miércoles, 27 de marzo de 2013

Rostros de maldad o así luce Norman Bates*


En mi colaboración anterior les informé de dos venideros programas de televisión, adaptaciones de personajes literarios entrañables, que despiertan mis más altas expectativas: una nos presentará los días juveniles de Norman Bates, ideado por el escritor estadounidense Robert Bloch en su novela Psicosis; la otra la etapa previa a que el prestigiado psiquiatra Hannibal Lecter, protagonista de cuatro libros de Thomas Harris, fuera reconocido por sus aficiones homicidas y antropófagas. Resulta curioso que los autores nunca hayan abundado en la descripción física de ambos. Sólo nos ofrecen algunos rasgos, más bien escuetos, de su fisonomía. Sobre Bates, Bloch dice: “A Norman no le importaba; los cuarenta años de su vida habían transcurrido en aquella casa y era agradable y tranquilizador sentirse rodeado de cosas conocidas”, “La luz alumbraba su cara regordeta, se reflejaba en sus gafas de lentes montados al aire, y bañaba su rosado cuero cabelludo bajo el escaso cabello rubio, cuando se inclinó para proseguir su lectura”, o “Al ver la cara gorda con gafas y oír la voz suave y vacilante, Mary tomó una rápida decisión”. De Lecter, Harris nos ofrece un vago retrato en su segunda aventura, El silencio de los corderos (1988), a través de los ojos dela novata investigadora Clarice Starling: “Y al doctor Hannibal Lecter reclinado en su catre, absorto en la lectura de la edición italiana de Vogue. Sujetaba las páginas sueltas con la mano derecha y las iba poniendo una a una a su lado con la izquierda. El doctor Lecter tiene seis dedos en la mano izquierda”. Casi inmediatamente sigue “Clarice observó que era de baja estatura y aspecto pulcro; en las manos y brazos del doctor observó fuerza nervuda, como la suya. —Buenos días —dijo él como si hubiese salido a abrir la puerta. Su cultivada voz poseía una leve aspereza metálica, debida seguramente al desuso. Los ojos del doctor Lecter son de un castaño granate y reflejan la luz con destellos de rojo. A veces los puntos de luz parecen volar como chispas hacia el centro de la pupila. Esos ojos tenían presa a Starling por completo”.
Ha recaído en el cine la responsabilidad de ayudarnos a mentalizarlos. Curiosamente los actores que los encarnan se llaman Anthony; de apellidos Perkins y Hopkins, respectivamente. No hace falta ser eruditos para descubrir que se alejan, sobre todo el primero, de la imagen que sus creadores querían ofrecernos de ellos. Por ello, un ejercicio de ocio.
En muchos espacios he hablado de mi profesión diurna. Soy Perito en Arte Forense de la Procuraduría de Justicia capitalina. Alguna vez un catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM me calificó como “un hombre de arte que trabaja con policías”. Y me gustó. Entre mis obligaciones está elaborar los erróneamente conocidos como “retratos hablados” –su nombre correcto es “retratos compuestos”- relacionados con los probables responsables de hechos delictivos. En un principio, hace casi 18 años, empleaba el dibujo tradicional para ejecutarlos. Hoy en día, con los avances de la tecnología, utilizo programas de computación para manipulación fotográfica –entre ellos el Adobe Photoshop, tan recurrido para no evidenciar los estragos del tiempo en algunas celebridades-. Ello me lleva a imaginarme ¿cómo sería el rostro tantos personajes de ficción, como Norman Bates o Hannibal Lecter? Siguiendo el protocolo de trabajo en la realidad, los datos que Bloch y Harris ofrecen sobre ellos serían insuficientes para la labor. Acaso el primer caso es más viable. Y al no existir una interacción con el testigo, quien es el único que tuvo a la vista a su victimario y podría corroborar la similitud entre éste y mi trabajo, la interpretación es enteramente subjetiva. No obstante, he aquí un esfuerzo, basándome en el grupo racial del sujeto y la edad que nos da el autor. Y el resultado sería algo como esto.
























Muy lejano de lo que reconocemos, sin duda. Así de poderoso es el cine.

* Texto publicado en la sección "Tinta Negra" de morbido.com

jueves, 21 de marzo de 2013

El complemento ideal


Los primeros días de este año hablé de la grata sorpresa que me causó Batman: el regreso del Caballero Nocturno, parte 1 (Jay Oliva, 2012), película animada –lanzada directamente al video- basada en la emblemática novela gráfica que Frank Miller nos ofreció –por entregas- en 1986. Casi inmediatamente pregunté a sus distribuidores –por la magia del Twitter- cuándo estaría a la venta su segunda parte y conclusión. Me respondieron que en el mes de marzo. Sin esperarlo, el otro día que visité mi videoclub de confianza –Blockbuster domina el mercado, así que no me molestaré en ocultar su nombre- la vi, reluciente, en el mostrador. La idea de dividir el relato en dos partes, comercial a primera vista, tiene mucho sentido en aras de respetar todos los acontecimientos que describe.
Batman: el regreso del Caballero Nocturno, parte 2 (Jay Oliva, 2013) es estupenda, una digna conclusión que supera a su predecesora. No sólo es más fiel al estilo de su fuente original, sino que hace añadidos mínimos que refuerzan la acción, como el Guasón y esa taza de café previa a la matanza en el talk-show nocturno, la persecución en el parque de diversiones y, sobre todo, el combate climático entre dos colosos, opuestos perfectos si consideramos que uno es hijo del sol y el otro de la noche. Casi todos conocen la novela, así que no corro el riesgo de estropeársela a muchos. Cuando el aparentemente retirado Batman regresa a la actividad, el Gobierno de los Estados Unidos y su presidente que se parece mucho a Ronald Reagan piden a su servidor más poderoso que “lo vuelva a meter al redil”. El que Superman se haya vuelto un vasallo del Imperio no es difícil de digerir. De hecho lo ha sido en muchas formas desde su creación en 1938. El duelo, magnificado, me emocionó tanto como la primera vez que lo atestigüé. Los pensamientos del héroe, plasmados en didascalias en su fuente primaria, se convierten en diálogos muy afortunados. Y aunque reproduje en mi entrada anterior el mejor, lo repito porque es mi favorito: “Quiero que recuerdes, en los años por venir, en tus momentos más íntimos, mi mano en tu garganta. Quiero que recuerdes al único hombre que te derrotó”.
Acabo de enterarme que en unos días la exhibidora Cinemex, de forma limitada, proyectará el díptico para deleite de los fans de Batman, que somos muchos. Será un éxito. Lo comprueban sus localidades agotadas. No pierdo la esperanza de que, en un futuro, Warner Bros. tome la decisión de hacerla en live action

miércoles, 20 de marzo de 2013

Oscuras obsesiones


Una pequeña licencia, aunque en realidad no se encuentra lejos de los intereses de este blog dado que el thriller o el policial, como quieran llamarle, bordea constantemente con el horror. Su origen se encuentra en las oscuras manifestaciones de la mente humana, en el reconocimiento de que todos poseemos la capacidad de actuar con la mayor maldad. Durante 20 años seguí devotamente a La Ley y el Orden, la serie de televisión creada por Dick Wolf. De ella he hablado abundantemente. De sus derivados, o spin-offs, La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales es mi favorito. Fundamentalmente porque fusiona dos pulsiones básicas del hombre –eros y thanatos- y por sus espléndidos personajes principales –al menos durante sus primeras doce temporadas-: Elliot Stabler (Christopher Meloni) –un Detective con antecedentes en la Marina, católico, padre de familia, que tiene un serio problema con la figura de autoridad- y Olivia Benson (Mariska Hargitay) –una Detective dura pero sensible, atormentada porque tuvo una madre alcohólica y es el producto de una violación-. Ellos eran apoyados por un reparto muy competente que ha sobrevivido los cambios institucionales: el rapero convertido en actor Ice-T encarna al Detective Odafin Tutuola, antiguo policía encubierto y representante de las “minorías”; el comediante Richard Belzer al Sargento John Munch, colorido reciclaje de otra teleserie (Homicidio, la vida en la calle), obsesionado con las teorías de conspiración; Dann Florek como el Capitán Donald Cragen, alcohólico recuperado reciclado también pero del “programa matriz”. Al Psiquiatra del FBI George Huang (BD Wong), a la Médico Forense Melinda Warner (Tamara Tunie) y a las fiscales Alexandra Cabot (Stephanie March) y Casey Novak (Diane Neal) los dejaré por el momento.
Digo todo esto porque la semana pasada vi la repetición de uno de sus mejores episodios, Equipaje, entrega 18 de su décima temporada. En él, StablerOlivia está ausente- une fuerzas con el Detective Victor Moran (Delroy Lindo) para atrapar a un violador en serie (Nelson Vasquez). Moran ha convertido la captura del criminal en su cruzada, forma de escape de su tragedia personal. En el transcurso, el delincuente perfecciona sus métodos, escalando de la agresión sexual al homicidio. El desenlace, sobrecogedor, aumenta sólo la empatía que el personaje invitado ya se ha ganado. “Todos merecen una segunda oportunidad”, dice mientras observa cómo los órganos de su hija muerta salen de la sala de operaciones.
Mi interés por la serie decayó tras la salida de Meloni. Sangre nueva (Danny Pino y Kelli Giddish) trató de llenar su lugar, pero la química que existía entre él y la Hargitay ha desaparecido. No es que ella sea incapaz de sustentar la serie, pues su papel le ha merecido numerosos premios, sino que la mancuerna era su principal fortaleza. Sus productores debieron considerar un reemplazo más atractivo, uno que estuviera a la altura del programa y de la co protagonista. El Victor Moran de Delroy Lindo era una opción ideal. Pero eso sólo ha sucedido en mi cabeza. 

miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Podrán renacer las slasher movies?


Mi reencuentro televisivo, accidental, con el remake de Viernes 13 (Marcus Nispel, 2009) confirmó lo que sentí cuando lo vi por vez primera: fue un esfuerzo inútil, insatisfactorio, casi irrespetuoso, por tratar de revivir una redituable franquicia. Sucedió algo similar con la intentona (que si tuvo una secuela) del músico y cineasta Rob Zombie por traer a los nuevos públicos la indispensable Halloween (en 2007). Un poco más afortunada fue la puesta al día de Pesadilla en la calle del infierno, rebautizada apropiadamente como Pesadilla en Elm Street (Samuel Bayer, 2010), y aún a pesar de sus aportaciones (abundar en el pasado pedófilo de Freddy Krueger) y su competente protagonista (Jackie Earle Haley) queda a deber al aficionado de la saga, al que añora tiempos sencillos y sanguinolentos. Pareciera que los aspectos que definieron a las slasher movies han quedado atrás. La ausencia de nuevos especímenes me lleva a preguntarme si es posible que haya un resurgimiento de este subgénero del cine de horror. El más atractivo en tiempos recientes fue Scream, grita antes de morir (Wes Craven, 1996). Lo terrible es que desde su estreno han pasado casi dos décadas. Su aportación consistió en deconstruir sus convenciones: el inteligente guión de Kevin Williamson nos presentaba a Randy Meeks (Jamie Kennedy), un joven como ustedes o yo (aunque ya no lo soy tanto) que adoraba las versiones originales de los títulos que mencioné y enunciaba una serie de reglas para sobrevivir en una historia de este tipo. En ellas definía sus elementos infaltables:
1. Una locación con personalidad propia, sea una entidad (el Estado de Texas), un campamento en el bosque (Crystal Lake) o una comunidad suburbana (Haddonfield, Illinois, Woodsboro, California, o Springwood, California, todas ficticias). Porque el villano, como muchos depredadores, es territorial.
2. Un asesino terrible, preferentemente enmascarado, con un pasado tortuoso que busca venganza y víctimas a cualquier costo, débala o no el desafortunado que se cruce en su camino.
3. Corderos de sacrificio, es decir jovencitos de diferente naturaleza, desde la chica virtuosa y virginal, el estudiante sensato e inteligente, el popular y atractivo atleta, el borrachito impertinente, la voluptuosa y casquivana porrista, el rebelde sin causa o el impopular nerd. Todos jugarán diversos papeles en la intriga. No todos sobrevivirán.
4. Sexo, actividad que el malvado castigará sin piedad. Todos recordamos a las parejitas que se encontraban en pleno fornicio y eran despachadas cruelmente por el homicida en turno. En muchas maneras el slasher era un guardián de las buenas costumbres y un vigilente de la sexualidad irresponsable en la era de Ronald Reagan, el SIDA y las enfermedades infecto contagiosas.
5. Mucha, mucha sangre, que incluso debe salpicar la cámara.

Casualmente todos confluyeron en la muy afortunada La cabaña del terror (The cabin in the woods, Drew Goddard, 2012). Esta es la luz de esperanza que busco. Así que los futuros cineastas tienen un gran reto por delante.

lunes, 11 de marzo de 2013

Texto para la presentación de Amor, zombis y otras desgracias


Esto es lo que leí el pasado 2 de marzo, para seguir a tono con los zombis. 
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Durante las dos últimas décadas, los zombis son personajes increíblemente arraigados en la cultura popular. Todos nos hemos angustiado, desde la seguridad de nuestros asientos, ante el drama del grupo de sobrevivientes –que se parecen a ustedes y a mí- en la teleserie The Walking Dead o pasado interminables horas aniquilándolos en la serie de videojuegos Resident evil. No discutiré en este momento sobre su origen en el folclor afroantillano y sus brillantes representaciones en el séptimo arte, me quedo por hoy en la literatura. En el terreno de las letras contemporáneas es un monstruo poco visitado, salvo notables excepciones como Max Brooks –con su Guía de Sobrevivencia Zombi y su novela Guerra Mundial Z-, John Ajvide Lindqvist –con su perturbadora novela Descansa en paz- o Seth Grahame-Smith –con su curiosa Orgullo y prejuicio y zombis-. Precisamente como una aportación notable se erige Amor, zombis y otras desgracias (Alfaguara juvenil, 2012) de José Luis Trueba Lara. A él tengo el placer de conocerlo desde hace varios años en su faceta de editor –hizo posibles las primeras publicaciones de mi buen amigo Rafael Aviña-, académico y biógrafo de nuestro mutuo amigo Vicente Quirarte (El Hombre Araña también escribe poesía, Porrúa, 2005). No sólo nos une una fascinación por la cultura criminal y el que los expertos llaman “cine truculento”. Publicó Crónica negra del crimen en México (Plaza y Janés, 2001), una espléndida y selecta recopilación de la nota roja nacional. Mi reencuentro con él ocurrió de manera inesperada: tuve el honor de presentarlo con pretexto de su nueva creación durante el pasado Festival Mórbido, en la espléndida Biblioteca Publica Gertrudis Bocanegra de Pátzcuaro.
Sobre el motivo de que estemos reunidos esta tarde sólo puedo decir que Amor, zombis y otras desgracias es una estupenda novela juvenil, que no sólo es afortunada desde su ingenioso título, sino por abrevar de una cultura cinematográfica que todos los diletantes del horror pueden identificar. A través de un lenguaje ágil, que no pierde el tiempo en detalles innecesarios y alterna las voces narrativas, conocemos la historia de Jorge Antonio, un chico de 16 años que se muda de casa con madre, su padre Harry, y su insufrible hermanita, e ingresa a la secundaria Instituto Científico y Cultural de México. Ahí conoce a UV, uno de los más notables creyentes en teorías de conspiración que recuerdo, y a Alicia, una jovencita huraña y llena de pircings. El héroe vive los infortunios propios de la edad, esos que casi todos conocimos: está condenado a la marginalidad por sus extravagantes gustos, es víctima del abuso de sus compañeros –hoy le llamamos bullying- y cae presa de un amor imposible –la bella y banal Bárbara-. Por si fuera poco, todo ocurre en medio del Apocalipsis zombi. Acertaron si descubrieron en lo que dije una serie de homenajes, de la obra seminal de George Andrew Romero hasta la primera entrega de la saga de acción sobrenatural W. S. Anderson.
Pero su atractivo no reside exclusivamente en lo anterior. La novela está narrada en una forma muy familiar para los adolescentes: mensajes de Twitter y Facebook, mensajes SMS de celular, videos de Youtube, entradas de blog y páginas de Internet, archivos adjuntos de correo electrónico, videograbaciones, recortes de periódico, comunicados de prensa y entradas de diario, al más puro estilo epistolar con el que Bram Stoker ensambló su creación más perdurable. Todo en un ambiente doméstico como la gran Ciudad de México, con episodios tan reconocibles por recientes -¿recuerdan la epidemia de Influenza AH1N1 con sus restricciones y la forma en que afectó la vida de la urbe?-.

Hay dos cosas que debo agradecer a Amor, zombis y otras desgracias:

1. Se trata de una historia de zombis a la vieja usanza, respetuosa del monstruo como nos lo ha presentado el séptimo arte. Existe una tendencia a la innovación, a desligarse del canon, donde nuestros personajes son llamados “caminantes”, o cosas similares. Es cierto que otros calificativos pueden ser apropiados, como “infectados”. Pero yo, como Max Brooks, siempre los llamaré zombis. Y abre su maravillosa novela Guerra Mundial Z afirmándolo:        
Para mí, siempre será “La Guerra Zombie,” y aunque algunas personas pueden discutir acerca de la exactitud científica de la palabra zombie, me gustaría invitarlos a encontrar otro término que tenga una aceptación tan universal para las criaturas que estuvieron a punto de provocar nuestra extinción. Zombie sigue siendo una palabra devastadora, con un poder sin igual para conjurar un sinfín de recuerdos y emociones, y son precisamente esos recuerdos y emociones los que forman el tema principal de este libro.
Esto lo demuestran sus consejos prácticos para enfrentar una invasión zombi, contenidos en su capítulo IV de la segunda parte del texto, en la más pura escuela del señor Brooks o el Manual de combate zombi, de Roger Ma. En lo personal, prefiero la brevedad de Trueba Lara.
Y sobre la cultura cinematográfica, su afortunada filmografía pone a prueba los conocimientos del lector y lo invita a hacer descubrimientos afortunados. El autor incluye títulos que parecerían ajenos al tema, como Hombres de negro (Barry Sonnenfeld, 1997). Uno podría preguntarse por qué el autor sugiere una cinta de extraterrestres. La respuesta es simple: el Agente J (Will Smith) pregunta a su mentor K (Tommy Lee Jones) si busca información sobre el caso que indagan. Por respuesta éste se dirige hacia el puesto de periódicos más cercano. Toma tres tabloides que tienen los encabezados más extravagantes e irrisorios –aquí sería el Alarma o el Semanario de lo insólito-. El novato le cuestiona sobre la seriedad de esos impresos. “Son el mejor periodismo de investigación”, responde el veterano. “Lee el New York Times si quieres. A veces aciertan”. La cultura del sospechosismo, dirían algunos.

2. Los zombis, como en toda buena historia de su clase, ponen en manifiesto lo mejor y lo peor de las personas. El drama de supervivencia de sus protagonistas es el que nosotros podríamos vivir en una circunstancia semejante. La valentía, la solidaridad y la nobleza son virtudes que nuestros héroes ponen a prueba en todo momento, sea para recorrer los siniestros túneles del metro –arriesgándose por partida doble- o para acompañar a su amiga en el “arresto domiciliario” al que la castiga su madre. El autor también hace evidente la incapacidad de las autoridades para enfrentar la contingencia, con sus soldados temerosos cuyo jefe ordenaba disparar “a la jeta” a los enemigos o el maquillaje mediático. Al final nos recuerda las desventajas de la condición humana ante un evento extraordinario y nos plantea una pregunta inquietante: “¿conviene enamorarse ante el fin del mundo?”.

Su autor deja abiertos detalles que propiciarían una secuela. Si mi razonamiento es acertado, espero que se presente en la edición XXXV de esta Feria de Minería. Por lo pronto el libro fue el primero que devoré en este 2013. Un calificativo muy apropiado ante estas circunstancias.  

martes, 5 de marzo de 2013

Presentar zombis


El sábado pasado, Alfaguara Infantil me invitó a presentar la novela Amor, zombis y otras desgracias (Alfaguara, 2012) de José Luis Trueba Lara, obra a la que me referí anteriormente. Acompañé al autor y al crítico de cine Rafael Aviña, figura importante en este espacio y en mi formación. Por los dos siento el más genuino respeto y aprecio personal y profesional, cosa que me hizo disfrutar la ocasión por partido doble. El acto, celebrado en la edición XXXIV de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, en orgulloso territorio de mi Universidad, contó con un público –mayormente integrado por jóvenes- que colmó el Salón de la Academia de Ingeniería. Es comprensible por la reciente efervescencia del fenómeno zombi, un monstruo que invita a las más variadas interpretaciones. De todos sus terribles colegas, es el más correcto. A un zombi no le importa si eres rico o pobre, feo o hermoso, lees la Revista de la Universidad o TV y Novelas, escuchas a Metallica y Jenny Rivera: tu carne es igualmente suculenta que la de cualquier persona. Comprometí a Rafael para compartir en este blog el texto que preparó para la actividad, por lo que lo reproduzco con su amable autorización. Que lo disfruten.
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AMOR, ZOMBIS Y OTRAS DESGRACIAS de José Luis Trueba Lara
Rafael Aviña

Conocí a José Luis Trueba Lara hacia el año de 1980, cuando ambos coincidimos como alumnos en el primer semestre de la UAM Xochimilco en el turno vespertino, un tronco común, en el que la UAM mezclaba en una suerte de cacerola experimental a aspirantes a Diseño Gráfico, Biología, Comunicación, Sociología, Arquitectura, Agronomía, Economía y más. José Luis iba para Sociólogo y yo para Comunicador Social y sobrevivimos a esa experiencia. Fue tal la empatía que tuvimos y la sana competencia que establecimos, que decidimos trabajar en equipo en los dos semestres que compartimos. Parte de nuestra afinidad tenía que ver con ese gusto por platicar y desmenuzar toda clase de películas enfermizas, sangrientas y delirantes y sus correspondencias con la vida cotidiana.
Basta decir que de ese gusto mutuo, varios años después, José Luis, en su faceta como editor, avaló algunos de mis primeros libros como: El cine oscuro,  el placer criminal y El cine de la paranoia, que publicó bajo el sello de su propia editorial Times Editores. José Luis es académico, promotor cultural, ensayista, periodista, ha estudiado varias carreras y desarrollado cargos públicos relacionados con el área editorial y cultural y además de ello, no ha dejado de escribir. Más sorprendente aún, es que se trata de un autor que igual puede narrar la historia de un policía capitalino, contar las vicisitudes de los chinos en Sonora o de la huelga de Cananea en 1906, y a la vez, escribir una novela sobre muertos vivientes quinceañeros. Su capacidad de trabajo y su obra publicada resulta asombrosa y lo digo con gusto y admiración.
Una de aquellas tantas tardes de 1980 en la UAM Xochimilco, nuestro profesor nunca llegó, entonces José Luis y un servidor iniciamos una larga plática que se extendió hasta entrada la noche cuyo tema era una película en particular considerada un parteagüas cultural del cine de horror y sobre un tópico que hoy en día ha conseguido crear un enorme embeleso y veneración. Me refiero a La noche de los muertos vivientes dirigida en 1968 por George A. Romero, director que ha seguido realizando una serie de eclécticas y fascinantes secuelas sobre el mismo tema y generado múltiples filmes que rinden homenaje a su trabajo. En éste, su nuevo libro, Amor, zombis y otras desgracias, editado por Alfaguara juvenil, el personaje protagónico se llama Jorge Antonio Romero (es decir: George A. Romero), a quien José Luis rodea de una serie de personajes y situaciones que van del humor negro al horror más desolador. Si algo tiene José Luis Trueba Lara además de incansable talento, es que es dueño de un humor despiadado que aplica aquí de manera brillante. Veamos.
El personaje de UV el mejor amigo de Jorge Antonio a quien conoce en la nueva escuela secundaria a donde se cambia, se llama así porque es albino. En otra parte, Jorge Antonio le pregunta a su amigo si su mamá se volvió a casar. El responde: “¿Tu te casarías con ella?” y es habría que aclarar que la mujer es casi albina, se pinta el cabello color rosa pálido, se maquilla como geisha y es una cosmetóloga que carece de cejas. Lo mismo sucede con la anécdota de ese jabón con feromonas llamado quita calzón que el protagonista compra en el mercado y que puede convertirse en una fallida arma biológica.
José Luis Trueba pasa revista a un universo adolescente que en un principio puede parecernos un lugar común desde el punto de vista adulto. No obstante, sería bueno que los adultos regresaran a los años de adolescencia para recordar esa sensación de estar cubiertos de espinillas, flacuchos, hablando como el Gallo Claudio y enfrentando al típico gandalla  golpeador de toda secundaria y al mismo tiempo, a la atracción física hacia chicas que se desarrollan mucho más rápido que los jóvenes. Es justo ahí donde encaja Jorge Antonio, un chavo solitario que lleva un diario escrito, con una media hermana pequeñita, un padrastro bueno pero anodino y una madre cariñosa. UV, el albino que vive con su madre ídem, fanático de las teorías de las conspiraciones los blogs de ese mismo tema y de películas como Resident Evil, La facultad, La noche de los muertos vivientes, El exorcista, Usurpadores de cuerpos o Diabólica tentación y que además, tiene en su casa un chihuahua disecado y cree en suplantaciones alienígenas, lavados de cerebro y bacterias extraterrestres. O Alicia, la chica solitaria cuya madre la acosa y acusa todo el tiempo, cubierta de piercings y que se desahoga a través de una cámara de video. Chavos segregados y auto marginados que bien podrían tener cabida en la película Cuenta conmigo escrita por Stephen King, Por cierto, los personajes de Trueba, se adelantaron a los de Paranorman y Frankenwinie, donde cabe también la chica fanática del maquillaje, los antros, la ropa de moda, Camila y Justin Bieber, llamada Bárbara como Barbie.
Amor, zombis y otras desgracias, está etiquetada como novela juvenil, ya que transcurre en ambientes adolecentes. Lo curioso, es que en realidad se trata de una obra que al mismo tiempo debieran de leer los padres de los chavos a los que está dirigida. En su novela, la familia nuclear no existe. Los chicos protagonistas o han sido abandonados por el padre, o son hijos de divorciados, pero sobre todo, los adultos se localizan a años luz de los sentimientos de sus hijos, lo que también da pie a reflexiones crudas. En la pag. 164, Alicia habla consigo misma a través de una cámara refiriéndose a su mamá y dice: “cuando le comenté que teníamos que platicar de algo muy importante, ella, como siempre, entendió otra cosa. Se me quedó viendo muy feo. En ese momento, supe que para no variar, estaba pensando en cosas que no son, ya sabes: que me fui de zorra, que estoy esperando un bebé, que me había metido algo, que ya me habían reprobado o que me habían pegado una enfermedad de esas que no se puede hablar sin vergüenza. A veces cuando se pone así, pienso en ella y en mi papá, en un matrimonio a la carrera y en una niña prematura, esa soy yo…en que mi mamá tal vez no quiere que sea como ella, pero nunca se ha querido dar cuenta, que definitivamente, yo no soy ella”.
José Luis hace referencia a personajes del cine de horror contemporáneo como Stephen King, Robert Rodríguez, o Romero, sin embargo, atiende las premisas de aquellos relatos de horror de los años 40 y 50, cuyos personajes sufrían terribles mutaciones que no eran otra cosa que alegorías de las transformaciones hormonal adolescente y sus horrores inconfesables, como sucede en La marca de la pantera, Yo fui un hombre lobo adolescente, El hombre caimán o La mancha voraz,  mismas que a su vez, encontraron eco en la década de los 70 con cintas de culto como Martin de George A. Romero, Carrie de Brian De Palma o Parásitos asesinos y Rabia, dirigidas por David Cronenberg. En ellas, los vómitos, las evisceraciones eran metáforas de la bulimia, anorexia, dermatitis o automutilaciones adolescentes y a su vez, alegorías sexuales sobre los cambios hormonales de adolescentes que despiertan al mundo.
Por supuesto, el cine mexicano de la época no se quedó atrás para hablar de los jóvenes, personajes que parecían invisibles como hoy se sienten hoy los chavos. Así, perdidos entre charros, gángsters, chinas poblanas, rumberas, pecadoras o madres abnegadas, jóvenes como Martita Mijares, Marta Elena Cervantes, Maricruz Olivier, Tere Velázquez, Olivia Michel, Luz María Aguilar o Chachita, Fredy Fernández el Pichi, Alfonso Mejía, René Cardona Junior, o Fernando Luján, jamás se convirtieron en panteras, caimanes, o lobos. No obstante, para los realizadores y argumentistas de aquel cine mexicano adolescente, nuestros jóvenes eran unos verdaderos monstruos con acné y tobilleras, culpables de todo tipo de desviaciones como el rocanrol, el cigarro, las chamarras de cuero y el despertar a la sexualidad. Jóvenes inconformes y rebeldes como deben ser los jóvenes, pero por ello, para nuestro cine: regañables, sermoneados, rechazados e incomprendidos en películas cuyos títulos hablan por sí mismos de sus “aberraciones” adolescentes: La edad de la tentación ¿...Y mañana serán mujeres!, Ellas también son rebeldes, ¿Con quién andan nuestras hijas?, Juventud desenfrenada, ¿A dónde van nuestros hijos? o Estos años violentos.
Si Drácula de Bram Stoker se construía con materiales como cartas, diarios, recortes de periódicos y un narrador omnisciente. En la novela de José Luis además del narrador ese “alguien del que quizá nunca sabremos quien cuenta lo que pasa” en la obra, nos encontramos con mensajes de twitter, de celular de facebook, videos de youtube, confesiones a cámara, diarios escritos, entradas de blogs y páginas de Internet, correos electrónicos, notas de periódico, comunicados de prensa y más, para contar no sólo una historia que pasa del humor negro a un asunto cada vez más ominoso y sangriento, con caminantes o muertos vivientes que salen de los túneles del Metro y de hombres topos que viven en las cloacas y en los recovecos de esas mismas estaciones, muy similares por desgracia a los indigentes marginados, teporochos y adolescentes pachecos que corrieron de la calle de Humboldt y que ahora deambulan entre la calle de Independencia y el Metro Juárez.
En el fondo, esta historia de muertos que caminan, de una terrible pandemia que mucho tiene que ver con aquella que asoló nuestra ciudad en abril de 2009, de jovencitos armados con decenas de dvds de horror Serie B, paranoias y conspiraciones, se trata sobre todo, de un relato de sobrevivencia emocional y hormonal adolescente: su relación con el mundo, con los adultos, la experiencia del amor, el valor de la amistad, la forma en que los chavos intentan enfrentar la soledad, la ausencia de sus padres y las burlas de sus compañeros, con un escenario zombie apocalíptico como alegoría.
Por encima de todo ello, Amor, zombis y otras desgracias, retrata el dolor de crecer. El abandonar las fantasías de la infancia y esa burbuja en que solemos crecer, para ver la realidad: la forma en que conviven de manera cotidiana fealdad y belleza, el horror, la corrupción, o la apatía, con el esfuerzo, el optimismo y el trabajo verdadero. Ahí, donde, el enamorarse es sólo otra faceta de ese proceso que es el tormento de crecer. Y es que crecer duele, duele mucho. Pregúntenle a sus hijos adolescentes y verán, o más bien, preguntémonos a nosotros mismos. Es ahí donde el epígrafe de José Emilio Pacheco de El principio del placer que José Luis refiere, adquiere sentido. Cito: “Si, en opinión de mi mamá, ésta que vivo es la “etapa más feliz de la vida”, como estarán las otras, carajo”.
Muchas gracias.

lunes, 4 de marzo de 2013

Unfollow the killer


Un poco de drama: pocas cosas son tan dolorosas como las expectativas no satisfechas. El entusiasmo que tuve –y manifesté aquí- sobre la recién nacida teleserie The Following se evaporó al ver a uno de los “admiradores” del catedrático homicida Joe Carroll (James Purefoy) ataviado con una máscara de látex de Edgar Alan Poe, como una versión barata de tantos memorables psicópatas enmascarados del cine de horror de los ochenta. Si su premisa (un policía caído en desgracia persiguiendo a los devotos de un multi asesino que propagó su nefasto ejemplo por Internet) era prometedora, el resultado se tornó fallido, convencional. Ese recurso funcionó bien en Punto de quiebra (Kathryn Bigelow, 1991), donde el difunto Patrick Swayze encabezaba a una eficiente banda de asalta bancos conocida como Los Expresidentes por su subversiva idea de cubrir sus rostros con máscaras de goma de Lyndon Johnson, Richard Nixon, James Carter y Ronald Reagan (¿ladrón que roba a ladrón?). Y sobre estos transgresores de la ley no me extenderé, aunque hay mucha tela de dónde cortar. Pero que el creador del programa en cuestión, Kevin Williamson, pretendiera usar la efigie de una de las cúspides de la imaginación, del artista que transformó el pensamiento creativo del hombre moderno, para disfrazar el rostro de vulgares imitadores me pareció francamente atroz, inaceptable. Hasta para matar se requiere originalidad. El concepto de un psicópata influenciado por la obra de Poe no era malo. Tampoco nuevo (El cuervo, guía para un asesino, James McTeigue, 2012). Pero todo terminó por desmoronarse, como la Casa Usher. Y el avance de su próximo episodio no ayuda mucho: ahora el trastornado en turno disfrazado como Poe rocía con gasolina a una persona y le prende fuego, como ocurrió en Dexter y sucede en la horrible realidad. La fascinación Carroll por Poe –que nunca debió ser el eje de la trama- se convirtió en un burdo pretexto, en algo con un tufo mercantilista que busca aprovecharse de la buena fama del escritor estadounidense. Es una lástima, en verdad. No me queda más que pulsar el botón virtual de “unfollow”.