viernes, 22 de febrero de 2013

Follow the killer


Los expertos coinciden en que The Following (aún sin título en español), teleserie anoche estrenada en México, es la gran sorpresa de la temporada. El crítico Álvaro Cueva asegura “The Following es, para 2013, lo que C.S.I. para 2000, lo que 24 para 2001, lo que Criminal Minds para 2005, lo que Dexter para 2006. Es un punto y aparte, un antes y un después”. Y su entusiasmo es comprensible. Es un programa que promete. No sólo por ser un homenaje declarado a la imaginación de Edgar Allan Poe, sino porque es un retrato contemporáneo de la popularidad que pueden llegar a alcanzar sujetos desquiciados gracias a los medios de comunicación y la tecnología. En el año 2004 Joe Carroll (James Purefoy) era un respetable profesor de literatura norteamericana especializado en el período romántico, que tenía un especial aprecio por los significados de la obra de Poe. Tras descalabros editoriales, llevó su fascinación a terrenos torcidos, asesinando brutalmente a 14 jovencitas. Ryan Hardy (Kevin Bacon), agente especial del FBI a cargo de la investigación, lo detuvo a punto que matara a su quinceava víctima, a un precio muy alto. Años después, en nuestra época, Carroll aguarda su ejecución en una penitenciaría del Estado de Virginia. Logra escapar e inmediatamente inicia una cacería humana a la que el investigador, caído en desgracia, es convocado por su experticia. Las autoridades protegen a su fallida última presa (Maggie Grace) y a su ex esposa (Natalie Zea), con resultados nefastos que sólo significan el inicio de algo peor: durante su reclusión, Carroll tuvo acceso a una computadora con Internet donde, carismático y seductor, obtuvo una horda de seguidores devotos de su “trabajo” gracias a las redes sociales. Es el Charles Manson de la era del Twitter y el Facebook. Hardy se ve obligado a enfrentar la tormenta por venir. El propio villano reconoce su importancia y atractivo en la trama: “es un héroe trágico, imperfecto, destrozado, en busca de redención”. Ese es el atractivo y credibilidad de Kevin Bacon, que retrata muy bien a un personaje atormentado, desencantado de la vida, digno continuador de los personajes creados por otros notables herederos de Poe, como Dashiell Hammett o Raymond Chandler.
La serie creada por Kevin Williamson –autor de los guiones de la serie de películas Scream, de esa curiosidad titulada Aulas peligrosas (The Faculty, Robert Rodríguez, 1998), de la divertida La maldición (Cursed, Wes Craven, 2005) o de series juveniles como Dawson's Creek, The vampire diaries o The Secret Circle- es una propuesta inteligente y lóbrega, siempre inquietante, que debemos atender. Según he leído, su temporada constará de 15 episodios. Por lo pronto ya quiero que llegue el segundo. 

Réquiem para Joaquín Cordero


El pasado martes 19 de febrero de 2013 dejó de respirar Joaquín Cordero Aurrecoechea, un actor al que siempre guardaré un especial cariño. Tenía 80 años de edad. Lo conocí en El libro de piedra (1968), la ya clásica cinta de Carlos Enrique Taboada. Con gran dignidad daba vida a Eugenio Ruvalcaba, el atribulado padre de una niña que conocía de frente a la otredad. Su interpretación, segura y creíble, daba gran dignidad a temas poco respetados por muchos: el horror y la fantasía. A pesar que en su amplia carrera en cine y televisión recorrió todos los géneros, de la comedia romántica al drama, del cine de luchadores al melodrama familiar, siempre lo recordaremos por sus apariciones en cintas que conocimos en la infancia y significaron nuestras primeras aproximaciones a estos territorios. A la anterior sumo Orlak, el infierno de Frankenstein (Rafael Baledón, 1960), El monstruo de los volcanes (Jaime Salvador, 1963), El Museo del horror (Rafael Baledón, 1964), Cien gritos de terror (Ramón Obón, 1965), Doctor Satán y la magia negra (Miguel Morayta, 1966) y por supuesto, una de sus más entrañables, La loba (Rafael Baledón, 1965). Sobre esta última hablaré abundantemente el un futuro no lejano.
Fue despedido tanto por sus pares actores como por figuras del mundo intelectual. Fue más que justo que su cuerpo se homenajeara en el Palacio de Bellas Artes, señal de su importancia y trascendencia. Rafael Tovar y de Teresa, actual Director del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, le dirigió unas palabras de despedida que nos dan una idea de su dimensión:
Hoy, Joaquín Cordero se reúne con Alma, su esposa durante sesenta y dos años. Joaquín, en vida, decía que mucho de lo que hizo en la actuación se lo debe a la gente, y así lo vimos todos en las pantallas de los cines y en la televisión o en los escenarios, haciendo su tarea actoral, consolidando año con año una carrera que afortunadamente fue de muchas décadas y dejó testimonios que nunca se olvidarán.
Joaquín Cordero tuvo la oportunidad de encarnar muchos personajes emblemáticos que identifican a nuestro cine. Lo mismo fue el médico citadino que regresa a su pueblo natal a luchar contra las costumbres salvajes en 'El río y la muerte', de Luis Buñuel, o el pendenciero de rancho en 'Yo soy gallo donde quiera'; fue sacerdote, entrenador deportivo, ranchero y abogado. Todo lo encarnó porque para un actor no hay nada imposible. Lo mismo fue el boxeador Lalo Gallardo, el amigo de Pepe el 'Toro', con quien encontró la amistad y fue fiel a sus principios, que muere en el ring a manos de su mejor amigo en la cinta que forma parte de la identidad e historia de México.
Cordero representa al actor versátil, dedicado, confiable dueño del personaje, al que le daba cuerpo de su cuerpo, pero también representa al hombre de los compromisos, inquebrantable con su profesión y su familia. La herencia que nos deja es muy grande y será más grande con el tiempo. Descanse en paz.

jueves, 21 de febrero de 2013

Una llorona que sí asusta


Dejaré de hablar, por ahora, de Gein, Bloch e Hitchcocock. Regreso a horrores mejores, esos que se quedan en la narración oral, en las páginas de un libro o son exorcizados al presionar la tecla de un control remoto. Estrenada el mismo día que Hitchcock (Sacha Gervais, 2012), Mamá (Andrés Muschietti, 2013) sigue en cartelera. Esto es fácil de comprender porque, como dije antes, es una película con la capacidad de arrastrar a los grandes públicos al cine y asustarlos. Ese viernes 1 de febrero, mi amigo Rafael Aviña publicó –como es regular- su opinión sobre ella, aparecida en la sección Primera Fila del diario Reforma.
***
Una llorona que sí asusta
Rafael Aviña

El impresionante éxito de Mamá (España-Canadá, 2013), que se colocó en el primer lugar de taquilla en su estreno en Estados Unidos, se debe en buena medida a la magnética presencia de Jessica Chastain, una guapa actriz capaz de desenvolverse con eficacia en cualquier terreno.
Pero, sobre todo, el éxito se debe a la destreza del debutante cineasta argentino Andrés Muschietti para construir un relato de horror sobrenatural a la antigua, con varios y logrados momentos de tensión que provocan sustos y emociones encontradas en el espectador a partir de un tópico en apariencia inofensivo: el amor maternal.
Un corto de 3 minutos del mismo nombre, rodado en una vieja casona de Barcelona en 2008, fue motivo para emocionar a ese generoso cinéfilo que es Guillermo del Toro, quien como productor ejecutivo ha sido capaz de trasladar sus obsesiones y universos a una micro historia inquietante y terrorífica que carecía de explicación alguna.
Las presencias sobrenaturales del pasado, los seres fantasmagóricos que vagan sin descanso, las amenazas que acechan en las tinieblas y protegen a los menores de edad –en particular las polillas- y las pulsiones de venganza caben aquí.  
A una historia confusa y desarticulada que tiene problemas severos para integrar a los hombres adultos (los motivos del padre no son claros, el tío aparece y desaparece como en las telenovelas, el personaje del psiquiatra pierde fuerza y consistencia), se contraponen varios elementos.
Destaca el trabajo atmosférico, ominoso y perturbador, una eficaz inventiva visual –el ente de Mamá es fascinante-, un diseño sonoro y de producción poderoso y, en especial, una muy lograda labor histriónica de Chastain, una rockera dark que debe hacerse cargo de dos niñas que han vivido abandonadas en un estado semi salvaje por cinco años luego de la muerte violenta de sus padres (las pequeñas Charpentiere Isabelle Nélisse, estupendas).
Lo que inicia como una perversa reelaboración de los cuentos de hadas fantásticos, termina por convertirse en una suerte de oblicua puesta al día del tema de La Llorona.
En este caso, la historia de una joven del siglo 19 a la que le intentan arrancar a su bebé, mismo que pierde en una situación trágica y violenta, lo que da pie a una hipnótica escena onírica y a escenas escalofriantes. Mamá es una película muy entretenida que lanza a un director que promete.

Infame legado


“El bien no hace gran literatura”, afirma mi amigo Vicente Quirarte. Los ejemplos de esto abundan. Pero lo podemos comprobar cotidianamente en los kioscos de periódicos, donde los peatones interrumpen el camino a sus labores para observar, algunos cautivados y otros con repulsión, la primera plana de los tabloides sensacionalistas que muestran el homicidio más brutal de la jornada. Curiosamente, la contraportada suele exhibir a una mujer voluptuosa en un breve atuendo. Eros y Thanatos, las dos pulsiones más elementales del ser humano. Desde los inicios del siglo pasado, una forma literaria ha retomado las oscuras  de acciones de los individuos convertirse en algo que ya es conocido como True crime, o crímenes verdaderos, donde el autor –en muchas ocasiones un periodista, en otras alguien relacionado con el medio legal- hace un recuento detallado de las atrocidades cometidas por alguien, desde un enfoque estrictamente objetivo, sin juicios ni emotividades. Estas investigaciones llegan a madurar en novelas verdaderamente memorables, como la novela A sangre fría (1966) de Truman Capote, libro que inaugura la llamada non-fiction novel y una de las obras fundamentales de la literatura norteamericana del siglo XX. Describe el terrible asesinato de la familia Clutter en la pacífica comunidad de  Holcomb, Kansas, ocurrido el 15 de noviembre de 1959, a manos de Richard Hickock y Perry Smith. He aquí una pregunta inquietante: ¿tuvo que morir violentamente una familia para que un escritor creara una obra maestra?
La muy reciente película Hitchcock (Sacha Gervais, 2012) propone un cuestionamiento similar. Su guión, escrito por John McLaughlin, parte del libro Alfred Hitchcock and the Making of Psycho de Stephen Rebello, y como tal tiene el acierto de comenzar la mañana del 16 de mayo de 1944 en una granja en el poblado de Plainfield, Wisconsin, donde los hermanos Henry y Edward Gein queman maleza en su propiedad. Súbitamente, cual Caín, Ed golpea mortalmente en la cabeza a su hermano con su pala. La cámara hace un travelling donde Alfred Hitchcock (Anthony Hopkins), como en su programa televisivo, nos saluda cordialmente e introduce la historia mientras bebe con delicadeza una taza de té, como todo buen británico. Aunque no se tiene plena certeza de ello y la Policía calificó el hecho como un accidente, suele atribuirse a Ed el homicidio del mayor de los Gein como el inicio de su breve carrera homicida. Y dice el cineasta “agradezcamos la credulidad de la Policía de Plainfield. Pues si hubieran detenido a Ed por el crimen, no tendríamos nuestra película”. Naturalmente habla de Psicosis (1960), pero también de sus cimientos, la novela homónima de Robert Bloch –otrora discípulo de Howard Phillips Lovecraft- y profundamente inspirada en la carrera criminal de Gein, un caso escandaloso que estremeció a la sociedad de su época. No por su número comprobado de víctimas –dos-, que es ínfimo en comparación a otros notables asesinos, sino por lo que representó. Nadie pensaba que en una pacífica comunidad rural, en el idílico Estados Unidos de los años cincuenta, pudieran producirse tales horrores. El guionista Robin Wood lo calificó como “el sueño americano convertido en pesadilla”.
Mucho se ha escrito sobre Gein, en la realidad y la ficción. Uno de los mejores estudios que se ha hecho sobre él lo debemos a Harold Schetcher titulado Deviant, the shocking trae story of Ed Gein, the original Psycho:
Pero el evento que verdaderamente inmortalizó a Eddie fue, por supuesto, su aparición en 1960 en el consumado filme de terror Psicosis, basado en la novela que Robert Bloch modeló a partir de materiales del caso Gein. Aunque no hay indicaciones  de que Eddie haya visto –o incluso sabido de- la adaptación cinematográfica que sus crímenes inspiraron, la película de Hitchcock lo transformó de una leyenda local hasta una imperecedera parte de la mitología popular norteamericana. […] Eddie Gein se había convertido en el “verdadero Norman Bates”.  
Su figura fue modelo de otras notables creaciones, desde el asesino Leatherface de La masacre de Texas (Tobe Hooper, 1974), el necrófilo Ezra Cobb (Roberts Blossom) de la cinta Deranged: The confessions of a necrophile (lan Ormsby y Jeff Gillen, 1974) o el sastre homicida James Gumb en la novela El silencio de los corderos de Thomas Harris. Físicamente Gein, quien alegó demencia por sus crímenes y fue confinado en una institución psiquiátrica, murió por una insuficiencia respiratoria el 26 de julio de 1984 a la edad de 77 años.  No sólo se salió con la suya, obtuvo una infame forma de inmortalidad.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Sueños nacionales


Horror a la americana (2)


Ayer terminó la segunda temporada de la teleserie American horror story, creación de Ryan Murphy y Brad Falchuk, subtitulada Asylum por su terrible nueva locación. Y confieso que tengo sentimientos encontrados sobre el desenlace. Sobre su antecesora, que disfruté sobremanera, escribí hace unos meses. Por ello las comparaciones son inevitables. La primera, en mayor medida, tenía una clara influencia de la literatura gótica, sobre todo por su escenario, la terrible Mansión Montgomery, un edificio con una horrible memoria, epicentro perfecto para una historia sobre almas torturadas, vivas y muertas. La segunda no escapa de esta tradición, sobre todo si recordamos los pasajes en que vivió en un manicomio el protagonista de Melmoth, el errabundo (Charles Maturin, 1820). Ahora el relato se sitúa en el ficticio Hospital Psiquiátrico Briarcliff, y se desarrolla entre la época actual y el año 1964, con personajes completamente nuevos y sin vínculo alguno con los que conocimos la temporada anterior. No así ocurrió con sus actores, repitiendo su participación –en el rol estelar- la laureada Jessica Lange, ahora como la malvada Hermana Jude, una recalcitrante y sádica monja llena de prejuicios, con doble moral y un pasado tormentoso.
La idea parecía prometedora, pero el programa perdió su rumbo en algún momento. Si algunos se quejaron del exceso de personajes de la temporada anterior, aquí vemos una variopinta galería que va desde un psiquiatra progresista con aficiones homicidas (Zachary Quinto, Chad Warwick de la primera temporada de la serie, que encarna al Dr. Oliver Thredson), una ambiciosa reportera homosexual (Sarah Paulson, Billie Dean Howard en de la primera temporada, como Lana Winters), un criminal de guerra nazi (James Cromwell en el papel del Dr. Arthur Arden, maravilloso), un joven culpado de un crimen que no cometió (Evan Peters, Tate Langdon de la primera temporada, como Kit Walker), un alto jerarca de la Iglesia local protector de monstruos (Joseph Fiennes como el Monseñor Timothy Howard), una bondadosa monja poseída por el Diablo (Lily Rabe, la perturbada señora Montgomery en la temporada pasada, es la Hermana Mary Eunice, sin duda una de las mejores aportaciones de la serie), y los exquisitos huéspedes de Briarcliff (Chloë Sevigny como la ninfómana Shelley, Lizzie Brocheré como la homicida Grace, Naomi Grossman como Pepper, la paciente con microcefalia, e Ian McShane como el asesino vestido de Santa Claus Leigh Emerson). Demasiados ingredientes, como pueden ver. Y aunque el elenco tuvo un excelente desempeño, creo que eso no fue suficiente para sustentar la narración. Debo concederle muchos aciertos, como la aparición de la actriz alemana Franka Potente (a quien conocimos en Corre, Lola, corre) como una mujer desequilibrada que clamaba ser Anna Frank –la del diario-, el Ángel de la Muerte (Frances Conroy, Moira en la primera temporada) o el dueño de una herencia sangrienta Johnny Morgan (Dylan McDermott, el psiquiatra Ben Harmon en la primera temporada).
Nuevamente los aspectos técnicos fueron impecables, dignos de una producción cinematográfica de altos vuelos. Ello me devuelve a la historia. Era muy difícil conseguir que confluyeran armónicamente intrépidos reporteros, sacerdotes, asesinos en serie, extraterrestres, poseídos por el demonio, desquiciados médicos nazis y experimentos indecibles. Si bien el subtexto era prometedor (la locura, los anhelos secretos e inconfesables, el libre ejercicio de nuestras preferencias sexuales, los anquilosados dogmas religiosos contra la pujante modernidad y los matrimonios interraciales), el resultado queda a deber. No hablemos del colorido número musical –mi querida Anabel Quirarte dijo que eso era un signo de decadencia- que sin duda se hizo para el lucimiento de la señora Lange. Irónicamente a ella debemos la afortunada línea final, que tiene claras reminiscencias a lo dicho por Friedrich Nietzsche: “cuando miras al mal a los ojos, el mal te devuelve la mirada”.
Según declaraciones de Murphy y Falchuck, American horror story tendrá una tercera temporada que, de ser ciertos los rumores publicados en Internet, podría desarrollarse en la embrujada ciudad de Salem o tendría que ver con la cultura Vudú. Lo seguro es que muchos de sus principales actores regresarán en papeles completamente nuevos. Sólo nos queda esperar. Sigo haciendo votos porque alguna mente brillante lleve a la televisión nacional Mexican horror story: Catemaco.  

martes, 12 de febrero de 2013

Que siga fluyendo la sangre


Sigamos con Psicosis, pero no con la obra maestra de Alfred Hitchcock, sino con sus cimientos. En 1998, Stephen Jones y Kim Newman publicaron la actualización de Horror 100 best books (Carroll & Graf, Nueva York), un maravilloso compendio cronológico que reseñaba lo mejor del género (hasta ese momento). Y algo saben los señores sobre el tema. El primero es un reputado antologador y estudioso de los territorios horroríficos y erudito de la obra de Clive Barker; al segundo le debemos la maravillosa saga que comenzó en 1992 con la novela El año de Drácula. En el texto, básicamente, prestigiados autores de horror y fantasía hablaban del trabajo de otros autores de horror y fantasía. Asignaron el lugar 57 a una obra que todos conocemos y la cual viene a colación por la reciente película que comenté. Cedo la palabra a Hugh B. Cave, reputado cuentista y autor de la llamada pulp fiction:



Olviden la película. El señor Hitchcock hizo un trabajo magistral, seguro. Y todo el mundo en el planeta que esté interesado en el género de terror debe haberla visto al menos una vez. Pero la novela de Robert Bloch fue una obra maestra desde el principio. El señor Hitchcock no creó a Norman Bates ni a su espeluznante motel; fue el señor Bloch. Y no como un proyecto especial. Siguiendo los pasos de sus cuentos, adaptaciones de radio (de su propio trabajo) y al menos cuatro otras novelas, Psicosis era otro producto de su imaginación maravillosamente fértil y disciplinada.
Tengan en cuenta que recalco palabra disciplinada. Debido a que gran parte la fuerza de Psicosis está en la escritura.
Desde el principio, Robert Bloch escribió con claridad, utilizando el lenguaje para comunicar, no para confundir. Mucha de la escritura de hoy es intencionadamente oscura, deliberadamente dirigida a que el lector se pregunte, al terminar de leer una historia, “¿qué fue todo eso?”. Demasiados escritores consideran que su trabajo es una lucha entre ellos mismos y el público con, por supuesto, los dados cargados a su favor y con el lector obligado a sentirse estúpido por no comprender el relato.
No el señor Bloch. Su prosa es como el tono claro y puro de una trompeta Bix Beiderbecke, no como el rugido una sirena luchando para ser escuchada en la espesa niebla. Así que lo que dice es inmediatamente comprensible y, por lo tanto, aún más poderoso.
Lo que Bloch dijo en Psicosis influyó el arte de la escritura horror. No volvió a los estantes polvorientos donde estaban los vampiros, los hombres lobo y las otras bestias predilectas de los novelistas Victorianos. Lisa y llanamente exploró horrores que cotidianamente se encuentran al acecho. Olvidó los castillos en ruinas, los científicos locos, los dioses antiguos y terribles que escribió en Weird tales y otras grandes revistas. Esas fueron buenas historias para su tiempo y siempre será divertido releerlas o coleccionarlas. Pero observen cuidadosamente a su vecino, que va a una oficina todos los días, vende seguros o, en este caso, dirige un motel acosado por los recuerdos de una madre dominante.
Con esta novela, Robert Bloch produjo a los lectores grandes saltos de horror que erizaban sus cabellos mientras pasaban las páginas con avidez, y mostró de paso a los escritores cómo manejar un nuevo tipo de historia de horror.
Casi todos los autores del género en nuestros días han sido influidos, de una forma u otra, por Psicosis. Llámelo un hito en la literatura de terror, escrito por uno de los grandes. Eso es lo que ambos son.
-Hugh B. Cave.

lunes, 11 de febrero de 2013

Adiós a la División Fringe (2008-2013)


Una pausa obligatoria (porque quería seguir con Psicosis y Alfred Hitchcock). En sus inicios hablé de la teleserie Fringe, producto del ingenio de J. J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman, trinomio que estoy seguro tiene mucho por ofrecernos. Ayer, tras cinco temporadas, ví su desenlace. De forma inesperada, porque después de incontables reclamos sobre su tardanza por Twitter a su distribuidora en Latinoamérica, Warner Channel, tomaron la inexplicable decisión de transmitir los 13 episodios finales el fin de semana, en lo que llamaron La maratón Fringe. Debo decir que el resultado no me decepcionó en lo más mínimo. Fue ese uno de los aspectos que me hizo admirarla: a lo largo de 100 episodios, fue constante en su nivel argumental y en su impecable factura, con efectos especiales de primer nivel. No fue la pérdida de interés de sus huestes de seguidores la que la condenó, sino fallidas decisiones institucionales de programación. La crítica, casi siempre de forma unánime, alabó la calidad del producto. Observó que la serie, de una fórmula convencional (el “monstruo de la semana”), evolucionó en un maduro programa de ciencia ficción, con una temática definida que giraba en torno a un universo paralelo y la alteración de la línea temporal.
El actor australiano John Noble, sin duda uno de sus principales atractivos, supo modificar la imagen del “científico loco”. Su Walter Bishop siempre hizo alarde de su intelecto superior pero dando cabida a todo tipo de conductas, de su abierto consumo de alucinógenos  a extravagancias deliciosas, de su vaca de laboratorio Gene, insólitas peticiones (“revisa su ano” o “córtenle la mano al cadáver y llévenla a mi laboratorio”) a acciones inesperadas e inverosímiles en una crisis (mientas graba en video instrucciones que definirán el destino de la humanidad, se detiene abruptamente en la vidriera de una panadería cuando exhiben producto recién salido del horno y pregunta “¿son de zarzamora?”). En la prestigiada Comic Con, Noble llamó a su conclusión “la temporada de los fans”. Y es que la serie supo atender las opiniones de sus admiradores, que crecieron hasta convertirla en un objeto casi de culto. Para ellos nunca faltaron referencias a decisivas obras de nuestra educación sentimental, como las películas Estados alterados (Ken Russell, 1980) y Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985) o mitologías contemporáneas como la saga Viaje a las estrellas (Star Trek). No fue gratuito que Leonard Nimoy, el inmortal Señor Spock, encarnara a uno de sus personajes más importantes y ambiguos, el genio científico William Bell, antiguo asociado de Walter y cabeza de la todopoderosa Massive Dynamics, centro importante de la intriga; que Chistopher Lloyd, el inolvidable Dr. Emmet Brown, encarnara a una leyenda musical que hizo ver a Walter las consecuencias de sus acciones; o que Peter Weller, el igualmente entrañable Robocop, interpretara a un científico obsesionado con el amor perdido que muestra a Walter el significado de la esperanza en su mundo dominado por la lógica. Si el escenario de la temporada final de la serie era un futuro distópico muy en deuda con la novela 1984 de George Orwell (en su brillante cortinilla de entrada leíamos conceptos como “libre pensamiento”, “privacidad”, “debido proceso” y “libertad”) y da sentido a símbolos (como el sapo, el caballito de mar, la mano con seis dedos y la manzana partida a la mitad con fetos humanos en lugar se semillas que veíamos en su salida a comerciales) y situaciones de temporadas pasadas (esos parásitos que se incubaban en las personas, el misterioso “hombre-puercoespín”, o las mariposas con alas cortantes), el eje central es la redención. El intento de Walter por jugar a ser Dios (“sólo hay cabida para un Dios en este laboratorio”) y sus actos irresponsables pusieron en riesgo no sólo a sus seres amados, sino a toda nuestra civilización. Por eso el científico está dispuesto a hacer el último sacrificio, alimentado por algo tan inocente y maravilloso como los significados de un tulipán blanco.
Extrañaré a Walter, a Olivia Dunham (Anna Torv), a Peter Bishop (Joshua Jackson), a la fiel Astrid Farnsworth (Jasika Nicole), al férreo Phillip Broyles (Lance Reddick), a la misteriosa Nina Sharp (Blair Brown), al idealista Lincoln Lee (Seth Gabel), al malvado David Robert Jones (Jared Harris), al bondadoso Septiembre (Michael Cerveris) y a todo el equipo de la División Fringe. Se fueron en el momento preciso, en la plenitud de toda buena serie. Comprueba la máxima popular: “de lo bueno, poco”.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Intimidades de la familia Hitchcock


En todos los espacios a los que tengo alcance he manifestado mi aprecio –mi admiración- por las películas de Alfred Joseph Hitchcock, un cineasta con un estilo inconfundible y poderoso. Como pocos, el hombre supo convertirse en un fenómeno que abarcó los más populares medios de comunicación. Fue un estratega consumado del crimen y el marketing: además de sus cintas, brilla en mi memoria –y la de muchos- su popular serie televisiva Alfred Hitchcock presents (1955-1960) o sus memorables antologías que incluían siniestros cuentos de Robert Bloch, Daphne du Maurier y Patricia Highsmith, entre otros. Su talla y presencia en la cultura popular alcanzó a Walt Disney, con quien es comparado frecuentemente.
Por eso me sentí profundamente emocionado cuando hace unos años –aproximadamente cinco- leí sobre un proyecto fílmico titulado Hitchcock presents, que según la nota estaría protagonizado por Anthony Hopkins y narraría los eventos tras el rodaje de Psicosis (Hitchcock, 1960). La idea me pareció instantáneamente irresistible. Aunque la discusión sobre cuál es la mejor película del británico es aguerrida y que cada uno de nosotros tiene su cinta favorita, siempre tendré una especial predilección por Psicosis. Por muchas razones. Desde ese entonces le di seguimiento a la noticia. Cuando me enteré que por fin iba a materializarse con el título de Hitchcock, sentí una profunda alegría. Esto se acrecentó cuando las primeras fotografías de Sir Anthony caracterizado como Sir Alfred aparecieron en la red, proceso en el que participó, entre otros, el talentoso Gregory Nicotero, popular estos días por su trabajo en la teleserie The Walking dead. Los avances donde Hopkins aparecía como el Maestro del Suspenso y las opiniones de amigos que decían que “parecía una botarga” o “una caracterización del programa de comedia La hora pico” me hicieron dudar por un momento del resultado. Todas mis reservas se disiparon al iniciar el metraje.
Hitchcock (2012), dirigida por el escritor y documentalista británico Sacha Gervasi es estupenda. Más que un biopic, es un estupendo documento que capta un momento importante en la carrera del cineasta. El guión de John McLaughlin (mejor conocido por escribir El cisne negro) parte del estupendo libro Alfred Hitchcock and the Making of Psycho de Stephen Rebello, y como tal tiene el acierto de comenzar la mañana del 16 de mayo de 1944 en una granja en el poblado de Plainfield, Wisconsin, donde los hermanos Henry y Edward Gein queman maleza en su propiedad. Súbitamente, cual Caín, Ed golpea mortalmente en la cabeza a su hermano con su pala. La cámara hace un travelling donde Hitchcock, como en su programa televisivo, introduce la historia mientras bebe con delicadeza una taza de té. Aunque no se tiene plena certeza de ello y la Policía calificó el hecho como un accidente, suele atribuirse a Ed el homicidio del mayor de los Gein. “Agradezcamos la credulidad de la Policía de Plainfield. Pues si hubieran detenido a Ed por el crimen, no tendríamos nuestra película”. Y ese sólo fue el inicio de su carrera. Trágico pero cierto. De ahí viajamos a la noche del 28 de julio de 1959, fecha en que se estrenó Intriga internacional (North by nothwest, Hitchcock, 1959), el quincuagésimo segundo largometraje del cineasta, sin duda uno de sus trabajos más brillantes. Lo acompaña su devota esposa Alma Reville (Helen Mirren), mientras la prensa lo asedia haciéndolo consciente de su edad -60 años en ese momento- y sugiriéndole que debía retirarse en el pináculo de su carrera mientras gozaba del éxito y reconocimiento del público. Hitch, agobiado, emprende la búsqueda la inspiración para su siguiente película, la que habría de demostrar que aún tenía mucho que ofrecer. Así se topó con la modesta novela Psicosis de Robert Bloch, la cual el antiguo discípulo de Howard Phillips Lovecraft fraguó con el caso Gein en mente. De inmediato, Hitch quedó cautivado. En una reunión mostró fotografías del caso Gein y se regodeó con las reacciones de los asistentes. “Les repugnan, pero no pueden dejar de verlas”. Sometió el texto al escrutinio de su leal Alma, quien leyó uno de sus mejores pasajes (“Un cuchillo que cortó su grito. Y su cabeza”) y lo calificó de encantador. “Doris Day debería hacerla en un musical”, le dijo. A la mañana siguiente, Hitch encargó a su fiel secretaria Peggy Robertson (Toni Collette), escudera en muchas batallas, que comprara todas los ejemplares de la novela que encontrara, pues no deseaba que nadie conociera el final. Dificultades –personales y externas- por la decisión del cineasta, la ausencia de financiamiento, discusiones con los ejecutivos de Paramount y los censores de la Motion Picture Production Code, la elección de un guionista y un elenco, dramas personales –los celos nunca fallan- y el triunfo final llevan a la consolidación de un clásico indiscutible. Incluso diría que la cinta más honesta del Maestro. Cuando Alma le preguntó sobre su obcecación con Psicosis, un Hitch nostálgico le respondió: “¿recuerdas nuestros primeros días? Disfrutábamos hacer nuestras películas. Quiero volver a sentir esa emoción. Quiero volver a sentirme libre”.
Son muchos los elementos que me hicieron disfrutarla: el atmosférico y logrado diseño de arte de Alexander Wei, la sobria cámara de Jeff Cronenweth, su inspirado elenco, que va de Michael Wincott –que hiciera batallar al finado Brandon Lee en El Cuervo-como el asesino Ed Gein, Ralph Macchio, el antiguo Karate Kid, como Joseph Stefano –el guionista de la cinta, con quien guarda un parecido casi sobrenatural-, James D'Arcy como Anthony Perkins, Jessica Biel como Vera Miles, Wallace Langham como el artista visual Saul Bass –quien muchos años clamó ser responsable de la escena de la ducha-, Paul Schackman como el músico Bernard Herrmann y –tal vez la presencia más notoria de todas- Scarlett Johansson como Janet Leigh. Sobre los caramelos de maíz que confesó robar del camerino de Anthony Perkins y regaló a Hitch diciéndole que “a sus hijos les encantaban”, mi amada Ana Luisa me hizo notar que quizá era un homenaje a la más popular de sus críos. Todos sabemos que ella es madre de Jamie Lee Curtis, quien lograra fama por protagonizar Halloween (1978) de John Carpenter. “Son dulces tradicionales de esa festividad”. Sin Psicosis no existirían slasher movies como la obra de Carpenter. Y después está la brillante partitura de Danny Elfman, quien además de ser parte fundamental del encanto de las películas de Tim Burton fue responsable de la música del remake de Psicosis que Gus Van Sant se atrevió a hacer en 1998. El director Gervasi empleó también la Marcha funeral para una marioneta del compositor francés Charles Gounod –que todos conocemos gracias a la teleserie que el Maestro del Suspenso presentaba- y los ya clásicos acordes de Herrmann, que dieron una altura inalcanzable a una escena que forma ya parte del patrimonio fílmico de la humanidad. Ver a Hitchcock bailando alegre a su compás, mientras los espectadores de una sala de cine llena gritaban horrorizados mientras Marion Crane era masacrada, fue un momento sublime, casi apoteósico.
Lo mejor fue ver al interior, de una manera mesurada, la dinámica de pareja de los Hitchcock. Alma Reville nunca renunció a su apellido familiar. En cambio cedió en sus sueños y aspiraciones personales como guionista y editora. Si no lo hubiera hecho, la historia del cine sería muy diferente. El trabajo de su esposo nunca hubiera alcanzado las dimensiones que conocemos si no fuera por su intervención. Sólo en Psicosis, le debemos la innovadora idea de asesinar a su protagonista en los primeros 30 minutos del metraje, la insistencia por sonorizar una secuencia indispensable que Hitchcock quería presentarnos sin sonido o su participación en el montaje definitivo. Yo mismo estoy muy consciente del valor de una persona inteligente a tu lado. No pretendo compararme con Hitchcock –nunca podría hacerlo, mucho menos alcanzarlo- pero sé muy bien del desinteresado consejo que puede hacer que tu trabajo tenga mayor alcance. Hoy por hoy, he logrado mis momentos más brillantes con la sabia opinión de Ana Luisa. Por ello creo que todos los diletantes de Hitch tenemos una deuda impagable con Alma. La expresión popular debería modificarse. "Al lado de todo gran hombre hay una gran mujer". Yo creo que él lo sabía bien. Después de obtener la gloria, Hitch dice a su esposa “nunca encontraré una rubia de Hitchcock tan bella como tú”. Ella se conmueve y le responde que esperó 30 años para escucharlo decir eso. El director le contesta: “Es por eso, querida, que me llaman El Maestro del Suspenso”. Sobre los traumas y el temperamento de Hitch, el trato tiránico hacia sus actores, sus obsesiones –particularmente con las rubias-, su conflicto no resuelto con la figura materna, sólo vemos pinceladas. Las que el relato necesita. No más, no menos. Si desean otra aproximación, vean la película para televisión La Chica (Julian Jarrold, 2012), cinta que explora su turbulenta relación con Tippi Hedren durante la realización de Los pájaros (Hitchcock, 1963).
El humor negro tan propio de Hitch no podía faltar en la cinta de Gervasi, desde “prueben los dedos de novia (lady fingers), son dedos auténticos” o “perdona, querida, le dije a la Sra. Bates que podía usar tu camerino” hasta el brillante epílogo, donde confiesa buscar inspiración para su siguiente película. Esta se posa, literalmente, en su hombro. Todo lo anterior en un gran homenaje al cine que nos gusta. 

lunes, 4 de febrero de 2013

Curso "El canon de Drácula", la herencia de Bram Stoker


La División de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM presentan el curso interdisciplinario

El canon de Drácula
La herencia de Bram Stoker

Coordinación: Vicente Quirarte y Roberto Coria
Ponentes invitados: Doctor Víctor Grovas Hajj, Eduardo Ruiz Saviñón, Doctor José Ricardo Chaves, Mtra. María Emilia Chávez Lara, Hernán Lara Zavala, Doctor Arnoldo Kraus, Ángel Miquel, Guillermo Henry, Antonio Camarillo, José Luis Zárate, Pablo Guisa e Ignacio Solares.

Así como el discípulo supera y a veces termina por borrar al maestro, las grandes creaciones adquieren vida más autónoma y perdurable que la de su creador. Sucede con Don Quijote, Moby Dick o Frankenstein, y así ocurre en el caso del irlandés Bram Stoker. Autor de casi 16 libros de ficción, biografía, estudios folklóricos e interpretación histórica, la posteridad lo conoce como el autor de Drácula, aunque en el instante de su muerte, ocurrida hace cien años, el 20 de abril de 1912, no lo señalaron así los obituarios. La mayor parte de ellos ensalzaba el noble trabajo llevado a cabo por el ejemplar gerente del Lyceum en beneficio del teatro. El Times trazó una ligera pincelada del Stoker más familiar para sus futuros lectores al subrayar que era “el maestro de una particularmente fantástica y aterradora forma de ficción”.
Del mismo modo en que su contemporáneo Arthur Conan Doyle debe su prestigio a las aventuras de Sherlock Holmes y no a las obras históricas por las cuales quería pasar a la posteridad, la fama de Stoker proviene de haber sido el hombre que escribió Drácula, expresión formulada por uno de sus primeros biógrafos.[1] Desde su publicación en 1897, la novela nunca ha dejado de estar en circulación y se suceden nuevas ediciones. Sin embargo, sólo hasta 1983 abandonaría el terreno marginal de la literatura sensacionalista para ingresar en los clásicos de la Universidad de Oxford.
El presente curso pretende estudiar al autor y su tiempo, así como la herencia dejada por su obra mayor en diversas áreas del conocimiento.

Temario

Sesión 1 (9 febrero). “Un hombre llamado Bram Stoker”, por Vicente Quirarte (IIB, UNAM) y “Reminiscencias de Henry Irving”, por Doctor Víctor Grovas (Universidad del Claustro de Sor Juana).

Sesión 2 (16 febrero)  “El vampiro literario antes de Drácula”, por Roberto Coria (ENAP-UNAM) y “El hombre que fue Drácula”, obra de teatro de Roberto Coria, comentada por su autor y su director Eduardo Ruiz Saviñón.

Sesión 3 (23 febrero). “Vampirismo, magia y sexualidad en el fin del siglo XIX”, por Doctor José Ricardo Chaves (Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM).

Sesión 4 (2 marzo). “Visión de la literatura victoriana”, por Hernán Lara Zavala (FFyL, UNAM) y “El horror del cólera y otras epidemias”, por Doctor Arnoldo Kraus (Instituto de Bioética, UNAM).

Sesión 5 (9 marzo). “Lectura comentada de la novela Drácula”, por Vicente Quirarte y proyección de la película “Nosferatu”, comentada de Ángel Miquel (Universidad Autónoma de Morelos).

Sesión 6 (16 marzo). “Drácula”, con comentario y lectura de la obra teatral de Hamilton Deanne y John Balderston por el actor Guillermo Henry. Dirección: Eduardo Ruiz Saviñón, y proyección de la película “Drácula” de Tod Browning, comentada por Antonio Camarillo (SAE Institute).

Sesión 7 (6 abril). “La ruta del hielo y de la sal”, con comentarios del autor José Luis Zárate y proyección de “El vampiro” de Fernando Méndez, comentada por Pablo Guisa (Festival Mórbido).

Sesión 8 (13 abril). “Las voces de Drácula. Fred Saberhagen, Elizabeth Kostova e Ian Holt”, por Roberto Coria y “Christopher Lee y la saga de Hammer”, con la proyección de “Dracula Rises from the Grave”, comentada por Roberto Coria.

Sesión 9 (20 abril). “Otra entrevista con el vampiro. Ceacescu, Cortázar y Drácula”, por Ignacio Solares (Revista de la Universidad de México) y “Vlad de Carlos Fuentes”, por Vicente Quirarte (IIB, UNAM)

Sesión 10 (27 abril). “Drácula de Bram Stoker” de Francis Ford Coppola, proyección de la película y mesa redonda de conclusiones con la presencia de docentes participantes en el curso.

Duración: 40 horas

Horario: Sábados de 10 a 14 horas

Fechas: del 9 de febrero al 27 de abril de 2013
(9, 16, 23 de febrero; 2, 9, 16 de marzo; 6, 13, 20, 27 de abril)

Informes e inscripciones:
Coordinación de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Circuito Estadio Olímpico Universitario s/n, frente a la Dirección General de Actividades Deportivas y Recreativas de Ciudad Universitaria, México D.F.

Teléfonos
5622-2903
5622-8222 ext. 41899 y 41900
5622-2904

El temario completo está disponible en este link.