viernes, 28 de diciembre de 2012

Una araña renovada (o grandes pendientes del 2012, parte 1)


En septiembre de 2011 hablé del reinicio –o reboot- de una franquicia cinematográfica con pretexto de El Planeta de los Simios: (R)evolución (Rise of the planet of the Apes, Rupert Wyatt, 2011). Discutí las dos causas que identifico para que esto ocurra, y el caso que hoy nos compete se encuentra en la segunda. Fue propiciado por el estrepitoso fracaso –de crítica y taquilla- que significó El Hombre Araña 3 (Sam Raimi, 2007), una cinta lamentable, terrible si comparamos la fortuna de sus antecesoras, de la que ya he hablado anteriormente.
Los inicios de El sorprendente Hombre Araña (Marc Webb, 2012) se encuentran en la idea trunca de Raimi por continuar la saga protagonizada por Tobey Maguire. De hecho su trama básica hubiera sido la cuarta entrega de la misma. Incluso se les da crédito a los guionistas Alvin Sargent y Steve Kloves, aunque el principal responsable es James Vanderbilt. Él se aparta del héroe tradicional como lo imaginaron Stan Lee y Steve Ditko y no sólo lo traen a este milenio de una forma con la que pueden identificarse los adolescentes de nuestros días (como ocurre en la serie de cómics Ultimate Spiderman), sino para empatar sus aventuras con el reciente universo fílmico de Marvel. Su Peter Parker (Andrew Garfield) es el nuevo nerd de este tiempo, muy alejado del apocado y tímido encarnado por Maguire: sigue siendo invisible a los ojos de sus condiscípulos y es víctima del bullying de Flash Thompson (Chris Zylka) cuando trata de defender a otra de sus presas, pero está instalado en una cómoda clase media donde usa lentes de contacto y tiene conexión a Internet en su habitación. De ahí provenían mis reservas. El Peter Parker con el que crecí conocía de cerca las carencias de la realidad. Afirma Vicente Quirarte, “Peter Parker tiene dos ventajas: el sentido del humor y la pobreza. Lo que podría hacer en su personalidad de araña –robar una casa, entrar en un banco- contradice la ética de su parte luminosa. Al igual que Babette, Parker puede afirmar, con mayor justicia que nadie: no hay héroe pobre”. Pero las sorpresas más gratas provienen de no tener ninguna expectativa, porque a pesar de tratarse de una nueva visita a una historia narrada recientemente, de sus errores e incontables lugares comunes, lo que vi ayer me gustó.
La película se remite a la infancia de Parker, con sus padres Richard (Campbell Scott) y Mary (Embeth Davidtz). Ambos lo dejan al cuidado de sus tíos Ben (Martin Sheen) y May (Sally Field) cuando tienen que huir abruptamente –él es un prestigiado científico- y posteriormente mueren en un accidente de aviación, en circunstancias misteriosas. Peter crece como un muchacho común. Se siente atraído por su bella compañera Gwen Stacy (Emma Stone), quien no sólo es hija de un capitán de la Policía neoyorkina (Denis Leary) sino pasante del genetista y herpetólogo mutilado Dr. Curt Connors (Rhys Ifans), posterior enemigo del paladín en ciernes. Siguen momentos por todos conocidos: la picadura de una araña radioactiva, el descubrimiento paulatino de sus poderes, el sabio consejo (“todo gran poder implica una gran responsabilidad”, pero dicho de una manera distinta), la muerte de la figura paterna, el desdoblamiento de la personalidad, el ascenso y reconocimiento del héroe. En el fondo de todo se encuentra la siniestra corporación dirigida por Norman Osborn, que está casi a la altura de Disney –dueños actuales del arácnido- o Walmart. Todo es aderezado con flamantes efectos digitales, que abrevan en muchos momentos de la cultura de los videojuegos (el araña trepando muros o columpiándose por Nueva York) y una inspirada partitura de James Horner.
La transformación de Connors en el malvado Hombre Lagarto sin duda nos remite a la del ilustre Henry Jekyll y su loable intento con consecuencias inesperadas. Entre las reacciones que sus colegas científicos –que abundan en el universo arácnido- pueden anticipar al ingerir una droga experimental, debería encontrarse “maldad extrema”. Y el combate con el monstruo ofrece momentos divertidos, desde la aparición obligada de Stan Lee a la recuperación de diálogos que nos recuerdan la acción entrecortada de las viñetas del cómic. Pero lo mejor es que Peter debe cumplir con sus tareas caseras, tal como lo hacía durante mi infancia. Después de salvar a la ciudad y restaurar la armonía, adolorido y lleno de raspones, abre su mochila y entrega a la tía May el cartón con huevos que le encargó.
Todos sus personajes están conectados de alguna manera. Son parte “de un universo más grande”, que incluye la ya institucional escena después de los créditos. Un universo que sin dudas tiene un potencial económico de dimensiones todavía no explotadas. Se han confirmado, por lo pronto, dos secuelas. El villano de la siguiente será el galardonado Jamie Foxx, que encarnará a Maxwell Dillon, alias Electro.  Así que hay araña para rato.


jueves, 20 de diciembre de 2012

Batman y la ciencia de la detección



El sábado pasado, el día siguiente de la masacre ocurrida en la escuela preescolar Sandy Hook en Newtown, Connecticut, ofrecí una charla que palidece ante este suceso. En ese pueblo apacible, quien fue posteriormente identificado como Adam Peter Lanza, usó un rifle de asalto Bushmaster XM-15 y dos pistolas –una  Glock 20 SF de 10 mm y una SIG Sauer de 9 mm- para asesinar cobardemente a 27 personas, entre niños y adultos.  Posteriormente se quitó la vida. Ningún intento por racionalizar un hecho así es suficiente. Exige de la manera más urgente revisar la facilidad para acceder a armamento en el vecino país del norte. Esto, como establecieron los padres fundadores de esa nación, es un derecho consagrado en su Constitución. Pero los tiempos han cambiado. En la sociedad del siglo XVIII, donde las instituciones policíacas no estaban plenamente constituidas,  esto era necesario para que las personas pudieran defender su vida y su patrimonio. Hoy las cosas son diferentes. Y a pesar de ello, la barbarie, la falta de razón y el nulo respeto por la vida de muchos parecen ser una aterradora constante. Pero volvamos a mundos mejores. Mi querido Bernardo Esquinca dijo que la literatura nos salva de la locura. Por lo menos nos ayuda a olvidarla. Lo mismo ocurre con el cómic, el llamado Noveno Arte. Cada año reúne a sus devotos del orbe para celebrarlo en las convenciones más variadas en todos países. En México, La Mole es una de las más añejas y prestigiadas. Sus organizadores me invitaron para hablar de Batman, que como todos saben es una de mis pasiones, aprovechando la presencia del escritor Alan Grant y el dibujante Norm Breyfogle, dupla que no sólo es la responsable de las aventuras del héroe que más conocemos por estos rumbos, sino de algunas de las adiciones más interesantes al mito del personaje en décadas recientes. Fui, en el mejor sentido del término, su telonero. Eso me hace sentir increíblemente orgulloso. Sin mayor preámbulo, les dejo lo que leí aquél día.
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Batman y la ciencia de la detección
(Un enfoque Criminalístico)
Roberto Coria Monter

Ofrecí una primera versión de esta charla en el Instituto Nacional de Ciencias Penales, órgano académico de la Procuraduría General de la República, el 11 de septiembre pasado, fecha de infame memoria. Esa tarde compartí con mi gremio una posición arriesgada para alguien de mi perfil. Eso emana del hecho que las personas dedicadas a las Ciencias Jurídicas y Forenses no suelen atender a expresiones artísticas como la historieta, a la que generalmente califican de menor. Adquirí valor a través del ejemplo de dos hombres que se mueven en ambos mundos: Gerardo Laveaga, antiguo Director del INACIPE, hombre de leyes y letras, que comparte la convicción de inculcar el hábito de la lectura de literatura policial entre los aspirantes a Agente del Ministerio Público de la Federación. Bajo su auspicio participé hace unos años en el coloquio Edgar Allan Poe y las ciencias forenses, en ese mismo instituto, organizado para celebrar el bicentenario de este autor indispensable. Y de Rafael Moreno González, pilar de la Criminalística en México, maestro de docenas generaciones de estos profesionistas, fundador de la Academia Mexicana de Criminalística e investigador emérito de esa casa académica. Entre sus incontables publicaciones figura una fundamental: Sherlock Holmes y la investigación criminalística, trabajo donde expone principios básicos de la materia a través de la más famosa creación de Arthur Conan Doyle. En el ya mencionado coloquio, el Dr. Moreno dijo algo que me conmovió y resume los aspectos que defiendo en mi vida profesional: “la razón y la imaginación son los ojos de la inteligencia”. Que mi plática se llevara a cabo el auditorio que lleva el nombre del más reputado criminólogo que ha dado México, Alfonso Quiroz Cuarón, demuestra la vigencia de esta máxima.

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Desde su primera aparición en mayo de 1939, en las postrimerías de la Gran Depresión Estadounidense y la Guerra Civil española y los albores de la Segunda Guerra Mundial, Batman –conocido en ese entonces como The Bat-man- ha demostrado tener vidas inagotables. Esto ha rebasado su fuente de procedencia y se ha realizado a través de sus encarnaciones en seriales cinematográficos y radiofónicos, televisión, caricaturas, películas y videojuegos. Les ruego que en los siguientes minutos olviden la divertida figura de Adam West, que en los años sesenta llevó a una popularidad sin precedentes al personaje y lo arraigó aún más al imaginario colectivo de la cultura occidental.
Tercera víctima y único sobreviviente de un doble homicidio, nacido del horror y modelado por la pérdida y la disciplina, Batman posee un especial significado en una época donde el crimen se ha convertido en parte de nuestra vida diaria. El diseño original del héroe, con su capa y máscara azules, su vestimenta gris, su cinturón amarillo y su característico emblema con forma de murciélago, son autoría del dibujante neoyorkino Bob Kane. A él suele atribuirse todo el mérito. Pero la labor del escritor Bill Finger fue crucial y no ha recibido el reconocimiento que merece. No sólo escribió algunas de sus aventuras más importantes, sino fue el encargado de darle un origen, lo que da sentido y trascendencia.
Rastrear la fascinación que sentimos por personajes como Batman exige que analicemos la trascendencia de la figura del héroe, especialmente apreciada en todas las culturas. Desde la mitología clásica hasta la tradición histórica, los héroes han sido fuente de inspiración para la gente de todas las épocas. Al igual que personajes como Hércules o Sansón, el cómic, hoy llamado con justicia Noveno Arte, nos ha suministrado de una nueva forma de figura mitológica que ha constituido todo un género: el superhéroe. Algunos de estos modernos titanes, de la misma manera que sus precursores clásicos, surgieron del matrimonio del cielo y la tierra. Como el Mesías de cualquier religión, Superman tiene un padre terreno (el Sr. Kent, de Smallville) y un padre celestial (Jor-El, de Kriptón), aunque estructuralmente su omnipotencia lo aproxime más a la figura de Zeus, soberano del cielo. Otros, por el contrario, proceden de la oscuridad. Al igual que Hades, señor del inframundo y de los diamantes, Batman se mueve en las tinieblas gracias al goce de la fortuna heredada por sus padres muertos. “Todo el mundo ama a los héroes”, dice en una estupenda película una anciana a su atribulado sobrino. “En cierta manera todos tenemos un héroe en nuestro interior. Nos ayuda a actuar con honestidad, nos da fortaleza, nos ennoblece y llegado el momento nos permite morir con dignidad, aun cuando a veces para mantener su firmeza tenga que renunciar a lo que más ama”.
Estéticamente, y como explica el comunicólogo español Román Gubern en su ensayo El discurso del cómic, los superhéroes se caracterizan por la perfección anatómica según los cánones grecolatinos. Pero más allá de su representación visual, estos personajes de ficción exaltan los valores más luminosos del ser humano: la templanza, la lealtad, la entrega, la compasión, el sacrificio, la sed de justicia y libertad. Precisamente ahí radica su aceptación entre los jóvenes, como afirman los investigadores Scott Vollum y Cary D. Adkinson del Colegio de Justicia Criminal de la Universidad Estatal Sam Houston de Texas. “El crimen prospera por la indulgencia de la sociedad”, dijo su mentor y eventual enemigo al héroe en su renacer cinematográfico. Lo cierto es que es una de las grandes constantes de la humanidad, un cáncer que deja secuelas físicas y mentales en todo lo que toca. “Envenena la mente y el alma. Trae pesar y muerte. Y al final, sólo deja desesperación”. Si lo definimos según los cánones vigentes, lo constituyen todas las acciones u omisiones que contravienen las leyes  y son meritorios de una sanción. En ese sentido, Batman propone dos reflexiones trascendentes: la repercusión y formas del fenómeno criminal en las sociedades contemporáneas y la efectividad del actuar de las corporaciones policíacas para combatirlo. Comencemos por la segunda. Desde tiempos antiguos, desde sus organizaciones más elementales, el hombre ha tenido la necesidad de organismos que persigan y sancionen las conductas que atenten contra la colectividad. El caso del criminal francés convertido en policía Eugène François Vidocq (1755-1857) es uno de los más notorios. En 1811 fundó la  Brigade de la Sûreté, uno de los primeros cuerpos policíacos civiles plenamente organizados del orbe y modelo más importante en la creación del Scotland Yard de Inglaterra o del Buró Federal de Investigaciones de los Estados Unidos. Si bien los métodos e integrantes de la Sûreté suelen ser cuestionados por su integridad ética y moral –eran antiguos compañeros presidiarios de Vidocq-, su esfuerzo inspiró el perfeccionamiento y evidenció la necesidad de este tipo de fuerzas –la figura de Vidocq influyó en las creaciones de literatos como Honoré de Balzac, Víctor Hugo y Edgar Allan Poe-. En la actualidad la percepción popular de las fuerzas del orden no ha cambiado. La fama que les acarrean sus malos elementos trasciende sus incontables logros. Ese fue el sentido que los creadores de Batman trataron de dar a su ficticia Ciudad Gótica, una urbe de pesadilla, sumida en la corrupción y dominada por las clases criminales, más similar al Chicago de los años treinta que a la idílica Nueva York –esa es la Metrópolis de Supermán-, con sus rascacielos y su positivismo. Este es el escenario de las aventuras de un justiciero inusual, uno que responde a las necesidades apremiantes de la población. En sus primeras apariciones, Batman combatió a amenazas domésticas, como el crimen organizado, que no dejaba de tener en Alphonse Gabriel Capone (1899-1947) uno de sus principales estandartes. Delincuente carismático y brutal, Capone fue la principal figura de la era de los grandes gángsteres, de la Era de la Prohibición. Durante casi una década gobernó un imperio sustentado en el juego, el alcohol ilegal y la prostitución, mismo al que puso fin en 1931 la cruzada de Eliot Ness, agente del Departamento del Tesoro, y su grupo conocido por la posteridad como Los intocables. Para conocer más al respecto, recomiendo ampliamente la versión de los hechos del cineasta Brian de Palma (1987). En muchas formas, al igual que el Inspector Lestrade de las aventuras de Sherlock Holmes, Ness inspiró a la dupla Kane-Finger en la creación de James Gordon, cabeza del Departamento de Policía de Ciudad Gótica. En su primera aparición, paralela a la del protagonista, Gordon –detective en ese entonces- reprobaba sus correrías, porque en esencia Batman se encuentra al margen de la ley. En aras de conseguir un bien mayor, el enmascarado no duda en cometer delitos como daño en propiedad ajena o allanamiento de morada. “En su momento, Batman pagará por sus delitos”, aseguró el Fiscal de Distrito Harvey Dent en la segunda entrega de la saga de Christopher Nolan. Gordon atestiguó que si bien sus métodos eran diferentes, ambos compartían ideales. Desde ese entonces se convirtieron en fieles aliados. La imagen del policía –eventualmente convertido en Comisionado- encendiendo un potente reflector en la azotea del Departamento de Policía,  proyectando en el cielo nocturno la imagen de un murciélago, es memorable. A pesar de su cercanía, Gordon no conoce la verdadera identidad del justiciero. En cambio, todos contamos con ese privilegio. Batman es Bruce WayneBruno Díaz, según la traducción que todos conocemos-. Kane y Finger decidieron darle  un origen en Detective Comics No. 33 (noviembre de 1939). Lo idearon a los 8 años de edad. El pequeño Bruce asistió con sus acaudalados padres –el Dr. Thomas Wayne y su esposa Martha- al cine. Al salir fueron sorprendidos en un oscuro callejón por un ladrón –identificado años más tarde como Joe Chill- con pistola en mano. Al resistirse al asalto, los padres del pequeño fueron acribillados por el delincuente, mientras éste contempla la escena, aterrorizado. El delincuente huyó mientras el niño sollozaba sobre los cadáveres. Bruce creció bajo la custodia del fiel mayordomo de la familia Alfred Pennyworth. Estudió criminología, psicología, ciencias forenses, acrobacia y artes marciales. Se convirtió a sí mismo en un instrumento supremo de justicia: luchador, experto forense, amo de los disfraces y artista de las fugas a la altura de Harry Houdini. Al cumplir los 18 años utilizó su fortuna para viajar alrededor del mundo, en busca de quienes le pudieran enseñar cómo combatir al crimen. Al regresar años después a Ciudad Gótica, se da cuenta que sus habilidades no son suficientes. Es así como sucedió este famoso momento:
Un hombre joven, bien parecido, vestido con una elegante chaqueta, medita recorriendo las amplias habitaciones de su mansión ancestral, mientras las nubes ocultan a medias la luna.
El individuo musita. “Los delincuentes son un grupo supersticioso y cobarde, de manera que mi disfraz debe ser capaz de aterrorizarlos. Debe representar a una criatura nocturna, terrible, siniestra”.
Se escucha de pronto un estruendo, a la vez que se abre una ventana. Entra entonces volando un enorme murciélago en la habitación. “¡Un presagio! ¡Eso es!”, se entusiasma. “Me convertiré en un murciélago”.
Inicialmente, Kane tuvo varias inspiraciones para crear al personaje: en su niñez  se topó con un libro sobre Leonardo DaVinci, y quedó maravillado con la ilustración de una máquina voladora que el artista italiano había creado 500 años atrás. Esta mostraba a un individuo con unas enormes alas de murciélago y una inscripción que decía “su pájaro no debería tener otras alas que no fueran las de un murciélago”. Su segunda influencia fue –como dije- la película La marca del Zorro (1920), protagonizada por la leyenda del cine Douglas Fairbanks. El actor personificaba a un aburrido aristócrata durante el día, pero que por las noches se convertía en El Zorro. Ocultaba su rostro tras una máscara y salía de su cueva en su brioso caballo negro, para luchar a favor de los oprimidos. La tercera inspiración fue la sombría película Los susurros del Murciélago (1930) con Chester Morris, que interpretaba a un villano que vestía un disfraz de murciélago para cometer fechorías. También fue importante la atmósfera de otras famosas películas de la época, como Drácula (1931) de Tod Browning, estelarizada por Bela Lugosi. Kane también tuvo en cuenta el furor que despertaban héroes de la radio y de las novelas pulp, una forma literaria de gran popularidad en la década de los veintes y treintas. En estas, que recibieron su nombre por estar impresos en papel de baja calidad hecho con pulpa de madera, se desarrolló un género de gran popularidad, el relato detectivesco o hard boiled. Escritores como Raymond Chandler y Dashiell Hammet retrataron la sordidez del bajo mundo en historias donde sus duros detectives combaten el crimen en las calles, enfrentándose a la miseria, la corrupción y el vicio. Este género literario va a marcar el estilo del llamado Film Noir de los años cuarenta. Y en la línea detectivesca no podemos dejar de mencionar a Dick Tracy, el intrépido policía creado por el caricaturista Chester Gould, quien combatía a una grotesca galería de gángsteres empleando artefactos de alta tecnología, como su popular reloj de mano –este artefacto será llevado a notas altísimas en las películas del paladín y luchador de medio tiempo conocido como El Santo-. En el pulp también surgieron héroes como el aventurero Lamont Cranston, quien por las noches se convertía en La Sombra o Breet Reid, editor y dueño del periódico Sentinela, que por las noches se convertía en el Avispón Verde

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El desdoblamiento de Bruce Wayne en Batman, si bien atractivo y emocionante, ejemplifica que el justiciero no se caracteriza por su sanidad mental. ¿Qué necesidad tiene una persona de su perfil –millonario, filántropo, parrandero empedernido- de cubrir su rostro para salir a enfrentar al fenómeno que marcó su infancia todas las noches, sometiéndose a todo tipo de riesgos? El psicólogo español Enrique Rojas  ha delimitado el que sería el perfil psicológico de una persona sana:
  1. Una persona madura y equilibrada debe ser consciente de sí misma desde un prisma de realismo. Esto es, conoce tanto sus actitudes como sus limitaciones.
  2. Cuenta con un modelo de identidad.
  3. Una persona equilibrada se comporta tal como es, procurando corregir los aspectos de su personalidad que no sean adecuados ni positivos para la convivencia.
  4. Cuenta con un proyecto de vida.
  5. Este proyecto de vida debe tener el menor número de contradicciones posibles.
  6. La estabilidad psicológica precisa conseguir una perfecta ecuación entre la vida afectiva y la intelectual.
  7. Es imprescindible contar con una organización temporal sana.
  8. Una persona equilibrada es dueña de sí misma, siendo capaz de resistir las presiones del ambiente y las circunstancias, sin perder por ello las riendas de su vida.
  9. En una persona madura, la sexualidad debe estar situada en un tercer o cuarto plano de interés.
  10. Se debe contar con una sana constitución temporal y psicológica.
Batman no posee una plena conciencia de sí mismo ni de sus acciones, y esto lo demuestra el hecho de que en muchas ocasiones extralimita sus capacidades en sus faenas diarias contra la delincuencia. Desde su infancia, Bruce Wayne sufrió la pérdida de sus padres, situación que le obligó a valerse por sí mismo –a pesar de los cuidados y las comodidades que le rodearon-  y crear un modelo de identidad propio –no tuvo a un padre o un hermano mayor como ejemplos-. Ni Bruce Wayne ni Batman poseen un modelo de vida, simplemente son arrastrados por las circunstancias y niegan la posibilidad de opciones al respecto. Batman se ocupa únicamente de su labor: acabar con el crimen en Ciudad Gótica y entiende esto como una responsabilidad que no puede rehusar. Batman no manifiesta ninguna ecuación entre su vida afectiva e intelectual. Se preocupa por el bienestar de quienes le rodean –como buen héroe- pero las relaciones interpersonales no son su principal preocupación. En él la parte dominante es la razón, aspecto que subsanó la carencia de afecto que sufrió desde la infancia.
Y si la psique de Batman no es la más saludable, la de sus adversarios de ninguna manera es mejor. Ese es precisamente su atractivo. La lucha del héroe contra la criminalidad no tendría el mismo impacto sin la colorida y variopinta galería de enemigos que desde hace décadas habitan las páginas de sus historias. Y no es que los gángsteres y demás delincuentes no sean menos peligrosos. Los villanos, tradicionalmente, son los que provocan el conflicto tan necesario en toda narración y resaltan las virtudes del héroe. “El bien no hace gran literatura”, dijo mi amigo Vicente Quirarte. Los villanos del detective oscuro tienen una gran deuda con los postulados del criminólogo italiano Cesare Lombroso (1835-1909), quien identificó al que llamaba delincuente loco moral, un individuo con personalidad antisocial dotado de una gran inteligencia, carente de sentimientos y remordimientos. Este tipo de sujetos fueron llamados posteriormente psicópatas y hoy, con más tiento, personas con trastorno social de la personalidad. Pero por lo que respecta a su apariencia, extravagante y casi monstruosa en muchos casos, se acerca a lo dicho por el erudito italiano: “los delincuentes representan una reversión a un tipo subhumano, caracterizados por un aspecto semejante a primates u hombres primitivos, como si se tratara de modernos salvajes cuyo comportamiento es contrario a las expectativas y reglar de la moderna sociedad civilizada”.  Esta tendencia fue explotada por Chester Gould en las ya mencionadas aventuras de Dick Tracy
Más allá de su apariencia, criminales de los tipos más variados son parte frecuente de las aventuras del héroe, casi todos contenidos en el Asilo Elizabeth Arkham para Criminales Dementes. Esta institución es muy semejante a incontables manicomios de la antigüedad, como el Asilo de Charenton o el hospital psiquiátrico de La Castañeda, que alojaron a Donatien Alphonse François, Marqués de Sade y a Gregorio Cárdenas Hernández, el estrangulador de Tacuba, respectivamente. Los contrincantes de Batman son dignos de pertenecer a un catálogo de enfermedades mentales: el megalómano Ra´s al Ghul; el Fiscal de Distrito convertido en criminal Harvey Dent, alias Dos caras; el pirómano Garfield Lynns, alias Luciérnaga; el especialista en fobias –y psicólogo- Jonathan Crane, alias El Espantapájaros; el obsesivo compulsivo Temple Fugate, alias El Relojero; o el esquizofrénico Jervis Tetch, alias El Sombrerero Loco. Tengo el honor de preceder a Alan Grant y Norm Breyfogle, creadores de algunas de las más interesantes adiciones a la mitología de Batman: el esquizofrénico Arnold Wesker apodado El Ventrílocuo; el gigantón con Síndrome de Klüver–Bucy Aaron Helzinger, alias Amygdala; el asesino serial con predilección por las armas punzocortantes Victor Zsasz; y el adolescente con tendencias anarquistas Lonnie Machin apodado, obviamente, Anarky, que no deja recordarme a la filosofía radical y violenta de Theodore John Kaczynski, mediáticamente conocido como el “Unabomber”.
Llegamos así al Guasón, tal vez el más emblemático villano de la historia del cómic. Enemigo natural de nuestro personaje, representa la antítesis de su naturaleza y métodos. Es un criminal psicópata, sádico e impredecible, que asesina a sus víctimas sólo por diversión. “Hay hombres que sólo quieren ver al mundo arder”, dice de nuevo Alfred. En su libro Los lenguajes del cómic, Daniel Barbieri dice: “el rostro caricaturesco del Guasón en las muy serias aventuras de Batman representa la abyección y la crueldad. Único rostro de caricatura en medio de figuras realistas, el Guasón se destaca por su absurdidad. Salpica de absurdo vicisitudes de otro modo demasiado previsibles. No por casualidad entre los coprotagonistas de la serie de Batman, el Guasón es desde siempre el que obtiene el mayor éxito, el enemigo preferido del lector”. El Guasón, creado por Kane y Finger, apareció por vez primera en Barman No. 1, en la primavera de 1940. Originalmente era un asesino con mucho humor que empleaba un veneno especial que aniquilaba a sus víctimas e imprimía en su rostro una macabra sonrisa. Estaba destinado a morir en su segunda aparición, pero los editores se dieron cuenta de su potencial y desde ese entonces se convirtió en una presencia frecuente en sus aventuras. Un par de años después paró de asesinar y se convirtió en un bromista que dejaba cáscaras de plátano en su escape para evitar ser capturado. Kane y Finger lo concibieron a partir de la imagen del actor alemán Conrad Veidt en la película expresionista El hombre que ríe (1928), adaptada de la novela de Víctor Hugo. Desde entonces, al igual que su enemigo, el Guasón ha tenido las más variadas encarnaciones, desde las más simpáticas hasta las más aterradoras y brutales. Entre las últimas –mi preferida- brilla la del malogrado actor Heath Ledger (1979-2008), quien el martes 22 de enero de 2008, aproximadamente a las 14:45 horas, tiempo local, fue encontrado muerto en su departamento del número 421 de Broome Street, en el barrio del Soho, en Manhattan, Nueva York. Se ha especulado incansablemente sobre las causas de su deceso. Depresión y suicidio son las más notables. Pero se mantendrá vivo gracias a su obra. Ledger recibió el prestigiado premio Oscar de manera póstuma por su interpretación como el Guasón en la segunda película de la saga de Christopher Nolan. Un alumno me preguntó si prefería al Guasón que encarnó Jack Nicholson (Tim Burton, 1989) o al del desaparecido Ledger, y sobre la validez de hacer nuevas versiones de una historia. Respondí que cada generación tiene el derecho de reinventar a sus clásicos y que son dos visiones actorales distintas sobre un personaje memorable, como igualmente entrañables son los Dráculas que personificaron Bela Lugosi, Christopher Lee y Gary Oldman. El crítico de cine Gustavo García describió al Guasón de Nicholson como un “vándalo estético”, más en deuda con la intención original de Kane y Finger y la oscuridad de los primeros años del señor Burton. El de Ledger se nutre del enfoque sombrío y profundamente psicológico de novelas gráficas como La broma asesina y El Asilo Arkham, pero sobre todo de la visión de un cineasta talentoso que apuesta por el realismo y por contextualizar las hazañas de un héroe del cómic a una época donde el crimen, la violencia interpersonal y la sed de justicia son preocupaciones de cada día. El Guasón de Ledger es un criminal despiadado, sin ataduras. “No tienes nada con qué amenazarme, nada que puedas hacerme con todas tus fuerzas”, advierte al héroe. Su único objetivo es el caos (“no se trata de dinero, sino de enviar un mensaje”) y poner en jaque a un gobierno que durante décadas alimentó al monstruo que ahora es incapaz de combatir. Eso me recuerda la interminable ola ejecuciones del narcotráfico reseñadas diariamente en los medios de comunicación. El Guasón de Ledger advierte algo aterrador por certero: “la locura es igual que la gravedad, sólo necesita un pequeño empujón”.

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Ahora lo que nos reúne, mi afirmación sobre el vínculo entre Batman y la ciencia de la deducción. Como ya dije, el personaje es un ejemplo de tenacidad, disciplina y voluntad. Contra toda interpretación que haya podido dársele a lo largo de los años, la esencia del héroe es simple: desde una posición humana, combatir al fenómeno criminal con los recursos que ofrece la ciencia. Es cierto que el personaje pudo allegarse de estos medios gracias a su fortuna económica, pero la base de su esfuerzo puede explicarse desde un prisma de realismo. Es curioso que la Criminalística, disciplina en la que se apoya el detective, tenga raíces en la Francia donde vivió Eugene François Vidocq y posteriormente caminaría Alphonse Bertillon (1853-1914), el sabio francés que significó el matrimonio entre las ciencias exactas y la pesquisa criminal. En aquella época la Criminalística  era sólo un conjunto de técnicas y conocimientos sin ninguna sistematización clara, no muy comprobados ni verificables y, por consiguiente, falibles. Fue en 1894 en Graz, Austria, que el juez Hans Gross (1847-1915), hizo evidente la necesidad de una materia que pudiera erradicar la subjetividad y las falsas soluciones, conocimientos que plasmó en su Manual del Juez de Instrucción, Agentes de Policía y Policías Militares, cuyo objeto de estudio es el material sensible significativo localizado en la escena del crimen, también conocido como indicio, todo objeto, instrumento, huella, marca, rastro, señal o vestigio, que se usa y se produce respectivamente en la comisión de un hecho, sin importar cuán pequeño sea. Su estudio nos puede ayudar a establecer la identidad del perpetrador o la víctima de un hecho, a establecer la relación entre éstos y las circunstancias en que se consumó el crimen. El indicio es el más confiable testigo del crimen. Las personas mienten, los indicios no.
En su libro The forensic files of Batman, el escritor Doug Moench advierte adecuadamente la estrecha relación del detective con las ciencias forenses. Ya desde 1910 el criminólogo francés Edmond Locard observó que todo criminal deja una parte de sí en la víctima y la escena del delito, y se lleva algo consigo, deliberada o inadvertidamente. También descubrió que estos indicios pueden conducirnos a su identidad. El razonamiento lógico de Locard constituye hoy en día la piedra angular de la investigación científica de los crímenes y es conocido como principio de intercambio: “Es imposible que un criminal actúe, especialmente en la tensión del hecho criminal, sin dejar rastros de su presencia”. Locard, autor también de los siete volúmenes del Traité de Criminalistique, fundó el laboratorio de Criminalística de la ciudad de Lyon, Francia. Con un poco más de sofisticación que éste, Batman posee una base de operaciones – popularmente conocida como la Baticueva- dotada de todo tipo de equipo de laboratorio y cómputo, y lleva siempre consigo –en el que suele conocerse como baticinturón- instrumental para la búsqueda, localización, levantamiento y embalaje de indicios, los testigos mudos del crimen.
Moench habla en su libro de diversos tópicos, desde la Toxicología a la Balística, de los Incendios y Explosiones a los Indicios Dactilares. Documenta, por ejemplo, el primer encuentro de Batman con uno de sus contendientes más reconocidos. Una serie de muertes por afecciones cardiacas, hechos sin aparente conexión, llaman la atención del héroe. Todas las víctimas son hombres jóvenes, deportistas de la Universidad de Ciudad Gótica. El análisis de una mosca muerta en una escena del crimen le permite descubrir un potente alucinógeno que, eventualmente, le conduce a la identidad de su creador, el ya mencionado Jonathan Crane. El momento en que los dos oponentes se encontraron cara a cara por vez primera, uno vestido como un murciélago y el otro como un espantapájaros, resume la contundencia y posibilidades de la historieta de superhéroes.

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No puedo evitar terminar esta plática con una de las más recientes encarnaciones del personaje, Batman: El Caballero de la Noche asciende (Christopher Nolan, 2012), una cinta que ha generado las opiniones más divididas. El sentir del crítico de cine Miguel Cane se ajusta muy bien a la situación: “Por lo tanto, la pregunta es, ¿conseguirá El Caballero de la Noche Asciende satisfacer la sed de perfección y mito? La respuesta es que semejante cosa no es posible. Y no porque la cinta no sea de calidad, que lo es, es simplemente que a estas alturas del poema, resulta imposible dar gusto a nadie. Habrá quienes la amen, habrán quienes la vilipendien, quienes se queden estupefactos, quienes se conmuevan hasta lo más hondo y no faltará quienes le encuentren defectos a todo. Es el precio de ser un filme tan anticipado, si bien está más allá del bien y del mal; no importa lo que se diga de ella, su leyenda la precede”. Cane tiene razón.  La dimensión del personaje se impone.
Acaso esa ocasión se vio verdaderamente opacada por los lamentables hechos ocurridos en el complejo de cines Century 16 en Aurora, Colorado, la noche del 20 de julio de este 2012. La matanza sin sentido que cometió el aspirante a Doctor en Neurociencias  James Eagan Holmes invita nuevamente al debate del tan popular fenómeno conocido como bullying y la facilidad de adquisición de armas de fuego en el vecino país del norte. Mientras cientos de espectadores observaban maravillados la película que esperaron por cuatro años, Holmes abrió fuego contra ellos utilizando un rifle Smith & Wesson M&P15, una escopeta Remington 870 Express y una pistola 2 Glock calibre 22. Recordemos por un momento a las 12 víctimas mortales:
1.      Alex Sullivan, que celebraba su cumpleaños 27
2.      John Larimer, miembro de 27 años de la marina estadounidense
3.      Jessica Redfield Ghawi, cronista deportiva de 24 años, quien antes sobrevivió un tiroteo en un centro comercial de Toronto
4.      Micayla Medek, joven de 23 años
5.      Jon Blunk, un joven de 26 años que sirvió de escudo a su novia, Jansen Young
6.      Alex Teves, de 24 años, quien recientemente obtuvo un grado de Maestría
7.      Alexander "AJ" Boik, de 18 años, quien recientemente se había graduado de la preparatoria
8.      Gordon Cowden, de 51 años y padre de dos
9.      Rebecca Wingo, de 32 años
10.  Matt McQuinn, de 27 años, quien protegía a su novia, Samantha Yowler
11.  Veronica Moser-Sullivan, una niña de 6 años, cuya madre Ashley Moser se encuentra en condición crítica
12.  Jesse Childress, sargento de 29 años de la Fuerza Aérea Estadounidense.
El calificativo víctima no sólo debe aplicarse a los caídos, sino a sus seres cercanos. Todos eran hijos de alguien, hermanos de alguien, esposos de alguien. Al menos dos murieron como héroes, sacrificaron sus vidas por el bienestar de otros. De las teorías de conspiración en torno a Holmes, su padre el Dr. Robert Holmes, el famoso escándalo Libor y la falta de cobertura de los medios informativos, hablaríamos en otro momento. El horror en que está envuelto es lo verdaderamente apremiante.

Como en la vida real, el héroe libra una guerra que sabe nunca podrá ganar del todo. Reconoce que son las pequeñas victorias las que le animan a seguir adelante. Hoy sigue enseñándome que los momentos de tragedia no nos definen tanto como las acciones que tomamos para lidiar con ellos. Es un hecho que nos sucederá a todos los presentes. Seguramente incendiará, como hace con nosotros desde nuestra infancia, la imaginación de sus hijos y nietos. En mayo próximo cumplirá 73 años de vida.  Pero Batman, al igual que los ideales que representa, es imperecedero. Así que sus años apenas comienzan.



Bibliografía
Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Fondo de Cultura Económica, México.
Jurgen, Thorwald. El siglo de la investigación criminal. Ed. Labor, México. 1966.
Langley, Travis. Batman and Psicologhy. A dark and stormy knight. John Wiley & sons, Nueva York. 2012.
Maldonado Aguirre, Alejandro. El delito y el arte. Instituto de Investigaciones Jurídicas. UNAM, México. 1994.
Moench, Doug. The forensic files of Batman. Ibooks, inc, Nueva York. 2004.
Moreno González, Rafael. Sherlock Holmes y la investigación criminalística. Instituto Nacional de Ciencias Penales, México. 2005.
Soderman, Harry; O´Cornnell, John J. Métodos modernos de Identificación Policíaca. 8ª edición. Ed. Limusa, México. 1986.
Symmons, Julian. Historia del relato policial. Bruguera, España. 1982.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿No estar emocionado por “El Hobbit” es estar muerto por dentro?


En mayo de 2008, con bombo y platillo, se anunció la filmación de El Hobbit, la emblemática novela de John Ronald Reuel Tolkien que abrió las puertas a uno de los textos más memorables que recuerdo, El Señor de los Anillos -publicado tradicionalmente en tres partes-. Como sabemos, el neozelandés Peter Jackson convirtió este último en la primera gran trilogía cinematográfica del nuevo milenio, un auténtico fenómeno que le valió el reconocimiento del público, incontables premios y, por supuesto, paletadas de dinero. El Hobbit es un libro que forma parte de mi primera educación. Fue –junto con Drácula de Bram Stoker y Grandes esperanzas de Charles Dickens- uno de los candidatos para ser leídos de forma ininterrumpida durante la edición de la Feria del Libro de Guadalajara de este agonizante 2012 –ganó el vampiro-. Llevar a la pantalla grande las aventuras de Bilbo Bolsón, si bien era algo atractivo, obedecía a una necesidad inevitable de lucrar con el éxito de su predecesora, aprovechándose de la euforia por las precuelas. En su momento, Jackson designó a nuestro compatriota Guillermo del Toro para materializar el proyecto, colocándose en una posición de productor. Los admiradores del tapatío inmediatamente aplaudieron la decisión. Él mismo mostró su entusiasmo en incontables ocasiones. Se mudó incluso a Nueva Zelanda, locación convertida en la Tierra Media y hogar de WingNut Films, la compañía de Jackson, donde trabajó incansablemente en el guión y la pre producción de la cinta. Sólo algunos locos pensamos que esto era algo arriesgado, porque a pesar que Jackson abrazaba la imaginación de Del Toro, éste no dejaba de ser su proyecto, el hermano menor de uno que le permitió ingresar al gran Olimpo de los cineastas ganadores del Oscar. Para mí y pese a su afán en desmentirlo, Jackson nunca permitiría entera libertad creativa a nuestro paisano. Del Toro haría una película que empatara con lo que Jackson estableció previamente, no más, no menos. Dificultades económicas postergaron la idea al grado que, a más de un año de distancia, Del Toro se vio obligado a saltar del barco. Obviamente, Jackson estaba listo para tomar el timón.
Este drama minó mi entusiasmo por ver El Hobbit, un viaje inesperado (Peter Jackson, 2012). Más porque el director anunció que convertirá la historia en otra trilogía. Toda traslación literaria al cine, como hemos visto, exige sacrificios. Y lo que funciona en papel no necesariamente lo hace en el celuloide. ¿Un solo libro amerita tres películas?  Eso no sucedió con El Señor de los Anillos, que fue severamente reducido para adaptarse al lenguaje cinematográfico. Y en mi opinión, funcionaba.  Algunos entusiastas dicen que las versiones extendidas solucionan todo, pero los excesos son malos. Cochino dinero. Esto opaca a un reparto atractivo, que incluye nuevamente a Sir Ian McKellen, Sir Christopher Lee, Cate Blanchett, Hugo Weaving y Andy SerkisGandalf el gris, Saruman el blanco, Galadriel, Elrond y el entrañable Gollum- y a una dupla que me ha cautivado en tiempos recientes: Martin Freeman –el Dr. Watson en la teleserie Sherlock- en el papel protagónico y Benedict Cumberbatch –el mismísimo Sherlock Holmes- como el malo del cuento. El músico Howard Shore y el cinefotógrafo Andrew Lesnie fueron convocados por Jackson de nueva cuenta. Para colmo mis reservas aumentaron cuando leí los reportes de PETA y la American Humane Association que documentan indiferencia que derivó en la muerte de 5 caballos, 12 gallinas, un pony y muchas cabras. Aunque hay personas que dicen que no creerán en eso hasta que no vean fotos de los animales muertos durante la filmación, la seriedad de las fuentes es contundente por sí misma. La falta de respeto por cualquier forma de vida es aberrante, intolerable.
¿Los aficionados que correrán a ver la cinta estarán consientes de todo lo anterior? Yo esperaré a que la lancen en Beta. 

martes, 11 de diciembre de 2012

Alas (de vampiro) en escena


Posiblemente, en lo que a las Bellas Artes se refiere, el Teatro fue el segundo gran romance del vampiro. Digo esto porque el viernes pasado tuve el placer de acompañar a Eduardo Ruiz Saviñón y Guillermo Henry, convocados todos por Vicente Quirarte, en la sesión final de su curso …Y el hombre creó al vampiro. Bram Stoker en el centenario de su inmortalidad (1912-2012), que se llevó a cabo en la Casa de las Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hablamos precisamente sobre ese matrimonio que nos hermana. Porque el teatro y el vampiro son, en esencia, dos hijos de la noche. La que se considera obra fundacional del tema, El vampiro de John William Polidori (1819), significó su primera incursión escénica, adaptada por el francés Charles Nodier como Le vampire, melodrame en trois actes que se estrenó el 13 de junio de 1820 en el Teatro de la Porte-Saint Martin. Sólo que el autor decidió alterar notablemente la historia, llevándola por los senderos del melodrama clásico: tras estar en riesgo la virtud, el bien triunfa sobre la maldad, que es exterminada en el último momento, restaurándose el orden. Su éxito inmediato la llevó a los escenarios británicos, traducida por James Robinson Planché como The Vampire, or the Bride of the Isles, con idéntico resultado. Esto propició que el monstruo tuviera un gran apogeo de obras vampíricas durante la segunda mitad del siglo XIX.
El irlandés Bram Stoker debió tener esto en cuenta dos veces: desde su trinchera de hombre de teatro y como futuro autor Drácula, la novela canónica del tema. De su trabajo en el Teatro Lyceum y la relación que estableció con Henry Irving, el más grande actor de su tiempo, hablé en mi reciente colaboración para la página web de Mórbido. El desdén del Todopoderoso Irving truncó los planes de Stoker por ponerla en escena, pero un joven miembro de la compañía, Hamilton Deane (1880-1958), advirtió sus enormes posibilidades. Deane también nació en Clontarf, Irlanda, y conoció tanto a la familia Stoker como a la de Florence Balcombe, su esposa, privilegio que sin duda le permitió obtener los derechos para cumplir el sueño inconcluso de su difunto esposo. Dracula, the vampire play in three acts se estrenó el junio de 1924 en el Teatro Derby de Inglaterra, con un éxito contundente. Deane decidió ubicar su acción en un entorno citadino, dando a su malvado protagonista una mayor posibilidad de infiltrarse en la sociedad del Londres de la época. Parte de esta estrategia fue hacerlo encantador y enigmático. Y la que sin duda fue su mayor contribución: la capa, el frac y el medallón que hoy todos conocemos. El conde fue interpretado por el actor Raymond Huntley, mientras el propio Deane encarnaba a Abraham Van Helsing. Su aceptación llamó la atención del editor y productor estadounidense Horace Liveright, quien inmediatamente compró los derechos para llevarla a su país. El dramaturgo John L. Balderston fue el encargado de adaptarla, con un desconocido actor húngaro llamado Bela Lugosi en el papel principal, y Edward Van Sloan como su némesis, dirigidos por Ira Hards. Su impacto es por ustedes conocidos, al igual que la legendaria película que propició.
Desde entonces la obra, atribuida a la dupla Balderston-Deane, se ha montado en repetidas ocasiones alrededor del mundo. Posiblemente uno de los montajes más memorables es el que se hizo en Broadway en 1977, dirigido por Dennis Rosa, con Frank Langella en el rol estelar. Lo que lo hizo especialmente atractivo fue la escenografía y vestuario que diseñó el artista visual Edward Gorey, que le valió incontables galardones de la crítica especializada de su país. Nuevamente, la obra fue convertida en una flamante película (John Badham, 1979), con Langella y Laurence Olivier como su contrincante. Al Rey de los Vampiros ha dado vida (o no vida) en el teatro una gran variedad de talentosos actores, desde Terence Stamp, Jeremy Brett, Marin Landau. El que no deja de llamarme la atención es el difunto Raul Julia, que el 1978 heredó la capa en Broadway.  
De la presencia de Drácula en el teatro mexicano y de nuestra reciente contribución, hablaré posteriormente. 

martes, 4 de diciembre de 2012

Entre Hombres de Negro te veas


El comúnmente llamado Incidente Roswell, ocurrido la noche del 2 de julio de 1947 en Roswell, Nuevo México, marcó de muchas maneras a la cultura popular de occidente. Los creyentes en la vida extraterrestre lo consideran un momento cumbre, una de las más fidedignas señales de que, como dice Pedro Ferriz Santacruz, “un mundo nos vigila”. Básicamente, atendiendo los incontables testimonios del hecho, un Objeto Volador No Identificado se estrelló en el lugar y se recuperó el cadáver de su tripulante, quedando éste en poder del Gobierno de los Estados Unidos. Son famosas las imágenes clandestinas que la supuesta necropsia practicada a un ser pequeño y cabezón, de grandes ojos negros, por la milicia. De forma paralela, proliferaron los encuentros con unos misteriosos Hombres  de Negro, de los que nunca se ha aclarado su procedencia, que clamaban pertenecer a una agencia gubernamental y tenían por objetivo intimidar a los testigos del episodio para impedir que divulgaran la verdad. Sobre esta base, 40 años después, el escritor Lowell Cunningham y el dibujante Sandy Carruthers publicaron en 1990 una serie de 4 historietas tituladas The Men in Black, bajo el modesto sello canadiense Aircel Comics, comprado luego por Malibu Comics, que posteriormente fue asimilada por Marvel Comics, que hoy en día es propiedad de Mickey Mouse. Los Hombres de Negro de Cunningham son muy semejantes a los mostrados por la extinta teleserie Los expedientes secretos X, siniestros, poco escrupulosos, al servicio del verdadero poder tras al que los mortales rendimos cuentas. Pero de regreso a Aircel, su título más exitoso propició la exitosísima película Hombres de Negro (Barry Sonnenfeld, 1997) que, como todo producto tocado por la mano de Steven Spielberg, suavizó su tono en aras de llegar a todas las audiencias. De monitorear vida sobrenatural de todos tipos (vampiros, brujas, demonios y demás), se centró exclusivamente en la que procedía de otros planetas, y las aventuras de los Agentes K y J (Tommy Lee Jones y Will Smith en la cinta) se volvieron menos sombrías, pues su organización buscaba moldelar el pensamiento de las personas, no proteger a la colectividad. El resultado, filmado a partir del guión de Ed Solomon y con brillantes efectos de maquillaje de Rick Baker, fue un espectáculo muy disfrutable que alternaba acción y aventuras con momentos hilarantes. Inevitablemente, le siguió una secuela, Hombres de Negro 2 (Barry Sonnenfeld, 2002), que si bien es divertida, no alcanza la gracia y efectividad de su predecesora.
Este fin de semana vi su tardía tercera aventura, Hombres de Negro 3 (Barry Sonnenfeld, 2012), uno de mis grandes pendientes antes de concluir el año. La cinta, que no disimula el paso del tiempo en sus protagonistas, añade un atractivo que he visto en muchas formas recientes, del filme Hombres X, primera generación (Matthew Vaughn, 2011) a la serie televisiva Mad men: desarrollar parte de su historia en los años sesenta. Al combate cotidiano de esta agencia, que dirige la Agente O (Emma Thompson) en sustitución del finado Z (Rip Torn), se suma una nueva amenaza, Boris el animal (Jemaine Clement), que pone nuevamente en peligro al planeta y a uno de sus protagonistas (Jones). Así su contraparte (Smith), tras comprobar que se cumplieron las intenciones del malvado, viaja en el tiempo -en un salto de fe semejante al de Las alas del deseo de Win Wenders- para detenerlo. Y he ahí el principal atractivo: se encuentra con la versión juvenil de su compañero (Josh Brolin) quien se convertirá parte esencial de un evento dos veces importantes en la historia de la humanidad. El guión de Ethan Cohen no es del todo fiel a la continuidad de los hechos descritos en las aventuras previas, pero hace aportaciones interesantes, como ese vidente extraterrestre Griffin (Michael Stuhlbarg) o el lazo afectivo que une a los héroes en el tiempo. El competente diseño de arte de Bo Welch, que con la ayuda de Mary E. Vogt viste a los extraterrestres de los 60 en el mejor estilo de las cintas de Serie B de la era, en conjunto con el siempre afortunado maquillaje de Rick Baker, hacen la experiencia un verdadero festín visual. Nos recuerda también algo que en todos los niveles burocráticos debería tenerse en cuenta: trate bien a su subalterno. Algún día podría ser su jefe.    
En este punto debería ponerme unos lentes negros y pedirles que vean el extraño aparatito que tengo en la mano, pero quiero que recuerden haber leído estas líneas. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

De estadistas, mitos y héroes de acción


Uno de tantos caminos que puede tomar la ficción contemporánea es centrar su atención en personajes históricos. Eso exige al autor apegarse en la medida de lo posible a hechos que son del conocimiento popular en aras de lograr verosimilitud y la complicidad del espectador. Identifico dos formas básicas de este tipo de historias:
1. Las que son fieles a los acontecimientos que documenta la historia y emplean el juego de la imaginación para explicar momentos poco conocidos. En El cuervo, guía para un asesino (James McTeigue, 2012), los guionistas Ben Livingston y Hannah Shakespeare, a pesar de las incontables licencias que se toman, respetan que Edgar Allan Poe (John Cusack) fuera encontrado moribundo en la banca de un parque de Baltimore y que llamara insistentemente a un tal Reynolds en su lecho de muerte. En nuestra tierra, el dramaturgo Flavio González Melo exploró la vida de Pedro Lascuráin (1856-1952), presidente mexicano que gobernó el país durante 45 minutos el 19 de febrero de 1913, tras el cobarde asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez en la obra Lascuráin o la brevedad del poder. Mi amigo Vicente Quirarte hizo lo propio al ficcionar lo vivido por Oscar Wilde en sus últimos días en El fantasma del Hotel Alsace. Yo mismo profundizo los motivos que llevaron al irlandés Bram Stoker para escribir su novela más celebrada en El hombre que fue Drácula. Podría seguir así por un largo rato. Y la figura histórica no debe ocupar siempre el primer plano. En su novela El Alienista (1994), Caleb Carr toma a Theodore Roosevelt –vigésimo sexto Presidente de los Estados Unidos- en sus días como Jefe de Policía de la Ciudad de Nueva York y lo convierte en aliado de su ficticio protagonista Laszlo Kreizler en la cacería de un asesino en serie. Las posibilidades son infinitas.
2. Que la figura histórica sea un mero pretexto para crear un universo completamente nuevo, donde no necesariamente hay un respeto notable por los acontecimientos que documentan los libros, ofreciendo la posibilidad de realidades alternativas. En la muy reciente Hombres X, primera generación (Matthew Vaughn, 2011), los personajes de Marvel comics alternan espléndidamente sus correrías con la actuación de John F. Kennedy en la Crisis Cubana de Misiles. En su cuento La Bestia ha muerto, mi amigo Bernardo Fernández BEF usa a héroes y villanos del México decimonónico (Benito Juárez y Maximiliano de Habsburgo) para crear un relato que se encuentra a medio camino entre las ficciones de Julio Verne y los mundos de William Gibson o el de los hermanos Wachowski y su Matrix.
En esa última línea ubico a Abraham Lincoln, cazador de vampiros (2012), película estadounidense que se encontraba entre mis grandes pendientes. Dirigida y producida por el esteta ruso del cine de acción Timur Bekmambetov (quien dirigiera el díptico Guardianes de la noche y Se busca), con el endoso del buen nombre de Tim Burton y a partir de un guión de Seth Grahame-Smith –basado en su novela homónima- se convierte en un gran divertimento, una pirotecnia visual que se adhiere perfectamente al estilo desmedido y estridente del artista. En un universo paralelo, Abraham Lincoln (Benjamin Walker), décimo sexto Presidente de los Estados Unidos, escribe sus memorias, apacible en su despacho. En ellas narra su oficio no conocido por la posteridad. Desde su infancia en 1818 es testigo de las enormes injusticias de la clase privilegiada. Pero no sólo eso. Descubre que su mundo alberga otro tipo de horrores, unos que viven ocultos en las sobras y se alimentan de sangre. Cuando en su adolescencia intenta hacer justicia a la memoria de sus padres, el misterioso Henry Sturges (Dominic Cooper) lo salva del atroz terrateniente Jack Barts (Marton Csokas), quien es nada menos que un vampiro. Bajo la tutela de Sturges aprende a combatir a estas amenazas. Elige un hacha como herramienta de trabajo, cuya hoja recubre ceremoniosamente de plata. En medio de sus nuevos deberes como cazador de vampiros, encuentra tiempo para estudiar Derecho y conocer el verdadero amor en la figura de la bella Mary Todd (Mary Elizabeth Winstead). Pero el malvado Barts es sólo la punta del iceberg. Detrás de todo se encuentra el malvado Adam (Rufus Sewell), líder de un clan de vampiros con poderosísimos intereses. El conflicto deriva en uno de los episodios más dolorosos de la historia del país vecino: la Guerra de Secesión (1861-1865), un conflicto del que dependía que “Estados Unidos fuera un país que perteneciera a los vivos”.
La espectacularidad de la puesta en escena de Bekmambetov, la vertiginosa cámara de Caleb Deschanel, la briosa partitura de Henry Jackman contrastan a la perfección con homenajes a clásicos como La danza de los vampiros (Roman Polanski, 1967), Vampiros en la Habana (Juan Padrón, 1985) o a tantas memorables persecuciones en el techo de un tren en movimiento. Sobre todo, a pesar de tomar notables desviaciones con la Historia y la figura mítica que tan bien conocemos, es respetuosa a máximas que estableció Bram Stoker en la novela canónica del tema: “Aunque no pertenece a la naturaleza debe, no obstante, obedecer a algunas de las leyes naturales. No sabemos por qué”. Como nos enseñara Anne Rice, hay cosas que un vampiro no puede hacer, literalmente.
El desenlace es el mismo que aparece en los libros de texto: la fatídica noche del 15 de abril de 1865 en el teatro Ford de Washington, el actor y espía confederado John Wilkes Booth y su cobarde disparo a la cabeza del mandatario. A diferencia de la novela, y con la posibilidad de obtener la vida eterna, Lincoln elige el destino del hombre común. Del héroe. Y como bien advierte Grahame-Smith, “hay hombres demasiado interesantes para dejarlos morir”.