lunes, 28 de marzo de 2011

Indignación tardía

Cuando escribí el otro día sobre adaptaciones en el cine, mencioné brevemente el caso del Avispón verde, claro antecedente de los superhéroes de la era moderna. Por ello, pese a las continuas advertencias de amigos dignos de toda credibilidad, vencí mi renuencia a ver su reciente encarnación fílmica, dirigida por Michel Gondry, cineasta que demostró eficacia en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), La ciencia del sueño (2006) y Originalmente pirata (2008). Él siempre me pareció una opción inusual, incluso arriesgada, para dirigir una película de gran presupuesto. Encima, si era una película de superhéroes. “Se ganó el beneficio de la duda”, pensé.
Lo que ví defraudó mi voto de confianza. La cinta me pareció interminable. Es pésima. Muchos son los factores que contribuyen al lamentable resultado. Primero, una historia que no define su rumbo. ¿Es una comedia? ¿Una sátira? ¿Una comedia de acción? Podríamos señalar a sus guionistas, Seth Rogen –a quien ya llegaré- y Evan Goldberg, como responsables. La dupla no comprendió la esencia del enmascarado: un héroe sombrío, que no temía ensuciarse las manos en su lucha contra el crimen. Parece que los guionistas desconocen que el Avispón nació en la radio, no en una historia pulp o un cómic, y mucho menos en la televisión. Incluso si así fuera, la historia sólo toma algunos aspectos de la serie protagonizada por Van Williams y Bruce Lee. Segundo, personajes mal trazados o irrelevantes. ¿Era necesaria la presencia de Cameron Díaz o de Edward James Olmos? Tercero, el protagonista Seth Rogen, quien seguramente se sintió con derecho para interpretar al protagonista por ser co-responsable del guión y fungir como productor ejecutivo. Rogen, mediano comediante canadiense, es una de las peores elecciones de reparto de que tengo memoria. Su Britt Reid, tiene más parecido en su ideología y comportamiento con un springbreaker que con el heredero de un emporio de comunicaciones, y mucho menos con un superhéroe. Las motivaciones de su cruzada son meramente circunstanciales. Es producto de su fortuito encuentro con Kato más que de traumas no resueltos con su figura paterna o un legítimo hartazgo de la injusticia. Ni la presencia de Christoph Waltz y Tom Wilkinson logra dar la mínima dignidad a la cinta. Pero todo esto no repercutió en su efecto taquillero –a nivel mundial ha ganado el doble de los 120 millones de dólares que costó-. Al menos, tras tres semanas de exhibición seguía en tres salas del complejo de cines que frecuento. Para suavizar mi molestia y desilusión, reproduzco la opinión de Ernesto Diezmartínez –que sin duda es más amable con la película- publicada en el periódico Reforma el pasado 21 de enero de 2011.
Una recomendación final: cuando la cinta salga en DVD, no piensen siquiera en comprarla. Menos en regalarla.

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Dos tipos de cuidado
Ernesto Diezmartínez

El Avispón Verde (The Green Hornet, EU, 2011) no es la típica película de superhéroes.
Su director, el imaginativo Michel Gondry, no parece el cineasta ideal para un blockbuster de acción.
Y el protagonista, Seth Rogen, no es el actor que uno esperaría ver interpretando al misterioso héroe enmascarado nacido en la década de 1930. Y, sin embargo, el experimento funciona… más o menos.
El guión escrito por el propio Rogen rescata los elementos básicos del personaje –el Avispón Verde es una especie de criminal que combate a otros criminales y no tiene superpoderes sino una infinidad de chunches tecnológicos-, pero los fusiona con la antiquísima fórmula cómica de la pareja/dispareja.
Así pues, Kato (la superestrella china Jay Chou), no es el fiel asistente del Avispón Verde sino su pareja, casi en el sentido más amplio del término.
Es decir, la película trata más de cómo resuelven su relación de amistad/rivalidad adolescente los protagonistas, que de la lucha que tienen que enfrentar para derrotar al egocéntrico mafioso encarnado por Christoph Waltz.
El resultado es disparejo pero funciona cuando no hay escenas de acción en medio: Waltz, preocupado por no ser lo suficientemente temible; Rogen como el ricachón ni-ni que va creando/descubriendo su personalidad heroica.
Chou derrocha personalidad en un papel que Bruce Lee hizo suyo en los años 60, y alguno que otro momento culposamente divertido, como aquél en el que el Avispón y Kato salen a la calle de Los Ángeles cantando “Gangsta´s Paradise”.
Ah, lo olvidaba. En la cinta aparece Cameron Díaz, pero no tiene nada qué hacer.
En este tipio de filmes la historia de amor es entre los hombres: como la de Laurel y Hardy, Lemmon y Matthau, Infante y Negrete…
En esta del Avispón y Kato, Cameron, de plano, estorba.

miércoles, 23 de marzo de 2011

La supremacía del vampiro y el terror del átomo

El final de mi postergada lectura de la novela Oscura, la segunda entrega de la saga de Guillermo del Toro y Chuck Hogan, coincidió con los sismos y consecuente tsunami en el archipiélago japonés. No fue esta devastación lo que hizo que el texto me pareciera doblemente estremecedor, sino el riesgo inminente del estallido de las plantas nucleares niponas. Este miedo es algo ajeno para mi generación. Seguramente lo conocieron muy bien las personas que vivieron en la era de la Guerra Fría, o durante la crisis cubana de misiles. Lo más cercano sería el desastre de Chernobyl –y éste es uno de tantos lugares importantes de la novela-, aunque en ese entonces no teníamos plena conciencia de la magnitud de la tragedia. El desenlace de Oscura cobra mayor relevancia en este escenario: el malvado Jusef Sardú utiliza la irresponsabilidad y los avances tecnológicos del hombre en su favor. La propia humanidad pavimenta el camino a la supremacía del vampiro.
El otro día que navegaba en Internet encontré un blog –de cuyo nombre no quiero acordarme- que criticaba vorazmente –con pobres fundamentos- la aportación de Del Toro y Hogan. Yo encuentro muchos aciertos en ella, desde un declarado homenaje a un popular e icónico luchador enmascarado, un libro antiquísimo que no deja de recordarme a la literatura lovecraftiana, o sus elaboradas escenas de acción, casi cinematográficas –porque Del Toro es un hombre de cine-. Sin mencionar su final pesimista.
En su momento elogié los aciertos del inicio de la historia. Agradezco que reconozca respetuosamente la importancia de novelas indispensables –Drácula de Bram Stoker y Soy leyenda de Richard Matheson son las más notorias- y sus guiños constantes a los escenarios, personajes y temas del cine de Del Toro: el cazador de vampiros Abraham Setrakian no sólo es un tributo al legendario Van Helsing, es el padre terrenal de Hellboy, el anticuario Jesús Gris de Cronos o el Whistler de Blade 2; Eldritch Palmer es el millonario Diether de la Guardia de Cronos; Ephraim Goodweather el epidemiólogo de Mimic; Gus Elizalde y sus mercenarios son el Blood Pack de Blade 2.
Pero el elemento que más aplaudo es la recuperación de la estructura tradicional del relato de vampiros, con un malvado protagonista incluido. Jusef Sardú limpia los pecados de la narrativa contemporánea del subgénero. Es un rebelde que asume y reconoce su posición a la cabeza de la cadena alimenticia, incluso dentro de su propia hueste. No tiene tiempo para sentimentalismos ni cursilerías. Es un vampiro malvado, a la usanza antigua. Lo vuelve tremendamente contemporáneo su fisiología, muy a tono con la era de las epidemias y las enfermedades infecto contagiosas. Esta puede resumirse en los siguientes puntos:
1. Socialmente hablando, los vampiros han coexistido secretamente con el hombre gracias a pactos y alianzas.
2. El vampirismo es como un virus que se propaga cuando un monstruo ataca a un ser humano. La víctima sufre entonces una fiebre abrupta y extrema a la que le sigue la muerte. El individuo se levantará después como un vampiro.
3. Los vampiros están desprovistos de colmillos, como la literatura y el cine han popularizado. En su lugar tienen una lengua retráctil, como la de un camaleón, que tiene un aguijón en la punta. Beben la sangre de su víctima a través de la herida punzante que producen, una idea ya explorada en la novela El tapiz del vampiro de Suzie McKee Charnas.
4. Son inmunes a los símbolos y parafernalia del cristianismo.
5. Son inmunes al ajo.
6. La luz del sol los aniquila, también la plata y la luz ultravioleta.
7. Se agrupan en nidos, generalmente en edificios abandonados, el alcantarillado o túneles subterráneos –escenarios característicos del cine de Del Toro-.
8. Excretan los remanentes de la sangre no aprovechada –una idea no explorada antes- como una sustancia blancuzca, con un fuerte contenido de amoníaco.
9. Las hordas de vampiros obedecen los designios del Amo –la fuente de origen del mal- a través de un vínculo psíquico.

La tercera parte y conclusión de la historia llegará a las librerías en el otoño de este año, según se ha anunciado. El tapatío –no desestimo el trabajo de Hogan, pero no sé mucho de él- no ha declarado ninguna intención de llevar la historia al cine. Personalmente creo que sería mejor como una miniserie, por la abundancia de personajes y subtramas. Y porque lo dicen los estudiosos: los grandes talentos del cine están emigrando a la pantalla chica. Si este sueño se cristaliza, será un motivo más para ser presos devotos de la televisión, ese gran vampiro de nuestros días.

viernes, 18 de marzo de 2011

¿Adaptar o no adaptar? Tercera de tres partes.

Caso 3. Radio y televisión, o los ricos también horrorizan.
Prácticamente todos conocemos al Avispón Verde, creación de George W. Trendle y Fran Striker, gracias a la popular serie de televisión de los años sesenta. Pocos saben que el justiciero tiene sus raíces en un serial radiofónico. Acabo de ver la reciente adaptación de Michel Gondry, y la crítica de Ernesto Diezmartínez –que reproduciré en este blog en un futuro no lejano- se quedó corta. Seth Rogen, el protagonista, un joven comediante bonachón, es un error de elección de reparto –o miscast, como dirían los angloparlantes- y la esencia del personaje, un héroe con reputación de villano, se pierde por completo. El héroe enmascarado, su ayudante Kato y su arsenal móvil La Belleza Negra, siguen esperando un cineasta que les haga justicia.
En la misma situación se encuentra la televisión, ese gran vampiro de la modernidad: está particularmente activa por las noches y tiene un poder hipnótico en aquellos que posan la mirada en su pantalla. A propósito, el cine de horror se ha alimentado en buena parte de ella, con resultados variopintos. En una primera instancia señalemos a sus propios artífices. Dan Curtis, creador de la memorable serie-telenovela Dark shadows, advirtió el éxito de la misma y no resistió llevarla al cine como La casa de las sombras tenebrosas (Dan Curtis, 1970), también con Jonathan Frid en el papel principal. En pre-producción se encuentra su revitalización a cargo de Tim Burton, ahora con su actor fetiche Johnny Depp como el vampiro Barnabas Collins. Por su parte Chris Carter, genio detrás de la serie de culto Los expedientes secretos X, decidió capitalizar su popularidad y llevarla al cine (Rob Bowman, 1998), no de manera excepcional, en mi humilde opinión. Una relativa sensación causó su tardía secuela Los expedientes X: quiero creer (Chris Carter, 2008), cinta impulsada por la nostalgia y donde el paso del tiempo –para nosotros y sus protagonistas- es evidente.
Un caso memorable es la adaptación de la clásica serie La Dimensión Desconocida (Joe Dante, John Landis, Steven Spielberg, 1983), que respeta no sólo la estructura creada por Rod Serling, sino recrea incluso uno de sus capítulos más célebres, Pesadilla a 10,000 pies, a partir de un cuento y guión de Richard Matheson. El encuentro funesto de un desafortunado pasajero de avión (John Lithgow) con la otredad es simplemente soberbio y ha sido parodiado, incluso, en un especial de noche de brujas de Los Simpson.

También existe el reverso de la historia, donde una película ha inspirado la creación de una serie de televisión. Viernes 13 y Pesadilla en la calle del infierno –la ochentena, no el remake- comprueban la existencia de esta tendencia. Pero particularmente me refiero a Buffy la cazavampiros (Fran Rubel Kuzui, 1992), una cinta mediana que propició que su guionista, Joss Whedon, creara una serie igualmente mediana pero que se convirtió en un verdadero suceso que derivó a su vez cómics, videojuegos y otra serie –o spin-off-, Angel. Considerando la originalidad de Hollywood, es probable que en unos años veamos un remake de las aventuras de la porrista y asesina de insepultos de medio tiempo.
Cerremos este punto con algo horroroso. Las adaptaciones de Los Picapiedra, Scooby-Doo, Garfield, Alvin y las ardillas, Marmaduke y el Oso Yogui, lindan con lo fantástico –por aquello de los animales que hablan- pero causan verdadero horror.

Caso 4. Cómics y más cómics.
Amedina, fiel lectora de este espacio, me comentó hace unos días lo dicho por Federico Fellini sobre su paisano Milo Manara, famoso y multipremiado historietista : "El cómic es el encanto espectral de esos muñecos de papel, de esas situaciones fijadas para siempre, inmóviles como marionetas sin hilos, y resulta incompatible con el cine, que tiene su seducción en el movimiento, en el ritmo, en la dinámica...El mundo del cómic podrá prestar generosamente al cine sus escenografías, personajes e historias, pero no su atractivo más secreto e inefable que es el de la fijeza, la inmovilidad de las mariposas clavadas con un alfiler". Interesante y sabia reflexión.
Una tendencia actual de la industria cinematográfica es mirar al mundo del cómic, el llamado Noveno Arte, en busca de temas atractivos para ser llevados a la pantalla grande. Esto ha asegurado la filmación de películas notables, de grandes infamias y de muchas más que permanecen en la medianía. El admirador de las historietas es, por lo general, un individuo receloso y difícil de complacer. Cuando su personaje favorito es adaptado al cine, exige –con razón- respeto y fidelidad a su espíritu y estética. Esto mismo, con más justicia, es un reclamo de los autores. Seamos realistas, no siempre son recompensados. El escritor inglés Alan Moore, brillante creador de Desde el infierno, La liga de los caballeros extraordinarios, V de venganza, Watchmen –todas llevadas al cine-, y un larguísimo etcétera, se sintió profundamente decepcionado luego de ver Desde el infierno (hermanos Hughes, 2001). Los cambios eran obvios y –en aras del efecto dramático- necesarios. Quienes han leído la magnífica novela gráfica que la origina, sabe la identidad de Jack el destripador desde el inicio. Esto es completamente anti-cinematográfico. No afecta el resultado en el terreno de la novela gráfica, pero repito: el cine tiene un lenguaje y necesidades propias. Lo mismo ocurrió a Moore tras ver el resultado de La liga extraordinaria (Steve Norrington, 2003). Lo entiendo parcialmente. La cinta se aleja en muchos sentidos de su obra –Alan Quatermain, creación de Henry Rider Haggard, no es el protagonista y es un drogadicto que tiene, incluso, relaciones sexuales con Mina Harker, que no es una vampira-, pero no es mala. Es un divertimento ligero y sin pretensiones que no deja de recordarme a Van Helsing (Stephen Sommers, 2004). Esto bastó a Moore, artista subversivo y extravagante, para desencantarse definitivamente y “divorciarse” de Hollywood, al grado de exigir se suprimieran completamente sus créditos en V de venganza (hermanos Wachowski, 2005) y Watchmen (Zack Snyder, 2009). Comprendo que un creador, quien en muchas ocasiones no tiene ingerencia sobre su obra cuando es adaptada a otro medio, decida desligarse para evitar se lucre con su buen nombre. Pero las dos últimas no son en ningún modo malas películas. Allá él. Finalmente me inquieta algo, ¿renunció también a sus ganancias como autor?
Hay especímenes ejemplares, desde aquellos que son una calca fiel, en impresionante movimiento, como Sin city (Robert Rodríguez, 2005) y 300 (Zack Snyder, 2006), ambas concebidas por el talentoso historietista estadounidense Frank Miller. Muchos momentos de ambas son reproducciones precisas, gracias a la magia de los efectos digitales, de las novelas gráficas que las propiciaron.
Para mí la mejor es, sin cuestionamiento y sin que medie mi emotividad hacia el personaje, Batman, el caballero de la noche (Christopher Nolan, 2007). De ella transcribí en este blog la opinión autorizada de mi amigo Rafael Aviña y suele señalarse como “El Padrino parte 2 del mundo de los cómics”. En el terreno de los superhéroes le seguiría sin duda Spiderman 2 (Sam Raimi, 2004). Raimi, gran admirador del arácnido, hizo mucho por el héroe. Por eso aún no comprendo cómo pudo condenarlo en su tercera entrega (Spiderman 3, 2007), al grado de propiciar un re-inicio de la franquicia, The Amazing Spiderman (que verá la oscuridad del cine en 2012), dirigida por el videoclipero Marc Webb. La verdad no tengo muchas esperanzas ni entusiasmo por ella. Crucemos los dedos.
Este es un tema amplio, y seguramente abundaré en el en futuras ocasiones. Por lo pronto, recomiendo ampliamente la lista que mi amigo Bernardo Esquinca hizo en su blog Sensacional D.

Caso 5. Videojuegos.
Un videojuego exitoso no siempre garantiza una gran película, mucho menos una redituable. Si lo dudan, recuerden Super Mario Brothers (Annabel Jankel y Rocky Morton, 1993) o Doom, la puerta al infierno (Andrzej Bartkowiak, 2005).  De la película de los famosos plomeros, debo decir que ni la presencia de Dennis Hooper como el malvado Rey Koopa logró dar dignidad alguna a la producción.
Aclaro con anticipación: no soy un gran aficionado de los videojuegos, mucho menos un jugador hábil. A pesar de ello, conozco muchos como observador de las proezas de mis amigos que sí son jugadores natos. Uno de los más populares de los últimos tiempos, Resident evil, ha sido trasladado a la pantalla en cuatro ocasiones, todas estelarizadas por la modelo Milla Jovovich. Si bien los productores se han tomado muchas libertades respecto a la historia, escenarios y personajes, el resultado final es aceptable, al menos en su primera parte. Recuerdo gratamente la escena donde un cadáver femenino flota en una habitación inundada y sellada para contener el Virus T –origen de todos los males- y repentinamente, cuando la protagonista se aleja, la mujer muerta abre los ojos y pone su mano en el cristal. Un momento simple y eficaz. La historia se degradó en sus subsecuentes entregas, donde la continuidad de eventos no guarda necesariamente una secuencia lógica. Para mí la menor es su cuarta parte, Resident evil: La resurrección (Paul W. S. Anderson, 2010), un espectáculo 3D -¿era necesario?- cargado de efectos visuales. Una mediana fortuna la tuvo las dos entregas de la aventurera Lara Croft: Tomb Raider, una versión femenina de Indiana Jones, y encuentro sus aciertos no en Angelina Jolie, sino en sus deslumbrantes locaciones y en la recreación del exotismo de los escenarios presentes en el videojuego.
Una cinta que recuerdo gratamente por su atmósfera que fluctuaba entre el sueño y la pesadilla es Silent Hill (Christophe Gans, 2006), basada en el juego de la compañía Konami. En mis limitados conocimientos de la materia, consigue transmitir la angustia que produce en el jugador deambular por las calles del siniestro pueblo que da nombre a la cinta (y al juego), con el peligro latente de un encuentro con sus terribles habitantes. Sobre Silent Hill abundará el experto Raúl Camarena en una venidera emisión de la versión en podcast de este blog.

El furor por las adaptaciones al cine nos sobrevivirá sin duda. Nos gusten o no, lo único que podemos hacer es criticarlas o disfrutarlas, según lo merezcan.
Por favor, no duden en compartir las adaptaciones que más han aplaudido y abucheado.

lunes, 14 de marzo de 2011

¿Adaptar o no adaptar? Segunda de tres partes.

Caso 1. La letra con sangre entra.
El cine tiene una deuda enorme con la literatura. Desde sus albores ha sido una de sus fuentes de inspiración más prominentes . Y debe mucho a la literatura de horror. Ésta ha comprobado –con creces- ser un negocio rentable. Lamentablemente ese es uno de los aspectos que resta méritos al género frente a los eruditos del séptimo arte. Vayamos al punto de origen, el cine expresionista alemán. Dos joyas literarias, El Golem de Gustav Meyrink y Drácula de Bram Stoker –apócrifamente adaptada como Nosferatu, sinfonía de horror- brillan como algunas de las mejores representantes del momento. Desde ese momento filmar versiones de importantes éxitos de librerías se convirtió en algo irresistible para los productores de cine, desde El extraño caso del Dr. Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson, Otra vuelta de tuerca de Henry James, El exorcista de William Peter Blatty, El bebé de Rosemary de Ira Levin, Tiburón de Peter Benchley hasta la muy reciente Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist.
Una mención especial la merece el escritor estadounidense Stephen King, autor de incontables novelas y cuentos de horror y fantasía. La calidad y aportación de su narrativa despierta los más acalorados debates. Yo diré que es un hábil artesano que tiene una gran capacidad para retratar la Norteamérica rural, y que aprecio sus relatos cortos y algunas de sus novelas. En muchos sentidos es la punta de lanza de fenómenos literarios contemporáneos –como J. K. Rowling y Stephanie Meyer- y es uno de los autores –vivos- más llevado al cine y la televisión. Es evidente que King tiene esto en cuenta al escribir sus obras. Su estructura dramática, personajes y escenarios son idóneos para ser llevados a la pantalla –grande o chica-. Cuando sus editores anuncian su nueva creación, las productoras entran en una puja por sus derechos para ser llevada a diferentes medios. Así sucedió con Carrie (Bran de Palma, 1976), El resplandor (Stanley Kubrik, 1980), La zona muerta (David Cronenberg, 1983), Cementerio de mascotas (Mary Lambert, 1989), Miseria (Rob Reiner, 1990), Sueño de fuga (Frank Darabont, 1994), Corazones en la Atlántida (Scott Hicks, 2001), 1408 (Mikael Hafström, 2007), las miniseries La hora del vampiro (Tobe Hooper, 1979), Eso (Tommy Lee Wallace, 1990), Los Tommyknockers (John Power, 1993), La danza de la muerte (The stand, Mick Garris, 1994), La tormenta del siglo (Craig R. Baxley, 1999), y un larguísimo etcétera. Y lo curioso es que son pocas las obras de King a las que se le han hecho justicia.
Cosa semejante le sucede a su compatriota Phillip K. Dick, mejor conocido por su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, base del guión para la película de culto Bladerunner (Ridley Scott, 1981. Dick ha sido llevado más veces al cine, con pobres resultados. El tinte pesimista, oscuro y paranoico de sus creaciones ha sido casi siempre deslavado. El vengador del futuro (Paul Verhoeven, 1990) es una de las más rescatables. Le seguiría –estéticamente- Minority report: sentencia previa (Steven Spielberg, 2002) y Una mirada a la oscuridad (Richard Linklater, 2006), pero no olvidemos El pago (John Woo, 2003) y El vidente (Next, Lee Tamahori, 2007), ambas correctamente realizadas, pero malogradas en más de un aspecto.
Hay cuentos memorables cuyo efecto no es suficiente para sostener un largometraje, con resultados infaustos. Edgar Allan Poe y H. P. Lovecraft lo comprenden muy bien. Muchos de sus cuentos han sido adaptados al cine, y casi siempre los guionistas añaden situaciones y personajes que desvirtúan a la fuente original en aras de ofrecer metraje. Si algo se estira demasiado, se rompe. Otro autor que ha padecido esto es Ray Bradbury. Su entrañable historia El sonido de un trueno, llevada a la televisión con gran eficacia en El teatro de Ray Bradbury, fue adaptada al cine como El cazador de dinosaurios (Peter Hyams, 2005). Quienes la vieron pueden comprobar que es fallida en todos sus aspectos.
Sobre este tema podríamos seguir indefinidamente, y estoy seguro que regresaré a él en este blog.

Caso 2. El teatro de sangre
Este fue el título de una de las más emblemáticas cintas de Vincent Price. La filmó en 1973 bajo la dirección de Douglas Hickox. En ella, un talentoso actor de teatro (Price) emprendía una venganza terrible contra sus detractores, asesinándolos a todos a la manera de las más famosas obras de William Shakespeare. Este dramaturgo inglés no sólo es uno de los más famosos y prolíficos de todos los tiempos, sino el más adaptado a la pantalla grande –en mis clases siempre digo que es el padre del cine gore, o al menos uno de sus más claros antecedentes-. De él se han producido cintas memorables, interpretadas por talentosos actores como Laurence Olivier, John Gielgud, Kenneth Branagh, Lawrence Fishbourne, Ian McKellen y Al Pacino. De todas ellas tengo en un lugar especial Titus (Julie Taymor, 1999), con Anthony Hopkins. También de Inglaterra es originario el dramaturgo Patrick Hamilton. Entre sus creaciones brilla La soga, magistralmente llevada a la pantalla por Alfred Hitchcock en 1948 -e inspirada en el caso criminal de Leopold y Loeb-. No he visto el resto de su obra, pero Hamilton definitivamente cobró notoriedad a partir del mago del suspenso.
Un ejemplo –relativamente- reciente es la obra Quills, del norteamericano Doug Wright, adaptada como Letras prohibidas: la leyenda del Marqués de Sade (Phillip Kaufman, 2000), un recuento de los últimos años de Donatien Alphonse François de Sade, magistralmente encarnado por Geoffrey Rush. Mencionemos también The man who was Peter Pan, de Alan Knee, llevada al cine por Marc Foster como Descubriendo el país de nunca jamás (2004), con Johnny Depp como James Matthew Barrie, o El fantasma de la ópera (Joel Schumacher, 2004) y Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet (Tim Burton, 2007), basadas en las obras musicales de Andrew Lloyd Webber y Stephen Sondheim, respectivamente. Y de musicales olvidaba El show del horror de Rocky (Jim Sharman, 1975), basada en la obra de Richard O´Brien.
Aparte coloco el caso de películas que se han adaptado al teatro. En la Ciudad de México, recientemente se llevó a los escenarios El coleccionista, obra basada en la novela homónima de John Fowles, llevada al cine en 1965 por William Wyler. Y también es sonoro el caso de la reciente incursión de Spiderman en Broadway, desastrosa, según las noticias.

jueves, 10 de marzo de 2011

¿Adaptar o no adaptar? Primera de tres partes.

El tema de las adaptaciones en el cine es sensible sin duda alguna: los admiradores del séptimo arte pueden cuestionar la falta de creatividad de los guionistas al recurrir a otras fuentes en busca de inspiración; puede invitar a un debate sobre el carácter mercadológico de una obra de arte; los seguidores de la fuente original suelen sentirse defraudados al conocer el resultado. “No capta la esencia”, acusan generalmente. Definamos la idea. Una adaptación –al cine- es la traslación a la gran pantalla de un cuento, novela, obra de teatro, serie de televisión o videojuego. Seamos sinceros: esta no siempre triunfa o se acerca a conseguir el éxito. Por esto comprendo –en parte- la postura del escritor inglés Alan Moore, autor de novelas gráficas indispensables como La liga de los caballeros extraordinarios, Desde el infierno, V de venganza y Watchmen. Por malas experiencias, el autor pidió a los responsables de sus respectivas adaptaciones cinematográficas removieran su nombre de los créditos. Concedo que V de venganza (hermanos Wachowski, 2005) se aleja parcialmente de la historia de Moore, pero no es una mala película. Mucho menos Watchmen (Zack Snyder, 2009). Sobre este rubro, abundaré más adelante.
Una adaptación supone uno de los sueños más anhelados de muchos escritores. En lo personal, me encantaría ver algún día, en los créditos iniciales de una película, la leyenda “basada en la novela de Roberto Coria”. Esto no es mera vanidad. El cine tiene un poder de penetración más amplio que un libro o una obra de teatro. Lo advirtió incluso el enloquecido John Trent (Sam Neill) a su psicólogo (David Warner) en los últimos instantes de En la boca del terror (John Carpenter, 1994). Y dejo a un lado el aspecto económico. La traslación al cine de sus siete novelas sobre el hechicero Harry Potter significó una buena proporción de la ya inmensa fortuna de Joanne K. Rowling.
Para comprender la que parece ser una fiebre por las adaptaciones, debemos aceptar sin cuestionamiento que el cine posee un lenguaje y necesidades propias que, aunque son comunes con otros medios, lo individualizan completamente. Lo que funciona en la página impresa –por lo general- no puede trasladarse a imágenes en movimiento de forma eficaz –no consideremos La ciudad del pecado (Robert Rodríguez, 2005) ni 300 (Zack Snyder, 2006)-. Para ilustrar este punto recurriré a Howard Phillips Lovecraft. El éxito de su narrativa reside en la incapacidad de la palabra para describir a sus horrores cósmicos. El triunfo de la ya citada En la boca del terror –una de las cintas más lovecraftianas que he visto- reside en la fugaz mirada de la cámara a sus monstruos. O está el caso de John Ronald Reuel Tolkien, llevado con maestría a la pantalla grande por Peter Jackson, Fran Walsh y Phillipa Boyens en el inicio del milenio. Transportar al pie de la letra las situaciones e imaginario de Tolkien produciría una película lenta y aburrida. No hablemos de las licencias a que recurren sus guionistas. Escuché objetar –entre tantas cosas- a muchos inconformes: “pero la parte de Ella-Laraña pertenece al segundo libro”.
En entradas venideras, disertaré sobre el paso de obras memorables del horror y la fantasía de la literatura, el teatro, el radio, la televisión, los cómics y los videojuegos a la pantalla grande. Sus sugerencias son bienvenidas. ¿Cuáles han sido los especímenes que más les han gustado y los que más han aborrecido?

lunes, 7 de marzo de 2011

Dignificar el horror, o el horror en los tiempos del Oscar.

Lo afirmo continuamente: el premio Oscar no es una referencia incuestionable para calificar el valor de una película. La subjetividad domina en los miembros de la Academia al momento de realizar sus nominaciones y veredictos, como en muchas otras disciplinas artísticas. Esto nos obliga a hacernos una pregunta, ¿el cine de horror, fantasía y ciencia ficción no merece recibir el reconocimiento de la comunidad fílmica internacional? Es cierto que algunos especímenes y fórmulas, infames a todas luces, en ocasiones le restan brillo y seriedad al tema. Por pecadores pagan justos, dicen las abuelas. Pero creo firmemente que el horror y la fantasía pueden explorar la conciencia humana e invitar a la reflexión de una forma tan profunda y contundente como otros géneros. Y no me refiero a homenajes efímeros, como ese tributo que se rindió al cine de horror en la ceremonia de 2010 –que fue parcial pues se limitó a cintas estadounidenses-, ni a premios “de consolación” a ciertos cineastas por el conjunto de su obra –como el Oscar que recibió Alfred Hitchcock en 1968-. La tradición nos ha enseñado que la Academia –las asociaciones cinematográficas de todo el mundo- sólo está dispuesta a reconocer a este cine en rubros técnicos. Es cierto, los efectos siempre servirán al lucimiento del relato de horror. No es que Rick Baker, maestro del maquillaje que revolucionó la forma de estremecernos en la pantalla grande, no se mereciera un Oscar más –su séptimo- por su trabajo en El hombre Lobo (Frank Marshall, 2010), o porque la fotografía, efectos visuales y sonido de El origen (Christopher Nolan, 2010) no debieran ser premiados. Me refiero a un reconocimiento de fondo, no de forma.
Injusticias se han cometido muchas en la historia del cine. Sigamos con los premios Oscar. Lon Chaney –padre-, en Garras del destino (The Unknown, Tod Browning, 1927), nunca recibió un premio por interpretar a Alonzo, el artista circense sin brazos. Y lo merecía no sólo por su incuestionable talento actoral –patente en tantas películas-, sino por ser el responsable de crear las caracterizaciones que le valieron el mote de “El hombre de los mil rostros”. En la misma situación se encuentra Jack P. Pierce, artífice y responsable de crear algunos de los maquillajes más importantes de la historia del cine estadounidense. Algunos disculparán a la Academia: el Oscar a mejores efectos de maquillaje se instauró hasta 1981. Allá ellos y su mala cabeza.

Tal vez se pensaría que la nominación es ya un reconocimiento. Pensemos por ejemplo en Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), que fue nominada a Mejor Director, Actriz de reparto, Cinematograía y Diseño de arte. Sobra decir que no ganó en ninguna categoría. Y para mí las nominaciones se quedaron cortas. El guión de Joseph Stefano merecía ser considerado, al igual que la partitura de Bernard Herrmann.

Y ahora, algunas herejías –para muchos-. Siempre he creído que hay películas que merecieron –cuando menos- una nominación, y no sólo en logros técnicos, sino en actuaciones, guión original o adaptado, dirección y, por supuesto, Mejor película. Entre ellas se encuentran Frankenstein (James Whale, 1931) –la interpretación de Boris Karloff es memorable-, La invasión de los secuestradores de cuerpos (Don Siegel, 1956), Los inocentes (Jack Clayton, 1961), El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968), Corazón satánico (Angel Hearth, Alan Parker, 1987), Drácula de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992) –Coppola merecía una nominación por su dirección y Anthony Hopkins como actor de reparto-, Los otros (Alejandro Amenábar, 2001) y El laberinto del Fauno (Guillermo del Toro, 2006) –ésta debió nominarse a Mejor película y Mejor Dirección-.

¿Qué clase de historia de horror podría ser capaz de ganar un Oscar a Mejor película o Mejor Director? La esperanza vive en adaptaciones de relatos clásicos, como la venidera En las montañas de la locura de Guillermo del Toro, basada en la imaginación de H. P. Lovecraft. El cineasta que logre ganar el premio deberá mantener el escepticismo de Martin Scorsese cuando acudió al podio a recoger su galardón por Los infiltrados en el 2006, luego de tantas nominaciones: “¿Están seguros que ese sobre dice mi nombre?”.

jueves, 3 de marzo de 2011

Mina

Lo recuerdo nítidamente, como si hubiera sido ayer. Fue hace casi 4 años. Te vi en el patio de la que se convertía en mi casa. Mis nuevos vecinitos bromearon inmediatamente. “Se escapó el Chester”, gritaron todos. Al acercarme comprobé que no era él. Era una perrita de la calle, con los rasgos predominantes de un Golden reriever, aunque su carita chata evocaba a un Rottweiller. Estaba muy desnutrida, sedienta y maltrecha. Me siguió. No pudimos –ni quise- cerrarle la puerta. Entró junto a mí y nuestros animalitos la recibieron sin recelo alguno. Había encontrado una casa, un hogar, corazones dispuestos a amarla. Casi instintivamente la nombré como uno de los personajes literarios que más aprecio, Mina, “una mujer que tiene la mente de un hombre, virtuosa, independiente, valerosa”, como la calificaba su creador. Una sobreviviente. Lo comprobó el veterinario que la estabilizó. “Esta perrita no habría vivido una semana más en la intemperie”. Con cuidados y mucho amor recuperó peso y, eventualmente, la felicidad. Su origen siempre será un misterio para nosotros. Pero eso no importa. Correspondió todos nuestros cuidados con la pureza de su mirada, su sonrisa y su patita siempre dispuesta a saludar. Un perrito de la calle es la criatura más agradecida, más leal.
Iluminabas a todo el que conocías, Mina. Recuerdo a aquella señora que detuvo su camino, te sonrió tiernamente y nos preguntó si sabíamos todo lo que le habías transmitido, o a nuestra pequeña vecina que te abrazaba tan sólo verte y nos pedía que le tomáramos fotos contigo. Ayer dejaste de vivir materialmente. Tu partida nos llena de dolor, uno que nunca había conocido. Luchaste hasta el último momento, con el buen ánimo y la fortaleza que te caracterizaban. Siete veces más que otros perros, como nos dijeron tus doctores. Pronto aprenderemos a convivir con tu ausencia física. Tu recuerdo es más poderoso que el pesar. Estoy seguro que nos encontraremos nuevamente. Te recibieron Bobby y Kikina, tus papás, tus hermanos, algunos amiguitos que te acompañaron en tu vagar en la calle y no tuvieron tanta suerte, y tantos rostros amables que, sin haberte conocido, advierten con anticipación la blancura de tu esencia. Para ti el tiempo que transcurra hasta nuestro encuentro será un suspiro. “Ahora el tiempo te pertenece”, dijo con certeza mi amigo Vicente. Ahora estás en todas partes, Mina.

El poeta George Gordon, sexto Barón de Byron, escribió un epitafio en la tumba de su perro Boatswain. Su contenido se ajusta perfectamente al espíritu de nuestra amada Mina, la perita más sensacional, y a estos momentos amargos. Mina nos envía fuerzas para seguir adelante.

Aquí reposan
los restos de una criatura
que fue bella sin vanidad
fuerte sin insolencia,
valiente sin ferocidad
y tuvo todas las virtudes del hombre
y ninguno de sus defectos.