lunes, 31 de mayo de 2010

Freddy regresa, parte 2 de 2.

En la Pesadilla en la calle Elm de 2010 la historia no ha cambiado radicalmente. Nancy Holbrook –Roney Mara- es una típica adolescente del pacífico pueblo californiano de Springwood. Cuando algunos de sus condiscípulos mueren misteriosamente, varios durante el sueño, sus investigaciones revelan recuerdos tortuosos: de niños fueron el festín de un pedófilo llamado Fred Krueger, a quien sus padres ajusticiaron sin misericordia. Pero este no fue el final. El malvado encontró la manera, tras su dolorosa muerte física, de consumar su venganza a través de los sueños de los hijos de sus victimarios. La variante más dramática de la cinta –y su mayor aportación- es que explora las raíces del villano Krueger, razón que le valió la titularan en España Pesadilla en la calle Elm: el inicio. Y esa es precisamente una de las grandes fallas del guión de Wesley Strick y Eric Heisserer. Si Fred Krueger es un pedófilo, ¿por qué esperar a que sus víctimas lleguen a la adolescencia para acabar con ellas? Un pedófilo, desde el punto de vista de la Psicología, sólo siente atracción por niños o preadolescentes con rasgos infantiles. Una jovencita promedio, con todo y el crecimiento de sus caracteres, jamás sería objeto de los apetitos de un criminal de esta naturaleza. Los atribulados jóvenes no se valen ya de simple café para mantenerse despiertos: ingieren anfetaminas, toman Red Bull e incluso se inyectan adrenalina directo al corazón, en una escena que no deja de recordarnos a Pulp fiction (Tarantino, 1994). El aspecto de Krueger no varió significativamente –el guante con navajas, el suéter a rayas y el infaltable sombrero siguen ahí-, pero su apariencia semeja más la de una auténtica víctima de quemaduras de tercer grado. Pero no sólo sus cicatrices cambiaron, también su humor. La interpretación de Jackie Earle Haley es más sombría, más en tono con el carácter oscuro y malvado del personaje. Ese es un aspecto que los aficionados extrañarán, el sabor nostálgico de su predecesora y sus recursos limitados que la acercaban a una película B: una de las secuencias más memorables, la del malvado Krueger al acecho en la cabecera de Nancy, es "mejorada" gracias a los efectos de computadora. Todo el conjunto, si bien es impecable, carece de personalidad. La dirección del debutante Bayer, quien se forjó al hacer videoclips para Metallica y Green Day, es pulcra, apoyada de una eficiente fotografía de Jeff Cutter. Pero todo, por alguna razón, no termina de convencer. Si tenemos en cuenta el infame resultado de muchos remakes –como la ya mencionada Viernes 13-, la nueva Pesadilla no sale mal librada. Es una película que puede verse y olvidarse. No obstante es inminente una secuela. Posiblemente es el reinicio de una franquicia redituable. Y es que Freddy Krueger, a pesar de su corta vida, ha demostrado tener capacidad de revivir continuamente como el monstruo clásico que ya es. De sus aventuras, sin duda, volveré a ver otro remake.

jueves, 27 de mayo de 2010

Feliz cumpleaños, Maestro Lee

Otro prominente hijo de géminis, en el terreno del horror, es Christopher Frank Carandini Lee, quien como su colega Vincent Price nació el 27 de mayo, pero de 1922. Christopher Lee siempre será inevitablemente recordado, a pesar de su condición nobiliaria y sus raíces teatrales, como uno de los mejores intérpretes de la creación de Bram Stoker. A diferencia de sus predecesores, el Drácula de Lee captura la esencia erótica y malévola del vampiro: seductor para las mujeres, terrible con los hombres. Único gran sobreviviente de los actores de una época gloriosa del cine de horror, permanece presente entre las nuevas generaciones de cinéfilos por su aparición en numerosas películas de Tim Burton como La leyenda del jinete sin cabeza (1999), Charlie y la fábrica de chocolate (2005), El cadáver de la novia (2005) y Alicia en el país de las maravillas (2010), como el malvado hechicero Saruman en la saga de El Señor de los Anillos (Peter Jackson, 2001, 2002 y 2003 ) y como el villano Conde Dooku en dos de las precuelas de La Guerra de las Galaxias (George Lucas, 2002 y 2005) ). Fue nombrado Caballero del Imperio Británico por su aportación al patrimonio fílmico inglés.
Reciba nuestra felicitación y afecto, Maestro Lee.

Feliz cumpleaños, Maestro Price

Un momento para recordar. Vincent Leonard Price, Jr. nació el 27 de mayo de 1911. Su amplia trayectoria actoral, que comenzó con dramas de época, le valió una posición preeminente en el cine de horror. Hoy lo reconocemos como el Príncipe del Horror. Ganó su posición como indiscutible Maestro de lo Macabro a partir de su aparición en el ciclo de adaptaciones de cuentos memorables de Edgar Allan Poe que dirigió Rogar Corman en los años sesenta. Pero sin duda lo recordamos en joyas como La casa de cera (André De Toth, 1953), La mosca (Kurt Newman, 1958), La casa en la colina embrujada (William Castle, 1958), El último hombre en la tierra (Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964), El teatro de sangre (Douglas Hikcox) y sin duda por estelarizar dos de las mejores piezas de Tim Burton: el gransioso cortometraje Vincent (1982) y El joven manos de tijera (1990). A un año del centenario de su natalicio, recordemos a este entrañable actor de teatro y cine, diletante del arte y la buena cocina, admirador de la cultura prehispánica de México y refinado caballero que supo provocar el miedo de incontables generaciones.
Hasta el inframundo, reciba un enorme abrazo de cumpleaños.

martes, 25 de mayo de 2010

Esquela

Hoy falleció Gabriel Vargas Bernal, historietista mexicano imprescindible. Su producción captó las costumbres, vicios y sueños de la sociedad mexicana. Siempre le guardaré especial cariño por haber creado a uno de los vampiros nacionales más entrañables: el Conde Satán Carroña, quien prefería el agua de jamaica por encima de otros fluidos. Descanse en paz, Maestro Vargas.

sábado, 22 de mayo de 2010

Feliz cumpleaños, Sir Arthur...

Arthur Conan Doyle, médico cirujano escocés, narrador, ensayista, dramaturgo, historiador, Caballero del Imperio Británico y creador del más notable detective de ficción, nació el 22 de mayo de 1859. En la obra de teatro El Hombre que fue Drácula aprovecho el hallazgo que Eduardo Ruiz Saviñón hizo de Una historia de Waterloo (1895), la única pieza teatral escrita por Doyle como un intento de escapar de la implacable sombra de su personaje más memorable. Como un homenaje en el 151 aniversario de su natalicio, y sobre todo como un tributo a la aventura creativa, he aquí el encuentro –históricamente posible- entre los padres de Drácula y Sherlock Holmes.

Escena 3. Elemental, mi querido Bram

Algún momento del inicio de 1895. Escenario del Teatro Lyceum. Entra un hombre robusto con un gran bigote, a la mitad de sus treintas, que fuma una pipa y se apoya en un bastón. Es Arthur Conan Doyle. Viste un traje de tres piezas y contempla el lugar con curiosidad. Entra Bram, quien se extraña con la presencia del hombre.
STOKER.- ¿Puedo ayudarle, caballero?
DOYLE.- Busco a Sir Henry Irving.
STOKER.- No se encuentra en este momento. Llegará en una hora.
DOYLE.- El señor Stoker, supongo.
STOKER.- (Se aproxima) Así es, ¿con quién tengo el gusto?
DOYLE.- (Le ofrece la mano) Arthur Conan Doyle.
STOKER.- (Sonríe y estrecha su mano) Doctor Doyle, es un privilegio. Sir Henry y todos en el Teatro estamos muy emocionados por su obra.
DOYLE.- La emoción es compartida, en ese caso.
STOKER.- ¿Sir Henry tiene noticias de su visita?
DOYLE.- Le envié un telegrama la tarde de ayer.
STOKER.- Entonces no debe tardar en llegar. Odia la impuntualidad.
DOYLE.- En realidad anticipé mi arribo. Quería conversar con usted unos minutos.
STOKER.- ¿Conmigo?
DOYLE.- Si no lo distraigo de sus obligaciones.
STOKER.- En absoluto, señor.
DOYLE.- (Saca un libro del bolsillo de su saco) Para comenzar, quisiera que me obsequiara una dedicatoria (entrega el libro a Bram).
STOKER.- (Sonríe, apenado) “El Monte Shasta”.
DOYLE.- Una gran novela romántica situada en un entorno salvaje.
STOKER.- La escribí hace casi un año. ¿Así que es usted una de las pocas personas que se tomó la molestia de comprarla? Pasó prácticamente desapercibida, tanto para la crítica como para las librerías.
DOYLE.- La disfruté enormemente. Incluso recorrí las librerías de Edimburgo buscando sus trabajos previos.
STOKER.- Me halaga, doctor Doyle, (abre el libro y escribe una dedicatoria) y también me avergüenza.
DOYLE.- ¿Por qué?
STOKER.- (Devuelve el libro a Conan Doyle) Una persona de su talento y prestigio, ofreciendo semejante cumplido a un humilde novato como yo...
DOYLE.- Mis palabras son sinceras, señor Stoker. Debo reconocer que su prosa es perfectible, pero la imaginación y la creatividad en ella son notables.
STOKER.- ¿En verdad lo cree?
DOYLE.- ¿Puedo llamarle Bram?
STOKER.- Por supuesto, doctor Doyle.
DOYLE.- Llámeme Arthur. Puedo reconocer muchas de las inseguridades que yo mismo padecí al inicio de mi carrera.
STOKER.- ¿Inseguridad? ¿Usted?
DOYLE.- (Asiente con la cabeza) Aunque no lo crea. La primera es que no tuve ninguna formación literaria. Estudié medicina y me entregué a su práctica antes de obedecer al llamado.
STOKER.- ¿Al llamado?
DOYLE.- De una musa superior, Bram. Creo que soy un buen médico, pero eso no era suficiente. Me sentía incompleto, extraviado. Una mañana, ocurrió la iluminación. Tomaba una taza de chocolate caliente cuando mi mirada fue atraída por un libro que alguien había olvidado en el asiento contiguo.
STOKER.- ¿Y era?
DOYLE.- “Los crímenes de la calle Morgue”, de Edgar Allan Poe. El autor había creado el matrimonio perfecto entre la técnica narrativa y el pensamiento lógico.
STOKER.- Y así creó a Sherlock Holmes.
DOYLE.- También me inspiré en un antiguo profesor de la universidad, el doctor Joseph Bell, de quien fui ayudante. El escritor escribe sobre lo que le rodea, Bram. Tiene la obligación de transcribir su mundo. El doctor Bell tenía la asombrosa cualidad de reconocer los males de sus pacientes mediante la observación de sus signos físicos. Como usted sabe, otorgué el mismo poder de deducción a mi personaje.
STOKER.- Brillante.
DOYLE.- ¿Escribe algo en este momento?
STOKER.- Así es, Arthur.
DOYLE.- ¿Puede satisfacer mi curiosidad?
STOKER.- Es un relato de vampiros. No estoy seguro si será bien recibido. Ya tengo malas experiencias con mis trabajos previos.
DOYLE.- No haga de eso un obstáculo, Bram. Cuando escribí “Estudio en Escarlata”...
STOKER.- El primer caso de Holmes.
DOYLE.- (Sonríe) ... no lo hice para recibir el reconocimiento de nadie. Sea libre. Auténtico. Lo demás llegará en su momento.
STOKER.- Gracias por el consejo.
DOYLE.- Gracias a usted.
STOKER.- ¿A mí?
DOYLE.- Sus historias me han dado el valor para reconocer otras aficiones que nunca me atreví a confesar.
STOKER.- ¿Cuáles?
DOYLE.- El espiritismo. Es una de las principales preocupaciones de este siglo que agoniza. Usted es irlandés. Yo soy escocés. No podemos negar la tradición ni el imaginario de nuestros pueblos. Los fantasmas, los duendes, las bestias sobrenaturales, las hadas, forman parte de nuestro pensar y sentir. ¿Sabe por qué maté a mi detective?
STOKER.- No, y sus lectores aún se lo reprochamos.
DOYLE.- Para ser libre. Como a Moriarty, mi creación me perseguía –me persigue- a dondequiera que voy. He ahí mi maldición. Usted está libre de ella, Bram. Siga adelante. Obedezca a su instinto, y nunca lo traicione.
STOKER.- Lo haré.
IRVING.- (En off) Bram, regresé. Di a Collinson que sirva el té en mi oficina. Espero al doctor Arthur Conan Doyle.
STOKER.- Se lo dije, odia la impuntualidad.
DOYLE.- Puedo verlo.
STOKER.- Sígame, Arthur.
DOYLE.- Y una última cosa.
STOKER.- ¿Sí?
DOYLE.- (Al oído de Bram, discretamente) Prefiero el chocolate caliente al té.
STOKER.- Me las arreglaré para ofrecerle una taza humeante. (Le señala la oficina de Irving) Por aquí...
Bram y Conan Doyle salen. Oscuro.

jueves, 20 de mayo de 2010

Intermedio mortuorio

Irónicamente aún no veo el remake del entrañable Freddy. Los comentarios de grandes estudiosos y diletantes del horror, como Antonio Camarillo, Pablo Guisa y Carlos del Río, no son muy halagadores. No obstante, en cuanto tenga oportunidad correré al cine y completaré el comentario que inicié en la entrada anterior. Mientras tanto, un intermedio funerario.
En el estudio preliminar a la estupenda antología Horrorscope II, mitos básicos del cine de terror (Nostromo Editores, Madrid, 1974), José Antonio Molina Foix elabora una minuciosa clasificación de los monstruos en las bellas artes. En ella incluye a la Muerte. No como concepto moral, médico, existencial o religioso, sino como personaje. Y es que la tradición literaria nos ha entregado grandes ejemplos de su estancia entre nosotros como entidad física, desde esa novela maravillosa titulada Macario de B. Traven (Compañía General de Editores, 1971), incontables cuentos de Bernardo Couto Castillo, mucha de la narrativa de Juan Rulfo, y un larguísimo etcétera. En el cine ha sido encarnada, en extremos opuestos por Enrique Lucero en la adaptación de la ya citada Macario (Roberto Gavaldón, 1960), por Emma Roldán en El ahijado de la Muerte (Norman Foster, 1946), por Bengt Ekerot en El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957) e Ian McKellen –encarnando a la Muerte de Bergman- en El último gran héroe (John McTiernan, 1993). También la han interpretado Miroslava en La Muerte enamorada (Ernesto Cortázar, 1951) y Brad Pitt en ¿Conoces a Joe Black? (Martin Brest, 1998). Es representada en estas cintas como ancianos decrépitos, casi esqueléticos, o en el pináculo de la belleza física, quizá influenciados por autores como Goethe o Edgar Allan Poe. En el imaginario popular, el pueblo mexicano convive cotidianamente con ella. Le dedica fiestas, inspira alimentos –el tradicional pan de muerto y las calaveritas de azúcar-, cánticos y rimas, e incluso los atrevidos la retan. “La Muerte me pela los dientes”, dicen algunos valientes.
Anteayer vi por enésima vez una película mexicana maravillosa, La Dama del alba (Emilio Gómez Muriel, 1950), adaptación de la pieza teatral homónima de 1944 del español Alejandro Casona (Cátedra, 1985). La programan con relativa frecuencia en la televisión por cable y en el canal 4 de la zona metropolitana de la ciudad de México –lamentablemente nunca la he visto a la venta en DVD-. La cinta es grandiosa, en su trama –el guión de Salvador Elizondo cuenta con textos adicionales de Xavier Villaurrutia-, dirección, reparto y locaciones. La historia es la siguiente: tras la muerte en el lago local de la virtuosa Angélica (Beatriz Aguirre), su hogar se ha sumido en la más profunda tristeza, como si el tiempo se hubiera detenido. Su madre (Fanny Schiller), hermanito (Jaime Calpe), abuelo (el siempre estupendo Andrés Soler), y su flamante esposo Martín (Emilio Tuero), luchan por retomar el rumbo de sus vidas, unos con más éxito que otros. Dos visitantes inesperadas cambian el panorama. La primera es una misteriosa y bella peregrina vestida de negro (María Douglas) y la bella Adela (una radiante Marga López), a quien Martín salva de correr el mismo destino de su amada muerta. El abuelo parece reconocer a la peregrina. Con ella tiene una relación especial. Se trata de La Muerte, quien visita el lugar con un propósito especial. Ambas mujeres, la peregrina y Adela, devuelven la vida a los protagonistas. De la obra de Casona extraigo algunos parlamentos. Demuestran que La Muerte no tiene un trabajo fácil.

ABUELO.- Basta. No pretendas envolverme con palabras. Por hermosa que quieras presentarte yo sé que eres la mala yerba en el trigo y el muérdago en el árbol. ¡Sal de mi casa! No estaré tranquilo hasta que te vea lejos.
PEREGRINA.- Me extraña de ti. Bien está que me imaginen odiosa los cobardes. Pero tú perteneces a un pueblo que ha sabido siempre mirarme de frente. Vuestros poetas me cantaron como a una novia. Vuestros místicos, como una redención. Y el más grande de vuestros sabios me llamó “libertad”. Yo misma se lo oí decir a sus discípulos, mientras se desangraba en el agua del baño: “¿Quieres saber dónde está la verdadera libertad? ¡Todas las venas de tu cuerpo pueden conducirte a ella!”.
ABUELO.- Yo no he leído libros. Sólo sé de ti lo que saben el perro y el caballo.
PEREGRINA.- (Con profunda emoción de queja) Entonces, ¿por qué me condenas sin conocerme bien? ¿Por qué no haces un pequeño esfuerzo para comprenderme? (Soñadora) También yo quisiera adornarme de rosas como las campesinas, vivir entre niños felices y tener un hombre hermoso a quien amar. Pero cuando voy cortar las rosas todo el jardín se me hiela. Cuando los niños juegan conmigo tengo que volver la cabeza por miedo a que se me queden fríos al tocarlos. Y en cuanto a los hombres, ¿de qué me sirve que los más hermosos me busquen a caballo, si al besarlos siento que sus brazos inútiles me resbalan sin fuerza por la cintura? (Desesperada) ¿Comprendes ahora lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin poder llorar… Tener todos los sentimientos de una mujer sin poder usar ninguno… ¡Y estar condenada a matar siempre, siempre, sin poder nunca morir!

lunes, 17 de mayo de 2010

Freddy regresa, parte 1 de 2.

Para las personas de mi generación, el pederasta y asesino sobrenatural Frederick Charles Krueger –o Freddy para los amigos- es el equivalente al Conde Drácula o a la criatura de Frankenstein: es un monstruo al que vimos nacer y crecer prósperamente como el protagonista de una kilométrica franquicia. Tenía 11 tiernos años cuando le vi por vez primera masacrar a la víctima en turno. Es una de las primeras figuras que me fascinó y aterró al mismo tiempo. El Instituto Americano de Cinematografía (AFI) le otorgó el lugar 40 entre los villanos más importantes del cine del siglo XX. Es objeto de múltiples interpretaciones y estudios –Testigos del Crimen le dedicó su programa 138-. El actor y escritor británico Doug Bradley –quien diera vida al célebre Pinhead en la saga Hellraiser- lo incluyó en la parte final de su libro Monstruos sagrados (Nuer, 1996). “Freddy es una creación maravillosa: medio payaso, medio monstruo. Ese jersey de rayas, robado directamente a un personaje de dibujos animados, y el sombrero de ala ancha, siempre inclinado en el más inverosímil de los ángulos, nos sugieren una cosa; los rasgos retorcidos y las cicatrices, el amenazante mohín y las cuchillas del guante nos prometen otra. Y algo que, precisamente, no nos va a hacer reír”, apunta Bradley. La Pesadilla en la calle del infierno (porque a pesar de su título original siempre la recordaremos así) de 1984 apuntaló la reputación como escritor y director de Wes Craven, hizo despegar la carrera de un muy joven Johnny Depp y aseguró el éxito financiero de New Line Cinema. “El sexo adolescente como tabú y castigo, la estrecha barrera que separa la realidad de la fantasía, el poder criminal y desconocido de los sueños, así como el imperceptible paso entre la vigilia y el sueño son los temas fundamentales de este notable recuento de terror sicológico que convirtió en mito pop de los 80 al terrible y cacarizo Freddy […], quien a la postre se convirtió en el principal atractivo de una serie tan repetitiva como la de Jason [Voorhies], con algunos apuntes inquietantes sobre la violación de la intimidad de la mente”, apunta Rafael Aviña en El cine de la paranoia (Times editores, 1999). Es, en resumen, una cinta entrañable en su economía, época y efecto. Hoy también es señal de mi propia vejez, pues acaba de estrenarse su reelaboración cinematográfica, producida por Michael Bay, hombre al que debemos numerosas pirotecnias y divertimentos frívolos –el díptico Dos policías rebeldes (1995 y 2003), La Roca (1996), Armageddon (1998), Pearl Harbor (2001), Transformers y secuela (2007 y 2009), etc.-, algunos respetables remakes de cintas de horror –La masacre de Texas (Marcus Niespel, 2003) y El horror de Amityville (Andrew Douglas, 2005)- y el decepcionante retorno de Jason Voorhies en Viernes 13 (también Niespel, 2009). Freddy regresa pues para las nuevas generaciones y, de paso, llenar de dinero los bolsillos del señor Bay, algo en que se especializa. Para muchos significa el agotamiento creativo de la industria hollywoodense y nos remite a la vieja pregunta, “¿era necesario?”.
Esta vez el maquillaje de Freddy lo usa el competente actor de carácter Jackie Earle Haley, a quien viéramos como un pedófilo en Secretos íntimos (Todd Field, 2006), como el héroe marginal Rorschach en Watchmen (Zack Snyder, 2009) y como un pirómano en La isla siniestra (Martin Scorsese, 2010). Su experiencia habla por sí misma. Tiene un peso enorme en sus hombros, pues su colega y antecesor Robert Englund se convirtió en un actor de culto y asociamos invariablemente su rostro con el homicida onírico. Aún recubierto de látex, era capaz de transmitirnos el retorcido placer de su venganza. Era una especie de bufón diabólico capaz de cortarse los dedos, arrancarse el rostro en medio de estridentes carcajadas o transformarse en voluptuosas enfermeras. De hecho, en mi memoria y afectos, Freddy Krueger siempre será Robert Englund.
Esas fueron las principales dificultades que anticipé para Pesadilla en la calle Elm (Samuel Bayer, 2010).
Tradicionalmente los remakes de cintas clásicas de horror no suelen ser muy afortunados. Recordemos la nueva versión de Psicosis que hizo Gus Van Sant en 1998. Citaré nuevamente a Viernes 13 (2009), ejemplo de la trivialización de un monstruo clásico para la generación Next, infestada de jóvenes actores de televisión y un argumento que si bien era promisorio –incluir como una suerte de prólogo a la desquiciada señora Voorhies fue un acierto- termina por agotar y decepcionar al diletante del cine de horror. La película es ínfimamente menor que el esfuerzo previo de su director el señor Niespel. Lo primero que agradecí de su renovación de La masacre de Texas (2003) fue que se desarrollara en los años setenta, época en que transcurre su predecesora, un elenco competente formado mayormente por desconocidos –con excepción de Jessica Biel y R. Lee Ermey-, que vindicara el papel femenino de la cinta de horror tradicional –donde la heroína es una víctima más que sólo sabe gritar- y que respetara el eje de la historia que Tobe Hooper y Kim Henkel popularizaron en 1974, incluida su intención documental. Las estrellas de ambas cintas, Jason y Leatherface, no variaron dramáticamente su apariencia física gracias a que, afortunadamente, ambos usan máscaras para cometer sus carnicerías –de este tema hablaré en la tercera emisión del Festival Mórbido-. Pero el nuevo Jason se convirtió en un asesino incongruente y predecible que mantenía cautivas a algunas de sus víctimas –por motivos que aún ignoro- en su intrincada madriguera secreta. Su espíritu original era liquidarlas en el momento y seguir adelante en busca del siguiente cordero de sacrificio. Eso lo definía.

martes, 11 de mayo de 2010

El hombre de hojalata, reinventado.

El caso del multimillonario, parrandero, industrial y genio científico Tony Stark es uno de los más interesantes del universo de superhéroes de Marvel comics. Es uno de sus personajes más humanos. No por su condición mortal –a él no lo mordió una araña radioactiva ni se expuso a rayos cósmicos-, sino por sus incontables defectos que van desde afecciones físicas –su padecimiento cardiaco, contantes envenenamientos por radiación, cánceres, etc.- hasta adicciones – su característico alcoholismo- que emotivamente lo colocan al lado de otros héroes como Batman: ambos son capaces de involucrarnos de manera más intensa en sus aventuras, pues sabemos que son vulnerables y pueden ser heridos o muertos por el enemigo en turno, o porque sus andanzas pueden conducirlos al desenlace más trágico.
Ese fue uno de tantos aciertos de la traslación de Tony Stark a la pantalla grande (John Favreau, 2008), interpretado por un formidable actor –Robert Downey, Jr.- quien supo aprovechar sus propios excesos y entendió los elementos que caracterizaban a su personaje. Su Tony Stark es un niño inmaduro que se enfrenta a la horrible realidad y transforma su forma de conducirse en la vida. Como Bruce Wayne, utiliza sus amplios conocimientos y recursos para convertirse en el Hombre de Hierro –o Ironman, según el anglicismo-, paladín de la justicia. La película significó un enorme éxito comercial para la división cinematográfica de Marvel, empresa que comprendió la fórmula para que sus adaptaciones del cómic sean exitosas: asignar los roles de sus héroes más famosos a actores igualmente sobresalientes –Edward Norton como Bruce Banner/Hulk es ejemplo de ello-. Fue el inicio de nuevas posibilidades, como la inminente versión fílmica de su dream team, los Vengadores.
Acaba de estrenarse la secuela de la cinta (Fravreau, 2010), y lo primero que el aficionado critica es que el cinismo y humor de Tony Stark se diluyeron –es notable, en la primera parte, la secuencia donde una reportera lo compara con Leonardo Da Vinci; él niega rotundamente esto, pues no sabe pintar. Acto seguido ambos tienen sexo en su lujosa mansión-. Yo creo que su esencia pervive, y que en todo caso su madurez era algo inevitable. Tras vivir semejante experiencia –ser prisionero de terroristas y sufrir daños permanentes en su integridad física-, tener una crisis de conciencia –darse cuenta del mal que hacía como fabricante de armas- y transformarse en un héroe que asume su condición, Tony Stark no podría permanecer en su papel de capitalista irresponsable. Es cierto que la cinta es una gran pirotecnia visual diseñada para arrastrar a los grandes públicos a las salas de cine, vender muchos paquetes de hamburguesas con juguetes y convertirse en un fenómeno de taquilla, pero reúne todos los elementos que debe tener una película veraniega: nuevos personajes, más efectos especiales y mucha, mucha acción. Dignísimo es el papel de Mickey Rourke –otro actor que resucitó como Downey- como el físico ruso Ivan Vanko, quien pretende realizar una venganza familiar contra el héroe y se convierte en el villano Wiplash. Para deleite visual de muchos espectadores el guión de Justin Theroux incluye a la espía Natasha RomanovScarlett Johansson-, alias la Viuda Negra, efímera calentura del protagonista. La película es el termómetro de lo que los aficionados de las historietas veremos durante los siguientes años, incluido el hallazgo del martillo de otro popular superhéroe. Sin duda se agradece, después de sonoros fiascos como Los 4 Fantásticos y secuela (Tim Story, 2005 y 2007), El Castigador (Jonathan Heinsleigh, 2004) o la infame tercera parte de Spiderman (Sam Raimi, 2007). Esa última fue de pena ajena.

lunes, 10 de mayo de 2010

Una sonrisa para Kikina

Hace un rato falleció Kikina, también conocida como Totorot, Histerias o Totorotiña. Ella, junto a su hermanito Conejo, llegó a la que hoy es mi casa hace seis años. Mi suegra los rescató en el Bosque de Chapultepec, muy cerca de Casa del Lago de la UNAM. Kikina se reunió finalmente con su hermanito. Nadan juntos en el estanque más cristalino. De toda la alegría que trajo a mi vida, lo mejor es que ayudó a recuperar la esperanza en la humanidad: me mostró los buenos sentimientos que puede despertar en algunas personas, la inmensa capacidad de amar, la forma desinteresada y pura en que se entregan al cuidado de un animalito que para muchos es inferior, aunque en la realidad es lo opuesto. Dejó de respirar en brazos de una persona estupenda, la mejor. Ana Luisa fue su mejor amiga, su fiera guardiana, su alter ego. Muy pocos tienen la oportunidad de formar tan dichoso vínculo. Gracias por todo Kikina. Cuando nos encontremos de nuevo podrás robarme mis cubiertos o morderme mi pantalón. Tu ausencia nos causa un dolor profundo. No obstante te dedico mi sonrisa más amable.

domingo, 9 de mayo de 2010

El mejor amigo de un niño es su madre

La voz de su madre era falsamente suave; Norman no se dejó engañar. Tenía cuarenta años y le llamaba «muchacho»; y además le trataba como a tal y eso empeoraba las cosas. ¡Si al menos no tuviera que escucharla! Pero tenía que hacerlo, sabía que no podía rebelarse, que siempre tendría que escucharla.
-¿Sí, muchacho? -repitió aún con mayor dulzura-. Te enfermo, ¿eh? No, muchacho, no soy yo quien te enferma, sino tú mismo. Y ése es el verdadero motivo de que estés aún aquí, junto a una carretera secundaria. Nunca tuviste valor, ¿eh, muchacho? Nunca tuviste el valor de marchar de casa, de buscarte un trabajo o alistarte en el ejército o echarte novia...
-¡No me hubieses dejado!
-Eso es, Norman. No te hubiese dejado. Pero si tú hubieras sido un hombre de verdad, habrías hecho tu voluntad.
Norman quería gritarle que estaba equivocada, pero no pudo, porque las cosas que ella decía eran las mismas que él se había dicho, una y otra vez, en el transcurso de los años. Era cierto. Ella siempre le había dictado lo que tenía que hacer, pero eso no significaba que tuviera siempre que obedecer. Las madres son a veces demasiado dominantes, pero no todos los hijos aceptan ese dominio. Había habido otras viudas, otros hijos únicos, pero entre todos ellos no habían existido semejantes relaciones. En realidad, también él tenía parte de culpa, porque carecía de arrestos.
-Podias haber insistido -decía ella-. Pudiste haber encontrado un nuevo lugar para nosotros y vender el parador. Pero te limitas a gemir. Y yo sé por qué. Nunca has podido engañarme. No lo hiciste porque, en realidad, no querías moverte de aquí. No querías abandonar este lugar, y nunca lo dejarás. No puedes hacerlo, del mismo modo que no puedes crecer.
No podía mirar a su madre, sobre todo cuando decía cosas semejantes. Y tampoco podía mirar a ninguna otra parte. De repente, la lámpara de sobremesa, todos los objetos de la habitación, tan familiares, le fueron odiosos, simplemente debido a su larga familiaridad con ellos. Eran como los muebles de un calabozo. Miró por la ventana, pero no le sirvió de nada, pues afuera sólo había viento, lluvia y oscuridad.
Se aferró al libro e intentó fijar su mirada en él.Tal vez si no le hacía caso y fingía calma...
Pero tampoco le sirvió de nada.
-¡Mírate! decía su madre. (El tambor redoblaba, ¡bum, bum, bum! y los sonidos vibraban al salir de su retorcida boca.)- De sobra sé por qué no te molestaste en encender el neón, y por qué no has abierto la oficina de recepción esta noche. No es que te hayas olvidado de hacerlo. Lo que ocurre es que no deseas que venga nadie, ningún automovilista.
-¡Está bien! -murmuró él-. Admito que odio tener que cuidarme de un parador; que siempre lo he odiado.
-No se trata simplemente de eso, muchacho. -(Ahí estaba otra vez: ¡Muchacho, muchacho, muchacho!, sonando sordamente, como si saliera de la boca de la muerte.)-. Odias a la gente; y la odias porque la temes, ¿no es cierto? Siempre te ha asustado, desde que eras niño. Prefieres acomodarte en un sillón y leer. Ya lo hacías hace treinta años, y lo sigues haciendo. Te escondes bajo las cubiertas de un libro.
-Podría hacer cosas mucho peores. Tú misma me lo has dicho siempre. Al menos, jamás me he metido en ningún lío. ¿No es preferible que eduque mi mente?
-¿Que eduques tu mente? ¡Bah!
Norman sentía su presencia detrás de él, sabía que lo miraba fijamente.
-¿Y a eso llamas educar tu mente? -prosiguió ella-. Es inútil que intentes engañarme. Nunca has podido hacerlo. No es como si leyeras la Biblia. Sé lo que lees. Basura. ¡Algo peor que la basura!
-Es una historia de la civilización de los incas...
-Y apuesto a que está llena de cosas maliciosas acerca de esos sucios salvajes, como aquel libro que tenías sobre los Mares del Sur. Creías que ignoraba la existencia de ese libro, ¿eh? Lo escondías en tu habitación, como los otros, como ocultas todas las porquerías que lees.
-La sicología no es ninguna porquería, madre.
-¡Lo llama sicología! ¡Mucho sabes tú de sicología! Nunca olvidaré aquel día en que me hablaste tan suciamente. ¡Pensar que un hijo puede acercarse a su madre para decirle semejantes cosas!
-Sólo intentaba explicarte algo. Es lo que se llama el complejo de Edipo, y pensé que si tú y yo podíamos hablar sensata y razonablemente de ese problema e intentábamos comprendedo, tal vez las cosas mejoraran.
-¿Mejorar, muchacho? Nada tiene que cambiar ni mejorar. Puedes leer todos los libros que quieras. Seguirás siendo el mismo, a pesar de ello. No necesito escuchar una sarta de obscenas sandeces para saber lo que eres. Incluso un niño de ocho años podría comprenderlo. En realidad, todos tus compañeros de juego lo comprendieron, cuando eras niño. Eras un niño pegado siempre a las faldas de su madre. Lo eras entonces, lo eres ahora y lo serás siempre.
Las palabras de su madre, secas como estampidos, le ensordecían. Se le atragantaron las viles palabras que le subían a la boca, y se dijo que un instante después lloraría. ¡Pensar que su propia madre pudiera estar haciéndole aquello, incluso entonces! Pero podía, y lo haría una y otra vez, a menos que...
-¿A menos qué?
¡Dios santo! ¿Era también capaz de leer sus pensamientos?
-Sé lo que estás pensando, Norman. Te conozco muy bien, muchacho; más de lo que imaginas. Estás pensando que te gustaría matarme, ¿eh? Pero no puedes, porque no tienes arrestos para hacerlo. Soy yo quien tiene la fuerza; siempre he tenido bastante para ambos. Por eso no te desharás nunca de mí, aunque quisieras hacerlo de verdad.

--Fragmento de “Psicosis” (1961) de Robert Bloch.

viernes, 7 de mayo de 2010

Mis recuerdos privados de la epidemia estigmática de Hoffer

El norteamericano Dan Simmons, celebrado autor de cuentos y novelas que unen el horror y la ciencia ficción, escribió en 1991 My private memoirs of the Hoffer stigmata pandemic, contenido en la antología El festín de las máscaras (Martínez Roca, 1993). En el año 2004 Ana Luisa Campos, autora de las obras de teatro El niño Juárez y El niño que soñó con Poe, lo adaptó para leerlo en un extinto café de la colonia Roma, donde causó las risas y el horror de propios y extraños. Con su amable permiso lo reproduzco como un amoroso tributo a las madres en su día.



Mis recuerdos privados de la epidemia estigmática de Hoffer
Dan Simmons
Adaptación de Ana Luisa Campos

Mi queridísimo hijo:
Mi querido hijo Pedrito, creo que es hora de explicarte los hechos sucedidos hace tantos años. Siento una gran urgencia por hacerlo, aunque hay mucho que no comprendo (mucho que nadie comprende) y la época anterior al Cambio hace mucho que se ha convertido en algo vago para la mayoría de nosotros. Creo todo, creo que tu padre y yo te debemos una explicación, y haré todo lo posible por dártela.
Aquella noche, estaba viendo la televisión cuando llegó el Cambio. Supongo que era lo que la mayoría de las personas hacía. Da la casualidad de que estaba viendo las noticias nocturnas con Joaquín López Dóriga.
Algunos piensan que el Cambio se produjo primero en nuestro hemisferio, como el resultado de que la Tierra atravesara una especie de cinturón de radiación cósmica. Otros “expertos” sugieren que fue un microvirus que se filtró a través de la atmósfera ese día y se extendió como algas en un estanque contaminado. Los religionistas (cuando había religionistas) solían decir que el juicio de Dios empezó con nuestros vecinos del norte porque era la Sodoma y Gomorra de nuestro tiempo, y por la cercanía con ellos, pues algo nos tocaba. La verdad es que nadie sabía entonces de dónde demonios vino el Cambio, ni qué lo causa, ni por qué empezó primero en el hemisferio occidental, y la verdad es que nadie lo sabe ahora.
Y para ser sinceros, Pedrito, a nadie le importa un comino.
Sucedió; y yo estaba viendo las noticias con Joaquín cuando sucedió. Tu padre estaba en la cocina sirviéndose un vaso con agua mineral. Tú estabas en la cuna que teníamos en el comedor. Joaquín estaba hablando de los príncipes de España y su futuro heredero cuando de repente puso expresión de asombro, como la que puso René Bejarano, unos meses antes mientras veía el video home de altísimo presupuesto que protagonizó y que le daría el pase a unas vacaciones forzadas.
Lo que sucedía es que la cara de Joaquín se estaba fundiendo. Bueno, no se fundía exactamente, pero fluía, corría hacia abajo como si se hubiera convertido en cera y la hubieran metido en un horno caliente.
Durante un momento pensé que era la televisión, justo cuando iba a apagarla vi que Joaquín había dejado de hablar y se agarraba la cara mientras fluía y cambiaba y se reformaba como gelatina, me acomodé en el sillón y grité:
-¡Querido, ven aquí!
Tuve que gritar otra vez, tu padre vino por fin, secándose las manos en una toalla y quejándose de que nunca lo dejaba disfrutar su agua mineral cuando se detuvo a media frase.
-¿Qué le está pasando a Joaquín?
-No lo sé. Tal vez es una broma.
No parecía una broma. Era horrible. El rostro maduro pero todavía atractivo de Joaquín había dejado de moverse como cera derretida pero se retorcía y reformaba en otra cosa. Los músculos y los huesos bajo la piel del rostro se movían como ratas bajo una lona. El ojo izquierdo parecía estar... bueno, emigrando, moviéndose por la cara como un pedazo de pollo blanco flotando en un cuenco de sopa color carne.
Hubo gritos fuera de cámara, la imagen se nubló y rebotó, luego pasaron al logotipo del canal de las estrellas, pero unos segundos después volvieron a ofrecer la imagen de Joaquín ante la mesa, como si alguien en la sala de control o como quiera que se llame el sitio donde trabaja el director hubiera decidido que esto era noticia y al demonio con todo.
Joaquín se había puesto de pie y se tambaleaba, con las manos en la cara, obviamente mirándose en los monitores como si fueran espejos. Pasara lo que pasase, pude ver que la parte gelatinosa había acabado. Nada se movía bajo aquellos dedos extendidos. Joaquín emitía sonidos entrecortados, aunque el micrófono se había soltado y los sonidos eran distantes. Entonces bajó las manos.
La cara de Joaquín se había convertido en algo salido de uno de esos episodios de Historias de Ultratumba. Pero no era así en realidad, porque por muy bueno que sea el maquillaje, siempre sabes que es maquillaje. Pero aquí se notaba que esto era real.
La cara de Joaquín López Dóriga había Cambiado. Su frente se había desplomado, de forma que su flequillo se encontraba donde se hallaba el puente de la nariz dos minutos antes. Ya no tenía nariz, sólo un agujero abierto, una especie de trompa de cerdo que se extendía por debajo de la barbilla y terminaba en una latiente membrana rosa que parecía lo que tú imaginas que es tu oído si estuviera infectado. Y cada vez que latía podías ver en la cara de Joaquín (no me refiero a sus ojos ni nada, me refiero al interior de su cara) todas las cosas verdes y mucosas que allí había, y huesos y carne interior y otras cosas brillantes.
El ojo izquierdo de Joaquín había dejado de emigrar hacia el lugar donde solía estar su pómulo izquierdo. Ese ojo parecía mucho más grande ahora y era amarillo brillante. Su otro ojo estaba bien y parecía familiar, pero por encima y por debajo empezaban a crecer verrugas rojas. Las verrugas colgaban de donde estaba la mejilla y lo que antes era su entrecejo y parecían congregarse a lo largo de aquel promontorio huesudo y escamoso que había crecido en la mejilla derecha como las escamas de la espalda de un estegosaurio.
Y sus dientes. Bueno, pronto supimos lo que significaba todo, la probóscide hipócrita, las escalas de abuso de poder en la mejilla, los dientes de Ambición retorciéndose en la piel alrededor de la boca saturada de carne... pero tienes que comprender que era la primera vez que veíamos el Cambio y no teníamos ni idea de que los estigmas tenían que ver con el IQ de una persona, su temperamento o su carácter.
Joaquín trató de gritar entonces, los dientes de Ambición atravesaron el músculo de la mejilla, y tu padre y yo gritamos por él. Entonces el director sí cortó (para pasar a publicidad), y tu padre dijo:
-¿Y en los otros canales?
-No. Estoy seguro de que sólo es Joaquín.
Pero, muy a mi pesar, le cambie al canal 13 y allí estaba... este lector de noticias... Javier Alatorre tirando de lo que parecía un pulpo rosa medio destripado que se había agarrado a la cara. Tardamos casi un minuto, boquiabiertos, en advertir que aquélla era su cara.
Ciro Gómez Leyva era el menos afectado, pero se colocó las manos sobre las escamas de abuso de poder que brotaban en su mejilla y salió corriendo del estudio. Lo vimos más tarde grabado. Pero en ese momento todo lo que vimos fue el estudio vacío de CNI.
Finalmente apagamos la tele, demasiado aturdidos como para seguir mirando. Además, entonces ya había anuncios en todas partes. Me volví hacia tu padre para decir algo, pero el Cambio había empezado ya en él.
Tenía los carnosos cuernos sangrientos que sólo desarrollaban los adúlteros. Había otra cosa: algo que parecía un puñado de uvas carnosas y latientes. Algo le había crecido en la frente y bloqueaba su ojo izquierdo.
Señalé y traté de decir algo, pero tenía la boca seca, como si la tuviera llena de patatas fritas o algo así. Señalé a tu padre y grité. El sonido parecía filtrado al atravesar las filas de dientes de ballena que habían sustituido mis dientes y hacían que mi cara pareciera la parrilla de un Buick del 48. El resto de mi cara estaba todavía fluyendo y goteando y desmoronándose.
Tu padre y yo nos miramos mutuamente, volvimos a señalar, gritamos al unísono, y corrimos hacia el espejo del cuarto de baño.
Tengo que decirte, Pedrito, que tú estabas bien. Cuando finalmente pudimos volver a pensar, fuimos al comedor y nos asomamos a la cuna con cierto nerviosismo, pero tú eras el mismo bebé de diez meses sano y guapo que media hora antes.
Cuando nos miraste, empezaste a llorar.
No supimos lo que significaba durante unas cuantas semanas. Tardamos algún tiempo en averiguar las cosas. Pero tuvimos tiempo de sobra. El cambio era permanente. No necesariamente completo, aprendimos pronto, pero permanente. No había vuelta atrás.
Las masas pulposas de uvas de carne que crecían en las mejillas y cuello de tu padre fueron llamadas después papilomas Barrabás por quien quiera que pusiera nombre a todas esas cosas. El Secretario de Salud, tal vez. En todo caso, los papilomas Barrabás sólo aparecían si jugabas un poco rudo con el dinero de los demás y lo perdías. Con tu padre fue sólo por unos cuantos miles de pesos pasados por alto en algún impreso de Hacienda. Pero, tendrías que haber visto las fotos de Ricardo Salinas Pliego en Vértigo el mes siguiente al Cambio. Tenía papilomas tan gruesos que parecía una parra ambulante, sólo que no era tan bonita, ya que podías ver a través de la piel las venas y el líquido amarillo y todo eso.
Mi boca de ballena, descubrimos más tarde, estaba conectada a chismorreos maliciosos. Si yo parecía un Buick del 48, tendrías que haber visto a Paty Chapoy, Pepillo Origel, Fabiruchis y todas ésas. Cuando aparecieron sus fotos, pensamos que estábamos viendo una flota de Buicks.
Mi ojo Quasimodo y el maxilar mantis eran los resultados de pequeñas crueldades, prejuicios raciales ocultos y estupideces autoimpuestas. Tu padre tenía los mismos síntomas. Casi todo el mundo los tenía. En cosa de un mes me sentí feliz de tener sólo la boca de ballena y la mandíbula de mantis.
Tengo que decir de nuevo que tú estabas intacto. Pedrito. La mayoría de niños de menos de doce años lo estaban. Veíamos tu cara cuando nos mirabas desde la cuna y tú estabas perfecto.
Perfecto.
Aquellas primeras horas y días fueron terribles. Algunas personas se suicidaron, otras se volvieron locas, pero la mayoría nos quedamos en casa y vimos la televisión
En realidad, se parecía más a la radio, ya que nadie quería aparecer delante de las cámaras. Durante algún tiempo intentaron mostrar una fotografía pre-Cambio del periodista o presentador o de quienquiera que oyeras la voz al fondo, más o menos igual que cuando Valentina Alazraki daba informes del Medio Oriente por teléfono, y después de unos cuantos miles de llamadas telefónicas olvidaron las fotos y sólo mostraron el logotipo de la cadena mientras alguien leía las noticias.
Anunciaron que el presidente se dirigiría a la nación a las diez de la noche hora del este, adelantando que no pasaba, que todo estaba bien y que la economía seguía en ascenso, pero pronto lo cancelaron. No explicaron por qué, pero todos lo sabíamos. Dio un discurso por radio la noche siguiente.
Ninguno de nosotros se sorprendió cuando las fotos del presidente se filtraron por fin, su sarcoma de estupidez era tremendo, pero lo que sí nos sorprendió fueron los cuernos de sangre y los tumores traicioneros. Fue su esposa quien sorprendió a todo el mundo. Tenía tan buenos asesores de imagen que medio esperábamos ver que no había Cambiado. Durante varios meses no oímos ni supimos de ella, pero cuando por fin apareció en público pudimos ver a través de su velo que no sólo tenía múltiples cuernos, sino la cara vuelta dentro afuera del Síndrome de Arrogancia Definitiva.
Con todo, le fue mejor a Nilda Patricia de Zedillo. Se rumoreaba que la antigua Primera Dama no era ni siquiera reconociblemente humana durante los primeros minutos del Cambio y que fue acribillada por sus propios guardaespaldas. La noticia oficial fue que la señora Zedillo murió por el shock producido por la visión de su esposo después del Cambio. Es cierto que el caso de Ernesto de lepra de Mentiroso y apatía ósea, pero el ex presidente se lo tomó con calma y probablemente no habría interrumpido siquiera su calendario de conferencias pagadas si no se hubiera producido la muerte de Nilda.
En cuanto al actual secretario de gobernación...; bueno, se decía que había que verlo para creerlo. Algunos medios de comunicación habían vertido comentarios que despertaban el sospechosismo, pues habían sido duros con él, pero descubrimos que tales observaciones sobre la limitada inteligencia de Santiago se habían quedado dramáticamente cortas. El hombre que se había quedado a las puertas de la gubernatura del D.F. y que les engendraba hijitos a actrices cuarentonas, se derritió como cartón mojado por la lluvia. Dicen que el sarcoma de estupidez era tan extendido que no quedó más que un traje, camisa y corbata a franjas blancas y azules tendidas en medio de un montón de pellejos retorcidos.
Su esposa se convirtió en un caso de libro de texto de miopía Adúltera, dicen que nunca se dio cuenta de que su marido la engañaba y que, como la mayoría de los hombres, él también las prefería rubias.
Antes de que te formes una idea equivocada, Pedrito, tienes que comprender que no estoy dándoles con un yunque a los miembros de la derecha mexicana. Tampoco lo hicieron los estigmas. Todas las fracciones de la Cámara sufrieron por igual. Nuestros diputados y senadores electos fueron golpeados con tanta fuerza por el Cambio que el verbo “senadorear” pronto se usó para describir a alguien que hubiera perdido casi toda su humanidad bajo los estigmas. Hubo un puñado de resistentes, y algunos (como el niño verde, según dicen) se pusieron a buscar conquistas sexuales antes de que los papilomas, sarcomas, masas fibroides, distorsiones supraorbitales y surcos longitudinales dejaran de latir y manar.
Durante una temporada la televisión no dejó de pasar reposiciones y viejos anuncios (obviamente ninguno de los actores o presentadores se salvaron del Cambio), pero con el tiempo empezaron a filmar cosas nuevas. Tardamos un año antes de poder ir al cine y ver a los actores del post-Cambio, y para entonces ya estábamos preparados. Entonces no me molestó ver el rostro vuelto hacia fuera del síndrome del Egocéntrico de Lucero , ni las marcas de viruela-albina racista de Arnold Schwarzenegger o el amasijo de cara con tentáculos de obseso sexual de Jorge Kawaghi , pero ya no podía soportar mirar las imágenes de la gente del pre-Cambio. Me parecían tan extraños como alienígenas. La mayoría de la gente sentía exactamente lo mismo.
Pero me estoy adelantando. Lo siento, Pedrito.

Esas primeras semanas fueron una locura, por expresarlo con suavidad. Casi nadie fue a trabajar. Se rompieron espejos. Suicidios y homicidios y ataques sin provocación alcanzaron un nivel tan alto que todo el país empezó a tener cifras de muertes tan altas como las de el norte del país. No estoy exagerando.
Hoy, por supuesto, la violencia en todo el territorio nacional casi ha desaparecido ahora que las diferencias sociales pasan casi inadvertidas. Además, los papilomas Barrabás desanimaron a un montón de ladrones y...
Lo siento, me estoy adelantando otra vez.
Aquellos primeros días y semanas fueron una locura. Nos quedamos en casa, escuchamos la tele (estribillo) ¡Hello pig brother, hello pig brother!, esperamos las conferencias de prensa que el Centro de Control de Enfermedades daba dos veces al día, rompimos nuestros espejos, evitamos a nuestras parejas y luego pasamos un montón de tiempo buscando nuestros reflejos en cualquier superficie brillante que no hubiéramos destruido: tostadoras, platos de plata, cuchillos de mantequilla... Fue una locura, Pedrito.
Un montón de matrimonios se separaron entonces, pero tu padre y yo nunca lo pensamos siquiera. Él tardó algún tiempo en explicar los cuernos de sangre, pero pasaban tantas cosas que entonces no parecían demasiado importantes.
Con el tiempo la gente empezó a regresar al trabajo. Algunos nunca dejaron de hacerlo: periodistas (los periodistas de prensa escrita permanecieron en sus trabajos con más frecuencia que los de televisión), bomberos, un montón de personal médico de bajo nivel (los doctores ricos estaban muy ocupados tratando sus malformaciones glúteas de Usura), ladrones (que rápidamente se pusieron capuchas para ocultar su peculiar cadena de papilomas de Barrabás) y policías.
La de la policía fue tal vez la menos afectada de todas las profesiones. Como individuos, conocían desde hacía años la basura y el pus y las almas malformadas que se ocultaban tras la blandura de la carne y el hueso pre-Cambio. Ahora tendían a mirar sus propias distorsiones, se encogían de hombros y continuaban con su trabajo que, si acaso, había sido facilitado por la gente que llevaba su interior en la cara. Fuimos los demás (las multitudes que habíamos pretendido que la naturaleza humana era esencialmente benigna) los que tuvimos problemas para adaptarnos.
Pero finalmente nos adaptamos. Primero nos aventuramos a salir a la calle con capuchas y pasamontañas y sombreros viejos sacados del armario, encontramos a otras personas en los supermercados encapuchados y ocultos de la misma forma y descubrimos que la vergüenza no es tan mala cuando todo el mundo está en la misma situación.
Tu papá volvió al trabajo después de una semana. Se llevó una gorra de baseball con un velo durante los primeros días en la oficina, pero tenía problemas para ver el monitor y pronto empezó a quitársela cuando estaba trabajando.
Uno de sus compañeros del departamento de contabilidad, todavía lleva su máscara de Salinas de Gortari, el rostro de un monstruo cubriendo a otro monstruo. Su jefe no apareció durante casi un mes, pero me contó que cuando lo hizo no tenía nada en la cabeza. Su sarcoma de estupidez era tan grave que nuevas pústulas fibroides le aparecían entre el almuerzo y la hora de la salida.
Todo el mundo explotaba y hacía gotear y reventaba y apretaba sus papilomas y pústulas en los lavabos, y muy pronto la compañía adoptó la política de que lo hiciéramos en la intimidad de los retretes, donde se instalaron espejos y toallas. El único tipo que conocimos que se hizo rico durante aquellos primeros meses post-Cambio fue un hombre que trabajaba en Mezclas y Adquisiciones, pues invirtió en acciones de Kleenex.
Pero volvamos a aquellos primeros días.
Los rusos tuvieron unas diez horas para partirse de risa y hablar de la decadente Enfermedad Occidental antes de que el Cambio los alcanzara. Los golpeó con fuerza. Había incluso un estigma peculiar para los tipos de la KGB, antiguos y actuales, que convertía sus rostros en el equivalente de un bicho aplastado en la carretera que no puedes identificar del todo y al que no quieres acercarte. Gorvachov y Vladimir Putin recibieron su ración de lo que un analista moscovita llamó el Acné Comunista, pero Putin tenía más problemas que unas cuantas dificultades cosméticas. El Cambio hizo que la población convocara a nuevas elecciones y antes de dos semanas los nuevos líderes estaban en el poder. Tampoco tenían mucho mejor aspecto (algunos tenían dientes de Ambición), pero al menos ninguno rezumaba viruela comunista.
Los japoneses se lo tomaron muy a pecho y empezaron a ver cómo modificarían los audífonos de los MP3, pues ahora no todo mundo tenía orejas. Los europeos se volvieron un poquito salvajes; los franceses lanzaron un misil nuclear a la luna por ningún motivo en particular (pero pareció calmarlos un poco) y el Parlamento Británico aprobó una ley que convertía en ofensa criminal comentar el aspecto de los demás y luego se disolvió para siempre, y los alemanes permanecieron tranquilos durante tres meses y luego, casi como acto reflejo porque la atención mundial estaba distraída, invadieron Polonia.
Nadie había anticipado la malformación Agresora-simple. Verás, pensábamos que el cambio era más o menos completo. No sabíamos en ese momento que incluso la participación pasiva en un acto maligno nacional podía añadir nuevas y dramáticas arrugas a la fisonomía.
Ahora lo sabemos. Sabemos que el rostro humano puede retorcerse, doblarse y plegarse tan dramáticamente durante los dolores de la dinámica Agresora-simple que un ser humano puede caminar con la cara que es casi indistinguible de un ano con ojos. Es muy fácil hoy día distinguir a un gringo, a un inglés o a un chino, ya que la mayoría de ellos sufrieron la Agresión-simple durante el Cambio en sí.
Personalmente, Pedrito, aquello me hizo alegrarme de tener los estigmas que tenía.

Las iglesias se llenaron durante las primeras semanas y meses, aunque una mirada a la mayoría de los ministros, pastores y sacerdotes hizo bastante para vaciar los bancos. En justicia, un alto porcentaje de los hombres y las mujeres que vestían hábitos no eran ni mejor ni peor que el resto de nosotros durante el Cambio. Es que resulta demasiado difícil concentrarse en un sermón cuando una lepra de Mentiroso se está comiendo los párpados de alguien mientras escuchas. Eso no demostraba que la religión fuera una mentira, sólo que la mayoría de aquellos que predicaban la religión pensaban que estaban mintiendo.
Los ministros televisivos, que nos decían todos los días a media noche: “Pare de sufrir”, fueron los peores, por supuesto. Peor que los senadores, peor que los vendedores de seguros (todos recordamos esos estigmas) e incluso peores que los estigmas de tentáculos en lugar de lengua, y pólipos en vez de labios de la gente de Hacienda y Crédito Público.
Tu padre y yo lo vimos en la tele aquella primera noche, Pedrito, cuando los ministros televisivos se autodestruían frente a las cámaras, uno tras otro. Los papilomas de Barrabás fueron los primeros, desde luego, pero esos papilomas eran infinitamente peores que los simples tumores que picoteaban la mejilla y cuello de tu papá. La mayoría de los tele-evangelistas no eran más que papilomas, tentáculos y pólipos. Incluso sus ojos tenían bultos y verrugas. Luego la lepra de Mentiroso empezó a comerlos, sus papilomas supuraron y explotaron, los centros de sus caras empezaron a crecer hacia adentro en un estilo similar al modo de Agresión-simple sólo para pustular de nuevo en algo que parecía mucho a un hemorroide inflamado... y luego el proceso empezaba otra vez. Vimos a Jorge González Torres, el “Dr. Simi” atravesar este ciclo tres veces antes de poder cambiar de canal y acudir a vomitar al cuarto de baño.
Ahora no quedan en tele muchos de esos tele-predicadores y supuestos salvadores de los pobres.

Supongo que me he salido del tema, Pedrito. Te prometí una explicación... o lo más cercano a una que pudiera darte.
Bueno, no es una explicación, pero iré a los hechos y puede que sea suficiente.

Lo más difícil de todo era mirar a los niños. Normalmente empezaban su propio Cambio a los once o doce años, a veces en la pubertad pero no siempre, aunque algunos niños Cambiaron mucho más jóvenes y unos cuantos duraron hasta los diecisiete o dieciocho años.
Todos Cambiaron.
Y pudimos ver el motivo. Éramos nosotros. Los padres. Los adultos. Los que impartíamos cultura y compartíamos sabiduría.
Sólo que la cultura producía la viruela albina racista en los niños, y la sabiduría compartida tendía a aumentar su sistema de estupidez y una docena de otros estigmas.
Era doloroso mirarlos, no sólo por los efectos del Cambio, sino por lo que aquéllos decían de nosotros. Entonces nacieron los primeros bebés post-Cambio y los estigmas eran menores, innatos (como el pecado original), pero ya en su sitio y creciendo. Nuestros genes llevaban ahora la información de los estigmas y nuestras personalidades se habían marcado en los fetos durante el Cambio.
Pero tú eras perfecto, Pedrito. En junio tenías ya un año, y eras sano, feliz y perfecto.
Recuerdo que era día de las madres y había una noche agradable en la ciudad cuando tu padre y yo te vestimos con tus mejores ropitas azules, te pusimos una gorra porque las noches eran todavía frescas y te llevamos al parque de la ciudad. Yo te llevaba en brazos mientras tu papá cargaba una gran caja con todas nuestras fotografías del pre-Cambio, álbumes de fotos, películas caseras y cintas de video. No había ningún anuncio oficial sobre aquella primera Reunión de Catarsis en el parque, pero la noticia debía de haber corrido de boca en boca desde días antes, si no semanas.
Recuerdo que no hubo ningún orador oficial y nadie de entre la multitud habló tampoco. Simplemente nos reunimos alrededor del montón de madera y muebles rotos impregnados en gasolina cerca de la piscina municipal. Había silencio a excepción del ladrido nervioso de unos cuantos perros: silencio a excepción de los ladridos y los llantos y los gritos rápidamente silenciados de unos cuantos de los cientos de niños que habían sido llevados.
Entonces alguien (no tengo idea de quién) se adelantó y encendió la hoguera. Una mujer mayor con toda una vida de estigmas avanzó entonces y empezó a vaciar su caja de fotografías. Durante un momento fue una silueta solitaria contra las llamas y entonces algunas personas más empezaron a avanzar, normalmente hombres, mientras las mujeres nos quedábamos con los niños, y sin diálogo ni sentido de la ceremonia, empezamos a deshacernos de nuestras cajas de fotos. Recuerdo cómo las cintas de video se fundieron y arrugaron y restallaron... igual que nuestras caras durante el Cambio.
Entonces todos vaciamos nuestras cajas y mochilas y retrocedimos, una mano alzada para proteger nuestros rostros del terrible calor de la enorme hoguera. No podíamos ver la ciudad tras nosotros ahora, sólo las llamas y las chispas elevándose a la noche sin estrellas sobre nosotros y las caras estigmatizadas y enrojecidas por el calor de nuestros vecinos y amigos y conciudadanos.
Recuerdo lo excitados que estaban tus ojos cafés. Pedrito. Tus mejillas eran rojas a la luz reflejada de la hoguera y tus ojos eran luminosos e intentabas sonreír, pero un aroma de locura en el aire hizo que tu sonrisa de un año se volviera un poco trémula.
Recuerdo lo tranquila que yo estaba.
Tu padre y yo no lo habíamos discutido y no lo discutimos ahora. Lo miré con mi ojo bueno y él me miró y ya nuestras nuevas caras parecían normales y necesarias.
Entonces te puso en mis brazos.
La mayoría de las que se acercaban ahora a la hoguera eran las madres, aunque había algunos hombres (viudos o divorciados posiblemente) e incluso un puñado de abuelos. Algunos de los niños empezaron a llorar mientras nos acercábamos al círculo de calor.
Tú no lloraste, Pedrito. Volviste la cara hacia uno de mis hombros y cerraste los ojos y los puños como si pudieras espantar un mal sueño sólo con no mirar.
No hubo vacilación. La mujer que tenía al lado arrojó en el mismo segundo, con el mismo movimiento que yo. Su hijo chilló mientras volaba hacia la hoguera. No oí nada por tu parte mientras te alzabas sobre la periferia exterior de las llamas, pareciste gravitar un segundo como considerando volar hacia arriba con las chispas y entonces caíste al corazón de la rugiente hoguera.
Todo duró menos de diez minutos.
Tu padre y yo regresamos a casa y cuando miré atrás, todo el mundo se había marchado excepto los miembros del departamento de bomberos, que esperaban con un camión para asegurarse de que la hoguera se consumiera sola. Recuerdo que tu padre y yo no hablamos durante el camino de regreso a casa. Recuerdo lo frescos y maravillosos que olían aquella noche los céspedes recién segados y los jardines regados. Y recuerdo que cuando llegamos a casa abrí el regalo de día de madres que tu papá había comprado a nombre tuyo. Eso es todo, Pedrito. Ya es casi la hora de las noticias del canal dos, así que tengo que marcharme.
Me siento bien después de haberte escrito. Pondré la carta en esta caja con las ropas de bebé que doblé tan cuidadosamente hace tantos años.
Sólo quería explicar lo que pasó.
Explicar y decir que sigo siendo...

Tu madre, que te quiere.

martes, 4 de mayo de 2010

Hitchcock vivo.

Si la comunidad literaria –y artística en general- tiene una deuda enorme con Edgar Allan Poe, todos los cineastas deben algo a Alfred Hitchcock. El director estadounidense Sam Raimi –célebre por su trilogía Evil dead y la redituable franquicia Spiderman- ejerce invariablemente su oficio ataviado con un pulcro traje negro, camisa blanca y corbata, como un homenaje al “Mago del Suspenso”; Guillermo del Toro analizó su obra durante sus días estudiantiles en la Universidad de Guadalajara; a Francois Truffaut debemos un erudito estudio sobre su cine. Más allá de tributos vestimentarios o teóricos, no podríamos explicar a algunos de los cineastas contemporáneos más propositivos sin la influencia del director británico. A 30 años de su deceso físico, ocurrido en su hogar californiano el 29 de abril de 1980, Hitchcock está más vigente que nunca. Prueba de ello es que sigue propiciando ciclos de cine –el Museo de Arte Moderno de Nueva York le dedicó una retrospectiva en el centenario de su nacimiento-, investigaciones y mesas de análisis como la que celebró Canal 22 la noche del 4 de mayo de 2010, hace apenas un rato.
El crítico de cine Gustavo García y su servidor nos reunimos con Laura Barrera para platicar sobre su trascendencia y perdurabilidad. Diseccionar a Hitchcock exige el bisturí de la pasión del académico pero sobre todo la agudeza del conocedor de su obra. Nació el 13 de agosto de 1889 en la zona londinense de Leynstonstone, en el seno de un hogar católico romano. Su rígida educación se trastocó una fascinación por temas mórbidos y sensacionales que se erigían como una forma de subversión contra su entorno doméstico. “Nadie puede saber exactamente cuándo Alfred Hitchcock optó por el asesinato”, reflexiona Guillermo del Toro. “Quizá cuando era niño, en una tarde soleada, a mitad de una comida familiar; tal vez en la escuela de jesuitas, al presenciar el severo castigo de algún compañero; o sentado en su cama sintiéndose gordo, católico y cockney. Nadie sabe si lo hizo llorando o sonriendo a solas o con personas cerca, a la luz del día o durante la noche. Nadie, nadie lo sabe. Pero todos hemos visto sus cadáveres. Y estamos agradecidos por ello”. Muchos son los aspectos que pueden analizarse de su filmografía –sus temas y obsesiones, su método de dirección, su forma de aproximación a sus actores, sus colaboradores frecuentes-. Además de una brillante y variopinta trayectoria, Hitchcock supo explotar en su favor otros medios de comunicación. Su presencia en la televisión es notable, sea en Hitchcock presenta o La hora de Alfred Hitchcock. También dejó huella en la literatura gracias a las antologías que compiló y que reunía a autores como Daphne du Maurier y Arthur La Bern. Si viviera, sin duda sería un cliente frecuente de Facebook o Twitter. Ganador en 1967 del prestigiado Premio Irving Thalberg de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos y de incontables galardones alrededor del mundo, el mejor reconocimiento de Hitchcock fue –y seguirá siendo- el que le entrega el espectador que deja arrastrarse, sin oposición alguna, a sus tortuosas historias. El que está dispuesto a entregarse fervorosamente como cordero de sacrificio. “Me gusta aterrar tanto al público japonés como al indio”, pensaba. Porque esa es la esencia del cine, por encima de su valor académico o comercial: es una forma de criticarnos socialmente, de reconocernos y, de paso, entretenernos.
Gracias, señor Hitchcock, dondequiera que esté. Larga vida para usted y su obra.

sábado, 1 de mayo de 2010

Los días perdidos y mis días reconquistados.

Los días perdidos y mis días reconquistados.
Roberto Coria.

Para Ana Luisa Campos, ejemplo de fortaleza, y para Vicente Quirarte, inspirador de estas líneas. Para todos quienes estuvieron pendientes, mi gratitud eterna.


La última semana de abril de 2010 interrumpí abruptamente mis actividades. He aquí el recuento de las causas.

MIÉRCOLES 21 DE ABRIL DE 2010. Acudí puntualmente de la mano de mi amada Ana Luisa a mi cita en el servicio de consulta externa del área de Neurología del Centro Médico Nacional 20 de Noviembre del ISSSTE. Llegué ahí en mi calidad de derechohabiente y gracias a la posición y buenos oficios de Ricardo Díaz, a quien conocí cuando era niño y tuve el privilegio de enseñarle dibujo. Inmediatamente se convirtió en mi amigo y, eventualmente, en mi familia. Las razones que me llevaron ahí fueron síntomas que observé un año atrás, intermitentes y, aparentemente, inocuos: desequilibrio, torpeza motriz, hormigueo en mis manos y pérdida de peso –esa no siempre se agradece-. Después de una valoración exhaustiva, profesional y cordial, el Dr. Villasana me recomendó: “necesita una serie de estudios que individualmente podrían demorar meses. Si ingresa hoy al Hospital pueden hacérselos en unos días. Hay una cama disponible”. No dudé un instante. Tras algunas llamadas apresuradas, un rápido viaje a casa y la preparación veloz de un maletín de viaje –me dijo el experto que calculara una semana de ausencia-, regresé a la institución e inicié mi internamiento.
El Centro Médico Nacional 20 de Noviembre del ISSSTE es un hospital de especialidades, calificado de tercer nivel en su medio, que atiende a pacientes de todas partes del país. Sus instalaciones distan mucho del sombrío hospital donde Edgar Allan Poe vivió sus últimos días y, por supuesto, del resto de los hospitales del sector público. Sus instalaciones son modernas, austeras, salubres y funcionales. Mi habitación, la que compartía con sólo otro paciente, era espaciosa e iluminada, contaba con todas las comodidades –para mí y un acompañante- y un baño personal. “Es el Hospital ABC del sector público”, pensé. Me instalé en la cama 4203. Sobre todo esto brilla la calidad humana y profesional de su personal, si bien su parte burocrática aún puede mejorar. A la cabeza del equipo que me atendería se encontraba la Dra. Núñez, la Jefa del servicio de Neurología, una fascinante mujer que detenta con orgullo su conocimiento y poder. Tiene un dominio casi escénico. Verla en acción es como seguir un episodio de El Aprendiz con Donald Trump. Comanda al más profesional grupo de médicos –residentes, pasantes y alumnos-, enfermeros y enfermeras, personal de laboratorio e imagenología, terapeutas físicos, nutriólogos, camilleros, personal de limpieza y mantenimiento. Inició pues la aventura.

JUEVES 22 DE ABRIL. Dormí plácidamente, relajado hasta cierto punto por estar libre de la presión de mis labores y horas frente al infernal tráfico citadino. Desperté y me extrajeron sangre para tres estudios. Ya en ese momento había decidido entregarme a todo lo necesario, como mi perro Chester se tira para que acaricie su panza. Más tarde me hicieron una punción lumbar para extraerme líquido cefalorraquídeo. Fue una experiencia poco placentera.
Durante mi estancia tuve tres compañeros itinerantes de dolencia: un ejemplar profesor del Estado de México cuyos párpados no respondían a las órdenes de su cerebro, un hombre de la tercera edad con una extraña bacteria en el cerebro y un joven de 16 años que buscaba descartar epilepsia. Todos nos fortificamos por el apoyo de nuestras familias. Me acompañaron en todo momento mis familiares –mi madre, mi padre, mis hermanos y abuela materna-, mi amada Ana Luisa, mi suegra, mi cuñado mi abuela política, y muchísimos seres queridos con quienes, sin compartir un vínculo sanguíneo, he formado un lazo más poderoso. A ellos debo gratitud eterna. Mi amigo Ricardo Bernal me dijo por teléfono: “Dios no te pone una prueba sin enviarte un acordeón”. “Escríbelo todo”, me aconsejó mi querido Vicente Quirarte. Y tenía razón. Darle nombre a la desesperación es trascenderla, citó a Lautrèmont. Por él aterrizo en papel –y gracias al teclado- mi experiencia, como una catarsis literaria. “La literatura nos salva de la locura”, leí.
El escenario de mis días, tranquilo en esencia, no dejó de exaltar mi imaginación. Veía continuamente a una jovencita de mirada vacía, tan delgada como el tripié que arrastraba con botellas de suero, como si se asiera desesperadamente a la vida. También estaba la mujer que balbuceaba cosas y se quejaba continuamente, postrada en su cama. Pero una compañía invaluable fueron los libros. En las instalaciones estaba la llamada “área verde”, un amplio espacio abierto recubierto de pasto sintético, con sillas, sillones y mesas, un pequeño oasis para el convaleciente. Descubrí ahí nuevos tesoros y me reencontré con lecturas que forman parte entrañable de mi formación. Completé mi lectura de Los niños de paja de Bernardo Esquinca (Almadía, 2007), un estupendo compendio de cuentos de horror salpicados del onirismo de David Lynch y coronado por una novela corta –que da título al libro- que rinde tributo al horror de los ochenta y a lo mejor de Stephen King. En la víspera del trance leí también su estupenda novela Los escritores invisibles (Fondo de Cultura Económica, 2009). De la serie A la orilla del viento de la misma casa editorial, completé El libro salvaje de Juan Villoro (2007), una imaginativa novela juvenil que disfruté enormemente y que recomiendo para todos los que se inician en la lectura. También con el Zombie survival guide (2003) de Max Brooks, para estar preparado ante un eventual ataque pues, como revela el libro, un hospital es el blanco ideal para las hordas de insepultos. Hice una enésima lectura de los cinco primeros capítulos del Drácula de Bram Stoker, en la traducción del eterno Manuel Núñez Nava (CONACULTA, 2003) y con el espléndido ensayo introductorio de mi amigo Vicente. Esto me pareció muy apropiado por el encierro –el de Jonathan Harker y el mío, tan opuestos-, el papel que jugó la extracción de sangre en mis estudios clínicos y porque es una novela que exige al iniciado continuas relecturas. Siempre descubro algo nuevo cada vez que la tengo enfrente. Sobre los inevitables vampiros leí una novela refrescante del neozelandés David Bishop, Operación Vampiro (Timun mas, 2007), un híbrido muy disfrutable de relato de la Segunda Guerra Mundial y chupasangres, con todo y la aparición de Adolfo Hitler, un vampiro de la vida real. En estos experimentos reposa el futuro del monstruo.

VIERNES 23 DE ABRIL. El menú que me ofrecieron en toda mi estancia era por demás competente: ingredientes de buena calidad, vegetales correctamente cocidos, un sazón aceptable y raciones suficientes, muy diferente a la concepción tradicional de la comida hospitalaria. Siempre me lo servía una persona de rostro amable con todas las medidas higiénicas. Al mediodía me visitaron dos expertas en Fisioterapia, ambas muy jóvenes y amables. Comprobaron el estado de mis músculos con una extensa batería de estudios y programaron la visita que me haría el terapeuta del lugar. Por la tarde, de la mano de mi amada, me llevaron a un taller para enfermos del mal que se suponía tenía. “Ha visto enfermos similares en la televisión o en el cine”, me preguntó el Dr. González. Respondí afirmativamente. “Está por conocer la vida real”, me advirtió. Al abrirse las puertas del elevador contemplé a un grupo de personas que presentaban el mal en diversas fases, desde los que no manifestaban signos evidentes hasta quienes tenían un deterioro notorio. El que más me impactó fue un hombre de mediana edad, atado a una silla de ruedas, con las órbitas de sus ojos desviadas y dificultades del habla. “Yo no quiero terminar así”, recé, mientras me asía desesperado a la mano de mi amada. Lo curioso es que no vi rostros amargos, sólo sonrisas, entusiasmo y ganas de vivir. Guerreros. Sobrevivientes. Inspiraciones. Por la noche me practicaron una resonancia magnética del cerebro. Me llevaron en una silla de ruedas por corredores solitarios. No pude evitar asumir el punto de vista del hijo de Jack Torrance cuando recorría en su triciclo los pasillos del Hotel Overlook. Por fortuna las gemelas fantasmas nunca aparecieron.

SÁBADO 25 DE ABRIL. El día transcurrió sin novedad, aunque el nerviosismo aumentaba. Los resultados de mis estudios estaban en camino.

DOMINGO 26 DE ABRIL. Dormí tranquilamente, pese a todo. Muy temprano los doctores González y Arrazola cruzaron la puerta de mi habitación. “Tenemos los resultados de sus estudios”, dijo limpiamente el primero. “Sus síntomas son compatibles con Esclerosis Múltiple”. Era algo que presentía, un conocimiento anunciado gracias al internet y a consultas médicas previas, pero nada te prepara para recibir esa información. Un torrente de cuestionamientos existenciales y religiosos se agolpó en mi cabeza. Comprendí de otra manera conceptos que he estudiado por años: la otredad, la diferencia, la marginalidad. Pude sentir la angustia de Henry Jekyll desdoblándose en su otro yo, la tortura de Lawrence Talbot al abandonar su normalidad para convertirse irremediablemente en hombre lobo, el dolor de Peter Parker arrastrado a su oscuridad por el disfraz negro. “Tendrá muchas preguntas. Tómese el tiempo necesario, platique con sus familiares y hablemos en la tarde”, y salieron del cuarto brindándome una sonrisa amarga pero tranquilizadora que no logró surtir su efecto. Momentos después llegó la joven Dra. Salinas. Ella me tendió su mano y me ofreció su sonrisa. Me esforcé por no llorar, pero lo hice. Más sereno, llamé por teléfono a Ana Luisa y luego a mi madre. Aunque quise no pude ocultarles la noticia. “Todos somos parte de una minoría”, me dijo Ana cuando se reunió conmigo. Y nos fundimos en un abrazo interminable.
La Esclerosis Múltiple es un trastorno del sistema nervioso cuyo origen no ha sido aún precisado. “Es el equivalente a ganarse el premio mayor de la Lotería”, me dijo el Dr. González, tan rara es. “La persona que tanto le impresionó comenzó como usted, pero en el momento que le detectaron el padecimiento no existían los avances de hoy en día”. La Wikipedia dice sobre el mal: Es una enfermedad desmielinizante, neurodegenerativa y crónica del sistema nervioso central. Por el momento se considera que no tiene cura aunque existe medicación eficaz y la investigación sobre sus causas es un campo activo de investigación. Las causas exactas son desconocidas. Puede presentar una serie de síntomas que aparecen en brotes o que progresan lentamente a lo largo del tiempo. Se cree que en su génesis actúan mecanismos autoinmunes. Se distinguen varios subtipos de esclerosis múltiple y muchos afectados presentan formas diferentes de la enfermedad con el paso del tiempo. A causa de sus efectos sobre el sistema nervioso central, puede tener como consecuencia una movilidad reducida e invalidez en los casos más severos. Quince años tras la aparición de los primeros síntomas, si no es tratada, al menos 50% de los pacientes conservan un elevado grado de movilidad. Menos del 10% de los enfermos mueren a causa de las consecuencias de la esclerosis múltiple o de sus complicaciones. Es, tras la epilepsia, la enfermedad neurológica más frecuente entre los adultos jóvenes (desde la erradicación de la poliomielitis) y la causa más frecuente de parálisis en los países occidentales. Afecta aproximadamente a 1 de cada 1000 personas, en particular a las mujeres. Se presenta cuando los pacientes tienen entre 20 y 40 años. El Día de la Esclerosis múltiple se celebra el 18 de diciembre. Esta es una fecha que sin duda no olvidaré.
Este mismo día inició mi tratamiento. Su primera fase consistió en la administración intravenosa durante cinco días de un betabloqueador llamado Metilprednizalona, que busca frenar los llamados “brotes”, o los síntomas que presentaba. Luego le siguió una inyección de Interferón, un fármaco que deberé administrarme por el resto de mi vida, de forma similar que el diabético requiere insulina. El pronóstico, pese a lo adverso, es favorable.

LUNES 26 DE ABRIL. “La primera noche siempre es la peor”, me enseñó mi héroe de la infancia. Dormí poco, con un sutil dolor de cabeza y espalda. Los mosquitos que habitaban en los jardines adyacentes a mi habitación se dieron un festín conmigo a pesar de mis esfuerzos por mantenerlos a raya. “Los vampiros también necesitan comer”, me resigné. El calor tampoco ayudó. Muchas cosas circularon por mi cabeza. Al despertar tuve la claridad y resolución que la situación exigía. El monstruo tenía nombre, ahora debía enfrentarlo. Y me administraron mi medicamento.
Recibí una llamada inesperada. Era Eduardo Domínguez, reportero del periódico Excélsior con quien platiqué semanas atrás pues pretendía redactar una nota sobre el fenómeno Crepúsculo. No puedo escapar de los vampiros. Al día siguiente apareció su texto:
Eclipsa la esencia
Eduardo Domínguez
Han pasado cuatro días desde que se presentó el tráiler más reciente de la película Eclipse, de la saga conocida como Crepúsculo, y ya casi tres millones y medio de cibernautas lo han visto en la página de Youtube. Una muestra fehaciente de que el fenómeno vampírico no se detiene, crece.
Sin embargo, las críticas a la obra de Stephenie Meyer toman un rumbo similar. Expertos en el tema rechazan la obra, con argumentos solidificados en años de lectura, con observaciones de decenas de videos, series y demás elementos en donde aparezca la figura del ser nocturno.
“Ahora domina la vertiente romántica, el vampiro que se vuelve el niño malo con el que las niñas sueñan, el vegetariano sensible adorable”, apuntó Guillermo del Toro, en la presentación de su novela Nocturna, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en el pasado mes de diciembre.
Para Paulo Coria, director general del colectivo Cadáver Exquisito y la Sociedad de Estudios de Horror y Fantasía, A.C., experto en literatura de horror, apasionado de Drácula y sus derivantes, la calidad de los textos de la saga tienen elementos que otorgan un toque de vulgaridad a un ente extraordinario.
“Quien triunfa es el vampiro, aunque la calidad del trabajo presentado es bastante cuestionable”, afirmó.
Del Toro dejó en claro el porqué de tal apreciación: la figura del vampiro dejó de ser temible, horrorizante. En los recientes trabajos es alguien que utiliza auto, que invita a su casa y que lucha contra los malos. Hoy son vampiros “maricones” para Paco Ignacio Taibo II y vampiros yuppies para el cineasta. “Son yuppies metrosexuales que no reflejan y tienen la personalidad de vampiros más clásicos. Puede ser una metáfora a la homosexualidad. Si eres un vampiro diviértete, estás a la cabeza de la cadena alimenticia”, explicó Coria.
El estudioso agregó que se ha banalizado la figura del vampiro y los aspectos de lo hacen interesante han quedado trivializados en los recientes productos.
“Son productos para la generación Next, para los jóvenes y están ofreciendo un producto que sería el equivalente a una Big Mac con queso; es decir, es algo atractivo, que puede digerirse sin problema. El vampiro es una especie de metáfora a los problemas que está padeciendo en este momento de tránsito. Por eso es tan atractivo”, enfatizó.
No obstante, tergiversado o no, Eclipse será un nuevo éxito.

De nuestra amable charla Eduardo omitió, seguramente por motivos de espacio, algunas cosas importantes. Cité inevitablemente a Vicente y a Julio Patán, pero especialmente advertí que la saga Crepúsculo –a la que nunca apreciaré- tiene la virtud de acercar al vampiro a una nueva generación de lectores. Lo riesgoso es conservar la idea que Edward Cullen es el prototipo del monstruo ni mucho menos su más digno heredero. Veo a la serie como exigencia e invitación para adentrarse en el tema, para leer a John Polidori, Joseph Sheridan LeFanu, Bram Stoker, Richard Matheson, Fred Saberghagen a Kim Newman y John Ajvide Lindqvist.

MARTES 27 DE ABRIL. Me visitó Eleuterio, el fisioterapeuta, un hombre rudo pero cordial, con el cabello muy corto, que me recordó al entrenador de tantas películas que he visto. Pacientemente me indicó una rutina para fortalecer mis músculos y me advirtió lo necesario que sería para mí en el futuro. Sedentario como soy estoy dispuesto a seguirla al pie de la letra. En la tarde me aplicaron mi inyección de Interferón. Por la noche hablé con mi amada. “Asómate a la ventana”, me pidió. Vi una maravillosa luna llena, brillante. “Te la regalo, es tuya”, enfatizó. Sólo sentí paz y esperanza.

MIERCOLES 28 DE ABRIL. Mi penúltimo día, lleno de resolución. Mi cuarta dosis de Metilprednizalona. La mejoría es notable, dramática. Me siento mucho mejor que al ingresar al hospital. Mis movimientos son más ágiles y seguros. Los médicos me felicitan por mi progreso y actitud. También Eleuterio.
No dormí bien en la noche. Más por la anticipación de mi alta que por los mosquitos o el cambio involuntario de cuarto –por necesidad del equipo de monitoreo que tenía mi habitación-. También porque le di forma mental a este escrito. Una de las últimas cosas que hice, después de las cuatro de la mañana, fue acabar con un chupasangre. Lo maté con mi edición de Drácula, colmo de las ironías y sacrilegios. “Solo un vampiro puede matar a otro vampiro”, me disculpé.

JUEVES 29 DE ABRIL. Salí del hospital tras recibir mi última dosis de Metilprednizalona, despedido por sonrisas del equipo que me atendió y promesas de retratos hablados no relacionados con averiguaciones previas. Me acompañaron recetas y medicamentos, pero sobre todo mi familia. El sol era más brillante. La vida continuaba. Por la noche me administré, torpe pero seguro, mi primera inyección casera de Interferón. Las manos y piernas me temblaban mientras yo clavaba la aguja y mi compañera introducía en mi cuerpo el contenido de la jeringa. “Para ser la primera no estuvo mal”, pensamos los dos. “Aprenderemos juntos”, me corrigió ella.

Descansé en mi cama, bajo mi techo, al lado de mi amada y rodeado de mi familia peluda. Desperté y el radio me recordó las injusticias cotidianas, el horror de la realidad. Después hablé con una entrañable amiga quien trajo a este mundo a una nueva habitante el martes pasado. “Es la niña más hermosa”, me aseguró sin estar cegada por el amor de madre primeriza. Sonreí por los contrastes de la vida. “Debemos dar más peso a lo bueno”, me dijo mi compañera.
Hoy más que nunca estoy dispuesto a vivir porque la vida, como dijo el poeta y por encima de todo, es una aventura formidable. “Caemos para aprender a levantarnos”, advirtió su padre a mi héroe en su renacer cinematográfico. Esa es una buena filosofía. Sé que no podré ganar del todo al mal, pero lo combatiré. Quién sabe, tal vez en treinta años se desarrolle una vacuna contra él. Nací el 25 de agosto de 1973. Reconquisté de mis días el 25 de abril de 2010. Hoy es el segundo día del resto de mi existencia.


Santa Teresa, Distrito Federal, 30 de abril de 2010.