viernes, 30 de agosto de 2013

¿Cuál es el verdadero aspecto de Edward Hyde?*

Concluí en una entrada previa –antes de desviarme por el estreno de El Conjuro-preguntando qué fue lo que contempló Henry Jekyll, luego de atreverse a ingerir su pócima y enfrentarse al espejo. Robert Louis Stevenson lo describe a través de los ojos del abogado Gabriel John Utterson:

Hyde era pálido y muy pequeño, daba una impresión de deformidad aunque sin malformaciones concretas, tenía una sonrisa repugnante, se comportaba con una mezcla viscosa de pusilanimidad y arrogancia, hablaba con una especie de ronco y roto susurro: todas cosas, sin duda, negativas, pero que aunque las sumáramos, no explicaban la inaudita aversión, repugnancia y miedo que habían sobrecogido a Utterson […] ¡Ese hombre, Dios me ayude, apenas parece humano! ¿Algo de troglodítico?

El retrato que leemos en El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde sin duda está influido por el pensar de los positivistas italianos, como Cesare Lombroso (1835-1909), que asociaba la conducta criminal a una especie de involución natural, a una suerte de regresión física que, en términos coloquiales, podrá equipararse a decir que todo lo feo es malo. La maldad, como eventualmente demostró el Psicoanálisis y la Criminología, es un viaje que nada tiene que ver con aspectos físicos, sino biológicos, psíquicos y sociales. Stevenson asoció a su malvado Hyde con la visión tradicional del monstruo. Y éste, como bien lo sabemos, no necesariamente es malévolo.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra monstruo –del latín monstrum- es todo aquello producido contra el orden regular de la naturaleza. Si esto es correcto, no sería equivocado afirmar que la belleza extrema puede ser considerada otra forma de aberración. Hace válida la apariencia que la escritora estadounidense Valerie Martin dio Hyde en su novela de 1990 Mary Reilly, convertida en una deslumbrante largometraje homónimo dirigido por el laureado Stephen Frears en 1996. Visto por un personaje que sólo conocemos como una pincelada sin nombre en la historia de Stevenson, la empleada doméstica que da nombre a la creación de Martin, el vicioso Hyde no es un personaje repelente, sino un malicioso, cruel y vibrante seductor –en deuda con los populares libertinos del siglo XIII- que despierta las más bajas pasiones en el sexo opuesto. En la película fue encarnado hábilmente por John Malkovich, cuyo estado natural y bondadoso es el de un hombre avejentado y gris. Su personalidad liberada lo hace florecer doblemente.
Las apariencias engañan. Sin no lo creen, pregunten a las víctimas de Theodore Robert Bundy o de Jeffrey Lionel Dahmer, asesinos que –en oposición a Hyde- usaban su máscara de sanidad como una herramienta de seducción para ejercer libremente su oficio carnicero. La belleza también mata.
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* Texto originalmente aparecido ayer en la página web de Mórbido

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