miércoles, 29 de febrero de 2012

Celebrar la vida, celebrar la muerte


Ayer tuve el placer de acompañar a Miguel Robles Bárcena, Secretario de Servicios a la Comunidad de la UNAM, a Alejandro Fernández Varela Jiménez, Director General de Atención a la Comunidad Universitaria y David Vazquez Licona para presentar el libro Por los siglos de los siglos. Memoria del décimo tercer Festival Universitario de Día de Muertos, Megaofrenda 2010, en el marco de la XXXIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. En realidad como la ocasión –para el mexicano- es una fiesta, todos acompañamos a una gran cantidad de Catrinas y a un animado ensamble musical que nos llevó, como el flautista de Hamelin, al Salón de la Academia de Ingeniería. Comparto con ustedes lo que dije:
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Celebrar la vida, celebrar la muerte
Roberto Coria

A la Universidad Nacional debo mucho: mi educación profesional, incontables satisfacciones y sobre todo una manera abierta e inteligente de saborear la vida. Que en un programa de mano, junto a mi fotografía y semblanza, apareciera el sello “Orgullosamente UNAM”, fue la mejor recompensa imaginable. La Universidad me ha dado la oportunidad de jugar en su jardín –con sus juguetes- , de explorar temas que pocos respetan –el horror y la fantasía- y divulgarlos. Hoy me permite estar con ustedes en este maravilloso Palacio de Minería, en su fiesta de las letras. Esta es una más de la multiplicidad de actividades que nos ofrece la Universidad. Y entre ellas brilla una por innumerables razones: su celebración anual a los muertos, conocida como la Megaofrenda. Este proyecto, desde sus inicios, buscaba unir a todas las facultades, escuelas – oficiales e incorporadas- e institutos de nuestra Casa de Estudios, así como a grupos independientes, con el propósito de honrar a una de las tradiciones más arraigadas en nuestra cultura. Así, durante cinco días, calaveritas de azúcar, copal, flores de cempasúchil, papel picado y velas de todos tipos adornan las “islas” de Ciudad Universitaria y son el escenario ideal para la reunión de los vivos y los muertos. Han pasado 14 años desde su primera emisión. Hoy es uno de los eventos más grandes y reconocidos en su tipo, a nivel nacional e internacional. Personas de todos los lugares del país viajan a esta ciudad el 1 y 2 de noviembre sin otro propósito que ser parte de la magia. Tengo el privilegio ser amigo esta actividad. No sólo he formado –junto con otros apasionados- parte de ella a través de humildes altares, conferencias y lecturas en atril, sus organizadores también me han confiado la labor de ser jurado en varios de sus concursos de cuento. Porque en la Megaofrenda ofrece al Universitario incontables formas de incendiar su creatividad: “calaveras”, cartas, crónica, postales y fotografía. Todo ello, tradicionalmente, es reunido en un bello libro, mismo que hoy comparto el orgullo de acompañar en su presentación oficial.
El gran Carlos Monsiváis dijo alguna vez que la celebración a la muerte, en nuestro país, crea a dos sectores fundamentalistas: los que han trascendido la calabaza en tacha y prefieren ir a Disneylandia que a Mixquic y los que se aferran a las tradiciones. Evidentemente la Megaofrenda es parte de este último grupo, pero no es excluyente de ninguna manera. Por igual han celebrado a Juan Rulfo y a Edgar Allan Poe. Entre sus altares han caminado la Catrina de Posada y niños disfrazados de brujas y fantasmas. Esa es su virtud, la pluralidad. Ambas expresiones pueden coexistir reconociéndoles su respectivo valor.
Les invito a formar parte de la Megaofrenda a través de este libro. Sólo me resta, sin sonar institucional, agradecer a la Dirección General de Asuntos de la Comunidad Universitaria por recordar a nuestros muertos de forma tan valiosa. Finalizo con una línea del bello poema de Jaime Sabines, más que apropiada para esta ocasión y que exalta la esencia de la Megaofrenda:
Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto.

martes, 21 de febrero de 2012

El padre de todos los vampiros

El próximo domingo 26 de febrero de 2012 a las 18:00 horas, en el salón de la Academia de Ingeniería del Palacio de Minería, dentro de su Feria del Libro, mi amigo Vicente Quirarte ofrecerá la conferencia "El padre de todos los vampiros: los cien años de Bram Stoker". Indispensable. Allá nos vemos.

Presentación de la 2da edición de "El hombre que fue Drácula"

El próximo jueves 1 de marzo de 2012 a las 17:00 horas, en el Auditorio Bernardo Quintana del Palacio de Minería, dentro de su tradicional Feria del Libro, tendré el placer de presentar la 2da edición de mi obra "El hombre que fue Drácula", publicada por Libros de Godot. Esta nueva edición contará con ensayos de Hugo Gutiérrez Vega, Vicente Quirarte y Víctor Grovas Hajj, todos celebrando a Bram Stoker y su creación más perdurable Me acompañarán padrinos de lujo: Eduardo Ruiz Saviñón y Vicente Quirarte. ¡Allá los veo!

lunes, 20 de febrero de 2012

De lo que están hechos los sueños

La noche del 28 de diciembre de 1895, en una lujosa avenida de la ciudad de Paris, un reducido grupo de personas se congregó frente a un local que anunciaba la presentación de un nuevo invento. El escueto cartel decía simplemente “CINEMATÓGRAFO LUMIÈRE. Entrada 1 franco”. Solo 35 personas se dejaron arrastrar por el enigmático letrero. Una vez apagada la luz, comenzó la magia y una de una de las manifestaciones culturales que mejor define nuestra época.
Imaginar esta experiencia es indispensable para comprender el espíritu del vigésimo tercer largometraje del talentosísimo Martin Scorsese, Hugo (2011). No sólo es su primera película filmada enteramente en 3D –técnica que anatemizo, como ya he dicho- sino la primera que disfruté en este formato. Por primera vez la tercera dimensión rebasa el artificio y el mérito tecnológico. Se encuentra al servicio del guión de John Logan que se basa en el libro infantil La invención de Hugo Cabret, escrito e ilustrado por el estadounidense Brian Selznick.
Es su procedencia la que marca la primera parte de la cinta. Paris, 1931. Hugo Cabret (Asa Butterfield) es un niño de 12 años que habita en las entrañas de la estación de trenes de Montparnasse bajo el cuidado de su ebrio tío Claude (Ray Winstone), un relojero que se encarga del buen funcionamiento de los inmensos mecanismos del lugar. Hugo observa cotidianamente el ir y venir de la gente. Entre ellos el Inspector Gustav (Sacha Baron Cohen), la florista Lisette (Emily Mortimer), el propietario del expendio de periódicos Monsieur Frick (Richard Griffiths), la dueña de la cafetería Madame Emile (Frances de la Tour), el propietario de una maravillosa librería Monsieur Labisse (Sir Christopher Lee) y el maestro juguetero Georges (Sir Ben Kingsley), a quien Hugo roba engranes y piezas mecánicas para un fin importante: hacer funcionar a un autómata que su finado padre (Jude Law) reparaba antes de que la vida los separara. Pronto el niño e Isabelle (Chloë Grace Moretz), ahijada de Georges, se embarcan en una aventura formidable que no sólo les permitirá definir su lugar en este mundo, sino reparar sueños y amores rotos.
Hasta este momento su tono no deja de recordarnos a las incontables adaptaciones de Oliver Twist, o a Lemony Snicket: Una serie de eventos desafortunados (Brad Silberling, 2004) e incluso a la saga de Harry Potter. Pero sigue la parte que más adoré de la cinta: un maravilloso homenaje a los albores de la cinematografía con referencias importantísimas a La llegada del tren a la ciudad (Auguste y Louis Lumiére, 1895), Intolerancia (D. W. Griffith, 1916), El gabinete del Dr. Caligari (Robert Wiene, 1920), El chico (Charles Chaplin, 1921), Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Rex Ingram, 1921), Por fin a salvo (Fred C. Newmeyer y Sam Taylor, 1923), El ladrón de Bagdad (Raoul Welsh, 1924), El maquinista de la General (Clyde Bruckman y Buster Keaton, 1926) y, sobre todo, Viaje a la luna (1902), una de las 555 películas –según el Internet Movie Data Base- que filmó el maravilloso Georges Méliès.
Es precisamente en esta parte donde Scorsese se regodea. Él, como un incansable luchador por la preservación de los archivos fílmicos de la humanidad, escribe una carta de amor al séptimo arte. Y más allá, un tributo a la imaginación y la capacidad de soñar despiertos porque el cine, como dijo alguna vez Emilio García Riera, “es mejor que la vida”. Incluso el mismo Scorsese, como le enseñó su maestro Alfred Hitchcock, tiene una fugaz aparición.
Más de un parlamento me arrancó genuinas lágrimas de emoción y tan sólo recordarlos pone en riesgo el teclado de la computadora. Por eso cierro con la crítica que otro gran enamorado del cine, mi amigo Rafael Aviña, publicó el pasado 27 de enero de 2012 en la sección Primera Fila del periódico Reforma. Hugo ha recibido numerosos reconocimientos de la crítica especializada. Tiene 11 nominaciones para recibir el prestigiado Óscar, y se merece cada una. En un momento donde este premio ya no es –al menos para mí- un referente para calificar la calidad de una película, el que ganara la mayoría –sobre todo las categorías principales- me haría recuperar la fe en él.
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Un homenaje al cine mismo
Rafael Aviña

Paris, años 30. Autómatas que dibujan, locomotoras fuera de control, orfandad, ilusionismo, películas y genios del cine olvidados, una impecable e impresionante utilización del 3D y los efectos visuales, todo ello, bajo la conducción de otro prestidigitador de la pantalla: Martin Scorsese, gran cineasta y empedernido cinéfilo.
Se trata de La invención de Hugo Cabret (EU, 2011), con la que el responsable de Taxi Driver (1976), realiza su primera película para todos los públicos, sino el homenaje más sentido a una de sus enormes pasiones: los archivos fílmicos y los maestros del cine silente.
Adaptado de la exitosa novela de Brian Selznick, el filme comulga en buena medida con la imaginería infantil y el concepto de aventura de un Steven Spielberg, sin embargo, la malicia de Scorsese lo lleva a desechar cualquier empalago humorístico-sentimental, para proponer un drama con un espíritu muy cercano al Charles Dickens literario.
La historia de Hugo, un huérfano (Asa Butterfield) que vive de milagro, oculto en la torre del reloj de una estación de trenes, hábil para arreglar todo tipo de pequeños mecanismos, algo heredado de su padre relojero, sirve en realidad de pretexto para contar el relato de una ingrata omisión.
En su afán para reconstruir el autómata que su padre halló y dejó inconcluso, Hugo se relaciona con el anciano cascarrabias que mata el tiempo componiendo juguetes en un pequeño local de la terminal y que no es otro que el mismísimo genio del trucaje cinematográfico: Georges Meliés, quien vive en el anonimato, olvidado por el público, protagonizado con eficacia por Ben Kingsley.
Ahí está el encanto de la lectuira en la biblioteca qyue atiende el siempre grande Christopher Lee, la amistad b las ansias de aventura que comparte Hugo y la joven Isabelle (Chloë Grace Moretz), ya sea en la sala de cine o en esa estación en la que conviven floristas solitarias o guardias con recuerdos físicos de la guerra y, por supuesto, la gran habilidad del realizador para rodear a este relato de gran aliento fílmico, con sus elegantes movimientos de cámara y un soberbio montaje.
No obstante, lo que en realidad le interesa a Scorsese, es transmitir al espectador su adoración a los grandes pioneros del séptimo arte: los Lumiére, Chaplin, Keaton, Lloyd, Griffith, Mélies y más.


miércoles, 15 de febrero de 2012

Hay vida después de Hogwarts

Prueba superada. La dama de negro (James Watkins, 2012) es una película que no decepciona a los apasionados del Ghost story victoriano. Es una historia sencilla –con un guión de Jane Goldman a partir de la novela de Susan Hill-, correctamente ejecutada, sin pretensiones, con una espléndida y opresiva fotografía de Tim Maurice-Jones, una eficiente partitura de Marco Beltrami y una muy eficaz actuación de Daniel Radcliffe, recién egresado de la Escuela de Magia y Hechicería Hogwarts. Sobre todo es fiel al espíritu de lo que plantearon autores entrañables que mencioné en una entrada previa. Y más cerca, a lo dicho por Guillermo del Toro en el prólogo a su estupenda cinta El espinazo del diablo (2001): “¿Qué es un fantasma? Un hecho terrible condenado a repetirse una y otra vez”.
Inglaterra, principios del XX. El joven abogado Arthur Kipps (Radcliffe), deprimido por la muerte de su esposa y agobiado por las deudas, es enviado al Noreste del país a resolver pendientes administrativos tras la muerte de Alice Drablow, cliente de su firma y dueña del vetusto caserón Eel Marsh, situado en un islote en medio de una marisma –término correcto según los expertos-, un territorio desolador al que sólo se puede llegar por un camino cuando lo permite la marea. A su arribo, Kipps –hombre de ciudad- se encuentra con el recelo y rechazo de los pobladores –muy característicos de los victorianos, aunque la película se sitúa en plena era eduardiana-, quienes temen a la Dama de Negro (Liz White) del título. Al principio el abogado atribuye todo a la ignorancia y la superstición –hombre de ciudad, de nuevo-. Pronto, a la mala, cambia su pensar. En el proceso descubre la causa del penar de la fantasmal mujer con un desenlace que, si bien bello, no deja de ser trágico.
Y ahora el joven Radcliffe. A pesar de lo que algunos han dicho, se desprendió por completo de la figura de Harry Potter y consigue llevar sobre sus hombros el peso del relato. Su corta edad no hace daño a su papel si consideramos que en esa época –y hoy en día- un joven de 22 años ya era un hombre con grandes responsabilidades. Proyecta sin problemas el dolor por la pérdida de su amada y el gran amor por su hijo Joseph (Misha Handley), el cual demostró ser el más poderoso de los afectos humanos.
La dama de negro fue realizada con un magro presupuesto de 13 millones de dólares (magro para los estándares de la época). Recaudó más de 20 el día de su estreno (hoy supera los 35), lo cual la convierte en la más redituable cinta producida por la casa británica Hammer (es una coproducción de Inglaterra, Canadá y Suiza, no “gringa” como dicen algunos). Espero que su buena fortuna incentive a los estudios para crear películas igualmente interesantes. Los fantasmas siempre tienen mucho que ofrecer.
                                                                                                 

martes, 14 de febrero de 2012

La chica del remake innecesario

Le debo el título de esta entrada a Agustín Galván, fiel lector de este blog.
Karl Stig-Erland Larsson, periodista y escritor sueco conocido como Stieg Larsson, murió el  9 de noviembre de 2004.  Tenía 50 años de edad. Falleció de un ataque al corazón por  subir 7 pisos de escaleras, según la versión oficial. Esta dolencia fue causada por sus enemigos, piensan algunos, por su declarada afiliación comunista. Y he aquí lo que me parece verdaderamente triste: no vivió lo suficiente para ver publicadas su serie de novelas denominada “La trilogía Millenium” ni para comprobar el éxito rotundo en que se convirtieron. Mucho menos para ver cómo fueron llevadas a la pantalla grande en su país ni su cuestionable remake estadounidense. Pero ya llegaré a eso.
Aunque Larsson dio sus primeros pasos escriturales en el terreno de la ciencia ficción, ganó notoriedad en la literatura de tema criminal. No sólo porque la sangre vende y es un negocio redituable (pregunten a los editores de La Prensa o Metro), sino porque en su juventud atestiguó hechos terribles que implicaban violencia contra las mujeres en diferentes formas. Ese es el tema principal de su prestigiada trilogía. Muchos pueden cuestionar su estilo, su originalidad o su validez como aportación al género policíaco. Lo cierto es que utilizó todos los elementos que pueden convertir un texto en un best-seller. Y lo hizo sin esa intención.
Su primera novela, Los hombres que no amaban a las mujeres (2005, publicada en Estados Unidos como La chica del dragón tatuado), narra la historia del periodista de investigación Mikael Blomkvist, editor de la revista Millenium (equivalente a la Proceso de estos rumbos) que cae en desgracia legal y es contratado por el millonario Henrik Vanger para investigar un asesinato ocurrido 40 años atrás, un clásico misterio de habitación cerrada (sólo que la habitación es una isla). En el proceso Blomkvist une su camino con el de Lisbeth Salander, genio de computadoras, investigadora brillante de una empresa de seguridad, poseedora de memoria eidética, con su cuerpo cubierto de piercings y tatuajes (es la chica del dragón tatuado del título) y poseedora de oscuros secretos. Ella es una de tantas mujeres a que temen y odian los hombres comunes. Es una mujer fuerte, empoderada, por momentos víctima que decide asumir el papel opuesto. Tatúa –como El Zorro- en el abdomen de su tutor legal, el hombre que la brutalizó, la leyenda “Soy un cerdo sádico, un pervertido y un violador”, acto incuestionable de justicia. Ella es el personaje principal de la serie y, en definitiva, uno de los más más fascinantes que recuerdo en tiempos recientes. Juntos (Blomkvist y Salander) son una estupenda pareja de investigadores.
La trilogía fue llevada al cine en la natal Suecia de Larsson en 2009. La primera entrega bajo la dirección de Niels Arden Oplev, la segunda (La chica que jugaba con fuego, publicada como La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina) y la tercera (La chica que golpeaba avisperos, publicada como La reina en el palacio de las corrientes de aire) dirigidas por Daniel Alfredson, con la muy acertada actuación de la sueca Noomi Rapace –la gitana de Sherlock Holmes, juego de sombras- como Lis Salander. En México la primera fue estrenada comercialmente. Las dos restantes pueden verse en DVD.
Ello me lleva a hablar de la versión estadounidense de la primera aventura de Salander, dirigida por David Fincher.
Soy un declarado admirador de este cineasta, esteta del cine oscuro con profundas raíces en la cultura del video clip (como lo demuestran los créditos iniciales con ese cover de Led Zeppelin), desde su debut en Alien 3 (1992),  su indispensable Seven (1995), El juego (1997), El club de la pelea (1999), Zodiaco (2007), El curioso caso de Benjamin Button (2008) y Red social (2010). Por eso mis expectativas eran tan altas. Lo que vi fue a un Fincher al servicio de la voracidad de los grandes estudios (por aquello de hacer un remake de una película reciente). El guión de  Steven Zaillian trata de ser fiel a la historia de Larsson (incluso sucede en Suecia y retoma los nombres originales de sus personajes) pero desaprovecha sub tramas y añade aspectos que desdibujan a los héroes. Yo no concibo a Lis Salander (ahora Rooney Mara) preguntado “¿puedo matarlo?” o pidiendo que le acaricien la espalda. Le quita también importancia a sus demonios, los que la convierten en la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. Incluso le resta méritos en la investigación: hallazgos importantes que ella hace se le atribuyen a Blomkvist (ahora Daniel Craig) para el lucimiento del actual 007. Incluso recurre a situaciones desgastadas e innecesarias, como esa silueta amenazadora (con ruido tenebroso incluido) en los archivos de las Industrias Vanger mientras Lis realiza su pesquisa, o sus preparativos/shopping de los momentos finales. Y lo peor, Fincher no hizo suya la historia de Larsson, con sus crímenes del pasado y su violencia desmedida. El director es tímido –casi se autocensura- en la escena de la violación de Lis (importantísima en la trama) pero goza al mostrar su cuerpo desnudo o abundar en la sexualidad del personaje (su ligue en ese antro).
La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos la nominó para recibir cinco estatuillas en su próxima entrega del Oscar, incluida Rooney Mara como mejor actriz. La cinta fue bien recibida por la crítica. Su éxito en taquilla es cosa aparte. Pero no me crean. Juzguen por ustedes mismos. Para que tengan más elementos de juicio reproduzco la crítica que Ernesto Diezmartínez publicó en la sección Primera Fila del periódico Reforma el 20 de enero de 2012. Al final, lo único bueno: Zaillian y Fincher le evitaron la cárcel a Blomkvist.
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Con el sello de Fincher
Ernesto Diezmartínez

La tarea no era difícil.  El objetivo era mejorar estilísticamente la adaptación fílmica original del primer tomo de la trilogía Millenium, los hombres que no amaban a las mujeres (Arden Oplev, 2009).
Después de todo, la cinta sueca no es más que un telefilme bien tramado, con buenos actores y una actriz protagónica, Noomi Rampace, genuinamente hipnótica.
En manos del especialista en películas de serial-killers David Fincher (Se7en: Siete pecados capitales/1995, Zodiaco/2007) la trama escrita por Stieg Larsson tenía que verse mejor.
Y sí La chica del dragón tatuado (The Girl with the Dragon Tatoo, EU-Suecia-Alemania-GB, 2011), se ve mejor, desde la espectacular secuencia de créditos.
Por lo demás, la adaptación escrita por Steve Zaillian es fiel a la historia original, con todo y los secretos familiares escondidos, los nazis avejentados, los empresarios corruptos y nuestros dos protagonistas, el valiente periodista de izquierdas Mikael Blomkvist (Daniel Craig) y su asistente/amante/salvadora Lisbeth Salander (Rooney Mara), la solitaria vengadora gótica-hacker bisexual que es la auténtica heroína de la serie.
Fincher y su equipo de editores estructura la trama en una acezante narrativa paralela, de tal manera que Blomkvist y Salander se encuentran cuando ha pasado más de una hora de la cinta. Incluso después, Fincher los mantiene separados, pues las investigaciones que cada uno de ellos realiza son complementarias para descubrir la identidad de un asesino serial que se ha mantenido impune durante más de 40 años.
Ver este remake hollywoodense un par de años después de la cinta original resulta en un inevitable ejercicio formalista. ¿Qué le falta, qué le sobra, qué le suma, esta versión a la adaptación sueca? Un estilo visual más vigoroso y menos elíptico, una violencia más gráfica, una trepidante banda sonora de Reznor/Ross y una Lisbeth Salander más ligera, más joven y más sexualizada que la que encarnó la señorita Rampace.
Este último aspecto es problemático. En un filme dedicado a denunciar a esos despreciables cerdos –el tutor de Salander, el asesino serial en la sombra- que “no aman a las mujeres”, es curioso ver cómo Fincher explota visualmente la sensualidad y el físico de su joven actriz cuando ésta aparece desnuda. Sospecho que a la Salander no le gustaría.

domingo, 12 de febrero de 2012

Feliz cumpleaños, Señor Lincoln.

Hoy es cumpleaños de Abraham Lincolnuno de los más recordados y queridos personajes de la Historia de los Estados Unidos, su decimosexto Presidente, el rostro de su centavo y su billete de cinco dólares y ahora, según la venidera película de Timur Bekmambetov -producida por Tim Burton- a partir de la novela de Seth Grahame-Smith, cazador de vampiros. 
Ya hablaré más sobre usted. Bienvenido al gremio. ¿Conoce a un sujeto llamado Edward Cullen?


miércoles, 8 de febrero de 2012

Julio Verne entre nosotros

Julio Verne entre nosotros

Vicente Quirarte


La primera vez que tuve conocimiento de la novela de Julio Verne Un drame au Mexique fue gracias a las pasiones de mi amigo Frédéric-Yves Jeannet. Nacido en Francia como Verne –aquél en Grenoble, éste en Nantes-, Frédéric ejerció desde muy joven el oficio de explorador del mundo, cristalizado en su primer libro, Lejos de ninguna parte. Como Phileas Fogg, esa pasión viajera lo condujo a encontrarse con la mujer de su vida, en México, y de manera más precisa, en Cuernavaca. A esa ciudad dirigió sus miras desde que devoró las páginas de Under the Volcano, la obra maestra donde Malcolm Lowry hace de Cuanáhuac un obligado sitio de peregrinación para los devotos de la geografía literaria. En las páginas de Lowry, Frédéric hizo un viaje virtual a Cuernavaca. Exploró sus cañadas, su magia, sus cantinas que son simbólica y concretamente, el umbral del paraíso y del infierno. Y fue en Cuernavaca, en la casa distante que allí han construido Frédéric, Angélica y mi ahijado Juan Ángel, donde conocí el texto que ahora Leslie Alger ha traducido y editado a partir de su edición original. Tuve la fortuna de leer la novelita en la reproducción facsimilar que los siempre sabios franceses han hecho de los Voyages Extraordinaires editados por Jules Hetzel, en los cuales se reproducen además las encuadernaciones originales, con sus flamantes rojos y dorados y sus ilustraciones en relieve. Me sorprendió como a muchos que Verne hubiera situado su narración en México, sin haber estado nunca en nuestro país, del mismo modo en que nos alucinaba encontrar aquellas líneas de otro devoto lector de Verne, Arthur Rimbaud, en unas líneas de su poema “Enfance”, perteneciente a las Illuminations: “Este ídolo, ojos negros y crin amarilla, sin padres ni corte, más noble que la fábula, mexicano y flamenco”.
Ahora, gracias a la investigación de Leslie Alger, sabemos que Un drama en México se llamó originalmente Los primeros navíos mexicanos, y que además de estar situada en nuestro país e incluir desde el título su nombre, fue propiamente su primera novela publicada, en 1851. El circuito de ese viaje nunca realizado pero siempre soñado y, por lo tanto, consumado, se cierra cuando la propia Leslie Alger nos informa que en 1910 apareció, como una de las obras póstumas de Verne, otra novela situada en México, titulada El eterno Adán. No me extenderé en la primera obra, pues corresponde ese honor a quien como Leslie Alger nos ha obligado a mirar esa pequeña y significativa obra con nuevos ojos y ha traído a Julio Verne hasta nosotros. Pero haré una última digresión biográfica y bibliográfica que incluye de nuevo, ustedes disculpen, a Frédéric-Yves Jeannet. Ante la cercanía de su cumpleaños número cuarenta, se me ocurrió la obsesiva idea de regalare una primera edición -en francés-  de Autor du monde en quatre-vingt jours. Tal decisión fue la llave que me permitió entrar con desplante y confianza a un paraíso que siempre había mirado con veneración y sólo por fuera. Se trata de una maravillosa librería llamada Monte Cristo, y que se encuentra en la calle Monsieur le Prince del Barrio Latino. Vende de exclusivamente libros de aventuras, de Emilio Salgari, Alexandre Dumas y por supuesto, Julio Verne. En el aparador lucen los volúmenes como si apenas hubieran sido impresos y encuadernados, alternados con juguetes de la época: el Nautilius del capitán Nemo, el globo de Phileas Fogg. Es atendida por dos caballeros, jóvenes y flemáticos, justamente orgullosos de su oficio. Cuando pedí el libro que necesitaba, me atendieron con diligencia y fría amabilidad. Me explicaron, por ejemplo, el misterioso motivo por el cual una encuadernación en keratol cuesta casi el doble que la encuadernada en tela. Sólo tenían La vuelta al mundo en la segunda presentación, que igualmente era un regalo digno. Mientras me envolvían el tesoro, les pregunté como al paso si tenían por casualidad Drame au Mexique. Desde la cima de su autoridad me respondieron que esa novela, naturalmente, jamás la había escrito Verne; que si no me refería, acaso a Un drama en los aires, como se llamó originalmente Cinco semanas en globo, que se convertiría en 1863, en el primero de los viajes extraordinarios.  Les dije que no y cómo la había leído en edición facsimilar. Entonces procedieron a buscar en los catálogos más autorizados. No la encontraban, y a punto de abandonar una búsqueda bibliográfica que para ellos ya se había convertido en cuestión de honor, les dije que no importaba, que me satisfacía haber contribuido mínimamente a ensanchar su horizonte y que me daba gusto que Verne hubiera dedicado su primera novela a un asunto histórico mexicano, aunque fuera de modo lateral. Por fin, se iluminó el rostro de uno de los caballeros al encontrar la ficha. Yo les había dado el dato incompleto, pues la novela se llama, naturalmente, no Drame au Mexique sino Un drame au Mexique.
La anécdota es ilustrativa de la actitud que los países colonialistas tuvieron sobre los otros y la manera en que nosotros quereos saber sobre ellos y acerca del modo en que nos miran. Es significativo que la segunda edición de la obra, ya hecha por Hetzel, haya aparecido en 1863, cuando México estaba ocupado por el ejército interventor de la patria de Verne. Como ha examinado Jean Chesneaux en su magnífico libro Una lectura política de Julio Verne, no obstante que nuestro autor tenía una visión burguesa de la vida, en sus novelas se notan luces de la utopía de Saint Simon así como la admiración del buen salvaje.
El eterno Adán es una narración dentro de otra narración. Un hombre del futuro, el zartog Sofr-Aï.Sr, vive en el Imperio de Los Siete Mares, en un momento cuando el mundo está convertido en una aldea global y ha alcanzado un alto grado de civilización y civilidad.  Un día encuentra un manuscrito escrito en un idioma para él desconocido. Dedica varios años a su desciframiento y finalmente lo ofrece a los ojos de nosotros, sus afortunados lectores. Y aquí comienza para nosotros la parte más intensa, pues se trata de un diario, escrito en primera persona, y situado a comienzos del siglo XX en la ciudad de Rosario, Sinaloa. Dice el personaje narrador: “Aquel día, el 24 de mayo, había reunido a algunos amigos en mi villa de Rosario. Rosario es, o más bien era, una ciudad de México, a orillas del Pacífico, un poco al sur del golfo de California. Me había instalado allí una decena de años antes para dirigir la explotación de una mina de plata que me pertenecía en propiedad. Mis negocios habían prosperado sorprendentemente. Era un hombre rico, muy rico incluso…, y proyectaba regresar dentro de poco tiempo a Francia, mi patria de origen. Mi villa, una de las más lujosas, estaba situada en el punto culminante de un enorme jardín que descendía en pendiente hacia el mar y terminaba de forma brusca en un acantilado cortado a pico, de más de cien metros de altura. Por la parte de atrás de mi villa, el terreno seguía subiendo y, a través de un sinuoso camino, podía alcanzarse la cresta de las montañas, cuya altitud superaba los mil quinientos metros. A menudo era un paseo agradable…varias veces había realizado la ascensión en mi automóvil, un soberbio y potente doble faetón de treinta y cinco caballos, de una de las mejores marcas francesas”.
A comienzos del siglo XX, La Ciudad Asilo del Rosario, antiguamente Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario, en el estado de Sinaloa, distaba 5 kilómetros de las vías del ferrocarril del Pacífico. La riqueza mineral contenida en las entrañas sinaloenses había convertido a la población en una de las más activas de la zona, y había sido el origen de fortunas mexicanas y extranjeras. El hijo de una de ellas, Jesús E. Valenzuela, había dedicado parte de ese patrimonio a financiar las aventuras intelectuales de los escritores reunidos alrededor de la Revista Moderna
Punto de confluencia de empresarios y utopistas, de hombres de Dios y hombres sin ley, Rosario era una población alejada de la autoridad central pero bajo la vigilancia de Francisco Cañedo, que ocupó el escenario político sinaloense desde 1877 hasta 1909.  Las altas temperaturas de Rosario se mitigaban con la cercanía del mar y  el  paso generoso del río Baluarte. Verne no es preciso en su descripción de Rosario, pues no hay mar. El más próximo es Mazatlán, pero aquí, de nuevo, Verne logra que la naturaleza imite al arte. Gilberto Owen, nacido en Rosario en 1904, hará en su novela La llama fría, de 1925, un híbrido entre Rosario y Mazatlán. ¿Eligió Verne la palabra Rosario por su eufonía o por el conocimiento que pudo tener de esa población? Durante el siglo XIX, varios fueron los extranjeros que vinieron a México con el deliberado propósito de hacer un mapa de sus minas. El más célebre, por la obra que escribió fue Henry George Ward, que estuvo entre nosotros en 1827. Rosario fue un mineral de gran importancia desde la época virreinal, y aún a principios del siglo XX, los mineros se dieron el lujo de colocar en la parroquia un barandal de oro macizo. De ahí que la verosimilitud geográfica de Verne, para situar el principio de su novela, sea la correcta.
La situación idílica de la familia que habita Rosario se ve una noche brutalmente interrumpida por un terremoto. Con terror, al salir de la casa los personajes se dan cuenta de que el nivel del mar sube con rapidez inusitada. Suben al poderoso automóvil –en los tiempos de la muerte de Verne apenas comenzaba su imperio- y se dirigen a la parte más alta de Rosario. En el último minuto logran subirse a un barco, el Virginia, que venturosamente llegaba, y a bordo de él recorren lo que antes era tierra. El narrador debe de reconocer: “¡Qué cambio, en el espacio de una corta noche de primavera! Las montañas han desaparecido, todo México ha sido sumergido por las aguas. En su lugar sólo hay un desierto infinito, el árido desierto del mar.”  Posteriormente recorren todo el planeta para descubrir que han desaparecido todos los continentes y que ellos son los últimos sobrevivientes de la especie.  El mar, ese dominio libre y sin ataduras donde el capitán Nemo hallaba el paralelo para su espíritu anarquista, y donde encuentra el símbolo de la vida y de la eterna compañía de otras criaturas, más dignas que sus semejantes, se ha  transformado en inmenso sudario que cubre a los antiguos habitantes del planeta.
De los sobrevivientes, dos de ellos son dos sabios, un inglés llamado Bathusrts y un mexicano, el doctor Moreno. Asimismo, resalta la figura del señor Mendoza, “presidente del tribunal de Rosario, un hombre estimable de mente cultivada, un juez íntegro”.
Si en la novela es un  temblor de tierra el que altera la vida armónica de Rosario,  en otra historia, ésta de la vida real, ocurrida en 1913, un niño del mineral del Rosario llamado Gilberto Owen dice a su madre: “Creo que va a temblar”. Minutos después comienza un terremoto, venganza simbólica de una tierra vulnerada por varias generaciones de gambusinos, uno de los cuales era el padre del niño Gilberto.  A raíz del terremoto y de la Revolución, la familia Owen Estrada emigra, para iniciar la Odisea de uno de nuestros autores que hicieron del viaje uno de los temas fundamentales de su poesía y de su existencia. El terremoto de la novela de Verne –que es en realidad un maremoto de definitivas consecuencias- no puede dejar de evocarnos la pesadilla tangible del Tsunami que, como en la ficción de Verne, que a finales de 2004 borró territorios que apenas ayer estaban en nuestros mapas. Creyente en los poderes benéficos de la naturaleza, y en la capacidad humana para utilizarla en beneficio de la especie humana,  en la narración El eterno Adán ese poder generoso se transforma en maligno. Desde su primera novela, Cinco semanas en globo, Verne había dado nuestras de su desprecio a las que, fiel a las ideas de su tiempo, consideraba razas inferiores  y de su fe en el progreso como medio para llevar a otras tierras los principios de la civilización, que en la práctica eran los del colonialismo. Sin embargo, en todo momento Verne da un voto de confianza a todos aquellos que, sin importar su origen, su raza o su condición social, defienden los principios morales de la humanidad entera.  Como sucede con todo aquel que adquiere la unánime admiración de su especie, varias ciudades reclaman haber sido cuna de su nacimiento. Rosario no es la excepción. Los sinaloenses, y particularmente los nativos de Rosario, ostentan el orgullo de que Verne haya elegido Rosario para situar el principio de su novela apocalíptica. La profesora Schneider, que debe haber nacido cuando Verne ingresaba a la inmortalidad,  afirmaba, categórica y sabia, que el autor francés se carteaba con una mujer de Rosario. La anécdota da pie para un nuevo viaje extraordinario. Lo cierto es que el articular en su novela el nombre de la ciudad de Rosario, Verne nos da pie para conversar con él de otra manera y para establecer el principio de varias historias conjeturales. Posiblemente le gustaría saber que esa ciudad sinaloense fue la cuna de Pablo Villavicencio, mejor conocido por su seudónimo El Payo del Rosario, precursor de la Reforma y por lo tanto hermano del espíritu de la revolución de 1848 y la utopía libertaria abrazada por Verne; le hubiera divertido y estimulado saber que en esa villa sinaloense nació el periodista que, al igual que Lizardi, escribiría textos en los que se combinan la puntería crótica son la sátira despiadada, como es el caso de O se destruye el Congreso se lleva el diablo al reyno, de 1823, o uno de 1825 que bien hubiera suscrito Verne: Si no se van los ingleses hemos de ser sus esclavos. 
El utopista Saint Simon escribió: “Todo el vapor y la electricidad; sustituir la explotación del hombre por la explotación del globo por la humanidad”. En esta frase, señala Chesneaux, se resume el espíritu de los Viajes extraordinarios de Verne. Además de las novelas donde hace tal planteamiento, diseminado a lo largo de las aventuras que son el eje principal de sus obras, el autor resume sus ideas de anticipación social en el ensayo Une ville idéale (Una ciudad ideal), “leído en la sesión pública de la Academia de Amiens del 12 de diciembre de 1875. Y en Los 500 millones de la Bégum soñaba con una sociedad progresista pero advertía contra los peligros de la desaparición del latín y el griego en los liceos: “la instrucción es puramente científica, comercial e industrial”.
Al situar El eterno Adán en Rosario, donde el personaje narrador tiene una situación no solamente estable sino bonancible, Verne recuerda también el caso histórico del utopista e ingeniero Albert Kimsey Owen, que en 1872, a los 24 años de su edad, llega por primera ocasión a la bahía de Topolobampo.  Al apreciar la riqueza de recursos, la belleza del paisaje, la generosidad del clima, exclama: “si con la luz del amanecer aparece un canal hondo y seguro entre este mar interno y e Golfo de California, entonces éste sería el lugar perfecto para una gran ciudad metropolitana. En esas aguas, donde ahora no se ve embarcación alguna, un día acudirían barcos de todas las naciones. En estas planicies habitarán familias felices. Acudirán multitudes de asiáticos y australianos que serán recibidas por los europeos que llegaron a su vez desde las costas del Atlántico por el ferrocarril, cruzando las llanuras y las sierras”. La idea de Owen parecía tan descabellada como la de los ingenieros de Verne: crear un ferrocarril que constituiría la gran línea Asia a Europa vía México y Estados Unidos. Tras cabildeos y ardua labor con gobiernos y empresarios de México y Estados Unidos, en 1886 dio fin a su sueño: se tendieron las vías del ferrocarril y se establecieron los primeros colonos en Topolobampo. Luego enfermedades, hambrunas y descontentos, para 1893 la mayor parte de las familias habían regresado a su lugar de origen.
La destrucción del mundo por fuerzas de la naturaleza convierte a Verne en profeta de los nuevos tiempos. Si bien El eterno Adán no tiene la fuerza de sus obras mayores, ni la solidez de otros personajes, su visión apocalíptica, su ubicación en una población mexicana, aproximan su visión a la de otro profeta desencantado de nuestro tiempo, José Emilio Pacheco.


* Texto leído en la mesa redonda “Julio Verne, viajero virtual de México. En el centenario de su viaje más largo”, celebrada en la Biblioteca Nacional de México, el 17 de marzo de 2005.

El viaje inolvidable

El viaje inolvidable*
Roberto Coria 


En las primeras páginas de 20,000 leguas de viaje submarino, Julio Verne nos advierte, a través del profesor Pierre Aronnax, erudito del Museo de Historia Natural de Paris, de la existencia de un gigantesco monstruo marino que en el año de 1866 ataca y destruye embarcaciones a lo largo de los siete mares. Para darnos una idea de las dimensiones de esta criatura, Verne cita a un par de figuras terribles: el mítico Kraken y la ballena blanca Moby Dick. Esta última, como es bien sabido, es protagonista de la novela homónima de Herman Melville –publicada en 1851- y suele ser considerada el relato canónico de aventuras marinas. Durante muchos años me he adherido a esta opinión casi unánime, pero la relectura indispensable de la más memorable creación de Julio Verne ha puesto en duda mi sentir.
La historia de 20,000 leguas de viaje submarino –cuyo título inicial fue Viaje bajo las olas- inicia en 1866, el mismo año en que Verne comenzó a escribirla. Desde el verano de 1867, Jules Hetzel daba la primicia de su inminente publicación a los suscriptores del Magasin d´education et de récréation. Aseguraba orgulloso que sería“el más extraordinario libro de este minucioso y apasionante autor”. Su versión definitiva, la que Verne escribió después de romper un primer manuscrito, vio la luz el año de 1869 y se convirtió de inmediato en un éxito.
Como sucede en al menos 30 de sus Viajes extraordinarios, Verne utiliza el mar como escenario de esta formidable aventura. Narrada en primera persona por el profesor Aronnax a lo largo de 47 capítulos divididos en dos partes, relata la expedición emprendida por el gobierno norteamericano para dar caza a esa monstruosidad que hunde barcos. Aronnax se encuentra en Nueva York cuando en su calidad de experto –es autor del libro en cuatro tomos Los misterios de los grandes fondos submarinos- recibe una invitación para embarcarse en el USN Abraham Lincoln, capitaneado por el comandante Farragut.
Aronnax es el típico científico de las novelas de Verne. Curiosamente en las ilustraciones que Édouard Riou hace para la novela, ambos tienen un notable parecido. Es un hombre entrado en años, objetivo, cauteloso y apasionado por su campo de estudio, en este caso el mar y sus secretos.
El académico francés va acompañado de su aprendiz Conseil –Consejo en algunas traducciones a nuestro idioma-, joven flamenco que lleva diez años acompañándole en sus correrías y que ha desarrollado una gran capacidad para clasificar especies marinas.
A bordo del Abraham Lincoln también se encuentra el canadiense Ned Land -que Aronnax describe como la mejor arma del buque- conocido como el rey de los arponeros. Es un hombre de gran habilidad y sangre fría, de unos cuarenta años de edad, fuerza formidable, elevada estatura, colérico y poco comunicativo.
Después de semanas de infructuosa búsqueda encuentran finalmente al monstruo marino. Después de una emocionante persecución que seguramente está inspirada en el clásico de Melville, y que Peter Benchley retomó en su novela Tiburón, el monstruo termina por hundir al navío.
Solamente Aronnax, Conseil y Land sobreviven al naufragio. Al despertar descubren que se encuentran en las entrañas del monstruo y que no se trata de un ser viviente, sino de un ingenio mecánico: un submarino. Aparece entonces su anfitrión, un misterioso hombre que se hace llamar Capitán Nemo, quien de inmediato se convierte en el personaje principal de la novela y en el más fascinante y representativo de la obra de Verne. En muchas formas, es también el que mejor refleja sus aspiraciones adolescentes.
Nemo significa en latín Nadie, al igual que su anagrama Omen significa presagio y fatalidad. Es un hombre de nacionalidad desconocida –su origen se revela en otra obra de Verne- que ha roto todo vínculo con la humanidad y se ha lanzado al océano para alcanzar sus propósitos. El mar es su patria adoptiva. Allí ha encontrado la libertad que tanto anhelaba. Habla francés, inglés, alemán y latín sin denotar ningún acento. Estudió ingeniería en Londres, Paris y Nueva York. Es un apasionado de la pintura y la música. Posee una riqueza personal con la que “podría pagar sin problemas la deuda exterior de Francia, que asciende a 12 mil millones de francos”.
Nemo tiene un propósito poderoso: la venganza. Confiesa que alguna vez fue “habitante del país de los oprimidos”, y utiliza sus recursos para aliviar el pesar de los pobres y para vengar a las víctimas de la injusticia. Es para ello que con la ayuda de sus marineros –a quienes se refiere como sus hermanos, sus compatriotas- ha construido el prodigio tecnológico conocido como Nautilus, su hogar y medio de transporte, casi una extensión de sí mismo. Él lo ha diseñado y ensamblado secretamente en una isla con un lago submarino y un volcán apagado.
 Como afirma Fernando Savater, el Nautilus es el primero de los submarinos conocidos y el último que olvidaremos. A lo largo de tres capítulos, Nemo describe al asombrado Aronnax los detalles de su construcción y su funcionamiento. Le revela que la fuerza que lo impulsa es la electricidad, pero nunca despeja la duda del método por el cual la genera. ¿Podemos presumir que el Nautilus era un submarino nuclear? El sumergible es una suerte de arca de Noé de artificio, un museo-acuario que alberga una biblioteca conformada por 12,000 volúmenes –el 1% del acervo de esta Biblioteca Nacional- a los que califica como “su único lazo con la tierra”, una colección de arte de los más grandes maestros, la más amplia compilación de especimenes marinos y una infinidad de tesoros que ha recolectado en el fondo del mar. Pero a pesar de contener todas estas maravillas, el Nautilus es también un arma de destrucción, hecho que contraviene la visión optimista de la ciencia que Verne plasma en sus novelas.
Durante casi 10 meses –las 20,000 leguas del título-, los invitados-prisioneros de Nemo viven toda clase de aventuras: hacen una cacería en los fondos marinos, exploran embarcaciones hundidas, recolectan perlas en almejas gigantes, son atacados por nativos salvajes,  luchan por escapar de los hielos del Polo Norte, recorren el río Amazonas, se encuentran con ballenas, combaten tiburones sedientos de sangre, descubren la ciudad perdida de la Atlántida y luchan contra un grupo de calamares gigantes. Los detalles los pasaré por alto para invitar a la lectura –o relectura- de este clásico.
Los capitanes del Nautilus y del Pequod comparten muchas semejanzas. Los relatos que protagonizan son espléndidas narraciones donde sus autores, Julio Verne y Herman Melville, hacen gala de detalladas descripciones de la vida marítima y de las técnicas de navegación del siglo XIX. Nemo, al igual que Ahab, se ha lanzado al mar para llevar a cabo su venganza. Los dos sufrieron pérdidas terribles: Nemo la de su esposa e hijos; Ahab la mutilación de su propio cuerpo. La ballena blanca que persigue Nemo es la tiranía. Ambos se fortalecen por su odio, en la misma tradición de personajes como el joven capitán Edmundo Dantés que escapa de prisión para castigar a los culpables de su injusto encarcelamiento, o del millonario Bruce Wayne que adopta la figura de un murciélago para buscar otra forma de justicia.
Sin embargo Nemo no se ha sumergido por completo en la oscuridad. A pesar de los múltiples crímenes que comete, el lector desarrolla simpatía por él. Aronnax emplea adjetivos como extraordinario y fascinante para describirlo. Nemo arriesga su vida para salvar a sus hombres en muchas ocasiones, llora la muerte de sus camaradas de armas y se preocupa por la preservación de las especies marinas –“la voracidad de los pescadores algún día acabará por extinguir a la última ballena del océano”-.
El desenlace de la historia es tan súbito como impresionante. Pero es innegable que Nemo, ese arcángel del odio, ese terrible justiciero, ha alcanzado la gloria y la inmortalidad, al igual que el hombre que lo concibió.

De la novela a la pantalla de plata.

Un documental incluido en la edición especial del DVD de la película 20,000 leguas de viaje submarino (1954), producida por los estudios de Walt Disney, insiste en colocar en el mismo nivel al escritor francés y al cineasta norteamericano. Esto puede ser cuestionado en muchos aspectos, pero lo cierto es que tanto Verne como Disney fueron notables exploradores de los territorios fantásticos y se beneficiaron mutuamente, pues de la unión de sus talentos surgieron numerosas e interesantes adaptaciones cinematográficas.
20,000 leguas de viaje submarino fue el primer proyecto con actores reales de esta compañía y su primera incursión en la técnica de Cinemascope. Su reparto está conformado por Paul Lukas como el profesor Aronnax, Peter Lorre como Conseil, Kirk Douglas como Ned Land y James Mason como el Capitán Nemo, bajo la dirección de Richard Fleischer (quien era hijo del legendario Max Fleischer, acérrimo competidor de Disney y creador de las caricaturas animadas de Superman y Popeye el marino).
Ya desde su primera secuencia, en la que vemos un ejemplar bellamente encuadernado de la novela, la película afianza su relación con la creación de Verne. Sin embargo, este vínculo es bastante libre, como en casi toda novela adaptada para la pantalla grande. El personaje de Pierre Aronnax, que en muchos momentos del metraje sirve como narrador, pasa a un segundo término, mientras Ned Land y el Capitán Nemo acaparan los reflectores.
Los productores no fallan en aplicar el sello de la casa: incluyen un colorido número musical –The Whale of a Tale- para el lucimiento de Kirk Douglas -quien resulta ser más parlanchín que el descrito por Verne- y una amistosa foca llamada Esmeralda, heredera de la tradición de animalitos parlantes que caracteriza a Disney. Peter Lorre, célebre por sus actuaciones en cintas de horror como M el maldito, resulta mucho mayor de edad que el Conseil descrito por Verne. Curiosamente, el actor se quejaba que debió ser él quien interpretara al calamar gigante.
El guionista toma sólo algunos de los momentos más atrayentes y fáciles de realizar –con los avances técnicos disponibles- de la obra y descarta otros de mayores dimensiones. Por sólo citar un ejemplo, la escena climática del combate con el banco de calamares gigantes tuvo que reducirse a sólo uno de estos monstruos. La versión original se desarrollaba en un atardecer, pero los alambres que animaban los tentáculos de la criatura se veían a 20,000 leguas. Se dice que Walt Disney fue quien sugirió que la escena se rodara nuevamente en medio de una tormenta para ocultar los efectos. Hoy en día, la cinta es recordada por esa secuencia.
El resultado final es una película atrayente que cumple con su principal función: llevarnos a mundos fantásticos y cautivar nuestra imaginación.
Que la disfruten.  

*Texto leído en el coloquio Julio Verne, en el centenario de su viaje más largo, celebrado en la Biblioteca Nacional de México en el año 2005.