lunes, 30 de noviembre de 2009

Una segunda oportunidad para Drácula, segunda parte.

Basta por ahora de fantasmas. Volveremos a ellos intermitentemente. Regresemos a la familiaridad de los vampiros. Las circunstancias me lo exigen.
2009 ha sido un año de desilusiones artísticas. El pasado mes de octubre manifesté mi entusiasmo por la secuela de Drácula, obra seminal de mi educación sentimental. La empresa fue asumida por un descendiente del autor, Darce Stoker, y el guionista Ian Holt. Hoy, que leí la tercera parte de la novela, puedo decir que se extinguió por completo cualquier expectativa que pude tener por Drácula, el no muerto (Roca, 2009). Se que no puede juzgarse un texto sin haber completado su lectura. Tampoco pretendo erigirme como el detentor de la verdad y la corrección del tema. Pero si las 177 páginas que devoré son el síntoma del resultado general, el pronóstico es poco alentador. Por ello escribo estas líneas. Como un ejercicio de análisis, enunciaré sus virtudes. Luego sus defectos. Juzguen por sí mismos. Quienes no hayan leído la novela, por favor absténganse. Revelaré detalles esenciales.

Virtudes de Drácula, el no muerto
  1. La premisa de su trama, sustentada en la posibilidad de supervivencia del protagonista y situada 25 años después de la conclusión de la novela original.
  2. Retomar personajes suprimidos en los manuscritos originales de Bram Stoker, como el Inspector Cotford, en quien puede verse una clara influencia de Arthur Conan Doyle y su creación más perdurable.
  3. Una lectura ágil, en gran medida por las expectativas que el relato puede generar entre los seguidores del texto canónico.
  4. Retomar un personaje emblemático y presentarlo a un público juvenil sin memoria. Edward Cullen –con todo y los suspiros que arranca entre las adolescentes- no es, por mucho, una aportación novedosa a la figura vampírica. ¿Alguien sabe por qué brilla como diamante?
  5. Los eventos no presentados en el texto original, como el flechazo amoroso entre los Harker o el primer encuentro entre Jonathan y Jack Seward. Curiosidad morbosa.
Defectos de Drácula, el no muerto
  1. La adición de Erzebeth Báthory. Si bien Bram dejó entrever el vínculo de su villano con el personaje histórico, la referencia es lo suficientemente ambigua para generar interés y propiciar el misterio. La Condesa Sangrienta es, en esencia, un vampiro atormentado y con sed de venganza por su traumático pasado humano. Personalmente me es poco atractivo el vampiro que lamenta su condición. Como asegura Suzy McKee Charnas, el depredador no puede permitirse el remordimiento ni la melancolía. Dacre Stoker e Ian Holt presentan, con lujo de detalle, la vida mortal de la Báthory y la explican como víctima convertida en victimario. El éxito en Drácula radica en que Bram Stoker nunca lo hizo. No sabemos el origen del vampiro, ni necesitamos saberlo.
  2. El estilo fragmentario de la novela original –conformado por cartas, entradas de diario, narraciones periodísticas y grabaciones fonográficas- se ha diluido en una narración lineal con fuerte influencia cinematográfica –con todo y frecuentes flashbacks-, tal vez por su inminente traslación a la pantalla grande. Concedo que tal vez este recurso no hubiera funcionado nuevamente, pero es innegable que fue parte fundamental del efecto de su predecesora.
  3. La interacción entre la realidad y la ficción. El propio Bram Stoker ocupa un papel importante en el relato. También Hamilton Deane –adaptador de la versión teatral de la novela-. Los dos nunca se conocieron, como demuestran Barbara Belford y J. Gordon Melton en sus eruditas investigaciones. La puesta en escena no se produjo hasta 1924 y Bram murió 12 años antes. La novela se desarrolla meses antes de su deceso, periodo en que su salud física y mental estaban severamente minadas. Muchos pueden apelar a la libertad creativa –que es incuestionable- que nos permite jugar con las situaciones y las épocas. Pero si los autores decidieron anclar su relato en personajes y situaciones históricamente verificables, debieron ser precisos e ingeniosos para que los eventos documentados empataran con la propuesta de ficción. Vicente Quirarte usó la posibilidad de que Bram Stoker se encontrara en París con su amigo Oscar Wilde en sus últimos en El fantasma del Hotel Alsace. Yo mismo conjeturé un encuentro entre los padres de Drácula y Sherlock Holmes en El hombre que fue Drácula. En ambos casos los hechos permitían el juego de la imaginación.
  4. La inclusión del caso de Jack el destripador es forzada e innecesaria. Abraham Van Helsing y su equipo de héroes se convierten, 25 años después, en sospechosos potenciales de los asesinatos. Si bien los autores usan a Frederick Abberline –el personaje histórico que codujo la investigación, retomado por Alan Moore en su novela gráfica Desde el infierno-, el vínculo que establece su ficticio pupilo Cotford entre la decapitación de Lucy y las 5 prostitutas mutiladas por el Destripador haría quedar en ridículo al investigador más torpe. Su método deductivo es cuestionable, por agudo y brillante que parezca en la superficie. Mi experiencia laboral me ha enseñado algo del tema.
Lo anterior es lo que llevo hasta el momento. Bien, ahora que desahogué mi pecho y estropeé la ilusión de muchos, completaré mi lectura. Un experto dijo: “aunque el resultado sea malo, quien triunfa es el vampiro”. Completamente cierto. Me aferraré a ello. Sólo algo más…
¿Alguien quiere que le arruine el desenlace del séptimo libro de Harry Potter?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Fantasmas en nuestra lengua.

Ajuar funerario (Páginas de espuma, 2004) es una ingeniosa antología del autor peruano –avecindado en España- Fernando Iwasaki. Contiene casi una centena de minificciones donde la muerte nos convida a un festín de fantasmas, vampiros, monjas antropófagas, grimorios maléficos, y otros monstruos. El relato que abre el volumen, y que reproduzco con el generoso permiso de su autor, no sólo es un estupendo ejemplo de economía narrativa, sino un digno heredero de la tradición del ghost story, ejemplo claro de la universalidad de las creencias en fantasmas y de la calidad de la producción en habla hispana del tema.

Día de difuntos
Fernando Iwasaki

Cuando llegué al tanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.
-Pero mamá, tú estás muerta.
-Tú también, mi niño.
Y nos abrazamos desconsolados.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Ya viene la navidad.

Ahora que escribo sobre fantasmas, evité deliberadamente hablar de Charles Dickens (1812-1870) por dos razones. Primero, la inminente navidad. Después por la enésima adaptación cinematográfica de su obra, Los fantasmas de Scrooge (Robert Zemeckis, 2009), festín de animación por computadora diseñado para llevar a las grandes multitudes a los cines durante las fiestas. El relato que nos ocupa es uno de los primeros que tengo memoria de haber leído y, por tanto, uno de mis más entrañables.
“¡Mil bendiciones reciba su corazón bondadoso, Charles Dickens! Puede considerarse dichoso, pues su libro Canción de Navidad ha hecho más bien, ha alentado más buenos sentimientos y ha hecho nacer más actos positivos de caridad que los que pueden atribuirse a todos los púlpitos y confesionarios en esta Navidad de 1842”. Esto expresó la Cámara de los Comunes de Inglaterra al celebrado autor, y no sólo reflejaba la opinión de la nobleza y los intelectuales, sino la de cientos de lectores que admiraron este relato lleno de ternura, cuya fama se extendió eventualmente por todo el mundo.
A Christmas Carol, a ghost story for Christmas” apareció por vez primera el invierno de 1842, en una hermosa edición de Chapman & Hall con ilustraciones de John Leech, amigo íntimo de Dickens, y de inmediato estrujó el corazón de los lectores. También se convirtió en un éxito.
Era ya una tradición que las familias inglesas se sentaran frente a la chimenea la noche de navidad y leyeran relatos de fantasmas, como una forma de entretenimiento alterno al colorido y candor de las festividades.
La historia es conocida por todos. La ha protagonizado incluso Rico McPato y los Muppets de Jim Henson. Ebenezer Scrooge, anciano comerciante, mezquino, codicioso, disgustado con la vida, es visitado por el fantasma de su antiguo socio Jacob Marley. El espectro le advierte sobre “las pesadas cadenas que arrastra” y le anuncia la visita de tres apariciones más que buscarán redimirle: los fantasmas de las navidades pasada, presente y futura. En compañía de los espíritus, Scrooge rememora varios momentos de su vida y observa la miseria humana que vive y disemina entre sus semejantes, así como sus nefastas consecuencias. Al despertar, Scrooge comprende el verdadero significado de la navidad y se convierte en un hombre bondadoso y ejemplar: dona dinero para los desposeídos, se reconcilia con su sobrino Fred, convierte en su socio a su oprimido empleado Bob Crachit y ayuda para que su pequeño hijo Tim recupere la salud.
“Canción de Navidad” es, en la superficie, un relato de fantasmas. Dickens nos lo advierte en sus primeros párrafos:
La mención del entierro de Marley me hace retroceder al punto de partida. Es indudable que Marley había muerto. Esto debe ser perfectamente comprendido; si no, nada admirable se puede ver en la historia que voy a referir. Si no estuviéramos plenamente convencidos de que el padre de Hamlet murió antes de empezar la representación teatral, no habría en su paseo durante la noche, en medio del vendaval, por las murallas de su ciudad, nada más notable que lo que habría en ver a otro cualquier caballero de mediana edad temerariamente lanzado, después de obscurecer, en un recinto expuesto a los vientos -el cementerio de San Pablo, por ejemplo-, sencillamente para deslumbrar el débil espíritu de su hijo.
El aspecto del fantasma de Jacob Marley –que sin duda tiene en cuenta el caso del Fantasma de Atenodoro- se anticipa a los mejores ejemplos de su tipo:
El mismo rostro, el mismo. Marley con su cigarro, su chaleco de siempre, sus calzones y sus botas; tiesas las borlas de éstas, como su cigarro, como los faldones de su levita, como sus cabellos. La cadena que arrastraba la llevaba sujeta a la cintura. Era larga y se retorcía en torno suyo como una cola, y estaba formada por cajas de caudales, candados, libros mayores, escrituras y pesadas bolsas de acero. Su cuerpo era transparente, de modo que Scrooge podía ver, a través del chaleco, los dos botones de atrás de la levita.
Pero no podemos obviar la intención de su autor: invitar al hombre victoriano, ciego por el mundo material, a recuperar su humanidad y hacer de su vida, como dijo el poeta, una aventura formidable.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Humor y fantasmas.

El autor victoriano que irrumpió con mayor irreverencia en la tradición fantasmal es Oscar Wilde con su popular relato El fantasma de Canterville.
La historia es una mezcla de humor y una crítica al escepticismo de la época, representado en la familia norteamericana que no teme al fantasma de Sir Simon de Canterville, quien durante años ha asolado la aristocrática mansión que acaban de adquirir, aún cuando están enterados que ha causado la muerte de incontables y desafortunados huéspedes.
A pesar de la tenebrosa estampa del espectro, entablan diálogo con él. Los maliciosos gemelos le hacen bromas y toda clase de travesuras. Pero más allá de las situaciones humorísticas y espeluznantes, Wilde exhibe el lado otrora humano del fantasma, una vida solitaria que solo Virginia, la hija de la familia, es capaz de descubrir.
Wilde toma a la familia de mister Hiram B. Otis, primer ministro de América y digno representante de esta pujante nación, orgullosa de sus avances tecnológicos y su falta de respeto por el pasado, para mofarse de las convenciones del Ghost story y los temores ancestrales de Inglaterra. En el proceso obtiene un relato ejemplar en su construcción y a la vez respetuoso de las narraciones espectrales. La parte donde Washington Otis, hijo mayor del matrimonio, borra una sobrenatural mancha de sangre con un moderno líquido limpiador o cuando el ministro sugiere al fantasma engrasar sus cadenas con un producto orgullosamente manufacturado en Estados Unidos, son simplemente soberbias por hilarantes.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Paréntesis sangriento.

Hoy, 20 de noviembre, apareció en la edición del periódico Reforma, dentro del suplemento Primera Fila, un especial sobre vampiros con motivo del estreno de la secuela de Crepúsculo. Un artículo recoge algunos comentarios de su servidor.
Ojalá puedan leerla.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Más fantasmas.

Sigamos hablando de fantasmas.
Uno de los más grandes maestros de la literatura fantástica de todos los tiempos es el irlandés Joseph Sheridan Le Fanu. Contemporáneo de Charles Dickens, es mundialmente famoso por sus novelas de misterio, sus relatos de fantasmas y por ser el autor de Carmilla (1872), esa historia de vampiros que fue modelo e inspiración para otros escritores ampliamente mencionados en este blog.
Le Fanu nació en Dublín el 28 de agosto de 1814. Su padre, capellán de una academia militar, le inculcó una educación estrictamente religiosa. Su posterior trabajo literario puede interpretarse como una reacción ante los dogmas que aprendió en su tierna infancia.
En su juventud estudió en el prestigiado Trinity College, institución que años antes acunara a otro gran maestro, Charles Robert Maturin, y posteriormente a un joven llamado Bram Stoker. En la revista literaria del colegio publicó su primer cuento, El fantasma y el colocahuesos (1838), una fábula irlandesa con matices espectrales sobre un hombre que no conoce el miedo. Este ejercicio fue el primer paso de una carrera ascendente en el mundo de las letras que no sólo le valió una sólida reputación y estabilidad financiera, sino comprar la revista que le vio nacer y acciones de tres importantes periódicos. Entre estos se encontraba el Dublin Evening Mail, donde aparecieron las primeras críticas teatrales del hombre que años más tarde escribiría Drácula. Los inevitables vampiros.
Instalado en la prosperidad, contrajo matrimonio con Susan Bennet y se mudó a una hermosa casa victoriana en una lujosa zona de la ciudad. Pero la tragedia lo embargó con la muerte de su esposa en 1858, convirtiéndolo en un hombre taciturno y retraído que vivió como un ermitaño los últimos años de su vida. Le Fanu escribía en la oscuridad de su hogar, a partir de las dos de la madrugada pues, en sus propias palabras, los poderes oscuros eran más intensos y se abría una puerta en el inconsciente por donde podía percibir la esencia de la maldad. En este último periodo estaba convencido que entidades de ultratumba lo acechaban. Murió de agotamiento el 7 de febrero de 1873. Tenía 58 años.
Si Dickens –de quien hablaré posteriormente- dio los primeros pasos en lo fantasmagórico y M. R. James consolidó el llamado Ghost story, Le Fanu aglutinó los elementos que lo definen. Sus narraciones están ancladas en el contexto de la época, son abundantes en atmósferas opresivas y lo sobrenatural es algo cotidiano, incuestionable. Sus personajes, herederos de la tradición de la narración oral, relatan a atribulados escuchas –con quienes el lector se involucra inevitablemente- su fatal encuentro con la otredad.
Uno de los cuentos del señor Le Fanu que más me impresionío en la juventud es El fantasma de Madame Crowl (1870). Su trama es elemental en el contexto de esta narrativa, pero su resultado es contundente. Una anciana narra los hechos que presenció cuando era una joven sirvienta de la finca de Applewale House. La dueña de la propiedad, Arabella Crowl, era una vieja agonizante que balbuceó incoherencias y profirió gritos escalofriantes hasta que le sobrevino la muerte. Días después, la narradora presenció lo siguiente:
Y lo que vi, ¡Virgen Santa!, fue la aparición de la vieja bruja, adornado con sedas y terciopelos su cuerpo de muerta, sonriendo tontamente, los ojos tan abiertos como platos, y una cara como la del demonio mismo. Había una luz roja que salía de ella igual que un resplandor, como si sus vestidos estuvieran ardiendo. Venía derecho a mí con sus viejas manos sarmentosas engarfiadas lo mismo que si fuera a arañarme, pero pasó de largo, a mi lado, con una ráfaga de aire frío, y la vi llegar a la pared de enfrente, a la rinconera […], y allí en el fondo abrir una puerta y buscar a tientas con las manos algo que tenía que haber […]. Luego se volvió hacia mí, como girando sobre un eje, se puso a hacer visajes y, de repente, ya estaba otra vez toda la habitación a oscuras y yo de pie en el rincón más alejado de la cama.
Espero hayan leído esto en la soledad, con las luces de la habitación apagadas. Ahora miren por encima de su hombro derecho. Tal vez haya una macabra sorpresa.

sábado, 14 de noviembre de 2009

¡Fantasmas!

En este blog prometí hablar no sólo de vampiros y asesinos seriales, sino de otras presencias que acechan nuestras pesadillas. Los fantasmas, de todos estos macabros seres –si puede admitirse el término-, ocupan un lugar importantísimo en las creencias populares de prácticamente todas las culturas. Desde uno de los primeros casos documentados de la historia –el del fantasma de Atenodoro- hasta William Shakespeare y la tragedia isabelina o los populares programas contemporáneos de radio, los fantasmas han cautivado la imaginación de artistas de todas las épocas. Nuestro compatriota Guillermo del Toro, en su grandiosa cinta El espinazo del diablo, nos pregunta ¿qué es un fantasma? La respuesta es clara para todos, de una u otra forma.
La literatura de horror en habla inglesa aportó el llamado Ghost story, respuesta victoriana para enfrentar la angustia derivada del cambio, una forma de anclarse al pasado ante un presente aún no definido, una continuidad entre la vida y la muerte.
En esencia el Ghost story, como nos revela Montague Rhode James, principal artífice de la corriente, “es un tipo particular de relato corto con características únicas”. Las acciones de sus protagonistas fantasmales deben ser el tema central de la historia, por encima de los personajes vivos. Y también advierte “haciendo a un lado a las más grandes obras de la literatura, no hay nada más difícil que producir un cuento de fantasmas de primera clase”.
La historia de fantasmas exitosa, al igual que el relato detectivesco, se logra al utilizar las convenciones del género creativamente. El triunfo llega cuando el autor es capaz de suspender la incredulidad del lector con un enigma, habilidad técnica y capacidad consumada en la descripción de ambientes. El ritmo de la historia debe ser preciso y la energía narrativa estar en completo control del escritor. Los fantasmas más efectivos son los que se presentan gradual e insistentemente, son poco agradables y capaces de producir lo que Michael Sadlier llama “un estremecimiento placentero”.
Prácticamente todos los autores victorianos sucumbieron a la tentación de escribir un relato de fantasmas, pero los de M. R. James brillan entre todos. Como reconoce Louis Vax, “la obra de James da un paso adelante en la creación de relatos de horror, y al contrario de sus predecesores el lector ya ha olfateado la presencia del monstruo e incluso ha intercambiado con él signos de inteligencia. Sólo la víctima –el protagonista del relato- no sospecha nada. La angustia no está en ella, sino en el lector […] Esta técnica le permite a James conservar el suspenso hasta el último instante, en el que el horror se abete brutalmente contra la víctima, que al fin abre los ojos a la realidad”.
Volvamos a la pregunta formulada por Guillermo del Toro, ¿qué es un fantasma? Él mismo responde: “un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez. Un instante de dolor quizá. Algo muerto que parece por momentos vivo aún. Un momento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”. La definición es incuestionable por certera.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Feliz cumpleaños, Plaza Sésamo.

El 10 de noviembre de 1969 se transmitió el primer episodio de Plaza Sésamo, la popular serie de televisión educativa que ha llegado prácticamente a todos los países del orbe. Forma parte de la primera educación sentimental de muchos de nosotros. Más allá de sus virtudes pedagógicas, mercadotécnicas y culturales, constituyó nuestro primer acercamiento hacia lo monstruoso. ¿Quién no recuerda la canción “yo quiero un monstruo que sea mi amigo”, antecedente claro de los videos musicales? ¿O quién no continúa maravillándose con las ocurrencias del monstruo come galletas? El doblaje del entrañable Jorge Arvizu a este voraz ser azul es memorable.
Particularmente, el primer vampiro que conocí y marcó las obsesiones de mi vida adulta fue el Conde Contar, conocido originalmente como The Count en su espléndido doble significado, personaje creado en 1972 e inspirado en el inolvidable Bela Lugosi, como lo demuestran la voz y acento que le proveen en su idioma original.
La semana pasada el popular buscador web Google recordó los primeros 40 años de vida de Plaza Sésamo con gráficos conmemorativos. Reproduzco dos a continuación.
Sólo me resta desearle a Plaza Sésamo un feliz cumpleaños y una larga vida, con mi más sincera gratitud.









lunes, 9 de noviembre de 2009

Aristócratas del vampirismo, primera parte.

Regreso a los vampiros. ¿Qué puedo hacer? Es uno de los temas que más adoro y domino. Además está por estrenarse la secuela de Crepúsculo. Horror verdadero.
Hace poco tiempo reproduje la confesión de George John Haig, el “vampiro de Londres”. Otra figura relacionada con el vampirismo –si bien se aproxima más a la figura del ogro o el legendario Barba azul- es Gilles de Rais (1440-1444), miembro de la guardia personal de Juana de Arco durante la Guerra de los Cien Años y eventualmente nombrado Gran Mariscal de Francia. El actor galo Vincent Cassel le dio vida en la película “La mensajera”, de Luc Besson.
Habiéndose retirado a sus tierras al sudeste de su país tras la ejecución de la Doncella de Orleans en 1431, Gilles de Rais se convirtió en un devoto de la alquimia y la magia negra, creyendo que podría encontrar el secreto de la piedra filosofal en la sangre. Sus experimentos desencadenaron sus brutales instintos, los cuales lo llevaron a asesinar entre 200 y 300 niños durante nueve años de terror. Los infantes eran atraídos hacia su castillo ofreciéndoles comida. Una vez en su poder, los torturaba de las maneras mas atroces, los sodomizaba e incluso mantenía relaciones necrofílicas con los cadáveres. Se dice que muchas veces bebió su sangre. Una leyenda narra que mientras de Rais se deleitaba con sus víctimas infantiles, acompañaba sus monstruosidades con el canto de un coro de niños dispuesto a su servicio.
Las atrocidades del Mariscal no pasaron desapercibidas –Valentine Penrose, en su libro La condesa sangrienta (Siruela, 2001), asegura que de Rais admitió haber asesinado a más de 800 niños-. Confesó sus crímenes y la complicidad de sus sirvientes. Fue juzgado por brujería, satanismo, alquimia y sodomía en el tribunal del obispo de Nantes. Con la anuencia del duque y el mismo Rey de Francia, de Rais fue sentenciado a muerte.
El 24 de octubre de 1440, en la plaza frente al castillo de Bouffay, fue ahorcado y posteriormente arrojado a la hoguera, logrando así la redención divina. Santo remedio.

jueves, 5 de noviembre de 2009

*Programa triple*

El pasado martes, recuperado de las festividades de muertos, presenté la película Nosferatu, sinfonía de horror (F. W. Murnau, 1922), la cual dio inicio al ciclo de cine “Los monstruos llegaron ya”, que organiza la Casa Universitaria del Libro, la Coordinación de Humanidades y la Filmoteca de la UNAM.
Ante un público pequeño pero entusiasta, expuse aspectos que admiro de la mencionada cinta, uno de los especímenes menos apegados a las convenciones del expresionismo alemán y una de las primeras adaptaciones cinematográficas conocidas del Drácula de Bram Stoker.
Todos conocemos el aspecto repulsivo del vampiro Conde Orlock, el cual se aleja diametralmente del fascinante aristócrata transilvano encarnado unos años después por Bela Lugosi. Ese es sólo uno de los aspectos que vuelven inolvidable al filme, un auténtico festín para todo admirador del cine de horror.
Días atrás vi una secuela que esperaba con ansiedad. Se trata de [REC] 2, continuación de la maravilla española [REC] (Paco Plaza y Jaumé Balagueró, 2007), una eficiente y novedosa cinta que, gracias a la piratería, se convirtió en objeto de culto en nuestro país antes de su estreno comercial. Este experimento emplea la movilidad natural de la cámara y actores desconocidos para dotar de verosimilitud periodística a un drama de supervivencia mil veces narrado. Una auténtica maravilla que se disfruta mejor en la pantalla chica pues su formato es el de un reportaje televisivo.
Debo decir que, a diferencia de muchas personas con quien he comentado la película, ésta no me desilusionó del todo. Simplemente no fue lo que esperaba. Contiene los elementos esperados de una segunda parte y algunos momentos inteligentes (los dos relatos paralelos que se unen en un momento), pero el efecto que causó su antecesora se diluyó del todo.
Sobre ambas cintas –Nosferatu y [REC] 2- reproduciré a continuación lo que el periodista Naief Yehya publicó el pasado julio en la edición impresa de Milenio y la crítica que mi buen amigo Rafael Aviña hizo a la secuela española en Primera Fila de Reforma.
Prohibido asustarse.

Una de vampiros.

El genio detrás de Nosferatu
Naief Yehya

En 1922 Friedrich Wilhelm Plumpe terminó su adaptación fílmica de la novela Drácula de Bram Stoker. Los herederos de Stoker demandaron al director germano y las autoridades lo obligaron a destruir todas las copias de la película Nosferatu. De no ser porque sobrevivieron clandestinamente copias pirata, hoy Plumpe, mejor conocido por su nombre artístico F.W. Murnau (dic. 1888-mar. 1931), difícilmente sería parte del panteón de los más grandes directores de todos los tiempos. Esto es irónico si se considera que aparte de Nosferatu, Murnau realizó una filmografía fabulosa.
Si en algún lugar los vampiros han alcanzado la inmortalidad es en el cine; aparecieron por primera vez en The vampire, de Robert G. Vignola, de 1913, y desde entonces son presencias permanentes en la pantalla. Pero entre todas las encarnaciones de estos seres, desde Bela Lugosi en Drácula (Tod Browning, 1931) hasta Robert Pattinson, en Twilight (Catherine Hardwicke, 08), siempre destaca Max Schreck, el aterrador conde Orlock de Nosferatu. Éste es un filme de una enorme importancia, ya que no solamente se trata de una obra maestra en términos estilísticos, técnicos y poéticos, sino que es una cinta visionaria que refleja de manera prodigiosa la Zeitgeist de Alemania tras la Primera Guerra Mundial (un conflicto en el que Murnau combatió como piloto) y anticipa el advenimiento de la “plaga” (Nosferatu puede ser traducido del griego como portador de la plaga) del nazismo. Nosferatu ha logrado eclipsar al resto de la filmografía de uno de los directores más representativos de la era del cine mudo, un autor que se valió de innovadores (y “dramáticos”, como él los llamaba) ángulos de cámara, películas de diferentes colores, cámaras móviles, escenografías alucinantes y una vertiginosa edición para dar forma a un cine expresionista que sería intensamente imitado. Murnau filmaba continuamente en locaciones, las cuales lograba integrar como expresiones del ánimo y carácter de sus personajes.
Kino Internacional ha lanzado una excelente selección de obras de Murnau en un set de seis DVD que incluye El castillo embrujado (1921), Nosferatu (1922), Las finanzas del Gran Duque (1924), La última carcajada (1924), Fausto (1926) y Tartufo, el hipócrita (1926, la única de estas cintas que fue estrenada en México en la década de los veinte). Estos filmes, en versiones restauradas, son un invaluable testimonio del genio de Murnau, de la variedad de registros de su obra, la cual va de la comedia ligera de Las finanzas…, que narra los aprietos del benévolo dictador de la diminuta isla-imperio de Ábaco, hasta el terror espectral de Nosferatu, pasando por La última carcajada, la desoladora historia del portero de un lujoso hotel que pierde su empleo y con esto su vida se desmorona. Esta obra, estelarizada por el legendario Emil Jannings, es en particular notable por el uso de la cámara para presentar el punto de vista del personaje, además de que no emplea intertítulos. Así mismo, aquí Murnau echa mano de una variedad de recursos y estilos, de movimientos de cámaras (paneos, travelings, tracking shots y zooms) hasta entonces poco usados. La última… se aleja un poco del expresionismo que caracteriza la obra de este realizador, ya que se trata de un filme Kammerspiel (cine de cámara), es decir, que tiene un estilo más austero, claustrofóbico y formalmente limitado, además de que aborda una temática social.
El Fausto de Murnau fue una gigantesca producción que le ganó su invitación a Hollywood y es otra joya del cine mudo, que combina elementos del relato tradicional de Fausto con las versiones literarias de Goethe y Marlowe. En ella Jannings aparece como un inquietante Mefistófeles que ofrece a Fausto (el sueco Gosta Eckman) la oportunidad de revivir su juventud a cambio de su alma. Nuevamente aquí el director crea un universo altamente estilizado e irreal, que si bien parece sacado de un cuadro de Pieter Brueghel súbitamente se torna dolorosamente realista. Fausto es un filme sobrecogedor, un intenso torbellino de una belleza espectacular, una obra maestra de la dirección artística, repleta de apariciones fantásticas y momentos de humor que permiten una reflexión seria en torno a la naturaleza del mal: “Si el diablo puede corromper a un solo hombre, Fausto, entonces toda la tierra será suya”.
La adaptación del Tartufo, de Molière, filmada por Murnau, sigue la fórmula del filme dentro de un filme, de manera que la historia se sitúa en los años veinte. El ama de llaves de un anciano logra convencerlo de dejarle toda su fortuna y despojar a su nieto. Este último se hace pasar por proyeccionista itinerante de cine, con lo que convence a la desconfiada ama de llaves de dejarlo entrar a la casa del abuelo. El filme que elige para mostrarle es precisamente el Tartufo. Éste es otro filme de cámara, íntimo, con pocos personajes y, sin duda, narrativamente menos complejo que sus obras más conocidas, sin embargo es una notable muestra de su talento como director de actores y su genio en el uso del close up. Esto ha hecho que se le considere un filme menor. Murnau dirigió esta película a petición de Jannings, quien interpreta el papel del hipócrita del título. Lo que es admirable es que entre el director y su guionista, Carl Meyer, lograron traducir el humor en alejandrinos de Molière a imágenes, chistes visuales, humor físico, gestos en close up extremo y otros recursos.
Murnau murió precozmente a los 43 años. Es conveniente regresar a sus películas, a sus obras de arte para redescubrir a un cineasta que erróneamente creíamos conocer.

Una de zombis y poseídos.

Aún grabando
Rafael Aviña

[REC] (2007) se convirtió de inmediato en una película de culto, generando no sólo un remake estadounidense (Cuarentena, 2008), sino una insólita continuación que arranca minutos después del desenlace de la película original, y cuya oferta argumental aporta un nuevo giro a la trama primigenia.
[REC] 2 (España, 2009), dirigida también por Jaume Balagueró y Paco Plaza, suma un nuevo tanto a esa atractiva corriente de nuevo cine de horror ibérico impulsada desde la década pasada y a la que pertenecen Alejandro Amenábar, Alex de la Iglesia, Nacho Cerda, Juan Antonio Bayona o Nacho Vigalondo, entre otros.
El tono de horror y suspenso costumbrista centrado en un variopinto grupo de inquilinos de un viejo edificio barcelonés, una reportera de televisión conductora de un programa nocturno en vivo (Manuela Velasco) y un equipo de bomberos a los que la cámara sigue en una noche de rutina, desaparece en esta continuación.
El claustrofóbico escenario que albergaba una trama de zombis hambrientos y enloquecidos, muy en deuda con Exterminio (Boyle, 2002), La noche de los muertos vivientes (Romero, 1968), secuelas y homenajes, se trastoca en [REC] 2 en un literal reducto del infierno, más bien emparentado al cine de posesiones satánicas como El exorcista (Friedkin, 1973).
Es decir: aquí la infección viral transmitida por fluidos y sangre, cual metáfora del Sida, adquiere un carácter religioso bastante inquietante. A ello, se suma un estilo visual ultramoderno y un montaje frenético a partir de diversos puntos de vista que ofrecen todo tipo de cámaras digitales, ya sea aquellas que porta un equipo especial de la policía, la cámara misma de la reportera, o la handycam que un grupo de adolescentes introduce en el lugar irresponsablemente.
A pesar de algunos momentos en verdad espeluznantes, en el que caben niños, coplas españolas, sacerdotes y pasadizos, [REC] 2 se distrae con escenas shock, algunos sustos muy burdos, ciertos problemas para unir sus subtramas y otorgarle credibilidad al tema demoniaco. A todo ello se suma un humor involuntario que se desprende del maquillaje, y, sobre todo, de los modismos locales. “Tíos”, “gilipollas”, “coño”, “puñeteros”, “hostias”... y más.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Altar de muertos.

El 20 de diciembre de 2005 fue encontrado sin vida mi querido amigo y maestro José Roberto Hill del Rivero, uno de los más talentosos actores de su generación. Una pérdida sin sentido, irreparable. Su hermano de elección Manuel Núñez Nava, poeta, también maestro, siempre amigo, le alcanzó el 24 de noviembre de 2008. El día después del deceso de José Roberto, Manuel le escribió lo que a continuación reproduzco. Un testimonio al lazo que siempre nos unirá en el Día de Muertos.

Feliz no cumpleaños, José Roberto Hill.
Manuel Núñez Nava

Alguien en el radio dice que moriste asesinado en circunstancias violentas que no se han podido precisar, anoche, en tu domicilio, mientras yo, ausente, dormía cobijado y seguro. Como una picadura de alacrán, como algo que al principio casi ni se siente, el estupor me invade y entorpece lentamente.

¿Cómo articular una palabra?
¿Cómo hilar un pensamiento?
¿Cómo imaginar siquiera semejante cosa?

Tú eres noble y manso y tu sonrisa siempre es limpia. (Yo canto tu gracia, tu eterna jovialidad, tu discreto donaire. Yo digo aquí y ahora que eres gallardo y gentil y que hablas como se debe hablar, como poeta.) Eres el varón bienaventurado que no anduvo en consejo de malos ni en silla de escarnecedores se sentó. Tú eres un dulce hermano, un alma buena, un espíritu amable, un ser para el placer, una fuente de luz.

(¿Y esta rabia sin adjetivos? ¿Y este dolor que taladra ferozmente las sienes como algo inaudible? Siento en pleno rostro la contundencia del golpe que te aturde. Siento tu asombro, tu impotencia. Me paraliza tu terror. Me muero de tu asfixia. ¿Por qué nadie hace nada? ¿Por qué no se detiene el mundo entero a llorar, a maldecir, a exigir castigo para ese hijo de malamadre que anda vivo por ahí?)

Tú penetraste el secreto. No estás ahora en otra parte, estás aquí y sonríes, transfigurado. Hermano, la muerte no existe. Aprendiste esto cuando tu único deseo fue mostrarle a tu hermano que él jamás te hirió. Él cree que tiene las manos manchadas de tu sangre, y, por lo tanto, que está condenado. Mas se te ha concedido poder mostrarle, mediante tu curación, que su culpabilidad no es sino la trama de un sueño absurdo.

La muerte no existe. Lo único que existe es la vida y la función de la vida no puede ser morir. Tiene que ser la extensión de la vida, para que sea eternamente una para siempre y sin final.

El odio es algo concreto. Tiene que tener un blanco. Tiene que percibir un enemigo de tal forma que éste se pueda tocar, ver, oír y finalmente matar. Cuando el odio se posa sobre algo, exige su muerte tan inequívocamente como la Voz de Dios proclama que la muerte no existe. El miedo es insaciable y consume todo cuanto sus ojos contemplan, y al verse a sí mismo en todo, se siente impulsado a volverse contra sí mismo y destruirse.

Quien ve a un hermano como un cuerpo lo ve como el símbolo del miedo. Y lo atacará, pues lo que contempla es su propio miedo proyectado fuera de sí mismo, listo para atacar, y pidiendo a gritos volver a unirse a él otra vez. No subestimes la intensidad de la furia que puede producir el miedo que ha sido proyectado. Chilla de rabia y da zarpazos en el aire deseando frenéticamente echarle mano a su hacedor y devorarlo. Pero la muerte no existe. El Hijo de Dios es libre.

Para celebrar el Día de Muertos 2.

Bernardo Couto Castillo (1879?-1901) fue el escritor maldito del modernismo mexicano. Por una ocurrencia suya nació la tan famosa Revista Moderna. Murió a los 22 años, consumido por el alcohol, las drogas, las noches disipadas. Su obra completa fue publicada en el 2001 por la Factoría Ediciones, en su serie La Serpiente Emplumada, de donde se recoge este cuento.

LA ALEGRÍA DE LA MUERTE
Bernardo Couto Castillo
Para Jesús E. Valenzuela.



Nuestra Señora la Muerte sentíase profundamente malhumorada. Durante toda la noche había errado de un lado a otro del cementerio, paseando su manto blanco a lo largo de las avenidas, haciendo chocar los huesos de sus manos y mirando con sus miradas profundas y sin expresión las blancas filas de sepulturas. Se detenía ante los túmulos suntuosos, plegando sus labios secos con macábrico gesto, y los observaba sintiéndose llena de satisfacción al considerarse la dueña de todo lo creado, la soberna derramadora de lágrimas, el terror del pobre mundo, la grande, la Todopoderosa.
A lo lejos, de la ciudad se levantaba luminosa polvareda; la malhumorada la veía fríamente, preguntándose si todos cuantos la habitaban podrían fácilmente caber en su tenebroso dominio, y extendía su vista sobre los campos, pensando en reemplazar trigos y árboles por desnudas o labradas piedras y en apagar con paletadas de tierra el brillo de la ciudad.
Al amanecer se pudo en marcha, razonando silenciosa. Su descontento era en verdad bien grande: desde arriba no la ayudaban; los tiempos eran malos hasta el exceso; durante todo el año ninguna epidemia, ninguna guerra, ninguna de esas matanzas en grande que la regocijaban, llenándola de trabajo y librándola del roedor fastidio. Para alimentar a sus gusanos, pobres y débiles criaturas confiadas a su cuidado, para nutrir la voraz tierra, había tenido que ir de un lugar a otro, acechando, sitiando, poniendo el revólver o el veneno en las manos de los cansados, afligiendo madres, viéndose obligada a ahogar las súplicas y a apartar bruscamente los brazos defensores de las vidas queridas.
En su irritación, se proponía trabajar duro y poblar toda una avenida del camposanto, que en sus nocturnos paseos le disgustaba por hallarse virgen de despojos humanos.
En la primera casa que acertó a distinguir, penetró fieramente como Señora y Reina, encontrándose a un anciano, lo que la llenó de despecho, aumentando su criminal impaciencia y su fastidio. Los cabellos blancos le hacen pensar en la nieve y el frío de sus cementerios. Las arrugas, los rostros ajados, le recuerdan su existencia, vieja ya como el mundo. Ella busca, sobre todo, los rostros jóvenes, los cuerpos fuertes, los seres que harán falta, y sobre los que el llanto dejará su humedad.
El anciano sintió que en él pasaba algo de anormal; su cabeza y sus miembros se entorpecían, sus pies se enfriaban, se turbaba su vista y un inmenso terror le invadía; alarmado, pidió a gritos el auxilio de un médico. La Muerte, exasperada, ahogó el grito, rompió el hilo que a la vida lo sujetara y se alejó impávida.
-Decididamente –se decía al salir-, soy demasiado buena y por lo mismo demasiado estúpida. ¡Llevarme a un viejo que en unos meses más tarde hubiera ido por sí solo, librarlo de una vida que solo era un peso, un constante temblor, una ruina!... no, decididamente he sido demasiado buena a es preciso vengar mi torpeza.
Caminando, llamó su atención un poco más lejos, una casa en la que todo parecía sonreír; las hay así, casas que parecen rostros amables, con sus rejas recién pintadas, sus cortinas de colores muy claros, y sus enredaderas en los que hay prendidos ramilletes de flores; casas que detienen al transeúnte para hacerlo envidioso. “Bonito nido –murmuró la visitante- ya lo veremos dentro de una hora”, y haciendo chocar los huesos de sus manos, se entró recta hasta un cuarto en cuyo fondo, y elevado como un trono, aparecía el lecho.
La esposa dormía. La Muerte tocó sus brazos desnudos, haciéndola estremecer de frío, oprimió ligeramente el cuello para procurar un poco de ansiedad, le dio tiempo para llamar, vio con placer que todo el mundo se alarmaba, rió de las carreras, de los frascos traídos, prolongó sus frías caricias e hizo profunda reverencia acompañada de horrible mueca al médico que precipitadamente entraba. Volvió a oprimir con más fuerza, acercó su boca infecta para aspirar el aliento de su víctima, paseó sus dedos ásperos por el hermoso cuerpo, le estrujó el corazón, y cuando, después de haber jugado con esa vida como juega el gato con el ratón, se hubo cansado, la sacudió y alejó impasible, sonriendo al coro de lamentos que tras sí dejaba. Fue luego una larga sucesión de asesinatos; por donde quiera que pasaba, dejaba ventanas cerradas, casas donde las abandonadas se miraban con huraños ojos sin atreverse a hablar, largas letanías de rezos entrecortadas por sollozos- A las cuatro de la tarde, algo atormentada por tanto llorar, se introdujo en el cuarto de uno que la llamaba.
Ahí fue recibida como una Redentora; los dedos fríos, largos y duros como tenazas, parecieron suaves y blandos; el rostro ajado, el gesto espantoso, tomaron las formas de un rostro joven y piadoso, llegando como una amada a imprimir el beso sagrado; el manto húmedo, el sudario medio desgarrado, pareció ligera gasa velando un cuerpo muchas veces soñado y deseado en todas las horas de desfallecimiento.
Las bendiciones que allí recibió, de nuevo la disgustaron, y cuando buscaba a quién llevar consigo una vez más, tropezó con un médico.
¡Ah! ¡Señor Doctor! ¡Apresurados vamos!, sin duda será para arrebatarme algún pensionario. Vuestra ciencia es tan grande, prodigáis tanto la salud y la vida, que yo, pobre Muerte, necesito de vos. Y diciendo esto, maltrataba al sabio, que muy ocupado con la muerte de los otros, apenas si se ocupaba de la suya: con precipitación penetró a una botica, pidió agua y polvos, pero cuando se disponía a usarlos, la disgustada dueña del cementerio le ahogó de un seco y formidable manotazo.
En la noche, antes de volver a su dominio, una gran iluminación la atrajo y lentamente entró a un circo. Como a buen tirano, el goce de los otros la ofendía, le estorbaba, pareciéndole que de algo la despojaban; las luces, el brillo de los colores, la orquesta, la pusieron fuera de sí; consolóse, sin embargo, pensando que todos, absolutamente todos, le pertenecían; lo mismo los alegres que los fastidiados, los inteligentes que los estúpidos; los poderosos que los miserables; todos eran carne que engordaría a sus gusanos; con sólo extender su mano o dar fuerza a sus soplo, interrumpiría la risa y evitaría el aplauso, sin que nadie, absolutamente nadie, pudiera librarse de su yugo. “Adiós, pues, rostros jóvenes, rostros hermosos, corazones inflamados y seres que esperáis la ventura; ninguno de vosotros pensáis que sois míos; reflexionáis, os movéis, hacéis ruido, y vuestra vanidad, inflándose inmediatamente, os hace creeros libres y dueños de vosotros mismos: ¡ah!”
“¡Ah!, ¡pobres locos!, yo sola soy vuestro dueño; me pertenecéis desde el principio de los siglos y me perteneceréis hasta que mis huesos se rompen bajo las ruinas del Universo. Reíd, reíd, haced los movimientos que en mí causan espanto; el hilo de vuestra vida, pobres fantoches, está en mis manos; reíd, representad vuestra comedia hasta que el sostén se rompa y os deje caer sobre el tablado frío, enlutado escenario de silenciosa tragedia, que será el ataúd”.
Vino a interrumpirla en su amenazante monólogo la aparición de un payaso blanco como ella; hacía gestos irónicos parodiando el dolor de una pasión no correspondida; en su ancho traje de seda ostentaba, delicadamente bordadas, inmensas calaveras llorando por sus órbitas vacías. “¡Hola! –exclamó la fúnebre espectadora_, ¡hola!, conmigo juegas y el dolor parodias, amiguito mío; yo contendré tus risas y te haré no reír del dolor”, y saliendo fue derecho a la casa del clown.
“Bebé”, el niño que alegraba el hogar con lo sonoro de sus risas y la constante movilidad de su pequeño cuerpo, dormía descansando de sus innumerables carreras y su eterno charlar. Sobre su rostro caía el resplandor de una lámpara azul. “Bebé” dormía risueño, los diminutos puños cerrados y el aire satisfecho.
La criminal se detuvo un momento; aunque no quería confesárselo, sentía debilidad, algo así como un remordimiento de arrebatar un ángel tan hermoso, de cambiar sus facciones nunca quietas por las inalterables líneas, y su constante bullicio por el más completo silencio. Pensó en los besos y en las caricias que diariamente debía recibir, en las carcajadas que el padre tenía que arrancar a su humor no siempre riente, para rodear de cuidados al niño, y casi estuvo por retirarse. Su debilidad la detuvo; llevó un dedo a su frente y miró de nuevo al niño: “Vamos –se dijo-, ¿es que por casualidad me volveré compasiva? No, mi honor no lo permite”, y comenzó la obra.
Ésta, que al parecer era sencilla, no lo fue tanto. La madre abrazaba al niño, lo defendía, lo resguardaba, lo cubría son su cuerpo para evitar los abrazos de la cruel.
Cuando sentía que los pequeños miembros se helaban, ella les daba su calor y cuando la respiración era difícil, ella le daba su propio aliento.
Fueron horas de ansiedad; a veces los dedos fríos tocaban la piel fina, pero la madre removía a la criatura haciendo circular la sangre, y la vida volvía lenta, los pequeños ojos se abrían, la cabeza pálida encerrada en su marco de cabellos rubios, recobraba la vida, hasta que algunos minutos después los dedos tocaban de nuevo, y el frío volvía y la palidez era más grande.
La lucha duró varias horas, la madre no se cansaba nunca y la muerte se indignaba. Hubo un momento en que pensó llevarse también a la defensora, pero entonces no habría dolor y el triunfo no sería completo.
Al fin venció, cuando la madre se apartó un momento dejando al descubierto el cuerpecito.
El honor de la Muerte, estúpido como el honor de los hombres, había dado muerte a “Bebé”.
Al día siguiente, sus víctimas llegaron una después de otra. Ella las recibía ceremoniosamente, les rendía todos los honores, aceleraba a los sepultureros, hacía remover la tierra y sonar las campanas. Vino el ataúd de la desposada, cubierto de flores llenas de frescura y de vida: ironía propia de todo funeral. Vino el niño en su caja pequeña, blanca y acolchonada como un lecho; vinieron el viejo y el joven y los otros, siendo colocados a pequeñas distancias, en la avenida, un día antes desierta y llena ahora de flores. Vinieron los dolientes, rostros afligidos y sinceros, rostros indiferentes o imbéciles, rostros de ocasión, como los trajes que llevaban, como las palabras que decían. Las cajas desaparecieron, las flores murieron bajo las paletadas de tierra, las lágrimas se secaron, y de nuevo, sólo hubo silencio.
Esa noche, la Luna brilló con todo su esplendor. Cerca del cementerio los perros ladraban; a lo lejos, la ciudad mostraba sus millares de puntos luminosos brillando como estrellas en cielo oscuro, y el viento mecían las ramas que dan sombra a los lechos donde nunca llega el calor. La Muerte se paseó a lo largo de las tubas; abría las recién cubiertas y se alegraba viendo el cuerpo puro, el cuerpo joven de la desposada que un día antes dormía sobre brazos amados, amarillento, con manchas azuladas, siendo pasto de los gusanos, y observaba atenta los lugares donde más abundaban, animándolos en su obra iba al niño, desbarataba los cabellos que caían a lo largo de la cara color de cera, palpaba las manecitas que antes removieran todo; meneaba los cuerpos, se embriagaba en su olor, e indiferente se alejaba, acosada otra vez por el soberano fastidio.
Pero su gran satisfacción, su mayor goce, era pensar que si todos le pertenecían en cuerpo, por completo le pertenecían un mes, un año, dos años después, cuando el olvido los hubiera borrado de la memoria de los hombres. La muerte se retiró; su día no era del todo malo.