jueves, 28 de julio de 2011

Más de lo que ves.

Con el paso de los años me he dado cuenta que existen dos clases de juguetes: los que fueron creados con el genuino propósito de hacer las delicias de sus pequeños usuarios y los que forman parte de un fenómeno mercadológico, a menudo propiciados por una caricatura o una película, como lo fueron las figuras de acción de La Guerra de las Galaxias que tanto atesoré en mi infancia.
Sucede lo contrario con los Transformes, personajes creados por la firma juguetera japonesa Takara a mediados de los años setenta y que fueron manufacturados en Estados Unidos –a partir de sus predecesores nipones- por la compañía Hasbro a partir de 1984 (en México fueron distribuidos por  Plásticos IGA, “juguetes con vida”). Estos juguetes respondían simultáneamente a dos mercados: al de los niños aficionados a los automóviles (y demás vehículos) y a los fanáticos de los robots y la ciencia ficción. Se trataba de un negocio redondo. Sus lemas los definían a la perfección: “más de lo que ves” y “robots en disfraz”. En poco tiempo propiciaron una popular caricatura –revisitada continuamente a partir de entonces-, una serie de historietas (editada por Marvel Comics) y, en la primera década del nuevo milenio, una franquicia fílmica multimillonaria.
Los Transformers recreaban el conflicto ancestral entre el bien y el mal. La caricatura narraba cómo los Autobots y los Decepticons –el orden y el caos, la justicia y la anarquía-, los dos bandos de una civilización extraterrestre formada por robots capaces de transformarse en diversos vehículos y armas, enemigos naturales, llegaban a la Tierra en busca de energía para alimentar a su moribundo planeta Cybertron. Ellos fueron –mayormente los Decepticons- personajes favoritos de mi adolescencia. Devoraba sus aventuras por las tardes, en la desaparecida Imevisión. Comencé a grabarlos en la voluminosa video casetera Beta de mis padres. Los dibujaba con precisión obsesiva en cuadernos que compraba para ese propósito. Tal vez por eso me desilusionaron las adaptaciones fílmicas de Michael Bay
No es que piense que la primera cinta sea mala, pues sus valores de producción y sus efectos visuales son de primerísimo nivel. Incluso Steven Spielberg, “el Rey Midas de Hollywood”, endosó su nombre a las producciones. Son películas que estaban concebidas con la intención de arrastrar a los grandes públicos a las salas de cine, vender toda clase de juguetes y videojuegos, todo para generar cantidades obscenas de dinero. Sus productores apostaban a la segura: un escuálido adolescente (Shia LeBeouf) que inesperadamente se topaba con la existencia de lo fantástico (su encuentro con los robóticos personajes), se hacía del auto de sus sueños (un flamante Camaro amarillo que resultaba ser Bumblebee, un divertido Autobot que en la serie original era un Volkswagen), se daba cuenta que era indispensable para asegurar la supervivencia de su especie y conocía el amor en la forma de una chica inalcansable (Megan Fox). Todo estaba aderezado con la presencia de dos sólidos actores (John Turturo y John Voight) y mucha, mucha acción. El éxito era seguro.
Una de las fallas del guión de Alex Kurtzman y Roberto Orci (brillante dupla creativa tras la reciente Viaje a las Estrellas y la teleserie Fringe) es que sus enormes protagonistas no poseen una personalidad definida e identificable como sucedía en aquellas viejas caricaturas. Los movimientos vertiginosos de la cámara hacían, con mucha frecuencia, que me preguntara de qué robot se trataba. Y algo más que me disgustó es que tanto los héroes y los villanos carecían de una base de operaciones como en las caricaturas (las naves donde llegaron a la Tierra). Acaso era interesante que Peter Cullen, el actor que proveía la voz de Optimus Prime, líder de los Autobots, en la serie original, repitiera su papel en la cinta. Pero ese detalle sólo es apreciado por los que conocieron la serie en su forma original.
Hace unas semanas se estrenó Transformers, el lado oscuro de la luna (Michael Bay, 2011), la tercera entrega de la saga (que seguramente será tan larga como su potencial económico lo permita) y que seguramente reemplazará comercialmente al fenómeno Harry Potter, ahora que ha finalizado. Para abundar en la cinta reproduzco la opinión autorizada de mi amigo Rafael Aviña, que apareció el fin de semana de su estreno en el Periódico Reforma.
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El lado brillante de los efectos
Rafael Aviña

En 1920, el escritor checo Karel Chapek concibió el término robot en alusión a esa suerte de imitación metálica de los humanos con sus mismas contradicciones: capacidad de ayuda y una amenaza para la sociedad.
De El Golem (1914) y Metrópolis (1926) a Transformers. El lado oscuro de la luna (EU, 2011) de Michael Bay, las máquinas tienen la culpa y desatan por igual la compasión y la maldad del hombre. Ese mínimo pretexto es en esencia la trama del ostentoso y entretenido mega Blockbuster veraniego producido por Steven Spielberg.
Una vez más, se narra el ancestral enfrentamiento entre Autobots y Decepticons en la Tierra, con alguno que otro aderezo, como la atrayente presencia de Rosie Huntington-Whiteley que sustituye a Megan Fox.
O la intervención de figuras de primer nivel desaprovechadas en su conjunto: frances McDormand, como la insensible jefa de Seguridad Nacional, y John Malkovich, el obsesibo jefe del protagonista Sam Witwicky (Shia LeBeouf), quien busca trabajo para mantener a raya a sus padres y conservar a su guapa novia acosada por el poderoso jefe de ésta (Patrick Dempsey).
Tal como en X-Men: Primera generación y, en menor medida, en Súper 8, como tendencia del actual cine fantástico, se evoca de nuevo a John F. Kennedy y los temores de la Guerra Fría, en esa carrera espacial por conquistar la Luna.
De hecho, se sugiere que la tripulación del Apolo 11 –cameo incluido del astronauta Buzz Aldrin-, descubre la presencia de Sentinel Prime, quien ha desarrollado una tecnología para salvar a su planeta de la maldad de Megatrón, quien intentará hacer una alianza con éste.
El tono apocalíptico, las impresionantes y desbordadas escenas de acción pirotécnica, los efectos visuales de impacto, la cámara en movimiento y un montaje trepidante, la destrucción de imponentes rascacielos y el espíritu patriotero –visto desde Armageddon (1988) y prolongado en las tres entregas de esta saga a cargo del eficaz Michael Bay- que replantea de algún modo la paranoia belicista posterior al 11-S, están aquí.
A Transfornmers… le sobra mucho metraje y le falta credibilidad, pero se compensa con entretenimiento y gran virtuosismo visual.

                                                                                                      

1 comentario:

  1. Hola, mi blog más viejo está por cumplir cuatro años; en 2010, se me ocurrió dar premios a los blogueros que seguí durante ese año para festejar mi paso por el ciberespacio, ahora, este 2011, editaré una catálogo electrónico conformado por la elección de una entrada de cada uno de estos mundos que suelo visitar, si ves este mensaje es porque estarás presente en él. Saludos y gracias por deleitarme con tu proyecto.
    Ah la publicación aparecerá en mi espacio en los primeros días de agosto.

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