sábado, 16 de enero de 2010

Elemental, Dr. Freud

Continúo con mi revitalizada euforia por Sherlock Holmes a pesar del reciente estreno de Zombieland (de la que hablaré posteriormente) y de los trágicos eventos en Haití. Los horrores de la ficción son más inofensivos que los de la vida real.
Hace muy poco releí la novela La solución al siete por ciento, escrita por Nicholas Meyer en 1975. Ediciones G. P., con el auspicio de Plaza y Janés, la publicó en 1978 bajo el título Elemental, Dr. Freud. La historia, alternativa a todas luces y presentada como un manuscrito inédito de John H. Watson, narra el encuentro de estos dos exploradores de las zonas oscuras del hombre, Holmes y Freud, y la lucha del primero por librarse de la terrible adicción que inició como un inocuo alivio contra el tedio y prácticamente lo ha consumido. En el proceso los dos personajes unen sus mentes y fuerzas para resolver un caso criminal. Sólo puedo etiquetar el texto de maravilloso, un homenaje respetuosísimo al estilo y vigor de Arthur Conan Doyle. Dicha historia fue trasladada al cine en 1976 con similar resultado por Herbert Ross, con Nicol Williamson como Holmes, Robert Duvall como Watson, sir Laurence Olivier como el profesor Moriarty y Alan Arkin como Sigmund Freud. Hace un par de años, como un ejercicio dramático (también de ocio), adapté la historia en un intento -hasta ahora- nunca llevado a cabo de trasladarla a los escenarios. He aquí un fragmento, ejemplo de la forma en que la ficción nutrió a la realidad y modificó para siempre la percepción sobre el ser humano.
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Escena 4. Transición. Viena, Suiza. El ladrido de Toby, un sabueso, que corre agitado. Sherlock Holmes lo lleva por la correa. Les sigue el Dr. Watson.

Holmes.- ¡Bien hecho, Toby, muchacho! ¡Eso es, sigue así! Nunca dejará de sorprenderme la capacidad olfatoria de nuestro amigo, Watson.
Watson.- Cierto, Holmes. Sus lectores le adoran.
Holmes.- Nunca perdió el rastro. Ni en el ferrocarril, ni en el vapor, ni en el carruaje.
Toby se detiene frente a una casa y ladra insistentemente.
Holmes.- ¿Es aquí, muchacho?
Más ladridos.
Holmes.- La paciencia rinde frutos Watson. Encontramos a nuestra presa.
Watson.- ¿Aquí se esconde Moriarty?
Holmes.- Es el lugar ideal para una mente criminal de su calibre. Un edificio pequeño, discreto, pero atractivo.
Watson.- ¿Y ahora qué hacemos?
Holmes.- Lo mejor es siempre la acción frontal. Llamemos a la puerta.
Holmes hace sonar una campanilla. Un instante después abre la puerta una doncella.
Doncella.- A sus órdenes.
Holmes.- Somos los señores Sherlock Holmes y John Watson. Buscamos al profesor Moriarty.
Doncella.- Síganme por favor, caballeros. Permítanme encargarme de su mascota. Le daré de comer y beber.
Watson.- Gracias.
Holmes.- Bien, Watson. ¿Qué piensas de esto?
Watson.- No pienso nada.
Holmes.- Y sin embargo es obvio, obvio, aunque increíblemente diabólico. ¿Tomaste precauciones?
Watson.- Traigo mi pistola aquí mismo, Holmes.
Holmes.- Bien, mantente alerta. Es posible que la necesitemos.
Doncella.- Pasen al estudio, por favor. El doctor les recibirá en un momento.
Ambos entran a un estudio. Unos instantes después aparece un hombre con barba, que viste un traje oscuro con una cadena dorada que pende de su chaleco.
Freud.- Buenos días, Herr Holmes. Los estaba esperando.
Holmes.- Puede quitarse esa barba ridícula, Moriarty. Y no use ese acento de cómico de opereta. Se lo advierto, es mejor que confiese o le irá muy mal. ¡El juego ha terminado!
Freud.- No me llamo Moriarty. Mi nombre es Sigmund Freud.
Holmes.- (Enmudece, incrédulo) ¿Usted no es el profesor Moriarty? Pero él estuvo aquí. Toby nunca se equivoca. ¿Dónde está ahora?
Freud.- En un hotel, creo.
Holmes.- (Medita un instante y se vuelve hacia Watson) Tú. ¡Judas! Me has entregado a mis enemigos. Espero que te recompensen bien por todas las molestias que te he causado.
Watson.- (Molesto) ¡Holmes, cómo se atreve siquiera a insinuar eso!
Holmes.- Soy yo y no tú el que debe indignarse. Sin embargo, no seamos tan sutiles. Reconocí tus huellas la otra noche frente a la casa de Moriarty, y me di cuenta que llevabas una maleta pesada, como si fueras a salir de viaje, por largo tiempo. Sólo quiero saber qué planeas hacer ahora, que me tienes en tu poder.
Freud.- Si me permite una palabra, Herr Holmes, creo que está cometiendo una grave injusticia con su amigo. Él no lo trajo hasta aquí para causarle ningún daño. Y en lo que respecta al profesor Moriarty, el doctor Watson y su hermano Mycroft le pagaron una considerable suma para que viajara hasta aquí, con la esperanza de que usted lo siguiera hasta mi puerta.
Holmes.- ¿Y por qué hicieron tal cosa?
Freud.- Porque estaban seguros de que era la única manera en la que podían inducirlo a que me viera.
Holmes.- ¿Y por qué estaban tan ansiosos de que eso ocurriera?
Freud.- ¿Qué razón se le ocurre a usted? Vamos, soy un devoto lector de sus casos y acabo de ver una pequeña muestra de sus sorprendentes facultades. ¿Quién soy? ¿Y por qué están tan ansiosos sus amigos de que nos conociéramos?
Holmes.- Además del hecho de que usted es un brillante médico judío nacido en Hungría, que estudió durante algún tiempo en Paris, y de que algunas teorías suyas, muy radicales, han alienado a la respetable comunidad médica a tal punto que usted ha llegado a cortar relaciones con varios hospitales y sociedades, además del hecho de que como resultado ha dejado de ejercer su profesión, poco puedo deducir. Está casado, posee sentido del honor, le gusta jugar a las cartas, leer a Shakespeare y a un autor ruso cuyo nombre no soy capaz de pronunciar. Poco puedo decir que sea de interés.
Freud.- ¡Magnífico!
Holmes.- Nada fuera de lo común. Sigo esperando una explicación por este intolerable ardid, si es que fue un ardid. El doctor Watson le puede decir que es muy peligroso que me aleje de Londres. Mi ausencia genera en las clases criminales una excitación poco saludable.
Freud.- Sin embargo, me gustaría saber cómo adivinó esos detalles de mi vida con una exactitud tan sorprendente.
Holmes.- Yo nunca adivino. Es un hábito terrible que destruye la capacidad lógica. Un estudio privado es el lugar ideal para observar las facetas del carácter de un hombre. Que el estudio le pertenece, exclusivamente, es evidente por el polvo. Ni siquiera se le permite entrar a la doncella, o no se habría atrevido a dejar que se llegara a ese punto.
Freud.- Fascinante. Siga, por favor.
Holmes.- Cuando a un hombre le interesa la religión, y posee una muy buena biblioteca, por lo general guarda todos los libros sobre el tema en un solo lugar. Sin embargo, sus ediciones del Corán, la Biblia en la edición del Rey Jaime, el Libro de los Mormones, y varias otras obras de naturaleza similar están separadas -del otro lado, en realidad-, de sus elegantes ediciones del Talmud y la Biblia en hebreo. Éstas, por lo tanto, no son parte de sus estudios simplemente, sino que tienen alguna importancia especial. ¿Y cuál podría ser, excepto que usted es de la fe judía? El candelabro de nueve brazos sobre su escritorio confirma mi interpretación. Se llama Menorah, ¿no? Ahora bien. Sus estudios en Francia se infieren por la gran cantidad de obras médicas que posee en francés, incluyendo un número importante de alguien llamado Charcot. La Medicina ya es compleja por sí misma para que se estudie en un idioma extranjero por diversión. Además, el hecho de que estos volúmenes estén gastados habla claramente de las muchas horas que ha pasado leyéndolos. ¿Y adónde más podría un estudiante alemán leer textos de Medicina en francés, si no en Francia? Es más aventurado, pero el hecho de que estén tan gastadas esas obras de Charcot –cuyo nombre parece contemporáneo- me hace sugerir que él fue su propio mentor; o si no, sus libros tienen una atracción especial, relacionada con el desarrollo de sus propias ideas. Puede darse por sentado que sólo una mente brillante podría penetrar los misterios de la Medicina en una lengua extranjera, para no decir nada del hecho de que se ocupe de tal amplitud de temas, como demuestran los libros de esta biblioteca. Que lee a Shakespeare se deduce del hecho de que el libro haya sido puesto al revés. Es imposible no notarlo en medio de la literatura inglesa, pero el que no lo haya arreglado me hace pensar que sin duda intenta volver a sacarlo en un futuro cercano, lo que me lleva a pensar que le gusta leerlo. Debe sentirse halagado Watson, aquí hay varios de sus libros –Estudio en escarlata, El signo de los cuatro, El sabueso de los Baskerville-. Y con respecto al autor ruso...
Freud.- Dostoievski.
Holmes.- Dostoievski... la falta de polvo en el libro, que también falta en Shakespeare, incidentalmente, proclama su interés por él. Que es médico es obvio, ya que veo su diploma en aquella pared. Que ya no ejerce la Medicina es evidente por su presencia aquí en casa en la mitad del día, y no hay aparente ansiedad de su parte por cumplir un horario. Su separación de varias sociedades está indicada por esos espacios en la pared, que claramente están destinados a exhibir otros certificados. El color de la pintura allí es algo más oscuro, en pequeños rectángulos, y una silueta trazada por el polvo revela que estaban ocupados. Ahora bien, ¿qué puede obligar a un hombre a quitar los testimonios de sus éxitos? Creo que el que haya dejado de estar afiliado con todas esas sociedades. ¿Y por qué hacerlo, ya que alguna vez se molestó en relacionarse con ellas? Es posible que se haya desengañado de una o dos, pero no probable que se haya decepcionado de todas, y al mismo tiempo. Por lo tanto, llego a la conclusión de que fueron ellas quienes se desengañaron de usted, doctor, y le pidieron que renunciara como miembro. ¿Y por qué iban a hacer tal cosa, y simultáneamente, según atestigua la pared? Usted sigue viviendo plácidamente en la misma ciudad donde todo esto ha sucedido, por lo que alguna posición que ha tomado usted –evidentemente profesional- lo ha desacreditado ante sus ojos y como reacción ellas –y todas ellas- le han pedido que se vaya. ¿Cuál puede ser esta posición? No tengo idea, pero su biblioteca, como hice notar anteriormente, evidencia una mente de gran alcance, inquisitiva y brillante. Por eso me tomo la libertad de postular alguna especie de teoría radical, demasiado avanzada o escandalosa para ser aceptada de inmediato por el pensamiento médico actual. Posiblemente la teoría está relacionada con la obra de Monsieur Charcot, que parece haberlo influenciado. Aunque eso no es seguro. Su matrimonio sí lo es. Está claramente proclamado por el anillo de su mano izquierda, y su acento balcánico sugiere Hungría o Moravia. No sé si he omitido algo de importancia en mis conclusiones.
Freud.- Dijo que poseía sentido del honor.
Holmes.- Espero que lo posea. Lo inferí del hecho de que se preocupara en quitar las placas y testimonios de esas sociedades que han dejado de reconocerlo. En privado, en su propia casa, podría haber permitido que siguieran en el mismo lugar.
Freud.- ¿Y mi amor por los naipes?
Holmes.- Ah, ese es un punto que requiere mayor sutileza, pero no voy a insultar su intelecto describiendo cómo llegué a esa conclusión. Ahora, le pido que me diga por qué he tenido que venir hasta aquí para verlo. No fue simplemente para una demostración tan elemental como la que acabo de hacer.
Freud.- Le pregunté antes qué pensaba usted que lo había causado.
Holmes.- No tengo la menor idea. Si está en dificultades, dígalo, y haré lo que pueda para ayudarlo.
Freud.- Entonces es usted el que está siendo ilógico. Como ha deducido tan hábilmente, yo no estoy en dificultades. Y como ha señalado también, el método que se usó para traerlo no fue nada ortodoxo. Está claro que no creíamos que usted viniera por propia voluntad. ¿No le sugiere nada eso?
Holmes.- Que yo no hubiera querido venir.
Freud.- Precisamente. ¿Y por qué? No porque temiera que le causáramos algún mal. Yo podría ser su enemigo, incluso el profesor Moriarty podría serlo también. Incluso, perdóneme, el doctor Watson. ¿Pero es probable que su hermano se uniera a nosotros? ¿Es probable que todos estemos unidos en contra de usted? ¿Con qué propósito? Si no es para hacerle mal, tal vez sea para hacerle bien. ¿No había pensado en eso?
Holmes.- ¿Y qué bien podría ser?
Freud.- ¿No se lo imagina?
Holmes.- Nunca imagino nada. Y no puedo pensar ahora.
Freud.- ¿No? Entonces, es usted quien no está siendo sincero, Herr Holmes. Porque usted padece un abominable vicio, y prefiere insultar a sus amigos, que se han unido para ayudarlo a que se libere de ese yugo, antes de admitir su propia responsabilidad. Me decepciona, señor. ¿Éste es el Sherlock Holmes de quien tanto he leído? ¿El hombre que he llegado a admirar no sólo por su cerebro sino también por su caballerosidad principesca, su pasión por la justicia, su compasión por el que sufre? No puedo creer que esté tan sojuzgado por el poder de la droga que, en el fondo de su corazón, se niegue a reconocer su dificultad al mismo tiempo que su hipocresía al condenar a sus fieles amigos que, sólo por el amor a usted y su preocupación por su bienestar, se han molestado tanto.
Holmes.- (Guarda silencio, luego su voz se quiebra) Soy culpable de ello. No tengo excusa. Pero en lo que se refiere a ayuda, deben olvidarse de ello. Estoy en las garras de esta enfermedad diabólica, y debo consumirme. No traten de convencerme. No deben hacerlo. He recurrido a toda mi fuerza de voluntad para liberarme de este horrible hábito, y no he podido hacerlo. Y si yo, utilizando toda mi resolución, no puedo triunfar, ¿qué posibilidad tiene usted? Una vez que un hombre da un paso en falso, sus pies se encaminan para siempre por el sendero de la destrucción.
Freud.- Sus pies no se encaminan inexorablemente por ese camino. Un hombre puede darse vuelta y abandonar ese sendero, aunque eso requiere ayuda. El primer paso no es necesariamente fatal.
Holmes.- Siempre lo es. Ningún hombre ha hecho lo que dice usted.
Freud.- Yo lo hice.
Holmes.- ¿Usted?
Freud.- He tomado cocaína y estoy libre de su poder. Si me permite, lo ayudaré a liberarse también.
Holmes.- No puede hacerlo...
Freud.- Puedo hacerlo.
Holmes.- ¿Cómo?
Freud.- Llevará tiempo, y no será fácil. He dispuesto que se queden en mi casa, como mis huéspedes, mientras dure su recuperación. ¿Le agrada eso?
Holmes.- ¡Es inútil! ¡En este momento me domina la horrenda compulsión!
Freud.- Puedo detener esa ansiedad... por un tiempo. Siéntese, por favor. ¿Sabe algo acerca del hipnotismo?
Holmes.- Algo. ¿Se propone hacerme ladrar como un perro y que me arrastre a cuatro patas?
Freud.- (Ríe) Si coopera, si confía en mí, puedo disminuir sus deseos por la droga por un tiempo. La próxima vez que se ejerza su atracción, lo volveré a hipnotizar. De esta forma, reduciremos de manera artificial su necesidad hasta que la química de su cuerpo complete el proceso. ¿Está de acuerdo?
Holmes.- (Asiente con un gesto)
Freud.- Bien. (Se coloca frente a él, saca el reloj de su chaleco y comienza a balancearlo ante los ojos de Holmes) Quiero que se siente derecho y mire fijamente el reloj.
Unos instantes después, Holmes queda dormido. Freud se vuelve inmediatamente hacia Watson.
Freud.- ¡Rápido! Debemos revisar todas sus pertenencias.

Transición.

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