucederá con él seguramente será importante en el desarrollo del relato.
4. Más zombis, más sangre y más acción. Los diletantes de lo sanguinolento se pudieron regocijar con la aguerrida Michonnee rebanando cabezas a diestra y siniestra con su ya famosa espada katana, con los héroes atravesando cráneos con varillas a través del enrejado o con Glenn (Steven Yeun) cortando dedos en busca de un anillo de compromiso. Lo mejor es que los zombis son un pretexto para hacer evidentes las virtudes y carencias de la naturaleza humana, sea el enfrentarlos por divertimento, el brindar refugio de ellos, el utilizarlos como un arma contra los oponentes o como una forma para aferrarse a la esperanza: el Gobernador mantiene secretamente a su hija reanimada, Milton hace estudios para tratar de devolver la racionalidad a los muertos. Todo es en vano.
La muerte de dos personajes principales (a los que no extrañaré), algunos secundarios y la inclusión de algunos nuevos sirven como anticipación de una cuarte temporada. Gale Anne Hurd, productora ejecutiva y co creadora del programa, confirmó esto y lanzó una advertencia: “la serie no terminará bien para todos”.