miércoles, 2 de septiembre de 2009

El regreso de Sam Raimi

Tras la fallida tercera entrega del Hombre Araña, personaje que lo colocó en las grandes ligas hollywoodenses, Sam Raimi regresa a la silla de director con una cinta que emula el efecto y técnica narrativa de El Despertar del Diablo (The evil dead, Estados Unidos, 1981), la cual lo colocó como un solvente esteta de lo grotesco y horrorífico.
Se trata de Arrástrame al infierno (Drag me to hell, Estados Unidos, 2009), coescrita por Raimi y su hermano Ivan. La trama es simple. Christine (Alison Lohman) es una campesina insegura, antigua gordita, encargada de préstamos hipotecarios de un banco con aspiraciones ascendentes que es maldita por la Sra. Ganush (Lorna Raver), una bruja gitana a la que el sistema está por arrebatar su hogar. La anciana conjura al demonio Lamia para que acose a la burócrata y, literalmente, la arrastre al infierno.
No es extraño que Raimi vuelva a sus orígenes. El mal y sus representaciones son temas básicos del cine de horror, y tal vez la encarnación más primitiva, poderosa y emblemática de la maldad es la figura del Demonio y sus huestes. Presentes en la psique humana desde las primeras religiones panteístas, el Demonio y sus seguidores son la personificación del lado más oscuro del ser humano, las fuerzas opuestas al Bien y a los principios de la Creación que están presentes en todas las religiones del planeta. Irónicamente el Maligno se ha convertido en una fuente de inspiración para artistas de todas las épocas. Desde Dante, Milton y Goethe, hasta los espléndidos grabados de Gustav Doré, el Demonio y sus discípulos han encontrado en las bellas artes un medio idóneo para predicar su obra. La cinematografía no podía escapar a su poder y encontramos huellas de su paso desde los albores mismos del expresionismo alemán con la cinta Fausto (1926) dirigida por Friedrich Wilhelm Murnau, quien cuatro años antes ingresó a la posteridad gracias a la película Nosferatu. Pero hablaré de cine demoniaco en otra ocasión.
En el presente caso, el folklore nos recuerda que Lamia era hija de Belus, rey de Egipto, y soberana de Libia. Ella fue seducida por Zeus, padre de los Dioses Olímpicos. Después que Hera, la celosa consorte de Zeus, se enteró del amorío, asesinó cruelmente a toda la progenie de la mujer. Lamia fue consumida por el dolor y la sed de venganza y se convirtió en un ser monstruoso, capaz de quitarse los ojos, que devoraba a los niños o bebía su sangre.
La Lamia de la leyenda está más emparentada con los vampiros, las empusas o las harpías –incluso con nuestra Llorona- que a un demonio pagano con reminiscencias al macho cabrío de la iconografía medieval como el que usara Jacques Tourneur en esa joya de la cinematografía británica titulada Nigth of the demon (1957). Esto no resta mérito al relato. Raimi se regodea con el uso de su humor enfermo, casi caricatrurezco, y con escenas que arrancan el sobresalto más genuino al público para narrar una historia con moraleja: haz siempre el bien o te las verás con el demonio.
Arrástrame al infierno ha sido aplaudida internacionalmente. Se proyectó a la medianoche en el pasado festival de Cannes, Francia, y causó sensación entre los espectadores. Espero que esto sirva para orientar al señor Raimi en momentos donde el poderoso imperio Disney compró la editorial Marvel Comics. Sería decepcionante ver una cuarta película del héroe arácnido suavizado por el carácter de Mickey Mouse. Aunque en gustos se rompen géneros.

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