sábado, 31 de diciembre de 2011

Retrato de un vampiro

Juan Francisco López Moctezuma nació el mismo año que se estrenara la inolvidable película protagonizada por Bela Lugosi (Drácula, 1931, Tod Browning). Abandonó el mundo físico hace poco más de 15 años, en circunstancias que contrastaban con el lujo y comodidades que conoció en vida. En su faceta de Mr. Hyde fue un actor, escritor, productor y director de cine que no tuvo un justo reconocimiento en su época. Como Dr. Jekyll, fue conductor de noticieros, corresponsal en el extranjero, locutor de radio y melómano irredento. En mi adolescencia lo escuchaba como conductor del programa radial Jazz en la noche con Juan López Moctezuma de la desaparecida estación Rock 101. Su voz áspera y seductora todavía resuena en mi memoria. Muchos lo recuerdan como un loco. “Pero un loco maravilloso”, complementan habitualmente. No es difícil contradecir esto si observamos los cinco largometrajes que dirigió. El más famoso de ellos, sin duda, es Alucarda, la hija de las tinieblas (1978), esa joya protagonizada por Tina Romero, Susana Kamini, Claudio Brook y David Silva, entre muchos otros. Me aventuro a asegurar que junto con El vampiro (Fernando Méndez, 1957) y La invención de Cronos (Guillermo del Toro, 1993), es una de las mejores cintas de vampiros del cine nacional. No porque trate de la forma más conocida de estos seres. Su guión, escrito por Alexis Arroyo y el propio López Moctezuma, utiliza elementos de la novela Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu así como imaginería del Marqués de Sade y Edgar Allan Poe. La mujer como representante del mal, la religión y sus extremos, rituales orgiásticos y los significados de la sangre están presentes en una historia cautivadora, llena de imágenes oníricas y perturbadoras.
Estos datos anecdóticos son útiles para disfrutar mejor el estupendo documental Alucardos, retrato de un vampiro (2010) de Ulises Guzmán, que pude por fin ver ayer en la Cineteca Nacional de esta ciudad, en una sala casi llena. En su metraje las historias de Manolo y Lalo, dos jóvenes marcados por la marginalidad, el infortunio y  la cinta más recordada de López Moctezuma, se entrelazan con la del cineasta (interpretado por Juan Carlos Colombo) en la recta final de su vida, la cual conocemos a través de los testimonios de personas cercanas a él: sus deudos (hijas y hermano), el imprescindible Carlos Monsiváis, el crítico de cine Mauricio Matamoros, el guionista Arroyo, el director de teatro Eduardo Ruiz Saviñón, miembros de su crew (como el hombre marcado permanentemente por las obsesiones del autor) y Tina Romero, la mismísima Alucarda. Todo salpicado de momentos delirantes –similares a los que vimos en la filmografía de López Moctezuma- como esa procesión en que se venera al motor del documental, la mujer desnuda que cabalga en el abandonado cine Ópera y presente en muchos momentos del relato, la expedición en busca del sitio donde se filmara la cinta original o las incontables recreaciones –muchas animadas-, todos ejecutados con pulcritud y eficacia. La cruzada de Manolo y Lalo –la de Ulises Guzmán- no es otra que la de todos los que admiramos y defendemos al género y sus artífices. Todos nos sentimos identificados con un actor –o actriz-, un director –o directora- o una película. Todos somos Alucardos.
La cinta ha merecido el reconocimiento de la crítica internacional y múltiples galardones. Pero el mejor premio –y objetivo de Guzmán- es presentar a este realizador a una nueva generación de espectadores. Y va por buen camino. Dos jóvenes diletantes del género, alumnos y amigos míos, viajaron desde Puebla para asistir a la proyección y regresaron a casa con la intención de descubrir la cinta que propició la fascinación de tantas personas.
Gracias, Ulises Guzmán, por traer de nuevo a la vida a Juan López Moctezuma con tanta fortuna. Tu pasión, la que has contagiado a muchos cinéfilos, mantendrá con vida a este divino vampiro.
A todos ustedes, fieles lectores de este espacio, gracias por acompañarme en el agonizante 2011. Que el año que llegará en unas horas sólo nos depare cosas buenas. Mi abrazo y mejores deseos. 

martes, 27 de diciembre de 2011

Lo que vendrá

2012 será un año interesante. No sólo por el centenario luctuoso de Bram Stoker, sino por la cantidad enorme de películas prometedoras que el internet se ha encargado de anticiparnos. He hablado de dos de ellas en ocasiones previas: La dama de negro, de James Watkins, a partir de un guión de Jane Goldman basado en la novela de Susan Hill, con Daniel Radcliffe (o Harry Potter, como todos sabemos) en el papel protagónico. La otra es Batman, el Caballero de la Noche asciende, tercera entrega y desenlace de la saga escrita y dirigida por Christopher Nolan, que sin duda se encamina a convertirse en la mejor serie de películas basadas en un héroe de cómic.
Entre el resto de títulos que ocuparán mi agenda se encuentran, en orden de interés, Prometehus, regreso de Sir Ridley Scott al universo sombrío que nos presentó en Alien, el octavo pasajero (1979). Esta cinta se encuentra, incuestionablemente, entre los diez mejores especímenes del género: es una cinta de ciencia ficción, pero también un relato de horror. De ella podría hablar horas. Hace unas semanas vi unos fragmentos de su edición en Blu ray y, a más de 30 años de distancia, me robó el aliento. No hablo de ella porque se haya especulado que la nueva aventura de Scott sea una precuela. Es cierto que su estética es similar y los diseños que H. R. Giger creara en 1979 tienen una notable influencia en el diseño de arte. Ahora con un libreto de Jon Spaihts y Damon Lindelof, Scott nos presentará una historia que ahondará en los orígenes de la raza humana y develará su parentesco con los seres que tanto temimos décadas atrás. Esperémosla en junio de 2012.
Sigue El Hobbit, un viaje inesperado, en la que Peter Jackson nos traslada de nuevo a la Tierra Media y a la imaginación de J. R. R. Tolkien. Para muchos puede perder lustre a 10 años de su laureada trilogía El Señor de los Anillos, al cúmulo de historias que han aprovechado los avances de la tecnología y a las enormes dificultades que atravesó su producción. La principal fue que el tapatío Guillermo del Toro abandonara la dirección del proyecto luego de trabajar dos años en él. Creo que esto es algo afortunado para nuestro compatriota. La mirada vigilante de Jackson y las presiones los estudios –MGM y New Line Cinema- no le hubieran permitido completa libertad creativa, pese a que el neozelandés le aseguraba incondicional apoyo y que incorporó mucha de su visión fantástica en el diseño de arte y el libreto. Este espectáculo reunirá nuevamente a personajes que conocimos previamente, como Bilbo Bolsón (Ian Holm), Gandalf el Gris (Ian McKellen), Frodo Bolsón (Elijah Wood), Saruman el Blanco (Christopher Lee), Legolas (Orlando Bloom), Elrond (Hugo Weaving), Galadriel (Cate Blanchett) y el formidable Gollum (Andy Serkis). Sigo preguntándome si el empeño de Jackson obedece a una auténtica necesidad de completar el relato o a un afán de lucrar –como George Lucas- con un producto que ya forma parte del corazón de una generación y reponerse del descalabro llamado Desde mi cielo (2009). Reservemos boletos para diciembre. Luego coloco a Los Vengadores, dirigida por el mago de la televisión Joss Whedon, cinta que reúne al dream team de superhéroes de Marvel comics. Sigo expectante por ver cómo incluirá tantos personajes de modo equitativo. Por lo pronto, cuando el Capitán América (Chris Evans) cuestiona las capacidades de Tony Stark (Robert Downey Jr.) sin su armadura, éste le responde que sin ella se limitaría a ser un genio, billonario, playboy y filántropo. Thor (Chris Hemsworth) observa la disputa y ríe disimuladamente. Eso puede enmudecer hasta a un dios. Y a cualquiera. También despertó mi curiosidad Hombres de negro 3, tercera cinta de la serie que Barry Sonnenfeld, basada en el cómic de Lowell Cunningham y con el apoyo de Steven Spielberg, iniciara en 1997. Los agentes K (Tommy Lee Jones) y (Will Smith) regresarán en una trama que involucra viajes en el tiempo, amenazas a la Tierra y muchos extraterrestres. Podremos ver las dos ultimas en mayo del próximo año.
Remato brevemente con Frankenweenie, remake  –en stop motion- del cortometraje –ya clásico- de 1984 escrito y dirigido por Tim Burton. Esta es la que más me preocupa. Si estiras demasiado una liga termina por romperse. Un cuento sustenta su efecto en la brevedad y el impacto, cosa que no siempre se puede sostener cuando se convierte en una historia de largo aliento. Veamos qué sucede en octubre.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Otro cuento de navidad

La noche del pavo
Roberto Coria

Para Ofelia esa no era la feliz navidad que había imaginado. Los pleitos con sus tíos, sus cuñadas insoportables y la agitada vida social de sus amigos la obligaron a pasar la fiesta en casa, en compañía de su familia. “No siempre se tiene lo que se quiere”, pensó. Aun así decidió lucirse en la cocina. Había preparado dos tipos de ensalada, una deliciosa pasta, tres guarniciones diferentes y dos postres bajos en calorías (debía guardar la línea). En el lugar de honor de la mesa destacaba un gigantesco pavo que le tomó toda la mañana preparar. Ahora estaba recién salido del horno, mientras José (su esposo) luchaba con el corcho de la costosa botella de vino espumoso. El pequeño Pepe había dejado (a regañadientes) el sangriento videojuego y su hermana Yaris (según el acta de nacimiento se llamaba Yolanda) se despidió de sus amigas en Twitter para responder el llamado a cenar de su madre. Aún no era medianoche pero todos estaban hambrientos y querían terminar con el ritual para irse a sus habitaciones. Ofelia usó su mejor vajilla y los cubiertos de plata que le regaló su madre el día que se casó pues la ocasión lo ameritaba. Deliciosos olores saturaban el ambiente. En la sala el fuego de la chimenea y las luces del enorme cadáver de árbol (Ofelia odiaba el artificio, a pesar de sus incontables cirugías plásticas) recreaban una escena digna de una revista de decoración, de esas que compraba ansiosamente cada mes. El patriarca de la familia dio gracias al Creador (sin sentir auténtica gratitud) por el banquete y, ante el fastidio de sus hijos y la mirada complaciente de su mujer, tomó el trinche y el cuchillo eléctrico para irse directo a la pechuga de la gran ave. Todos tardaron en procesar lo que sucedió después. El pavo comenzó a temblar y súbitamente se irguió. Como lo leen. Se levantó y antes que el hombre reaccionara, le arrebató el cuchillo eléctrico y rebanó su garganta. Un chorro carmesí brotó de su yugular y salpicó a todos los presentes antes que, en medio de estertores, el padre se desplomara sobre la mesa (ensuciando el lujoso mantel). Las mujeres gritaron, horrorizadas, y huyeron hacia la cocina donde se escondieron en la alacena (que superaba en tamaño al departamento de muchas familias). Sólo el pequeño Pepe (temerario como era) se enfrentó al victimario de su padre. Cuando trató de tomar el trinche para defenderse, el pavo le hizo un gran corte en la muñeca. El niño retrocedió, al mismo tiempo que el alado saltó de la mesa. Pepe trató de parar la hemorragia con una servilleta (“al diablo lo que diga mamá”, pensó) y escrutó la habitación con la mirada, en busca de su adversario. Este surgió por debajo del mantel, hizo un corte veloz en las pantorrillas del niño, y una vez que lo derribó se lanzó con el cuchillo a su cara. En el interior de la alacena, cubiertas de sangre, desconcertadas e impotentes, Ofelia y Yaris escuchaban la masacre. Luego de un rato de silencio, Ofelia se armó de valor y, en contra de las súplicas de la joven, decidió salir a buscar ayuda. Abrió lentamente la puerta. Nada surgió a su paso (como pensaba sucedería). Por un instante pensó que todo era obra de su imaginación hasta que vio tumbado sobre la mesa al que alguna vez fue su marido y a Pepito en el suelo, en un gran charco rojo. Ahogó un grito y, sigilosamente, se dirigió a la sala para tomar el teléfono y llamar a la policía. La línea estaba muerta, justo como ella unos momentos después. De atrás del sillón, el pavo rodeó su cuello con el cable de las luces navideñas y apretó hasta que no pudo entrar más oxígeno en sus pulmones. El cuerpo inerte de la mujer se desplomó al lado del árbol que vistió con tanto esmero. En la alacena, Yaris escuchó horrorizada los últimos instantes de vida de su madre. Su cerebro no podía creer lo que estaba sucediendo. Lloró y lloró sin saber qué hacer. No supo cuánto tiempo permaneció en su escondite. Ruidos lejanos interrumpieron sus pensamientos (porque contrario a la percepción de sus padres y compañeros, sí pensaba). Aguzó el oído y distinguió gritos lejanos, genuinas muestras de miedo semejantes a las que vivió momentos atrás. También otros más fuertes que provenían de la misma cocina. Tuvo un instante de claridad y resolvió lo que debía hacer. En la semioscuridad encontró el objeto que posiblemente salvaría su vida. Salió aferrada a él, en silencio, al encuentro con su destino. Cuando sus ojos se acostumbraron a la iluminación, sintió cómo los vellos de su nuca se erizaban. El bote de basura estaba volcado y su contenido desparramado en la habitación. La puerta del refrigerador estaba entrecerrada y muchos envases y charolas yacían en el suelo. Sobre la mesa estaba el pavo. Pero lucía diferente. Sus patas no correspondían con su cuerpo (eran las de un pollo que su madre había comprado esa mañana en una tienda orgánica) y estaba concentrado en unir su cabeza a su cuerpo con la aguja y cáñamo de algodón (como hizo con sus extremidades inferiores) que usó su verdugo para amarrar sus piernas mutiladas e introducir relleno de carne y vegetales en su vientre. La chica contempló la maniobra del ave, casi hipnotizada. Ésta concluyó su improvisada cirugía y cobró conciencia que alguien lo observaba. Se volvió hacia Yaris y clavó en ella sus diminutos ojos. Se le arrojó de inmediato, salvajemente. La chica no dudó en arrojarle el polvo que contenía el frasco. El pavo retrocedió, en medio de convulsiones. Tosió (o al menos Yaris pensó que tosió) y comenzó a emitir escandalosos cloquidos de dolor. Segundos después la carne comenzó a ablandarse (como decía la etiqueta del frasco) y desprenderse de su cuerpo. Finalmente cayó inerte, ahora sí definitivamente.

Los medios dieron una gran cobertura a lo que sucedió esa navidad, pero ninguno acertó en la causa que hizo que los pavos volvieran a la vida y atacaran a sus consumidores. Algunos hablaban de radiaciones, de conspiraciones militares, de satélites que cayeron a la tierra y de las profecías mayas. Lo que era correcto es que casi todos los incidentes fueron fatales. La abuela de Yaris, tan pronto escuchó la noticia, tomó el primer vuelo de regreso de sus vacaciones en Oaxaca. Corroboró la aversión de su madre por las costumbres gringas. “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, le decía siempre. Cuando se reunió con su nieta la abrazó, tratando de compensarla por no estar a su lado durante el infierno que vivió. No había muchos motivos para celebrar el año nuevo, pero a pesar de ello decidió confortarla del modo que mejor sabía y aconsejaron las autoridades. Preparó un gran platón de romeritos.

jueves, 22 de diciembre de 2011

No muestra demasiada piel

No soy un gran admirador de Pedro Almodóvar, pero reconozco su talento y proyección. No por nada ha ganado el favor del público y la crítica especializada y recibido incontables galardones internacionales. He visto algunas de sus películas –Átame (1989), Tacones lejanos (1991) y Todo sobre mi madre (1999) son las que más recuerdo-. Fiel a sus temas y obsesiones –la sexualidad y sus conflictos, la ambigüedad de géneros, el poder femenino-, Almodóvar posee un ensamble actoral –Carmen Maura, Marisa Paredes, Penélope Cruz, Antonio Banderas, entre muchos otros-, el mérito de escribir las historias que filma y colaboradores frecuentes –el editor José Salcedo, el músico Alberto Iglesias y el cinefotógrafo José Luis Alcaine-. Todo ello hace a su cine un espectáculo disfrutable. Muchas actrices pelean por el privilegio de ser “Chicas Almodóvar”. Estudiosos de todo el mundo se han entregado a diseccionar su obra. En resumen, Almodóvar es un cineasta autor en todo el sentido de la expresión.
Hace meses leí que por primera vez iba a incursionar en el thriller y eso llamó mi atención. Me enteré que la historia giraría en torno a un “demente cirujano plástico que tenía cautiva a una mujer” y eso me atrajo aún más. Por ese momento acababa de leer Belleza roja (Fondo de Cultura Económica,  2005) de mi amigo Bernardo Esquinca y fui seguidor entusiasta (de las dos primeras temporadas) del binomio Mc Namara/Troy de la teleserie Nip/Tuck. Me recordó a esa maravilla francesa titulada Ojos sin rostro (Georges Franju, 1960). De hecho pensé que sería la base del libreto del artista manchego pero luego me leí que se basada en la novela Tarántula del escritor francés Thierry Jonquet –la cual me gustaría conocer-. Meses después –hace unas semanas- conocí el resultado: La piel que habito (2011). Diré en un inicio que es una película bien realizada. Su banda sonora –autoría de Iglesias- me recordó por momentos la que Bernard Herrmann compuso para Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960). La fotografía de Alcaine es pulcra y eficaz, lo mismo que el diseño de arte de Antxón Gómez. Sus actuaciones son competentes –el protagonista, con su cabello teñido, me recordó la inclemencia del tiempo-. Pero el resultado no me convenció del todo ni me pareció lo estremecedora y “enferma” que muchos me aseguraban. Robert Ledgard (Banderas) es un prominente cirujano plástico que atiende en su casa/clínica a una bella paciente llamada Vera Cruz (Elena Anaya). Con ella mantiene una relación ambigua. La observa obsesivamente a través de monitores y le procura todos los cuidados pero le impide abandonar –a punta de pistola- su cautiverio. Llega a auxiliarle en su cuidado Marilia (Paredes), antigua colaboradora con quien posee un vínculo especial y profundo. Aparece de pronto Zeca (Roberto Álamo), delincuente vestido de tigre que viola a la paciente y tiene un fatal destino. Sigue una historia con continuos saltos temporales, sub tramas no resueltas –ni  necesarias o coherentes-, vínculos no utilizados y un desenlace que me hizo preguntarme “¿eso es todo?”. No abundo en explicaciones pues temo estropear el efecto a quienes no han visto la película. Sólo diré que no entiendo por qué Robert no concentró todo su dolor y frustración en el rostro que modeló. Eso hubiera sido realmente “enfermo”. Muchos lo justificarán diciendo que el amor y las obsesiones no son lógicos, y no puedo rebatir eso.
La piel que habito no es, según dicen los seguidores del director, la mejor cinta de Almodóvar, y posiblemente la olvide pronto. Lo que sin duda recordaré es el sismo que interrumpió la proyección (el del sábado 10 de diciembre). Ese no sólo me obligó a salir de la sala, sino a regresar el día siguiente a ver el metraje que me faltó y comprobar mi opinión.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Infame espera

No puedo disimularlo. La espera me consume. Ya quiero que sea 20 de julio de 2012. La fecha caerá en viernes. Ese día estaré en el cine, seguramente en una función de medianoche, rodeado de otros fanáticos que comparten mi ansiedad por ver Batman: el Caballero de la Noche asciende (The dark Knight rises), la tercera entrega y conclusión de la saga que comenzara el talentosísimo Christopher Nolan con Batman inicia (2005) y siguiera en Batman, el Caballero de la Noche (2007). Acudiré con la completa convicción de que el cineasta romperá la infame fortuna de otras terceras partes basadas en personajes de historietas. Ahora el enemigo a vencer será Bane, personaje de identidad desconocida creado en  1993 por  Chuck Dixon, Doug Moench y Graham Nolan. Su incursión en la historia del héroe obedeció a la necesidad de enfrentarlo a un nuevo rival, a un riesgo que significara un aumento en el interés de sus seguidores (con las consecuentes ganancias materiales para DC Comics). Bane es hijo de un guerrillero, oriundo del ficticio país caribeño de Santa Prisca. Creció –sobrevivió- en el brutal ambiente de la Prisión de Peña Dura, donde se desarrolló física e intelectualmente. Esto lo volvió elegible para la experimentación con una droga llamada Venom, una suerte de esteroide que aumentaba dramáticamete su fortaleza y ferocidad. No es extraño que Nolan lo haya elegido para cerrar su trilogía. Bane no sólo posee un dilema no resuelto con la figura de autoridad –su padre- sino representa todo lo que sería Batman de no haber contado con un protector sustituto y una fortuna económica. El villano será interpretado por Tom Hardy, a quien conocimos en La caída del Halcón Negro (Ridley Scott, 2001), RocknRolla (Guy Ritchie, 2008) y en El origen (Nolan, 2010). Su caracterización dista del enorme y musculoso sujeto enmascarado –muy semejante a un luchador de la AAA- que las historietas, las caricaturas y los videojuegos han popularizado. También del gigantón sin cerebro que encarnara Michael Reid MacKay en la muy terrible Batman y Robin (Joel Schumacher, 1997). Los hermanos Nolan -Christopher y Jonathan- , como ya nos han enseñado, apuestan por guiones realistas y este caso no será distinto. Los avances nos muestran a un Bane de estatura normal, a rape –como un miembro de la Hermandad Aria-, que usa una media máscara y una chamarra con forro de borrego que comete un espectacular acto terrorista en un estadio de fútbol. Creo que éste –el terrorismo- y la anarquía en un orden aparentemente idílico serán los ejes de una película que promete mucho. Cuando un barbado Bruce Wayne (Chistian Bale) pregunta qué quiere decir el cántico que escucha, recibe por respuesta una orden que todos los gobiernos temen: “levántense”. A esto hay que añadir la presencia de Anne Hathaway que interpretará a Selina Kyle/Gatúbela, quien le susurra al oído: “viene una tormenta”. Ahora la parte más difícil. A esperar. 

martes, 20 de diciembre de 2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

Carta abierta a un defensor de Fred Roldán

Estimado Anónimo:
Sería muy grato saber tu nombre, pues no sé si escribo esto a un producto de mi imaginación, a un extraterrestere, a un amigo de la persona que aludo en mi comentario o mejor, al mismísimo Fred Roldán. Decidí colocar esto como una entrada de mi blog porque tú expresaste tu sentir en un espacio público donde valoro la sana retroalimentación. Primeramente te recuerdo que toda opinión es subjetiva, y la tuya es el ejemplo de ello. Nunca me he erigido como el detentor de la verdad absoluta. Mi pensar se desprende de los más de quince años que tengo como investigador en los géneros de horror y fantasía –de toda una vida como aficionado- y como autor de obras de teatro que se han representado en la Universidad Nacional y en el Centro Cultural del Bosque. Yo discrepo cuando calificas a Fred Roldán como “el máximo exponente del teatro familiar (y no comercial)”. Reconozco su entusiasmo –hacer teatro en México es una labor ardua- pero critico severamente la calidad del producto que ofrece a las hordas de escolares que acuden a sus obras. En una entrevista radiofónica escuché las canciones del montaje y pienso que son totalmente irrespetuosas al espíritu de una novela –Drácula de Bram Stoker- a la que tanto debo y admiro. Sobre mi “sed del éxito ajeno”, gozo del favor de una buena cantidad de seguidores en los medios que me interesan y no necesito lucrar con la fama del Sr. Roldán. No envidio su fortuna ni su aceptación. Para rematar citaré las sabias palabras de mi abuela, “las opiniones son iguales que los traseros: todos tenemos”.
Recibe mis mejores deseos.
Roberto Coria.


Anónimo dijo...
Aunque ha pasado tiempo, quiero expresar que comentarios como los que hace este autor irresponsable solo son muestras de la sed de fama y éxito de las demás figuras contemporáneas de nuestro teatro, es indignante que diga tales cosas del máximo exponente del teatro familiar (y no comercial) en México, como lo es Fred Roldan, que fácil es tener un teclado y una computadora y refutar el trabajo de las personas con éxito nato. Porque no basa sus comentarios en encuestas del publico? o en Críticas objetivas? la respuesta es simple: porque de lo contrario su sed del éxito ajeno lo acabaría matando de soez envidia.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Verdes recuerdos de la infancia

Uno de mis primeros encuentros con monstruos lo debo al Show de los Muppets. De producción británica a partir de las populares creaciones de Jim Henson, tuvo una exhibición regular entre 1976 y 1981. Entre sus invitados figuraron las principales estrellas de su momento: de Bob Hope a Tom Denver, de Roger Moore a Johnny Carson, de Mark Hamill a Vincent Price. El programa era, definitivamente, el mejor momento de muchos domingos en los que reinaba la euforia futbolística. Fue uno de los más gloriosos que transmitió el extinto Canal 13. Anunciaba el ocaso de día y el inicio de una nueva semana. Durante años los Muppets formaron parte de mi entorno inmediato, de mi familia. Por eso en mi memoria y afectos, aunque el nuevo doblaje se afane en llamarle por su nombre real, su líder siempre será la Rana René.
Muchos de los lectores de este espacio –los que pertenecen a mi generación- seguramente comparten mi opinión. Reconocer esta afición es necesario para disfrutar Los Muppets (James Bobin, 2011), cinta co escrita y protagonizada por Jason Segel quien, sin duda alguna, es un enorme admirador de estos entrañables personajes –su gozo es imposible de disimular-. La historia no es un derroche de creatividad, pues parte –como los mismos creadores reconocen- de un lugar común –salvar el teatro de los Muppets-, personajes y situaciones que conocemos ampliamente –un villano acartonado, un romance inequitativo, el anhelo vuelto realidad, el bien que triunfa sobre la maldad-. Pero su encanto recae en sus maravillosos títeres. La colorida truope que encabezaba el verde batracio ha caído en el olvido. Se ha disgregado de forma diversa. El oso Fozzie (Figaredo por estos rumbos) conduce un penoso espectáculo en Reno, Nevada, donde lucra con la popularidad que alguna vez tuvo; el Gran Gonzo es un magnate de los inodoros donde la gallina Camilla es su contadora; Miss Peggy (la Cochinita Pibil) es la editora de la versión francesa de Vogue, muy similar a Anna Wintour o a la Miranda Priestly de El diablo viste a la moda (David Frankel, 2006); el gerente Scooter (Ciriaco) trabaja en Google; el baterista Animal recibe terapia para el control de la ira donde su tutor es el comediante Jack Black. El entusiasmo del joven Walter, hermano menor de Segel y fan from hell del grupo, saca del retiro a sus ídolos para hacer un programa especial –un Muppetón- para reunir fondos para salvar su viejo hogar.
Como en el programa de televisión, los títeres gozan de una gran cantidad de actores invitados. Entre ellos están Mickey Rooney, Alan Arkin, Emily Blunt, Zach Galifianakis, Neill Patrick Harris, Whoopi Golberg y Selena Gómez, entre muchos otros. Adicionalmente posee un soundtrack robustecido por emblemáticos títulos ochenteros, en el que sobresale We built this city de Starship. Con ella de fondo construyen -reconstruyen- su sueño.
Si bien varios números musicales aletargan el relato –yo no deseaba ver a Chris Cooper, con todo y su Oscar, cantando- el efecto final se debe sin duda a la nostalgia. Los Muppets nos producen –como reconoce su protagonista- el tercer bien más preciado en la vida: alegría. Nos permiten recordar tiempos más simples y la cercanía a lo maravilloso que teníamos cuando éramos niños. Y este efecto no sólo lo causó en personas de mi edad. Los niños que poblaban la sala de cine estaban encantados. Al salir de su teatro, Los Muppets se encontraron no sólo con el reconocimiento que todos les debemos, sino con nuevas generaciones de admiradores.
La película gozó de una enorme aceptación –en la crítica y en la taquilla- en su estreno a pesar que muchos de sus artífices originales, como Frank Oz, la reprobaron. También se hizo merecedora de una posible censura por “retratar negativamente a la industria petrolera”. Como sea espero sinceramente que inyecte nuevos bríos a una popular y exitosa franquicia que posee ya un lugar en nuestro corazón.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Divino fantasma

Memoria de un fantasma
Roberto Coria

Escribo estas palabras a 111 años de que Oscar Wilde, en la modesta habitación de un hotel parisino, exhalara su último aliento. Conocí uno de sus cuentos más populares, El príncipe feliz, cuando tenía 8 años, en una bella edición ilustrada que me procuró mi madre, editada y traducida al español por José Emilio Pacheco. Cuando crecí conocí y me estremecí por el genio inigualable del irlandés. Se convirtió así en uno de los autores que definieron mi amor por las letras y el arte dramático. En los albores del nuevo milenio, como un homenaje a Wilde en su centenario luctuoso, Vicente Quirarte escribió El fantasma del Hotel Alsace, obra que se montó con el auspicio de la Universidad Nacional bajo la dirección de Eduardo Ruiz Saviñón. Toda gran puesta en escena, al igual que una película o una serie de televisión, sustenta su efecto en una historia sólida y formidable. Así fue con el texto de Vicente, uno de los más bellos que he leído y presenciado. 11 años después, el talento y pasión de Abraham Feria le hicieron retomar la estafeta y nos presentó una obra solvente, que rendía tributo al planteamiento primigenio, pero que se movía con fuerza y personalidad propias. Para presenciarla había –literalmente- que descender al inframundo. En el sótano del Teatro Carlos Lazo, en un escenario austero, el director nos presentó a un Oscar Wilde decadente, con un negro sentido del humor (encarnado con gran eficacia por Gonzalo Blanco), conocedor de su desgracia pero que conservaba la vanidad del que se supo una vez “tan famoso como la Torre Eiffel”. Abraham supo explorar subtextos que el autor sugirió y lo hace de una forma agresiva y vigorosa: las preferencias sexuales y debilidades de Wilde. Su encuentro con el garçon (Diego Cuevas) representa la forma en que la sociedad victoriana –y aún en esta época- veía las relaciones homosexuales: como algo ilícito, un crimen que es mejor no mencionar. El Hada Verde del Ajenjo (Mirel García) fue en el nuevo montaje una dominatriz en diminuta ropa de cuero, que torturaba la lacerada alma y carnes del escritor. Guillermo Uribe interpretaba a un Bram Stoker sombrío, que rinde tributo a su creación más recordada, y que anuncia a su amigo el reconocimiento que está por venir. Cuestiona Wilde, “Ahora que el tiempo se me acaba”. Bram responde, “Ahora que el tiempo es todo tuyo. Ahora que el tiempo te pertenece”.
El trabajo de Abraham Feria es un decoroso homenaje a sus clásicos. Durante una mesa redonda, el joven director recordó la manera en que El fantasma orientó su vocación. Por eso, porque me siento completamente identificado con él, es un honor que haya puesto su mirada en un trabajo que yo mismo escribí, El hombre que fue Drácula. Como autor tengo la confianza que hará un trabajo espléndido con el que concebí como un homenaje al teatro y la amistad, y que el mismo Vicente Quirarte definió como “la aventura intelectual de un hombre que supo defender su insobornable vocación literaria a pesar de todos los obstáculos”.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Vampiros nada adorables

En el panorama cinematográfico actual, dominado por “vampiros” que declaran su buen amor a jovencitas insulsas frente a un altar, las bocanadas de sangre fresca se agradecen. Esa fue la principal virtud de la maravilla sueca titulada Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008) o de la reelaboración de La hora del espanto (Craig Gillespie, 2011), cinta sin pretensiones que devuelve dignidad y malevolencia a los hijos de la noche. En esa misma línea se mueve Tierra de vampiros (Stake land, Jim Mickle, 2010), cinta post apocalíptica donde los monstruos del título son lo de menos. Fue inevitable que me hiciera recordar la muy reciente El último camino (John Hillcoat, 2009), adaptación de la novela de Cormac McCarthy y protagonizada muy eficazmente por Viggo Mortensen.
En una primera lectura, muchos de los espectadores de Tierra de vampiros podrían decir “esto ya lo he visto”. Tienen razón en cierta medida. Pero ya lo dije antes, “escribir un buen relato de horror es tan delicado como concebir un poema de amor. El éxito se logra al utilizar adecuada e innovadoramente las convenciones del género, cuando el autor es capaz de ensamblar dichos elementos, capturar la imaginación del lector y sorprenderlo”. En un futuro no lejano, muy en deuda con el de la novela canónica de Richard Matheson (no hace falta decir su título), los vampiros se han convertido en una abrumadora mayoría que lleva al colapso de las sociedades civilizadas. Los sobrevivientes se vuelven nómadas que sólo buscan su precaria subsistencia. Martin (Connor Paolo) es uno de ellos. El joven viaja con su familia hasta que una noche su destino cambia abruptamente. Tras el brutal asesinato de sus seres amados, queda bajo el cuidado de su inesperado salvador a quien sólo se refiere como el Señor (Nick Damici ), rudo cazador de vampiros que le enseña cómo mantenerse con vida en ese nuevo mundo. Ambos buscan llegar al Nuevo Edén, tierra prometida cuya existencia nadie ha comprobado. Ello demuestra una máxima: la esperanza muere al último y en la adversidad es el único alimento para seguir adelante. En su peregrinar el dúo –a quien se les une paulatinamente un variopinto grupo de personas- no sólo se enfrentan a peligros sobrenaturales sino, lo que es peor, a la maldad natural del hombre encarnada en el demente predicador Jebedia Loven (Michael Cerveris).
El guión del director Mickle y del mismo co estelar Damici tiene muchos aciertos. Toma la estructura básica del road movie, con escenarios que no son muy comunes en una película de este subgénero. Sus vampiros, muy semejantes a los zombis, tienen una notable cercanía con los que describe el folclore de la Europa central. No son seres lindos ni carismáticos. No les afectan los símbolos sagrados. Han perdido su identidad y capacidad de razonamiento, son increíblemente brutales y obedecen a un instinto primario: alimentarse. La dupla escritural propone algunas curiosidades, como que los colmillos de los vampiros son una suerte de moneda de cambio en el nuevo orden o que se pueden clasificar según la dificultad que supone exterminarlos. Al final la historia plantea un viaje iniciático, donde su joven protagonista evoluciona por la atroz experiencia. Un elenco de desconocidos (sólo en los créditos me enteré de la aparición de la otrora atractiva Kelly McGillis, interés amoroso de Tom Cruise en Top gun), efectos de maquillaje competentes pero limitados y una puesta en escena austera dan gran decoro a un relato que, espero, no genere una secuela. Porque mi amigo Miguel Ángel Arellano, en la obligatoria discusión posterior a la proyección, citó a Francis Ford Coppola en relación a la voracidad de los estudios, “hoy en día muchas películas se realizan en espera de generar franquicias”. El desenlace de Tierra de vampiros, con una vaga nota de esperanza, fue el oportuno. Ni más ni menos.
La cinta se estrenará de forma limitada en algunas salas comerciales este fin de semana, distribuida por la recién nacida Caníbal. Deseo prosperidad a la compañía y le auguro fortuna por confiar en propuestas inteligentes. Corran la voz.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Ejercicio de ocio (vampírico)

¿Se han preguntado quiénes habrían sido los actores convocados si se hubiera filmado una versión de Drácula en la Época de Oro del cine nacional? He aquí mi dramatis personae:

Jonathan Harker. Pedro Infante. no se puede negar que el hombre arrastraba a las multitudes a los cines.
Arthur Holmwood. Jorge Negrete. Eso habría abierto las puertas a un dueto con Pedro.
Jack Seward. David Silva, para dar dimensión dramática al asunto.
Quincey Morris. Abel Salazar, lo que permitiría otro número musical.
Van Helsing. Andrés, Domingo o Fernando Soler. Todos eran muy buenos.
Mina Harker. Marga López.
Lucy Westenra. Miroslava.
La mamá de Lucy. Sara García.
Renfield. Germán Valdés "Tin Tán". En papeles serios era increíblemente eficaz. Y de paso, su hermano "El loco", "Borolas" y el "Ranilla" hubieran sido internos del manicomio del Dr. Seward.
Las 3 novias de Drácula. Ninón Sevilla, Yolanda Montes "Tongolele" y Rosita Quintana.
Gitanos de Drácula. Wolf Ruvinskis, Yeryé Beirute y similares.
Drácula. Carlos López Moctezuma. Mi amada Ana Luisa piensa que Ricardo Montalbán, por su aire de galán exótico. Germán Robles queda descartado por su aparición en El vampiro.
Todos dirigidos por Rafael Baledón o Juan Bustillo Oro.
Hagan su casting ideal...

jueves, 1 de diciembre de 2011

La edad de los insectos

Tengo el placer de conocer personalmente a muchos de los escritores mexicanos (vivos) que más admiro. La mayoría me honran con su amistad. Les debo incontables emociones y entrañables momentos. Pensé en ello ayer que llegué al desenlace de La octava plaga (Ficción Zeta, 2011), la más reciente novela de Bernardo Esquinca. Son muchos los aspectos que aprecio de su narrativa. Su prosa ágil y precisa, su respeto por autores fundamentales como David Lynch, Alfred Hitchcock o Stephen King, su gusto por la pornografía, el horror, la novela negra, el sensacionalismo y, sobre todo, la nota roja y los periódicos amarillistas. J (Will Smith) pregunta a su mentor K (Tommy Lee Jones) si busca información sobre el caso que indagan en Hombres de Negro (Barry Sonnenfeld, 1997). Por respuesta éste se dirige hacia el puesto de periódicos más cercano. Toma tres tabloides que tienen los encabezados más extravagantes e irrisorios. El novato le cuestiona sobre la seriedad de esos impresos. “Son el mejor periodismo investigativo”, responde el veterano. “Lee el New York Times si quieres. A veces aciertan”. La llamada nota roja ha sido tradicionalmente menospreciada por la sociedad, incluso dentro del medio noticioso. No sólo lucra con la desgracia ajena, sino utiliza el lenguaje más escandaloso para comunicársela a los demás. Pero si la estudiamos con cuidado descubriremos gran ingenio en el uso de las tipografías, los colores y las palabras. Todo en conjunto busca provocar el morbo del lector y, de paso, vender muchos diarios.
En este mundo se desarrolla precisamente la nueva historia que nos entrega Bernardo. Casasola (el apellido encierra ya un gran significado) es un periodista cultural caído en desgracia que acepta un empleo como reportero policíaco. Realiza esta labor sin ocultar su repudio e inexperiencia. Pero las cosas cambian cuando da seguimiento a una serie de crímenes cometidos por la misteriosa “Asesina de los moteles”.
A este drama el autor añade un elemento insólito, que nos anticipa la portada misma del libro: los insectos, esas criaturas presentes en este planeta antes que el hombre se apropiara de él. “Nosotros somos los verdaderos constructores de este planeta. Por eso nos pertenece”. Prefiero no arruinar la sorpresa, sólo diré que a sus futuros lectores que el relato me mantuvo cautivo hasta sus últimos instantes. Ellos encontrarán incontables guiños, desde la presencia de un apóstol –que se apellida como un seminal director mexicano de películas de horror- encerrado en un manicomio y que devora libros, entre ellos una edición de las Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, referencias a Richard Matheson, J. G. Ballard y Thomas de Quincey, la presencia de un inolvidable fotógrafo de nota roja, la breve mención a uno de mis cuentos preferidos del autor (el de “un entomólogo visitado por su esposa muerta”) y muchísimas reflexiones sobre la ciudad. Porque el sitio donde transcurre la historia no tiene nombre; puede ser cualquier gran urbe “conformada por el material de las pesadillas”. Al final uno de sus personajes asegura: “Todos estamos en el mismo manicomio, los de dentro y los de afuera. Tan sólo nos divide un muro”.
En un post scriptum, Bernardo nos informa todas las fuentes a las que acudió en la construcción del relato –porque se nota que hizo su tarea- y el posible regreso de su protagonista. Ojalá esto suceda pronto.