martes, 5 de abril de 2011

Parejas hechas en el infierno o el reverso de la moneda.

El más acérrimo enemigo de Sherlock Holmes, James Moriarty, “el Napoleón del crimen”, no sólo encarna al perfecto opuesto del personaje, sino es tal vez el primer representante de una larga estirpe que le da sentido y personalidad a toda saga literaria. Lisa Simpson lo advertía bien. “Sherlock Holmes tenía a Moriarty, Batman al Guasón, Maggie a esa bebé que la ve mal”. Moriarty es el precursor de los supervillanos, el “villano jefe que pelea contra el héroe con su mente”, como aseguraba Elijah Price (Samuel L. Jackson) en la película El protegido (M. Nignt Shyamalan, 2000). Su relación ha sido explorada en incontables ocasiones, desde la novela de 1974 La solución al siete por ciento de Nicholas Meyer (transformada por Herbert Ross en 1976 en una flamante película donde Sir Laurence Olivier interpreta al villano), brillantes ejercicios literarios como El Año de Drácula (1992) de Kim Newman hasta divertimentos aparentemente inofensivos, como la película disneyana Policías y ratones (Ron Clements y Burny Mattinson, 1985), basada en el libro infantil Basil de Baker Street de Eve Titus (ilustrado por Paul Galdone).
Mi admiración por ambos personajes –por la figura del héroe y el villano en general- siempre me lleva a recordar el enfrentamiento climático entre Holmes y Moriarty en las cataratas Reichenbach, tal como fue descrito por Arthur Conan Doyle en El problema final (1891). La decisión de asesinar a sus más notables personajes –sobre todo a Holmes- persiguió a Conan Doyle y le valió reclamos de su enorme público y de la misma Reina Victoria. Este crimen posee numerosas explicaciones, sobre las que especularé en el futuro. Por lo pronto recordemos el episodio como nos los presentó el brillantísimo escritor británico Alan Moore –a través del dibujante Kevin O´Neill- en la novela gráfica La liga de los caballeros extraordinarios. Sobre la adaptación de ésta al cine pesan muchas críticas, mayormente negativas. La primera de ellas –y tal vez la más enérgica- fue la del propio Moore. Pero sobre ello escribiré posteriormente.



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 






















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