lunes, 10 de marzo de 2014

De teorías de conspiración y dudas razonables

En este país hay tres prácticas muy arraigadas: ver el fútbol cada domingo, ir a misa –también en domingo, muy temprano- y elaborar teorías de conspiración.
Desconfiar de cuanto nos enteramos en las noticias tiene raíces muy alarmantes. Es síntoma claro de la falta de credibilidad de –muchos de- los poderes fácticos, sean los medios de comunicación, la iniciativa privada y los gobiernos. En la horrible realidad, muchas de estas dudas tienen cimientos poderosos. En pocas situaciones, no. Lamentablemente las instituciones luchan contra una mala reputación –muchas veces- ganada a pulso y heredada de tiempos previos a mi nacimiento. En muchos casos la falta de datos, las prisas, la presión social y la ausencia de cautela hacen que una autoridad se precipite y haga pública información que el tiempo demuestra que es inexacta e incongruente, lo que alimenta la incertidumbre y el enojo de la población. Lo que es imposible negar es que siempre existen intereses oscuros que se afanan en ocultar la verdad a opinión pública, lo cual alimenta la imaginación y obliga al cuestionamiento. Teorías de conspiración sobran y se remontan a la antigüedad. ¿El emperador Napoleón Bonaparte realmente murió envenenado? ¿Tras el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy hubo una conspiración entre un sector del gobierno estadounidense, la milicia, la mafia italiana e inmigrantes cubanos? ¿Estados Unidos llegó realmente a la Luna? ¿Cuál es la verdad tras el homicidio del aspirante a la presidencia mexicana Luis Donaldo Colosio? ¿Quién es el verdadero asesino del conductor de televisión Paco Staney? ¿La activista Digna Ochoa realmente fue asesinada? ¿Un artefacto ultrasecreto en la Antártida es el responsable de las recientes tragedias climáticas? ¿La carne de los productos de hamburgueserías transnacionales realmente es de rata? Todas estas preguntas acechan el imaginario colectivo.
Recuerdo esto porque ayer pensé en Los Pistoleros Solitarios, el grupo de excéntricos que asesoraban al agente especial Fox Mulder (David Duchovny) en la desaparecida teleserie Los Expedientes Secretos X, la cual no requiere más presentaciones. El inusual trío, John Fitzgerald Byers (Bruce Harwood), Melvin Frohike (Tom Braidwood) y Richard Langly (Dean Haglund), tuvieron una presencia discreta pero constante en las 9 temporadas de vida del drama y eventualmente se hicieron merecedores de su propio programa, que tuvo una efímera existencia –de una temporada-. Ellos tomaron su nombre artístico precisamente de una de las teorías de conspiración más populares en Estados Unidos: la del pistolero solitario Lee Harvey Oswald que privó de la vida al presidente Kennedy el 22 de noviembre de 1963, curiosamente la fecha del nacimiento de Byers.
Sobre el perfil o patologías de los creyentes en conspiraciones –delirios, esquizofrenia paranoide, histeria, ilusiones- no profundizaré. Cada quien es libre de creer –o no creer- en lo que le plazca, siempre y cuando no afecte el bienestar de terceros. El Sargento John Munch (Richard Belzer), recientemente sacado del elenco de La Ley y el Orden, Unidad de Víctimas Especiales, era un paranoico funcional que desconfiaba del Sistema al cual pertenecía. Yo diré, como sabiamente responden las abuelas cuando les cuestionan sobre fantasmas, “no creo en esas cosas, pero de que existen, existen”.

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