Hablemos de horrores de la vida real.
Los más de dos mil peritos que laboramos en la Coordinación General de Servicios Periciales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal cotidianamente proporcionamos elementos científicos para que el Ministerio Público establezca la probable responsabilidad de una persona en un hecho delictivo. En resumidas cuentas y en un sentido romántico, ayudamos a que los malos reciban su merecido. Este trabajo no es sencillo. Lidiamos con la mala reputación –a veces ganada a pulso- que muchos elementos y generaciones previas a la mía le han valido a la Institución. Aunque a lo largo de los años he tenido múltiples satisfacciones, todas son victorias vacías: nada resarce a una persona a la que han robado todos sus bienes, cura las cicatrices físicas y mentales a una mujer a la que han agredido sexualmente, devuelve a una madre a su hijo muerto. Ayer, por primera vez en 16 años, tuve el privilegio de ayudar a una persona inocente.
En septiembre de 2010 mis superiores me indicaron que una personalidad iba a solicitar mi experticia como Perito en Arte Forense. Era Rodolfo Félix Cárdenas, antiguo Procurador de Justicia del Distrito Federal. Él asumía la defensa de Silvano Tapia González de 68 años, albañil de la extracción más humilde, oriundo de Huajuapan de León, Oaxaca, quien había sido apresado por un delito que no cometió. Félix Cárdenas y su equipo se involucraron ad honorem y pro bono (por honor y para el bien público, como dicen los abogados) y reunieron a un equipo de expertos en Criminalística, Criminología, Medicina Forense, Psicología, Topografía, Antropología Social y mi especialidad para establecer la inocencia de su defendido. Y si la ciencia respaldaba, sin la menor duda, lo que la defensa exponía, el sentido común era doblemente contundente. Silvano enfrentaba una injusticia indignante, la deslealtad, ineficiencia y mala voluntad de los poderes del Estado. Era un chivo expiatorio. Una persona –seguramente pensaban ellos- que no valía un centavo y a la que podían victimizar sin que éste tuviera recursos para defenderse. Pero no fue así.
A lo largo de un juicio –en el nuevo sistema oral- que inició el pasado 4 de julio y duró 8 días, la defensa no sólo demostró más allá de cualquier cuestionamiento la inocencia de Silvano, sino puso en manifiesto la pobre calidad humana y profesional de quienes deberían procurar justicia a la sociedad. Todo el proceso representó lo peor y lo mejor del sistema. El veredicto era previsible.
Esta mañana, luego de una pesadilla de 14 meses, Silvano despertó en su cama, bajo su techo, rodeado de su familia. Lo que viví me obliga a preguntarme, no sin sentirme sobrecogido, cuántos casos similares no existirán actualmente en nuestro país. Por lo que a esto respecta, la justicia quedó servida. Caso cerrado.
Recuperar un poco, la fé en las leyes. Gracias por ello, maestro Coria.
ResponderEliminarQue gusto que hallas tenido una victoria así, me imagino que pocas cosas se podran comparar a ello
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