martes, 26 de agosto de 2014

Lo que bien empieza, bien acaba.

Hace casi un año que se transmitió su último episodio en la televisión estadounidense. Pese a las innumerables recomendaciones y al alud de premios que recibió a lo largo de su vida de 5 temporadas, nunca me había dado la oportunidad de ver un episodio de Breaking bad (algo así como Volviéndose malo). Grave error. Hace unos meses decidí ponerme al corriente. Y todo el tiempo que invertí fue recompensado con creces. Superó gratamente todas mis expectativas. Fueron muchos los factores que contribuyeron a esto. Fue un programa que nunca perdió el rumbo. Concluyó en el momento preciso. No sucumbió a la tentación del éxito y las paletadas de dinero que éste trae consigo. La serie creada por Vince Gilligan, uno de los más brillantes guionistas de Los Expedientes Sercetos X (también fue su productor ejecutivo), fue congruente de principio a fin y supo mantener un alto nivel argumental. No en balde ha sido considerada por la crítica como una de las mejores series de la Historia de la Televisión. A diferencia de muchas de sus contemporáneas, cuyos desenlaces no me dejaron del todo –o nada- satisfecho, logró mantenerme en el filo del asiento hasta el último momento.
Ayer, durante la entrega número 66 de los prestigiados premios Emmy, al recoger su bien merecido galardón como Mejor actor en una serie dramática, Bryan Cranston, el rostro de la serie, agradeció a sus seguidores por su respuesta al que calificó como “el papel de su vida”. Y es que la historia de Walter White, el apocado pero brillante profesor de Química en una escuela preparatoria de Albuquerque, Nuevo México, recién convertido en cincuentón, que sufre la abulia y falta de respeto de sus alumnos, humillado empleado de medio tiempo de un lavado de autos, cuya mediocre existencia es interrumpida por el Cáncer y decide internarse en los infiernos de la producción de Metanfetaminas y la violencia del Narcotráfico, es simplemente magnífica.
Repito que Cranston es sólo la parte más visible, pero en todo momento estuvo acompañado de un reparto sólido: Anna Gunn como su abnegada esposa Skyler, Aaron Paul como su discípulo y socio Jesse Pinkman, RJ Mitte como su minusválido hijo Walter White, Jr., Dean Norris como su cuñado Hank Schrader (mi personaje secundario favorito), Betsy Brandt como su cleptómana y anoréxica cuñada Marie Schrader, Giancarlo Esposito como el cerebral y terrible narcotraficante Gustavo Fring, Jonathan Banks como el ex policía y mortal sicario Mike Ehrmantraut y, la esperanza de continuidad del proyecto, Bob Odenkirk como el facineroso abogado Saul Goodman, estrella del futuro spin-off de la serie, Better call Saul.
Su gran desempeño no hubiera sido posible sin un gran equipo de guionistas, desde el mismo Gilligan, Sam Catlin, Peter Gould, Gennifer Hutchison, Patty Lin, George Mastras, Thomas Schnauz, John Shiban y Moira Walley-Beckett, quien también fue galardonada con el Emmy por el libreto de Ozymandias, el decimocuarto episodio de la quinta temporada de la serie. Más allá del mero suspenso, el programa les dio la oportunidad para reflexionar sobre la complejidad de las relaciones interpersonales, las transformaciones de los roles en la familia, las consecuencia de nuestras acciones, los lindes morales entre el bien y el mal y sobre los eventos que pueden llevar a un buen hombre a convertirse en una persona malvada. Todo llevado de la mejor manera hasta su inevitable desenlace, Felina, en cuyos últimos momentos vemos a nuestro héroe caído con el tema Baby Blue del grupo británico Badfinger como melancólico marco.

Breaking bad macó una pauta en la televisión contemporánea y sin duda estableció parámetros difíciles de emular. Anoche Vince Gilligan, en el podio del Teatro Nokia de Los Ángeles, dijo algo que bien definió el espíritu de su hijo recientemente fallecido pero más vivo que nunca: “Esta es la maravillosa cereza del pastel”.

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