jueves, 24 de junio de 2010

Dos regalos para todos los niños

Dos películas interesantes se estrenaron el pasado día del niño. La primera fue la “revisitación” de la ya clásica cinta de 1973 The crazies, conocida en México como Colapso: exterminio brutal. A su director, George Andrew Romero, debemos gratitud eterna por coescribir y dirigir esa joya del cine de horror/metáfora social, llamada La noche de los muertos vivientes (1968). El remake fue bautizado El día del Apocalipsis (Breck Eisner, 2010). La otra cinta estrenada ese viernes 30 de abril fue la que reseñó mi amigo Rafael Aviña para la sección Primera fila del periódico Reforma. A continuación reproduzco su crítica.

El amor en tiempos de catástrofe
Rafael Aviña

Un futuro cercano, tal vez otoño. El planeta muere: el frío es insoportable, plantas y animales se han extinguido.
Los escasos sobrevivientes matan por combustible, cobijo y por comida: el canibalismo está a la alza.
El último camino (EU, 2009) del australiano John Hillcoat, es una adaptación de la descarnada novela de Cormac McCarthy, el mismo de Sin lugar para los débiles.
Una fábula apocalíptica que rebasa todo apunte religioso y moral para trastocarse en un conmovedor relato sobre la relación entre un padre y su hijo.
Drama filial, historia de horror, mezcla de suspenso, ciencia ficción, neowestern y alegoría ecologista, bebe de fuentes tan extremas como Mad Max, El chico de Charles Chaplin, Voraz y del cine de zombies (de Seres de las sombras y Soy leyenda a las metáforas de George A. Romero).
También toma aspectos de filmes milenaristas rusos como El visitante del museo o Cartas de un hombre muerto. Todo ello, para contar una trama de desencanto, frustración y conciencia de la vulnerabilidad en una sociedad destinada al olvido.
En ese panorama desolador y gris, donde los árboles fallecen literalmente (gran trabajo fotográfico del español Javier Aguirresarobe), dos seres intentan sobrevivir conservando algo de humanidad (“la flama en el corazón”)
Un hombre (Mortensen, notable) que rememora fragmentos de vida con su bella esposa (Theron) y un chico (Smith-McPhee), su hijo, a quien protege de la pauperización moral y social que prevalece en ese caótico y violento mundo, en una trama de gran dimensión épica y uiversal que evita la obviedad y el melodrama y que mantiene un tono de horror y suspenso y al mismo tiempo una parábola filosófica de altos vuelos.
Escenas bellísimas como la del baño en la tina, o aquella de la lata de soda, muestran además de la notable y sosegada química entre los protagonistas, la gran sensibilidad de un relato que traza una emocionante mirada filial: la de un padre que representa el último trozo de memoria de una conciencia moral en estado paranoico y la de un hijo que encarna el nuevo espíritu de una sociedad alienada como resquicio de esperanza ante lo inevitable.
Junto con Distrito 9 y Tierra de zombies, El último camino ejemplifica el estupendo momento por el que atraviesa el cine de horror fantástico estadounidense.

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