miércoles, 21 de mayo de 2014

Perder el rumbo

Existe algo que se llama libertad creativa, aunque adaptes material de otro medio. Eso lo entiendo, defiendo y respeto. Lo que funciona bien en la página impresa no necesariamente lo hace en la imagen en movimiento. Hay que considerar que hay situaciones o actitudes que son imposibles de sostener en épocas diferentes a la de su planteamiento original. Por ejemplo, cuando Arthur Conan Doyle, a finales del siglo XIX, proponía un nuevo misterio a su Sherlock Holmes, éste decía “es un problema de tres pipas”. Y lo hacía porque fumar era algo socialmente aceptado, políticamente correcto. Más de un siglo después su gran renovador televisivo, Steven Moffat, cambia el discurso del detective y lo trae con efectividad a la era de respeto al no fumador: “es un problema de tres parches (de nicotina). En la muy cuestionada adaptación de las aventuras de John Constantine (Constantine, Francis Lawrence, 2005), el investigador paranormal creado por Alan Moore contrae cáncer. No por eso modifica sus hábitos de diletante tabacalero. Al final, luego de atesorar la segunda oportunidad que recibió, pensamos que va a celebrar con un cigarro. En su lugar, masca un chicle de nicotina. Pero la esencia está ahí. Fumar forma parte de su naturaleza.
Licencias como éstas son comprensibles y necesarias. Pero hay otras que contravienen completamente lo planteado por un autor, que lejos de aportar algo, lo traicionan. En su momento vencí mi escepticismo y di una oportunidad a Elementary, la teleserie estadounidense de Robert Doherty que lucraba con la popularidad de Sherlock y la obra de Conan Doyle. Cuando escuché al protagonista Jonny Lee Miller decir “a veces odio tener razón”, la propuesta me perdió por completo. Sherlock Holmes nunca diría eso. La razón es su motivo de existir. Es su mayor orgullo. Se regodea mostrando a los demás sus errores.
Un canon es una regla inviolable, inamovible, que debe respetarse por sobre todas las cosas. Eso es algo que están perdiendo de vista muchas de las series de nuestros días. Comencemos por Bates Motel, desarrollada por Carlton Cuse, Kerry Ehrin y Anthony Cipriano a partir de la inolvidable novela Psicosis de Robert Bloch y de la joya dirigida por Alfred Hitchcock La premisa del programa es el inicio de la relación enfermiza entre el joven Norman Bates (Freddie Highmore) y su madre Norma (Vera Farmiga). Por eso las innumerables historias secundarias (una red de tráfico de personas anunciada a través de un manga oculto, el medio hermano incómodo, homicidios, el cultivo masivo de mariguana, el comisario corrupto) distraen del objetivo principal, que es el nacimiento de un asesino en serie. ¿Cuáles son las posibilidades de que un rayo caiga varias veces en el mismo lugar? Los mejores momentos de Bates Motel, en mi humilde opinión, son los que se acercan más a lo ya descrito por Bloch.
Algo similar ocurre con Hannibal, la serie creada por Brian Fuller inspirada en las novelas de Thomas Harris. Siempre le reconoceré incontables méritos, comenzando por su protagonista Mads Mikkelsen, a quien el más célebre caníbal de la ficción le viene como un traje a la medida. Pero a mis ojos el programa se ha estancado, instalándose en una fórmula efectista que podríamos definir como “el asesino de la semana” y situaciones que rayan en lo absurdo –convirtieron a Jack Crawford (Laurence Fishbourne) en el jefe más crédulo e incompetente-. Pero ahora, lo inofensivo. Cambiaron el género del prestigiado psiquiatra Alan Bloom y del poco escrupuloso periodista Freddie Lounds y los hicieron mujeres. La primera se llama Alana Blooom y es el interés amoroso de Will Graham (Hugh Dancy). La segunda, Fredricka “Freddie” Lounds, es tan odiosa como su par literario y es un claro símil del bloguero Perez Hilton de la nota roja. Insisto, eso me parece válido. 
En el que imagino como un esfuerzo por recuperar el camino, los productores decidieron incluir a los torcidos hermanos Verger, figuras importantes de la tercera novela de la serie, Hannibal (1999). A diferencia de lo establecido por Harris, Margot Verger es interpretada por la bella actriz canadiense Katherine Isabelle, cuya sensual apariencia se aleja completamente de lo planteado por el escritor: “Vista de cerca, era evidente que se trataba de una mujer. Margot Verger le tendió la mano con el brazo rígido desde el hombro. Estaba claro que practicaba el culturismo. Bajo el cuello nervudo, los hombros y los brazos macizos tensaban el tejido de su polo de tenis. Los ojos tenían un brillo seco y parecían irritados, como si padecieran escasez de lágrimas. Llevaba pantalones de montar de sarga y botas sin espuelas […] Los enormes muslos de Margot Verger hacían sisear la sarga de sus pantalones mientras subía la escalera. Su pelo trigueño era lo bastante ralo como para que Starling se preguntara si tomaría esteroides y tendría que sujetarse el clítoris con cinta adhesiva”. Como ven, es más semejante a la entrenadora Shannon Beiste (Dot-Marie Jones) del programa musical Glee.
Una historia que toma como centro lo ya planteado en importantes obras (literarias y fílmicas) debe ceñirse estrictamente a los eventos que conocemos. Si no quieres hacerlo, es tu potestad como creador, pero entonces escribe algo completamente nuevo. O debes advertir que tu historia es una adaptación libre. No mates en una precuela a personajes cruciales en el futuro, porque eso creará inconsistencias imposibles de resolver. El sabio Emmet L. Brown (Christopher Lloyd) las llamaba “paradojas en el espacio-tiempo” sobre las que Homero Simpson, aún más sabio, temía. “Si Marge se casa con él, yo no voy a nacer”. 

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