viernes, 30 de marzo de 2012

Grandes decepciones

En el verano de 2007 asistí entusiasmado al estreno de El hombre araña 3, la nueva película de Sam Raimi en la que había depositado mis más altas expectativas. Ello porque su cinta previa (El hombre araña 2, 2004) es maravillosa. No sólo cuenta con un inteligente guión de Alvin Sargent –a partir de una historia de Alfred Gough, Miles Millar y Michael Chabon- pleno de momentos trepidantes y emotivos (el héroe  reconocido tras arriesgar su vida para salvar a los inocentes en el metro), un villano eficiente –Alfred Molina como el Dr. Pulpo-, reflexiones muy afortunadas  (“todo el mundo ama a los héroes”, “no moriré como un monstruo”) y un desenlace prometedor (“ve por ellos, Tigre”). Pero todo se disipó desde los primeros momentos la tercera entrega. Y la culpa es de la historia, el cimiento de toda película. Siempre he creído que buenas actuaciones –porque Thomas Haden Church como El hombre de arena fue una gran elección-, una buena puesta en escena y efectos especiales deslumbrantes no compensan a un guión débil, lleno de defectos y momentos absurdos. El libreto de los hermanos Raimi (Ivan y Sam) y Alvin Sargent asesinó a la gallina de los huevos de oro, pues fue responsable de que Columbia pictures decidiera reiniciar la franquicia, como lo veremos en unos meses. En mi experiencia reciente, a los únicos hermanos que les ha funcionado escribir a cuatro manos es a los Nolan (Christopher y Jonathan). Precisamente estos últimos tendrán la responsabilidad de romper el fatal destino de las terceras partes de los filmes de superhéroes en El caballero oscuro asciende, el verano de este 2012. Porque Superman 3 (Richard Lester, 1983) y Batman eternamente (Joel Schumacher, 1995)  son pésimas, y Hombres X 3, la batalla final (Brett Rattner, 2006) me dejó mucho a deber. Pero regresando a la tercera aventura del arácnido, la programan frecuentemente en la televisión de paga y el otro día decidí darle otra oportunidad. Por eso escribo estas líneas. Acabé nuevamente decepcionado y confirmé plenamente mi sentir. No obstante tiene muchos momentos dignos de reconocerle, más allá de su premisa (“disculpe usted, han pasado varios años, pero quien creíamos que asesinó a su tío no lo mató en realidad”), la escena del omellete entre Harry (James Franco) y Mary Jane (Kirsten Dunst), la inclusión forzada de Gwen Stacy (Bryce Dallas Howard) y su papá (James Cromwell), el fleco de Peter Parker (Tobey McGuire) para resaltar que es malo, el bailecito para provocar celos, el combate en relevos entre los técnicos (el Araña y el Duende Jr.) y los rudos (Venom y el Arenero) y su cobertura mediática en vivo,  o el antagonista transportado por el viento al ser aliviado por el perdón, todos insoportables. Entre esos aspectos positivos están:
1. Tras su transformación en el malvado Hombre de arena, Flint Marko recupera su forma humana al principio trabajosamente, luego con resolución gracias al poderoso recuerdo de su hija. La escena es bella, con una cámara que se desplaza desde lo más íntimo de su nueva forma, apoyada de la partitura de Deborah Lurie.
2. Entre 1982 y 1988, tras los eventos –en los cómics- denominados Guerras secretas, el héroe comenzó a vestir un disfraz negro. En su momento pensé que se trataba de una estrategia mercadológica para renovar su imagen, pero sus guionistas tenían motivos poderosos detrás: el traje era en realidad un ente alienígeno que poco a poco se apoderaba de la voluntad de su portador y lo arrastraba, como al adicto, a la oscuridad. Con ayuda de Los 4 fantásticos, el héroe se libraba de su victimario. En la cinta de Raimi no requirió del auxilio de sus colegas, pues descubrió que las vibraciones del tañer de la campana de una iglesia surtía el efecto deseado. Pero lo importante: las secuencias en que Peter lucha por librarse del disfraz son estupendas, todas cortesía de los gráficos computarizados.
3. Topher Grace como el malvado Eddie Brock, Jr./Venom no fue una mala elección, pese a que su complexión estaba muy alejada de su musculoso par de las historietas. El villano aquí es el opuesto de Peter Parker, incluso se le parece físicamente. Es el Araña desde el otro lado del espejo. Lo único malo fueron sus colmillos, tal vez incluidos para denotar que era muy malo.
Pese a todo, no puedo reprimir una pregunta: ¿cómo pudo, Mr. Raimi?

jueves, 22 de marzo de 2012

Los vampiros contraatacan

Inframundo (Len Wiseman, 2003) fue una inteligente y entretenida revisión a los mitos de los vampiros y los hombres lobo, seres tan arraigados en la cultura popular gracias al folclore, la literatura, el cine, los videojuegos y el internet. No nos presentaba nada nuevo. Fueron su estética oscura (muy en deuda con la del videoclip), un buen guión escrito por Danny McBride –que tenía innegables referencias a famosos juegos de rol como Vampiro: La Mascarada y Hombres lobo: Apocalipsis- y a cintas ya clásicas –como Ciudad en Tinieblas (Alex Proyas, 1998) y Matrix (Andy y Larry Wachowski, 1998)-, efectos especiales (físicos) sobresalientes de Patrick Tatopoulos, un sólido villano (Billy Nighy) y la sensual protagonista Selene (Kate Beckinsale), los factores que la convirtieron en un objeto de culto casi instantáneo. Le siguió una desigual secuela, Inframundo: la evolución (Len Wiseman, 2006) y una precuela más afortunada, Inframundo: la rebelión de los Lycan (Patrick Tatopoulos, 2009), que si bien narraba el origen de la rivalidad entre vampiros y licántropos –ya brevemente descrito en la primera entrega-, tenía el acierto de centrar el relato en Lucian (Michael Sheen), figura mesiánica de los lobos que cobra especial importancia en una época dominada por las injusticias.
Pero sin duda un aspecto que muchos de los fanáticos (hombres) extrañaron de la tercera entrega de la serie fue a la vampira Selene, una sicaria al servicio de los de su clase enfundada en un ajustado traje de látex negro. Ella regresa ahora en Inframundo, el despertar (Måns Mårlind y Björn Stein, 2012), cinta que cuenta con un guión de Wiseman –iniciador de la franquicia- y John Hlavin, que traslada el relato 12 años después de los eventos de la segunda cinta. El prólogo nos pone al corriente de ocurrido en el pasado. La existencia de los vampiros y los licántropos ha quedado expuesta. Como el hombre es muy bueno para destruir aquello que no comprende, los lleva al borde de la extinción, en una especie de purga global –ayudada por un siniestro laboratorio- que buscaba devolver a la raza humana su posición como la especie dominante del planeta. Selene y su amado Michael Corvin (Scott Speedman en escenas de las películas previas), el híbrido de las dos estirpes malditas, son congelados criogénicamente. Al salir del letargo, la vampira tiene que actualizarse sobre lo sucedido en su sueño. Encuentra así a una misteriosa niña, a quien los guionistas se refieren como el Sujeto 2 (India Eisley), con quien la protagonista tiene un especial vínculo. Con la ayuda del vampiro David (Theo James) y de un detective (Michael Ealy) alguna vez casado con una vampira, inician una resistencia contra el nuevo régimen y el poco escrupuloso Dr. Jacobs (Stephen Rea), quien tiene una agenda secreta. Porque no todo es lo que parece y la guerra por la noche continúa.
La película no aporta nada al mito, fuera de acción desmedida que me recordó por momentos a Terminator (James Cameron, 1984) y a la ya citada Matrix. Acaso lo más interesante es idea de ver al victimario convertido en presa, y lo mejor es su prólogo, donde a través de las videograbaciones de las fuerzas humanas observamos la oposición de vampiros y licántropos, al más puro estilo de REC (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), Cloverfield (Matt Reeves, 2008) y tantas otras. Del 3D no hablemos. Por lo anterior me brinda ciertas esperanzas el avance de Sombras tenebrosas (2012), la nueva obra de Tim Burton protagonizada por su actor fetiche Johnny Depp, reelaboración del emblemático serial televisivo del mismo nombre. Las escenas nos revelan una comedia ambientada en la colorida década de los setentas, con música de Barry White y numerosas situaciones hilarantes y absurdas, referencias ineludibles a Beetlejuice (1988) y Marcianos al ataque (1996). Tal vez eso es lo que necesita el vampiro: mofarse un poco de sí mismo con conciencia y eficacia. Porque Selene amenaza volver en una quinta aventura, que seguramente se llamará Inframundo, rescatando a Michael Corvin.

viernes, 16 de marzo de 2012

Entre lobos te veas

"Cuanto más documentes tus historias, la gente mejor creerá tus mentiras", citó mi amigo Bernardo Esquinca a otro buen amigo, Bernardo Fernández Bef, la semana pasada, durante la presentación de su más reciente libro Demonia. Lo he comprobado en numerosas ocasiones y lo recordé ayer que vi Un día para sobrevivir (The Grey, Joe Carnahan, 2012), cinta nombrada así por los magos del subtitulaje nacional, cuando "La manada" pudo ser más apropiado. Es cierto que el guión de Joe Carnahan e Ian MacKenzie Jeffers nos presenta un drama de supervivencia mil veces narrado, pero retrata uno de mis más grandes temores: perderme sin ninguna posibilidad de orientarme o ser rescatado, cosa que aún es posible en la era de los mapas y la orientación satelital. Ese fue el aspecto que más me inquietó de El Proyecto de la Bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999). Los posibles escenarios son muchos: el mar abierto, un bosque, la selva o una isla desierta. Y en la literatura los ejemplos de este último sobran, desde Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe, La familia Robinson (1812) de Johann David Wyss, La Laguna Azul (1908) de Henry De Vere Stacpoole a El señor de las moscas (1954) de William Golding. Recientemente podemos recordar la cinta Náufrago (Robert Zemeckis, 2000) o el popular serial televisivo Lost (2004-2010). Pero me estoy desviando.
Al ver Un día para sobrevivir no pude evitar evocar la ansiedad al leer El Wendigo (1910) de Algernon Blackwood, con ese grupo de cazadores acechados en los bosques canadienses, y a Anthony Hopkins y Alec Baldwin en Al margen del peligro (The edge, Lee Tamahori, 1997). En el presente caso, como en la cinta de Tamahori, el horror no emana de lo sobrenatural. Por el contrario. Proviene de la naturaleza misma. Ottway (Liam Neeson) es un francotirador contratado por una compañía petrolera en Alaska para asesinar lobos, esos depredadores tan amados y temidos por el diletante del género. Mientas son trasportados, su avión atraviesa una tormenta y se estrella en medio de la nada, en la inmensidad del paisaje nevado. Los pocos sobrevivientes se reagrupan en espera de ser rescatados y a continuación viene lo terrible: son rodeados por una manada de lobos que buscan alimentarse y defender su territorio. Uno a uno los descastados mueren, sea por el inclemente clima, accidentes o devorados por los caninos. El mismo Ottway bromea tras ser atacado por uno: "seguramente voy a convertirme en hombre lobo". Es en este punto donde se nota que los guionistas hicieron su tarea: describen detalladamente el comportamiento y estructura social de estos animales, "los únicos que buscan venganza". En sus últimos momentos, los hombres que quedan recuperan su humanidad, la misma que les arrebataron sus empleadores. Porque ellos son desechables, no diferentes a los mineros de Pasta de Conchos. "Me llamo John", se presenta Ottway.  Al final los machos alfa de las dos manadas -lobo y humano- se enfrentan en busca de demostrar su superioridad.
La película cuenta con una opresiva partitura de Marc Streitenfeld y una eficaz fotografía de Masanobu Takayanagi, que por momentos se acerca al documental -con sus tomas cámara en mano-, todo avalado por el buen nombre de los hermanos Scott (Ridley y Tony) y su compañía productora. Y está por supuesto la actuación de Liam Neeson como Ottway, un hombre desencantado de la vida, endurecido por ella, sin nada que perder. Como él, la cinta que no pretende trascendencia. Pero es innegable que es un entretenimiento trepidante y por momentos filosófico. "Vive y muere este día", es el mantra del protagonista.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Matrimonios hechos en el espacio

En los momentos finales de Depredador 2 (Stephen Hopkins, 1990), el apaleado Tte. Michael Harrigan (Danny Glover), luego de salir airoso de una batalla que parecía imposible ganar, es recompensado por el líder del safari extraterrestre que da pie a la cinta con un souvenir: una bella pistola de avancarga con la inscripción "Raphael Adolini, 1715". Ello confirmaba una certeza que se ha presentado en numerosos medios: los alienígenos nos han visitado desde la antigüedad. De existir vida inteligente más allá del espacio, esto no es improbable.
Por esto la premisa de la novela gráfica de Scott Mitchell Rosenberg, Fred Van Lente y Andrew Foley, Vaqueros contra Aliens (2006), no me parecía descabellada. Fue llevada –inevitablemente- a la pantalla grande por el actor y director Jon Favreau, quien ha recibido el favor del público –y la taquilla- con sus dos películas sobre Ironman (2008 y 2010) protagonizadas por Robert Downey, Jr. El primer obstáculo que supuso el proyecto –tanto en historieta como en cine- fue la aversión de muchos al matrimonio de géneros, más con una historia que significara la unión entre el western y la ciencia ficción. Esta tendencia ha tenido dignísimos ejemplos. Por citar uno inmediato –no necesariamente un western-, recuerdo el cuento La bestia ha muerto (incluido en la antología El llanto de los niños muertos, Tierra adentro, 2004) donde mi amigo Bernardo Fernández Bef reúne con fortuna a figuras del México decimonónico como Benito Juárez, Maximiliano de Habsburgo y Guillermo Prieto en un escenario con imaginería arrancada de las novelas de Julio Verne y las películas de Matrix.
La película, como hemos visto en el pasado, omite personajes y situaciones de la novela gráfica al servicio de la maquinaria hollywoodense, con la consabida pirotecnia visual. La historia puede resumirse así: Arizona, 1873. Un vaquero sin nombre (Daniel Craig) recupera la conciencia en terreno abierto, bajo el inclemente sol. No recuerda su nombre ni cómo llegó ahí. A su muñeca izquierda está atado un extraño artefacto, de procedencia desconocida. Cruza su camino con el cruel terrateniente y coronel retirado Woodrow Dolarhyde (Harrison Ford), con quien tiene cuentas pendientes. Su conflicto es interrumpido por un encuentro cercano del tercer tipo, que desconcierta por completo a los lugareños quienes observan, impotentes, cómo los forasteros abducen a sus seres queridos. El protagonista se convierte, involuntariamente, en el líder de un grupo de rescate formado por una misteriosa mujer (Olivia Wilde), el predicador local (Clancy Brown), el comisario (Keith Carradine), el mozo de Dolarhyde (Adam Beach), el dueño de la cantina (Sam Rockwell), un grupo de asaltantes y una tribu Apache.  Poco a poco, las brumas en la memoria del héroe se disipan y se convierten en un enfrentamiento entre los vaqueros y extraterrestres del título.
Lo mejor es que este cóctel no decepciona. Es una cinta de estudio, un blockbuster espectacular. El guión de Alex Kurtzman, Roberto Orci, Damon Lindelof, Mark Fergus y Hawk Ostby, a pesar de alejarse de la fuente original, es competente y da gran importancia a un aspecto que definió la era: la fiebre de oro. Incluso la participación de Harrison Ford –secundaria a todas luces- es muy digna. Posiblemente el aspecto que muchos pueden criticar es al británico Daniel Craig, ocupando un papel que debió interpretar un “gringo” hecho y derecho. Es cierto que no es John Wayne, Glenn Ford o Clint Eastwood, pero captura la esencia del justiciero rudo y solitario que dio vida a los mejores especímenes del género. Todo rematado, como en las buenas películas de vaqueros, con el héroe que se aleja a caballo hacia el horizonte. 

lunes, 5 de marzo de 2012

Y siguen Bram Stoker y los vampiros

El próximo jueves 29 de marzo de 2012, a las 18:00 horas, acompañaré a mi querido Vicente Quirarte al evento Contra la quema de libros, donde daremos la conferencia Vivir con el vampiro (a cien años de la muerte de Bram Stoker) en el Auditorio Ing. Manuel Moreno Torres del Instituto Politécnico Nacional, en la Unidad Profesional Adolfo López Mateos, avenida Wilfrido Massieu casi esquina IPN, colonia Zacatenco. Allá nos vemos.

Edgar Allan Poe, héroe de acción

Los lindes entre la ficción y la realidad son a veces brumosos. Por ello es un recurso frecuente en la ficción contemporánea emplear a figuras históricas –como protagonistas o personajes secundarios- para dar verosimilitud a un relato. Ejemplos sobran, desde los muy venturosos hasta los verdaderamente infames. Sobre los primeros me vienen a la memoria la novela La solución al siete por ciento (1974) de Nicholas Meyer, en la que Sigmund Freud unió sus fuerzas a Sherlock Holmes, o la novela El Alienista (1994) en la que el escritor Caleb Carr incluye como personaje a  Theodore Roosevelt, vigésimo sexto Presidente de los Estados Unidos (en sus días como Jefe del Departamento de Policía de la ciudad de Nueva York), como aliado de su ficticio Laszlo Kreizler en la cacería de un asesino serial. De los que no quisiera tener memoria está Drácula, el no muerto (2009) donde Dacre Stoker –descendiente del formidable Bram Stoker- e Ian Holt emplean figuras y sucesos como Erzsebeth Báthory, Jack el destripador y el hundimiento del Titanic. Así que no me extraña que la venidera cinta El cuervo, guía para un asesino (James McTeigue, 2012) recurra a la figura de Edgar Allan Poe, interpretado por John Cusack. La idea puede parecer novedosa a simple vista (el poeta maldito persiguiendo a un demente inspirado por su obra) pero el guión de Ben Livingston y Hannah Shakespeare seguramente debe mucho a lo ya escrito por el estadounidense Harold Schetcher, adalid del llamado true crime literario a quien debemos estupendas investigaciones sobre algunos de los criminales más notorios de su país como Ed Gein, Earle Leonard Nelson, Albert Fish y H. H. Holmes, entre otros, todos son viajeros frecuentes de Testigos del Crimen.  En lo que respecta a la ficción, Schetcher ya ha convertido a Poe en héroe de acción al lado de personajes arrancados de la vida real como el aventurero Davy Crockett (el de la gorrita de cola de mapache), el empresario circense y artista del engaño Phineas Taylor Barnum o la escritora Louisa May Alcott, autora de Mujercitas. Todos esos encuentros son plausibles gracias al juego de la imaginación porque compartieron espacio y tiempo con el creador de El cuervo.
Tengo ciertas reservas pues creo este matrimonio debe ser cuidadoso. Es efectivo cuando la Historia permite la conjetura. La trama debe desarrollarse en un momento donde Poe era presa de sus demonios personales –su tan famoso alcoholismo-, y me pregunto si una persona en su estado tendría las capacidades físicas necesarias para enfrentar a un psicópata. Porque más allá de ser una especia de plagiario –o imitador- el villano encuentra la forma de involucrar al poeta en su macabro juego.
Todas mis dudas palidecieron a ver los avances –o trailer-, con la estupenda fotografía de Danny Ruhlmann y el diseño de producción de  Roger Ford. Faltan sólo unos días para ver si pasa la prueba.

viernes, 2 de marzo de 2012

Presentación de la segunda edición de El hombre que fue Drácula

Ayer fue un día maravilloso. La Sala Bernardo Quintana del Palacio de Minería, dentro de la XXXIII edición de la Feria Internacional del Libro, estaba abarrotada de devotos del teatro y Bram Stoker para atestiguar la presentación de la segunda edición de El hombre que fue Drácula, suma de la pasión de muchos talentos. Fue una ocasión verdaderamente emotiva, pues estuve rodeado de grandes amigos y miembros de mi familia –carnal y no consanguínea-. He aquí lo que dije, tras recibir las generosas palabras de mis cofrades y de ponerme por un momento en los zapatos de uno de mis autores elementales.
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Presentación de la segunda edición de El hombre que fue Drácula
Roberto Coria

Es un honor que me acompañen a presentar por segunda ocasión uno de los trabajos que más satisfacciones me han brindado, de nueva cuenta en este maravilloso Palacio de Minería, a la luz de nuestra Universidad Nacional. Primeramente quiero agradecer a mis Maestros –mis hermanos de elección- Vicente Quirarte y Eduardo Ruiz Saviñón por guiarme pacientemente en esta travesía, por enriquecerla con su sabiduría y pasión. El poeta dijo que “escribir es el más solitario de los oficios”. Tiene razón, pero yo tuve la mejor compañía posible.
La novela “Drácula” es parte imprescindible de mi primera educación sentimental. Por eso la historia conjetural de los acontecimientos que llevaron a Bram Stoker a escribirla era una idea irresistible. El hombre que fue Drácula es un homenaje al teatro, la imaginación, la capacidad creadora y, sobre todo, a la amistad. Como el grupo de valientes que se unió para derrotar al vampiro, este texto es la suma de las pasiones de muchos individuos. Ésta se vio recompensada cuando le mereció a Eduardo el Premio a Mejor Dirección de la Asociación de Periodistas de Teatro en 2008 y a Nicolás Núñez ser nominado a Mejor Actor por su interpretación de Henry Irving, el más grande actor de su tiempo, el hombre que fue Drácula.
Bram Stoker dedicó su creación más memorable, la que significó un viaje de siete años, no al todopoderoso Irving, ni a su amor no consumado Ellen Terry o a sus consanguíneos, sino a su amigo Hall Caine, quien no sólo creyó en su talento sino le demostró que la imaginación puede hacer realidad los sueños. Yo dediqué este trabajo a tres mujeres formidables. Dos están aquí esta tarde. Una dio alas de murciélago a mi imaginación y la otra me acompaña a volar con ellas todos los días. 
Por lo que respecta a la obra de teatro debo agradecer a los formidables Nicolás Núñez, Luis Miguel Lombana, Elena de Haro, Priscilla Pomeroy, Antonio Monroi y Guillermo Henry –quien generosamente compartió su talento con nosotros- y al perro Fédor. Porque Eduardo se atrevió a romper una máxima de la dirección escénica: nunca trabajes con niños ni perros. También expreso mi gratitud a Ana Luisa Campos, Abraham Feria, Sergio Villegas, a nuestros eternos Armando Matturano y Manuel Núñez NavaNuria Marroquín, Víctor Colunga, Enrique Singer, Aarón Fitch y Delia de la O de Teatro UNAM, a los maravillosos Mauricio Davison y Germán Robles –ellos develaron la placa de la primera temporada- y a la planta técnica del teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM, sin cuyo entusiasmo no podría llevarse a cabo el que Hugo Gutiérrez Vega llama “el milagro cotidiano de la puesta en escena”. Sobre la edición que hoy nos reúne, agradezco a mis editores Maricela de la Torre y Guillermo Palma de Libros de Godot, quienes confiaron en el texto desde sus inicios, al gran Hugo Gutiérrez Vega, Víctor Grovas Hajj y al propio Vicente por compartir entrañables textos sobre Bram Stoker, a la Embajada de Irlanda, a la Universidad Nacional Autónoma de México y a todos ustedes, por regalarme su tarde para mantener vivo el legado de uno de mis autores indispensables. 
Mucho se ha criticado a Bram Stoker en tiempos recientes: se ha dicho que su prosa es torpe, llena de adjetivos, que sus historias son previsibles. Yo pienso que el autor de una obra maestra, una que se mantiene tan vigente como el día de su primera publicación, que nunca ha estado fuera de circulación y que ha inspirado a tantos artistas y lectores, es un gran escritor. 
Para finalizar, comparto con ustedes algo que a simple vista no parecería relevante en una actividad como esta. Mañana se cumplirá un año de la muerte física de Mina, una golden retrieber maravillosa –aunque nunca supimos su verdadera raza-. Cuando me encontró le di inmediatamente el nombre de la heroína del señor Stoker, una mujer virtuosa, independiente, valerosa. Una sobreviviente. Cuando hace varios años Eduardo nos informó del deceso de Donovan, su leal amigo y compañero, recordó cómo Lord Byron calificó de forma póstuma a su perro Boatswain, “una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y que tuvo todas las virtudes de los hombres y ninguno de sus defectos”. Esta tarde es para ti, Mina, cuyo nombre honra al autor irlandés en el centenario de su ingreso a la inmortalidad. Stoker me enseña cotidianamente que aún en los momentos más adversos la vocación del escritor y la fantasía nos dan fortaleza para emprender todos los viajes.