lunes, 11 de marzo de 2013

Texto para la presentación de Amor, zombis y otras desgracias


Esto es lo que leí el pasado 2 de marzo, para seguir a tono con los zombis. 
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Durante las dos últimas décadas, los zombis son personajes increíblemente arraigados en la cultura popular. Todos nos hemos angustiado, desde la seguridad de nuestros asientos, ante el drama del grupo de sobrevivientes –que se parecen a ustedes y a mí- en la teleserie The Walking Dead o pasado interminables horas aniquilándolos en la serie de videojuegos Resident evil. No discutiré en este momento sobre su origen en el folclor afroantillano y sus brillantes representaciones en el séptimo arte, me quedo por hoy en la literatura. En el terreno de las letras contemporáneas es un monstruo poco visitado, salvo notables excepciones como Max Brooks –con su Guía de Sobrevivencia Zombi y su novela Guerra Mundial Z-, John Ajvide Lindqvist –con su perturbadora novela Descansa en paz- o Seth Grahame-Smith –con su curiosa Orgullo y prejuicio y zombis-. Precisamente como una aportación notable se erige Amor, zombis y otras desgracias (Alfaguara juvenil, 2012) de José Luis Trueba Lara. A él tengo el placer de conocerlo desde hace varios años en su faceta de editor –hizo posibles las primeras publicaciones de mi buen amigo Rafael Aviña-, académico y biógrafo de nuestro mutuo amigo Vicente Quirarte (El Hombre Araña también escribe poesía, Porrúa, 2005). No sólo nos une una fascinación por la cultura criminal y el que los expertos llaman “cine truculento”. Publicó Crónica negra del crimen en México (Plaza y Janés, 2001), una espléndida y selecta recopilación de la nota roja nacional. Mi reencuentro con él ocurrió de manera inesperada: tuve el honor de presentarlo con pretexto de su nueva creación durante el pasado Festival Mórbido, en la espléndida Biblioteca Publica Gertrudis Bocanegra de Pátzcuaro.
Sobre el motivo de que estemos reunidos esta tarde sólo puedo decir que Amor, zombis y otras desgracias es una estupenda novela juvenil, que no sólo es afortunada desde su ingenioso título, sino por abrevar de una cultura cinematográfica que todos los diletantes del horror pueden identificar. A través de un lenguaje ágil, que no pierde el tiempo en detalles innecesarios y alterna las voces narrativas, conocemos la historia de Jorge Antonio, un chico de 16 años que se muda de casa con madre, su padre Harry, y su insufrible hermanita, e ingresa a la secundaria Instituto Científico y Cultural de México. Ahí conoce a UV, uno de los más notables creyentes en teorías de conspiración que recuerdo, y a Alicia, una jovencita huraña y llena de pircings. El héroe vive los infortunios propios de la edad, esos que casi todos conocimos: está condenado a la marginalidad por sus extravagantes gustos, es víctima del abuso de sus compañeros –hoy le llamamos bullying- y cae presa de un amor imposible –la bella y banal Bárbara-. Por si fuera poco, todo ocurre en medio del Apocalipsis zombi. Acertaron si descubrieron en lo que dije una serie de homenajes, de la obra seminal de George Andrew Romero hasta la primera entrega de la saga de acción sobrenatural W. S. Anderson.
Pero su atractivo no reside exclusivamente en lo anterior. La novela está narrada en una forma muy familiar para los adolescentes: mensajes de Twitter y Facebook, mensajes SMS de celular, videos de Youtube, entradas de blog y páginas de Internet, archivos adjuntos de correo electrónico, videograbaciones, recortes de periódico, comunicados de prensa y entradas de diario, al más puro estilo epistolar con el que Bram Stoker ensambló su creación más perdurable. Todo en un ambiente doméstico como la gran Ciudad de México, con episodios tan reconocibles por recientes -¿recuerdan la epidemia de Influenza AH1N1 con sus restricciones y la forma en que afectó la vida de la urbe?-.

Hay dos cosas que debo agradecer a Amor, zombis y otras desgracias:

1. Se trata de una historia de zombis a la vieja usanza, respetuosa del monstruo como nos lo ha presentado el séptimo arte. Existe una tendencia a la innovación, a desligarse del canon, donde nuestros personajes son llamados “caminantes”, o cosas similares. Es cierto que otros calificativos pueden ser apropiados, como “infectados”. Pero yo, como Max Brooks, siempre los llamaré zombis. Y abre su maravillosa novela Guerra Mundial Z afirmándolo:        
Para mí, siempre será “La Guerra Zombie,” y aunque algunas personas pueden discutir acerca de la exactitud científica de la palabra zombie, me gustaría invitarlos a encontrar otro término que tenga una aceptación tan universal para las criaturas que estuvieron a punto de provocar nuestra extinción. Zombie sigue siendo una palabra devastadora, con un poder sin igual para conjurar un sinfín de recuerdos y emociones, y son precisamente esos recuerdos y emociones los que forman el tema principal de este libro.
Esto lo demuestran sus consejos prácticos para enfrentar una invasión zombi, contenidos en su capítulo IV de la segunda parte del texto, en la más pura escuela del señor Brooks o el Manual de combate zombi, de Roger Ma. En lo personal, prefiero la brevedad de Trueba Lara.
Y sobre la cultura cinematográfica, su afortunada filmografía pone a prueba los conocimientos del lector y lo invita a hacer descubrimientos afortunados. El autor incluye títulos que parecerían ajenos al tema, como Hombres de negro (Barry Sonnenfeld, 1997). Uno podría preguntarse por qué el autor sugiere una cinta de extraterrestres. La respuesta es simple: el Agente J (Will Smith) pregunta a su mentor K (Tommy Lee Jones) si busca información sobre el caso que indagan. Por respuesta éste se dirige hacia el puesto de periódicos más cercano. Toma tres tabloides que tienen los encabezados más extravagantes e irrisorios –aquí sería el Alarma o el Semanario de lo insólito-. El novato le cuestiona sobre la seriedad de esos impresos. “Son el mejor periodismo de investigación”, responde el veterano. “Lee el New York Times si quieres. A veces aciertan”. La cultura del sospechosismo, dirían algunos.

2. Los zombis, como en toda buena historia de su clase, ponen en manifiesto lo mejor y lo peor de las personas. El drama de supervivencia de sus protagonistas es el que nosotros podríamos vivir en una circunstancia semejante. La valentía, la solidaridad y la nobleza son virtudes que nuestros héroes ponen a prueba en todo momento, sea para recorrer los siniestros túneles del metro –arriesgándose por partida doble- o para acompañar a su amiga en el “arresto domiciliario” al que la castiga su madre. El autor también hace evidente la incapacidad de las autoridades para enfrentar la contingencia, con sus soldados temerosos cuyo jefe ordenaba disparar “a la jeta” a los enemigos o el maquillaje mediático. Al final nos recuerda las desventajas de la condición humana ante un evento extraordinario y nos plantea una pregunta inquietante: “¿conviene enamorarse ante el fin del mundo?”.

Su autor deja abiertos detalles que propiciarían una secuela. Si mi razonamiento es acertado, espero que se presente en la edición XXXV de esta Feria de Minería. Por lo pronto el libro fue el primero que devoré en este 2013. Un calificativo muy apropiado ante estas circunstancias.  

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